Resúmen: Grimmauld Place ya no es un lugar seguro, por lo que Harry, Draco y la madre de éste deben ser acogidos en la mansión Snape. Severus y Beatriz le hacen una visita a Voldemort, que propicia un desagradable encuentro entre la joven y Malfoy, que se ha recuperado "oficialmente" de su misteriosa enfermedad. Beatriz y Severus tienen una esperada conversación en el jardín en la que se desvela de qué se conocen él y Petunia Dursley; y él y la joven se declaran su amor, cuando son interrumpidos por un estridente sonido: alguien ha entrado en la casa.

Capítulo 4. Preparativos y traiciones.

Severus y Beatriz corrieron hasta la casa y entraron con sigilo. El hombre la guió hasta el sótano, donde encontraron a Harry con la varita preparada, parado ante una puerta de la que salía un intenso estruendo. Tras echarle una mirada de desprecio, Severus le apartó y movió su varita. Se escuchó el sonido del descorrer de decenas de cerrojos y la puerta se iluminó y después se abrió suavemente, para dar paso a una insólita escena.

Remus Lupín y Ojoloco Moody, golpeados y llenos de magulladuras, les apuntaban con sus varitas desde el vano de la puerta. Detrás, en el centro de la habitación, sentada en una silla, muy erguida y mirándoles altiva, con dos pesados baúles a su lado, se encontraba Narcisa Malfoy y, de pie junto a ella, también muy erguido y desafiante, con una mano posada sobre el hombro de su madre, Draco Malfoy, que sonrió al verlos aparecer.

Snape, ignorando a los dos hombres, se dirigió hacia la señora Malfoy.

-Narcisa, siempre es un placer verte.- Aseguró el hombre estrechando ambas manos de la mujer entre las suyas.

-Lo mismo digo, Severus.- Ella se levantó y pasó elegantemente entre Remus y Ojoloco, deteniéndose cuando divisó a Harry y a Beatriz.

-¿Qué hacen aquí?-Preguntó altanera, mirando a la joven con un asomo de temor en los ojos.

Beatriz iba a replicar cuando fue interrumpida por Ojoloco.

- ¿Se puede saber qué hechizos les has puesto a tu casa, Snape? ¿Es así como tratas a las visitas?

-MI casa, Ojoloco, está hechizada para evitar visitantes indeseados. Ya veo que funcionan bien.- Comentó el hombre mirando a los otros dos groseramente de arriba abajo.

- Madre les advirtió, pero ellos intentaron salir.- Apuntó Draco, caminando hacia su madre.

Beatriz sonrió levemente. Todo mago oscuro sabe que intentar salir de una casa hechizada cuando ésta te ha transportado a una de sus habitaciones es un suicidio, ya que la casa tratará de evitar tu salida actuando en tu contra, de ahí las magulladuras, cortes y contusiones de los dos hombres.

Harry, echando una mirada de profundo desprecio a su profesor de Pociones, abrazó a Remus y saludó a Moody, para después invitarles a salir de la habitación. Hablaron unos instantes y luego ambos hombres se marcharon.

Severus, con un servicial ademán, condujo a sus huéspedes escaleras arriba para mostrarles sus habitaciones.

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-Esto ya está- Comentó Beatriz, apartando del fuego el caldero que había estado removiendo y dejándolo reposar.

Draco le tendió un gran cucharón y la joven lo usó para verter parte de la poción en un gran frasco.

-¿Qué hay que hacer a continuación?- inquirió Harry.

Sorprendentemente, las últimas semanas habían sido bastante tranquilas, a pesar de las diferencias entre los dos jóvenes. El deseo de ambos de acabar con el señor oscuro y, para qué negarlo, el miedo que ambos le tenían a Snape, había provocado que trabajaran juntos sin protestar, y, para sorpresa de todos, junto con Beatriz formaban un gran equipo.

Se habían dedicado a estudiar la traducción que Harry y la joven habían efectuado y se habían puesto manos a la obra. Descubrieron que para traer de vuelta a Sirius, alguien tendría que atravesar la puerta del velo e ir en su busca, lo que provocó una fuerte discusión entre Severus, Harry y la joven. Esta última, enfadada con el hombre, comenzó la preparación de las pociones que necesitarían para poder salir de allí una vez quisieran volver, ayudada por ambos chicos. Ahora sólo les faltaba el toque final y podrían ir en su busca.

-Aquí dice que sólo queda añadirle la sangre de dragón y dejarlo hervir.- Apuntó Draco.

-¿Dejarlo hervir? ¿Estás seguro de que has leído bien?- Inquirió Harry.

-A diferencia de ti, Potter, yo se leer.- Respondió el otro joven desagradable.

-Chicos, chicos, haya paz. Draco, Harry tiene razón, con la cantidad de ingredientes que hemos usado, si ahora le echamos sangre de dragón y lo dejamos hervir, la poción resultante fundirá todo lo que toque.

-¿Y cómo lo hacemos?- preguntó Harry.

- Creo haber leído en algún sitio que existe la forma de crear un recipiente que soporte esas temperaturas, Severus debe tener algo que haga referencia a ello en alguno de sus libros...- Comentó la joven mirando los libros de las estanterías que cubrían dos de las cuatro paredes de la habitación que Snape tenía en su casa como laboratorio.

-Lo encontrarás antes si preguntas- Se oyó desde la puerta.

Severus avanzó hasta las estanterías, cogió un fino libro del estante más alto y se lo entrego a la joven.

-El Fuego Frío- musitó ella.

-¿El Fuego Frío?- preguntó Draco extrañado.

-Será mejor que lo veáis.- El hombre se acercó a un armario, lo abrió, extrajo un spray y se acercó al fuego en el que se había estado calentando el caldero, y que ahora ardía en grandes llamaradas.

Mientras hacía que algo invisible siseara entre las llamas, pronunció unas extrañas palabras y, al instante, el fuego dejó de llamear, se quedó parado, absolutamente inmóvil, y adquirió el aspecto de una extraña planta con muchas hojas dentadas que emitía fulgores verdes.

Severus metió las manos sin protección alguna y fue cogiendo una hoja tras otra hasta que reunió un brazado. Apenas había terminado de realizar esta opreración cuando se encendió un fuego nuevo y comenzó a danzar como antes.

El hombre se dirigió a la mesa que había en el centro del laboratorio y colocó allí las rígidas hojas cristalinoverdes como las piezas de un puzle. Donde los bordes dentados encajaban perfectamente, las hojas se fundieron al instante en un solo bloque. (En cualquier fuego, las diferentes formas de las llamas, si se ensamblaran, constituirían siempre un todo, solo que cambian constantemente y con tanta rapidez que es imposible observarlo a simple vista).

Bajo las expertas manos de Severus surgió rápidamente una bandeja plana, a la que luego le puso paredes laterales, hasta que por fin apareció un recipiente redondo y dorado que podría tener un metro de altura y de diámetro. El recipiente brillaba con luz verdosa y, de algun modo, parecía irreal.

-Bueno,-comentó- esto ya está. Tiene buena pinta, ¿no creéis?

Los dos jóvenes sólo pudieron asentir, mientras la joven se acercó y le besó en la mejilla.

-Gracias.-Severus sonrió imperceptiblemente.

En ese momento, una voz femenina llegó del pasillo, haciendo que la joven pusiese los ojos en blanco.

-Severus, ¿dónde estás?

Desde el mismo instante en el que habían llegado, la señora Malfoy no había dejado a Severus ni por un instante, tratando altivamente a Harry y a Beatriz.

-Estamos aquí- contestó el hombre esperando la reacción de la joven, cuyo rostro se había vuelto impasible y no reflejaba ninguna emoción.

La mujer entró en el laboratorio y se dirigió hacia el hombre, mirándole seductoramente.

-Me has dejado muy sola. ¿Qué hacéis?-inquirió mirando a su alrededor.

-Estamos haciendo una nueva poción que necesitamos.

-¿Una de ese extraño libro?

Una extraña sombra en la mirada de la mujer inquietó a la joven.

-Sí.

-¿Y para que la queréis?

-Con ella acabaremos con Voldemort, madre.- Afirmó Draco.

La señora Malfoy asintió y se sentó en una de las banquetas.

-Quisiera verlo.

Ellos continuaron con lo que estaban haciendo.

-¿Has hablado ya con Dumbledore?- inquirió la joven.

Severus asintió.

-Está todo listo para mañana.

-¿Qué haréis mañana?- inquirió la mujer.

- Mañana ellos- el hombre señaló a Beatriz y a Harry, - irán al Ministerio para traer de vuelta a Sirius.- Terminó mirando a la joven con aprensión.

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Esa noche, Beatriz se encontraba aún en el laboratorio cuando oyó al reloj dar las doce. Terminó de introducir la dosis exacta de la poción que habían hecho en tres redomas y las tapó con cuidado. Tres redomas… una para Sirius, otra para Harry y otra para ella. Sí, ella también iría, acompañaría a Harry en busca de su padrino a pesar de las serias advertencias y del enfado de Severus. Algo le decía que sus poderes como Heredera de Slytherin serían necesarios para conseguir resolver con éxito su aventura.

Un escalofrío recorrió su cuerpo y, sin saber por qué, introdujo otra dosis en una nueva redoma que cerró y escondió entre los pliegues de su túnica. Su intuición le avisó que sería necesaria, y ella había aprendido a creer en sus intuiciones. Trató de visualizar su futuro inmediato, poderes heredados de la familia de su madre, pero éste se le apareció velado.

Normal, si transcurre en el mundo de los muertos, allí donde los vivos no pueden mirar.

Vertió lo que quedaba de poción en un matraz y, tras etiquetarlo adecuadamente, lo depositó en una de las estanterías, procediendo entonces a limpiar los utensilios que habían usado en su preparación. No podía dejar de pensar en Severus, en el temor que translucían sus palabras cuando habían discutido, a pesar de su tono sarcástico y malhumorado. Sabía que su enfado provenía de su miedo a perderla, tal y como había perdido a Lily, ya que se iban a aventurar allí donde ningún vivo (excepto aquél que había escondido las amarillentas hojas en el libro) se había aventurado jamás, lo que la decidió a hablar con él y tratar de tranquilizarle.

Terminó lo que estaba haciendo y, tras guardar las tres redomas que quedaban en una bolsita de raso negro que depositó encima de una de las mesas, salió de la estancia y se dirigió hacia las habitaciones del hombre.

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Severus se encontraba en su habitación, a punto de acostarse, terminando de repasar la receta de una de las pociones que el señor oscuro le había pedido cuando unos suaves golpes en la puerta le sobresaltaron.

-Adelante.

La puerta se abrió para dejar paso a… Narcisa Malfoy.

Ataviada con un camisón de tirantes negro, largo hasta los pies descalzos, que contrastaba visiblemente contra su pálida piel y su pelo, la mujer avanzó suavemente y cerró la puerta tras de sí, mirando con deseo al hombre vestido sólo con unos pantalones de chándal negros.

Severus no pudo evitar que sus ojos recorrieran la madura figura de la mujer cuando un sutil aroma a cítricos llegó hasta su nariz. Ella sonrió levemente al ver que él no podía apartar la mirada de su cuerpo y avanzó hasta encontrarse a tan sólo unos centímetros de él.

-¿Te gusta lo que ves?

El hombre, tratando de recuperar parte de su sangre fría, inquirió:

-¿Qué deseas?

La mujer no le hizo caso.

-Estás muy tenso.-Ronroneó suavemente mientras se pegaba a él.- Déjame que te ayude.

Severus se separó bruscamente de ella.

-No creo que sea lo más adecuado.

Ella rió quedamente.

-Severus, Severus, siempre tan estirado. Siempre me pregunté por qué nunca quisiste participar en nuestras "fiestas".

-Querrás decir orgías.

-Llámalo como quieras.- comentó ella moviendo la mano.- ¿Sabes? Podrías haber tenido a cualquiera de nosotras, Bella incluso llegó a pensar que era porque tenías otro tipo de "gustos", e incluso me atrevo a decir que podrías haberlos tenido también a ellos, sabes que hay algunos que no hacen distinciones.- Se volvió a acercar a él y acarició su torso desnudo.- Rompiste muchos corazones cuando nos enteramos de que preferías a la hija del Lord, entonces descubrimos que Severus Snape no sólo no era ningún tonto, si no que era el más listo de todos nosotros. Deseabas lo que todos: poder, y aún más. Codiciabas el sitio del mismísimo Lord.

El hombre agarró a la mujer por la muñeca, separando la mano que le había estado acariciando.

-¿Qué te pasa, tienes miedo de mí?- se burló ella.

-No me gustan tus manejos.

-¿Manejos? – rió ella- No, Severus, sólo te propongo pasarlo bien, no veo nada malo en ello.- Dijo rodeándole con sus brazos el cuello y pegándose a él - ¿Lo haces por esa… joven? Yo puedo darte más placer del que ella podrá darte nunca.

Y sin que el hombre pudiera evitarlo, le besó.

En ese momento, la puerta de la habitación se abrió y una atónita Beatriz apareció en el umbral. Su expresión se oscureció mientras el hombre se separaba bruscamente de Narcisa y balbucía:

-No… no es lo que parece.

Ella le echó una mirada de odio en estado puro y se dirigió hacia su habitación. Antes de que pudiera traspasar la puerta, él la agarró del brazo y la obligó a volverse. La inexpresiva cara de la chica le alarmó, cuando sintió como si la mano que agarraba el brazo de la joven estuviera agarrando un metal muy caliente y de pronto una fuerza invisible le empujó, saliendo despedido hacia atrás y chocando contra la pared.

Lo último que oyó fue el portazo de la joven, unido a la carcajada de triunfo de Narcisa Malfoy.

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La mañana siguiente, Beatriz entró el salón de la mansión Snape donde Harry le estaba esperando.

-¿Preparado?- inquirió con una fría sonrisa.

El joven asintió, mostrando su varita en una mano y la bolsa negra con las redomas en la otra.

- Bien, vámonos.- Dijo la joven saliendo al vestíbulo.

-¡Espera! ¿No va a venir Snape con nosotros?

La cara de la joven se volvió una máscara impenetrable, cosa que sorprendió al joven, ya que no sabía nada de lo ocurrido la noche anterior.

- No, iremos solos al ministerio.- El joven estuvo a punto de protestar, pero una sombra en los ojos de ella le disuadió de hacerlo.

-¿Cómo lo haremos?

- Nos apareceremos en el Caldero Chorreante, y luego iremos en metro hasta el Ministerio. Dumbledore me comentó que era la mejor manera para no levantar sospechas, y que tú y el señor Weasley llegasteis así la vez que fuisteis a tu juicio. ¿Te acordarás de cómo llegar?

-Creo que sí.

La joven sacó un pergamino enrollado y lacrado de uno de los bolsillos de sus vaqueros, lo sostuvo con una mano y, haciendo un complicado movimiento con la varita sujeta en la otra mano, el pergamino desapareció.

-Bien, vámonos.

Se acercó al joven, le agarró a uno de los brazos y ambos desaparecieron con un suave plop, sin darse cuenta que una mujer les observaba desde lo alto de las escaleras.

-Ha llegado tu hora, niñata.- La demoníaca sonrisa de Narcisa Malfoy les habría asustado si la hubieran visto, ya que evidenciaba el odio que sentía hacia la joven, a quien consideraba culpable del derrumbamiento de todo su mundo. Su marido había renunciado a ella y a su hijo, prefiriendo a la joven e intentando matarla, pero la gota que había colmado el vaso había sido el rechazo de Severus la noche anterior, que también había preferido a la joven antes que a ella. Y es que nadie se interponía en la vida de Narcisa sin pagarlo muy caro.

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Esa misma mañana, Severus se despertó en su cama, con un fuerte dolor de cabeza. Miró la hora y se sobresaltó: ¡las diez en punto! Al incorporarse, sintió que le acometía un intenso mareo, por lo que volvió a recostarse. Se giró en la cama, quedándose de lado, cuando un pergamino enrollado rodó de su almohada hasta el colchón. Lo cogió y, al ver en el lacre el sello de Beatriz, lo rompió con presteza y lo desenrolló. Con un grito, mezcla de furia y de temor al leer el contenido, pero sobre todo al ver la firma, Se levantó, se vistió con un rápido encantamiento y salió corriendo de la habitación.

En el suelo quedó el pergamino con la escueta nota de la joven:

Nos hemos ido al Ministerio de Magia.

Ryddle.

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Salieron del metro y ambos caminaron rápidamente, internándose por calles cada vez más desiertas hasta llegar a la calle en donde el cubo rebosante de basura seguía a unos cuantos pasos de la semidestruida caseta telefónica, ambos luciendo bastante descoloridos a la sombra de los edificios. Se miraron entre sí y, sin mediar palabra, entraron decididos en la estropeada cabina telefónica y cerraron la puerta.

-¿Y ahora? - Inquirió la joven.

-Si recuerdo bien, deberíamos marcar el código de entrada en el teléfono.

Beatriz cogió el auricular, se lo acercó a la oreja y preguntó:

-¿Cuáles son los números?

- Seis, dos, cuatro, dos. Esperemos que no los hayan cambiado.

La joven giró el disco marcando los cuatro números y, mientras el disco giraba zumbando para recuperar su posición inicial, la fría voz femenina que ambos reconocieron como la misma de sus anteriores visitas al Ministerio se escuchó dentro de la caseta.

- Bienvenidos al Ministerio de Magia. Por favor, indiquen su nombre y el asunto que les trae al Ministerio de Magia.

- Harry Potter y Beatriz Riddle.- Respondió la joven.- Venimos a una entrevista con el ministro de magia, Cornelius Fudge.

- Gracias - dijo la glacial voz de mujer. - Visitantes, hagan el favor de tomar las insignias y colocarlas al frente de sus túnicas.

Dos insignias se deslizaron por el canal metálico por el que normalmente salen las monedas devueltas. Harry las recogió y le pasó a la joven la suya.

- Visitantes del Ministerio, deben presentarse para un reconocimiento y entregar sus varitas para ser registradas en el escritorio de seguridad, localizado al final del Atrio.- Advirtió la voz.

De repente, el suelo de la cabina telefónica se estremeció y el pavimento de la acera se levantó por encima de las ventanas de cristal, la oscuridad se cerró sobre sus cabezas y con un monótono rechinar se hundieron en las profundidades del Ministerio de Magia. El destello de una suave luz dorada golpeó sus pies y, haciéndose más grande, les cubrió todo el cuerpo. Observaron por las ventanas mientras el ascensor terminaba de descender, pero el Atrio parecía inusualmente vacío. Tres brujas conversaban con un mago y otro mago esperaba de pie a que el ascensor llegara.

- El Ministerio de Magia les desea un agradable día.- dijo la voz de mujer.

La puerta de la caseta telefónica se abrió de pronto y ambos salieron. Rápidamente reconocieron al mago que esperaba de pie: Kingsley Shacklebolt, el auror amigo del señor Weasley y uno de los miembros de la Orden del Fénix

- Bienvenidos al Ministerio de Magia.- Saludó el hombre.- Venid conmigo.

Les precedió por el atrio y les llevó más allá de la fuente hacia el escritorio donde se sentaba el guardia-mago, que se levantó de su silla, pero, a un gesto de Kingsley, volvió a sentarse y les dejó pasar sin hacer ningún comentario. Los dos jóvenes se miraron entre sí. Parecía que las cosas habían cambiado mucho en el Ministerio.

Pasaron a través de las puertas doradas hacia los ascensores. El hombre presionó el botón de "abajo" más cercano y casi inmediatamente un ascensor estuvo a la vista, las rejillas doradas se abrieron con un gran y resonante clank, y los tres entraron rápidamente. Kingsley apretó el botón con el número nueve; las rejillas se cerraron escandalosamente y el ascensor comenzó a descender, golpeando y rechinando.

Cuando el ascensor paró con una leve sacudida, la fría voz femenina anunció:

- Departamento de Misterios.- Y las rejillas se abrieron.

Salieron hacia el desierto corredor donde lo único que se movía eran las antorchas cercanas situadas en las paredes que oscilaban a causa del aire proveniente del ascensor. Torcieron a la derecha y pronto pudieron oír un suave murmullo. Dos personas aguardaban al final del corredor, parados ante una puerta totalmente negra: Fudge y otro hombre al que no reconocieron.

El ministro de magia les saludo con sequedad y, tras intercambiar unas palabras en voz baja con Kingsley, se volvió hacia ellos con expresión altanera. Pero ante una extraña mirada de la joven, su expresión cambío, y afirmó tembloroso:

- Espero que sepáis lo que vais a hacer. Yo nunca lo hubiera admitido, nunca.

Sin más, se volvió y se encaminó por el pasillo. Le vieron torcer la esquina, y pronto oyeron el chirrido de las puertas del ascensor al cerrarse, y el ruido que hacía éste al subir.

- Chicos, - les llamó Kingsley – este es Michael Bregins. Él os llevará hasta el arco del velo.

- Podéis llamarme Mike.- Sonrió éste. Era un hombre alto, fornido, rubio, con unos desconcertantes ojos azules, más claros de lo normal, en los que casi no se podía apreciar la pupila.

La joven le examinó con interés. No todos los días se encontraba uno con un innombrable.

-¿Estáis preparados? – Preguntó el hombre con simpatía.

-Bien, yo me quedo aquí. Que tengáis suerte.- Dijo Kingsley.- Y, por favor, tened mucho cuidado.

Los dos jóvenes asintieron con la cabeza y, precedidos por el innombrable, traspasaron la puerta.

Todo estaba tal y como Harry recordaba. La sala grande y circular, con el suelo, el techo y las paredes de una negrura que la luz no conseguía traspasar. Colocadas alrededor de las paredes había doce puertas negras idénticas, sin ninguna marca y sin picaportes, intercaladas con ramilletes de velas cuyas llamas ardían azules, su fría y vacilante luz re reflejaba en el brillante piso de mármol, lo que hacía que pareciera que caminaban sobre agua oscura.

El innombrable cerró la puerta y el joven se estremeció. Sin el largo rayo de luz proveniente del pasillo de las antorchas, situado detrás de ellos, el lugar se volvió tan oscuro que por un momento lo único que podían ver era el lugar donde estaban los ramilletes de vacilantes velas y su fantasmal reflejo en el suelo. Harry no pudo evitar rememorar lo ocurrido allí dos años antes, cuando, junto a Ron, Hermione, Luna, Ginny y Neville habían entrado en el Ministerio y llegado allí y aún más lejos, tratando de liberar a un Sirius que no necesitaba ser liberado, ya que todo había sido una trampa preparada por el señor oscuro.

Notando la turbación del joven, Beatriz posó su mano en el hombro del chico y apretó suavemente.

- Pronto le verás de nuevo.- Susurró en su oído.

Harry le sonrió. De pronto, se oyó un estrepitoso ruido y las velas comenzaron a moverse hacia un lado. La pared circular de la estancia estaba girando, y con ella, las doce puertas, incluida aquélla por la que habían entrado.

Beatriz se agarró del brazo de Harry, como si temiera que el suelo pudiera moverse también, pero éste no lo hizo. Durante unos segundos, las llamas azules alrededor de ellos se volvieron borrosas, asemejando luces de neón, mientras que la pared giraba rápidamente; entonces, tan repentinamente como había comenzado, el sonido paró y todo se quedo de nuevo inmóvil.

-¿Qué haremos ahora? – inquirió la joven.

El joven se encogió de hombros ante la atenta y divertida mirada de Mike.

- La otra vez que estuve aquí, fuimos probando las puertas, pero el problema era que cuando volvías y la cerrabas, la pared de la sala volvía a girar, así que Hermione, usó el hechizo Flagrate para señalar con una X cada puerta que ya habíamos pasado.

-Tengo entendido que recorristeis una parte de los sótanos del ministerio.- Comentó Mike.- Bueno, chicos, ¿qué puerta creéis que es la correcta?

Harry le miró desconcertado, mientras Beatriz cerraba los ojos y se concentraba, dejando la mente en blanco, tal y como había practicado tantas veces con Severus. Severus… Apartó al hombre de sus pensamientos con una mezcla de tristeza y resentimiento y pronto escuchó unas leves y sumamente tenues voces provenientes de su derecha. Abrió los ojos y señaló la puerta correspondiente a esa dirección.

- Esa es.

El innombrable la miró sobresaltado.

-¿Cómo has podido saberlo?

-Magia.- Contestó ella sonriente.

Seguida de una extraña mirada del hombre, se encaminó hacia la puerta y la abrió.

-¿Venís?

Harry se acercó y, tras una mirada inquieta, traspasó la puerta. Ella iba a seguirle cuando el hombre la detuvo.

- Eres muy poderosa, de una forma que no había vuelto a ver desde la guerra contra Voldemort.- ella le miró directamente a los ojos y, tras unos momentos, una intensa paz y tranquilidad la envolvió. El hombre sonrió.- Protégele, pues siento que hay un peligro que os persigue, aunque no consigo adivinar su naturaleza.

Ella le miró preocupada.

-Lo haré.

Ambos traspasaron la puerta.

- La Cámara de la Muerte.- Susurró la joven.

Pasaron a una nueva sala, más grande que la anterior, débilmente iluminada y rectangular. El centro de este estaba hundido, formando una gran fosa de piedra de unos seis metros de profundidad. Estaban parados en la parte más alta de lo que parecían ser escalones de piedra que corrían alrededor del cuarto y descendían hasta lo que parecía un anfiteatro o la corte donde Harry y Beatriz habían sido juzgados por el Wizengamot. Pero en lugar de una silla con cadenas, había un estrado de piedra levantándose en el centro de la fosa, sobre el cual descansaba un arco de piedra tan antiguo y agrietado que a Beatriz le sorprendió que aun pudiera mantenerse en pie. Sin apoyo de ninguna pared a su alrededor, del arco colgaba un harapiento velo o cortina que, a pesar de la quietud del frío aire a su alrededor, se agitaba ligeramente como si alguien lo acabara de tocar.

- ¿Es ese? – inquirió la joven en un susurro, sintiendo un temor reverencial que le impedía levantar la voz.

El joven asintió. Bajaron los escalones uno por uno hasta alcanzar el fondo de la fosa de piedra. Sus pasos resonaron muy fuerte mientras se dirigían hacia el estrado. El arco anguloso parecía mucho más alto desde donde estaban parados ahora que visto desde arriba. El velo todavía se balanceaba suavemente, como si alguien acabara de pasar a través de él.

- ¿Sirius? - susurró Harry, con la extraña sensación de que había alguien parado justo detrás del velo en el otro lado del arco. Por toda contestación, una ráfaga de aire helado atravesó el andrajoso velo e impactó contra éllos.

- Harry.-Le llamó la joven. Sonaba asustada, casi tan asustada como lo había estado Hermione dos años atrás, cuando se enfrentaron por primera vez al velo. Y él sentía lo mismo que había sentido dos años atrás: pensaba que el arco tenia cierto tipo de belleza, aun siendo tan viejo, el sereno y ondulante velo le intrigaba, sentía una inclinación muy fuerte a subir al estrado y pasar a través de el…

Repentinamente, Mike le agarró y tiró de él hacia atrás, sobresaltando al joven, que pareció salir de un sueño, mientras la joven caía de rodillas con un sollozo.

- Beatriz, ¿qué ocurre? – inquirió Harry arrodillándose junto a la joven, inquieto al verla en ese estado.

- Ese velo, es…

-¿Sí?

- Cuando esa ráfaga de aire nos ha golpeado… he sentido ira, un odio intenso, como si algo me atenazara y no pudiera respirar, pero también una gran congoja, tristeza… y las voces… Hay algo malo, Harry, algo muy malo ocurre o ha ocurrido ahí dentro.

- Pero tú dijiste que…

-Yo dije que en el libro no se hacía referencia a ningún peligro, no que no los hubiera.

-Pero Sirius… – empezó el joven, su cabeza luchando enconadamente con su corazón.

Ella se levantó.

-Tienes razón, por muchos peligros que haya, no tendremos ninguna oportunidad sin tu padrino. Necesitamos a Sirius.

El innombrable les miró consternado.

-¿Estáis seguros?

-Si pudieras contarnos algo sobre el velo…

El hombre meneó la cabeza.

-Nadie sabe lo que esconde.

La joven asintió con la cabeza. Tratando de sonar convincente, añadió:

-Debemos hacerlo. Además, ¿qué son unos cuantos peligrillos para alguien que ha luchado contra Lord Voldemort? – sonrió la joven, tratando de infundir ánimos a un Harry bastante asustado.

- De acuerdo entonces.

- Bueno, aquí estamos.- Suspiró la joven, mirando a Harry con una media sonrisa.- ¿Te gustaría hacer los honores?

-¿Los honores? Di más bien que voy a hacer de cebo si hay algo malo ahí detrás.- Sonrió él.

- Vamos, que no se diga que un Gryffindor ha perdido la valentía.

El chico miró al velo.

-Allá vamos.- Y lentamente, atravesó la arcada, desapareciendo detrás del velo.

La joven miró al innombrable y el miedo y la piedad que vio en sus ojos le hizo estremecerse. De pronto, se dio cuenta de que él sabía lo que les esperaba tras el velo. Y lo peor de todo fue que tuvo la certeza de que el hombre no esperaba volver a verlos con vida.

Estuvo a punto de hechizar al hombre y obligarle a ir con ellos, pero éste, adivinando las intenciones de la joven, desapareció. Ella no fue tras él, Harry ya había cruzado y podría estar en peligro. Con un cansado suspiro, ella traspasó el velo.

Desde lo alto de las gradas, el innombrable la vio marcharse y, a pesar de todos sus años de entrenamiento, no pudo evitar que una lágrima resbalase por su mejilla. Acababa de mandar a una muerte segura a la única esperanza del mundo mágico y a su acompañante. Se odió por ello, pero cumplía órdenes, dadas por el más alto poder del mundo mágico: Cornelius Fudge, ministro de magia. Pero sobre todo odió con todas sus fuerzas el juramento mágico de fidelidad que había realizado el día que le nombraron innombrable, que le impedía incumplirlas.

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¡Hola a tods! ¿Qué tal estáis? Aquí tenéis un nuevo capítulo, espero que os guste. ¿Qué os ha parecido?

Spoilers: el fuego frío está sacado literalmente de un libro de Michael Ende titulado "El Ponche Mágico", y el Ministerio de Magia del quinto libro de Harry Potter.

Como por lo visto ahora no se puede responder a los reviews en los fics, os he respondido a cada una en su correo, ok?

Y ya sabéis: dudas, tomatazos, howlers, felicitaciones y demás, todo a los reviews.

Bexitos, Bea