El claro, iluminado por la fogata, se volvió de repente mucho más oscuro. Desde la marcha de Leclas habían transcurrido unos minutos, que se hicieron casi eternos. Link dejó la flauta en su estuche. Le temblaban las manos. Miraba a Zelda, que también le miraba con los ojos muy abiertos.
¿Cómo conoces tú la Canción del Tiempo? - logró preguntar Link. Zelda parpadeó y, confusa y tartamudeando, le contestó.
No lo sé... - Zelda estaba tan asombrada cómo él. La muchacha le miraba de forma diferente, como si hasta ese momento no se hubiera fijado bien en Link. Le resultaba más conocido que antes. Cuando le vio por primera vez pensó que su familiaridad se debía a las orejas puntiagudas... pero estuvo segura de conocerle de hacía mucho tiempo. Fue la misma sensación que tuvo al conocer a Urbión.
Estamos todos muy cansados. Quizá sea una coincidencia y nada más. - dijo aquel con su voz dulce. - Link, ve a descansar. El hechizo aún te puede afectar.
Esta canción sólo se ha enseñado a los miembros de mi familia. Es secreta; nadie debe aprenderla. - cerró el estuche. Tenía en mente las palabras "traición" y "mentira", que le azotaban como ráfagas de viento.
Tú acabas de tocarla. - intentó defenderse Zelda. La muchacha se había puesto en pie, a la defensiva. Había captado el recelo y la sospecha del joven. - ¿Y se puede saber qué tipo de familia tiene una canción secreta?
Link no supo qué contestar a eso. A estas alturas, no podía decir que era el príncipe de Hyrule. Por fortuna Urbión le pidió a Zelda que no hiciera más preguntas. Entonces, la muchacha dijo un par de palabras en un idioma desconocido y se marchó corriendo.
La he ofendido¿verdad? - Link estaba apenado. Al fin y al cabo, le debía la vida a esa chica.
Un poco; pero es que es muy susceptible. - Urbión le tendió una manta. - Duerme aquí, junto al fuego; se está más caliente en esta habitación que en las demás estancias del templo.
A su pesar, a Link se le escapó un bostezo. Aceptó la manta, se acomodó usando su mochila a modo de almohada y le deseó buenas noches a Urbión. Este se quedó sentado un rato frente al fuego, cavilando. Cuando sintió la respiración pesada y rítmica de Link, junto con algún resoplido o gruñido, se acercó y le examinó el rostro. Luego, con la habilidad de un ladrón experto, le quitó el estuche de la flauta. Con él bajo el brazo, atravesó la estancia y salió en busca de Zelda.
La encontró de pie junto al estanque, tirando piedras para quebrar la imagen reflejada de la luna llena. Era una noche cálida para ser otoño, pero de vez en cuando soplaba una brisa poco agradable que le ponía los pelos de punta. Zelda no sabía explicarlo, pero a veces podía sentir la vida que antes hubo en aquel lugar.
¿Qué vienes, a regañarme? - dijo sin darse la vuelta, cuando sintió la presencia de Urbión.
No. - Urbión se colocó a su lado. - Vengo a enseñarte una cosa.
Zelda le miró con su habitual escepticismo. Reconoció la flauta de Link, y al hacerlo bufó, rabiosa como una gata. Urbión le señaló una de las teclas: había un dibujo grabado sobre ella.
¿Y qué? Son tres triángulos.
Es el sello real, de la casa de Hyrule. - Urbión parecía muy satisfecho. Le contó que, mientras estuvo en el orfelinato, vio una carta escrita por la reina. El membrete del documento tenía el mismo dibujo, sólo que aquel estaba decorado con hojas y dos alas.
Eso explica quién es: un noble. Pero¿qué pasa entonces? Nos ha mentido.
Tú también lo has hecho, cuando has dicho que no recuerdas dónde escuchaste la canción. - Urbión se sentó en una columna derruida. Zelda le imitó. Desde que se conocieron, prácticamente podían leerse el pensamiento. Para ser justos, Urbión parecía conocer mejor a Zelda que al revés; pero la mayoría de las ocasiones no hacía falta que se dijeran nada.
Vale. Sí, antes he dicho que no lo sabía; y es mentira. - arrancó una mala hierba que crecía entre las grietas de la columna. - Mientras la escuchaba recordé donde la aprendí. Pero es tan extraño.
Puedes confiar en mí. - Urbión le pasó el brazo por encima de los hombros. A Zelda le gustaba cuando hacía eso, porque se sentía protegida y segura.
Fue en un sueño que tuve hace dos semanas. - Zelda apoyó la cabeza en el hombro de Urbión. Este acarició las trenzas anaranjadas. - Estaba en una habitación de piedra gris; delante había una especie de altar de roca. Sé que tenía que hacer algo, que la vida de alguien corría peligro. Si fallaba, moriría. Mientras dudaba, un coro de voces cantaba esa canción. No entendí la letra, pero me dio mucho miedo. El sueño acababa con la voz de una persona gritando ¡no!- se giró un poco para ver mejor la expresión de Urbión.
Ya sabía que no ibas a estar con nosotros para siempre. Eso es lo que significa tu sueño.
¿Que pronto os dejaré?
Sí, para continuar tu misión, la que te trajo a Hyrule. Creo que deberías acompañar a nuestro amigo el marqués a ese templo.
Escuchó un gruñido, algo parecido al cansancio. Urbión, comprendiendo porqué la muchacha se mostraba reacia a abandonar el bosque, le comentó que ellos estarían bien, que tenían suficientes semillas de fuego o de "esencia" para sobrevivir. Mientras soltaba su discurso, Zelda se aferró más a él, como si Urbión fuera su peculiar tabla de salvación.
A veces me pregunto - dijo. - si alguna vez volveré a verle.
Yo sí creo que algún día te reencontrarás con tu padre. - Urbión acarició las trenzas naranjas y así se quedaron, en silencio, contemplando el lago y la luna llena.
Leclas, entre bostezos, gruñidos y quejas, logró despertarse. Aún no había amanecido, pero no debía quedar una hora para que el sol empezara a iluminar el templo y sus recovecos. A duras penas, se levantó y sorteó los bultos que, envueltos en las mantas, dormían plácidamente. Les miró con envidia. Le tocaba a él preparar y servir el desayuno. Recogió la olla y fue camino del estanque para llenarla. Antes de hacerlo, sin embargo, se asomó a la estancia mayor del templo, donde dormían los niños que estaban enfermos. Urbión les cuidaba, vigilando por si alguno se encontraba peor o manteniendo el fuego. Dormía cerca de la entrada para vigilar que nadie (sobre todo, algún insecto o culebra) les perturbara. Reconoció la mayoría de los bultos, pero enseguida se percató de que uno supuestamente faltaba.
Antes de alarmarse, se asomó al jardín de la entrada del templo, dónde él mismo había atado las riendas de la yegua. Entonces, soltando el caldero, corrió hacia el árbol que adornaba la entrada, y sacudió el tronco.
¡Zelda!
Ella dormía sobre las ramas, debido a que le agobiaba dormir en espacios cerrados. La temperatura rara vez la afectaba. Percibió el bulto entre el follaje, y le llegaron los sonidos de la chica tratando de despertarse.
¡Zelda, el marqués!
Leclas, hoy te toca a ti, no seas cara... - le contestó la chica desde arriba.
¡Link se ha ido!
Nada más acabar la frase, Zelda Esparaván saltó de la rama y cayó de pie, como si fuera algún tipo de felino. Al principio pensó que quizá Leclas se asustaba sin motivo: el marqués bien pudo levantarse a darse un baño. Sin embargo, en cuanto vio que Centella no estaba, compartió el miedo de su amigo. Entró en la sala, despertando en el camino a Urbión, que dormía como un lirón. Era raro, pues el Sheikan era capaz de escuchar cualquier sonido, y rara vez podían encontrarle desprevenido.
Zelda se acercó al lugar donde Link había dormido. Estaba recogido, tan sólo había una nota y una bolsa llena de rupias.
¿Qué pone? - le preguntó Leclas, mientras trataba de contar el dinero. Él sabía contar, pero no más allá del número 10, y encima aquellas rupias eran de distintos colores: rojas, moradas, y hasta una amarilla como el oro. Supuso que, siendo sin duda más de diez y con tantos colores debía ser una pequeña fortuna.
"Estimados amigos:"- empezó a leer. - "Lamento mucho irme tan temprano, y sin despedirme; pero mi viaje no puede esperar. Por favor, aceptad estas rupias para conseguir comida. Aceptadlas como un anticipo de todo lo que os debo. Os doy mi palabra de honor que intentaré remediar vuestro sufrimiento y el de otros niños. Mientras tanto, sed pacientes y tened fe. Muy agradecido, vuestro amigo Link V Barnerak".
¿Qué quiere decir "anticipo"? - de entre todas las palabras que Leclas no comprendió, aquella debía ser la más importante.
Que luego nos dará más. - Urbión había regresado al mundo de los vivos. Leyó él también la nota, con la cara llena de preocupación.
Ese tío está loco. - Zelda se puso en pie, el rostro casi lívido de la rabia. - No tiene ni idea de donde está, ni mucho menos sabe cómo salir del bosque. Se perderá, y tú sabes muy bien qué peligros hay por aquí.
Lo sé muy bien. - Urbión asintió. - Hace poco que salió, quizá podamos alcanzarle.
Zelda asintió. Corrió al árbol donde tenía sus cosas, y bajó bien pertrechada: su chaqueta que más abrigaba, de doble hilera de botones; su espada con su vaina, el tirachinas y el escudo, atado todo a la espalda con una correa de cuero. Antes de seguir a Urbión, que ya había localizado el rastro de Centella, recogió cinco frasquitos de cristal y los guardó en la mochila. Presentía que aquello no iba a ser un paseo.
Pasaron algunas horas, y Urbión, que había localizado el rastro a la perfección, se bloqueó en una bifurcación.
Um, vaya... - señaló al suelo. - Aquí hay piedra caliza, los cascos no han dejado marca.
Genial. - Zelda observó los dos caminos que se abrían ante ellos. Aunque había aprendido mucho sobre el bosque ese año, aún había lugares que desconocía por completo. El camino de la derecha era una boca negra, y corría por él un aire frío y malsano. El de la izquierda olía a rayos. - Ese es el pantano.
Entonces, debes ir por ahí. - Urbión sacó el puñal con el que se defendía. - Este camino terminará sin duda en el Sur. Si no le encuentras, nos reuniremos aquí dentro de una hora.
¿Y si le encuentro también? - Zelda se giró hacia Urbión, pero este ya corría por el camino de la derecha. La razón por la que Sheikan no le había contestado era porque ella ya conocía la respuesta. - Adios, Urbión.
No tuvo más tiempo de pensar en él. Escuchó un grito y un relincho de caballo, que provenían del pantano. Suspirando, cogió el tirachinas y una semilla y corrió en esa dirección.
Al llegar, la primera reacción que tuvo fue reírse. No todos los días se podía ver a una Deku Baba gigante, un espécimen raro, tratar de tragarse a alguien. Esta, que medía unos tres metros de alto, intentaba engullir entero al pobre desgraciado. Sin embargo, los pétalos no podían absorberlo del todo. Las piernas enfundadas en unos pantalones marrones pataleaban en el aire. Alrededor de la planta, Centella trataba de liberar a su dueño, coceando las raíces y relinchando furiosa. Zelda atrapó las riendas y la apartó.
Tranquila. - esperó a que la Deku Baba hiciera lo que hacen en casos como este, es decir, cuando no pueden comerse a la víctima entera.
Escupió el bulto azul, que cayó cerca de Zelda. Aparte de la capa de baba transparente, parecía estar bien. Zelda lanzó una de las semillas con el tirachinas. La planta se percató de su presencia y acercó demasiado sus pétalos carnívoros, lo suficiente para que la semilla se introdujera en su interior y le provocara una parálisis. Zelda describió entonces un círculo con la espada, y cortó el tallo por la mitad. Los pétalos cayeron cerca del muchacho, aún abiertos ante la posibilidad de una nueva víctima más digerible. Las hojas y el resto del tallo temblaron antes de caer muertos.
Zelda se giró hacia Link, muy furiosa.
Oye, tú, maldito imbécil: si querías suicidarte, yo te habría prestado el veneno.
Link, avergonzado, luchaba por quitarse de encima la baba.
Agh.. que asco.
Ella también pensó lo mismo de ti. - sin prestarle más atención, la chica se agachó y examinó la corona de pétalos. Link observó curioso que la chica recogía algo del interior de los pétalos. Parecían dientes, pero eran negros y tenían un brillo extraño. En respuesta a su mirada, Zelda le dijo:
Son sus semillas. - las guardó en una bolsa; todas menos una, que plantó en el suelo cerca de donde aún estaban los restos de su madre. Mientras, Zelda decía: - Las flores Deku-Baba son peligrosas, pero por fortuna son útiles. El tallo da un tronco para antorchas el doble de duradero que una tea normal, y sus semillas contienen aceite especiales que curan heridas.
Si son peligrosas¿por qué plantas una?- Link se puso en pie. Centella a su lado le lamió para limpiarle, pero lo dejó al sentir el sabor amargo.
Si no lo hiciera, las Deku-Baba desaparecerían. Y entonces¿cómo conseguiría esto?- y le enseñó la bolsa con su botín.
Había recogido un trozo del tallo, que colocó en su mochila, de tal forma que sobresalía. Link, colorado hasta la raíz, empezó a decir:
Gracias. Es la segunda vez que me salvas la vida.
Porque eres un zoquete. Si me hubieras dicho que querías partir hacia Kakariko, te habría acompañado. - Zelda resopló furiosa. - Kakariko está hacia el noroeste. Además te recuerdo que te atacó una especie de monstruo. ¿Quieres encontrártelo de nuevo, zopenco?
Sostuvo la mirada un buen rato. Link estaba a punto de decirle a esa insolente que era el futuro rey, y que debía mostrarle más respeto. Sin embargo, no dijo nada de eso. Hasta ahora, todos excepto su madre, le trataban de usted. Jamás le habían llamado zopenco, ni imbécil... Mirando a Zelda podía intuir que ella no estaba furiosa por haber tenido que salvarle... Estaba furiosa porque se había preocupado por él. "Razona como un soldado. Cree que, al salvarme la vida una vez, contrae el deber de protegerme".
Tienes razón. Lo siento. No quería molestaros más. - Link extrajo de sus bolsillos una brújula. Zelda se cruzó de brazos. - ¿Dices que Kakariko está hacia el Noroeste? - Link movió el instrumento de un lado a otro. Era de metal, su cúpula de cristal permitía ver la aguja imantada. Debajo, servía de guía un dibujo labrado en plata y oro, que representaba una rosa de los vientos. Link la manejaba con duda, balanceándola de un lado a otro. Zelda, con cierta impaciencia, le quitó el instrumento.
Ahora me lo explico: no tienes ni idea. Esto señala siempre al norte¿ves? Pues el noroeste está en esa dirección. Claro que... yo conozco un atajo a Kakariko. - le devolvió la brújula. - Te acompañaré. No quiero que otra Deku Baba muera inútilmente.
Link trató de rechazar el ofrecimiento; pero si pensaba que Zelda era tan fácil de manejar como las criadas del palacio, iba listo. Sin vacilar, se subió a Centella y cogió las riendas. A Link ya le disgustaba haber sido rescatado en dos ocasiones por una chica, y encima que ocupara su sitio en Centella, pero le disgustaba más otra posibilidad. Quizá en Kakariko se habían refugiado los soldados que sobrevivieron. Al verle, le llamarían "señor" y "alteza".
"No voy a ser capaz de hacerla cambiar de opinión, me temo". Link, tras guardarse la brújula, montó y le quitó las riendas a Zelda, rodeándola con los brazos.
De acuerdo. - dijo, y azuzó al animal en la dirección que le indicó Zelda.
Mientras se alejaban, Urbión permaneció oculto tras el tronco de un árbol. Salió de su escondite cuando los sonidos de los cascos de la yegua se perdieron en el bosque.
"Sabía que llegaría el momento... Deseé tanto que no sucediera, que nuestro destino fuera diferente. Pero nada se puede hacer contra los designios del tiempo" pensó. Sumido en severas reflexiones, regresó al refugio.
