- No... No... ¡NO!
Zelda se apartó de la espada.
- ¡No podéis hablar en serio! – sentía que lloraba, pero se apartó las lágrimas antes de que cayeran. - ¡Kaepora, Saharasala, o quién demonios seas...¡No voy a sacrificar a mi padre!
- Link está en lo cierto. El amor que sientes por él es tan fuerte que mantendrá el sello mientras los dos estéis en el Mundo Oscuro.
- ¿No hay otra forma? – Link puso su mano en el hombro de la muchacha. De un manotazo, ella le apartó.
- Mucho me temo que no, alteza. Para vencer a Ganon necesitareis la espada y las flechas de luz. – Saharasala trató de tocar a Zelda, y ella volvió a apartarse de los dos. – Si no lo haces, Zelda, el mundo desaparecerá.
- ¿Y de qué demonios me sirve a mi que Hyrule continúe... si mi padre no está conmigo¡Reuní los medallones porque me dijiste que así podría sacarle del Mundo Oscuro! – Zelda alzó los puños y empezó a pegar al sacerdote. Él era mucho más alto, y Zelda estaba tan ciega de ira y aturdida que no atinaba nada más que a los hombros - ¡Idos todos al infierno¡Me mentiste!
Zelda se cansó. Cayó de rodillas ante el sacerdote, los hombros convulsionados por el llanto. Link, que jamás la había visto así, se acercó y le pasó el brazo por encima de los hombros.
- No te mentí: es la única forma de que puedas sacar a tu padre, como una barrera contra Ganon. – Saharasala se agachó, de tal forma que su rostro estaba a la misma altura que el de Zelda. – Nosotros no podemos obligarte, depende de tu decisión que el mundo sobreviva a este nuevo ataque, o que todo acabe.
- ¿Y tiene que ser ella, a la fuerza¿No puedo ser yo quién haga el sacrificio? – preguntó Link. Saharasala negó con la cabeza.
- Debe ser quién saque la Espada Maestra de su pedestal, y esa persona sólo puede ser el portador del Triforce del Valor.
Zelda había dejado de llorar: sus ojos estaban perdidos, buscando un motivo para salir de allí. Quería levantarse y huir, dejar atrás a este sacerdote loco, los malditos medallones, la espada que brillaba a la espera... Observó que los otros seis sacerdotes, Kafei, Leclas, Link VIII, Laruto y Nabooru la observaban, apenados. Luego, miró a Link, que trataba de razonar con Saharasala sobre cómo librarse de semejante sacrificio.
Zelda empujó al príncipe. Tenía el rostro rojo, los ojos inyectados en sangre e hinchados.
- Lo haré. – apretó los dientes y se aferró a la empuñadura de la espada.
Saharasala le pidió que se detuviera un momento, pero Zelda no le escuchó.
La Canción del Tiempo resonó en los oídos de Link. Los muros temblaron y los sacerdotes desaparecieron. Zelda tiró de la espada hacia arriba.
El tiempo se detuvo en ese instante: el metal rechinó al liberarse de su prisión de piedra, las voces que cantaban se alzaron, y Link gritó "no".
Cuando el cántico cesó, todo se quedó en un silencio tan sepulcral que Link creyó que habían muerto. El resplandor había cesado, así que pudo abrir los ojos.
Miró a su alrededor. Estaba en una especie de construcción de mármol, con pequeñas escaleras, en medio de un bosque denso y oscuro.
Sobre él, el cielo era rojizo, y lo cruzaban nubes grises con vetas moradas. Decir si era de día o de noche era algo difícil. Veía como si hubiera luz del sol, pero al mismo tiempo había penumbra a su alrededor.
A su lado, una figura se movió. Link se puso en pie y le tendió la mano a Zelda.
- Zel... – la llamó.
La muchacha continuaba arrodillada en el suelo. Aferraba la empuñadura de la espada con su mano derecha, donde brillaba el triforce del Valor.
- Zelda, vamos, hay que... – Link le tocó el hombro.
- Déjame sola.
La voz que salió de la garganta de Zelda no era la suya, de eso no había duda. Era la voz que tenían los lobos de las fábulas, una voz gutural y ronca.
- No es momento. Rápido, encontremos a Ganon y...
Zelda se giró hacia él. Los ojos verdes estaban algo extraños, parecían más alargados de lo normal. Link se percató de que sus manos ya no eran humanas: tenía uñas largas y dedos como garras. La piel de la cara sufría también la misma transformación, las manchas se alargaban y formaron vetas que cruzaban las mejillas y la frente de Zelda.
La muchacha enseñó los dientes en una mueca de odio, mostrando orgullosa los nuevos colmillos. Sacó la brújula de Link, que llevaba siempre en el bolsillo de la túnica, y la arrojó al suelo.
- Todo esto... – dijo con su nueva voz. – Todo esto ¡es culpa tuya!
Se abalanzó sobre Link. Desprevenido, cayó de espaldas. Sobre él, Zelda trataba de arañarle y clavarle las uñas. A duras penas era capaz de contenerla.
- ¡Si tú no hubieras aparecido, si no te hubiera salvado aquel día, si jamás te hubiera conocido...¡Mi padre estaría conmigo, conmigo!
A cada palabra, el cuerpo de Zelda se volvía más fuerte, y firme. Las zarpas le arañaron al fin en la mejilla izquierda, y Link sintió correr la sangre. Un halo rosado le rodeó y lanzó a Zelda unos metros lejos de él.
Aterrizó sobre sus cuatros patas, como lo haría cualquier felino. Sostuvo la mirada de Link y, emitiendo un rugido, la tigresa desapareció en medio del bosque tenebroso.
- Pero ¿qué ha...? – Link se puso en pie.
"Alteza, soy yo, Saharasala"
La piedra telepatía de su madre resplandeció.
"¿Qué le ha pasado?"
"El poder de los sacerdotes impide que os transforméis en monstruos en el Mundo Oscuro. Pero la rabia y la tristeza que siente Zelda es muy fuerte. Se ha transformado en un animal de este mundo."
Link miró la arboleda.
"¿Qué debo hacer yo?"
"Debes encontrarla, cuanto antes mejor. Usa la piedra telepatía para que te muestre donde está."
El enlace era muy débil, en otras ocasiones podía ver lo que rodeaba a Zelda, pero con Saharasala no veía ni el rostro del sacerdote.
"Este mundo es extremadamente peligroso, Link. Es por ello que ahora tienes habilidades nuevas. Son tres poderes mágicos: el fuego de Din, el viento de Farore, y el amor de Nayru. El primero te permite lanzar flechas de fuego y hielo, el segundo te permite moverte a mucha velocidad, y el tercero... acabas de probar sus efectos. Te protegerá de los ataques."
Mientras Saharasala hablaba, Link recogía del suelo los restos de la brújula, que en otros tiempos le dio su padre.
"Debes tener cuidado. Emplear estos poderes sin conocimiento puede agotarte. Y no debes estar indefenso en este mundo."
Link asintió. Guardó la brújula en el bolsillo, y también recogió la Espada Maestra y el escudo espejo. Tuvo que atárselo a la espalda como hacía la muchacha, pues pesaban mucho.
Se concentró en Zelda y en su piedra telepatía. Pronto, vio un rastro, un sendero en medio del bosque.
Echó a caminar, antes de que empezaran a asaltarle las dudas. Jamás había estado solo del todo. Siempre que se había enfrentado al peligro, había alguien con él. Pero allí estaba, en el Mundo Oscuro, un lugar peor que el mismo infierno, según las leyendas.
"No es tan horrible..." Link apartó una rama. "Le vendría bien un jardinero, quizás..."
La vegetación era extraña, jamás había visto unas plantas con tantas hojas, de tantas formas y tamaños. Sobre los troncos de los árboles, anchos y llenos de nudos y agujeros, colgaban lianas gruesas y líquenes de colores diversos. No había flores ni frutos, pero vio que algo se escurría por el suelo: las serpientes que habitaban el lugar.
Retumbó un trueno a lo lejos. Rezando para que no lloviera, de momento, Link apresuró el paso. Algo difícil: las lianas y las ramas no le dejaban avanzar. Tuvo que emplear la Espada Maestra para cortarlas.
"Esto pesa lo suyo... ¿Cómo podrá Zelda manejar una espada así? Espero que al Héroe del Tiempo no le moleste este nuevo uso..."
Se concentró otra vez en la unión telepática con Zelda, y vio un paisaje parecido al que tenía delante: árboles con formas raras y vegetación.
Link llegó a una especie de claro. Sobre un tronco creyó ver a alguien sentado, pero al acercarse desapareció. Un rayo violeta iluminó la escena, y siete segundos después le siguió el retumbar del trueno.
"La tormenta está cerca". Link vaciló sobre si debía seguir buscando a Zelda, o buscar un refugio para la tormenta.
- Vaya, vaya...
Se giró en la dirección de donde provenía una voz gutural, con la esperanza de que fuera Zelda.
Estaba equivocado. Detenido a unos escasos metros, había un gigante, de casi tres metros. La piel rosada brillaba, no tenía ni un solo pelo sobre la redonda cabezota. Eso sí, tenía un único ojo brillante de color castaño.
- Eh.. – Link observó que el gigante no parecía querer atacarle, se había quedado quieto y no le amenazaba con el garrote. – Saludos, señor Cíclope.
El Cíclope se rió. Dos tipos salieron de detrás de la espalda de su amigo. Sus rostros imitaban al de un zorro naranja y a un lobo, pero el resto del cuerpo era humano. Se reían mientras acorralaban a Link.
- ¿De dónde habrá salido? – preguntó el zorro.
- Ni idea, pero no se ha transformado... – comentó el lobo.
El cíclope aún reía. Link no sabía qué hacer. ¿Pelear? Saharasala le había advertido que era un lugar peligroso, pero de momento prefería tratar de averiguar si eran enemigos o futuros aliados.
- Me pregunto si llevará algo de valor consigo. – el zorro se situó frente a él.
- Averigüémoslo. – sugirió el lobo, a su espalda.
Trató de apresar el brazo del frágil muchacho, pero entonces Link entrecerró los ojos.
Se produjo un estallido verde en el claro: el zorro y el lobo gritaron cuando el fulgor les dio de lleno en los ojos. No tenían heridas pero el niño al que pretendían robar había desaparecido.
Link se encontraba tan asombrado como ellos. Flotaba en el aire, cayendo de nuevo entre los árboles. "Esto debe ser el viento de Farore".
El ruido de su cuerpo al golpearse con las ramas alertó de su posición. El cíclope le cogió del tobillo y, de un tirón, le colocó boca abajo. Sus pertenencias se deslizaron de sus bolsillos y cayeron: el Ojo de la Verdad, la brújula, la flauta, el libro de Mudora y la piedra telepática con forma de estrella.
Link volvió a entrecerrar los ojos, y el viento de Farore le alejó del cíclope otra vez. Los otros dos trataron de clavarle una navaja y una espada, pero el amor de Nayru los repelió.
"¡Esto es genial!" pensó Link. Aún le quedaba otro poder por probar: el fuego de Din.
Sacó una flecha, y apuntó con el arco. Pensó en una llamarada ardiente, y, al soltar la cuerda, la flecha se convirtió en un haz de fuego que se clavó en el pecho del zorro.
El lobo aulló. Se abalanzó sobre Link, y de un zarpazo le arrebató el arco. Link trató de volver a volatizarse, pero por más que entrecerraba los ojos, no lo lograba.
- ¡Maldito crío! – el lobo le tenía cogido del cuello de la túnica y le golpeaba contra el suelo. Sacó un puñal y estaba a punto de degollarle, cuando un rugido acalló las risas del cíclope y las palabras del lobo.
Un tigre naranja apareció en el claro. Con toda la potencia de su cuerpo, derribó al lobo y se interpuso entre este y Link. El príncipe se levantó.
- ¿Estás bien? – le preguntó la voz de Zelda, desde el interior del animal.
- Si. ¡Cuidado!
El cíclope lanzaba unas granadas en su dirección. Link se abrazó al cuerpo del tigre, y el viento de Farore les llevó lejos del cíclope.
Zelda tigresa atacó al monstruo. Mientras reinaba la confusión, Link recuperó sus cosas. Poco a poco, el tigre perdía su forma animal: las patas delanteras se acortaron, las traseras se alargaron, y el rostro surgía de nuevo humano.
Cuando Zelda regresó a su forma original, se sintió débil, y tuvo que apartarse del cíclope. Link disparó una flecha de fuego, que se clavó en el hombro del ser. Tan atenta estaba de esquivar al cíclope que no vio venir al lobo por su izquierda. Zelda chilló cuando el lobo la atacó con un puñal largo y fino.
Link disparó otra flecha, y en esta ocasión el hielo congeló el cuerpo de aquel ser tan mezquino. El cíclope contempló la estatua helada de su amigo. Cogió la última granada y con ella apuntó a Link.
Trataba de ayudar a Zelda a ponerse en pie para huir, pero la muchacha no podía: el puñal del lobo estaba clavado en su muslo izquierdo. Echaron a correr como pudieron, cuando el cíclope lanzó la granada sin la argolla.
Link empujó a Zelda lejos, se dio la vuelta y alargó las manos. Cogió la granada al vuelo. En sus manos, el mecanismo latía como si estuviera vivo.
Si aquello estallaba, su mano y parte del brazo desaparecerían en el aire. Link hizo lo más lógico según sus nervios y reflejos.
Lanzó la granada con más fuerza que nunca, tanto que golpeó al cíclope en su único ojo.
El estallido sacudió el claro. Restos de hojas carbonizadas llovieron sobre Link, que protegía el cuerpo de Zelda.
