Perdón por el retraso esta semana: Parece que tengo problemas para acceder a mi cuenta. A ver si así logro poner el capítulo 29.
Capítulo 29. Encerrado en el mundo oscuro.
Zelda le rodeó el cuello con los brazos. Se puso de puntillas para poder estrecharle y darle un beso en la mejilla.
- ¡Urbión¡Estás vivo!
- Claro que sí. Hace falta algo más que un fantasma y cien centauros para acabar conmigo. – y se rió.
Link permaneció al margen. Se sintió como un intruso, contemplando la escena de una familia feliz. Urbión con su extraña telepatía, se separó de Zelda.
- Hola, Link. – y le tendió la mano. El príncipe la estrechó con cordialidad.
- Encantado de volver a verte, Urbión. Ha estado muy preocupada por ti, y debo decir que yo también. – la voz de Link sonó algo fría.
- Tenía mis motivos. – admitió Zelda con las mejillas sonrosadas.
- Lo mejor será que busquemos un refugio, y allí nos contaremos las novedades. – Urbión, rodeando con uno de sus brazos los hombros de Zelda, señaló con el otro al camino. – Conozco un refugio cerca.
Urbión les condujo hasta una especie de madriguera excavada en la roca. Llegaron justo a tiempo: la tormenta que asolaba el Mundo Oscuro todas las noches hizo acto de presencia. Zelda sacó las galletas y el agua y las repartió. Urbión ya había usado ese refugio, por lo que tenía una provisión de leña guardada. Link, empleando el fuego de Din, fue el encargado de encender la hoguera. Zelda sacó la capa del Héroe del Tiempo y se cubrió con ella mientras su ropas se secaba, tendida sobre las rocas de la cueva.
- Bueno, ya estamos todos. – Zelda estaba ansiosa por preguntar, y Urbión lo sabía.
- Te mueres de curiosidad, Zelda... Pues bien, os contaré como llegué a este lugar, aunque ni yo mismo me lo explico. Pero, a cambio, vosotros debéis contarme qué hacéis aquí.
"Sucedió un día normal, en el bosque Perdido o de los Kokiri..."
- ¡Otra vez, Urbión, maldita sea! – Leclas dio una patada al suelo.
Me señaló con el dedo, el rostro rojo de ira. Últimamente, Leclas y yo no nos llevábamos muy bien, que digamos. Se ponía furioso cada vez que, como sucedió ese día, volvía sin cobrarme una pieza.
- Quedan menos animales en el bosque, llega el invierno. - me defendí.
- No me creo eso... El otoño pasado no tenías tantos problemas. – me miró de forma suspicaz. – Has perdido tus habilidades de cazador...
- El bosque está cambiando, no sé qué sucede...pero... – y era cierto. Había empezado a notar extraños cambios en las flores Deku-baba, cada vez más numerosas y grandes. Habían aparecido lobos de extraño pelaje, y ese día, encontré olvidado una especie de casco, sin duda de algún goblin. Pero no quise alarmar a Leclas.
- ¿No hay otra cosa? – pregunté. Los niños estaban a nuestro alrededor, esperando a que Leclas y yo decidiéramos que hacer para la cena.
- Caldo... – murmuró Leclas.
- Si seguimos así, morirán de hambre. – susurré yo también.
- ¡Por que eres un maldito cabezón! – chilló de repente, asustándonos a todos. - ¿Por qué no me dejas usar las rupias del marqués?
- Pues porque... cuando Link nos las dio, no sabía qué si entramos en Kakariko, y nos ve un guardia... Nos llevarán de vuelta al orfanato, Leclas... – le miré. - ¿Tú no querrás regresar allí, verdad?
Dio uno de sus habituales bufidos.
- Quizá fuera lo mejor, Urbión. Al menos allí estaríamos en un lugar caliente.
Los niños habían escuchado esto último, y pensaron que íbamos a dejarles abandonados a su suerte. Por ese motivo se nos echaron encima, llorando, pidiendo o protestando. En eso te echábamos de menos, Zelda. Tú eras capaz de hacer que se callaran en cualquier momento.
Seguimos discutiendo, sobre muchas cosas: porque yo no cazaba, porque Leclas sospechaba de mí, etc... Tan concentrados estábamos en nosotros mismos que apenas nos dimos cuenta que había algo raro en el ambiente del refugio.
- Urbión... ¿qué es esta niebla? – dijo al fin Leclas.
Yo la reconocí de inmediato. Ya había visto esa niebla, en el bosque, minutos antes de que aparecieras, Link. Por eso, mandé a los niños al interior del templo. Leclas también parecía haberse dado cuenta, y se armó con su maza de madera, mientras que yo me preparé para defenderme con el arco y las flechas. El templo estaba cubierto de esa niebla, pero en esta ocasión tenía tintes azules y verdosos. Nos llegó el olor de podredumbre, y entre las sombras del bosque distinguimos los ojos de un ejército que nos esperaba en la oscuridad.
- ¿Dónde está? – resonó una voz.
- ¿Quién...? – preguntó Leclas, pero enseguida se calló. Una bola de energía había cruzado el claro, y le dio de lleno en el pecho.
Cuando me agaché a ayudarle, la voz volvió a decir.
- ¿Dónde está?
- ¡Hace días que se fue¡Vete tu también, aquí no hay nada! – le grité.
Cruzó la oscuridad, hasta hacerse visible: era el caballero fantasma que te atacó, tal y como Zelda nos los había descrito.
No recuerdo que sucedió a continuación. Sé que traté de defenderme, pero perdí el arco y me quedé indefenso. Lo último que vi fue una gran bola de energía que se estrelló contra mí.
Desperté en una fría y húmeda mazmorra. Al principio no recordaba ni mi nombre. Por eso el horror fue mayor al ver que no tenía manos... sino alas. Era una especie de águila monstruosa. Creí que tenía una pesadilla fruto de los hechizos. Pasé mucho tiempo en ese lugar, encerrado como una alimaña, sin más compañía que los cascos que sonaban a mi alrededor cada cierto tiempo. Me pasaban una bandeja con poco más que pan y agua. Preocupado por el estado de Leclas y los niños, lo único que podía hacer era esperar un milagro.
Para evitar volverme loco, empecé a pensar en ti, Zelda. Me tranquilizaba pensar que quizá te hubieses enterado, y que vendrías a ayudarme... Entonces descubrí un secreto de este mundo: si no dejaba que mis emociones influyesen, podía recuperar mi aspecto normal. Es por eso por lo que pude escapar.
Veréis: un día, mis carceleros tuvieron la ocurrencia de darme un filete de carne, con un tenedor de metal. Rompí dos de las tres púas, y con él pude reventar la cerradura, tal y como hacía en mis años de orfanato.
Estaba encerrado en la isla del Lago Negro. Los centauros tenían orden de mantenerme con vida, no sé con qué propósito. Logré huir, a nado, y llegar a la orilla sano y salvo.
Por supuesto, no sabía que estaba en otro mundo. Podéis imaginar mi sorpresa al ver que los habitantes de este lugar son también monstruos. Como no quería que me trataran de forma hostil, me acerqué a Villa Outcaster con mi forma de águila. De este modo, he sobrevivido estos meses, apostando contra los forajidos y consiguiendo información. Hace tres días, pasé por allí, y me hablaron de la visita de dos humanos: un chico rubio, y una chica pelirroja muy valiente... y supe que eras tú, Zelda. Tras una partida de mus, logré que me dijeran qué dirección tomasteis, y os he seguido hasta el Lago Negro.
- Eso es todo. Es vuestro turno, ahora. – Urbión bebió un largo trago de agua. Zelda le miraba con adoración en los ojos, pero Link, que tenía los brazos cruzados sobre el pecho, parecía molesto.
- ¿Tres días? – preguntó.- ¿Hace tres días que...?
- Aquí el tiempo es difícil de calcular. No hay noche ni día, solo oscuridad. Yo cuento los días por el rayo de sol que aparece y las tormentas. Una tormenta es fin de un día.
- No me extraña que te quedarás sopa, Link. – Zelda se metió una galleta entera en la boca. Tragó antes de decir. - ¡Llevábamos andando casi dos días!
Sólo de pensarlo, se cansaba aún más. Zelda empezó a contarle a Urbión todo lo que había pasado desde el momento en que se separaron en el bosque. Link se quedó dormido en el relato del Templo del Agua.
Luego, pasó al templo del bosque, el encuentro con Leclas, la llegada a Kakariko y el rancho Lon-Lon, la carrera, el templo de la sombra, la separación, el templo del espíritu. Urbión reconoció entonces que él no había podido avisar a Nabooru, pues, por más que había buscado en el mundo Oscuro, no encontró forma alguna para regresar.
Cuando Zelda terminó de contarle el momento de arrancar la Espada Maestra, Urbión se había sentado a su lado.
- Zelda, lo siento.
- Gracias, Urbión. Necesitaba tanto hablar contigo.
El sheikan le pasó el brazo por encima de los hombros y dejó que Zelda se apoyara en él, como hacía cuando trataba de consolarla en el bosque.
- Así que este muchacho... es príncipe, rey de Hyrule, nada menos. – comentó Urbión. Tanto él como Zelda miraron el rostro dormido de Link. – Y tú eres la heredera del Héroe del Tiempo, que cosas...
- Lo que yo aún no me explico... ¿Cómo es posible que Leclas sea un sabio?
Y se echaron a reír los dos. Urbión le pellizcó la nariz.
- Anda, duerme un rato. Yo haré guardia, y te despertaré para turnarnos¿vale?
- De acuerdo... Como en los viejos tiempos.
Urbión observó a Zelda tenderse en el suelo.
- Los mejores...
