Capítulo 23. El sueño de Link.

El fin del pasadizo estaba oculto en una cascada. Link y Zelda tuvieron que ir con cuidado, deslizándose por la resbaladiza cornisa, hasta salir al exterior. Zelda recordó que ya había visto ese lugar: estaban relativamente cerca del campamento, en un pequeño estanque con cascadas donde se detuvieron a dar de beber a los caballos.

- ¡Por fin aparecéis! – les gritó una voz aguda e irritante.

Subido a un árbol y con cara de pocos amigos, Leclas dio un salto y se plantó ante los dos. Su aspecto era desastroso: tenía rotas las rodilleras y coderas, pero no tenía ninguna herida. Colgado del cinto, había un sable gerudo enfundado. Entre las manos, portaba un largo bastón de madera.

- Me he perdido el final de la batalla por vuestra culpa. – les espetó, aunque luego sonrió. – Me alegra verte, marqués.

- A mi también, Leclas.

Pusieron rumbo al campamento. Por el camino, Leclas les contó que, luchando contra goblins como un auténtico héroe ("cómo el mismísimo Héroe del Tiempo, Zelda"), logró dar con la entrada a la torre del observatorio. Subió, y se encontró a Kaepora Gaebora allí herido.

- Me dijo que os esperara aquí, en este estanque, y que os diera un recado.

- ¿Qué recado era ese? – preguntó Zelda.

- "Diles que les espero en el Templo de la Luz, y que deben darse prisa" – Leclas imitó la voz profunda y sabia del búho y su forma de mirar fija. – Luego, empezó a volar. Quise que se quedara y que al menos el profesor Sapón le mirara la herida, pero se marchó antes de que pudiera decirle nada.

- ¿No dijo nada más? – preguntó en esta ocasión Link.

- No, bueno... Cuando entré murmuraba algo como "no está aquí aún".

Zelda no le prestó más atención, pues en su opinión el búho se podía referir a Link. Llegaron al campamento, donde estaban reunidos los soldados que habían luchado y que se tenían en pie. Los miembros de las distintas razas (humanos, gorons, zoras y gerudos) se apartaron para dejar pasar a Link. Al ver al príncipe, prorrumpieron en vítores. Entre el público, reconoció a Kafei, a la bella sacerdotisa Laruto y a su hermano Cironiem. El líder de los gorons, Link VIII se adelantó.

- Alteza, tenía ganas de conoceros. – e inclinó la oronda cabeza.

- Soles te guarden, amigo. Yo también. – Link le imitó. El príncipe avanzaba con la espalda muy derecha y la cabeza bien alta. Nabooru fue menos ceremoniosa que Link VIII. Le dio un fuerte golpetazo en el hombro, un tanto informal.

- Yo soy Nabooru. Un placer conocerte, Link... – los ojos de Nabooru se pusieron vidriosos, y retrocedió un poco. – Pero qué...¿por qué estás tan enfadado? Esta gente ha luchado por ti, deberías estar...

- No me digas como debería sentirme. – le interrumpió Link, y la contestación tan adusta sorprendió a todos.

Zelda albergó, por unos segundos, la terrible sospecha de que aquel chico no fuera en realidad su amigo. ¿Dónde estaba el Link que conocía, siempre amable y correcto?

Link, con unos pasos más, se plantó delante del alcalde de Kakariko. Se irguió y, clavando sus cansados pero furiosos ojos, le preguntó.

- ¿Cuántos han sido?

El alcalde se quedó algo asustado, ante el enfado del príncipe. Por primera vez desde que le conocía, Zelda fue capaz de darse cuenta de lo mucho que Link se parecía a su madre.

- Cincuenta soldados, para nuestra desgracia, alteza. – fue la contestación. Link entrecerró los ojos un momento, y su rostro se volvió más pálido.

- Yo, Link V Barnerak, os ordeno que depongáis las armas, y que regreséis a vuestros hogares inmediatamente. – Link se giró a todos los presentes. – Marchaos cuanto antes.

- Pe... Pero alteza... – el alcalde trató de razonar con Link.

- ¡No hay peros que valgan, alcalde! Tuve un sueño profético: en él, la llanura de Hyrule era arrasada por el ejército de Ganon, y vosotros no podías hacer nada. El río Zora se llenó de vuestra sangre. – Link vaciló. Volvía a estar algo mareado. Cogió aire y dijo, con la voz más débil. – No quiero más sacrificios en mi nombre.

Y, con toda la dignidad que se podía permitir, Link abandonó el claro y se introdujo en una de las tiendas, la del profesor Sapón donde atendía a los heridos. Los soldados, que habían esperado un discurso de agradecimiento, se fueron a descansar.

- Menudo desagradecido. – exclamó Leclas. Link VIII discutía con Kafei el comportamiento del príncipe, mientras Nabooru, apoyada en un árbol, comentaba con Zelda.

- ¿A quién ha perdido, que era tan importante para él?

- A su madre. – "entre otras cosas", pensó Zelda. Laruto, que venía de curar a los soldados que podía, se detuvo a su lado.

- Necesita estar a solas y pensar.

- Tampoco mucho tiempo. Aún no estamos lejos de Frod Nonag. – Zelda se dirigió al grupo allí reunido: el goron, Laruto y su hermano, Leclas, Kafei y Nabooru. – Yo haré la primera guardia.


Link volvía a soñar. En esta ocasión, en la sala gris dónde oía la canción, se tapó los oídos con las manos y salió de allí corriendo, mientras gritaba:

- ¡No¡Basta!

Nunca había hecho nada semejante en ninguno de los sueños anteriores. La sala dio paso a una vasta extensión de tierra quemada. Link observó el lugar, preguntándose donde estaba. El cielo era rojo, y de vez en cuando se iluminaba con un rayo violeta o azul. La tierra que pisaba aún conservaba alguna brizna de hierba, pero en general era gris y seca, como un montón de ceniza. No se oía nada más que su respiración agitada.

- Estoy... en la llanura de Hyrule. – murmuró.

- Así es, Link.

La voz a su lado le sobresaltó. Saharasala, tal y como estaba la última vez que le vio, se encontraba a su lado.

- Pero si estás muerto...

- La muerte es sólo un cambio, alteza. – el monje extendió los brazos para abarcar toda la llanura. – Esto es lo que quedará de Hyrule, si Ganon vence. El mundo se convertirá en otro mundo oscuro.

- ¿Y la gente?

- Todos morirán. – Saharasala habló con la voz algo más dulce. – No puedes impedir que luchen, alteza. Es su deber, al igual que Zelda y tú tenéis el vuestro. – arrancó una brizna de hierba, que se deshizo entre sus dedos. – Venid al templo de la Luz, cuanto antes...

- Saharasala¿sucederá...?

Tenía cientos y cientos de preguntas que hacerle al sacerdote, pero su cuerpo eligió ese momento para decir "ya has descansado suficiente", y le hizo regresar al mundo de los vivos. Pestañeó y se incorporó casi de golpe. El profesor Sapón se apartó asustado.

- ¡Alteza! Perdonadme... Pero he visto vuestro vendaje, y pensé que era mejor quitároslo. – el profesor dejó la tira de gasa en la bandeja. – La herida cicatrizará más rápidamente si la dejáis al aire.

Link se sentía descansado, algo que hacía mucho tiempo que no se sentía. Se puso de pie casi de un salto.

- ¿Cuánto tiempo llevo durmiendo?

- Un día entero. En mi opinión deberíais...

- Profesor¿el ejército continúa aquí?

- Eh...pues... el alcalde... ya sabéis... jaleo, muchos heridos...- recogió el instrumental a toda prisa. – Zelda trajo ropas nuevas para usted, están allí. Buenos días, alteza. – y, tras hacer una leve inclinación de cabeza, salió casi corriendo de la tienda.

Link cogió la túnica azul claro y los pantalones marrones. Se olió sus propias ropas, y lo cierto es que apestaba. Salió de la tienda, dispuesto a darse un baño en el río. Casi se tropieza con Kafei. El repartidor había pasado las últimas dos horas sentado en el exterior de la tienda, haciendo su turno después de relevar a Laruto.

- No puedo dejarte ir sólo, lo siento. – argumentó.

Link no tenía ganas de discutir. Al llegar al río, Kafei se dio la vuelta y el príncipe se dio un largo baño. Pasado un rato, salió del agua y se secó.

- ¿Qué tal te encuentras? – le preguntó entonces Kafei. Link respondió con un gruñido. Trataba de secarse los mechones rubios.

La túnica azul le iba un tanto grande, y tuvo que enrollar el bajo de los pantalones para evitar arrastrarlos.

- Supongo que sigues pensando igual. – comentó Kafei.

Link se apartó otro de los mechones que, empeñado, trataba de cegarle un ojo.

- Es difícil de decir. No quiero que haya más derramamiento de sangre... pero...

- Al menos, deben tener la oportunidad de luchar por lo poco que queda. En Kakariko, por ejemplo, están los niños. – Kafei se miró en la superficie del río, y aprovechó para colocarse bien el casco que lucía desde que era soldado.

Por eso se sorprendió un poco al escuchar la voz de Link.

- Y tú¿qué opinas?

Kafei tardó en responder. Mientras, iniciaron el camino de regreso al campamento. El repartidor se sonrió, cuando tuvo una buena respuesta.

- Opino que algo que ha unido a todas las razas de Hyrule no puede conducir a nada malo.

Link miró el campamento: Alrededor de las fogatas, soldados humanos escuchaban historias de los zoras. Las gerudo enseñaban técnicas de combate a varios jóvenes humanos y gorons. Leclas estaba allí, manejando el sable gerudo con cierta dificultad. Un grupo de gorons mostraban como se hacían bolas, y rodaban alrededor del campamento. Para divertirse durante el asedio, el profesor Sapón había convertido unas ruedas de repuesto en vehículos como las bolas gorons, y en ese momento competían entre ellos por ver quién era más rápido.

Una de estas extrañas ruedas se paró a tiempo para no atropellar a Link a y Kafei. Zelda bajó de ella. El rostro pecoso reflejaba alegría, pero se ensombreció al ver a Link.

- Por fin estás despierto. – apartó la rueda del circuito de carreras. - ¿Has comido algo? No, tienes una cara de muerto de hambre... Vamos, debes reponer fuerzas.

Condujo a Link a una fogata, donde enseguida le tendieron un trozo de carne y pan. Con asco, Link los rechazó, pero aceptó en su lugar fruta y agua. Zelda se sentó a su lado.

- He vuelto a tener otro sueño profético. – declaró el príncipe. Le describió la llanura arrasada por el fuego. Zelda le escuchó, y al terminar exclamó bah. - ¿No te parece importante?

- No. Tu mismo lo has dicho: según el Saharasala de tu sueño, eso sucederá si Ganon vence.

- Ya, pero yo vi en otro sueño...

- Viste una batalla, vale; y muchos muertos... Pero no viste el final. – Zelda se encogió de hombros. – Aún no está decidido. Todo depende de nosotros y ese búho.

Zelda le contó que a Leclas le pareció que Kaepora se moría La muchacha temía que eso le pasara al búho, pues él tenía el último medallón.

- El templo de la Luz está realmente lejos. Tardaremos casi seis días, o quizá más... – Link calculaba las distancias.

- Eso si no nos tienden una emboscada. – Zelda observa a su alrededor. – De momento este ejército es lo único que nos protege de los goblins y orcos que están en tu castillo. Debemos partir cuanto antes.

- ¿Qué te parece ahora mismo?

Link se puso en pie.

- Hum... Alteza, perdona que te lo diga, pero tienes mal aspecto.

- Tu misma lo has dicho, cuanto antes mejor.

Link no quiso escuchar más negativas, así que Zelda preparó a los caballos para partir mientras el príncipe hablaba con los capitanes de los cuatro ejércitos.

Estuvieron de acuerdo en que sólo atacarían en caso de que Frod Nonag tratara de alcanzarles.

- Quizá debáis ir con más gente. – propuso Nabooru.

- Iremos más rápido los dos solos. – Zelda montó sobre Gorri, un corcel de las gerudo. Link se reencontró con Centella. La yegua no paró de lamerle y cabecear hasta que Link se abrazó a la cabeza del animal y le susurró unas palabras al oído.

El camino hacia el Templo de la Luz sería exactamente el mismo que unos meses antes recorrió con sus hombres. Recordó, cómo si aquello hubiera pasado hacía ya años, lo inocente que era. "Tenías razón, maestro. Salir del castillo me vino bien".