Cap. 2. El viaje por el bosque Kokiri.

Muchas veces, su madre, la reina Estrella le había dicho que poner mucha ilusión en algo es poco fructífero. Siempre la realidad era mucho más cruda y fea que los sueños.

Link avanzaba, montado sobre Centella. Recorrían el bosque de los Kokiri, un inmenso laberinto boscoso, en el que no vivía ni un alma. El príncipe bostezaba subido a su montura. A su alrededor, un círculo de soldados siempre alertas vigilaban a cualquier cosa que se pudiera mover. Era el cuarto día de viaje, pero Link se sentía como si llevara 20 años cabalgando. ¡Si por lo menos su maestro hubiera podido venir!

La reina se mostró inflexible en ese punto: "Las princesas viajaron solas con su escolta, sin ningún familiar o apoyo moral" dictaminó. Link no se atrevía a contrariar a su madre, y por eso no protestó. Se arrepentía ahora de no haber luchado un poco.

Los soldados eran bruscos y maleducados. Tenían como misión protegerle de todo mal, pero esa misión no les impedía reírse de él. Y lo hacían, sobre todo cuando vieron la caja de su instrumento atada a la silla de Centella. A sus espaldas, solían llamarle "la princesita".

"Se burlan de mi porque leo, porque escribo, porque me gusta la música..." acarició el estuche negro de la flauta. "Pero sobre todo porque no sé manejar una espada".

La noche del segundo día, le pidió al sargento que le enseñara un poco. El buen hombre, que admiraba el valor de un joven dispuesto a aprender, le había cedido un arco y un carcaj con flechas. Por las noches, después de la cena, enseñaba al joven príncipe el funcionamiento del arma.

- De este entrenamiento ni una palabra a su señora madre. Me colgaría por los pies de las almenas como se enterara.

"Si por mi madre fuera, yo sería un niño eternamente", pensó con amargura. Cerró el botón de la capa y se encogió sobre sí mismo, buscando calor. Hacía frío en aquel bosque.

- Kakariko está a media jornada, señor. - anunció un soldado, el guía que encabezaba la marcha. El sargento asintió.

- Allí descansaremos. La buena gente de Kakariko nos cederá un lugar para dormir, alteza.

Ante la perspectiva de un lugar a resguardo del frío y habitado, Link se animó.

- Me alegro. Creo que las puntas de mis orejas están congeladas. - comentó, esperando escuchar una risa. El sargento asintió y continuó cabalgando a su lado.

"Me pregunto" pensó Link, echando la capucha sobre la cabeza y acariciando las crines blancas de Centella, "si en Kakariko estaré tan vigilado."

- Yo también me alegraré cuando lleguemos a Kakariko. - comentó el sargento. Link no esperaba que hablara, pero aceptó la conversación. - Estos bosques no me gustan nada.

- Si, parecen un tanto sombríos.

- Príncipe¿conoce las historias que se cuentan de este lugar?

Link se encogió de hombros.

- Más o menos. Mi maestro me contó que antes vivían los Kokiri, una tribu de niños que jamás crecían; auspiciados por un espíritu arbóreo... Pero que después de la Gran Guerra y la destrucción del antiguo palacio, desaparecieron como los Sheikans.

- Ah, no sabía nada de eso, alteza...- comentó el sargento. - Yo me refería a lo otro.

- ¿Los cuentos sobre los Skull-Kids?- Link no pudo evitar sonreír - Señor, espero que no se crea esos cuentos de vieja.

El sargento se puso colorado, pero los ojos furiosos se clavaron en el príncipe; logró parar así su risa.

- No os burléis. Si hubierais visto las cosas extrañas que yo he visto, entonces opinaríais de forma distinta.

Arrepentido por su mala educación, Link abrió la boca para disculparse. Sin embargo, no llegó a hacerlo. Centella se detuvo casi en seco, y cabeceó varias veces.

- ¿Qué te ocurre? - Link acarició el lomo, y la yegua se calmó un poco. Los soldados, en cambio, detuvieron su marcha y observaron a su alrededor.

El bosque estaba extrañamente más oscuro, una densa niebla gris les había cubierto y apenas distinguían los contornos de los árboles. Los bigotes del sargento se erizaron, señal inequívoca que allí iba a pasar algo.

- No os mováis. - ordenó a Link, mientras extraía su espada. - ¡Compañía, atención!

El cabo primero se acercó al sargento, y parlamentaron un momento entre ellos en voz queda. A Link le llegaron las palabras "magia" y "emboscada", susurradas con miedo. El príncipe, por si acaso, extrajo su arco y colocó una flecha, lista para ser disparada. Aparte de los resoplidos nerviosos de Centella y la conversación de los soldados, no había ningún otro sonido.

Sucedió muy rápido, tanto que tardaría en comprender qué sucedía. Hubo un ruido a lo lejos, como el retumbar de una caballería; mas allí no apareció nadie. Pero los soldados empezaron a gritar de dolor. Uno por uno fueron absorbidos por la niebla. El sargento se colocó al lado del príncipe y gritó órdenes a sus hombres. Fue en vano: todos sus hombres luchaban por su vida en medio de aquella niebla. Link apuntó con su flecha, pero se sintió inútil. ¿Cómo distinguir a quién debía disparar? No quería matar a un soldado, desde luego.

El sargento atacaba a la niebla espesa, la espada alzada una y otra vez contra el extraño enemigo. Una bola de fuego se estrelló contra su pecho y le hizo caer al suelo. Link le llamó y trató de bajar de Centella, pero su yegua se había vuelto loca. Coceaba en el aire dispuesta a huir por más que Link le ordenara lo contrario.

- ¡Huid, señor! - gritó el sargento, levantándose del suelo con el rostro quemado.

- ¡No¡Lucharé!

Eso habría hecho, a pesar del miedo que sentía; pero el sargento golpeó las ancas de Centella, y ella interpretó la orden. Antes de poder impedirlo, cabalgaba en medio de la espesa niebla gris, sorteando las ramas de los árboles.

Algo frenó la carrera. Centella se detuvo muy nerviosa. Link reconoció el lugar: era el camino que seguían, un poco más adelante debía estar Kakariko. Si llegaba allí, quizá podría pedir ayuda.

- ¡Vamos, Centella!- espoleó a la yegua, pero no se quiso mover. - ¿Qué te ocurre, qué pasa?

La niebla frente a él se aclaró lo suficiente para ver una silueta a caballo, trotando en su dirección. Los cascos de aquel caballo negro no resonaban sobre el suelo. Apuntó con la flecha y, rezando para acertar, tensó la cuerda y disparó. Dio en el blanco, el hombro del jinete, que se detuvo a unos dos metros del príncipe. Link cogió otra flecha.

- ¡Alto¡Déjame en paz! - gritó. Estaba tan asustado que no se dio cuenta de lo extraño que era el jinete.

Vestía una armadura negra, adornada con relieves dorados que a determinados momentos emitían un fulgor azul mortecino. Era alto, y su rostro, cubierto por un yelmo, debía ser muy pálido, a juzgar por la piel que se vislumbraba a través de la visera. Con un gesto pausado, se arrancó la flecha clavada en su hombro como quién se quita una pelusa. Mientras lo hacía, en lugar de quejarse del dolor, se reía.

- ¿Quién eres? - Link deseó que todo aquello fuera una pesadilla, que estuviera en realidad en su cama en palacio, a salvo. El personaje se reía. Alzó la mano enguantada en acero oscuro y recitó unos versos. Al instante, se formó una bola de luz entre sus dedos.

Cuando lanzó la bola, Link trataba de huir. Sintió calor sobre su pecho: allí se había estrellado la bola de energía, con tanta fuerza que sintió mucho dolor y la respiración le falló. El dolor le cegó. Sólo era consciente de estar todavía sobre Centella, luchando para no caer al suelo. El arco había desaparecido. Poco a poco, caía en medio de la oscuridad.

Centella relinchó, y por unos breves segundos, Link recuperó la respiración y el uso de sus sentidos. Su atacante ya no reía. A su alrededor llovían bolas de fuego. Una de ellas le dio entre los ojos y el ser chilló.

- ¡Toma eso! - gritó alguien. Link se giró un poco: montado sobre la grupa de Centella había un ser aún más extraño que su atacante.

Vestía un traje oscuro, con hojas a modo de falda. Sobre su cabeza, unos mechones naranjas se escapaban del sombrero rojo de fieltro. No pudo verle el rostro, estaba cubierto por una máscara con forma de calavera. El ser le sujetó con una mano rodeando la cintura, y espoleó a Centella. Debido al ataque, el otro monstruo estaba distraído, y Centella había recuperado el brío. Corrió veloz campo a través; atravesando ramas y arbustos. Detrás de ellos, Link escuchaba los gritos de dolor y rabia del monstruo.

- ¡Nos sigue! - gritó su compañero de viaje. - Ahora verá...

No vio lo que hizo, pero fue efectivo. Escuchó un grito de dolor y luego, la niebla terminó por disolverse. Centella galopó guiada por la mano firme de su salvador. Link trató de incorporarse, pero una nube de dolor le envolvió. "Me está secuestrando un Skull-Kid", pensó. Lo último que vio fue su rostro cadavérico.