El ejército había llegado a la explanada cerca del castillo. Montaron un campamento, al resguardo de una larga colina. Zelda tuvo que subirse a una roca para otear el inquietante paisaje. Don Obdulio le había prestado una de sus "lentes maravillosas", en otras palabras, un catalejo. Con él, Zelda pudo distinguir las figuras de los goblins paseando arriba y abajo por las almenas.
- Parecen que nos esperaban. – declaró la muchacha, cediendo el catalejo al ojo experto del jefe de los soldados de Kakariko. Zenara comentó:
- Atacar ahora sería una locura.
- Más que eso, señora. – el jefe de los soldados, Molsem, le dejó el catalejo. – Atravesar esas murallas será como "si un mosquito intentara picar a un elefante".
- Sólo le haríamos cosquillas. – apuntilló Kafei. – Pero de lo que se trata es de rescatar a Link, no de conquistar el palacio¿no?
Estaban reunidos alrededor de Zelda, que esperaba noticias del castillo. Por fin, una silueta cruzó el cielo oscuro y se posó en el suelo.
- Le tienen encerrado en la torre más alta. Hay una única puerta, vigilada por un orco. – Kaepora estiró las alas un poco, para luego replegarlas. – Creo que está bien.
Zelda asintió.
- ¿Y cómo se supone que vamos a llegar ahí arriba? –inquirió Leclas con su irritante voz. Kaepora le clavó los ojos amarillentos, y el muchacho corrió a refugiarse detrás de Zelda. Ella estaba más acostumbrada que nadie a la forma de mirar del búho.
- Volando, imbécil. – repuso la muchacha. – Pero si nos acercamos a la torre, es muy posible que intenten derribarnos con flechas...
- Habrá que distraerlos, entonces. – Link VIII, el goron, propuso entonces enviar a su mejor guerrero biggoron para golpear los muros. Zenara, por el contrario, era más partidaria de atacar de frente, con toda la caballería, y todos los hechizos de fuego y hielo que tuvieran... De este modo se inició una larga discusión. En medio del jaleo, una vocecilla pedía calma.
Se subió a una roca, y sus palmeados y húmedos pies resbalaron. Haciendo equilibrio, logró mantenerse en pie. Luego, soltó un agudo chillido, que hizo callar a todos los presentes.
- Perdonad. – se disculpó Cironiem. – Es muy sencillo: debemos colarnos en la fortaleza, hacer estallar algo en su interior, y abriros las puertas.
Leclas, conteniéndose las ganas de tirar al zora al suelo, replicó un "¿cómo se supone que vamos a hacer eso?"
- Muy sencillo. Hay una grieta debajo del agua, en el foso. Por ella, un zora como yo puede colarse en el interior. Vengo de darme un baño y nadie lo ha notado. – declaró orgulloso Cironiem. Zelda le sonrió, satisfecha.
- Muy bien. Hazlo, pues. Esperaremos a tu señal.
Un rato después, escucharon un gran estallido, que hizo temblar el suelo. Aquel era el momento para empezar la lucha. Zelda se subió al lomo de Kaepora, y volaron juntos a mucha altura y velocidad, hacia la torre del observatorio.
Zelda disfrutó el corto vuelo, el aire frío que agitaba las trenzas y la sensación de estar a millares de metros del suelo. El búho planeó en picado hacia la torre. Justo entonces, una figura encapuchada surgió en el aire. Kaepora la esquivó, pero su enemigo lanzó unas bolas de energía. Una de ellas golpeó el ala del búho, y este, aunque se mantuvo en el aire un breve espacio de tiempo, cayó como una piedra.
El cuerpo de Kaepora atravesó el cristal de la ventana de la torre. Tuvieron suerte: Link tenía su camastro colocado justo debajo, y el colchón les protegió. Zelda se incorporó, aturdida, y trató de atender a Kaepora.
El búho sangraba por una de sus alas, y su cuerpo enorme estaba desmadejado sobre el colchón.
- No te preocupes por mí... – Kaepora trató de incorporarse, pero, al ver que no podía, continuó tendido. – Debes salvar a Link.
Zelda no le escuchaba. Trataba de contener la sangre con su pañuelo verde.
- Vamos, hay que darse prisa.
- Pero tú...
- Yo estaré bien. ¡Corre! – y aleteó un poco para instar a la muchacha.
- ¿A dónde voy? Link no está aquí...
- Ganon... Tratará de apoderarse del triforce de la Sabiduría, pues corre el riesgo de perder a Link. Búscale, no puede haber salido del castillo.
Zelda dudó un momento, pero el búho le gritó que se diera prisa, y entonces, la muchacha salió de la prisión con alas en los pies. Descendió las escaleras, escudo y espada en alto. No tuvo problemas para enfrentarse a todo goblin u orco que se cruzara en su camino. Se deslizó por pasillos, habitaciones y escaleras, buscando a Link con desesperación. ¿Dónde estaría ese condenado príncipe¿Por qué no podía haberse quedado quieto en su prisión?
"¡Zelda!"
La voz de Link sonó tan fuerte que la piedra telepatía tembló. La muchacha tocó la superficie de su talismán que, por primera vez en varias semanas, volvía a estar tibio.
"Debí suponer que eras tú...". El enlace era diferente que en otras ocasiones: veía mejor el rostro y el cuerpo de Link, pero apenas nada de lo que le rodeaba.
"Link¿dónde demonios estás?"
"En los calabozos. Voy camino del salón del trono". Zelda percibió que hablaba con alguien, y añadió. "Nos reuniremos allí".
Zelda no tenía ni la más remota idea de dónde estaba el salón del trono, pero supuso que estaría en la planta baja. Allí, la batalla era verdaderamente cruenta. Los goblins trataban de evitar que los valientes soldados de Kakariko ocuparan el castillo. Tarea cada vez más difícil, pues los prisioneros del castillo, los sirvientes y antiguos guardias que no se habían pasado al bando de Ganon, tenían acorralados en los pasillos a los orcos y otros seres. Nadie se percató, por tanto, de la pequeña figura de Zelda.
Al fin, la muchacha llegó a unas puertas de roble macizo y , al entrar, Link las cerró y atrancó con un tablón. Antes de que pudiera decir "hola", la muchacha se había abrazado a él.
- No sabes como me alegra... – empezó a decir, pero se calló. Empujó a Link y alzó la espada. - ¡Un orco!
- No, Zelda, espera. – Link se interpuso entre el orco y la chica. – Es mi amigo. Se llama Melkor, y si no llega a ser por él, yo estaría muerto.
Link no perdió más el tiempo. Los goblins estaban tratando de entrar en el salón del trono.
- Por aquí, rápido. – Link se sentó en el trono del rey, una silla de madera tallada cuatro veces más alta que él. Golpeó con el puño izquierdo el reposabrazos, y con la pierna derecha la pata de la silla. Zelda no sabía qué hacía, pero lo descubrió enseguida.
El tapiz (una escena bucólica con el sello de la familia real) que había detrás se apartó, y surgieron unas escaleras de piedra que descendían en la oscuridad.
- Es seguro: conduce a un lugar del bosque, más allá de los muros. – Link se levantó. Zelda inició el descenso. Se detuvo, porque Link no la seguía.
El príncipe trataba de convencer a Melkor para que los acompañara. El orco se negaba.
- Mejor me quedo aquí... Podré distraerles.
- Pero ¡te matarán! – Link se colgaba de su musculoso brazo. – Ganon ya sabrá que le has traicionado, y te hará picadillo.
- Haga lo que haga, me asesinará. Ya da igual.
Zelda no comprendía porqué Link no quería separarse de su feo y nuevo amigo. Las puertas se doblaron por el efecto de algún ariete. No soportarían otra sacudida.
- ¡Vamos! – le pidió Link a Melkor. El orco, por más contestación, le agarró de los hombros, y le lanzó al agujero. Link pasó por encima de la cabeza de Zelda, que a punto estuvo de atacar al bestia.
Se contuvo. El orco rompió con la lanza el brazo del trono, y el tapiz regresó a su posición. Antes de perder de vista los ojos de Zelda, Melkor le pidió:
- Cuida de él.
Solo la firme y fiera voluntad de Zelda impidieron a Link intentar abrir las puertas y rescatar a Melkor. Del otro lado les llegaron sonidos como el chocar de los metales y los gritos. Zelda cogió el brazo de Link y le obligó a caminar para alejarse, cuanto antes, del salón del trono.
Por el camino, empleó el resto de palo de Deku Baba. Le quedaba poco, por eso no iluminaba gran cosa. Aún así, Zelda pudo observar a Link detenidamente durante el trayecto por el frío y húmedo pasadizo.
El príncipe llevaba un vendaje mal colocado en la cabeza, y las ropas, algo sucias le iban grandes. Durante su cautiverio y la enfermedad, había adelgazado más todavía, y su piel era casi translúcida. Bajo los ojos, hinchados debido al llanto, flotaban dos bolsas oscuras, indicio de que, a pesar de haber dormido, lo había hecho mal. Debido a todo esto, le pareció más pequeño y frágil de lo que realmente era. Zelda se moría de curiosidad, pero no quiso molestar al muchacho.
El ruido de la batalla fue, poco a poco, desapareciendo. Su lugar lo ocupó el rumor de agua, que corría en todas las direcciones alrededor de ellos. Por unas horas, lo único que vieron fueron ratas, culebras y la oscuridad. Llegaron a un punto donde el pasillo se ensanchaba y donde el constructor había dispuesto una fuente. Zelda, a quien no le gustaba estar en un espacio cerrado demasiado tiempo, empezaba a ponerse nerviosa.
Fue ese el momento en el que las fuerzas de Link flaquearon. Zelda tuvo que ayudarle a sentarse, y, empleando sus manos como cuenco, mojó su cara para reanimarle un poco.
- No tengo nada para comer, lo siento. – Zelda se sentó a su lado, seriamente preocupada. Link negó con la cabeza.
- Sólo estoy algo mareado. En cuanto descanse un poco... – dijo con voz desmayada. Miró al escudo-espejo que Zelda había apoyado en la pared. – Muy bonito, tu escudo...
Zelda le contó entonces la aventura en el desierto: la fortaleza de las Gerudo, el desierto de la ilusión, y el Coloso. Cuando acabó, también se decidió a contarle lo que Kaepora le confió el día en el que Frod Nonag le secuestró. Al acabar, se sorprendió, pues Link le confesó que ya lo sabía.
- Viene en este libro. – y ahora le tocó a Link relatar todo sobre el libro de Mudora. Luego, le habló del cautiverio y su relación tan peculiar con Melkor, el orco.
En el momento del ataque al castillo, le pilló fuera de la celda. Salió corriendo en dirección a los calabozos para rescatar su flauta. El orco le siguió, y de este modo le protegió de los goblins y otros monstruos. Link llegó a los calabozos, donde se encontró a los rehenes de Frod Nonag, los antiguos sirvientes del castillo. Logró liberarles, y encontró al fin la flauta, guardada en un cofre en la habitación de los guardas. Se acordó entonces de que, hacía muchos años, un viejo canciller le enseñó un pasadizo secreto para huir del castillo "en caso de extrema necesidad". Tan sólo ese canciller y él sabían de su existencia.
- Me lo enseñó para que pudiera salvar a mi madre si alguna vez... – Link entrecerró los ojos. A estas alturas en teoría ya no debían quedarle lágrimas, pero no era así. Se ocultó el rostro entre sus manos, y empezó a llorar con desesperación.
- Quizá aún esté viva... Puede que encontremos un remedio. – Zelda le pasó el brazo por encima de los hombros y le atrajo hacia ella. El príncipe se apoyó en la muchacha y, entre hipidos y sollozos, logró decir.
- Solo atraigo desgracias... Todo el mundo a mi alrededor se muere: el sargento, Saharasala, mi madre, Melkor...
- ¿Y qué dices de mí? – Zelda acarició el pelo que sobresalía del vendaje. Ella también sentía un nudo en la garganta. – Cuando mi madre murió, yo también pensé que fue culpa mía.
- ¿Aún te acuerdas?
- Como si estuviera pasando ahora mismo. – Zelda entrecerró los ojos. – Esa mañana mi madre estaba cocinando mis galletas favoritas. A mí no se me ocurrió otra cosa que gastarle una broma pesada: le metí una araña en el bote de la harina. Se puso furiosa, me gritó que era una mala hija, que cómo se me ocurría hacer ese tipo de bromas pesadas... Recuerdo que luego, al ver que me disgustaba, se echó a reír. – la muchacha se pasó una mano furiosa por la mejilla, pues ella también estaba llorando. – Y entonces... aquel monstruo entró en nuestra cocina. Nos golpeó salvajemente: no recuerdo mucho de lo que sucedió a partir de ahí. Sólo sé que me desperté en un lugar muy oscuro y estrecho: la alacena. Mi madre intentó protegerme encerrándome allí, supongo. El caballero me hizo una herida en el pecho, en forma de triángulo, que casi me mata. Pasaron horas hasta que mi padre me encontró.
Link se apartó un poco. Se limpió las lágrimas.
- Has tenido una vida muy dura, Zelda, y yo aquí, lloriqueando como un crío.
Zelda también se secó las suyas. Sus ojos brillaron como esmeraldas a la luz de la débil antorcha.
- Estás en tu derecho. Entre los dos debemos pararle los pies a Ganondorf, y enviarle derecho al Mundo Oscuro. Y también a ese Frod Nonag... – Zelda sonrió un poco. – Quién sabe, a lo mejor allí se transforman en zorrillos apestosos.
A su pesar, Link y ella se rieron; y escuchar el sonido de una carcajada en medio del pasadizo fue un bálsamo para los dos. Link se puso en pie y le tendió la mano para ayudarla a levantarse.
- Gracias, Zelda. Siempre consigues animarme.
- Es mi deber, alteza.
