UF... perdón por el retraso... El caso es que he tenido problemas para entrar en mi cuenta. Aprovecho hoy que funciona...


Capítulo 31. El príncipe encantado.

El suelo de la cornisa tembló, y un goron salió de la tierra. Estaba encogido sobre sí mismo, y los ojos miraron a los tres extraños con pena y dolor. Zelda dio un grito.

- ¡Tenías razón¡Estamos en la montaña de los gorons! – y con toda su buena intención, se acercó para averiguar qué le dolía a aquel ser.

- ¡Eso no es un goron, corred! – advirtió demasiado tarde Urbión. Visto de cerca, no podía ser un goron: parecía más bien una estatua imitando la forma del goron, pero en realidad se trataba de una especie de tortuga de piedra. Zelda se apartó y, como acto instintivo, golpeó la superficie dura con la espada maestra. Urbión le gritó que no lo hiciera, también demasiado tarde.

La tortuga estalló. Una ola de calor, fuego y ceniza les envolvió, impulsando sus cuerpos hacia atrás. Urbión y Link estaban cerca de la pared, y se golpearon contra ella. Zelda, en cambio, salió disparada hacia el vacío del abismo. Link echó a correr hacia ella. Alargó las manos para intentar atraparla, pero se precipitó hacia la oscuridad. Sin darse por vencido, Link entrecerró los ojos y convocó al viento de Farore.

Un vaporcillo azul salió de su nariz y su boca, pero nada más ocurrió.

Link tomó impulso y trató de saltar, pero en ese momento Urbión atrapó su brazo y tiró de él.

- ¡No! Espera.

El príncipe trató de quitarse de encima a Urbión, mientras soltaba más vapor azul.

- Tranquilo, no te preocupes... Arrojarte tú también no nos servirá para ayudarla. – ante la insistencia de Link, Urbión le arrinconó en la pared. - ¿Cómo piensas ayudarla en tu estado?

Link empujó a Urbión, pero no trató de tirarse. Quería decirle al sheikan todo lo que pensaba, pero lo único que lograba era escupir más humo azul. Urbión se asomó al precipicio. - Está muy oscuro... – comentó. – Podemos tratar de bajar, pero sin cuerdas, no haremos nada.

Link se quitó la piedra telepatía y, con reticencia, se la dio a Urbión. Este la tocó, y al instante pudo sentir a Zelda.

- Está viva... pero no puedo hablar con ella. – Urbión retiró la mano.

Consultó el mapa, y pudo ver que para bajar al fondo podían buscar una cueva. Urbión le indicó esto a Link, y ambos fueron hacia el este.


Urbión tuvo suerte, porque sin Zelda que hiciera de mediadora, Link hubiera podido dar rienda suelta a sus sospechas. Pero, cada vez que abría la boca, expulsaba humo azul y nada más.

La entrada de la cueva era muy estrecha. Link pasó bien, pero Urbión casi se queda atascado. El príncipe tuvo que ayudarle, tirando de él. Cuando los dos estuvieron en el otro lado, Urbión extrajo de su mochila una especie de farol muy pequeño, que se colgó del cuello. - Es una linterna, hecha con una luz del bosque. – golpeó la superficie, y un halo brillante iluminó la cueva. – La conseguí ganando al cinquillo a un zorrillo apestoso.
Escuchó que Link trataba de reírse un poco. No comprendió donde estaba la gracia, pero aprovechó que el príncipe dejaba de estar huraño.

- Zelda es una chica muy especial¿verdad? – Urbión no esperó a la respuesta. – Tendrías que haberla visto con los niños. Antes de que apareciera, la mayoría eran muy cobardes y asustadizos.

Link asintió, pues poco más podría decirle en ese momento a Urbión.

- Cuando la conocí, sinceramente, creí de verdad que los dioses nos la habían enviado. – Urbión sonrió, recordando ese día en Kakariko. - ¿Te ha contado que una vez conocimos a un Skull-Kid, a uno auténtico?

La voz de Urbión se volvió nostálgica al recordar las aventuras en el bosque perdido, cuando Leclas, Zelda y él peleaban juntos contra los elementos (frío, hambre, enfermedades...) para salvar a los niños. Aunque Link trataba de no escucharle, pronto se sintió atraído por esos relatos. Reconocía a Zelda en cada uno de esos actos, y eso le llevó a pensar más en la chica y su situación.

Llegaron a una sala inmensa, que tenía una gran agujero en el techo. Dejaba pasar la luz mortecina del exterior, la suficiente apara que Urbión apagara la linterna. Urbión se acercó a las paredes curvas.

- Mira, hay escaleras. – iluminó la pared, para que Link viera una plataforma de madera que subía en espiral hacia el agujero del techo.

Urbión colocó el mapa en el suelo, para examinarlo. Link también se acercó. Según el papel, estaban en el centro exacto de las montañas. Si continuaban adelante, encontrarían otras escaleras que descendían, pero si tomaban las de esta sala, llegarían a la cima. El príncipe se apartó de Urbión. Había escuchado algo, un chirrido. Miró al suelo, y notó que la tierra estaba húmeda. Tocó a Urbión en el hombro, pero el sheikan intentaba descifrar un símbolo a tinta que había sobre el dibujo de la montaña.

- ¿Qué significará? Parece que se refiere también al Lago Negro... ¿no? Hay algo parecido a una flecha... ¿Será el nombre de la montaña?

Link abrió los ojos como platos, y soltó un largo vapor azul, al tratar de decir que conocía el símbolo. Empezó a gesticular con las manos, arriba y abajo.

- Tranquilo... ¿qué intentas decirme?

Link empezó a mover la mano izquierda como si fuera una serpiente, subiendo y bajando. Urbión comprendió al fin.

- ¡Agua!

Demasiado tarde ya: una corriente de agua había irrumpido en la habitación. Urbión cogió a Link del brazo y lo empujó hacia las escaleras.

- ¡Sube, rápido!

Las escaleras en espiral se estrechaban. Link y Urbión subían corriendo, pues el agua succionaba hacia abajo. Con las prisas, Urbión olvidó el mapa, y vieron como este desaparecía en el torrente de agua, lodo y piedras. Urbión hizo un último esfuerzo, saltó hacia el exterior. Link se tropezó. Cayó al agua, y sintió como si centenares de manos le aferraran las piernas y tiraran de él hacia abajo. Se hundió como una piedra.

Tiraban de él, hacia arriba, cuando ya había perdido la esperanza de salir con vida. Era una fuerza sobrehumana, como si esa fuerza concentrara el poder del universo entero.

Era Urbión, que le había cogido la mano antes de desaparecer bajo el torrente. Tiró de él, cogiendo al príncipe del cuello de la túnica y luego del cinturón. Sacó a Link del torrente, y le apartó del agujero antes de que el agua saliera disparada hacia arriba. Urbión y Link contemplaron el geiser, asombrados. Urbión se sentó al lado de Link, con la respiración entrecortada. Se frotaba la mano derecha, con la que había atrapado a Link. Ante la mirada intrigada del príncipe, contestó:

- Casi me dejo la mano... La corriente tiraba de ti como si tragarte fuera su única misión.

Link movió los ojos hacia la derecha, para luego clavar la mirada en los ojos rojos de Urbión. El príncipe le dio la mano. Movió los labios, y Urbión vio, a través del humo azul, que traba de decir "gracias.

- Un placer, "marqués". – estrecharon las manos. – Pero ahora... ¿cómo podremos llegar abajo, para ayudar a Zelda?