Capítulo 10. El laboratorio en el lago Hylia.

"Vamos, cuéntame" le pidió la voz de Zelda. Link se sonrió. A su ego masculino y orgulloso le gustaba que la chica le pidiera algo.

"¿Por qué ese interés?"

"Porque el camino es muy aburrido, y porque siento curiosidad. ¿Cómo es la vida en ese monasterio?"

"Menos emocionante que tu viaje" Link estaba sentado en el claustro. Saludó a los monjes que pasaron en silencio. Saharasala le había presentado los pocos monjes que aún quedaban. No hablaban casi nunca, debido al voto de silencio. A veces el cocinero o el jardinero le habían dictado alguna orden, pero por lo demás sólo Saharasala se dirigía a él.

El sol de otoño calentaba la piedra del banco sobre el que trataba de leer algo sobre el Templo de Agua.

"Me levanto a las seis de la mañana, y dependiendo del día, ayudo a preparar el desayuno, a ordeñar, o a quitar malas yerbas. Los monjes son amables y pacientes, aunque no hablan nada. Por las tardes entreno con el arco, leo y busco información para ti... Por las noches, practico con la flauta y leo algo en voz alta para entretenerlos. Saharasala a veces me pide que le cuente cosas, sobre ti, sobre mi madre o sobre el palacio en general. Eso es todo."

Llevaba casi dos semanas allí encerrado. Después de la aventura con los gorons, Zelda tenía que recorrer bastantes kilómetros. Coincidió con unos días de tormenta, durante los cuales los caminos embarrados y la escasa visibilidad dificultaban el viaje. Ese día, sin embargo, había amanecido soleado, y Zelda ya se acercaba al lago.

"¿Te aburres?"

Link dudó antes de responder a la pregunta de la muchacha.

"Es difícil decirlo. En el palacio me desesperaba por que no me dejaban salir más allá de la arboleda... Pero aquí, no me siento tan prisionero. Es más, tengo que hacer más tareas, diferentes de las que solía hacer en palacio. Por lo menos, ya no me peleo con el maestro por los ejercicios de matemáticas."

"¿Cómo es ese maestro del que tanto hablas¿Tiene nombre?"

"Estás preguntona hoy. Sí, se llama Frod Nonag, pero no le gusta mucho que le llame Sir Frod, así que siempre me he referido a él como maestro."

"Link, creo que ya he llegado al lago Hylia."

"Entonces te dejo. Cuida de Centella."

"Mañana te llamaré".

Zelda cesó la conversación. Frenó a Centella para contemplar el paisaje. El sol se ponía lento sobre el lago, y la superficie del agua irradiaba brillos dorados y broncíneos. El aire era más húmedo y caliente, cosa de agradecer. Desmontó para estirar las piernas y aliviar sus agarrotados músculos. Estiró los brazos y avanzó hacia la orilla.

- Vaya, Centella... Esto sí que es vida.

Según Saharasala y los libros que Link había consultado, el Templo de Agua estaba bajo la superficie del lago. Zelda se asomó a la orilla. A excepción del destello plateado de algún pez, no vio nada más que el lecho rocoso. Centella bebió del agua del lago.

Zelda se sentó encima de una roca, pensativa. Observaba la construcción que predominaba en el centro del lago. No era el templo, eso era obvio... Era una casa blanca con un torreón, de un estilo anticuado. No parecía que hubiera nadie allí. Escuchó un aletear a su derecha, y la joven miró en esa dirección. Un enorme búho ocre se había posado sobre otra roca.

- Saludos, Zelda. - dijo el búho, mientras giraba la cabeza para observar a su interlocutora. No se esperaba la reacción de la muchacha. Dio un salto, gritó del susto y sacó su espada.

- ¿Pero qué demonios eres?

- Un búho mejor hablado que tú, desde luego. - agitó sus plumas, algunas se desprendieron. - Tranquila, Zelda. Aunque abundan, no soy uno de tus enemigos. Me envía Saharasala para saber cómo estás.

Zelda no bajó todavía la espada.

- Hablo con Link todos los días, así que lo sabe de sobra.

- Ah, pero me pidió que te echara un vistazo de vez en cuando. - el búho volteó su cabeza hacia la derecha, sin dejar de mirarla. - Me llamo Kaepora Gaebora, y soy un búho sabio.

"Que eres un búho es obvio... pero sabio..." pensó Zelda. Depuso la espada.

- Mucho gusto, Kaspara...

- Kaepora. - le corrigió. - ¿Ya sabes cómo vas a acceder al interior del templo de agua?

- No. Link va a consultar los libros que cuentan cómo lo hizo el Héroe del Tiempo.

Kaepora chasqueó el pico.

- Te daré un consejo: visita esa casa del centro del lago, antes de que el sol se ponga. - Sin más, alzó el vuelo, dejando olvidadas un par de plumas más. Zelda cogió una: era casi tan grande como su pierna.

- Saharasala tiene amigos muy raros. - soltó la pluma y observó la casa.

Bueno, no era mal consejo. Si alguien vivía allí, quizá conocería la forma de entrar al templo. Para acceder a la casa, debía cruzar una serie de puentes de madera, que colgaban sobre el agua, y que comunicaban distintos islotes. Estaba oscureciendo cada vez más rápido, y le recordó tanto al ataque de los lobos en la ciudad, que aceleró el paso. Centella se limitó a esperarla, pastando en la orilla.

Zelda llegó a por fin a la puerta de la casa blanca. Una gran cartel rezaba: "Laboratorio Acuífero del Profesor H. Sapón. Especialista en Líquidos Elementos." Algo ese discurso le hizo recordar a Link. Aguantando la risa, llamó a la puerta con los nudillos.

- ¡Ahora no!

La voz de un anciano algo enfadado la asombró. Zelda giró el picaporte y vio que la puerta estaba abierta.

- Disculpe, profesor...

Nada más abrir la puerta del todo, se encontró con un espectáculo dantesco. El laboratorio de una sola habitación grande, estaba lleno de recipientes de cristal de todos los tamaños y formas. Algunos contenían peces, otros algas, algunos líquidos de colores... En el centro, había una gran mesa donde debía hacer las mezclas, pero que en ese momento tenía otros usos. Sobre esa mesa, tendido como si estuviera muerto, había una especie de niño. Al acercarse, Zelda apreció el tono de la piel, azul celeste, y las membranas que unían los dedos de sus pies. Cerca del enfermo, un anciano, vestido con una túnica azul y una bata verde de médico, contemplaba al paciente con los ojos tristes.

- Es un zora, y se muere sin remedio. - señaló la herida que cruzaba el pecho del zora. - Lo hirió esa mala bestia...

- Algo se podrá hacer. - Zelda se acercó más todavía.

- Ah... si tuviera tiempo... Hay un ingrediente capaz de curar cualquier herida... Pero necesitaría recorrer las montañas hasta el bosque Perdido.

- ¿De qué se trata? Mi yegua es muy rápida, quizá...

- A menos que tengas aquí y ahora un saco lleno de semillas de Deku-Baba, no lograremos salvarle. - y el profesor Sapón ocultó el rostro entre sus manos, tintados los dedos de algún líquido morado y verdoso. Por eso no vio la expresión de sorpresa de Zelda.

- Pues, no se lo va a creer, pero yo tengo un saco con semillas de Deku-Baba. - y le tendió la bolsa.

El profesor Sapón se quedó tan impresionado que no supo si reír o llorar de alegría. Tomó la bolsa, machacó las semillas, las echó en una olla con agua hirviendo y removió entusiasmado. Zelda se acercó al zora para contemplarle mejor. El rostro era triangular, como el de las mantis religiosas, y adheridos a los antebrazos había unas membranas. Zelda puso la mano sobre la herida abierta. No sangraba, los bordes estaban como quemados. El zora respiraba con dificultad.

- Aguanta un poco. - le pidió Zelda. Lamentó haber perdido el tiempo hablando con ese búho estúpido.

- ¡Ya está! - el profesor derramó una parte del líquido caliente sobre el pecho del zora, y luego cogió un rollo de venda. - Toma, haz que beba esto. - y le tendió a la improvisada enfermera el frasco con el resto de la poción. Por experiencia, Zelda sabía que aquel líquido no tenía un sabor agradable. Cogió la mandíbula del zora, apretó hasta hacer que la abriera y derramó el líquido con cuidado en su interior. El zora tosió y abrió los ojos, aturdido.

- Laruto... Laruto... - gimió, antes de cerrar los ojos de nuevo. Respiraba ahora mejor.

El profesor se apartó, con una sonrisa bailando en sus labios finos.

- ¡Benditos sean los dioses que te han traído aquí, muchacha! - abrazó a Zelda con tal ímpetu que la levantó un poco por encima del suelo, antes de dejarla de nuevo. - ¿No sabes lo que has hecho, verdad?

- ¿Salvar a un zora?

- ¡Más que eso¡A una especie en peligro de extinción, querida! Esto merece una celebración.- el doctor rebuscó en un armario, murmurando. Dijo algo incoherente sobre ojos de sapo fritos, y que hacía tanto tiempo que no tenía visitas que ya no tenía copas decentes. - ¿Te conformarías con un trago de licor de bellota?

- No se moleste, gracias. ¿Quién le atacó?

- El ser que vive bajo el lago, en el templo de Agua. - El profesor destapó la botella. - Él y otra zora han tratado de matarle, y este es el resultado.

- ¿Quién es Laruto?

- Su hermana. Me ha contado que ella trató de detener al monstruo al que llamó "Aquamorpha". El chico trató de luchar, pero los tentáculos del animal dan una descarga eléctrica. - El profesor bebió otro trago y entonces se dio cuenta que no sabía nada sobre la chica. - ¿Cómo te llamas? Yo soy el profesor Hederick Sapón.

- Zelda Esparaván.

- ¿Qué afortunados asuntos te traen aquí, al lago Hylia?

La muchacha se despistó un momento: uno de los peces contenidos en un frasco hizo una pirueta en el agua, y su piel amarilla se tornó azul.

- Eh... Iba a entrar en el Templo de Agua a por una cosa.

Nada más decir "templo de Agua", el zora, que parecía muy tranquilo, se incorporó.

- ¡Hay que detenerlo! - gritó.

- Tranquilo, muchacho. - el profesor trató de recostarle, pero el zora tenía mucha fuerza.

- Hay que evitar que... mate a Laruto... Ella... - le fallaba la respiración por momentos. Zelda se acercó a él y le cogió la mano.

- No te preocupes, yo la ayudaré.

- Pero... ¿cómo vas a entrar tú, humana? - el zora se relajó un poco, más por el cansancio que porque creyera a Zelda.

- Um... quizá yo pueda ayudarte. - dijo el profesor Sapón.

Zelda había subido al tejado de la casa. Era noche cerrada, y no había ningún movimiento que perturbara las aguas del lago. Se había quitado la túnica verde y las botas, y sólo llevaba puesta su camisa negra ajustada y sus pantalones. Tenía frío. Entre sus armas, sólo la espada podría ser de utilidad. El profesor le había ofrecido un artefacto de metal, que llamó "gancho". El profesor lo utilizaba para recoger muestras. Se trataba de un cilindro de metal, rematado con una punta que, unida a una larga cadena, podía salir disparada y agarrar objetos. Como el escudo, de madera, se hincharía allí abajo, y las semillas de ámbar no prenderían, Zelda aceptó el obsequio.

"¿Te fías del profesor?" le preguntó Link a través del enlace telepático.

"Dice que a él le funciona" Zelda tocó el broche prendido bajo su cuello. El profesor Sapón le explicó que aquel broche contenía una escama de Lord Jabu-Jabu, una deidad del mar, protector de los Zoras. Con él puesto, bajo el agua Zelda sería como un pez: vería en la oscuridad y podría respirar el oxígeno del agua... Sólo había un problema: el efecto era pasajero. A la hora exacta dejaría de ser efectivo y tendría que regresar a la superficie.

Zelda se asomó al borde del tejado. El aire frío se colaba bajo su camisa negra, y podía sentir cómo se le congelaban los dedos de los pies. O se metía rápido, o pillaría un resfriado.

"Todavía no sé nada sobre el Aquamorpha" escuchó decir a Link.

"Tiene tentáculos que dan calambres"dijo. "Deséame suerte". Y sin más, se lanzó de cabeza al agua oscura del lago.

Allí abajo había mucha oscuridad, y mantenerse en el agua resultaba complicado. Gracias al broche, podía ver, pero su cuerpo se inclinaba hacia delante, así que tenía que hacer un esfuerzo doble con piernas y brazos para nadar al fondo. El Templo de Agua estaba en lo más profundo. Vislumbró una cueva, con un dintel roto en el que aún quedaba parte del sello real. Zelda se acercó y penetró en la oscuridad. Nada más hacerlo, escuchó un sonido tenue. "Es un arpa" pensó sorprendida. Siguió el sonido de la música, una tonada repetitiva y dulce que cruzaba las ondas del agua. El camino terminaba abruptamente en una sala de mármol azulado. No tenía aberturas, así que Zelda primero observó a su alrededor. Recordó que en el templo del Fuego tuvo que encender las tres estatuas. Allí no había gran cosa. En el lecho descansaban restos de barcos y otras embarcaciones, y de vez en cuando veía huesos, algunos humanos. No quiso saber cómo habían llegado esos barcos al lago. Escuchó un ligero castañeo, como si alguien bailara sevillanas detrás de ella; y sus reflejos le salvaron la vida. Una almeja gigante, de las que el doctor le había advertido, se abalanzó sobre ella para cortarle un brazo. Haciendo uso del gancho, esperó a que se abriera y mostrara la carne rosada del interior, para luego lanzar la punta metálica. El animal retrocedió hasta la oscuridad, después de estremecerse de dolor. En ese momento, Zelda vio que se ocultaba en una especie de trampilla oculta. Se asomó. Debajo de esa sala había otra más grande, y era allí donde el sonido del arpa era más claro.

Movió la trampilla y descendió nadando. Dentro de una burbuja, una zora tocaba el arpa, metida dentro de una burbuja. En el suelo de esa estancia había más restos de calaveras, huesos, y barcos grandes, que sin duda el Aquamorpha obtuvo en el mar. Nada más ver a Zelda, la zora dejó de tocar y empezó a hacerle gestos para que se acercara. "Laruto, supongo" pensó. Era más joven de lo que pensaba, quizá tendría unos dieciséis años. Nadó a su alrededor. Vestía una túnica de una tela muy ligera, y sobre la cabeza triangular portaba una especie de corona. Zelda pinchó la burbuja con la espada, y esta estalló, liberando a su prisionera. Zelda no podía hablar bajo el agua, porque se le llenaba la boca de líquido. Laruto le preguntó quién era, pero no recibió ninguna respuesta. En ese momento, una sombra las cubrió a las dos.

"Pero¿qué demonios?" Zelda se giró. Sabía de sobra que, hiciera lo que hiciera, se tendría que enfrentar al Aquamorpha. Laruto gritó de miedo.

Era un especie de medusa. A través del transparente cuerpo se veía el lecho del templo. El único elemento que no parecía ser transparente era una masa gelatinosa roja entre sus ojos verdosos. Agitó los tentáculos, y relucieron amenazadores. Zelda empujó a Laruto y describió un círculo con la espada. Funcionó: sintió como un tentáculo amputado le rozaba una mejilla. Aquamorpha se retiró un momento, dolorido.

"Esto va a ser fácil"

"No, Zelda... Ni se te ocurra..." escuchó la preocupada voz del príncipe. "¿No irás a cortar uno por uno sus tentáculos? Tiene cientos".

"No puedo irme y dejar a esa cosa por aquí suelta". Zelda se impulsó en la pared y salió disparada debajo de los tentáculos. Empezó a describir amplios círculos a su alrededor, y los tentáculos descendían en la oscuridad como hojas muertas. Laruto le gritaba para que se detuviera, y Link le pedía que saliera de allí. Zelda hizo caso omiso de los dos. Siguió cortando tentáculos como quién corta el césped de su casa.

"¡Cuidado!" la advertencia de Link llegó tarde. Uno de los tentáculos del Aquamorpha rodeó el cuello de Zelda y agitó el cuerpo de la muchacha, mientras apretaba su garganta. Laruto trató de intervenir, pero otro tentáculo la sujetó de la cintura. Zelda luchaba por respirar y también por recuperar la visión completamente. Las minúsculas ventosas del tentáculo le quemaban la piel. El tentáculo brilló amenazador. "Va a soltar una descarga eléctrica, y si lo hace, moriré" pensó desesperada. Cuando parecía que ya se iba a hundir en la oscuridad, escuchó la voz de Link que le gritaba algo de un núcleo, de disparar al núcleo. Zelda alzó el gancho y apuntó al cada vez más lejano punto de luz roja que veía en medio de la oscuridad. La punta metálica atravesó la piel transparente y se clavó en el centro de la masa gelatinosa. Con un desmayado gesto de la muñeca, Zelda retrajo la punta y esta extrajo el cerebro del animal. Al instante, el tentáculo la liberó, y el cuerpo del Aquamorpha cayó sobre los restos de barcos y anteriores víctimas.

Zelda quiso tomar aire, pero no podía. El broche del profesor estaba roto, y sus poderes se desvanecían. Sentía que el pecho le ardía y que su cuerpo se volvía más pesado. Pataleaba en medio del agua. Laruto se impulsó con sus aletas, y la agarró por los brazos. Pasaron por el dintel del tiempo. Zelda vio la luz de la luna por encima del la superficie del lago. Ya no tenía visión de pez, y su cuerpo era pesado incluso para una zora como Laruto. "Vamos, unos metros más".

Alcanzó la superficie del agua. Más tarde recordaría aquella bocanada de aire como una explosión. Nada más respirar, el mundo se iluminó y todo su cuerpo se estremeció. La luz dio paso a una inmensa oscuridad, y ya no sintió nada más.

Nota de la autora: Hola! Como aún no manejo bien esto, no sé como responder a los reviews... así que lo haré desde aquí. Muchas gracias por dejar vuestros comentarios. Cuando acabe la primera parte, pondré un capítulo especial sobre los personajes, detalles curiosos y otras anécdotas. Si teneis alguna duda, crítica, etc... podeis escribirme. Gracias.