Capítulo 30. Ahuyentar pájaros.
Urbión le había mentido a Zelda: no la despertó para su guardia. Al final los tres se quedaron dormidos, y el fuego desatendido terminó por apagarse. Sin embargo, en la cueva no hacía mucho frío.
Link se aseguró de que Urbión efectivamente dormía, antes de acercarse a Zelda y tocarle en el hombro.
- Zel, despierta.
- ¿Qué te pica ahora? – Zelda bostezó. Se arropó en la capa del héroe.
- Tenemos que hablar.
Emitió un gruñido, pero luego, puesto que Link no iba a dejar que durmiera más, se incorporó.
- Vale... Espera fuera a que me vista.
Link la obedeció. La esperó fuera de la cueva, con la flauta entre los dedos. No tocaba, para no hacer ruido y despertar a Urbión. Movía los dedos sobre las teclas, para ejercitar un poco.
- Ya está¿qué te pasa, alteza?
Amanecía despacio, y el único rayo de sol intentaba escapar de las nubes cuajadas de relámpagos. Link vacilaba, pues no encontraba forma de explicar que pensaba. Zelda ladeó la cabeza, con impaciencia empezó a golpear el suelo con el pie derecho.
- Ayer, cuando usaste la piedra telepatía y me localizaste, yo...
- Sí, fuiste muy grosero conmigo. Pero en fin, serían los nervios.
- Por favor, déjame terminar. – Link tomó aire. – Yo usé la piedra nada más despertarme en el calabozo, pero no te llamé entonces porque noté algo... extraño.
- ¿El qué? – Zelda se impacientaba
- Era como si otra persona estuviera escuchando... Sentí a esa persona, y supe que no eras tú... Despedía maldad y odio. Por eso no te llamé. En cambio, tú la usaste, y por ese motivo, los centauros te localizaron.
- ¿A dónde quieres llegar? Te pareces a Saharasala con tanto rodeo.
- Quiero "llegar" a que nos están espiando. La pregunta es "quién" y "desde cuando".
- Yo no noté nada en particular. – Zelda se encogió de hombros. – la piedra funcionaba como siempre.
- ¿No te parece curioso que Urbión aparezca ahora?
Zelda estaba bostezando, pero se quedó con la boca abierta de par en par.
- Lo que me faltaba. – se apartó una de las trenzas de la cara. – Oye, Link, no me irás a decir que sospechas de Urbión¿verdad?
- Un poco... Oso nos dijo que no confiáramos en nadie en el Mundo Oscuro.
Zelda, con la cabeza algo ladeada, tenía destellos de ira en los ojos, que le hicieron pensar en el brillo del cristal verde de una vidriera.
- Entre creer a un oso ludópata, y a Urbión, me quedo con este último.
- No nos ha explicado cómo avisó a Nabooru.
- Me dijo ayer que él no fue... Quizá Nabooru se equivocó... o fui yo. – la muchacha cruzó los brazos. – Te recuerdo que si no llega a ser por él, aquel fantasma te habría matado. ¿Ya no te acuerdas de cómo te cuidó? Se quedó sin su ración de sopa, para dártela... Y ni siquiera te conocía. ¿Cómo puedes dudar de él?
Link tenía las mejillas coloradas. Zelda le vio agachar la cabeza, la señal de que había ganado la pelea.
- Yo...lo siento. Pero es que todo me parece tan raro...
- ¿Raro? Es lo que nos ha tocado. – miró a su alrededor. – Bueno, ya que me has despertado, continuemos el viaje.
Siguiendo el mapa y su recorrido marcado, atravesaron la densa selva, oscura y tenebrosa. Urbión, en más de una ocasión, les ordenaba parar. Zelda le obedecía, pues sabía que el sheikan tenía esa habilidad de cazador. Era capaz de intuir el peligro. Gracias a él y a su instinto, pudieron luchar prevenidos.
Oso les había dicho que Ganon quizá pondría precio a sus cabezas. Sin duda, esa debía ser la razón, pues el bosque se llenó de caza-recompensas de todo el Mundo Oscuro. Raro era el día en el que Zelda o Urbión no tuvieran que luchar. Link se quedaba un poco rezagado, pues no era bueno en el combate cuerpo a cuerpo. Desde una posición alejada, le era más fácil disparar flechas y lanzar hechizos.
Si en algún momento la cosa se ponía fea, le bastaba con tocar a Zelda y a Urbión e invocar el Viento de Farore. En general, esto último no solía hacerlo. Zelda se apartaba y continuaba la lucha, secundada por un bravo Urbión. El sheikan era realmente temible. Manejaba los dos largos puñales como si fueran una prolongación de sus dedos. Certeros, podía degollar a un cíclope sin darle apenas tiempo de defenderse. Link no podía evitar girar la cabeza o cerrar los ojos cuando veía a uno de esos monstruos desangrarse. Una noche, impulsado por el asco que sentía ante estas cruentas batallas, preguntó por qué les gustaba tanto pelear.
- Es un buen ejercicio. – comentó Zelda, mientras mordía una pata del conejo que Urbión había cazado.
- ¿Y no piensas en las vidas que quitas, en el dolor...?
- Ya estamos, alteza. ¿Ellos piensan acaso en mi vida cuando nos atacan?
- Si no lucháramos, nos machacarían. – terció Urbión.
Link se mordió la lengua. Durante esos días de viaje hacia las montañas, estaba algo huraño, sobre todo con Urbión. Por algún motivo (que él no quería desentrañar, en realidad), le tenía algo de manía.
Urbión vio su expresión de enfado, y, para animarle y distraerle, le pidió que tocara alguna canción. Link sacó la flauta del carcaj, donde la llevaba junto a todas las flechas. Tocó algunas piezas, la mayoría de ellas sonaron melancólicas y frías.
Al terminar la última nota de la "Oda al bosque", Zelda miró por encima de la fogata a la montaña iluminada por los relámpagos violetas.
- Mañana llegaremos al paso.
El camino terminaba, abruptamente, en la falda de la montaña. Justo en medio del camino hacia el paso, había una cabaña. Zelda, Link y Urbión se pararon frente a la cerca de madera.
- ¿Qué es todo eso que brilla? – Zelda señaló a la puerta, ventanas y a unas cuerdas que cruzaban el supuesto jardín.
- Parecen espejos o cristales... – Urbión frunció el ceño. – Siempre he visto este lugar así, jamás he conocido al dueño.
- ¿Por qué tiene espejos colgados en el jardín? – preguntó Zelda a Urbión. Este se encogió de hombros.
Link respondió por él.
- Es para ahuyentar pájaros.
Orgulloso por ser superior a Urbión en algo, añadió:
- Se usan para evitar que los pájaros se coman las cosechas. En palacio, el jardinero tenía esos espejitos colgados sobre su huerto.
- ¿Pájaros? Que yo sepa, no he visto pájaros en este mundo. Sólo murciélagos. – Urbión habló con voz dulce, pero a Link aquello le sonó a represalia.
- ¿Y qué mas da? Este sitio está lleno de lunáticos. – Zelda se apartó de la valla.
El rayo de luz del sol, el único e irrepetible en ese día, incidió sobre el escudo espejo. El reflejo dio de lleno sobre todos los espejitos del jardín, provocando un resplandor que iluminó la cabaña.
- ¡Ah...! – la puerta se abrió y una especie de urraca salió dando brincos. - ¡Ah...¡Qué espejo tan maravilloso, muchacha!
Urbión se puso entre la señora con cabeza de urraca y Zelda. Aunque no se transformó en águila, las pupilas de sus ojos se alargaron.
- Perdón... Perdonad mi brusquedad. – les tendió un ala negra, a modo de mano. – Soy Sirup.
Link estrechó el ala con educación, mientras Zelda y Urbión se mantuvieron al margen.
- Mucho gusto, señora. Yo me llamo Link, y estos son Zelda y Urbión.
- ¡Ese espejo es tan bonito! – señaló al escudo. - ¿Está en venta?
- No, lo siento. – respondió Link.
- ¿Y si nos lo apostamos¡Os ofrezco mi casa, a cambio de ese espejo! – la urraca avanzó un poco. El pico amarillo rozó la barbilla del príncipe. Link se apartó, pero entonces Sirup le cogió del brazo con rudeza.
- ¡Déjale en paz, bruja!
Urbión le dio un fuerte empujón a Sirup, y esta cayó al suelo. Link, en vez de agradecerle su ayuda, le gritó:
- ¡Pero si es una anciana! – y corrió a ayudarla. Zelda también acudió a levantar a Sirup.
- Vosotros no sabéis como se las gastan los habitantes de este mundo. – replicó Urbión. Enseguida, cambió el tono de voz a otro más agradable. – Quizá me haya pasado un poco... Lo siento mu...
Hubiera continuado disculpándose. No pudo, porque Sirup, al acercarse Zelda, se abalanzó sobre la muchacha y trató de arrebatarle el escudo.
- ¡Dámelo¡Dámelo! – chillaba con su pico de urraca, golpeando la nuca y la cabeza de Zelda con sus alas. Soltaba plumas negras que apestaban.
Link se concentró para proteger a Zelda con el amor de Nayru, pero Urbión se lanzó convertido en águila y golpeó a la vieja urraca con sus afiladas patas. Logró separarla de Zelda, y el águila, extendiendo las alas, emitió un quejido sonoro de advertencia. Sirup se vio superada, y corrió hacia la cabaña. Desde allí, gritó:
- ¡Ojalá Picocuerno os devore! – y cerró la puerta de un portazo.
- ¡Maldita loca! – Zelda sacó la espada maestra. – Se va a enterar, ese monstruo.
Link y Urbión la detuvieron a tiempo. Urbión, recuperada su forma real, la cogió del brazo con firmeza, y Link se interpuso en su camino.
- Guarda la espada, por favor. – le pidió. Zelda y él sostuvieron la mirada.
- ¿Es que no has visto como me ha atacado?
- Sí, lo he visto. También he visto que esa pobre mujer fue transformada en urraca. A estos pájaros les atraen los objetos brillantes, por eso tiene esa colección de espejos. Es su instinto el que le ordena robarte el escudo. – Link esperó a que Zelda asintiera con la cabeza. – La Espada Maestra se forjó para causas justas. No la mancilles de esta forma.
Zelda asintió, y de mala gana, guardó la espada. Urbión miró por encima del hombro hacia las ventanas de la casa, por si acaso.
Antes de iniciar la búsqueda de la gruta por dónde tenían que pasar, Link le preguntó a Urbión:
- ¿Qué ha querido decir con eso de que ojalá Picocuerno nos devore?
La única respuesta que recibió fue ver a Urbión encogerse de hombros y seguir avanzando al lado de Zelda.
Link les siguió. Empezaba a pensar que Zelda había cambiado mucho en el Mundo Oscuro. Temía que, llegado el momento, volviera a transformarse en tigresa y no continuara la misión. Tras pensar esto, la miró de reojo. La chica caminaba, pero no de la forma alegre de los últimos días, tras el reencuentro con Urbión. Parecía apenada y avergonzada por su comportamiento.
"Tengo que darle una oportunidad. Ella es fuerte, por eso es la portadora del Valor".
- Esto no me gusta.
Era la quinta vez que Zelda y Urbión escuchaban esa frase. Link avanzaba cada vez más despacio. Sus pasos y sus voces, en las escasas ocasiones en que hablaban, hacían reverberar ecos eternos e insoportables. Atravesaban un desfiladero, el famoso paso tras el cual les esperaría el refugio de Ganon.
El mapa dejaba bien claro que el desfiladero era bastante largo, y por lo tanto tardarían más de un día en atravesarlo. A medida que la luz escasa del día iba desapareciendo, más nervioso se ponía el príncipe.
- ¿Qué no te gusta, exactamente? – Zelda se giró, con los hombros caídos. Su voz sonó a madre irritada discutiendo con un niño pesado.
- Pues... Noto algo extraño. – Link rozó la piedra telepatía con forma de estrella. – Como si nos observaran.
- Quizá sea cierto. – Urbión miró a su alrededor. – Creo que tienes "poderes" adivinatorios, así que...
Zelda también miró a las paredes desnudas del desfiladero. Estaban en una estrecha pasarela, bajo ellos se abría el inmenso y vacío abismo de las montañas. Urbión tiró una piedra sin querer, y no llegaron a escuchar el golpe contra el suelo.
- Pero aquí no hay nadie... – Zelda tocó la pared húmeda de la montaña.
- Según mis cálculos, sospecho que estamos en las Montañas de Fuego, ya sabes, dónde viven los gorons. – dijo Link. – Quizá en este mundo haya gorons...
Avanzaron un poco más, y se encontraron con un pequeño montículo de calaveras en una cornisa más ancha.
- Pobres desgraciados. – Zelda observó de cerca una de las calaveras, llena de polvo.
- Esto es muy raro. – Link, que jamás había visto un hueso humano, se agachó a inspeccionar el lúgubre montón.
- ¿El qué es tan raro? – Urbión mantuvo una prudencial distancia.
- Si estos murieron aquí... ¿por qué sólo hay calaveras?
Nada más terminar la frase, Link escuchó una risotada maquiavélica, muy cerca. Miró de nuevo a las calaveras. Una de ellas flotaba en el aire, a un par de centímetros de su cara. De la boca y las cuencas de sus ojos salía un humo azul. Movía las mandíbulas, riéndose del príncipe. Zelda sacó la espada maestra, pero no llegó a tiempo para impedir que la calavera se estrellara en la frente de Link.
Urbión la partió en dos, y Zelda también eliminó a las otras que parecían que ya despertaban. Link se quedó tendido boca arriba, con los ojos muy abiertos.
Zelda le llamó, y, agarrando al príncipe por los hombros, le sacudió hasta que los ojos parpadearon.
- ¡Dime algo, lo que sea! –le pidió. Link abrió la boca, pero en vez de palabras, lo que salió fue una humareda azul.
- Déjale, está hechizado. – Urbión le ayudó a ponerse en pie.
- ¿No hay cura? – Zelda observó que, a pesar de no poder hablar, Link estaba normal.
- No, pero es pasajero. La mala noticia es que no podrá ejecutar un hechizo... – Urbión se rascó detrás del cuello. – Lo siento, debí darme cuenta antes...
- Espero que no necesitemos tu magia para atravesar el desfiladero. – Zelda le dio una palmada cariñosa a Link, y este, con un gesto de fastidio, asintió.
