Oso les contó cómo había conseguido el mapa: lo ganó en una partida de mus a un cíclope, habitante originario de este mundo. El mapa era tan detallado, que indicaba rutas para pasar las montañas, e incluso las distintas grutas y sus salidas a las cimas.
- Después tendréis que cruzar un laberinto... pero al final está el palacio del este.
Partieron cuando se despertaron: no había forma humana (ni animal) de calcular el paso de la noche al día. Oso les preparó una mochila con algo de comida (después de que Link volviera a jugar a las cartas y, sospechosamente, ganara). Cuando les tendió la mochila, Oso añadió:
- Aparte de mí, no debéis fiaros de los otros habitantes de este mundo. Todos somos codiciosos, y si Ganon ofrece algo por vuestra cabeza.
- A todo esto, Oso¿cómo sabes lo que pretendemos? - Zelda se puso la chaqueta. Bajo el vestido volvía a lucir sus viejos pantalones, y las botas altas ajustadas a las piernas. Oso señaló la Espada Maestra, envainada y atada a la espalda de la muchacha.
- Se dice que fue un niño con orejas puntiagudas quién derrotó a Ganondorf encerrándole aquí... También se cuenta que portaba una espada parecida a esa. - Oso se encogió de hombros. - Es fácil deducir que permaneciendo los dos normales en este mundo, con orejas así, y con esa espada... Es obvio.
- Oso, gracias por ayudarnos. - Link le estrechó la zarpa.
- Bah¿ayudaros yo¡Sois los inocentes más fáciles de desplumar que he conocido en mi vida! Anda, largaos de una vez... Si alguna vez sentís la necesidad de jugar alguna partida, venid a verme. Zelda iba a decirle algo, pero Oso se escurrió hacia el interior de su cabaña.
- Bien, marchemos. Antes de salir de Villa Outcaster, Link miró por encima de su hombro hacia las ventana de la cabaña de Oso. Pudo ver su enorme corpachón tras el cristal.
El camino hacia las montañas se hizo eterno. Cruzaron el bosque denso e interminable, el mismo donde aparecieron por primera vez en el mundo oscuro. Zelda caminaba atenta a cualquier movimiento, y Link, detrás de ella, reflexionaba sobre este extraño lugar. No podía evitar preguntarse como pudo, el supuesto "Reino Sagrado" acabar convertido en esto. En teoría, se debió a que una persona de corazón impuro tocó el triforce... Esto que les rodeaba era la manifestación de su alma podrida. ¿Cómo puede alguien tener tanto rencor, tanto odio...? pensaba Link. También se preguntaba porqué, al derrotarle, el Héroe del Tiempo no devolvió el Reino Dorado a su forma original... Tendría que consultar el libro de Mudora. Pasaron horas largas y tediosas. Llegaron a un pequeño claro donde corría un regato.
- Vamos, lentorro. - Zelda avanzaba con grandes zancadas, ajena al cansancio. Mientras, Link daba cada vez pasos más vacilantes.
- Uff... Zel, yo... no puedo más.
- ¡Serás flojo, alteza! Mira, ahí se ven las montañas.
Zelda tenía razón: las montañas Tormenta se veían muy claramente. Pero Link se sentó en el suelo. No se sentía ni las piernas ni los pies, y le dolía la espalda.
- ¿Cuánto tiempo llevamos andando? - preguntó el príncipe, tras beber un largo trago.
Zelda vaciló. Ella también se sentía un poco cansada. Pero antes muerta que reconocerlo.
- Pues... la verdad... ¡ni idea, pero que más da!
- Yo creo que llevamos un día andando. - Link se frotó los ojos. En el momento en el que se sentó empezó a sentir mucho sueño.
Zelda observó que, en efecto, parecía oscurecer un poco: quizá Link tuviera razón. Le dejó descansar, mientras ella marchaba en busca de leña.
Se internó en el bosque para recoger madera. Se apoyó en el tronco de un árbol, y, al instante, sintió que algo redondo se movía en la corteza.
Apartó la mano, y se alejó un poco para ver qué era aquello que se movía. El árbol tenía algo parecido a un rostro: dos nudos negros que se movían eran los ojos, y una oquedad la boca.
- Anda. - Zelda dio una vuelta alrededor del tronco, y los ojos la siguieron. - Estás vivo.
- Que yo sepa, las plantas están vivas. - fue la contestación del árbol. - Menuda novedad.
Zelda recogió algunas ramitas del suelo.
- ¿Qué eres, un pariente del Árbol Deku?
- No sé quién es ese... En otro tiempo yo era un humano, como tú. - el árbol agitó las ramas. - Eres afortunada, si no te has transformado en este mundo.
Zelda se apartó a tiempo para evitar que una de las ramas más latas la cogiera de la pechera. Tenía muy presente en la mente el consejo de Oso.
- Lo siento por ti, pero yo no tengo nada de valor. Bueno, sí, tengo piernas... ¡Hasta luego, arbolito!
Se reía mientras regresaba al claro. Dejó el cargamento de ramas en el suelo.
- Oye, Link¿a qué no adivinas?
No terminó la frase. Miró donde se suponía que descansaba Link, y no le encontró.
- ¿Link? - dio una vuelta alrededor del árbol mustio que crecía en la orilla. Miro también al fondo del río. A excepción de un brillo metálico en el fondo (la tapa de un cubo o un espejo, quizá) no vio nada más. Tocó la piedra telepatía. Quizá Link se había ido a pasear... Pero le sorprendía, pues parecía estar muy cansado.
- ¿Qué le habrá pasado? - se preguntó en voz alta, al no recibir respuesta alguna de la piedra. - ¡Link! Maldición... Este estúpido... Siempre igual... El estómago le dio un vuelco, al encontrar el libro de Mudora tirado cerca de la orilla. Lo cogió, con las manos temblorosas.
- Ah, no... ¿Otra vez¿Hasta cuando voy a tener que estar rescatándole? - Limpió el libro, y observó el barro de la orilla. - Vale, de acuerdo... Refunfuñaba cada vez más enfadada. - Ese tío es imbécil¿por qué no puede quedarse quieto?
En la orilla había huellas, que parecían de herraduras de caballo. Siguiendo la dirección, Zelda comprobó que se introducían en el bosque. Aunque gruñía en voz alta y blasfemaba, en realidad se sentía un poco culpable. Su conciencia le decía que no debió dejar al príncipe solo en medio de este lugar.
Entró en el bosque, siguiendo las huellas. Nunca se le había dado bien seguir un rastro. Era Urbión, mejor cazador y experto en estas cosas, quien se ocupaba de buscar animales comestibles en el bosque Perdido. Pensando en él y en la brújula de Link (que le vendría muy bien ahora) Zelda constató que no sólo había perdido el rastro. Además había dado un rodeo estúpido, pues estaba frente al árbol con ojos.
- Vaya, vaya... la graciosilla. - el árbol entrecerró los ojos con odio. - ¿Qué te pasa, tus piernas no te llevan a ninguna parte?
Zelda se sentó en un tronco caído, lejos del árbol.
- No es eso... ¿Por casualidad no has visto a un chico rubio con unas orejas como las mías y cara de despistado?
- Hum... Puede que sí... puede que no.
- ¡O si o no! - Zelda se puso en pie de un salto. Lamentaba no tener ni una semilla de ámbar encima. - ¿Qué quieres, que te tale¡Pues lo haré! - Vale, vale, espera. - el árbol la calmó moviendo sus hojas. - Veamos, si antes no hubieras sido tan grosera conmigo, te ayudaría encantado. Pero, ahora, tendrás que pagarme.
- Yo no tengo nada de valor... - Zelda rebuscó en sus bolsillos. Tocó un bulto en el bolsillo del pantalón, y se acordó que era una semilla del misterio. Se trataba de una especie muy rara de semilla. No solía usarla porque tenía efectos impredecibles (de ahí el nombre). - Tengo esto; es una semilla especial.
- ¿Qué hace?
- Evita que se acerquen bichos a la madera. - inventó Zelda. - Vale, úsala. Cuando vea sus efectos te diré algo sobre tu amigo.
Zelda rezó un momento, y lanzó la semilla misterio contra la cara del árbol. Se produjo un estallido de luz, y, cuando cesó, delante de ella no había ningún árbol, sino un agujero.
- ¡Ahhh...¡Lo he matado!
- ¡Que va, muchacha! - del boquete en la tierra salió la voz del árbol. Zelda se asomó: en el interior del agujero donde antes había raíces, había un hombre diminuto.
- Lo siento... - Zelda le cogió para sacarle del agujero.
- ¡No, es fantástico¡Aunque sea bajito, vuelvo a ser humano, gracias a ti! - el hombrecillo le llegaba a las rodillas. - Escúchame, muchacha: hace poco vi a los centauros, con un chico rubio dormido encima la grupa de uno de ellos.
- ¿Centauros¿Quiénes son, un equipo de baloncesto?
El hombrecillo negó con la cabeza.
- No. Los centauros, como los cíclopes o las lamias, son los seguidores de Ganondorf, los más fieles.
- ¿Dónde puedo encontrarles...? - Zelda, por si acaso, amenazó al tipo con el puño. - Y te advierto que no estoy de humor para apuestas.
- En el centro del Lago Negro, hay un castillo en ruinas. Esa es su guarida.
- Gracias por la información. - Zelda consultó el mapa de Oso: el lago Negro estaba hacía el norte. Seguiría el río hacia arriba, y llegaría (más tarde o temprano). El hombrecillo se despidió, agitando la mano.
- ¡Por fin podré volver a jugar a las cartas! - fue lo último que le escuchó decir.
"Este mundo está lleno de locos".
El Lago Negro hacía honor a su nombre: era una extensión de agua sucia, con un pequeño islote en el centro. Zelda contempló desde la orilla la fortaleza: sus muros ruinosos sostenían cuatro torres. Encima de cada torre había un reflector como el de los faros, que se movían de un lado a otro iluminando a cualquier posible enemigo. Podía ver que, en el pequeño islote, había una serie de barcas, con unas cuerdas atadas a poleas... Pero estaban todas al otro lado, por lo que tendría que ir a nado.
Era la segunda vez que se mojaba en dos días... Si continuaba así, acabaría pillando un buen resfriado. Zelda nadaba, atenta a los reflectores: si uno de ellos barría la superficie oscura del lago, ella se hundía para evitar ser vista. De este modo, sin resuello y empapada, llegó hasta unas afiladas rocas. Escaló con cuidado, llegando a una pared de piedra gris. Se agachó, pues escuchó voces airadas, que venían de una especie del balcón encima de ella.
- ¿Cómo que se ha escapado? - dijo una voz grave.
- Lo lamento, mi señor... Hicimos lo que nos ordenó el amo: guardar al niño en la habitación y no despertarle... Pero... - el dueño de la otra voz, aunque igual de grave, parecía más débil. - Hemos registrado el castillo, pero.
- ¡Seguid registrando¡No puede haber salido, tiene que estar aquí!
Escuchó una débil contestación, y lo siguiente que escuchó fue un golpe. Zelda distinguió el roce de un metal, y, a continuación, un cuerpo pesado cayó al agua justo unos metros frente a ella. Se pegó aún más a la pared. Antes de hundirse en el agua, Zelda miró el rostro del centauro, con el gesto de sorpresa aún.
- ¡No me habéis escuchado, piara de inútiles¡Buscad al niño!
Zelda en parte se alegraba de que Link hubiera escapado... aunque no comprendía muy bien porqué no había sido capaz de huir de la isla. "Se supone que tiene todos esos poderes... ¿por qué no se teletransporta lejos del Lago Negro?" Tanteó la pared, y de este modo encontró un hueco, oculto tras unos matojos. Podría escurrirse por ahí hacia el interior. Salió a una especie de pequeña habitación, llena de toneles y baldas con sacos. Zelda tocó la piedra telepatía: sentía la presencia de Link muy cerca. "Link, contéstame, vamos..." vio una imagen débil... "¡Link¿Dónde estás...¿Qué dices, que no"
"¡Zelda, sal de ahí, rápido!" le chilló el príncipe, y al instante cesó la comunicación. Zelda hubiera comenzado a regañarle, pero la aparición de dos centauros en la puerta de la despensa lo impidieron.
- ¡Alto! - gritó uno de ellos, amenazándola con un tridente.
- ¡Que te crees tú eso! - Zelda cogió uno de los botes de conserva, y lo lanzó hacia los ojos del centauro que tenía más cerca. Con la Espada Maestra desenvainada, atacó al que estaban aún en condiciones, saltó por encima y salió corriendo por el pasillo.
No llegó muy lejos: el pasillo se llenó de más centauros, portadores de armas amenazantes. A Zelda no le quedaba más remedio que luchar contra todos ellos. Empleó el escudo espejo para repeler los ataques con arcos y los mandobles. Esquivó, saltando hacia atrás y a los lados, y, cuando veía la ocasión, lanzaba uno de sus ataques circulares, los que sólo había sido capaz de hacer con la Espada Maestra. De esta forma, llegó a la sala principal del castillo en ruinas. La suerte se le acabó allí. Un centauro la atacó por la espalda con una pesada maza, y la lanzó contra una pared. Zelda perdió la Espada Maestra, y todos sus huesos crujieron al estrellarse. Los Centauros la rodearon, apuntando con sus picas y espadas a la indefensa muchacha. Zelda cerró los ojos, deseando que el fin llegara de forma rápida e indolora. No pasó nada. Se atrevió a abrirlos, y se encontró con que un ser desconocido se había colocado entre ella y los centauros.
Era una especie de chico, con la cabeza de un águila, pero con las piernas de una persona normal. Portaba una pesada mochila a la espalda, y manejaba un sable curvo de grandes dimensiones. Los centauros retrocedieron un momento, sorprendidos.
-Rápido, coge tu espada. - le ordenó el águila. "Esa voz... me resulta familiar... pero a la vez..." Zelda no se detuvo a pensar más en ello. Encontró la Espada Maestra, y con ella de nuevo en la mano, fue capaz de enfrentarse a los centauros.
Entre el águila y ella fueron capaces de hacerles retroceder. Cuando parecía que los centauros surgían del suelo como setas, una flecha de fuego dio de lleno en uno de los más grandes.
- ¡Por aquí! - dijo Link, mientras volvía a disparar otra flecha, esta vez de hielo. Congeló a otro centauro, que obstruyó la entrada. - ¡He encontrado el embarcadero!
Sin esperar ni un segundo, el águila, Zelda y Link llegaron a una especie de gruta, donde se colaba el agua. Había una serie de barcas atadas a cuerdas y unidas por una complicada red de poleas. Todas estaban a la deriva, excepto una, donde subieron sin pensárselo. Zelda cortó la cuerda que unía la barca al embarcadero, y esta salió disparada a tal velocidad que sus tres ocupantes acabaron en el suelo.
Los centauros no se dieron por vencido. Les lanzaron flechas, piedras y demás objetos contundentes, pero el Amor de Nayru les protegió. La barca encalló en la orilla del Lago Negro. En ese momento, Zelda cogió a Link de los hombros y le preguntó.
- ¿Estás bien¿No te han hecho nada, verdad?
- Sí, estoy bien. Gracias, Zel, por preocuparte.
La muchacha le soltó, y le miró con el ceño fruncido.
- ¿Y si estabas bien, por qué demonios no respondías?
Link se aclaró la garganta, y todo colorado, tuvo que admitir que se había quedado tan profundamente dormido que no se había enterado del rapto.
- Me desperté hace nada, y cuando vi que estaba prisionero, usé el Viento de Farore para huir... pero no era capaz de ir más lejos... Lo he usado para volver locos a los Centauros mientras buscaba cómo salir.
Zelda iba a empezar a regañarle, cuando recordó una cosa. Se giró hacia el desconocido con cabeza de águila.
- ¿Y tú, quién eres?
- No me digas que no me reconoces, Zelda Esparaván.
Link apretó el brazo de Zelda. Los dos estaban paralizados por la sorpresa. La cabeza de águila iba desapareciendo, y tras las plumas surgía el rostro de un chico de unos catorce años, con el cabello negro rizado y los ojos con los iris rojos.
Urbión sonrió con su boca humana, y abrió los brazos para recibir a Zelda.
