Capítulo 20. El Coloso.

A la mañana siguiente, Zelda despertó, más relajada y descansada que nunca. El oasis seguía allí, y aún humeaba los restos de la hoguera. Sin embargo, ni Link ni Navi estaban a su lado. Guardó la capa en su mochila.

"La barrera ha vuelto a establecerse. Quizás han regresado a su tiempo" pensó mientras se lavaba la cara. "Es curioso: Link, Héroe del Tiempo, me dijo lo mismo que Link Barnerak." Zelda observó a su alrededor. Había amanecido, y ante ella tenía más desierto. Pero esta vez ya no le tenía miedo. Sabía que lo peor había pasado. El Coloso la esperaba, hacia el norte. Por si acaso, memorizó la situación del oasis, y marchó con firmeza hacia el templo del Espíritu.

El Coloso apareció casi de golpe, delante de ella. Para cerciorarse de que se trataba de algo real, Zelda golpeó la piedra para sentir su consistencia. El Coloso era una estatua gigante, tallada a la falda de una montaña de piedra en medio del desierto. Representaba la figura de un hombre sentado en actitud meditativa. El rostro, a unos cuantos metros del suelo, parecía bondadoso, como si quisiera acoger a los visitantes del desierto. Zelda se fijó que las puertas de madera estaban abiertas de par en par. A estas alturas, ya no se sorprendía de ver el símbolo de la familia real en el dintel. Cruzó el umbral. En el interior se estaba más fresco que en el exterior. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, pudo ver una escalinata, franqueada por dos paredes recubiertas de hyliano antiguo. Pensó en Link unos momentos, y luego se concentró en buscar el medallón de las narices. La única puerta estaba cerrada por unos barrotes gruesos de hierro. Buscó un interruptor, y lo halló en la boca de una estatua que representaba una cobra con las fauces abiertas. Golpeó el interruptor de cristal con el gancho, y la puerta se abrió de par en par.

"Esto es fácil" pensó. En la otra estancia, la más grande del templo sin duda, había una imitación del coloso a menor escala. La estatua, sin embargo, tenía una expresión malévola. Frente a ella había un pedestal de piedra con el símbolo del triforce, y varias antorchas dispuestas a la izquierda y a la derecha. A cada lado de la estancia había otras dos puertas abiertas.

Zelda cruzó primero la derecha, y se encontró con una sala vacía, sin más aperturas o adornos que un sol de metal en la pared. Al girarse para marcharse, un hombre-lagarto se cruzó en su camino, cerrando la puerta. Lucharon, ella esquivando los golpes con el escudo y defendiendo sobre todo la espalda. Logró derrotarle. La puerta continuaba cerrada. "¿Y ahora qué hago?" pensó. Observó que el sol de metal tenía algo más detrás. Empleando la superficie de la brújula de Link, la usó para reflejar la luz del exterior sobre la cara del sol. Este abrió los ojos, empezó a girar, y la puerta se abrió.

Zelda regresó a la sala principal, y se encontró con que todas las antorchas del lado derecho de la estatua se habían encendido. Animada, cruzó la puerta a la izquierda. Allí, le esperaban baldosas voladoras, que salieron disparadas de sus huecos dispuestas a romperle la cabeza. Zelda se defendió otra vez más con el escudo. Cuando todas las baldosas se deshicieron, dejaron un hueco por el que se veía un caballero de dos metros cubierto con una pesada armadura. Zelda pensó, por unos instantes, que era un prisionero, hasta que el caballero le asestó un golpe tan brutal en el escudo que lo partió en dos. - ¡Maldición¡Ese escudo fue un regalo!- furiosa, Zelda asestó un mandoble fuerte, pero la armadura del caballero le protegió.

Zelda esquivó sus mandobles, rodando por el suelo y deslizándose. La armadura le protegía de todo daño, por lo que era vital lograr quitársela. Con ese fin empezó a atacar las correas que las unían, de tal forma que el caballero perdió primero el peto, y luego las hombreras y el casco. Zelda atacó a su corazón, y de este modo, herido de muerte, el caballero se derrumbó y desapareció en el aire. Detrás de su anterior escondite, había un cofre. Zelda lo abrió. Era tan grande y alto que casi tuvo que meterse en su interior para sacar su recompensa. No era el medallón, sino un escudo nuevo: la superficie estaba tan pulida que parecía un espejo, dónde se vio reflejada. "Muy bonito, pero no parece muy práctico. Seguro que se rompe al primer golpe". Zelda no lo devolvió. Mejor era eso que nada.

Al regresar a la sala, las antorchas del lado derecho se prendieron solas, y la estatua abrió la boca, mostrando unas escaleras. Zelda escaló y se introdujo en el interior.

A través de inmensos y laberínticos pasadizos, plagados de murciélagos y babosas, Zelda llegó al interior del templo. Por la cantidad de metros que recorrió, bien podría estar en el centro mismo de la tierra. Allí, hacía algo de calor. Se detuvo en la sala cavernosa, vacía e iluminada por charcos de lava.

Le llegó la risa histérica de una mujer, y se giró dispuesta a luchar. Volando en círculos sobre escobas, llegaron Koume y Kotake, las dos brujas de las que Nabooru le había hablado. Volaron por separado a cada lado de la muchacha, riendo. Una de ellas, la que vestía una vestido azul, la señaló.

- Te esperábamos, Zelda Esparaván. Nuestro señor nos ha mandado que nos ocupemos de ti. – y la otra hermana, que vestía de rojo, repitió "ocupemos de ti".

- ¡Pues empezad de una vez!

Se arrepintió enseguida de su bravuconería. Koume, la de rojo, describió un círculo a su alrededor, y lanzó el primer hechizo: una ola de fuego. Zelda la esquivó, pero había perdido de vista a la otra hermana, Kotake. Esta la aprisionó por unos segundos en medio de un bloque de hielo. Cuando el hielo se deshizo, Zelda pensó que se moría: no podía respirar, y sus músculos estaban agarrotados.

- ¡Esto le pasa a Kaepora por enviar a niños! – chilló una de ellas. Zelda vio llegar la siguiente ola de fuego, y, en un acto reflejo, se cubrió con el escudo. El hechizo rebotó en la superficie bruñida, y atacó a Kotake. La bruja de azul gritó de dolor.

- Aunque tengas el escudo, tú solita no podrás derrotarnos a las dos. – espetó Koume, a la par que le enviaba más escarcha.

- ¡No está sola! – Nabooru, surgida casi del aire, dio un gran salto. Sus sables curvos se deslizaron como sin fueran látigos, y Koume se encontró con que la muchacha le había cortado el penacho de la escoba.

Nabooru se puso al lado de Zelda.

- Perdona el retraso.

Zelda no le respondió. Se colocó entre ella y el siguiente hechizo de fuego de Kotake, recuperada del dolor. En esta ocasión, envió el rayo de hielo a Koume.

Las dos brujas gritaron a la par: Koume no era capaz de deshacerse del hielo, y su cuerpo desapareció por una de las grietas. Su hermana gemela, rota por el dolor, quiso destruir a las dos muchachas. Zelda volvió a esquivar el rayo, y Nabooru, usando un hechizo protector, lo transformó en una corriente de aire caliente, que derritió a la horrible bruja.

Cuando en aquella sala no quedó ni rastro de las dos, un medallón de plata rodó por el suelo. Zelda lo recogió. Por fin tenía los cinco medallones, había cumplido su misión.


La razón del retraso de Nabooru se debió a que la Guardia Real había atacado la fortaleza gerudo. Su hermana Zenara ya lo sospechaba, y por eso no les pilló de sorpresa. Aún así, tuvieron que luchar mucho, y perdieron a muchas soldados valientes. Ante el ataque, Zenara empezó a creer la historia de Nabooru, y le prestó un mapa mágico para materializarse en el Coloso, y así ayudar a Zelda. Todo eso se lo contó mientras las dos muchachas volaban montadas en la escoba de Kotake. El desierto quedó atrás, y llegaron al fin a la fortaleza gerudo.

Se notaba que había sido el escenario de una cruenta batalla. Las gerudo trataban de reconstruir las murallas, para protegerse en el caso de que la guardia real regresara. Zelda no sabía cuantas gerudo había en total, pero no había duda de que ese día habían diezmado considerablemente: solo medio centenar corría de un lado a otro. Entre ellas, destacaban las albas ropas de su líder. Nabooru descendió, y su hermana Zenara se adelantó para saludar a la desconocida.

- Así que tú eres la famosa Zelda Esparaván. – puso los brazos en jarras. Las dos hermanas eran bastante parecidas. La diferencia la marcaba la joya en su frente, una esmeralda, y también su estatura: Zenara medía casi un metro noventa. Señaló a su alrededor. – Como ves, ya quedamos pocas gerudos. La pregunta es, si tú has tenido algo que ver.

Nabooru soltó una exclamación.

- Zenara, no te atrevas a acusarla de...

- Nabooru, hermana, vuelves a ser una inocente. ¿Cómo es posible que corra en ti la sangre de nuestros antepasados? – señaló a Zelda. – ¿No ves las coincidencias? Esta chica viene, y a nosotras nos atacan.

- Pero si tú me creías... – Nabooru se enfrentaba a su hermana, ajena de que las guardias se acercaban, lanza en mano, para apresar a Zelda. – Ella ha eliminado a las brujas Koume y Kotake, y trae el medallón del espíritu.

- ¿Y de que nos sirve un trozo de metal sin valor? – Zenara gesticuló brevemente, y dos guardias se adelantaron hacia Zelda. La muchacha no quería pelear contra las gerudos, pero si no le quedaba más remedio, así lo haría. Alzó la espada y esperó a que comenzaran. Nabooru intentó en vano convencer a su hermana de que estaba equivocada, cuando una sombra las cubrió. Las gerudos alzaron la vista, y vieron aterrizar al enorme búho justo enfrente de su líder.

- ¡Zenara Crastapoulus, detente! – le ordenó Kaepora Gaebora, extendiendo sus alas y protegiendo de este modo a la asombrada Zelda. – Te equivocas de enemigo.

- Maldita sea, Kaepora¿ahora te dedicas a traicionarnos? – Zenara se cruzó de brazos.

- Escúchame: la reina Estrella no ha ordenado este ataque por su voluntad. Un ser oscuro ha tomado el castillo, y la voluntad de todos sus moradores. Actualmente, todo Hyrule puede caer bajo su dominio. Tu hermana Nabooru tiene razón: el mal ha regresado, y Zelda es una de las claves para evitar que tenga éxito.

- Mi pueblo esta casi a punto de desaparecer. ¿Qué esperas que hagamos las gerudo?

Zelda salió de detrás de Kaepora. No le preguntó de qué conocía la líder de las gerudo. La muchacha habló a Zenara.

- Sois el mejor ejército que hay en Hyrule. Os necesitamos para asaltar el castillo.

- Niña, tú estás loca. – Zenara negó con la cabeza. – Encima de espía, loca de remate.

- Si quieres que tu pueblo tenga alguna oportunidad de salir adelante, tendrás que ayudarnos. – el búho bajó un poco el tono de su voz. – Tu madre así lo habría hecho.

- Mi madre murió a manos de soldados de la reina, hace tres años. Ella creía en la paz y en el diálogo... – le explicó Nabooru a Zelda en voz baja.

- Zenara, por favor, escúchanos. Estás en tu derecho a quejarte y odiarme por lo ocurrido a tu pueblo. Pero, si no nos ayudáis a rescatar al príncipe Link, esto volverá a ocurrir una y otra vez hasta que el Mal esté satisfecho con vuestra desaparición. – Zelda sostuvo la mirada fiera de la líder de las gerudos.

- ¿Y esperas a que luchemos solas?

- No estaréis solas. – Zelda dudó un momento. – Debemos formar un ejército, con todos los habitantes de Hyrule. De este modo, podemos alcanzar el castillo y plantarle cara a nuestro enemigo. – miró a Kaepora, en busca de apoyo.

- Se podría hacer. – el búho movió las alas. – Vamos a Kakariko, allí podrás reclutar a los soldados.

- Nosotras podríamos organizar el ejército y partir hacia la aldea. – sugirió Nabooru. Su hermana dijo indignada.

- ¡Si nos ven fuera de nuestros dominios...!

- Ahora están ocupados con otras tareas. – Kaepora esperó a que Zelda se subiera a su espalda. – Nos reuniremos en Kakariko dentro de dos semanas.

Aunque Zelda estaba agotada, le preguntó a Kaepora.

- No sabía que conocías a Zenara.

- Cuando su madre murió, fue a ver a Saharasala, en busca de consejo. – el búho aprovechó la corriente de aire para planear un poco. – Entonces la conocí.

- ¿Dónde está el medallón de la Luz? Prometiste dármelo cuando consiguiera el del espíritu...

- Lo tengo en un lugar seguro. Cuando llegue el momento, te lo daré. De todas formas, primero debemos liberar a Link.

- ¿Sabes cómo está?

El búho volvió a agitar las alas. El cielo se oscurecía por momentos. Empezaba a refrescar, y el paisaje bajo sus pies cambió de tono: de amarillo y ocre se convirtió en gris y luego verdoso.

- No me gusta tu silencio, Kaepora.

- Aquel que él llama "maestro" le golpeó demasiado fuerte. Por lo poco que he podido averiguar, aún estaba inconsciente. –dijo el búho. Añadió. – No te preocupes. Como ya te dije, al Mal le vale más vivo que muerto, así que pondrá todos los medios para curarle.

- Debo darme prisa... – Zelda recordó su última petición. – Oye, Kaepora¿sabes algo de Urbión?

- No. – fue la escueta respuesta del búho. En ese momento viró casi por completo, y Zelda se aferró a sus plumas con fuerza.


Hola! Gracias a la gente que me deja mensajes en el preview.

Esta semana me voy de vacaciones, así que estaré "desenchufada" un tiempo. Pero volveré.

Este capítulo.. pues bien, no es de mi favoritos. Me costó mucho escribirlo, pues entonces estaba sin mucha inspiración. Tuve que regresar al templo del Espíritu en el OoT, para obtener ideas. También hay una parte basada en el manga del juego: la lucha contra las dos brujas y la aparición de Nabooru IV.

Entre mis capítulos favoritos, están el número 19 (El Desierto de las Ilusiones), y más concretamente la parte del oasis. Escribir sobre el héroe del tiempo siempre es un placer para un fan de la leyenda. También me gustó mucho escribir el capítulo 14. De carreras, luminografías y sombras; y alguno de los capítulos finales, de los que no puedo hablar para no spoilear.

Pasad un buen verano!