Capítulo 13. Las Praderas Sagradas.

Tal y cómo Kaepora Gaebora les había dicho, el atajo les condujo al bosque perdido de nuevo. Zelda calculó que estaban casi en el límite oeste del bosque, y que debían avanzar hacia el este para hallar o bien el sendero principal o el templo dónde estaban los niños.

- Tengo unas ganas de verlos... – confesó Zelda. – Fliparán cuando oigan todas mis aventuras.

- ¿"Fliparán"¿Qué significa eso, es argot de Labrynnia acaso?- Link, más animado desde la prueba, había tomado su turno para conducir a Centella. Escuchó la familiar carcajada corta de la muchacha.

- ¡Tienes que aprender muchas cosas aún, alteza! – y empezó a tatarear una alegre tonada. El buen humor de su compañera de viaje le consoló un poco. La noticia de destrucción del templo y la muerte de sus habitantes le habían dejado un dolor en el pecho, como si el corazón se hubiera detenido. No se le pasaba aunque la tonada de Zelda le hiciera sonreír. ¿Y si no era un sentimiento por lo que había pasado? Se preguntó. ¿Y si es por que tenía un presentimiento? Recordó que Kaepora le había llamado "mago".

Llegaron, por fin, al templo destruido. Zelda desmontó de un salto.

- Ah, el hogar... Descansaremos y mañana iremos a por el "Fantasma". – y entró casi corriendo. No pareció percatarse del silencio y la oscuridad que reinaba en aquel lugar.

Link corrió detrás de Zelda, y escuchó su grito. Nada más cruzar el umbral, vio la escena y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no gritar él. Los niños se echaron encima suya, un grupo de llantos, gemidos y gritos de angustia. A duras penas, el príncipe fue apartándoles. No había fuego, hacía mucho frío allí dentro. Zelda también era atacada por los niños, pero ella tenía más autoridad.

- ¡Callaos¿Qué demonios ha pasado¿Dónde están Urbión y Leclas?

Todos callaron, perdida la facultad de hablar por un buen rato. Zelda ordenó a Link que encendiera el fuego, y el muchacho, cogiendo una semilla de ámbar, así lo hizo. Buscó entre las provisiones de Zelda, y sacó unas tortas de sésamo, que empezó a repartir entre los críos. Más calmados, Link pudo ver que casi todos tenían heridas, y que estaban muy sucios. Zelda cogió a Galaniel del brazo. Era un chiquillo muy pequeño, pero que tenía diez años.

- Ahora que estáis más tranquilos, explícame qué demonios ha pasado.

- Nos atacaron unos fantasmas. – el niño intentaba contener las lágrimas y la voz salía entrecortada. – Urbión y Leclas lucharon, y nosotros nos escondimos. Cuando salimos, ni Leclas ni Urbión... y entonces... – no pudo más y se echó a llorar. Su hermana April le consoló. Tenía siete años, y fue ella, con su sorprendente madurez fruto de la estancia en el orfanato, quién terminó el relato.

- Un hombre a caballo, con una armadura azul, nos dijo que no nos mataría, que prefería dejar que fueran las alimañas del bosque quiénes... Y también preguntó por ti y por el marqués. Le dijimos que os habíais ido hacía mucho tiempo, y entonces hizo esto. – y mostró la quemadura de su brazo: tenía cinco marcas alargadas, como si una mano ardiente le hubiera agarrado.

- ¡Maldición! – Zelda golpeó el suelo. – Ese debe ser el Fantasma, el muy...

Antes de que continuara blasfemando delante de los niños, Link preguntó:

- ¿Y Urbión y Leclas?

- Se los llevaron. – contestó April.

- No pienso esperar. – Zelda se puso en pie, muy furiosa. – Ese tipejo... Le daremos su merecido, muchachos. Vamos, en marcha, Link.

Link intentó razonar con ella: era noche cerrada, y los dos estaban cansados, pero la muchacha no quiso oír nada. Su mirada fría y llena de furia a la vez era capaz de dejar petrificado a todo el que se lo impidiera. Link tan sólo pudo decir a los niños que mantuvieran el fuego y durmieran.

- Kaepora nos dijo que ese sitio estaba al sur del refugio. – Zelda espoleó a Centella.

- ¿Y?

- ¿No lo ves? Quiso que viniéramos aquí primero para averiguar que había pasado esto. Búho traidor, mentiroso, lo sabía y no nos dijo nada. Como le pille, pienso asarlo y...

Durante media hora, Link soportó con estoicismo la retahíla de tacos e insultos, los peores que alguna vez había escuchado, dirigidos contra el sabio búho. Aprovechó un momento en el que Zelda paró para coger aire.

- ¿Por qué crees que se llevó a Urbión y a Leclas?

- Ni idea... Aunque puede que necesite hacer sacrificios, o quizá para vengarse de mí. – Zelda se mordió una uña. Link no sabía que era un gesto de ansiedad en ella. – Puede que hayan escapado... Urbión es un tío muy listo; pero Leclas... – Zelda bufó, y para alejar los malos pensamientos, añadió – Quizá le hayan soltado, para librarse de sus quejas.

Riéndose un poco, consultó la brújula y el mapa. Estaban ya en las "Praderas Sagradas". La muchacha se preguntó porqué las llamarían así. De pradera tenía bien poco, más bien era un laberinto de arbustos y piedras.

Dejaron a Centella a la entrada. Zelda se asomó un poco. Link la siguió.

- ¡Agáchate! – le ordenó en un susurro. Se pegaron a la pared y esperaron. A pocos centímetros de Zelda y Link pasó el enorme corpachón de un goblin. Portaba una lanza y caminaba balanceando un farolillo. Nada más desaparecer tras una esquina, Zelda dudó un instante. Ella podría pasar sin problemas, pero ¿y Link?

- Link, escucha... Quédate aquí. Si te necesito, usaré la piedra telepatía.

Link quiso protestar. Zelda salió al oscuro pasillo y la perdió de vista enseguida. El príncipe se agachó de nuevo al sentir que el balanceo del farol cesaba. Se pegó a la pared y esperó. El goblin volvía a pasar, con su bamboleo. Sintió que la respiración del animal movía algunos mechones de su pelo.

Decidió que Zelda tenía razón. ¿Para qué arriesgarse los dos? A él le pillarían enseguida, no había nada más que ver cómo le temblaban las piernas. Pero le daba rabia quedarse atrás. Miró hacia arriba, y entonces tuvo una idea.

Zelda era hábil: cuando quería podía ser silenciosa y ágil. El entrenamiento al que había estado sometida, unida a las enseñanzas de Urbión, hacían de ella una espía perfecta. La única pega a sus habilidades era el excesivo tono llamativo de sus cabellos, que en la oscuridad parecían una antorcha ardiendo.

Los goblins examinaban de arriba abajo cada pasillo del laberinto. Algunos creían oír algo y giraban el farol, buscando el origen del ruido. En una ocasión, Zelda sintió la respiración tan cerca que pensó que la habían descubierto.

Para su fortuna, el laberinto terminó. Estaba ante unas escalera de mármol gastado. El liquen y otras plantas habían invadido desde las columnas hasta una estatua que vislumbraba en el fondo. Pensó en Urbión. Lo cierto es que, aunque se alegraba de que los niños estuvieran bien, realmente a quien deseaba ver era a Urbión. Deseaba contarle lo que había averiguado de su padre, la historia de los seis sacerdotes, los medallones, la misión...

Al final del pasillo se escuchó un gruñido. Zelda se giró, arrepentida de haber olvidado donde estaba. Un goblin se precipitaba hacia ella, lanza en mano. Sólo la suerte y su agilidad impidieron que empalara a la muchacha. Zelda se apartó justo a tiempo: la lanza se clavó en la pared sin rozarla.

El goblin, sin embargo, fue más listo de lo que Zelda creía. Antes de saber que se había librado de la lanza, se encontró que una horquilla, las que se usan para apartar la paja, le aprisionaba el brazo contra la muralla. El goblin se rió como si fuera un niño con un juguete nuevo.

Murió feliz. Le atravesó un flecha de lado a lado de la garganta. El corpachón cayó hacia delante y Zelda, haciendo un esfuerzo sobrehumano, se deshizo de la horquilla y esquivó al goblin.

Sobre el muro de piedra, recortada su silueta por la luna llena, Zelda vio a un hylian armado con el arco.

- ¿Link?

El muchacho saltó sonriendo. Se sentía tan orgulloso de sí mismo que, saltando sin mirar bien, trasbilló y acabó casi de rodillas frente a Zelda. Se recompuso, apartando un mechón rubio que le cayó sobre un ojo.

- El mismo.

- Pero... ¿Tú estás loco¿No habíamos quedado...?

- Oye, acabo de salvarte el "pellejo". Al menos podrías darme las gracias.

Zelda quiso decirle un par de cosas al niño chulo. Se quedó con las ganas. Su pequeño encontronazo atraía a más goblins hacia ellos. Zelda les vio llegar a cada lado del pasillo.

- Corre, entra. – cogió el farolillo y buscó entre sus semillas.

Link la obedeció, pensando que ella también entraría. Zelda arrojó las semillas alrededor de ella, en la entrada al templo. Luego, con todas sus fuerzas, estampó el farol del goblin en el suelo. Las semillas hicieron el reacción, y levantaron un muro de fuego que ni el más osado de los goblins atravesaría.


El templo de las Praderas Sagradas aún se tenía en pie. Zelda reconoció en el dintel el símbolo de la familia real. Atravesaron los dos juntos el umbral, caminando despacio para estar atentos a cualquier sonido. Allí dentro había mucha oscuridad y parecía desierto. Zelda empleó el tallo de Deku-Baba como antorcha e iluminó el camino. Link, a su lado, avanzaba con una flecha a punto de ser disparada.

De repente, Link dio un grito y se ocultó detrás de Zelda. La chica iluminó el rincón que Link señalaba, asustado.

- Sólo es una arañita. – Zelda percibió las patas del bichoantes de escurrirse bajo una piedra.

- Me dan miedo las arañas.

Zelda iluminó el techo y, tras dar un pequeño grito ella también, añadió:

- Entonces no mires hacia arriba, alteza.

Hizo caso omiso a la sabia advertencia. Miró hacia arriba, y sólo su honor le impidió salir del lugar corriendo como un poseso. Dominando casi todo el techo de la sala, había una araña gigante. Las patas amarillas con franjas negras la ayudaban a tejer una amplia telaraña, que taponaba la salida de la sala. Zelda, cogiendo el brazo de Link y sin dejar de mirar al insecto, murmuró:

- Sígueme despacio. No hagas movimientos bruscos, y no toques nada.

Cruzaron la estancia despacito, atentos a cualquier movimiento. Link, recuperado del susto a medias, siguió a la muchacha. Le tranquilizaba que Zelda estuviera tan segura. En realidad, estaba asustada y preocupada. Si tocaban la red, la araña les atraparía. Pero no le quedaba más remedio, si querían salir de allí.

- Link, cúbreme.

- ¿Qué?

- Que si ves que la araña se mueve, dispara con el arco. – Zelda soltó su brazo y acercó la antorcha a la membrana que cubría la puerta. La araña percibió el movimiento. Sus mandíbulas cargadas de veneno se abrieron y cerraron, provocando un ruido chirriante. Se descolgó y aterrizó en el suelo.

- ¡Zelda, se mueve!

- ¡Pues dispara!

Link apuntó con la flecha y obedeció a Zelda. Estaba nervioso, y le temblaba el pulso, por eso su tiro rozó un poco el rostro del animal. Tenía ocho ojos rojos que le miraban furiosos. Zelda pretendía quemar la telaraña. Acercó la mecha, pero se detuvo. Sobre ella, un bulto de telaraña empezó a agitarse.

- Link¡dispara ahí arriba!

- ¿Y qué hago con la araña?

Zelda desenvainó.

- Yo me ocupo de ella.- y sin dudar se deslizó debajo de las ocho patas.

Mientras la chica luchaba contra el arácnido, Link disparó la flecha al nexo de unión entre la telaraña y el bulto que se agitaba. Como estaba más tranquilo, no falló. El bulto cayó a su lado, empleando el cuchillo pudo liberar al prisionero de la araña.

Leclas se puso en pie, mareado y confundido aún. No reconoció a Link hasta que éste le preguntó cómo estaba. Apartada de los dos, Zelda golpeó el estómago de la araña con el filo de la espada. El insecto empezó a retorcerse y cayó boca arriba. Estiró y dobló las patas antes de morir definitivamente.

Zelda se secó el sudor de la frente. Los dos espectadores esperaron a que se acercara para hablar.

- Me alegra verte, Leclas.

- Lo mismo digo, aunque casi me chamuscas el pelo. – Leclas señaló uno de los mechones castaños, que aún echaban un poco de humo.

- ¿Dónde está Urbión? – Zelda miró a su alrededor, y no vio ningún bulto más. Leclas se encogió de hombros.

- Ni idea. La verdad, no sabía que le habían capturado. – Leclas les contó que, cuando los fantasmas les atacaron, uno le golpeó muy fuerte. No sabía dónde estaba, ni quién era el Fantasma... Había despertado hacía un par de horas, y por más que había llamado a Urbión o a los niños, no recibió respuesta alguna.

- Da igual, toma. – Zelda le dio uno de sus puñales. – Nos vienes muy bien, necesitamos a un tío de verdad.

Link quemó los restos de la telaraña y salieron a otro pasillo, largo y decorado con altos ventanales. Algunos conservaban unos cristales de colores, lo que indicaba que en otros tiempos más afortunados estuvieron cubiertos de vidrieras. Leclas quiso saber qué le había pasado a Zelda, y sobre todo¿qué hacía Link con ella?

- Urbión nos dijo que tenías que acompañar al señor marqués hasta el Templo de la luz.

Zelda estaba muy preocupada por Urbión, y respondía de forma escueta a las preguntas. Como no le apetecía explicar quién era Link, omitió su rango. Link también estaba callado, pero porque se había molestado por el comentario de Zelda.

Tras el pasillo había otra sala más pequeña y sin salida. Zelda iluminó las paredes, ocho en total. No había mobiliario, ni columnas, pero en cada pared alguien había colgado siete cuadros.

- Qué raro. – Link se acercó uno por uno, para examinarlos. Todos eran iguales: un camino en medio de un lúgubre bosque, una noche de luna llena.

- El Fantasma no está aquí, salgamos. – Zelda retrocedió, o al menos eso intentó. La puerta se cerró con un estruendo y gruesos barrotes la cubrieron. A su espalda escuchó un grito.

Se giró, con la espada en alto. Link luchaba para desasirse de las manos que atravesaron un cuadro. En su interior, el dibujo del Fantasma, el mismo ser contra el que se enfrentó en el viaje a Kakariko, intentaba arrastrar al príncipe.

- ¡Suéltale! – Leclas alzó el puñal y rasgó la tela del cuadro. El Fantasma soltó a Link, pero no cesó en su empeño. Escucharon su risa, que parecía provenir de todos los rincones múltiples de la sala.

- ¡El cuadro! – Link señaló uno de los que estaban bien. En el interior se veía la silueta del jinete sobre su caballo avanzando con la mano en alto.

- Aquí también... ¡Está en todos! – Leclas señaló a otro cuadro.

Se colocaron en el centro para protegerse del inminente ataque de seis jinetes fantasmas. Los seis cuadros brillaron, pero sólo salió un jinete, que atravesó la habitación de un salto, para refugiarse en otro cuadro. Por el camino, soltó una bola verde de energía, dirigida a Link.

Hubiera acertado. La bola descendió hacia el príncipe, pero algo la obstaculizó: el cuerpo de Leclas. El chico chilló y cayó al suelo desmayado.

- ¡Maldición! – gritó Zelda. El fantasma volvía a recorrer los seis cuadros.

- Tranquila. – Link tocó su bolsillo y extrajo el Ojo de la Verdad. Usando el cristal, vio que todos los cuadros estaban vacíos, excepto uno. Soltó la lente y disparó una flecha a ese cuadro. Zelda, por si acaso, rasgó otra pintura con la espada. La flecha de Link, esta vez certera, se clavó en el pecho del Fantasma, pero, cómo sucedió durante su primer encuentro, ni se inmutó. Bastó sin embargo para descubrirle y verle más de cerca.

Sin el yelmo que le cubría el rostro, se veía una faz cadavérica. En otro tiempo debió ser un hombre de constitución fuerte, pues tanto él como su caballo eran grandes. Se rió, y lanzó otra bola, esta vez en dirección a Zelda. Link se puso en pie y trató de apartar a la muchacha. Llego tarde, la bola de energía ya estaba frente a Zelda. La muchacha se colocó tras su escudo y rezó. La bola se estrelló en la superficie de madera, y al instante el escudo se desintegró. Zelda soltó la argolla, lo único que le quedó del escudo.

- ¡Link, aparta! – y lanzó una semilla de fuego con la mano. Se estrelló entre los ojos del Fantasma, que gritó de dolor. Sin embargo, las semillas le hacían daño, pero no le detenían. Formó otra bola de energía.

Sin nada con lo que protegerse, la niña caería y su señor estaría contento. Por eso se sorprendió al ver como Zelda, al describir un círculo con su espada, hacía rebotar la bola contra el filo.

- Eso es... Zelda, sigue así. – dijo Link. No escuchó la contestación de la chica, algo así como que era un idiota.

La batalla se había convertido en algo parecido a un juego: El Fantasma empleó sus manos para hacer volver la bola a su destino; y Zelda esquivó otra vez el ataque. La bola iba más deprisa, hasta que se convirtió en un haz de luz verde.

- Me estoy cansando... – anunció Zelda. No sentía los músculos de los brazos y los hombros. Sudaba tanto que la túnica verde empezó a mojarse. Link miró la escena con el Ojo de la Verdad.

"Necesito que pierda la concentración" pensó el príncipe. Apuntó con una flecha dispuesta. Esta vez no debía fallar, no debía pensar en que si la flecha salía unos metros por encima, o que sólo le rozaba, Zelda moriría. Pensó en cómo derrotó al goblin, y entonces, concentrado, disparó. La punta se clavó en la garganta del ser. Algo de daño le hizo, el suficiente para perder de vista a Zelda y a la bola de energía. Zelda, haciendo el último esfuerzo, golpeó la bola y esta se estrelló contra el pecho del Fantasma.

El aullido de dolor fue tan estremecedor que el príncipe y la guerrera se taparon los oídos. Resonó hasta en el exterior, y los goblins, que siempre se habían especializado en oler problemas, salieron despavoridos abandonando a su señor.

El Fantasma se deshizo en el aire, dejando una nube verdosa, y sólo quedó de él un medallón, el del Bosque. Rebotó hasta permanecer quieto a los pies de Zelda.


N.Autora: Perdón por el retraso, esta semana. Por lo demás, no tengo mucho que añadir... Gracias por dejar sus comentarios, y también sus críticas, jejeje... El Link de esta historia no se parece mucho al del juego, pero precisamente por eso (creo) es un personaje más interesante. En una primera versión de la historia, Link no iba a acompañar a Zelda, sino que se quedaría en el Templo de la Luz, aguardando el regreso de su amiga y haciendo vida contemplativa... Sin embargo, la historia empezó a resultarme muy aburrida con Zelda sola recorriendo Hyrule, y precipité las cosas para que se reunieran pronto.

No hacen mal equipo, no...