Capítulo 02: El nuevo curso
Nadia se levantó apresuradamente. Hoy empezaba las clases en su nuevo instituto y no quería llegar tarde. Se puso el uniforme rápidamente y bajó a desayunar. Apenas entró en la cocina, Ana, la criada, le dio la taza de leche que se bebió de un sorbo y fue corriendo a peinarse y a buscar los zapatos, que no los encontraba.
Hacía cosa así como un mes que se habían mudado. Antes Nadia vivía con sus padres en una de las zonas residenciales de más lujo que había en Granada, iba al colegio más exclusivo que había y asistía a clases de ballet y gimnasia rítmica, en un principio impuestas por sus padres, aunque luego le acabaron gustando, y a tiro con arco, esto por decisión suya. Era una buena chica, estudiosa, hija de una buena familia adinerada ya que su padre era un arquitecto de gran renombre y su madre era una pintora bastante famosa. Se podía decir que lo tenía todo, pero en realidad estaba harta de todo aquello. Apenas tenía amigos, sólo un chico y una chica, Alberto y Marta, y los echaba mucho de menos porque eran muy buenos amigos.
Ahora vivía en una pequeña aldea gallega, en una gran casa de tres plantas, porque sus padres querían irse a vivir un lugar tranquilo, lejos del caos y el estrés de la urbe. Este era el motivo por el cuál la habían alejado de su ambiente y de sus amigos. Ahora se veía obligada a empezar de cero en un sitio nuevo, totalmente distinto de en el que había vivido y sin conocer a nadie, sin amigos. Bueno, esto no era totalmente cierto, porque sí conocía a alguien, tenía a Silver.
-Nadia, baja rápido, te espero en el coche-le dijo su padre.
-Ahora mismo-le contestó-si es que encuentro los zapatos-dijo para ella.
Era bastante despistada con las cosas y no se acordaba de dónde había guardado los zapatos que hacía tres semanas que había comprado, junto con el resto del uniforme del instituto, y que aún estaban en la caja sin estrenar.
-¿Es esto lo que buscas?-dijo una pequeña vocecilla detrás de Nadia.
-Gracias Silver, no sé que haría sin ti-dijo mientras se ponía los zapatos-Por cierto¿dónde estaban?
-Encima del ropero.
-¿Ahí los metí? Vaya… Bueno, me voy ya Silver que sino llegaré tarde. Adiós.
-Adiós Nadia.
Silver era un pequeño ángel, de pelo corto, revuelto y plateado, no más grande que una Barbie, y que se encargaba de ayudar a Nadia cuando ella tenía que capturar demonios, a parte de encontrar las cosas que ella perdía, claro. Sus alas aún eran negras porque todavía no era un ángel puro. Hacía pocos meses que estaba con Nadia pero parecía que se conocían de toda la vida.
El pequeño ángel se asomó disimuladamente a ver salir el coche con Nadia dentro.
-Buena suerte, Nadia-dijo el ángel, aunque sabía que ella no podría escucharlo.
Ya había llegado al instituto. Su padre paró el coche para que bajara y se despidió de ella con un simple adiós porque tenía prisa que iba a llegar tarde al trabajo. Nadia se quedó de pie, junto a la cancela, mirando el enorme edificio. Estaba dividido en tres partes, siendo la mayor la central. Enfrente había una gran fuente y sabía que detrás había un jardín que tenía otra fuente, ésta algo más pequeña, porque se lo habían dicho sus padres. A uno de los lados había un edificio, más pequeño que era el gimnasio.
Se dirigió al gimnasio porque vio que todo el mundo iba hacia allí. Al pasar, se la quedaban mirando, sobretodo los chicos. Nadia lo odiaba, pero sabía que sus ojos azules y su cabello largo y pelirrojo llamaban demasiado la atención. Aún a pesar de esto siguió hacia el gimnasio ignorando las miradas.
Entró y se sentó en una de las últimas filas, pegada a la pared. El gimnasio estaba lleno de estudiantes que se sentaban en las sillas plegables que había dispuestas en paralelo a una pequeña tarima montada para la ocasión. Todos hablaban entre ellos contando como habían sido sus vacaciones, los ligues de verano, los viajes que habían hecho… todos menos Nadia. No conocía a nadie y no estaba muy por la labor, además, allí ya se conocían todos porque habían hecho la secundaria en el instituto que se hallaba al lado de éste y en el que servía para poder tener una plaza segura aquí. De pronto escuchó a alguien que le hablaba y se giró hacía la persona, no había escuchado lo que decía porque estaba distraída.
-Perdón¿me has dicho algo?
-Si estas sillas está ocupadas-le respondió un chico alto, de ojos ambar y cabello castaño rojizo. Tenía el pelo largo por los hombros y detrás de él había un chico exactamente igual pero con el pelo corto.
Nadia se quedó un momento mirando a los dos chicos antes de contestar que podían sentarse porque no estaban ocupados. Por un momento la chica creyó estar viendo doble pero rápidamente se dio cuenta de que eran gemelos.
-Hombre, por fin nos podemos sentar. Es que aquí todo el mundo le tiene reservado el sitio a los amigos y ya creíamos que nos íbamos a tener que poner cada uno en una punta-le dijo el chico del pelo largo.
-¿Sois nuevos?-preguntó Nadia. Parecía que por lo menos sí podía tener alguien con quien hablar y no verse tan aburrida.
-Sí¿se nota mucho?-preguntó el chico del pelo corto, que se había sentado al lado de su hermano, que estaba con Nadia.
-No, es que yo también soy nueva y no conozco a nadie y como aquí parece conocerse todo el mundo pues… ¿Y cómo os llamáis?
-Yo me llamo Jean-dijo el chico del pelo corto-y este es mi hermano Philip. ¿Y tú, cómo te llamas?
-Yo me llamo Nadia. ¿Vosotros no sois de aquí, verdad?
-Nuestros padres son franceses y nacimos allí, pero de muy pequeños vinimos a vivir a España y se podría decir que somos más españoles que franceses. ¿Y tú?
-Yo tampoco soy de aquí, soy de Granada y debido al trabajo de mis padres nos hemos mudado aquí.
-Nosotros estamos acostumbrados a los cambios de vivienda porque nuestros padres cambian mucho de ciudad debido también a su trabajo.
-¡Por favor, silencio!-dijo una voz que retumbaba en la sala,-me parece que hay que arreglar estos altavoces… Bien, a lo que íbamos, yo soy vuestro director, el señor Pedro Viñas y…
El director era un hombre bajo, de complexión fuerte y voz grave. Vestía con traje de chaqueta, al igual que los demás profesores que estaban a un lado de la tarima en la que se encontraba éste subido dando la charla de bienvenida. Presentó a todos los profesores, explicó que había un profesor que faltaba pero que dentro de un par de días se incorporaría. Por lo visto era un profesor nuevo y había tenido ciertos problemas para encontrar vivienda por lo que había pedido unos días más. Luego se fue nombrando a los alumnos de cada curso y se les entregó sus horarios. Tras la entrega de estos, se dio por finalizada la presentación y los alumnos se dispusieron a ir a sus casas.
A Nadia le había tocado en la misma clase que a Jean y a Philip, así que iban a estar los tres juntos. Eso la alegró, los chicos parecían simpáticos y no unos estirados como la mayoría de los alumnos de ese instituto.
-Nadia, nos vamos ya¿te vienes?-le preguntó Philip.
-Sí, claro.
Esperaron a que salieran la mayoría de los alumnos para después salir ellos. Todos charlaban animadamente y parecían contentos. Nadia en verdad lo estaba, porque no iba a verse sola.
Jean, Philip y ella salieron tranquilamente de allí. Fueron andando hasta un pequeño parque junto al cual se encontraba un antiquísimo lavadero de piedra, ya medio en ruinas, de cuando aún no tenía la gente lavadoras y tenía que ir allí a lavar a mano. Se sentaron en el borde, a la sombra de los restos de su techo mientras observaban los terrenos llenos de viñas y cultivos salpicados de casas grandes y antiguas de piedra. A lo lejos podía divisar el mar.
-¡Qué antiguo parece todo, es como si aquí se hubiese detenido el reloj del tiempo y no hubiese querido avanzar!-exclamó Nadia.
-Demasiado antiguo para mi gusto-dijo Jean-, yo preferiría vivir en una ciudad.
-Yo también prefiero la ciudad, pero hay que reconocer que esto es precioso-repuso Philip.
-Desde luego que sí-dijo Nadia y prosiguió-¿Aún no me habéis dicho dónde vivís?
- Es cierto, se me olvidó. Vivimos ahí arriba-dijo Philip señalando un camino que se hallaba a la derecha de ellos-en la casa azul con las ventanas blancas.
-Vaya, entonces vivimos cerca, porque yo vivo en esa casa que está ahí a la izquierda-dijo indicando una casa grande, blanca, con terraza y que dejaba ver, como adorno, la piedra desnuda en algunas de las partes de la casa, como en las esquinas y las ventanas.
-Podemos quedar aquí todas las mañanas para ir juntos-sugirió Jean.
-No es mala idea-dijo Philip.
-Sí, pero debo advertiros que suelo tener cierta tendencia a quedarme dormida por las mañanas.
-Ah, por eso no te preocupes, a Philip alguna vez he tenido que tirarle agua en la cara para despertarlo.
-¡Eh, oye…!
Los tres se echaron a reír.
-Bueno, será mejor que vayamos a casa porque le dijimos a nuestra madre que no íbamos a tardar mucho en la presentación.
-Es verdad, mejor que nos vayamos ahora porque como se enfade…
-Pues entonces hasta mañana a los dos.
-Hasta mañana. ¿Y a que hora, te parece bien a las ocho?
-Vale, adiós.
Los gemelos subieron por el camino de la derecha y Nadia se quedó un rato más sentada sobre la fría piedra del lavadero, imaginándose como debía ser aquello cuando aún se usaba y se hallaba en buen estado.
Capítulo 03: Un sueño ya soñado y un profesor de Historia
