Este segundo viaje desde el castillo hacia el templo de la Luz fue completamente diferente. En este, no tuvo que soportar las bromas de soldados, ni se sintió tan solo. Zelda, a pesar de estar preocupada, era mucho más divertida que los soldados.
Cabalgaban a toda prisa, para huir de los posibles enemigos. Tuvieron que detenerse, a su pesar, para dormir o comer. En esas ocasiones, Zelda trataba de animar a Link con historias de Labrynnia y otros lejanos lugares.
De ese modo, cruzaron la llanura de Hyrule. El templo estaba a casi otro día cabalgando. Se detuvieron cerca del río Zora, para descansar y comer algo.
-¿Te acuerdas...? – Link se había sentado en la roca, y metido los pies en el agua fresca. – Fue aquí donde nos detuvimos cuando fuimos al templo por primera vez.
Zelda se arremangó los pantalones, y, descalza, se introdujo hasta las rodillas en el agua. Estaba fría, y le castañeteaban los dientes. Sus ojos verdes seguían algo que se movía abajo y arriba en el lecho del río.
- Claro que me acuerdo. – Zelda se agachó un poco; despacio, introdujo también los brazos hasta el codo. Con un rápido movimiento, agarró algo y lo sacó del agua.
El pez, del tamaño de su antebrazo, se agitó en la orilla, donde Zelda le había arrojado. Empezó a dar saltos y volteretas, luchando por respirar. Link se apresuró a atraparlo, y, antes de que Zelda le preguntara que hacía, el príncipe lo arrojó al río.
- Pe...pero ¡era la cena!
- Por si no te habías dado cuenta, soy vegetariano.
Zelda frunció el ceño.
- ¡Ah, alteza, me parece genial! Tú eres un come-hierbas¡pero yo no¡Lo que tengo es un hambre atroz! – Zelda pataleó en el agua. - ¡Ya no podré pescar otro!
- De todas formas – Link trataba de no reírse. – no podemos encender un fuego. ¿Pretendías comértelo crudo?
Zelda dejó de gruñir. Link tenía razón: no podían encender fuego, porque sino revelarían su posición. "Estamos en una llanura, nos acabaran viendo, lo queramos o no" pensó. Link sacó las dos últimas tortitas que le quedaban. Zelda se acercó a comer a la orilla.
Enfadada aún por que Link había preferido salvar a un pez que dejarla cenar en paz, se sentó de espaldas a él, mordisqueando la torta con cara de asco. Empezaba a cogerles manía.
Miró el reflejo del agua, y recordó ese día en el que se habían detenido a descansar allí. Link le contó su vida en el palacio. Le confesó que jamás había salido de él. ¿Por qué Ganon esperó tanto para atacarle? Hasta ahora, el príncipe había vivido una mentira: en quiénes confiaba, eran los más traidores.
El agua del río se enturbió y las olas creadas por el viento oscurecieron y batieron el interior. Zelda perdió su reflejo, pero el agua le devolvió otro a cambio.
Dio un grito, y casi se cae de la roca. Link la sujetó a tiempo.
- ¿Qué sucede?
- ¡En el agua...¿No lo ves? – Zelda se puso en pie y miraba alrededor. A excepción de un árbol sin hojas, no había nada más por allí.
- ¿Qué sucede? No es más que agua...
- ¡He visto a Urbión, de pie, aquí mismo! – Zelda rodeó el árbol. Llamó a su amigo, y lo único que recibió fue la respuesta burlona del viento. Desilusionada y desconcertada, regresó a la orilla.
Link la miró preocupado.
- Zel...
- ¿Piensas que estoy loca?
- No, pienso que serías capaz de aferrarte a un clavo ardiendo, si con eso encontraras a Urbión. –Link suspiró. – Ya oíste a Nabooru. Debe estar bien.
- Pero¿no te parece extraño que le advirtiera de mi llegada? – Zelda se puso en pie. - ¿Por qué la avisó, por qué no me esperó para acompañarme al desierto¿Cómo sabía él que yo iba a ir allí?
- Yo no tengo las respuestas. – Link se encogió de hombros.
- Creo que él es el portador del Triforce del Valor.
Link negó con la cabeza. Sus ojos azules brillaron un poco al mirar a Zelda.
- No lo sé, pero no creo que la tenga él... De todas formas, Kaepora quizá nos pueda decir más. – miró a su alrededor. – Si quieres, duerme un rato. Yo haré la primera guardia.
Zelda emitió un gruñido, pero decidió que quizá las visiones fueran producto de su cansancio. Cogió una manta y se tendió bajo el árbol. Antes de dormirse, sin embargo, le preguntó a Link:
- ¿Me has llamado Zel, verdad?
- Sí, espero que no te moleste. – Link leía el libro de Mudora a la luz de una pequeña vela, que emitía un resplandor muy apagado.
- No... Sólo una persona solía llamarme así. – Zelda sonrió de forma triste. – Bueno, alteza, te dejo llamarme Zel. Buenas noches.
El templo de la Luz había sido el escenario de una cruenta batalla, y también de un saqueo por parte de cualquier ser vivo. Ya no quedaban ni los escombros de la antigua ciudad. Habían ardido hasta quedar todo reducido a cenizas. Del templo quedaban en pie algunos muros principales, la nave central sobre todo, pero en comparación con antes, eran pocos.
Detuvieron a los caballos al pie de la escalinata, donde Saharasala les había recibido. El suelo estaba recubierto de cristales de colores, procedentes de las vidrieras. Link los miró con un gesto de sorpresa. Recordó el sueño que tuvo, en el que veía caer los muros y las vidrieras se rompían.
Zelda, más prosaica, comentó.
- Parece que ya no hay ni lobos.
Link no le contestó. Sentía un nudo en el estómago, como si supiera que les esperaba un reto peor que todos hasta ahora. Esperó a que Zelda pasara antes, con el escudo y la espada en posición de ataque. Así, entraron los dos en los restos del Templo de la Luz.
No quedaban muchas paredes en pie, quizá dos o tres... La nave central estaba seriamente dañada por el fuego, y las columnas ya no sostenían ningún techo, o amenazaban con caer. Estar allí era peligroso.
- ¿Dónde estará ese maldito búho? – masculló Zelda. No tenía nada para iluminar el camino, a excepción de una vela.
En respuesta a su pregunta, Zelda pisó un charco de sangre. Iluminó la mancha, y tanto ella como Link se agacharon.
- Está fresca. – declaró Zelda.
- ¿Dónde estará, por qué no ha salido a recibirnos...? – preguntó con temor Link.
- No lo sé... Pero debe estar en algún lugar en esa dirección. – señaló a un oscuro corredor, cuyas paredes habían resistido el combate. - ¿Sabes qué hay ahí, por casualidad?
- Creo que es la sala de reliquias: un sitio donde guardan objetos relacionados con antiguos sacerdotes. – Link recordó que esa puerta siempre estaba cerrada a cal y canto. Lo cierto es que no sintió curiosidad por lo que hubiera allí dentro. Por algún extraño motivo, pisar ese pasillo le inquietaba. En esa ocasión no fue distinto: Zelda y él sintieron a la par el mismo escalofrío. Cruzaron el sórdido corredor, hasta llegar a la puerta.
Bastó con que Zelda la rozara con los dedos, para que, con un chirrido, se abriera. Era una sala muy grande, pero oscura. Link, a su espalda, entonó la Canción de la Luz, y varias antorchas colocadas en las paredes iluminaron la habitación.
Era grande y redonda, muy espaciosa. Siguiendo la pared, habían pedestales, y al lado de cada uno, la figura en piedra de un monje
En el centro, frente a un altar, había una masa informe, que al moverse provocó un sonido seco. Zelda se colocó frente a Link, defendiéndole ante el posible monstruo.
- ¿Kaepora? – llamó.
La figura no respondió. Link soltó una exclamación de horror. Las estatuas que decoraban el lugar representaba a un monje con los que había convivido dos semanas.
- Os esperaba. – dijo una voz dulce pero débil.
Link abrió mucho los ojos, mientras Zelda bajaba la espada. Los dos habían reconocido la voz, y pensaron que había sido un fantasma.
Era la voz de Saharasala.
La masa informe se movió, y pudieron ver que se trataban de plumas, endurecidas y secas como hojas que se han caído de un árbol. Entre ellas, vieron el rostro de Kaepora Gaebora, pero parecía más bien una máscara olvidada encima de ese montón de basura.
Link superó el miedo y la incomprensión. Se adelantó y apartó las plumas pardas que se deshacían entre sus dedos, hasta encontrar, bajo el montón, el cuerpo de Saharasala.
Link y Zelda dieron un grito a la vez. El príncipe se apartó, hasta que su espalda chocó con el altar. Zelda, por su parte, alzó el arma.
- ¿Qué eres? – le gritó la muchacha. El labio inferior le temblaba por el miedo.
Saharasala se puso en pie. La herida aún sangraba: un agujero negro en su hombro derecho. Se sujetó el brazo y, a duras penas, se sostuvo.
- Soy Saharasala, como podéis ver, no he muerto.
- Pero... ¿por qué? – Link ayudó al sacerdote, ofreciéndole su brazo.
- ¡No te acerques! – le ordenó Zelda. - ¡Puede ser otra trampa!
Link miró a Saharasala a los ojos, y lo que vio le hizo confiar en él. El sacerdote le sonrió.
- Tuve que hacerlo: Ganon deseaba hacerme daño, para evitar que pudierais reunir los medallones. Sabía que atacaría el templo, y por eso te dejé ir a ayudar a Zelda. Pero no me atrevía a dejaros solos, así que me disfracé. – Saharasala tuvo que sentarse. – Siempre he tenido esa habilidad: puedo transformarme en búho. Convertí a los monjes en piedra para salvarles, pero tuve que haceros creer... Lo lamento, Link, Zelda, causaros daño...
- Bien, no importa, Saharasala. – Link examinó la herida. Tenía muy mal aspecto. Tomó la flauta y se dispuso a tocar la canción de la salud. Saharasala le detuvo.
- Reserva tus fuerzas. Las vas a necesitar. – Saharasala señaló los seis pedestales. – Debéis colocar los medallones en su lugar, rápido.
Saharasala le tendió a Link el medallón del Templo de la Luz. Zelda, desconfiando aún un poco, decidió hacerle caso. Ahora que sabía quién era realmente Kaepora Gaebora, podía ver las semejanzas entre el búho y el sacerdote.
Entre los dos no tardaron nada en encajar los seis medallones. Al poner Link el último medallón, la sala entera se iluminó con un resplandor dorado. Link se dio cuenta entonces que las paredes de la sala eran de piedra gris.
- No... – murmuró.
Saharasala se colocó frente al pedestal del Templo de la Luz, al lado de Link. En el centro de la sala desaparecieron las plumas secas, barridas por un ligero temblor. El suelo se abrió, y un pedestal con una espada clavada se alzó frente a Zelda.
Zelda reconoció el filo y la empuñadura: la había visto en el oasis, era el arma del Héroe del Tiempo. La Espada Maestra, cuyo filo podía repeler el mal, estaba ante ella, a la espera de que la tomara. Estaba demasiado interesada en la espada, para darse cuenta que la sala se había llenado de gente.
De cada medallón colocado en su pedestal surgieron seis figuras transparentes, y se quedaron suspendidas. Zelda dejó la contemplación de la espada, para observar a los nuevos espectadores:
Link VIII, el goron.
Laruto, con su arpa apoyada en la cadera.
Kafei, sonriendo de forma despistada.
Leclas, con el ceño fruncido.
Nabooru, las manos a la cadera.
Y Saharasala, el único real.
- Sacerdotes: unid vuestras fuerzas para guiarles entre la oscuridad. – les pidió Saharasala.
Link avanzó hacia Zelda.
- No entiendo nada... – murmuró la muchacha. Se le contrajo el estómago al escuchar los compases de la Canción del Tiempo. Link tragó saliva.
- Esto es... mi sueño.
- Link, tú eres el portador del Triforce de la Sabiduría. Por tanto, eres nuestro líder. Sólo tú puedes emplear nuestra magia.
Los seis rayos de colores convergieron en él, y Link se encogió de dolor un momento. Luego, el dolor dio paso a una nueva sensación de alegría y poder. Se miró el dorso de la mano derecha: allí relucía el símbolo del triforce.
Saharasala le tendió un arco nuevo, de una madera dorada y con adornos blancos, imitando hojas. También le tendió un carcaj lleno de flechas, a juego.
- Estas son flechas de luz. Son esenciales para derrotar a Ganondorf. Se prudente a la hora de emplearlas, porque no quedan más en todo Hyrule Link aceptó el arco y el carcaj. Cogió las flechas normales que tenía, y las colocó en el carcaj, junto con la flauta de la familia real. Zelda no dijo nada.
- Zelda – la llamó Saharasala.
La chica, que se había inclinado para ayudar a Link, se encontró con que era el centro de todas las miradas.
Zelda sintió un dolor en el pecho, un viejo y conocido dolor... La cicatriz que recibió cuando la hirió el Caballero-Demonio. Se tocó la piel rugosa bajo la túnica. Estaba tibia.
Un rayo de luz surgió de su pecho. Zelda gritó, aterrada, y trató de tapar la herida. Pero luego el dolor pasó. Ante ella brillaba un minúsculo triángulo dorado, que se alojó en su palma.
- Tú has sido siempre la portadora del Triforce del Valor. – declaró Saharasala. – Hace muchos años, la trifuerza buscó un lugar donde permanecer a salvo. Te escogió porque luchaste contra el Caballero-Demonio.
- ¡Sólo tenía cinco años¿Cómo pude luchar contra él? – Zelda negaba con la cabeza. No tenía ningún recuerdo de haberse enfrentado al monstruo.
- Lo hiciste, y sólo tu edad te impidió vencer. El triforce se alojó en ti, para curarte y poder crecer. He tardado en darme cuenta, aunque tenía mis sospechas.
La espada ante ella seguía brillando, más tentadora que nunca.
- Escuchadme, Zelda, Link... Hay otros hechos que debéis conocer. Ganon escapó, eso es cierto, pero no lo hizo del todo. Debido al sello, no podía cruzar el portal que separa los mundos con su forma más poderosa. Así que decidió dividirse. Una parte de él ya la conocéis: Frod Nonag, Ganondorf... tu maestro, Link. Cumple las órdenes que su otra mitad, más poderosa, le dicta. Esta mitad posee el triforce del poder, y aún está encerrada en el Mundo Oscuro, esperando a que el portal se abra. Esta espada es el sello que le contiene.
- Entonces... ¿cómo podremos luchar contra él? – Zelda dudaba – Necesitamos la Espada Maestra, pero si abrimos el portal que separa los mundos, entonces Ganon podrá regresar...
- Hay una forma. – Link miraba la Espada Maestra, pero con recelo. – Hace algunos siglos, unos magos decidieron que, para entrar en el reino sagrado, la persona que rompa el sello debe dejar su tesoro más importante. Puede ser un objeto, pero un sentimiento será más fuerte. En el momento en que quites esa espada, deberás dejar lo más preciado, y ya no podrás recuperarlo... – Link bajó la voz hasta un susurro.
- Así es, alteza. Veo que has leído el libro de Mudora. – Saharasala miró a Zelda. – Depende de ti. Deberás hacer tu sacrificio.
Zelda reflexionó un momento.
- Lo único que llevo encima es el medallón de mi madre.
Link estalló entonces.
- ¡No me has escuchado¡Para mantener esa parte poderosa de Ganon debes sacrificar algo más doloroso¡Un sentimiento, un recuerdo! – Link tenía los ojos acuosos cuando trató de enfrentarse a Zelda. – No me obligues a ser yo quien te lo diga, por favor.
- No sé a que demonios te refieres, pero me estás asustando.
- Zelda – Link tuvo que tomar aire. – Deberás sacrificar a tu padre.
