LA CANCIÓN DEL TIEMPO.

Cap.1. El príncipe.

Desde las ventanas, el paisaje se mostraba como una joya brillante. Una densa arboleda rodeaba el castillo, sus hojas amarillentas y ocres temblaban por la fuerza del viento. Más allá, vislumbraba campos de cultivo y, perdido en el horizonte, el sistema montañoso coronado por un volcán.

El maestro alzó la mirada de su libro y observó al príncipe, que contemplaba el paisaje. Era muy joven, un niño, apenas había empezado la transformación en un hombre adulto. Tenía los hombros estrechos, cuerpo delgado y fino, manos casi femeninas que sujetaban la barbilla del rostro redondo e inocente. Los ojos azules estaban perdidos en una lejana ensoñación, y de vez en cuando un bucle de su cabello rubio le devolvía a la realidad, cayendo sobre uno de sus ojos. Con gesto pausado, cogía el mechón y lo ocultaba detrás de sus largas orejas puntiagudas.

Link V Barnerak, futuro rey de Hyrule, hijo único de la gran reina Estrella, contemplaba el paisaje aquel otoño, mientras el sol iba ocultándose detrás de las montañas.

¿Os encontráis bien, alteza? - quiso saber el maestro. Sobresaltó al muchacho, que dejó la contemplación y le tendió el examen.

Si, maestro. -fue su contestación.

No lo parece. - el maestro se colocó bien las gafas y observó el rostro del chico. - ¿Estáis preocupado por el viaje?

Link jugueteó con un trozo de papel, hasta hacer una bola.

Un poco. Jamás he salido más allá de los terrenos del palacio.

Órdenes de la reina. Por motivos de seguridad, Link sólo podía pasear por el inmenso parque del castillo. Debido a esto, tenía poco contacto con los niños de su edad. Tan sólo tenía dos amigos: su yegua Centella, y el maestro.

Os vendrá bien. Hyrule es grande, y debéis conocerlo. - el maestro intuía que el chico trataba de contarle algo, pero no era capaz.

Si, pero... - y aquí vio las dudas y preocupaciones de su joven pupilo. - este viaje no debería hacerlo yo.

El maestro sonrió ante la entonación del "yo.

En cierto modo es verdad. La tradición indica que debe ser la princesa quien haga este viaje al templo, y también que sea después de cumplir doce años. Pero tú eres hijo único.

Por lo tanto, no debería ir. Quizá una futura princesa.

Ah, pero es que esa tradición marca... - y el maestro extrajo un grueso libro de la estantería situada detrás de él. - que es obligatorio en cada generación. Los dioses así lo establecieron.

Y mostró orgulloso los grabados de aquel manuscrito de siglos de antigüedad: Din, Nayru y Farore creando el mundo. El maestro acarició las estampas de forma amorosa; el príncipe, en cambio, torció el gesto. - Quizá los dioses se equivocan.
La frase sorprendió al maestro. El príncipe era inteligente para su edad, sin embargo, en algunas cuestiones, era muy irreflexivo.

Si esa tradición fuera de verdad importante, mi madre habría tenido una niña. - siguió diciendo Link.

Los dioses tendrán algún motivo para cambiarlo un poco. - el maestro retornó el libro a la estantería. - No os preocupéis más por ello, mirad el lado positivo: viajaréis con Centella fuera de los muros de palacio.

El príncipe había cumplido 12 años hacía tan sólo una semana, y su deseo fue conocer el mundo fuera, que era un misterio inconmensurable. El maestro lo sabía, por supuesto. Desde la muerte del rey durante una batalla contra los goblins, había pasado mucho tiempo con el niño (entonces, tenía cinco años) y le conocía tan bien como si fuera su propio padre.

Maestro, hay otra cosa que me preocupa. - empezó a decir antes de ponerse un tanto colorado. - Es sobre los sueños.

¿Si? - esperaba oír alguna confesión hormonal preadolescente; por eso se sorprendió al decir el príncipe.

Sueño que estoy en el templo y que un coro de voces cantan la canción del tiempo. A mi lado hay una chica que llora mientras arroja una espada al altar... ¿Qué puede significar?

Observó al maestro, el cual parecía no tener respuesta posible al sueño del príncipe. Es más, parecía como si le hubiera confesado que había matado a alguien por diversión. A duras penas sonrió y, fingiendo que no sudaba y que no estaba asustado, dijo:

Bah, tonterías. Vos sabéis que los sueños son tonterías. Probablemente estéis nervioso por el viaje.

Y sin más, le tendió otra hoja de ejercicios matemáticos. El príncipe Link aceptó los folios y regresó a sus tareas. Sin embargo, no tardó mucho en volver a la contemplación distraída del paisaje. Esta vez no ansió recorrer las tierras desconocidas; su mente estaba en otro lugar. En el templo, reviviendo su sueño. La sala de piedra gris, el altar con el símbolo de la casa real, y las voces que cantaban aquel viejo himno. "Dentro de poco, lo veré en persona".

¿Quieres parar ya? - le espetó una voz chillona.

La muchacha le miró de reojo antes de decir:

¿Parar de qué?

De tatarear. Llevas todo el día tatareando esa maldita cancioncilla. Juro por los dioses que si te oigo repetirla, te haré masticar barro.

Leclas era así: un mal hablado y un gruñón; pero era el tercero de los mayores, y por lo tanto un apoyo fundamental. La chica no le apreciaba gran cosa, pero reconoció que tenía razón.

Perdona. - aseguró bien la soga a la rama y comprobó que la cuerda no se balanceaba. - Ya sabes, es una de esas canciones que se te meten en la cabeza y no paras de cantar.

¿Qué canción es? - preguntó una voz cerca de su oído. La chica se sobresaltó un poco, algo acostumbrada a las apariciones silenciosas de Urbión.

Urbión era moreno y fuerte, no aparentaba tener 14 años, sino muchos más. No sólo era fuerte: era ágil como un gamo y astuto como un zorro. A la muchacha le ponían especialmente nerviosa sus ojos, de un color rojo anti-natural. Urbión le explicó que sus antepasados fueron Sheikans, un pueblo desaparecido hacía muchos siglos.

Ni idea. - reconoció ella, apartando una de sus muchas trenzas anaranjadas. Tenía ese gesto nervioso, el tocarse una trenza de sus cabellos y retorcerla. - Probablemente la escuché en el barco cuando venía hacia aquí. Los marineros cantan mucho mientras trabajan.

Suena demasiado... -Urbión buscó una palabra para luego decir. - solemne para ser cantada por marineros. Parece más bien un himno.

La chica sonrió con sorna. Cogió el saco de semillas de fuego y, antes de adentrarse en el bosque, comentó:

¿Desde cuando eres un experto en música, Urbión?

Urbión se quedó solo en el claro, mientras Leclas y la chica marchaban en dirección al refugio. Ninguno de ellos escuchó la contestación.

Hay muchas cosas que no sabes de mí, Zelda.