Capítulo 8. El templo de la Luz.

Aprovechando que la llanura de Hyrule era un terreno liso y sin obstáculos, Link espoleó a Centella y la yegua demostró su casta noble y fuerte. Las patas del animal trotaban con fuerza en el suelo, levantando polvo. Remontó el camino, saltó sobre arbustos y relinchó de gusto por el ejercicio. Link escuchó reír a Zelda en varias ocasiones. Ahora que conocía su triste historia la comprendía mejor. Si él hubiera tenido la mínima posibilidad de reencontrarse con su padre, habría viajado tantos kilómetros como ella.

Link¿cómo es tu madre? - le preguntó Zelda, cuando hicieron un alto para comer cerca del río Zora. Era mediodía y hacía calor para ser otoño. El príncipe estaba tendido sobre su capa, contemplando el cielo azul.

Como todas las reinas, supongo. Es severa y trabaja mucho por el reino. - Me refería físicamente.

Ah, pues... Es tan alta que da miedo, y también es fuerte. Tiene los cabellos castaños y rizados casi siempre recogidos en un moño. Lo más raro son sus ojos: tiene uno verde y otro amarillo, como el de un lobo. No la veo mucho porque casi siempre está ocupada con los asuntos del reino.

Todo el mundo parece tener una mala imagen de ella. - Zelda masticó una galleta con ansia. Lo siguiente que dijo, lo hizo con la boca llena. - ¿Por qué nadie sabe que eres su hijo?

Puede que sea porque hasta ahora no he salido del palacio. - Link entrecerró los ojos, dejándose mecer por el sonido relajante del agua y los rayos del sol que se colaban entre sus pestañas.

¿En serio?

Si. Desde antes de la muerte de mi padre, hay un miedo generalizado en el palacio por mi seguridad. Siempre han temido que me sucediera algo malo.

Entonces le contó a Zelda su vida en el palacio, las clases con el maestro, y los paseos con Centella por los amplios jardines. Pero, en vez de extasiar a la muchacha con la descripción de la riqueza y el lujo, Zelda parecía horrorizada.

¿Nunca has visto el mar? Tampoco una ciudad, ni has conocido a mucha gente... ¿No te has sentido prisionero?

Muchas veces. Pero, en fin, ahora estoy aquí. - se incorporó. - En estos últimos días, he vivido aventuras y he conocido a gente muy especial. - y le guiñó el ojo. Le divirtió ver cómo la experimentada Zelda se ponía algo colorada.

Continuemos. Aún nos queda para alcanzar el templo de la luz.

En uno de los pocos libros que Link llevaba encima, se encontraba una amplia descripción del templo de la luz y su historia. Como era uno de sus libros favoritos, Link era capaz de recitar párrafos enteros. - El templo de la luz recibió su nombre después de la Gran Guerra. - le contó a Zelda mientras cabalgaban por la llanura de Hyrule. - Antes se llamaba el Templo del Tiempo. Estaba ubicado en el centro de la antigua ciudad de Hyrule, cerca del anterior palacio, que El Mal destruyó durante la guerra.

¿Es cierto que hay un tesoro en su interior?

¿Cómo sabes eso?

Anoche se lo oí decir a uno de los clientes de la taberna.

Es cierto, aunque se desconoce qué es. Lo importante es que la actual familia real de Hyrule tiene como deber proteger el templo. Durante estos siglos se ha enviado a una princesa para que toque la Canción del Tiempo, y así demostrar que la familia recuerda sus deberes.

Alto¿has dicho "princesa?

Esta bocaza... - Link admitió que en teoría él no debía ir, pero cómo no había nadie más para cumplir el deber familiar, le había tocado.

Por fortuna para él, Zelda dejó de reírse cuando avistaron la muralla original de la antigua ciudad. Centella fue al paso, de forma que pudieron apreciar los relieves de la roca y el antiguo empedrado. Sobre el dintel de la apertura estaba el sello de la familia real, adornado con dos alas a cada lado.

Durante la guerra la ciudad se destruyó, y las víctimas del Mal se transformaron en zombis. -dijo Link. Zelda le clavó las uñas en el hombro.

Buen momento para decirlo, alteza.

La ciudad, aunque desaparecida bajo los escombros y la putrefacción, podía percibirse aún sus formas. Estaban en la plaza del mercado, al lado de lo que en otro tiempo fue una fuente. Atardecía, y las sombras se alargaban como malos presagios. Escucharon el aullido de un lobo a lo lejos.

¿Dónde está ese maldito templo?

Cre... Creo que por ahí.

¿Crees? Link, o buscamos un refugio rápido, o seremos la cena. ¡Mira! - Zelda señaló a su alrededor.

En efecto, de entre los escombros surgió una manada de hambrientos lobos. Sus miradas estaban fijas en el caballo y sus dos ocupantes. Uno dio un salto de tal forma que pudieron ver su pelaje gris. Había algo extraño en la forma de moverse de esos seres, como si fueran fantasmas, como si pudieran, de algún modo, quebrar las leyes de la física. - Sujétate. - Link espoleó a Centella. La yegua se mostró fiel, y sin miedo trotó hacia lo que parecía ser el único edificio en pie. Los lobos empezaron a perseguirles, aullando desesperados por el hambre. El edificio tenía una débil luz en su interior, la suficiente para ver que las ventanas estaban cubiertas por vidrieras. Zelda habría exclamado ¡qué bien, pero no llegó a hacerlo. Un lobo saltó desde una montaña de escombros y la derribó de la silla.

¡Zelda! - Link se detuvo. Giró a Centella y observó a su alrededor. No veía a la muchacha, cada vez estaba más oscuro y hacía más frío. Los lobos desparecían perdidos en una neblina que le envolvía. Recordó que ya antes había visto aquello. En el bosque, antes de aparecer el fantasma.

¡No! - desmontó y entonces tocó algo: uno de los múltiples frasquitos que Zelda llevaba encima. Desesperado, avanzó entre la neblina, llamándola.

Escuchó su voz muy cerca. Estaba acorralada contra una pared, rodeada de lobos. No estaba herida y se defendía con su espada, pero los lobos eran más en número.

¡Aguanta! - Link abrió uno de los frasquitos y arrojó la semilla.

Al tocar el suelo, hubo un estallido de luz que cegó a todos los lobos. Link cogió el brazo de Zelda y juntos corrieron. No llegaron muy lejos. La niebla más espesa les envolvió, y el aire frío les detuvo casi en seco. En un acto reflejo, Zelda se colocó entre Link y los lobos que les impedían el paso. Se colocó en posición de combate y esperó a que los animales se acercaran. Centella apareció al lado de Link, asustada y con una mordedura en una de sus patas. Link vio en ese momento la flauta. La sacó del estuche y se llevó el instrumento a los labios. Ya sabía que era una locura, pero algo en su interior le decía que debía intentarlo. Tocó la Canción del Tiempo. No fue su mejor interpretación. Entre el frío, la neblina y la carrera no tenía aliento suficiente y el sonido fue muy débil en principio. La niebla fue fundiéndose a medida que la canción avanzaba. Los lobos aullaron y se retiraron a sus guaridas. Zelda, sorprendida, bajó las armas. Sin la niebla, podía ver donde estaban: a los pies de una escalera que conducía al edificio enorme de mármol que habían vislumbrado antes. En el umbral distinguió la figura encapuchada de un monje.

Pero no era la única persona. Había más gente por ahí, mercaderes, niños, señoras con cestas, soldados... que pasaban al lado de Zelda y Link sin mirarles. Ya no había escombros, sino casas y tiendas. La luz del sol iluminaba la plaza del mercado. Una chica rubia y de ojos azules se detuvo justo enfrente de Zelda. Vestía una larga túnica de seda rosa con adornos en azul, y sobre sus cabellos dorados una cofia con el símbolo de la familia real. El fantasma intentó acercarse a Zelda para tocarle las manos, pero la muchacha retrocedió asustada y tropezó con Link. Como por encantamiento, todo desapareció. En el cielo añil de la noche brillaban las estrellas, y la luna iluminaba las escaleras y la vegetación que los rodeaba.

¿Tú también lo has visto? - le preguntó a Link. El príncipe asintió. Era incapaz de hablar, tenía todo el cuerpo congelado.

La única figura que había sobrevivido a la realidad era el hombre encapuchado. Bajó las escaleras y, con gesto tranquilo, se quitó la capucha.

Bienvenidos, hace tiempo que os esperaba. - el rostro era sin duda el de una persona mayor, arrugado y seco. Su voz juvenil y su tez morena, sin embargo, contrastaban con su aspecto de erudito. La cabeza estaba afeitada, y por eso sus orejas puntiagudas parecían más grandes.

Sujetando un quinqué, que era una débil luz en comparación con la infinita oscuridad del lugar, les condujo al interior del templo. Pasaron por un claustro, donde indicó a Link que podía dejar a Centella. Luego, con mucha calma, les condujo por diferentes pasillos hasta una habitación grande. Todo estaba oscuro, y si no llega a ser por el quinqué, habrían tropezado. El monje no lo necesitaba: Zelda y Link comprendieron enseguida que era ciego.

La habitación a la que les condujo debía ser la cocina. Sobre la mesa, esperando con paciencia, había dos platos. Su anfitrión se acercó a los hornillos y les sirvió un caldo de champiñones. A pesar del miedo que habían pasado y todos los interrogantes, tanto Zelda como Link comieron con apetito. El monje esperó a que terminaran para decir:

Soy Saharasala, el sumo sacerdote del templo de la luz.

Link dejó el cuenco, se puso en pie y, haciendo una reverencia, empezó a presentarse. Un príncipe como él no debía olvidar las leyes del protocolo más elemental. Así no era la forma en la que debía haber llegado al templo, y mucho menos la forma de presentarse, como un vulgar mendigo harapiento. El monje agitó las manos para calmarle, y le pidió que se sentara.

Está bien, alteza. Pero en tiempos como los que van a venir no son necesarias tantas formalidades. Creo que tenéis algo para mí. Link extrajo el medallón verde y lo tendió al monje. Este rozó la superficie con la yema de los dedos. - El árbol Deku... ¿está bien?

Sí. - contestó Zelda. - Le atacó una especie de escorpión gigante pero le eliminamos.

Maese Deku nos dijo que usted nos explicaría qué está pasando. - insistió Link.

Que el Mal ha vuelto, eso es lo que está pasando. Habéis presenciado otra prueba de ello. Su poder y por lo tanto el de sus aliados aumenta. - Saharasala esperó a que Link se sentara. - Aquel monstruo que atacó al árbol Deku era uno de los hijos de Goma, un ser que vivió hace cientos de años. Para comenzar mi historia, debo ir mucho, mucho tiempo atrás. Todos en Hyrule conocen la leyenda del Héroe del Tiempo. El Mal surgió, como un vendaval de aire ardiente, que arrasó las tierras. La gente rezó a los dioses en demanda de ayuda. Se decía que aquel muchacho surgió del futuro, otros del pasado...Derrotó al mal y regresó la paz. Eso es lo que todos conocen; pero aquí, en el templo del Tiempo o de la Luz, se conoce otra historia. El Héroe del Tiempo no estuvo sólo. Para sellar al Mal en un lugar lejano, se unieron a su poder siete sacerdotes, siete sabios. Sus energías se representaban en medallones cómo éste. El héroe los reunió, rescatándoles de muchos peligros y de las garras de los secuaces del Mal. La misión primordial de estos siete sacerdotes es proteger Hyrule del Mal, y evitar que regrese a este mundo. Como precaución, se determinó que los miembros de la familia real, la princesa más concretamente, debía conocer la Canción del Tiempo. Cada generación debía venir aquí y tocarla ante el altar. Esa canción fue compuesta por las tres deidades, la música es una forma de comunicación entre ellos y los seres humanos. Al escucharla, surgen sus conjuros, a veces de protección, la mayoría de las ocasiones de invocación, y pocas para retroceder en el tiempo.

Entonces, tan sólo debo tocarla de nuevo, y ese Mal seguirá sellado. - dijo Link, interrumpiendo al monje. Este chasqueó la lengua.

No, no será tan sencillo. Porque veréis, el Mal hace tiempo que escapó de su prisión.

¿Cómo? - exclamaron a la vez Zelda y Link.

Hace unos siete años se escapó. Era cuestión de tiempo que lo lograra. Por todo Hyrule ahora mismo los secuaces del Mal estarán buscando sus víctimas. Aquel escorpión con el que luchaste se llama Gohma, un leal sirviente del Mal. - tocó el medallón. - Hay que invocar a los sacerdotes para encerrarle de nuevo. Uno está en el bosque. El segundo en el volcán, en un lugar conocido como el Templo del Fuego. El tercer en el templo sumergido del lago Hylia, el templo de Agua. El cuarto en la oscuridad y la sombra, llamado el templo de la Sombra. El último está en el desierto, y recibió el apodo del Templo del Espíritu. Será un viaje largo y los retos serán muchos. Sólo aquellos quiénes han heredado la sangre del héroe podrán superarlos. Y aquí intervenís vosotros.

¿La sangre del héroe? - Zelda le miró un poco escéptica.

El héroe y la princesa colaboraron juntos en la lucha final. El Mal, antes de ser encerrado, les maldijo: "Perseguiré a vuestros hijos". Link, tú eres descendiente de aquella princesa. Y tú, Zelda, debes ser pariente de aquel héroe. La solemnidad del descubrimiento se vio cortada por la risa de Zelda.

¿Yo, descendiente de...¡Anda ya!

Apuesto a que has soñado con una habitación gris y una espada; y que alguien cantaba la Canción del Tiempo. - no le hizo falta la vista para captar la sorpresa de la chica, y también la del príncipe. -Habéis tenido el mismo sueño, eso es una señal inequívoca de que vuestro destino es evitar que Mal regrese.

Los dos se miraron un momento, preguntándose con la mirada cómo era posible que tuvieran un sueño en común. El monje colocó un mapa sobre la mesa.

Esta de aquí es la montaña de Fuego, reino de los Gorons. Es un volcán inactivo. Está a un par de días a caballo. Allí, se cree que está oculto el Medallón de Fuego. Debéis obtenerlo. Zelda negó con la cabeza.

A ver si me entero: quieres que nosotros dos vayamos al interior de un volcán a rescatar una joya ¿para salvar el mundo? - y la muchacha rió con su típica carcajada corta. - ¿Nos has visto bien¡Somos unos niños!

Link le dio un codazo. El monje medio sonrió, sin hacer caso de la expresión fuera de lugar de la muchacha.

Lo sois, en efecto. Pero sólo vosotros podréis hacerlo. - se dirigió a Link, que permanecía sereno. - Es vital para evitar que Hyrule vuelva a sufrir, alteza.

Link asintió, y Zelda se puso en pie. Casi derrama las tazas de sopa.

¿Le crees?

Lo de fuera me ha convencido. Alguien ha tratado de evitar que llegáramos aquí. Iremos a esa montaña.

Saharasala negó con la cabeza.

Link, tú no puedes ir.

¿Y por qué no¿No acabas de decir que los dos debemos?

Cierto es, sí. - el monje escondió las manos dentro de las mangas. - Joven príncipe, el viaje está lleno de peligros, y vuestros enemigos son muchos y poderosos. Si te ocurriera algo, la sangre de la familia real desaparecería.

Link recordó cómo el árbol Deku no le dejó participar en la lucha contra Gohma.

Entonces, tendré que ir sola. - la voz de Zelda interrumpió el hilo de sus pensamientos. - Él estará a salvo en el templo.

Pero, Saharasala, no puedo quedarme de brazos cruzados aquí mientras Zelda arriesga su vida. - protestó Link. Le desesperaba permanecer más tiempo oculto.

El monje pidió calma. Les invitó a dormir, quizá al día siguiente comprenderían mejor todos los hechos. Link no quería, pero sorprendió a Zelda aguantando un bostezo. Saharasala les acompañó a sus habitaciones. Explicó a Link que allí vivían cinco monjes más, y que se levantarían en un par de horas.

Este monasterio es posterior al templo de la Luz, y no es más que un lugar de estudio y recogimiento.

"Donde voy a pasar mucho tiempo" pensó el príncipe. La sensación de angustia se acrecentó más todavía al cerrar la puerta de su celda y contemplar el estrecho camastro. Se arrojó sobre él y, sin desvestirse, ocultó el rostro en la almohada para ahogar el grito de desesperación.

Mientras, el monje acompañó a Zelda a la habitación más remota y lejana del templo. La muchacha no habló durante el trayecto. Antes de entrar en la celda, Saharasala le dio el quinqué y le cogió el hombro.

Zelda, voy a darte un consejo: atenta a tus sueños. Son más reveladores de lo que crees.

Asustada, la muchacha le deseó buenas noches. Por si acaso, cerró la puerta con el cerrojo, no fuera a ser que Saharasala intentara algún hechizo mientras ella dormía.