El mismo sueño de siempre: la sala gris, el coro de voces y la muchacha pelirroja que, sin duda ya, era Zelda. En esta ocasión, Link se acercó a ella y le preguntó qué hacía en su sueño.
Qué gracioso. Saharasala me ha pedido que esté atenta a mis sueños. - fue la enigmática respuesta. Delante de ella, sobre un altar donde reposaba una espada, vieron un resplandor.
Los dos jóvenes se taparon los ojos, y, cuando el resplandor desapareció, miraron en esa dirección. Había un agujero en el aire, lo suficientemente grande para poder colarse por él. Lo más llamativo era el cielo negro y sin estrellas que se veía a través de él.
¿Qué es eso? - preguntó Zelda.
Es un portal, creo. -Link trató de cogerle el brazo, pero la chica se asomó al agujero. Escuchó un grito, el de ella, cuando las garras de un animal atravesaron el agujero y la cogieron por los hombros. Zelda no se defendió, se quedó quieta mientras el monstruo la arrastraba a la oscuridad.
¡No!
El grito de Link retumbó por el monasterio. Estaba sudando, medio incorporado en el camastro. Se levantó de un salto, cruzó la habitación y salió al pasillo. En el otro ala del monasterio, Zelda también se despertó sobresaltada. Abrió la puerta de su habitación, pensando en ir a ver a Saharasala, cuando Link casi la arrolla.
- ¡Zelda¿Estás bien?
- Sí. El que parece estar mal eres tú. - Zelda se refería a la palidez mortal del príncipe.
- He soñado que te pasaba algo horrible... Un monstruo con garras te cogía y...
Zelda le pidió calma.
- He soñado lo mismo, pero no es lo que piensas.
- ¿Cómo que no? Hemos tenido el mismo sueño por segunda vez, y no quieres que me preocupe.
- Vamos a ver a Saharasala. - Zelda se puso la chaqueta de paño. Cogió su mochila, la espada y el escudo. Había amanecido, y la luz del sol iluminaba el pasillo. Los dos jóvenes salieron en busca del monje; Zelda más firme y segura que Link.
- Oye, Zelda...
- Dime, Link.
- ¿Qué era esa cosa, la del sueño? No pude verla.
Zelda se detuvo, los ojos verdes brillantes y el rostro inexpresivo. Link supo que, a pesar de su seguridad, estaba a punto de estallar en lágrimas.
- Era mi padre.
- Sí. - les decía Saharasala. Le habían localizado en el establo, dando de comer a Centella. Al lado de la yegua, había un paquete con provisiones y un mapa enrollado. - Aquel ser fue, antes, tu padre.
- ¿Dónde está¿Cómo acabó así?- quiso saber Zelda, el rostro furioso ante la aparente calma del monje.
-Hace un año, un esbirro del Mal, conocido como el Caballero Demonio, volvió al Mundo Oscuro para preparar las huestes de su señor. Tu padre llevaba días siguiéndole, y se introdujo en el Mundo Oscuro, donde el Mal es el rey absoluto. Traté de evitarlo, pero... - Saharasala se entristeció unos momentos. - Los humanos se transforman en el mundo oscuro. Ahora es un monstruo.
¿Cómo podemos sacarle de allí?
A Zelda le sorprendió que fuera Link quién hiciera esa pregunta. El príncipe puso la mano en su hombro.
- Derrotando al Mal. - fue la contestación, pero no vino de Saharasala, sino de Zelda. El monje le dio la razón.
- Los sacerdotes podrán sacarle de allí, pero debes partir de inmediato. - Le tendió la mochila.
Link se apartó. Sentía mucha rabia dentro.
- Y yo¿no puedo hacer nada¿Por qué tiene que ir ella sola?
-Ya lo hablamos, Link. Pero podrás ayudarla. - y Saharasala les tendió a cada uno un colgante: era una tosca piedra azul atada con un nudo a una correa de cuero. - Son piedras telepatía. Con ellas, podréis hablar, y ver y oír lo que el otro está haciendo. Así, si Zelda necesita que la ayudes con algún enigma, podrás hacerlo.
A Link aquello le gustó poco. Pensó que si atacaban a la chica y no podía defenderse, lo pasaría mal escuchando su sufrimiento. Zelda, sin hacer más comentarios, se puso el collar y lo guardó bajo la camisa.
- Estoy lista. - anunció.
- Llévate a Centella. - Link acarició las crines de su yegua con el rostro muy apenado. - Así irás más rápido.
Zelda le agradeció el gesto. Link ensilló a la yegua, mientras la muchacha revisaba su equipo. Saharasala le explicó que antes de ir al Templo del Fuego, debía hablar con el jefe de los Gorons. Antes de montar, Link, con la mirada gacha para que Zelda no le viera el rostro triste, le dijo:
- Toma. Creo que la necesitarás más que yo. - y puso su preciada brújula entre las manos de la chica.
- Link... No puedo. ¿Y si la rompo? - por primera vez desde que la conocía, tenía gesto de sorpresa.
- Sé que las cuidarás, a la brújula y a Centella. Cuídate tú también.
Zelda, tras guardarse la brújula en el bolsillo, le abrazó y le plantó un beso en la mejilla.
- No te preocupes. Ya nos veremos. - le dijo. Link no pudo decir nada. La voz se le atragantó en la garganta y no salía. Zelda montó sobre Centella y la espoleó. No miró hacia atrás. Link y Saharasala permanecieron de pie en la entrada del templo hasta que la silueta de Zelda se perdió entre los escombros de la antigua ciudad.
La montaña de fuego, situada hacia el oeste desde el templo de la Luz, era una inmensa mole de piedra, siempre cubierta con unas nubes negras, producto de las explosiones de gas y lava, aunque se dijera que estaba inactivo. Zelda se encontró por el camino con un vendedor ambulante, que le comunicó que ir a esa montaña era un suicidio. "Los gorons desconfían de los humanos, y allí hace un calor tan horrible que nada crece" le había dicho.
Compartieron cena y, tras asegurarse de estar sola, Zelda usó la piedra por primera vez. Saharasala no le dio ninguna pista acerca de su funcionamiento, así que se limitó a tocarla y pensar en Link.
"¿Me llamabas?"
Reconoció la voz del príncipe. Sonó dentro de su cabeza. Se concentró un poco y pudo ver una habitación iluminada por velas y un grueso libro abierto de par en par.
"Está muy bien, Zelda; pero si me has llamado para nada¿te importa si regreso a los estudios?"
"Vale, perdona. Esto es muy raro." Zelda pensó la frase, y Link la recibió con claridad. "¿Qué haces, estudiar?"
"El monasterio tiene una buena biblioteca. He encontrado información sobre los gorons, la montaña y el templo del Fuego."
Zelda le contó en pocas palabras la conversación con el buhonero.
"Sólo los gorons conocen cómo se puede sobrevivir a ese calor. Saharasala te pidió que fueras a ver a su jefe primero."
"Si, eso haré. Pero¿confiarán en una humana?"
"Buscaré información sobre protocolo goron esta noche y mañana te contaré algo más. Buenas noches."
"Buenas noches, alteza".
Zelda sintió que la comunicación se cortaba. Por unos momentos, sintió tal soledad que el corazón lo sintió frío. Pero tocó la brújula del padre de Link, y sonrió.
"Mañana escalaré esa montaña."
Esa mañana, dejó a Centella junto a un regato en la falda de la montaña. Los caminos eran estrechos, tanto que en alguna ocasión tendría que valerse de las manos y los pies para alcanzar la meta. La yegua la observó marchar por el camino, y relinchó al quedarse sola. Zelda se concentró en la escalada. En Labrynnia, solía ir una vez al mes a Ciudad Simetría, un lugar muy extraño. Su padre Radge tenía tratos con el guardián del Muro de la Restauración. Este ermitaño vivía en la cima de un monte, un lugar muy inaccesible. Su padre decía que era un buen entrenamiento para ella.
"No pienses en él, concéntrate" pensó Zelda cuando su mano derecha en lugar de aferrarse a un lugar seguro, resbaló.
Su padre, con aquella forma... Si no hubiera sido por la mirada, Zelda no le habría reconocido. El Caballero Demonio, así se llamaba el asesino de su madre. "Vendetta. Para jurar venganza, te tatúas el nombre de tu enemigo. Al matarle, te tatúas una flor que oculte su nombre", recordó que le había dicho un marinero durante el largo viaje. "No hace falta hacerme un tatuaje. Sé tu nombre, Caballero Demonio."
Tocó una piedra firme, y Zelda se izó hacia la cornisa utilizando los últimos restos de fuerza. Estaba ya a unos cuantos metros del suelo, y no se encontraba nada cansada. Para llegar a arriba del todo calculó que tendría que emplear unas cinco horas más. Se secó el sudor de la frente.
- Vamos, que no se diga de un Esparaván. - y se subió sobre una roca para reiniciar el ascenso.
El suelo no resultó ser muy firme. Tembló, o más bien, se agitó, y las botas resbalaron. Zelda cayó en la cornisa. Afortunadamente, no había iniciado el ascenso.
- Pero¿qué demonios?
Aquella roca tenía ojos, dos profundos ojos negros que la observaban temerosos. Bien mirada, la roca tenía boca y nariz. Se apoyaba en el suelo sobre dos endebles patitas y dos brazos colgaban hasta el suelo. El ser que la miraba atemorizado era un poquito más bajo que ella.
"Un goron" pensó.
- Hola. - dijo. El gorrón la miró aún más asustado si cabe. Por lo poco que le había dicho Link esa mañana, los gorons adultos medían de dos a tres metros. Este podía ser perfectamente un bebé. - Hola, bonito.
Y le tocó la cabeza para tranquilizarle. Link no había encontrado aún nada sobre protocolo goron, pero supuso que ese gesto tan universal sería reconocido. Fue un tremendo error. El bebé empezó a berrear con toda la fuerza de sus pétreos pulmones. El berrido fue tal que casi podía provocar un derrumbamiento.
- ¡No, para! - Zelda se tapó los oídos. - ¡Lo siento!
- ¡Más lo vas a sentir, gamberra-goro!
La voz la sobresaltó. Se giró para enfrentarse a un goron adulto, en todo su esplendor de fuerza. Al igual que el bebé, su piel marrón y gris se confundía con las rocas del entorno. Este goron llevaba un pañuelo tosco cubriendo sus cabellos grises, por lo que Zelda imaginó que era una hembra goron.
- Yo... Mil disculpas, señora. - Zelda retrocedió hacia la pared. La goron no tenía cara de caerle bien la muchacha, y mucho menos aceptar las disculpas. Gritó un par de palabras en algún idioma gutural y desconocido. Un murmullo y un crujido advirtieron a Zelda que allí no había sólo dos gorons, sino muchos más. Demasiado tarde trató de escapar. De la pared que estuvo a punto de escalar, aparecieron dos manazas duras que le agarraron los brazos y la levantaron del suelo.
- Invasores humanos-goro. - dijo uno. Zelda se debatió, maldiciendo con las peores palabras que conocía. Al tener los brazos sujetos, no podía llegar a la piedra telepatía.
Parlamentaron entre ellos en su idioma, y luego, el que tenía sujeto a Zelda empezó a saltar entre los salientes. Con una agilidad propia de una araña o una cabra, escaló en pocos minutos lo que Zelda había calculado que tardaría cinco horas. En un santiamén, estaba en la cueva principal del poblado de los gorons.
Los gorons no eran un pueblo de costumbres bélicas. En tiempos ya lejanos sirvieron a la casa real de Hyrule, y estaban abiertos al comercio con Kakariko y otras lejanas poblaciones. Sin embargo, en los tiempos después de la Gran Guerra, los gorons fueron desapareciendo. Esto, unido a la escasez creciente de su alimento, las "piedras rojas", los convirtieron en algo ermitaños y recelosos. Tres siglos más tarde, tenían un cierto odio a los humanos y defendían su única ciudad con ardor.
Algunos gorons no habían visto jamás a un humano. Alrededor de la jaula se arremolinaron un grupo de niños gorons, que exclamaban excitados cada vez que el extraño animal de cabellos naranjas se movía y les amenazaba con el puño.
- ¡Mirad que orejas!
- ¡Qué pequeña es!
- ¿Por qué tiene ese color de pelo, mami?
Zelda se paseaba furiosa por la jaula. No podía creerse aún su torpeza. "Si hubiera estado más concentrada..."
"No te preocupes".
Link buscaba en sus libros con desesperación. El libro sobre protocolos de todas las razas de Hyrule estaba en hyliano muy antiguo. Nunca se le había dado bien las traducciones de hyliano de épocas tan pasadas.
"No, no me preocupo... Sobre todo si pienso que quizá me ejecuten."
"¡Lo tengo!" terminó de traducir el párrafo. "Ya verás, todo se arreglará".
Abrieron la puerta de la jaula. Zelda salió con toda la dignidad que pudo. Le habían quitado todas sus pertenencias, salvo el tirachinas. Debieron creer que no era peligroso. La condujeron entre galerías escasamente iluminadas y calurosas. A excepción de los dos guardias que la rodeaban, el resto de la comitiva avanzaba rodando por el suelo. En la pared había dibujos de gorons un poco toscos, con los brazos levantados y a la pata coja. En el centro exacto de la sala en que se detuvieron había una roca alta y plana. Sus guardias le cogieron de los hombros y, sin hacer demasiado esfuerzo, la depositaron sobre la plataforma.
Sentado en un trono gigantesco, un goron de unos cinco metros la observaba. Zelda se sintió tan pequeña que le empezaron a temblar las rodillas.
"Es un biggoron, una especie dentro de los gorons." Escuchó la voz de Link en su cabeza. "Es su rey, así que no hables hasta que te lo pidan."
Alrededor del rey, había más gorons, todos ancianos. Hablaron en su idioma entre ellos y luego, el goron con pinta de llevar la voz cantante, preguntó:
- Humana-goro. - caminó alrededor de la plataforma. Para no perderle de vista, Zelda también se giró. - ¿Son tuyas estas armas-goro?
Y señaló a su espada, el escudo y la mochila, apoyadas en otra plataforma al fondo de la sala.
- Si, señor. - dijo Zelda. Escuchó como Link le ordenaba algo, y añadió. - Goro.
Su respuesta trajo consigo un largo debate, tan largo, que Zelda se sentó en la plataforma y se puso a remover la gravilla del suelo. Un goron, un poco más joven que el anterior, le preguntó:
- ¿Pretendías invadirnos?
- No, señor-goro.
Y otro largo rato de debate. El rey no habló, pero tenía fijas sus pupilas marrones en la pequeña humana.
-Entonces¿por qué portas armas-goro?- preguntó el rey. Zelda se puso en pie de inmediato, y las rodillas casi se le doblan de nuevo. La voz sonó terriblemente enfadada. Pensó que ese biggoron podía comérsela de una tajada y sin inmutarse.
"Hazte una bola"
"¿Qué dices, Link?"
"Según este libro, los gorons para dirigirse a un rey, se hacen una bola y dicen "Soles lunas, goro". Hazlo."
"Eso es una bobada".
"Hazlo, rápido. Si no, pueden pensar que eres una amenaza."
"Y¿cómo puedo hacerme una bola?" pensó desesperada. Se arrodilló en el suelo, dio una media voltereta, de tal forma que quedó medio acuclillada en el suelo, apoyándose con los brazos. Se impulsó más y permaneció haciendo una especie de pino con las rodillas encogidas. Entonces, antes de perder el equilibrio, dijo:
¡Soles, estrellas, lunas... Goro! -y terminó de dar la vuelta. Cayó despatarrada fuera de la plataforma. Un silencio casi temeroso se extendió por la sala de audiencias. Zelda se puso en pie, y esperó a que los gorons iniciaran el ataque. Por si acaso, había recogido un guijarro del suelo, y tenía preparado el tirachinas.
Las carcajadas, las primeras, fueron del gran rey biggoron, Ardamanian. A él se le unieron los guardias, la mujer goron y el niño al que Zelda había pisoteado. A su alrededor, todos los gorons se reían de ella, revolcándose en el suelo y soltando intensas carcajadas atronadoras.
"Pero¿qué he hecho?" preguntó, y no recibió más respuesta de Link que una larga risotada.
- Humana, eres muy divertida-goro. - dijo el rey, tras secarse las lágrimas de la risa. - Te lo agradezco. En los últimos tiempos no he tenido muchos motivos para reír-goro. Debes saber que antes, cuando mi pueblo se hablaba con el tuyo, empleaban una reverencia y un saludo que decía: "Soles te aguarden, amigo."
"Uppsss"
"Muy bien, alteza" Zelda se encaramó a la plataforma. Sus vigilantes estaban aún en el suelo, partiéndose de risa.
- Perdone, señor-goro. No deseo hacer mal a su pueblo-goro. Yo sólo quiero llegar al templo del Fuego.
Y las carcajadas cesaron.
- Muy pequeña y frágil eres para decir tamaña locura-goro. - le dijo el rey. - Los humanos no aguantáis la temperatura del volcán-goro.
- Lo sé. Saharasala, el sacerdote del Templo de la Luz, me pidió que fuera a veros primero.
El rey asintió. Cuando era un joven e imprudente goron, partió a la llanura para conocer un poco más fuera de la montaña. En uno de esos viajes, conoció a Saharasala, con quien estuvo muy unido.
- ¿Y por qué el sacerdote envía a una niña-goro?
- Porque hay que detener al Mal. Debo encontrar el medallón del Templo del Fuego para invocar al sacerdote.
Los gorons murmuraron todos a la vez. El rey les mandó callar.
- Niña, el sacerdote del Fuego que encerró al Mal era un gran jefe goron. Su nombre era Darunia el Grande. Él ya nos advirtió. El Mal regresaría y tocaría luchar. En el Templo del Fuego han ido pasando cosas raras. Quizá esa sea la causa-goro.
- ¿Qué cosas raras?
- Lava negra, flores bombas secas, piedras rojas escasas... Como en los tiempos del Dodongo. Mi hijo acudió a averiguar qué sucedía, sin escuchar el sabio consejo de esta corte, y desde hace una semana no tenemos noticias suyas. Mucho me temo haya muerto.
- ¿Cómo puedo acceder al volcán?
- Necesitarás piel tan dura como nosotros-goro. - el rey se acarició el mentón pensativo para luego ordenar en su idioma a tres sirvientes. Uno llevó hasta Zelda sus pertenencias, otro trajo bebida fresca, y un tercero, que tardó más en reaparecer, llegó con una casaca roja algo apolillada.
- Esa es vieja túnica-goro. Hace mucho tiempo, las fabricábamos para vender a los humanos-goro. Son útiles para aislar del calor y del frío. Con ella puesta, podrás aguantar en el volcán. - El rey hizo una pausa, para mirar a Zelda ponerse la casaca con decisión. - Saharasala es un hombre sabio, el más sabio que conocí alguna vez, y sin embargo no entiendo porqué envía una niña al interior del volcán.
La casaca le iba grande sobre todo en los hombros, y dificultaba el manejo de la espada. Sin hacer caso al rey, Zelda le preguntó:
- Y¿dónde está ese volcán?
El rey en persona la acompañó hasta la entrada del interior del volcán, una abertura negra de la que salía un aire caliente y cargado.
- Más adelante está la entrada al Templo del Fuego-goro. - y soltó un gemido corto, sin duda al pensar en su hijo desaparecido. Zelda le miró llena de compasión.
Gracias, señor. - y se adelantó en la cueva. Desde la audiencia, Link no se había puesto en contacto. Zelda revisó su equipo: junto a la brújula, portaba su espada y el escudo. Había prescindido de la mochila: sólo tomó unas semillas ámbar y su tirachinas. En el interior del volcán hacía calor, un calor sofocante y seco que jamás había sentido. A pesar de llevar la "piel de goron", pronto empezó a sudar y a tener sed. Entre las pocas pertenencias llevaba una cantimplora de agua, pero no bebió. No sabía cuando encontraría el medallón.
"Esto debe ser el Templo del Fuego.
Se detuvo frente a un pedestal, donde reconoció el símbolo de la casa real. Tallado en la roca había un portal de piedra. Avanzó despacio, sin necesidad de encender el palo de deku-baba, que aún llevaba atado a la espalda. La lava del fondo y la luz que se colaba por la abertura del cráter iluminaban la habitación lo suficiente. La primera estancia tenía unas largas escaleras que acababan frente a un panel. Este panel tenía tallado tres enormes gorons con las bocas abiertas. Zelda registró la habitación, pero no encontró puertas ni aperturas de ningún tipo. Tocó las bocas abiertas de los gorons, y su mano se tiñó de negro. "Ceniza" Se apartó y apuntó con el tirachinas. La primera semilla prendió en algún tipo de aceite en el interior del goron de piedra. Luego, encendió los otros dos. Satisfecha por su éxito, Zelda esperó a que las tres estatuas se apartaran. Algún tipo de mecanismo las hizo moverse, y detrás de ellas apareció una amplia estancia redonda.
"Cielos, qué calor" Zelda entró. Por si acaso, sacó su espada. Aún tenía fresca en la memoria la batalla contra Gohma.
"¿Qué será un Dodongo? Se me olvidó preguntarlo" pensó. Allí dentro hacía más calor que en la otra habitación, pero también era cierto que había lechos de lava en el centro y en algunos rincones. Zelda localizó unos extraños matojos que parecían poblar aquella sala. Se acercó a uno: las hojas verdes cubrían algo seco que en otro tiempo debió ser tan grande como un melón o una calabaza. Zelda cogió su cantimplora y mojó la planta. Sin quererlo, volvió a pensar en su padre, en un día en el que le acompañó al invernadero. A pesar de estar arruinado, Radge había conservado alguna plantación, y aquel invernadero era importante para él. Allí conservaba especies de plantas de lugares remotos. "Esta será una flor-bomba. Son peligrosas, porque estallan cuando se arranca su fruto. Necesitan muy poca agua para sobrevivir, así que si están secas es que algo malo está ocurriendo"
"Zelda¿estás bien"
"Muy bien, Link. ¿Qué quieres"
"Ya sé lo que es un Dodongo." Sin hacer más comentarios, Link leyó una página de un libro. "Es un reptil de diez metros de largo, grandes colmillos y..."
"¿No tendrá cinco cuernos en la frente?" Zelda se puso en pie y empezó a retroceder, calculando cómo escapar.
"Sí¿cómo lo sabes...?" Link vio en ese instante lo que Zelda veía y calló.
Frente a la chica, obstaculizando la única salida, estaba un auténtico Dodongo. Su aspecto se asemejaba a un cocodrilo gigante. Tenía afilados colmillos que sobresalían de su boca triangular. Los ojos amarillos de pupilas alargadas miraban somnolientos a Zelda. Caminó un poco sobre sus cuatro patas cortas, pero con fuerza suficiente para hacer temblar el suelo. "Quizá no sea tan peligroso" pensó Zelda al ver cómo se balanceaba de lado a lado, como si estuviera borracho.
"Zelda¡sal de ahí"
El dodongo cogió aire y abrió la boca hasta casi descoyuntarse la mandíbula. Zelda rodó por el suelo, justo a tiempo. Expulsó una vaharada de fuego que barrió el lugar donde ella había estado escasos segundos antes. En cuanto recuperó el equilibrio, Zelda atacó a una de las patas del animal.
La espada rebotó en las duras escamas del animal. Sería imposible atravesarlo. Probó con el tirachinas, pero el fuego, más que dañarlo, le hacía cosquillas.
¡Eh, tú!
La voz provino de algún lugar bajo sus pies. Zelda rodó y entonces vio una larga hendidura en el suelo. A lo lejos, veía una especie de jaula de piedra. Allí dentro había un goron. - ¡Dodongo... humo...goro! - Trataba de decir algo, pero no le llegaba el sonido debido a los gritos del animal. Zelda tuvo que rodar y alejarse de la grieta. El dodongo avanzaba dispuesto a asarla viva.
"Zelda, ese goron trataba de decirte que los dodongo no soportan el humo"
"¿Y qué"
"Busca algo que haga humo, y quizá así"
"Estoy dentro de un volcán, aquí todo debería hacer humo". Buscó a su alrededor. Ni las semillas de ámbar ni su espada podrían ayudarla. Su padre le decía "las flores bombas son peligrosas"
¡Estallan! - Zelda se agachó y la ráfaga de fuego casi le chamusca la punta de una de sus trenzas. Con las dos manos, arrancó la flor bomba que parecía menos seca. - ¡Ven aquí! - gritó al monstruo. Alzó la flor. El dodongo avanzó en su dirección, las fauces abiertas para iniciar otra bocanada de fuego. Zelda arrojó la flor bomba hacia el interior del monstruo. Dio de lleno: la flor desapareció en la garganta del animal, y este empezó a retorcerse y chillar de dolor. Zelda buscó algún lugar para protegerse de la explosión inminente. Rodó por el suelo y se dejó caer por la grieta segundos antes de que el dodongo reventase, y provocara una oleada de fuego que chamuscó las paredes del volcán.
Durante un minuto, quizá más, pensó que estaba muerta. Todo a su alrededor parecía confirmarlo: sólo veía humo, fuego, y ceniza. Apenas podía respirar aquel aire.
- Si respiro, es que estoy viva. - dijo tosiendo. Alguien le palmeó la espalda.
- ¿Estás bien-goro?
Zelda se percató de que estaba en la sala de los tres ídolos. De pie a su lado estaba el goron prisionero. Estaba delgado para ser goron, pero su mirada era alegre.
- Sí, gracias por sacarme de allí. - Zelda se puso en pie. La túnica goron estaba casi destrozada, pero ella no tenía ninguna herida. Tocó la piedra telepatía para calmar a Link.
- ¿Tú, quién eres-goro?
- Me llamo Zelda Esparaván.
- ¿Te ha mandado mi padre?
Zelda no supo que responderle. Recordó entonces que el rey le había contado que un hijo suyo había desaparecido.
- Yo soy Link VIII. - aseguró el goron.
- Vaya, yo conozco a un Link.
- Es un nombre de larga tradición. Mi tatarabuelo fue Darunia el Grande, y él le puso el nombre de un amigo suyo humano al primogénito. Otra tradición es que los goron llamados Links heredáramos esto. - y señaló a su collar. Colgando inocente de una larga cadena de plata, estaba el Medallón del Fuego. Era igual que el del bosque, sólo que sobre la superficie roja había una llama grabada. Zelda le contó al goron que su padre pensaba que estaba muerto, y también le contó el motivo de su expedición al volcán. Link VIII meditó un momento antes de decir:
- Si es cierto que el mundo corre peligro, Darunia en persona te hubiera dado este medallón, sin necesidad de arriesgar tu vida. Toma, gracias por salvarme del dodongo. - y le dio el medallón.
Esa noche, Zelda descendió la montaña. Estaba contenta y no era para menos. Los goron la adoraron como si fuera una diosa. El rey le había dado un salvoconducto: con él los gorons la reconocerían como amiga, y por tanto la ayudarían. Encontró a Centella pastando bajo un árbol. Su próximo destino era el lago Hylia, situado hacia el sureste. Sería fácil llegar, y con el calor que había pasado en el templo, sería un cambio agradable.
