Tras tocar la canción de la salud, y ocuparse de que Leclas estaba cómodo sobre Centella, partieron, cansados y hambrientos, hacia el refugio del bosque. Por el camino, Zelda examinó a Leclas, intranquila porque creía que el muchacho no respiraba. Link la tranquilizó: no tenía heridas, y sin duda estaba bien gracias al sortilegio. Despertó cuando llegaron, mientras amanecía.
Los niños recibieron con alegría la vuelta de Leclas, aunque preguntaron por Urbión con insistencia. Zelda había registrado el templo antes de salir, y no halló ni la más mínima pista sobre el paradero de su amigo.
-Podría habérselo sacado a un goblin. – le dijo a Link.
Leclas estaba algo confundido, y hasta algo deprimido. Se notaba porque no se quejó. Link le preguntó si se encontraba mejor.
- No... No entiendo nada. ¿Por qué nos capturó ese monstruo¿Por qué tenía tanto interés en matarte, Link?
Y fue él el que le explicó todo. Los niños escucharon su historia muy atentos, y cuando le tocó el turno, Zelda narró sus aventuras en el Templo del Fuego y de Agua.
- ¿Y a dónde tenéis planeado ir ahora? – preguntó Leclas.
- Tenemos que conseguir el Medallón de la Sombra. – contestó Zelda. Vaciló y miró de reojo a Link. El príncipe, muy ufano por las exclamaciones que su relato había causado, y más atento a la manzana que devoraba, no se percató de la mirada preocupada de Zelda.
- Um... El Medallón de la Sombra, sí... – asintió, y entonces se dio cuenta de algo. – Zelda¿tú sabes dónde está el Templo de la Sombra?
Se acordaron de que Saharasala sólo les marcó el Templo del Fuego y de Agua. Del Templo de la Sombra dijo únicamente que estaba "en la oscuridad y en la sombra".
- ¿Qué haremos? – preguntó Zelda, consternada. – No tenemos ni idea de dónde puede estar...
- Creo que en Kakariko vi una biblioteca. – Link reflexionó. – Allí seguro que encuentro algo de información.
A Zelda no le gustaba nada dejar de nuevo a los niños solos en el bosque. Link le pidió a Leclas que les condujera a la aldea cuando se encontraran con fuerzas, pero el chico se negó. En el momento de partir, Leclas les dijo:
- Si nos ven, nos echaran. Nadie quiere cargar con niños como nosotros. Recuerda que tu madre nos tiene entre ceja y ceja.
- Cambiaré esa ley, te doy mi palabra de honor. – Link se puso la mochila, dispuesto a marchar. – Usad el dinero que os di, y usad esto para decir que vais de mi parte. – y le dio a Leclas una carta de recomendación que él mismo había escrito la noche anterior, sellada con su propio escudo.
- De acuerdo. En un par de días recogeremos esto y marcharemos a la aldea. – Leclas bufó, lo que hizo reír a Zelda. Se abrazaron, y la muchacha hizo también otra promesa.
- Encontraré a Urbión.
Sin dar rodeos ni meterse en el pantano, el camino a Kakariko era rápido. Link conducía a Centella mientras Zelda, sentada en la grupa, reflexionaba. Salieron a la llanura de Hyrule hacia media tarde, y trotaron ligeros hacia la aldea.
En la entrada, no estaba Hermes, sino un soldado algo más viejo y cansado, que ni les prestó atención. No encontraron apenas gente por las calles, pero les llegó el ruido de una multitud en la plaza.
- ¿Qué estará pasando? – Zelda desmontó y corrió hacia la plaza. "Sin el escudo de madera atado a la espalda, se ve la frágil curva de sus hombros", pensó Link mientras la seguía.
En la plaza, encima de una plataforma de madera, una mujer joven gritaba desesperada. La población entera estaba allí mirando, sin reaccionar. Zelda tuvo que saltar para ver algo, y al final se subió a un banco.
- ¿Qué ocurre? – le preguntó Link.
- Ni idea... Esa plataforma es como la que ponen en Lynn cuando hay alguna fiesta.
- No parece una fiesta.
La mujer gritaba a la multitud. Sostenía algo entre sus manos, un guardia vestido de blanco y azul trataba de arrebatárselo, pero sin éxito. Zelda creyó que era un artículo robado, hasta que escuchó el llanto de un bebé.
- Ah... Van a quitarle el niño.
- ¿Cómo?
- Si. Debe ser que no ha pagado los impuestos. – Zelda golpeó la caja y exclamó su consabido ¡Maldición! Link apretó los dientes y cuadró los hombros. Se colocó bien la túnica y avanzó con paso firme entre la multitud. Subió a la plataforma en el mismo instante en el que un guardia, que reconoció por su vestimenta como miembro de la Guardia Real, levantaba la espada hacia la mujer.
- ¡Alto¡Os lo ordena el príncipe!
Ocho guardias se giraron y miraron al niño rubio que así les habló. Algunos se rieron; otro, el que portaba además un enorme medallón azul en forma de estrella, se acercó a él.
- ¿Quién decís que sois? – le preguntó.
- Link V Barnerak, hijo de Lion II el Rey Rojo, y la Reina Estrella. – Link puso los brazos en jarras. – Os ordeno que dejéis a esta mujer y a su hijo en paz, y que no cobréis ningún impuesto más.
Detrás de su superior, los guardias rieron. Link, percibiendo que no le creían, extrajo entonces su sello, con el que firmaba sus cartas, y lo mostró a la concurrencia. El jefe de aquellos guardias lo examinó.
- Bien, alteza. Me alegra saber que estáis bien. Su señora la Reina estaba preocupada por la falta de noticias suyas. – le devolvió el sello. Link sonrió ante la actitud sumisa del guardia.
- Me ocuparé personalmente de hacerle llegar noticias mías. Ahora, dejad a esta señora.
La pobre, que había cesado de gritar, le miraba como quién veía a un ser de otro planeta.
Zelda, desde abajo, luchaba por llegar a la plataforma. Por el camino, un destello fugaz le sacudió la vista. Por unos segundos creyó que se había quedado ciega. Se frotó los ojos, recuperó la visión y continuó sin darle más importancia. Más tarde recordaría ver esos destellos de luz entre la multitud. Zelda llegó justo a tiempo. El guardia le decía a Link:
- Señor, es cierto que vos sois el príncipe, en eso os creo. Pero, por más que me pidáis que deje a esta delincuente, no puedo. Vos sabéis de sobra que las órdenes de su señora madre valen más que las suyas.
- Ella no está aquí ahora, por lo que debéis obedecerme. Traeré a mis propios soldados, si es preciso. – Link enrojecía de rabia por momentos.
El guardia dudó. Parecía atento a una lejana voz. Luego, con una leve inclinación, ordenó:
- ¡Apresadla¡Y también al príncipe!
La orden pilló de sorpresa a Link, que vio como tres guardias se le echaban encima. Zelda llegó en ese momento. Soltó una semilla de fuego y, ante la llamarada, retrocedieron.
- ¿Otra vez metiéndote en líos, alteza?
Link no deseaba pelear. Sacó el puñal enjoyado e, imitando a Zelda, rasgó el aire con más intención de disuadir a los guardias que hacerles daño.
"¡ALTO!"
La voz femenina les sorprendió tanto a Zelda y a Link, que retrocedieron a la vez y casi se caen de la plataforma. Los soldados no la habían escuchado, pues resonó en las mentes de los dos niños, pero su jefe ordenó que parasen. Permaneció unos segundos en silencio, y luego, inclinando la cabeza, dejó su medallón en el suelo.
- Alteza, vuestra madre desea hablaros.
El pueblo, espectador de esta comedia, soltó una exclamación de sorpresa. El medallón empezó a brillar y de su interior salió la silueta de una mujer extraordinariamente alta y ancha de espaldas. El cabello rizado recogido en un moño alto era castaño, y vestía un elegante traje marrón cuya falda de vuelo se meció en el aire. A través de la figura podían ver el resto de la plataforma. Los ojos, de un color diferente cada uno, se clavaron en Link. "Si alguien me mirara así, me moriría del susto" pensó Zelda, y al instante pudo comprobarlo. La reina Estrella la miró un momento con desprecio.
Link compartía ese miedo. Le temblaron las piernas y las manos, y a punto estuvo de soltar el cuchillo. La gran reina Estrella estaba ante él, toda ella furia. Recordó dónde estaba y, cuadrando los hombros, se enfrentó a su madre.
- ¡Link V Barnerak¿Qué tonterías te han contagiado en el Templo de la Luz? – la voz iba acorde con el terrible aspecto de la reina. Sin amilanarse, Link le contestó.
- Madre, si hablamos de tonterías, usted tiene acumuladas el doble que yo. – Señaló a la mujer. - ¿Qué significa ese impuesto¿Por qué hacemos sufrir así al pueblo?
-Son asuntos del reino, que no son de tu incumbencia.
- Lo son, pues algún día seré rey. ¿Qué clase de reino tendré si usted está eliminando a todos los niños?
La muchedumbre empezó a vociferar y a aplaudir. La reina apretó los dientes y señaló con su huesudo dedo índice al muchacho.
- Tendrás el mejor reino, te lo aseguro. Implanté ese impuesto para evitar escuelas y hospitales saturados, y problemas con el hambre y las enfermedades. Si evitamos que la población crezca sin ritmo, acabaremos con los recursos de nuestro amado reino, y en el futuro todos morirán de hambre. – la reina bajó un poco el tono, y su mirada fiera se tornó dulce. –Permite que mis hombres terminen de hacer su trabajo sin que nadie resulte herido. Es lo mejor para todos.
Link hubiera, en ese momento, hecho caso a su madre de buena gana. A pesar del miedo y el respeto que sentía hacia ella, la reconocía como su madre, y la quería. Pero miró a la joven madre, aferrada al poste con una mano, clavando las uñas en la madera; mientras que con el otro brazo sujetaba a la criatura. La mirada del príncipe se dirigió a la multitud.
- ¿Volverás a casa, hijo mío?
La voz melosa de la reina sonó muy bajito. Zelda, por si acaso, ya había colocado unas semillas en el tirachinas. Link y ella se miraron un momento. Luego, el príncipe gritó a su madre:
- ¡Jamás¡No hasta que el pueblo de Hyrule esté libre de absurdos impuestos y puedan formar su propia familia!
- He tratado de ser razonable. A partir de ahora, se consecuente con tus ideas. – la reina, con el rostro demudado por la furia y la sorpresa, llamó a los guardias. – Encarcelad a la mujer y a la niña. Apresad a mi hijo, y traedle de vuelta al castillo. – y desapareció en el aire. La mujer con el niño había bajado al fin de la plataforma, ya sólo quedaban Zelda y Link contra siete guardias el triple de grandes que ellos.
Zelda disparó la primera semilla, dando de lleno en un soldado. El pobre, que tuvo la desgracia de probarla, empezó a retorcerse por el suelo, gritando y pidiendo que le rascaran la espalda. Zelda, sin variar la expresión, disparó la siguiente, antes de que un guardia la sorprendiera por la izquierda y la abofeteara tan fuerte que rebotó contra el poste de madera y se desplomó. La nariz le sangraba. Link se interpuso entre ella y los guardias, cuchillo en alto.
- ¡Dejadles en paz! – escuchó decir a una voz de hombre. Al instante se unieron más voces airadas. Un chico joven, de unos catorce años, saltó a la plataforma y golpeó a un guardia que trataba de coger a Link. Otros ciudadanos de Kakariko le imitaron. La plataforma crujió por el peso de todos los participantes en la pelea. Link trató de reanimar a Zelda para sacarla de allí, antes de que la inestable plataforma cediera. El chico que le había ayudado cogió a la chica en brazos y dijo.
- Sígueme.
Link le obedeció. Corrieron por las calles de Kakariko hasta llegar a un callejón. En la plaza, las traviesas de madera cedieron, y los guardias que quedaron huyeron. Al resto, el pueblo de Kakariko los expulsó en medio de gritos, pero no hubo más heridos que la nariz de Zelda.
El muchacho moreno subió a un carro lleno de pequeñas cajas de madera, y recostó a Zelda en un camastro al fondo. La muchacha, aturdida, se soltó del abrazo del desconocido. Se tocó la nariz y dijo, con la voz distorsionada:
- Ay, jo... ¿Tu madre siempre se las gasta así?
El chico se rió. Le dio a Zelda un pañuelo mojado previamente en agua fresca. Esperó a que la nariz de Zelda dejara de sangrar para decir:
- Alteza, permitid que me presente. Soy Kafei Suterland, un humilde repartidor.
- Encantado, pero no me trates de usted ni de Alteza. Puedes llamarme Link.
- Yo soy Zelda Esparaván.
- Habéis sido muy valientes los dos. – Kafei se apoyó en una caja, y entonces Link se fijó en los dibujos y letras.
- ¿Qué repartes? – preguntó Zelda, devolviéndole el pañuelo.
- Leche. –respondieron al mismo tiempo Link y Kafei. Este se rió y añadió - ¿Cómo lo sabes? Sí, reparto leche del rancho Lon-Lon; hacia el este, a un par de kilómetros. Es un sitio estupendo, aunque Mr. Ingo es muy estricto. Hace tiempo perdí una caja durante el reparto y me ha descontado 250 rupias de la paga, lo que equivale a dos años de trabajo.
Zelda enrojeció de golpe. No sólo porque, en parte, Link tuvo su razón durante la pelea por la botella de leche. Enrojeció porque Kafei tenía unos ojos azules muy bonitos. El cabello negro brillaba mucho, y tenía, en contraste con sus ojos claros, la piel muy tostada. Era fuerte y musculoso, y esto le hizo pensar en Urbión.
- No podemos quedarnos en Kakariko, después de la que has armado. –dijo la muchacha a Link. – Perdona que lo diga, pero tu madre está loca.
- Esa mujer no podía ser mi madre. – Link bajó la cabeza. – Nunca la había visto así, parecía como... ida... – frunció el ceño. – Algo ha pasado en el castillo, estoy seguro.
- Pues de momento, no podemos saber nada. – Zelda se mordió el labio. – Deberíamos irnos por una temporada.
- En Kakariko están de fiesta, no podréis quedaros...Mañana mismo se celebran los juegos competitivos del Otoño en el rancho. – Kafei tuvo una idea. - ¿Por qué no venís? En el rancho estarás seguro, alteza; así podréis ver los juegos, son muy entretenidos.
Como no sabían todavía nada sobre el lugar del Templo de la Sombra, aceptaron. Esa noche, cuando la aldea estaba tranquila y los pocos juerguistas estaban refugiados en la "Torre de Melora", Link cruzó Kakariko hacia el hospital. Antes de irse, quería ver a sus soldados y al sargento. Zelda le esperó intranquila, en la puerta del hospital. Kafei les acompañó. Este le preguntó a Zelda de dónde era, y así hablaron un poco el uno del otro. Resultó que Kafei tenía familiares en Términa. Nació en Holodrum, una isla más alejada que Labrynnia. Sus padres fueron comerciantes, y viajaban mucho.
- Murieron aquí, en Kakariko, cuando yo tenía diez años. Para evitar acabar en el orfanato, y como mis familiares no podían acogerme por los impuestos, acepté un trabajo en el rancho.
La conversación se vio cortada por la aparición de Link. Zelda, que estaba sentada en el filo del pozo, se puso en pie. El príncipe nunca había tenido un tono de piel saludable, su palidez era permanente. En esa ocasión, sin embargo, superaba el color blanco. Estaba entre el amarillo y el morado, como si le faltara aire. Zelda se acercó a él muy preocupada.
- ¿Qué... qué ha pasado?
La mirada de Link era fría, como si ya nada le afectara.
- Muertos... Todos... muertos. – murmuró. Zelda le sujetó los hombros y le sacudió para que reaccionara. – No saben cómo... Algunos estaban esperando a sus compañeros para partir al castillo... Comieron algo en mal estado, y...murieron.
- ¿El médico no sabe qué ha pasado? – preguntó Kafei.
- Dice que quizá fue un atentado de las gerudos.
- Ah, claro. Quizá al ver tanto soldado junto, temían que la reina reiniciara la campaña... – comentó pensativo Kafei.
A Link le habría gustado preguntar a qué se refería con eso de "reiniciar". Abrió la boca, y perdió toda la capacidad de hablar. Siempre había sido capaz de decir cualquier cosa, era hábil en la oratoria, pero entonces se encontraba tan cansado que no podía encontrar las palabras. Se frotó los ojos y Zelda comentó que estaba a punto de caerse de sueño.
Durmieron en el carro de Kafei aparcado en el callejón. Zelda, como siempre, prefirió ordenar unas cajas vacías y dormir a la intemperie, después de asegurarse de que Link descansaba. Escuchó, cuando pasó un largo rato, un hondo lamento, y supo que estaba llorando en sueños. "¿Quién estará haciendo esto? Primero el templo de la Luz, después los niños... y ahora los soldados...Pobre Link"
A la mañana siguiente, sólo ella y Kafei parecían estar en condiciones. Link tenía unas feas ojeras en su noble rostro. Había pasado la noche en medio de horribles pesadillas: en el templo de la Luz caían muros sobre niños indefensos, mientras su madre se reía a través de una vidriera de colores. Se quebraba en mil pedazos, lloviendo fragmentos de colores sobre él. Su madre abandonaba la escena montada sobre el caballo del Fantasma.
Zelda, en un intento de levantar el ánimo al príncipe, le comentó:
- En el rancho habrá juegos, así podrás distraerte un poco.
Sin hacer más comentarios, Link aceptó ir en el carro para descansar un poco más, mientras Zelda hacía compañía a Kafei en el pescante. Ataron a las riendas de Centella en la parte de atrás. Marcharon hacia el rancho Lon-Lon, y Zelda esperó que allí hubiera algo capaz de animar al alicaído príncipe.
