Capítulo 16. En la oscuridad y en la sombra.

Llovía a cántaros en medio de la oscuridad de la noche. Tres figuras encapuchadas hablaban en susurros a la puerta del cementerio de Kakariko. Habían llegado en silencio, y cruzaron el pueblo esquivando a los guardias reales. En la entrada vieron un cartel, que una de las tres figuras arrancó y leyó, ahogando una exclamación.

"La Reina Estrella Ofrece una Recompensa de 5000 rupias a quién Capture a Zelda Esparaván Que ha hechizado a nuestro príncipe Link V Barnerak"

- ¡Tu madre está como una cabra! – exclamó la peligrosa criminal.

- Le escribiré para explicarnos, pero ya te dije que aquella mujer no era mi madre. – Link caminó detrás de Kafei. El repartidor les conducía al cementerio. Por el camino les explicó que sus padres estaban enterrados allí. También les explicó que debían ir con mucho cuidado: el cuidador del cementerio, Dampe, tenía muy mal carácter. Kafei cruzó la verja sólo, y regresó para decirles que el enterrador estaba durmiendo.

El cementerio estaba situado al oeste de Kakariko, cruzando una verja de hierro. Había muchas lápidas, sencillas la mayoría de ellas. En algunas se veían urnas o estatuas. Link se detuvo a observarlas curioso. Zelda evitaba pisar la tierra frente a ellas. Bajó la intensidad de la lluvia, y la luz de la luna llena iluminó un poco el camino.

- Es allí. – Kafei les señaló a un lugar hacia delante. En efecto, allí estaba la tumba que don Obdulio había captado.

En realidad eran dos tumbas colocadas en paralelo una al lado de la otra. Entre ellas, había una estatua de una mujer con un reloj de arena y un libro abierto. En este libro se leía: "Aquí yacen los hermanos Oscuridad, grandes músicos al servicio de su Majestad", seguido de un texto en hyliano, adornado con el sello de la familia real. Link acarició las letras cuneiformes.

- Cuando vi la luminografía de Don Obdulio, me acordé de las palabras de Saharasala: "En la oscuridad y en la sombra".

- Los hermanos Oscuridad, pero ¿y la sombra? – preguntó Zelda.

- La sombra es la muerte. – Link recitó, a la par que tocaba cada signo en hyliano: - "Cuántos hablan de mí no me conocen, y al hablar me calumnian; los que me conocen callan, y al callar no me defienden; así, todos me maldicen hasta que me encuentran, mas al encontrarme descansan, y a mí me salvan, aunque yo nunca descanso..." (Véase nota de la autora al final) Y firma "La Sombra". Es un viejo acertijo hyliano, y la solución es la muerte.

- ¿Estás seguro de que el templo de la Sombra... ? – a Zelda se le estaban poniendo los pelos de punta.

- Sí... Mira, tienen el sello de la familia real. Es aquí. – Link anunció que debían mover las lápidas, lo que provocó el enfado de la chica.

- ¡Ahora encima me van a acusar de asaltar tumbas!

- Vamos, es la única forma de asegurarse. – Link rodeó la tumba. Agarró una esquina y tiró de ella. Kafei le ayudó, y a Zelda no le quedó más remedio que remover la otra tumba. Volvía a llover, esta vez más fuerte. Kafei les había prestado unas capas impermeables, pero aún así tenían frío.

Link dejó de tirar. Se secó el sudor frío y entonces vio que, en la parte posterior de la tumba, alguien había grabado una especie de dibujo.

- ¿Qué es eso? – le preguntó Kafei.

- Parece un pentagrama. – Link reconoció las notas. – Hay una inscripción en hyliano... "Sé la luz entre las tinieblas".

- Ey, vosotros, venid a ver esto. – Zelda estaba antes las tumbas, contemplando el agujero negro con unas escaleras de mármol. – Tenías razón, alteza. Aquí hay algo.

Link se asomó. El aire olía a viciado y a humedad.

- El templo de la Sombra, supongo.

Las escaleras se perdían en el oscuro vacío. Zelda encendió el resto del palo de Deku-Baba y lo usó para iluminar la impenetrable oscuridad. Las escaleras acababan en una habitación redonda. Alrededor de un pedestal había varios pilares con una lámpara apagada al final. Zelda pisó la plataforma con cuidado.

- Mirad, en el suelo. – enfocó la antorcha, y Link y Kafei contemplaron el sello de la familia real, y unas letras en hyliano. Link se agachó y tradujo.

- "Para entrar, ilumina la oscuridad..."

- Bien, encendamos estas antorchas. – Zelda iba a encender una, cuando Link le agarró del brazo.

- No me has dejado terminar: "Ilumina la oscuridad de una vez".

- ¿De una vez¿Qué encendamos todas estas antorchas... de una vez?

- Si nos dividimos, quizás... – Kafei sopesaba las posibilidades. Había cinco antorchas para cada uno, y encenderlas a la vez requeriría tener cinco palos encendidos y cinco brazos...

Link cogió la flauta, con una sonrisa bailando en los labios. Les pidió que se apartaran un poco. Se puso en pie en el pedestal e inició una tonada desconocida. Zelda iba a decirle que cómo se le ocurría usar la música en un lugar como aquel, pero se calló. Un muro de fuego rodeó a Link y ese muro se hizo de repente muy grande. Todas las antorchas se iluminaron a la vez, y una gran puerta de mármol se abrió con un estruendo.

- Sé la luz entre las tinieblas. – recitó Link.

Impresionados por su poder, Zelda y Kafei descendieron de la plataforma y avanzaron. El príncipe guardó la flauta en su mochila, e iba a seguirles cuando escuchó un leve silbido. Asustado, quiso llamar a Zelda, pero no llegó. Un inmenso agujero negro se abrió a sus pies, y una mano negra le cogió de la pierna.

- ¡Link! – Zelda saltó a la plataforma y golpeó a la mano-sombra. Esta soltó a Link, y el príncipe trató de ponerse en pie otra vez, pero otras dos manos le sujetaron de los brazos. Kafei se unió a la lucha. Alzó su arma, un extraño arco de madera, y recibió un empujón que le lanzó al otro lado. Zelda gritó frustrada cuando Link desapareció a través del suelo.

- ¡No! – Zelda se arrodilló en el suelo de la plataforma y lo golpeó con el puño. - ¡Maldita sea... Link!

Agachó el rostro, para ocultar la tristeza y angustia que le embargaron. Maldijo a Saharasala, a Kaepora Gaebora, a Link... ¿Cómo le podían hacer eso? Su vida era mucho más sencilla antes de aparecer ese maldito príncipe.

- Zelda, quizá no está muerto... – quiso consolarle Kafei, pero la muchacha negó.

- Se acabó. Kaepora me dijo que debíamos cuidar el uno del otro, y yo lo he hecho de pena.

"Tan mal no lo has hecho".

La voz de Link en su mente la sorprendió tanto que gritó. Kafei pensó que se había vuelto loca, hasta que ella le mostró la piedra telepatía que brillaba. Kafei la tocó y de ese modo escuchó a Link.

"¿Dónde estás?"

"No lo sé. Creo que hay unos barrotes, y esto se mueve, como si estuviera colgado en el aire... Huele mal..." Link se movió, pero no veía nada.

"Te sacaré de allí, Link" Zelda guardó la piedra y, haciendo un gesto a Kafei con la cabeza, se adentraron en el templo de la Sombra.

La siguiente sala era redonda, y no necesitaban la luz de la antorcha: de algún modo, el sol se colaba por unos estrechos ventanucos e iluminaban el panteón. En esta sala, lo único que había era un interruptor en el centro exacto. Tenía forma de baldosa.

- Habrá que pulsarlo. – comentó Kafei. El repartidor no tenía armas, portaba el arco de madera antes mencionado, que él llamaba boomerang. A Zelda le parecía poca cosa, y por eso le ofreció un puñal, que él rechazó. La muchacha temía que acabara protegiéndole a él también.

- Después de lo que he visto, no me fío ni un pelo. – Observó la estancia en busca de otra posibilidad. No había ni dibujos ni letras en hyliano, nada de nada. Cuando estuvo segura, le indicó a Kafei que pulsara.

Cuando apretó el interruptor con el pie, la puerta se abrió de par en par, sin más problemas. Kafei le sonrió:

- ¿Ves, desconfiada?

Kafei tuvo que tragarse sus palabras: empezó a brotar del suelo un extraño líquido de colores diversos: azul, rojo, amarillo, naranja... Cada grupo de color se agrupó a la vez, y ante su sorprendida mirada, se transformaron en gotas con ojos.

- ¡Chu-Chus! – exclamó Kafei, alzando el boomerang.

- ¿Qué es eso? – Zelda no les temía. Parecían flanes de gelatina.

- Son unos monstruos horribles. Según el color suelta ácido, quema, o da calambres... – lanzó su objeto contra ellos y, dando de lleno a dos, los paralizó. El objeto retornó a él. – Rápido, atácales.

Zelda dio una voltereta en el aire, para eludir a dos chu-chus rojos que iban camino de atacarla; y golpeó con la espada al chu-chu inmovilizado. Se quebró como la arcilla. Ese método estaba bien, pero en esa sala habría cientos de chu-chus, y el boomerang de Kafei no era lo suficientemente rápido.

- ¡Dispara sólo en dirección a la salida! – le recomendó Zelda, esquivando a tres chu-chus. Golpeó con la espada a uno azul que trataba de rodearla, y entonces comprobó porqué Kafei les tenía miedo. El calambre a punto estuvo de hacerle soltar la espada. Por unos segundos, no vio nada más que un relámpago azul. La salvó el escudo de Link, y la puntería de Kafei. El primero le protegió la espalda de otro ataque mientras salía del aturdimiento, y el segundo paralizó a dos chu-chus.

- ¡Corre!

Zelda obedeció, deteniéndose lo justo para eliminar a los chuchus paralizados que le impedían el paso. Atravesó el cordón de seres y llegó hasta la puesta abierta. Se giró, llamando a Kafei, pero el muchacho, que no se había movido de su puesto desde que pisó el interruptor, seguía lanzando su boomerang.

- ¡Kafei, corre!

El chico negó con la cabeza.

- ¡Entra, y salva al príncipe!

Zelda comprendió entonces: si el chico se movía, la loseta volvería a su posición inicial, y la puerta se cerraría. Kafei, por tanto, debía quedarse allí. Pero estaba rodeado de chu-chus, y si alguno le electrocutaba demasiado, le paralizaría. Zelda inició el camino de regreso. No contó con la firme decisión de Kafei. El repartidor se apartó de la loseta y la puerta se cerró ante Zelda, ocultando el rostro de Kafei. Sepultado en una nueva tumba.


De nada sirvió gritar, dar patadas y puñetazos a la puerta, o maldecir. Kafei no abriría, y ella debía recuperar el medallón. Quizá si rescataba a Link a tiempo, el príncipe podría curarle...

"Zelda, te siento más cerca" le dijo Link.

En aquella nueva sala volvía a estar a oscuras. Zelda maldijo una vez más, esta vez a ella misma: había soltado la antorcha en la otra sala. Avanzó despacio, guiándose por el hedor a descomposición y por un resplandor verdoso proveniente de algún regato infecto.

A su lado, algo raspó las paredes. Zelda se giró, con el tirachinas apuntando. La oscuridad y el silencio eran tales que podía oír su corazón alto y claro, junto con su respiración entrecortada. Había algo más en aquella sala, arrastrando sus miembros tumefactos. Era el origen del hedor.

Las manos de largas uñas se clavaron en su brazo, y por unos interminables segundos, forcejeó contra el ser que pretendía morderle el cuello. Lanzó una semilla de fuego, y el monstruo se apartó jadeando. Antes de que retrocediera más, Zelda empezó a hundir la espada en su carne, buscando el corazón o algún órgano vital; pero aquella cosa llevaba mucho tiempo muerta. En un intento desesperado, Zelda sesgó el aire con la espada, y sintió que el ser se derrumbaba hecho un ovillo a sus pies. La cabeza chapoteó en el regato, varios metros más abajo.

"Esa cosa era..."

"Un zombie, Link." Zelda se apoyó en la pared, para aguantar las náuseas. "Personalmente, me gustó más el Templo del Fuego... Hasta el de Agua, a pesar de que casi me muero. Puedo luchar contra cualquier cosa, en cualquier lugar, Link. Menos en un espacio cerrado donde apenas hay aire".

"Tranquila, hasta ahora lo has hecho bien. Noto que estás muy cerca. Continúa."Link dudó antes de añadir. "Sé que puedes."

Zelda cogió aire y avanzó por el pasillo, guiada por el riachuelo. Lo hizo deprisa, con el pensamiento puesto en Kafei y en que los zombies no eran muy rápidos. El riachuelo terminaba abruptamente en un agujero en el suelo. Zelda saltó por encima, y entonces tocó una especie de picaporte. Giró y penetró en otra sala, más iluminada, por fortuna.

"Link" Zelda tocó la piedra telepatía, pero el príncipe no respondió. A pesar de la falta de noticias, pudo sentir, a través de un estremecimiento de la piedra, que Link estaba allí. Buscó a su alrededor: la sala se parecía la del interruptor. Estaba igual de vacía. La luz provenía de unas antorchas azules. Zelda alzó la vista, y vio que, colgando del techo, se balanceaba una gran jaula de metal.

- ¡Link!

La pared a su derecha se estremeció, y del muro se separaron unas piedras. Los ladrillos se unieron y formaron una especie de mano gigante. A su izquierda sucedió lo mismo. Zelda rodó por el suelo, y evitó así ser aplastada por las dos horribles manazas.

- ¡El medallón de la Sombra lo tengo yo; oh, tú, que osas enfrentarte al señor!

La voz, estentórea, sonó muy cercana. Zelda dio un salto, esquivando el ataque de otra de las manos. Golpeó con la espada al ladrillo, pero sabía que su metal no podría quebrar la piedra.

- ¿Dónde está Link? – preguntó al aire.

- Morirá, como tú... ¡El Amo se sentirá orgulloso de su creación! Tendré éxito donde otros fracasaron.

Zelda vio que la mano derecha avanzaba abierta hacia ella. Pudo ver entonces un dibujo en forma de ojo en la palma. La esquivó a tiempo, pero se había olvidado de la izquierda. Esta mano la apresó y la sacudió como si fuera un sonajero. Luego, la arrojó sin miramientos contra la pared. Antes de que pudiera recuperarse, una ráfaga de aire la levantó, y algo le mordió la pierna. Zelda empleó la espada y se deshizo de aquello invisible que la atacaba. Tenía una fea herida en la pierna, y la ceja sangraba tan profusamente que no veía bien por un ojo.

- ¡Zelda, a mi señal!

La voz de Link iluminó aquella estancia. Rodeado por manos negras, el príncipe, desde la jaula, lanzó una flecha a la mano derecha del monstruo, y esta se clavó en el ojo dibujado en su palma. Repitió sin vacilar la misma operación en la mano izquierda; y Zelda vio que las dos extremidades se quedaban totalmente quietas.

- ¡Ataca al frente, ahora!

Zelda dio un salto, apoyándose en la pared. Reuniendo fuerzas, describió un círculo en el aire, y su espada rajó algo por el camino. El barboteo de la sangre del ser le empapó las ropas. Se apartó corriendo, pues el cuerpo de una serpiente con un solo ojo caía sobre ella. Las manos se convirtieron en dos montículos de piedra, a la par que el suelo tembló y las paredes se resquebrajaron. Zelda se cubrió con los brazos y se agachó en el suelo: llovían escombros del techo y de las paredes. El yeso y el polvo la cubrieron, y por un buen rato lo único que veía era una nube blanca que le hacía toser. Cuando se disipó, llamó a Link. Si estaba en la jaula, entonces...

- Estoy aquí. – le dijo. El príncipe también estaba cubierto de yeso, pero estaba bien. Se puso de pie y se deslizó entre los barrotes de su prisión con agilidad. La jaula había caído en el centro de la habitación. Zelda continuó sentada, con el medallón de la Sombra a sus pies. Link se agachó a su lado y tocó la canción de la salud, y enseguida todas sus heridas dejaron de sangrar. Cuando se sintió mejor, sonrió al príncipe y comentó:

- Ya sólo nos queda el Templo del Espíritu.

(Nota de la Autora: El texto de la tumba no es mío. Lo recogí de una novela de J. Marías: "Mañana en la batalla piensa en mí", y él a su vez lo recogió de la tumba de un niño).