Capítulo 27. La Columna de Kali.
En el mundo Oscuro, la única forma de distinguir el día de la noche, era por unos breves rayos de sol que se colaban entre las nubes negras y grises. Eso si no llovía, algo habitual y permanente en este reino. Uno de esos raros rayos de sol se coló entre los postigos de la ventana y dio de lleno en los ojos cerrados de Zelda, sacándola del sueño.
Se sentó en el sofá. A su lado, Link dejó el libro de Mudora.
- Buenos días. Toma, bebe un poco. – le tendió un vaso con agua.
- ¿Qué ha pasado? – preguntó Zelda. Se miró la herida en la pierna, y no encontró más rastro de ella que el agujero y las manchas de sangre.
- Ya estás bien. Toqué la Canción de Curación, cuando Oso nos dejó a solas.
Mientras Zelda se tomaba el caldo, Link le puso al día con respecto a Oso, su situación y todo lo que le había contado el día anterior. Al acabar el relato, Zelda se reía.
- Alteza, Oso te engañó. El As tiene más valor que un rey, en teoría tu habías ganado. – Zelda intentaba arreglarse un poco las ropas: la túnica verde se caía a pedazos y la camisa negra estaba algo sucia.
Link se encogió de hombros.
- Bueno, él te salvó la vida. Fue justo que yo hiciera la cena.
Al escuchar la frase, Zelda no pudo contener una carcajada corta.
- Menudo pringao que estás hecho, Link. – Zelda se reía a carcajadas. –En serio, eres la única persona que conozco capaz de hacerse amigo de orcos y tahúres.
Las mejillas del príncipe se colorearon. Zelda se puso la chaqueta, y añadió, con la voz más seria.
- Pero... Eso es precisamente lo que más me gusta de ti.
Menos mal que Link fingió interesarse por el libro de Mudora, para así ocultar su rostro rojo.
- ¿Qué has averiguado sobre Ganon?
- Po... Poco. Los forajidos no se tratan con él: sólo le obedecen los monstruos que ya vivían en el Mundo Oscuro y algunos fieles. – Link bajó el libro para mirar a Zelda a los ojos. – Oso no me contó nada más: decía que si queríamos averiguar algo, tendríamos que jugar.
- ¿Jugar?
- Así son las cosas en la Villa Outcaster. Los habitantes del Mundo Oscuro consiguen todo con juegos de azar. Algo así como el trueque en las sociedades primitivas...
- Corta el rollo, cerebrito. – Zelda se anudó las correas del escudo espejo.
Al lado del escudo estaba la Espada Maestra. Zelda la cogió. Su mirada recorrió el filo de arriba abajo. Admiró la perfección de la forja, el grabado del triforce y la empuñadura azul. Continuó la mirada hasta el dorso de su mano, donde brillaba el triforce del Valor.
Link dejó el libro de Mudora sobre la mesa.
- Zelda...
- He perdido a mi padre... por este bonito trozo de metal. Menuda hija.
Se miraron. Link recordó la discusión cuando Zelda se convirtió en tigresa. No se había parado a pensar en lo que la chica le dijo en ese momento: Él tenía la culpa de todo. Zelda también lo recordó en ese momento.
- Oye, Link. Eso que dije, lo de que tú... ya sabes... – dejó de vacilar. – No es cierto. Todo esto ha pasado, y ya está. Yo tomé la decisión, y debemos hacer todo lo posible para que no me arrepienta de ella. – Zelda le tocó la mejilla, dónde aún tenía el arañazo. Al tocarle, Link se estremeció por el ligero dolor. – Perdóname.
El príncipe le cogió la mano.
- Está olvidado. No eres mala hija, Zelda. Esté donde esté tu padre, sé que está orgulloso de ti.
Zelda se apartó, a tiempo para que Link no le viera los ojos acuosos.
- No nos pongamos moñas. Vamos, hay que averiguar cómo llegar hasta Ganon...
Link se guardó el libro de Mudora bajo la túnica. Zelda abrió la puerta de la cabaña. Antes de salir, sin embargo, comentó:
- Suerte que yo sí se jugar a las cartas. Si no, estos tipos nos desplumarían.
Y Link se echó a reír.
No todos los bandidos se comportaron como Oso: la mayoría eran groseros, antipáticos, y sólo les interesaba el saquillo con las pocas rupias que Link aún tenía. Tampoco eran todos tahúres: entre los juegos que tuvieron que superar para conseguir información, estaban abrir cofres, tirar con el arco, o con el tirachinas, a dianas en forma de rupias de cristal, y, el peor según Zelda, derribar paredes con unas bombas con patas.
Lograron ganar, con más o menos esfuerzo. Aunque la información que obtuvieron no fueron más que vagas indicaciones, en más de una ocasión los dos se sorprendieron divirtiéndose. "Somos niños, es normal" pensó Link cuando Zelda se concentraba en lanzar la bombuchu contra la diana correcta.
Según quién les informara, Ganon vivía en las ruinas del palacio del Este, en el fondo del Lago Negro o en la pirámide abandonada. Desesperados, cansados, y por fin un poco hartos de tanto juego, Link y Zelda se sentaron en un banco en la plaza central.
- Jamás le encontraremos así. – Link dio un resoplido que removió el mechón que le caía sobre un ojo.
- Esa actitud no nos ayuda. ¿Qué dice Saharasala sobre todo esto?
- Desde la conversación en el templo, no he podido hablar con él. – Link tocó la piedra telepatía. – Creo que... hemos perdido la conexión con el mundo real.
- Pues entonces tendremos que salir de esta villa. – Zelda miraba hacia el pozo. – Uy, qué raro...
- ¿El qué?
- He tenido un deja vú. Ya sabes, esa sensación que se tiene cuando algo te resulta familiar, que ya lo has visto o vivido. – se dio un golpe en la frente. – Menuda tontería, debo estar débil aún.
Link se había puesto en pie, observando a su alrededor.
- No, Zelda, no es una tontería. – señaló al pozo. – Vamos a sentarnos ahí un momento.
Zelda le siguió, y le obedeció. Se sintió un poco tonta, pues estaban igual sentados que en el banco.
- Mira a tu alrededor¿qué ves? – preguntó Link.
- Una ciudad espantosa, casas ruinosas, animales con pantalones...
Link meneó la cabeza. Cogió la flauta y tocó los primeros compases de la Canción del Tiempo.
Por un fugaz instante, Villa Outcaster desapareció, y en su lugar vieron la plaza de Kakariko. En cuanto Link dejó de tocar, la visión desapareció y la villa de los forajidos regresó antes sus ojos.
Zelda se puso en pie casi de un salto.
- Demo... Demo... Demonios, Link.
- Eso es. – Link guardó la flauta. – El mundo Oscuro es un reflejo del mundo real. Por lo tanto, cualquier lugar de Hyrule tiene su correspondencia en este mundo.
- Y... ¿de qué nos sirve? – Zelda se rascó la barbilla. – Eso no nos ayudará a encontrar a Ganon.
- Pero vais por el buen camino.
Se giraron para ver a Oso, sentado al otro lado del pozo.
- Ganondorf vive en un palacio en ruinas, al este. Tiene forma de pirámide, pero para llegar debéis cruzar las montañas Tormenta y el Laberinto. – Oso avanzó sobre sus cuatro patas. Caminaba bamboleante, indicio que había estado en el bar toda la noche y parte de ese día.
- Gracias por la información, pero apenas nos quedan rupias...
- Hum... Podemos apostar de nuevo, chaval. Si gano, tú me regalas esa flauta que tocabas hace un momento. Si pierdo, os doy un mapa muy útil con el lugar exacto donde se oculta Ganon.
- ¿Y que juego será? – preguntó Zelda.
- ¿Por qué demonios lo he hecho?
Zelda, de pie sobre una columna muy alta, esperaba el inicio del juego. La muchacha se sostenía muy recta y muy digna en medio de la plaza de Villa Outcaster. Oso solo le había permitido llevar con ella la Espada Maestra como única defensa.
La apuesta parecía simple, pero requería habilidad, agilidad y, sobre todo, resistencia. Link se ofreció voluntario, pero Zelda se lo impidió. "Tu no aguantarías ni un segundo allí arriba" le había dicho. El príncipe le respondió, cruzando los brazos sobre el pecho, que era su flauta lo que se jugaban.
- Te recuerdo que es una reliquia de mi familia, por no mencionar que la necesito para conjurar hechizos.
"Maldito engreído" pensó Zelda.
Observó a los ciudadanos de Villa Outcaster. Para ellos, la llegada de los "humanos" ya era un acontecimiento. ¡Y encima iban a intentar superar la Columna de Kali!
"Qué nombre tan curioso". Según Link, Kali era una diosa dedicada a la guerra. Oso le había explicado que debía mantenerse en lo alto de la columna una hora completa. Eso era sencillo, pero además debía esquivar todas las trampas que los aldeanos le pondrían. Zelda no tenía ni idea de cuáles iban a ser, pero tenía experiencia en esquivar cosas.
En Lynn, cuando regresaba de la escuela, se encontraba con el mismo grupo de bravucones. Solían lanzarle piedras, o balones, o (una vez) sapos. Por fortuna para ella, el entrenamiento le había dotado de mucha agilidad y reflejos.
- He retado a Zelda Esparaván a permanecer una hora completa sobre la Columna de Kali. Como sabéis, es el reto más duro que ponemos, y también el más lucrativo. – Oso hablaba con la concurrencia. – Así que... ¡se abren las apuestas!
Link casi fue arrollado por la multitud que rodeó a Oso mientras gritaban la cantidad y el resultado. Se inquietó mucho al oír a un topo gritar que Zelda aguantaría dos minutos, y que al caer se partiría la cabeza. Se apartó, pensando en la cantidad de forajidos que vivían allí. Miró a Zelda, que esperaba de pie sin temor aparente. Al cruzarse las miradas, Zelda le guiñó el ojo.
Link apartó la mirada. Estaba disgustado por el comentario de Zelda. ¡El día anterior había cargado con ella y sus cosas, con una tormenta encima y durante todo un kilómetro! Bien, era cierto que le dolían los brazos, las piernas y la espalda... ¡Pero él era fuerte!
- De acuerdo... ¡Empezamos en este instante! – Oso le dio la vuelta al reloj de arena.
Zelda tragó saliva. La primera flecha vino de algún lugar a su derecha. Le bastó girarse un poco para esquivarla. Durante diez minutos, los aldeanos arrojaron flechas, dardos, tomates y piedras... A excepción de un pepino que rozó la barbilla de la chica, no lograron darle. Zelda sudaba por el esfuerzo, pero no parecía inquieta.
La primera sacudida, contra la base de la columna, la pilló tan desprevenida que a punto estuvo de caer. Una marsopa arrojaba bombas contra la columna. Zelda buscó con la mirada a Oso, que departía con Link.
- ¡Cómo que es legal¡La estáis bombardeando! – chillaba el príncipe.
- Vale cualquier cosa para derribarla.
- ¿Y para mantenerse, vale cualquier cosa?
- Mientras ella no quite los pies de la columna...
Se habían acabado las bombas, y las arenas del reloj ocupaban aún la mitad superior. Un tejón apuntó con una manguera, y el chorro de agua fue tan potente que Zelda tuvo que agacharse y aferrarse con las manos al borde de la columna. Aquello fue con agua fría.
Un sapo con mala idea empezó a arrojar chorros de agua caliente desde otra dirección, de tal forma que una parte de su cuerpo estaba fría y la otra caliente. Sus ropas expedían vapor, y algunas trenzas se empezaron a deshacer.
"Si piensan que me van a tirar, van listos". Zelda apretó los dientes y continuó echada sobre la columna. No sentía los brazos ni los músculos de las piernas.
Un resplandor rosado la rodeó, y esquivó otra flecha que intentaba darle. Las mangueras se estropearon misteriosamente a la par. Durante unos minutos, nadie trató de derribar a Zelda.
Se reunieron en un lugar de la plaza y murmuraban en voz baja. Nadie había aguantado tanto tiempo en la columna. Mientras, Zelda se ponía en pie y se frotaba los brazos, en busca de calor.
"No sé porqué, pero sospecho que estás detrás de esto" pensó tocando la piedra telepatía.
"Ya te conté lo de mis poderes. Pero no son eternos. Aguanta, quedan sólo unos minutos".
Un cuarto de hora, para ser más exactos.
Zelda aprovechó el momento para intentar recomponerse un poco. Había soltado la espada maestra, y había caído cerca del borde. La cogió de nuevo.
"Eso que suena... parecen... aleteos" pensó. El rumor de alas se acercaba cada vez más. Zelda se giró para enfrentarse a la trampa de los forajidos.
- ¡Ahhhh¡Murciélagos!
Una nube de estos seres la rodearon, y tuvo que cubrirse los ojos con los brazos para evitar que la mordieran. Como no veía, retrocedió y su cuerpo se quedó en el borde de la columna.
Abajo, sólo un espectador gritó alarmado. El resto de los espectadores empezaron a aplaudir y gritar "Cae, cae" cada vez más alto.
Se llevaron una decepción: un halo verde rodeó a Zelda y la ayudó a sostenerse hasta que la muchacha regresó al centro de la columna. Los murciélagos continuaban volando en círculos, dispuestos a atacarla por segunda vez.
"Zelda, yo no puedo hacer nada más. ¡Tienes que luchar!"
Aturdida por el ataque y el viento de Farore, Zelda se percató del peso de la Espada Maestra en su mano derecha. El filo resplandeció rojizo y plateado a la vez. Sin pensarlo demasiado, echó el brazo hacia atrás.
Dio un giro tan rápido que desde abajo solo se vio un círculo rojo y algunas trenzas naranjas. Los murciélagos fueron barridos por el filo de la espada, y cayeron muertos encima de la muchedumbre reunida.
- ¡Tiempo! – exclamó Oso en ese instante, mientras alzaba el reloj de arena.
Link se trasladó a la cima de la columna, donde Zelda aún trataba de comprender como había sido capaz de semejante golpe.
- Vamos, no parecen muy contentos. – Link le ofreció la mano, y los dos regresaron al suelo envueltos en el resplandor de Farore.
Por mucho que aullaron, gritaron, exclamaron, pidieron, ladraron... Oso no devolvió ni una sola rupia u objeto. Al final, tuvo que ponerse sobre las dos patas traseras y soltar un rugido feroz que aterrorizó hasta a Link y a Zelda, que en teoría no podían tenerle miedo a estas alturas.
Muy ufano, Oso les invitó a cenar y dormir en su casa esa noche. La tormenta volvía a acercarse, y los habitantes de Villa Outcaster regresaron a sus refugios, buscando consuelo en el juego o en la bebida.
Zelda colocó una sábana tendida en un rincón de la estrecha cabaña, y se cambió detrás. Por fortuna, Oso tenía un vestido guardado: era de color verde oscuro, y no tenía mangas, pero Zelda no estaba en condiciones de rechazarlo. Su túnica estaba prácticamente deshecha, así como la camisa negra que llevaba debajo. Los pantalones tenían un feo agujero (por el puñal) y sus botas estaban empapadas. Salvando estas últimas, el cinturón y si arreglaba los pantalones, el resto tendría que tirarlo.
Mientras Zelda se cambiaba, refunfuñando, Link y Oso prepararon la cena. Link ponía la mesa, y de vez en cuando, sus ojos se desviaban para mirar la silueta de Zelda al otro lado de la sábana.
- ¿Te gusta, verdad? – le murmuró Oso. Link, muy colorado, le susurró:
- No.
- Vamos, chaval, esas cosas se notan, sobre todo si eres un viejo oso como yo. – le guiñó el ojo.
- Sólo somos amigos.
Oso se rió.
- Como quieras.
- No me gusta Zelda, ni por asomo. – declaró Link, todo lo bajo que pudo. Dejó el plato de malos modos en la mesa.
Justo en ese instante, Zelda descorrió la sábana. Se quedó de pie, con las manos en jarras. Con el vestido se percibían mejor las formas femeninas. Dejaba al descubierto parte de los hombros, los brazos y las piernas. Link descubrió entonces que la chica tenía pecas en otros lugares del cuerpo, no sólo en la cara: le recorrían los hombros y los brazos hasta el codo, y en la rodilla derecha tenía una larga cicatriz.
- ¿Qué tal? – Zelda dio una teatral vuelta. – ¿No te parezco... ridícula con esto?
- Eh, sí, bien... – Link agarró un cubo. – Voy a por... agua... al pozo. ¡Hasta ahora!
Salió tan deprisa de la cabaña que dejó la puerta entreabierta, y sin preocuparse lo más mínimo de la tormenta. Oso se reía a carcajadas, mientras Zelda, desconcertada, tomaba asiento.
- ¿Qué le pasará a este?
