Esa noche, después de que la lluvia limpiara la triste y polvorienta atmósfera, Zelda salió del ayuntamiento. Sus pasos la llevaron a recorrer las calles vacías y calcinadas, hasta llegar a la biblioteca. Tenía los medallones siempre con ella, metidos en un saquillo negro. Sin embargo, no tenía la información que Link reunió sobre el templo del Espíritu. Contempló los restos de la biblioteca, que había ardido por completo. Lo único que encontró, tras revisar un poco los escombros, fue un conjunto de folios escritos a mano. Reconoció la letra de Link: en uno había anotaciones sobre las gerudo, como que sólo nacía un varón gerudo cada 100 años. Otro folio, más estropeado, era un boceto de un hombre de pie en el desierto. El tercero, el que la hizo enfadarse y entristecerse casi al mismo tiempo, contenía una poesía.
"Esto que me sucede es el silencio,
silencio estrenado como una hierba de laurel.
Llegó cuando la vida Era un sitio de nadie. Después de todo, amor mío,
Fue cubierto Con un rumor de pasos Y de humo del mar,
Cuando tú y yo sabemos Que la mejor palabra que te ofrezco es la que no te digo"
(Veáse nota de la autora al final)
- Maldita sea. –Zelda se sentó entre los restos calcinados. Sobre el pecho sintió una presión tal que tuvo que agarrar los costados e inclinar la cabeza para recuperar la respiración. Antes de saber qué pasaba, sus ojos expulsaban lágrimas, gruesas y calientes que resbalaban en torrente por sus mejillas. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que lloró? No lo recordaba... Ni siquiera cuando su padre partió...
Un conocido aleteo le hizo levantar la cabeza. Kaepora aterrizó a su lado, y una de sus plumas rozó con cariño las mejillas de Zelda.
- No es momento para aflicciones. Link te necesita ahora más que nunca. – el búho ululó. Esperó a que Zelda dejara de hipar.
- No... responde... He intentado usar la pie... piedra y... – empezó a hipar más fuerte y se detuvo. – No comprendo. ¿Qué ha pasado ¿Por qué su maestro...?
- Debí suponerlo. Saharasala lo sospechaba, y por eso insistió en que Link permaneciera en el templo de la Luz.
- ¿De qué demonios hablas? – Zelda se limpió las lágrimas. Se había puesto muy furiosa, tanto que pensó en pegar al búho. En su lugar, arrugó el folio de la poesía. - ¡Habla claro de una vez¿Si sospechabas que su maestro iba a traicionarle, entonces...?
El búho aleteó, y las plumas agitadas disuadieron a Zelda de acercarse. Cuando habló, la voz de Kaepora Gaebora sonó firme y más humana que nunca.
- Zelda, escucha atentamente. Saharasala os ocultó un poco de información porque no quería condicionaros.
- ¿Qué información es esa?
- Sobre un objeto mágico, llamado Triforce. – Kaepora se acomodó un poco, lo que daba a entender que su historia sería larga. – Cuando los dioses crearon este mundo, reunieron sus poderes en un objeto, que reunía las tres cualidades de los dioses. Farore puso el valor, Nayru la sabiduría y Din el poder. Lo escondieron en un lugar místico, llamado el Reino Dorado. Dispusieron que, aquel que tocara el Triforce, vería cumplido los deseos más profundos y escondidos, todos sus anhelos... Pero si alguien malvado, con el corazón oscuro, se apoderaba de él; el Reino Dorado se convertiría en el Reino Oscuro. Si esto sucedía, el Triforce se dividiría en tres partes, y buscaría a tres personas para que los guardara.
"Durante la Gran Guerra, un grupo de bandidos intentaron apoderarse del Triforce. Los dirigía un gerudo, llamado Ganondorf. – Kaepora se detuvo, pues Zelda había emitido una exclamación. – Sí, Laruto os habló de él... Pues bien, Ganondorf obtuvo el triforce del poder, pero necesitaba reunir a las otras dos partes. Una la tenía una joven princesa, llamada como tú, Zelda. La otra, se alojó en el dorso de la mano del joven que más tarde se llamaría Héroe del Tiempo. Entonces, el Héroe del Tiempo reunió a los seis sacerdotes y, junto a la princesa, lograron evitar que Ganondorf se hiciera con el triforce..."
- Fue entonces cuando le encerraron...
- El poder de los siete sacerdotes fue suficiente para encerrarle en el Mundo Oscuro que él mismo había creado con su cruel corazón.
- ¿Siete¿No eran seis los sacerdotes? – Zelda se rascó la barbilla, confusa por toda la información que Kaepora le proporcionaba.
- Verás... – aquí el búho perdió un poco su serenidad. – Como ya te he dicho, el triforce se divide en tres. Ganondorf tiene el triforce del poder; pero necesita reunir los otros dos. El triforce de la Sabiduría y el Poder se alojan en personas en concreto, por nacimiento. El triforce del Valor es más complicado, pues él escoge quién será su portador, tras superar una serie de retos. Pues bien, el triforce de la Sabiduría está en Link.
Zelda abrió mucho los ojos, sorprendida. En la oscuridad, el búho apreció que el rostro de la muchacha palidecía.
- No te preocupes. De momento a Ganondorf le conviene mantenerle con vida, pues aún desconoce dónde está el otro triforce. Esa es nuestra ventaja.
- No me has respondido a la pregunta¿por qué son siete los sacerdotes?
- Se considera que hay un séptimo sacerdote, el líder de todos ellos. Tiene que ser el portador del Triforce de la Sabiduría. Este sacerdote está dotado del don de la videncia, que se manifiesta a través de sus sueños. – Kaepora giró un poco la cabeza- Saharasala os explicó que Ganon escapó de su prisión hace tiempo. El triforce debía renovarse cuánto antes, pero Link era demasiado joven y aún no tenía suficiente poder... Hubo que esperar, claro, y un esbirro de Ganondorf se ocultó en el mejor lugar para vigilar al portador del triforce de la Sabiduría. Con malas artes, se introdujo en la corte y engatusó a la desconsolada viuda para que fuera él el tutor del joven príncipe. De este modo, pudo controlar la evolución de los poderes de Link, y esperar también a que el portador del triforce del valor apareciera. Hay cosas que desconozco, como si la reina Estrella ha actuado bajo algún hechizo, y por eso dicta esas órdenes tan extrañas... y porqué Ganondorf esperó a que Link saliera del castillo para iniciar todo esto... – el búho encogió los hombros.
- ¿Y sabes tú donde está el Triforce del Valor? – Zelda jugó con una de sus trenzas antes de decir. - ¡Ah, ya! Lo tiene Urbión, por eso desapareció...
El búho chasqueó el pico.
- No lo sé. Sea lo que sea, el mundo de Hyrule necesita que los sacerdotes aparezcan y vuelvan a encerrarle. Por eso es vital encontrar el último medallón.
- Pero, Kaepora, en realidad yo sólo tengo cuatro. Con el Medallón del Espíritu tendré cinco... ¿Y el último?
- Cuando consigas el medallón del Templo del Espíritu, entonces te lo daré. Mientras, está en un lugar seguro.
Zelda se puso en pie y se sacudió las manchas de hollín.
- Entonces, iré. – Tenía de repente unas ganas tremendas de luchar. Cerró un puño y lo estrelló en la palma de la mano izquierda. – Iré a ese maldito templo, aunque me congele por el camino.
El búho rió.
- No hará falta. Te llevaré a la frontera con el reino de las gerudo. Recoge tus armas,lleva solo lo indispensable y carga con toda el agua que puedas. Te recogeré en una hora.
Zelda corrió hacia el ayuntamiento. Allí estaban reunidos los ciudadanos de Kakariko, que al verla, empezaron a murmurar y a gemir. La muchacha había aguantado a más de uno que la insultaba por "haber traído la desgracia a Kakariko". No necesitaba reunir muchas cosas; pues casi siempre llevaba encima los medallones, su espada, el escudo y la mochila con el gancho del profesor y los botes de cristal con semillas. En el bolsillo de la túnica verde, sentía el peso de la brújula de Link. Sin embargo, el tirachinas se había quemado en el interior de la casa de la anciana. Centella se había salvado, pues Kafei y uno de los granjeros soltaron a todos los animales para evitar que murieran en el granero. Anunció a todos que iba a partir para conseguir el último medallón, noticia que no fue bien recibida.
- ¿Cómo que te vas¿Ahora¡No lo ves, la ciudad está destruida! – gruñó Leclas. – Eres una egoísta... Encima que toda esta gente ha perdido sus hogares por protegerte a ti y a ese...
Zelda no supo que contestar a eso. Dejó que Leclas se desahogara con ella, exclamando quejas parecidas. Al final, cuando ya no le quedaba aliento, soltó:
- ¿Y qué haremos nosotros ahora¿Dónde nos refugiáremos?
- En Hyrule ya no queda un lugar seguro, Leclas. Por eso debo irme. – Zelda sacó las botellas de cristal de la mochila, y metió un odre con agua.
- Zelda tiene razón. Si ese Kaepora te ha dicho que debes ir... entonces, estaremos contigo. – Kafei, que lucía un aparatoso vendaje en los brazos, producto de su lucha con los soldados y el fuego, se acercó. Luego, habló en voz bien alta a todos los presentes: - Reconstruiremos Kakariko, tal y como Impa hizo en su momento. Ve tranquila.
- Volveré. Mientras, cuidad de Centella. – Zelda le dio a Leclas todos los frascos con semillas. El muchacho los miró con el rostro entre furioso y compungido. – Tomad, con esto podréis defenderos si hay otro ataque. Leclas, tú y los niños sabéis de sobra cómo usarlas e incluso podéis plantar más. Crecen muy rápido.
- ¿Tú no las necesitarás? – le preguntó, pues hasta la fecha, no había visto que Zelda no usara el tirachinas para una misión.
- Ya no. – fue la escueta respuesta de Zelda.
Salieron al exterior. La gente se apartó cuando Kaepora Gaebora descendió de los cielos y se posó sobre los restos calcinados del pozo. Después del susto inicial, los curiosos se acercaron para observar las plumas pardas del enorme búho. Este ululó satisfecho.
- ¿Estás lista? – le preguntó a Zelda. Esta asintió, y, antes de subirse al lomo del búho, se despidió de los niños. Kafei le deseó suerte, y Leclas, tras alzar la vista del suelo, logró decir:
- Ten cuidado.
De esta forma, como si presintiera que algo iba a cambiar, Zelda se aferró a las plumas de Kaepora. El búho remontó el vuelo muy rápido, tanto que Kakariko se convirtió en una mancha negra en medio de la blancura de la nieve.
Cuando Kaepora Gaebora descendió, Zelda se deslizó entre sus plumas, aterida por el frío. Enseguida, tuvo que quitarse la chaqueta y arremangarse las mangas de la camisa. Estaba en el cañón del valle de las Gerudo, y hacía tanto calor, que casi se cocía. Ahogando la risa, Kaepora empleó sus alas para dar aire a la acalorada muchacha.
- Podrías dejarme en el Coloso, así ahorraríamos tiempo.
- Me gustaría ayudarte, pero tienes que superar los retos sola. – Kaepora alzó un poco el vuelo. Algunas plumas pardas rozaron su rostro mientras caían al suelo. – Te esperaré cuando consigas el Medallón del Espíritu, suerte...
- ¡Kaepora! – Zelda jugueteó con la correa del escudo. - ¿Puedo pedirte un favor? Bueno, en realidad son dos...
Kaepora se sostuvo en el aire, agitando las alas.
- Eh.. Pues me gustaría que...
- Intentaré averiguar cómo está Link.
- Y también, por favor, Kaepora. ¿Podrías averiguar dónde está Urbión...?
El búho, todavía en el aire, ululó otra vez, chasqueó el pico y movió la cabeza.
- Sí, lo haré. – y se elevó muy rápido. Zelda trató de preguntarle algo más, pero cuando abrió la boca ya había desaparecido.
"¿Cómo sabe quién es Urbión?" se preguntó. También se preguntó porqué los ojos de Kaepora le parecieron tan tristes. "No te entretengas." Kaepora la había dejado al otro lado del cañón. La tierra roja se agitaba por las corrientes de aire caliente. No era el desierto. Según el mapa, el desierto estaba más allá de la fortaleza Gerudo.
Estaba asustada, pero moriría antes de reconocerlo. Había oído historias sobre las gerudo, sobre su ferocidad y sus sanguinarias actividades. Recordó que en el viaje, los marineros iniciaban las historias más truculentas con la frase: "Las gerudo aparecieron en..."
Escuchó el retumbar de una docena de cascos, que se acercaban. Se escondió tras una roca justo a tiempo. Pasaron veinte jinetes. Zelda no pudo evitar asomarse para verlas pasar. Admiró los ropajes morados, los cabellos sueltos y libres ondeando al viento, y los magníficos corceles que montaban. Entre las armas que llevaban, destacaban los arcos y espadas curvadas. Una de ellas, la que encabezaba la marcha, se detuvo casi de golpe. Sus ropajes se diferenciaban del resto en el color (blanco) y que no llevaba ni velo ni armas. El cabello negro azabache caía como una cascada sobre su espalda, y al girarse, Zelda pudo ver, incluso a esa distancia, que tenía los ojos tan negros y brillantes como el topacio. Sobre la frente brillaba una gema roja. Zelda se ocultó tras la roca de nuevo y se pegó más a la piedra. Tuvo la sensación que esa chica la había visto.
- ¿Qué ocurre, Nabooru? – le preguntó una de las gerudo.
No escuchó la contestación, pues fue un susurro. Las gerudo hablaron en voz baja, hecho que indicaba que sabían de su presencia. "Voy a tener que luchar ya" pensó. El calor le hacía sudar, y el corazón le latía tan rápido que temió que se escuchara. Pero las gerudo continuaron su viaje, y Zelda, tras estar segura de que habían desaparecido, continuó el suyo.
Las gerudo, a pesar de todas esas historias, no habían salido de su territorio de esa forma tan numerosa. ¿De dónde vendrían¿Y quién era esa tal Nabooru? Sus pensamientos le llevaron hasta las armas y los caballos, que le provocaron envidia. Tenía que haber venido con Centella.
"Ella al menos me habría dejado en el Coloso" pensó con nostalgia.
La fortaleza gerudo era una construcción pegada a la montaña de piedra roja. Las casas cuadradas se superponían unas sobre otras, y se comunicaban por escaleras de madera sobre las terrazas y alrededor. Se veía, de vez en cuando, las siluetas de las guardianas gerudo, paseando por el perímetro y por algunas terrazas. Al otro lado de la fortaleza, más allá de las montañas, las arenas del desierto la esperaban, inmaculadas.
Usó la chaqueta marrón para cubrirse el cabello rojo, y se manchó con la tierra la túnica, demasiado llamativa sobre el terreno. Esperó con paciencia a que una gerudo se diera la vuelta y, sin vacilar, llegó hasta una pared. Se pegó a ella, aprovechando la oscuridad creciente. Su padre le dijo que ser invisible era más una actitud que una habilidad. A veces era mejor creerse invisible, pues los demás no te verían si tú mismo no te haces caso... "Aún así, no puedo cruzar esto. Hay muy pocos lugares donde esconderme. Necesitaría volar o ir muy deprisa..." Sobre una de las casa ondeaba una bandera roja atada a un largo mástil.
"Volaré, entonces" apuntó con el gancho del doctor Sapón, que quedó clavado firmemente al mástil. Giró la argolla y sus pies se despegaron del suelo, a la par que la cadena se recogía. Cuando sintió que volvía a estar en suelo firme, miró a su alrededor. Estaba sobre uno de los tejados. Sin perder el tiempo, se subió a una escalera de madera para eludir a una guardiana que se acercaba. En los tejados había más recovecos, y por lo tanto podría pasar sin ser advertida. En uno de ellos, le llegaron voces provenientes de un tragaluz. En un alarde de instinto, se tiró al suelo y se pegó a él. Se asomó con cuidado, pues una de las voces había exclamado:
- ¡El Medallón del Espíritu es importante!
En una gran sala, sin apenas más decorado que unas altas columnas y un mapa de Hyrule pinchado en la pared, una mujer muy alta de piel oscura miraba con desprecio a una niña vestida de blanco. Zelda reconoció el rubí de la frente: Era Nabooru. Había sido ella quién había nombrado al medallón.
- Zenara, es importante recuperar el Medallón del Espíritu. – Nabooru cerraba y abría los puños. – Antes de que Koume y Kotake...
- Deja de decir tonterías. Koume y Kotake son leyendas estúpidas, y ya olvidadas. – Zenara, la mujer alta, señaló al mapa. – Tenemos problemas más urgentes. La reina Estrella pretende cargarnos con la muerte de esos soldados, y nos declarará la guerra otra vez.
- Pero...
- ¡Se acabó¡Te envié a una misión de vital importancia, y... ¿con qué regresas¡Con historias estúpidas de medallones, colosos, brujas...! – Zenara señaló a la puerta. - ¡Se acabó, definitivamente! Nabooru, sólo tienes 10 años, así que no te metas en asuntos de adultos. Regresa cuando me demuestres que has madurado.
Zelda se asomó demasiado, y la chaqueta resbaló en ese momento y cayó a los pies de la afligida Nabooru. Zenara se había girado hacia el mapa y por eso no lo vio. Zelda se quedó paralizada por el miedo. Nabooru recogió la chaqueta y la ocultó tras su espalda. Salió casi corriendo de la sala. Zelda no se quedó a averiguar para qué quería su chaqueta. Su objetivo era llegar hasta la verja del desierto antes de que la gerudo avisara a las guardianas.
En eso estaba, saltando de tejado en tejado, cuando algo se enredó en su pierna y la hizo caer pesadamente.
- Con ese color de pelo no llegarás muy lejos. –le dijo una voz de niña. Zelda se quitó la onda del tobillo y se la lanzó a Nabooru.
- Que yo sepa, he llegado hasta aquí, y no me lo he teñido por el camino.
La niña rió. Vista de cerca, no podía tener diez años. Era más alta que Zelda, y sin duda mucho más fuerte.
- Felicidades. – Nabooru no tenía pinta de querer atacarla. Le tendió la chaqueta. – Aunque aún debes aprender a tener más cuidado.
Zelda esperó a que Nabooru llamara a los guardias, pero en su lugar, la gerudo se sentó en el borde de la terraza, con los pies colgando y miró a la fortaleza. El sol se ocultaba, alargando las sombras.
- Esas ropas no son las adecuadas para llegar al Coloso. – comentó mientras balanceaba los pies.
- ¿Por qué quieres el Medallón del Espíritu? - Zelda no se movió, tanteando como huir. - ¿Y cómo sabes...?
- ¿... A dónde vas? Es obvio. – Nabooru se giró. - ¿Cómo te llamas?
- Zelda Esparaván.
- Yo soy Nabooru IV. Mi hermana Zenara es la actual líder de las gerudos. Yo soy la capitana.
Zelda se sentó, apoyada en la pared. No quería acercarse a la niña, por si le daba por intentar arrojarla al vacío.
- Has escuchado nuestra conversación, por supuesto. Sabrás que necesito recuperar el medallón, de las garras de Koume y Kotake.
- ¿Quiénes son esas?
- Unas brujas gemelas, muy viejas. Hace muchos siglos, una antepasada mía cayó bajo su influjo. Tienen el poder de dominar la mente y el cuerpo de sus víctimas. Actúan al servicio de un exgerudo, aquel al que más tarde llamarían "Señor Tenebroso". Nosotras le conocemos como Ganondorf.
Al escuchar otra vez ese nombre, Zelda contuvo el sobresalto. Aún así, Nabooru vio, de algún modo, que Zelda conocía ya los poderes de ese ser singular.
- Mi hermana no está bajo su influjo, lo que está es muy preocupada. La reina Estrella nos ha acusado de la muerte de unos soldados en Kakariko, hecho del que somos inocentes. Amenaza con volver a atacarnos, lo que podría dejarnos diezmadas. Yo fui nombrada para dirigir una comitiva y evitar así la guerra.
- ¿Cuándo has estado en palacio?
- Hace una semana que iniciamos el regreso. – Nabooru la miró con los ojos empañados, como si se le hubiera nublado la vista. Luego añadió: - Él aún no estaba, así que no puedo decirte si está bien o no. – Agachó un poco la cabeza. – Pero si esa persona se lo llevó, entonces está en peligro. Pero eso ya lo sabes.
- ¿Pero cómo sabes que yo...? – Zelda no estaba acostumbrada a que los demás supusieran sus sentimientos. Sólo conocía a tres personas, antes que Nabooru, que podían saber que sentía: Una era Urbión, el otro Kaepora, y por último Link.
- Tengo el don de poder reconocer las auras de la gente. – Nabooru volvía a balancear los pies. No tenía miedo a las alturas, pues podía quedarse allí horas, suspendida en medio de la fortaleza, sin temor a lastimarse. – La tuya, por ejemplo, tiene una amplia variedad de colores, lo normal en alguien en tu situación. Predomina el rojo, así que supongo que deseas vengarte de alguien. También tiene zonas moradas y azules, que indican preocupación y tristeza; el color naranja que rodea tus manos me dicen que eres muy imprudente, y que a veces atacas sin pensar en las consecuencias. Pero los rayos verdes que salen de tu pecho indican que eres valiente y decidida.
Zelda se sintió incómoda, pues Nabooru la había examinado como si fuera un objeto raro de colección. La gerudo siguió hablando.
- No temas, no uso mis poderes con deseos de hacer daño a nadie. A veces, son más una maldición que una bendición. – Nabooru continuó con su relato del viaje al castillo. – Nos recibió ese ser, aquel al que llamaban maestro, y entonces me asusté. Nunca había conocido a alguien que viviera y careciera de aura. Tanto él como la reina eran cáscaras vacías. Huimos, y por el camino, me encontré con un extraño de cabellos negros rizados. Él me dijo que te conocería, y que debía ayudarte a reunir el Medallón del Espíritu. Me habló de la vuelta de Ganondorf y sus dos secuaces, Koume y Kotake, y que era de vital importancia estar preparadas.
- ¿Tenía los ojos rojos?
La pregunta la sorprendió. Asintió, y Zelda medio sonrió, aliviada. "Entonces está vivo. ¿Qué se traerá entre manos?" pensó, pero la voz de Nabooru la devolvió a la realidad.
- Para llegar al Coloso, tienes que atravesar el Desierto de la Ilusión. Es un lugar peligroso, por eso las gerudo protegemos la entrada, para evitar que cualquiera entre en él y fallezca. Hay muchos hombres valientes que han entrado y no han salido jamás de allí.
- ¿Me ayudarás a atravesar las puertas?
- ¿Tú no escuchas, verdad? – Nabooru se puso de pie en el borde de la terraza, ajena al peligro de caer y partirse la crisma. – Acompáñame, te daré lo necesario para sobrevivir en el desierto.
(N.Autora: La poesía es de J.A. Zambrano, un poeta de mi tierra. Para quién le interese, este poema está publicado en un libro llamado "Amor mío, la vida", lectura que os recomiendo)
