Urbión fue el primero en despertarse esa madrugada. Lo hizo, porque escuchó a alguien gritar. Se incorporó de inmediato y pegó el elástico cuerpo al suelo para iniciar una pelea... Pero se dio cuenta que allí no había ninguna amenaza. Zelda dormía encogida y cubierta con una capa. El príncipe se rebullía en sueños a unos metros de la chica.
- Ey, Link... – Urbión le dio unos golpes en el brazo, hasta que el chico abrió los ojos. – Tranquilo, es una pesadilla.
El príncipe se incorporó, aturdido. Miró a Urbión y negó con la cabeza.
- No, esto no era una pesadilla... Ojalá... – se frotó los ojos.
- ¿Era un sueño premonitorio? – Urbión le tendió una cantimplora con agua. Link asintió y echó un trago. - ¿De qué iba?
Aquí el príncipe le miró de reojo con mucha pena.
- En el sueño, Zelda, tú y yo estábamos en una especie de laberinto... Luchábamos contra un hombre con una máscara con cara de pájaro.
- Se llama Wizzrobe. Es un tipo de mago oscuro. – aclaró Urbión. - ¿Qué pasaba, por qué gritabas?
- Alguien moría... – Link bajó la voz.
- Comprendo. – el sheikan se puso cómodo. Luego, preguntó. - ¿Cómo moría, en tu sueño?
- Zelda estaba herida, y tú estabas lejos... El wizzrobe lanzaba dos bolas de fuego, una en su dirección y otra en la tuya... Y yo... decidí proteger a Zelda con el Amor de Nayru. La bola se estrelló en el escudo protector, provocando un muro de fuego. Cuando desapareció, entonces... tú... – las manos de Link temblaban. – Urbión, márchate ahora. Vete a Villa Outcaster, espéranos allí. Lo entenderé.
- Pero, Link, si yo no estoy, entonces... puede ocurrir cualquier cosa. Incluso que muera ella. ¿Por qué me adviertes? Pensé que no te caía bien.
El príncipe negó con la cabeza.
- Reconozco que, al reencontrarnos en este mundo, fui muy desagradable contigo. Los últimos acontecimientos me han hecho dudar de todo, la verdad.
- Además, estás enamorado de ella. – Urbión se echó a reír al ver el rostro colorado de Link.
- Soy demasiado joven para saber de esos temas. Creo que ella prefiere a otra persona. – Link bajó la vista, y Urbión movió la cabeza de arriba a abajo. - Si te advierto, es porque te considero mi amigo. Además, a ella se le partirá el corazón si pierde a alguien más.
- Eres buena persona, alteza. – Urbión le palmeó el hombro. – No te preocupes por mí, sabré defenderme llegado el momento. Pero antes, me gustaría que hicieras una promesa. – esperó a que Link asintiera para continuar. – Si sucede lo que temes, te va a necesitar. Cuídala por mí.
El sheikan se puso en pie, y anunció que tenía mucha hambre.
- ¿Te gusta el pollo frito para desayunar?
Después del desayuno a base de carne de pájaro asada y bayas secas del bosque, Link perdió un buen rato reuniendo los distintos tipos de plumas de Picocuerno. Zelda le esperó con paciencia, hasta que se le escapó:
- ¿Pero qué demonios haces?
- Son muy raras.
- Ganon a punto de conquistar el mundo, Hyrule al borde de la destrucción... y su rey se dedica a recoger plumas de un pajarraco. – Zelda se dio la vuelta. – Desde luego, alteza, eres un cabeza de chorlito.
Esto molestó a Link. Guardó las plumas que había recogido en su mochila y avanzó siguiendo a Zelda y a Urbión.
- Creo que te has pasado. – comentó el sheikan en voz baja.
- Lo necesita. Debe empezar a espabilarse un poco. No voy a estar rescatándole cada dos por tres. – Zelda se apartó una de las trenzas naranjas. A medida que pasaba el tiempo en el mundo oscuro, su peinado iba deshaciéndose. Normalmente, cada mes se deshacía todas las trenzas, se lavaba bien el cabello y volvía a rehacerlas; pero desde que estaba embarcada en esta aventura, sólo en el período invernal en Kakariko pudo arreglarse el pelo. "Quizá debería quitarme las trenzas"
- Desde que os conocéis, le estás salvando. Y me atrevería a decir, que él también te ha salvado a ti. – los labios de Urbión se tensaron en una sonrisa triste. – Todo lo que os ha pasado ha creado un nexo entre los dos. ¿Qué harás cuando todo acabe?
Nadie le había hecho esa pregunta. Ni siquiera ella se había planteado la posibilidad de salir con vida de aquello. Urbión sabía siempre qué tecla tocar y que preguntas hacer.
- Pues... regresar a Labrynnia. Aunque, bien pensado, allí no tengo nada. Sin mi padre, sin mi casa y sin las plantaciones, no merece la pena que vuelva. – Zelda retorció una de las trenzas. – Puede que me quede en Hyrule, a ayudar a los niños del bosque. Supongo que Link hará algo para suprimir todos los impuestos absurdos.
- Link es muy joven para ser rey. Probablemente nombren a un regente, y entonces ese regente hará lo que le de la gana... y todo volverá a empezar. Puede que hasta traten de evitar que Link llegue a reinar llegada la edad, y le declaren loco. Ha pasado antes. La gente es muy ambiciosa cuando tiene entre sus manos todo un reino.
- Si dices eso, es que no conoces a Link. A él le preocupa su pueblo. Es sorprendente que, con su madre medio loca y educado por una parte de Ganondorf, Link sea tan pacífico y juicioso. – Zelda frunció el ceño. – Además¿cómo sabes tú todo eso, Urbión¿No me dijiste que en los orfanatos apenas os enseñan a leer y a escribir, que no sabéis nada sobre historia o leyes?
- Te dije que no querían enseñarnos. Pero ya sabes que soy un tío con recursos. Logré aprender algo de historia por mi cuenta. Zelda observó que los ojos de Urbión se habían ensombrecido, casi con sospecha y malicia. Al instante, el sheikan recuperó su expresión despreocupada. Link les alcanzó entonces.
- ¿De qué hablabais, por qué estáis tan serios?
- Hablábamos de tu extraña afición a las plumas de pájaros que casi te matan. – Zelda se calló. Habían llegado al pie del último pico de montaña que tendrían que escalar. Ante los tres chicos, había una especie de escalera de madera que, rodeando el pico de la última montaña, conducía a la lejana cima. Urbión hizo un comentario sobre lo raro que era que eso estuviera allí.
- Parece cómo si...
- Nos esperaran. – Zelda ya conocía esa sensación. – Vamos, no perdamos el tiempo. Empezaron a subir. Cuando llevaban más de la mitad, Urbión dijo.
- Nunca he visto a Ganondorf, dicen que debe ser terrorífico.
- Más que un Dodongo, lo dudo. – fue la escueta respuesta de Zelda. Link se atrevió a soltar una carcajada, al recordar al enorme lagarto.
- Cuando lleguemos arriba, según el mapa, había una especie de laberinto, y luego la pirámide. – comentó Urbión. Avanzaron en silencio, subiendo los peldaños de madera uno a uno. Por si acaso, Zelda había desenvainado, Urbión estaba atento para transformarse en águila, y Link apuntaba con las flechas a cualquier cosa sospechosa. Dejaron atrás un banco de niebla, y ascendieron otra media hora, antes de que el príncipe, agotado, dijera.
- Noto algo... Parece un temblor.
- No digas tonter... – Zelda se tragó las palabras. Los escalones de madera se estaban derrumbando.
- ¡Corred!
Los tres corrieron como alma que lleva el diablo, recorriendo los últimos metros hacia la cima. Urbión y Zelda saltaron a tiempo en tierra firme, y el sheikan agarró a Link justo a tiempo. Ya tenía un pie en la zona segura, cuando el último escalón desapareció, y estuvo a punto de perder el equilibrio. Cuando la polvareda se disipó, los tres pudieron comprobar que toda la escalera había desaparecido. Mientras recuperaban el aliento, Zelda se asomó al borde del abismo.
- Ya no hay vuelta atrás. – sentenció. No vio la sorpresa en la cara de Link, ni como los dos chicos se miraron. Al volverse, Zelda contempló la puerta de entrada al laberinto. El dintel y las columnas que rodeaban la apertura representaban a monstruos con las fauces abiertas y los ojos vigilantes.
Zelda marchó la primera con la espada en alto y el escudo en posición defensiva. Link, a su derecha, cargo el arco con una de las flechas y se concentró para invocar cuanto antes cualquiera de sus tres poderes. Urbión se transformó en águila, y mantuvo las manos y piernas humanas para manejar mejor el sable. La primera sala del templo no tenía techo. Zelda alzó la vista y pudo ver, por primera vez desde que había llegado al Mundo Oscuro, las estrellas. Link también las miró.
- Las constelaciones son diferentes. – comentó el príncipe.
- No miréis tanto arriba, lo importante está por aquí abajo, en la tierra. – les regañó Urbión.
Zelda le hizo caso, y luego se arrepintió de ello. Nada más volver la vista al frente, el suelo tembló ligeramente. Delante de ellos surgieron primero unas manos de la tierra, y luego dos rostros blancos.
- ¡Stalfos! – les previno Urbión.
Se quitaron la tierra, y los dos esqueletos gigantes miraron a sus víctimas. Portaban un escudo y una maza de pinchos. Link fue el primero en disparar, no sabia si por los nervios o porque empezaba a mejorar en los combates. La flecha, de hielo, atravesó las costillas de uno, y se clavó en la pared, helando la vegetación. Zelda se protegió con el escudo Espejo y esperó a que su atacante se descuidara. Por su parte, Urbión esquivó los mandobles con impresionantes giros hacia atrás y volteretas laterales. Link apuntó esta vez a la cabeza del esqueleto. La punta dio entre las cuencas de los ojos, y la calavera rodó por el suelo. El resto del cuerpo continuó de pie atacando a Urbión. Dando saltos en busca de su cuerpo, la cabeza llegó hasta Link. El príncipe la golpeó con el puñal enjoyado. Zelda había visto aquello y observó que, al eliminar la cabeza, el cuerpo del esqueleto también moría. Hizo el movimiento circular, que con la Espada Maestra se volvía más mortífero, y decapitó al monstruo.
- ¡A por la cabeza! – ordenó, mientras golpeaba al cuerpo que quedaba para entretenerlo. Fue Urbión quien aplastó el cráneo, con la maza del otro esqueleto.
Cuando el combate acabó, Zelda se secó el sudor de la frente.
- ¿Este es el ejército de Ganon¿Dos momias apestosas? - Echó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas. Con la Espada Maestra apoyada en su hombro, añadió: - Vaya, que miedo.
- Tengo una duda. La voz de Urbión rompió el silencio que imperaba en el laberinto.
- ¿Cúal? – le preguntó Link.
Se habían detenido a descansar en una especie de gran sala, sin techo. Habían luchado contra más stalfos, y algún hombre lagarto. Incluso vieron dos o tres calaveras vivientes flotando en el aire, que Link se encargó de eliminar.
- Creo que, si vencéis a Ganondorf, os apoderareis del Triforce del Poder... y así completareis el Triforce. ¿Es correcto? – Urbión bebió un largo trago de agua. – Entonces, el triforce os concederá un deseo, al menos eso dice la leyenda. ¿Qué deseo pediréis?
- Hay que tener mucho cuidado con lo que se desea. Porque si pedimos algo para nuestro beneficio, aunque sea inocente, entonces todo volvería a empezar. – el príncipe se rascó la barbilla, pensativo.
- Podríais pedir un deseo cada uno, pero para el otro. Así los dos tendríais vuestro deseo. – dijo Urbión.
- Estaría bien, pero no sería un deseo generoso, pues recibiríamos una recompensa. – Link no había pensado antes en lo de los deseos. Zelda, que estaba más atenta a los posibles enemigos, se giró para hablar con Urbión.
- Yo pediría destruir el Triforce para siempre.
Los dos chicos miraron el rostro serio y tosco de Zelda.
- Pero, Zelda, si hicieras eso podrías.
- Ya lo sé, Link. Provocaría un desequilibrio entre los dioses y los humanos, bla, bla, bla... – Había imitado la voz de Saharasala. – Piénsalo. Desde que esa cosa existe, ha traído problemas. El héroe del tiempo luchó antes que nosotros, y no le sirvió nada más que para encerrar a Ganon unos trescientos o cuatrocientos años... Y aún así, ha podido escapar poco a poco. ¿Para qué entonces ese objeto inútil? – descruzó los brazos. Cerró los puños y le dio una patada al suelo. - ¿Sabes que creo? Que los dioses pusieron el Triforce para burlarse de nosotros, y deben estar en el cielo partiéndose de risa.
Urbión se rió un poco, pero Link volvió a mirarla preocupado.
- El Triforce es lo que contiene la esencia de Hyrule, si lo destruimos, nuestro mundo desaparecerá, para siempre.
- Bien, yo en vuestro lugar, pediría algo más práctico. Una tarta de nueces gigante, por ejemplo. – Urbión se puso en pie.
- Tú siempre pensando en comer. – Zelda soltó una breve carcajada, breve porque escuchó un ruido proveniente de su izquierda.
El sheikan también lo escuchó, y se transformó en águila al instante. Link también sacó su arma, pero no veía nada allí que pudiera atacarles.
Escucharon unas risas estridentes, que Zelda recordó haber escuchado antes.
- ¡Cuidado! – gritó, cuando un ser extraño, con cabeza de pájaro, apareció en el aire. Este ser, un wizzrobe, arrojó tres bolas de fuego, una a cada enemigo.
Zelda utilizó el filo de la Espada Maestra para rebotar la bola, Urbión la esquivó, y Link, rodeado por el halo rosa del Amor de Nayru, desintegró la suya. Sin detenerse, Zelda dio un salto y atacó, pero cuando su espada llegó al pájaro, este había desaparecido en el aire. Con otra carcajada estridente reapareció detrás de ella. Link saltó y voló con el Viento de Farote, pero no llegó a tiempo. El wizzrobe había atrapado a Zelda con un rayo eléctrico alrededor de su cuello.
- ¡Zelda! – Urbión atacó con su puñales, y logró que el wizzrobe la soltara. Con otra carcajada, desapareció.
Link cogió a Zelda en brazos. La chica estaba seminconsciente, pero logró incorporarse un poco. No había soltado la espada.
- Estoy bien... pero esa cosa vuelve. – señaló justo en frente de ellos.
- ¡Link, hielo! – gritó Urbión.
El príncipe tuvo entonces una sensación, como si en realidad él no estuviera allí... sino lejos, observando el espectáculo... "Mi sueño... Otra vez..." Quiso detener a Urbión, pero el wizzrobe volvía a lanzar sus bolas de fuego. Dos de ellas se dirigían a Zelda. Link tomó la decisión, sin darse cuenta de lo que estaba haciendo. Abrazó a Zelda y la protegió con el Amor de Nauru.
Les rodeó una muralla de fuego, que se mantuvo unos interminables segundos, hasta que se deshizo. Link se apartó de Zelda, mareado por el esfuerzo de mantener el hechizo demasiado tiempo.
- ¡Urbión!
Zelda corrió hacia el sheikan. Los ojos de su amigo estaban cerrados firmemente, y todo su cuerpo se estaba desintegrando lentamente, como si fuera de aire.
Link volvió a ver al wizzrobe sobre ellos. Apuntó con la flecha y convocó al poder de Din. Una ola de frío congeló al wizzrobe, que se quedó flotando por encima del suelo.
- ¡Zelda, rápido, a por él!
La Espada Maestra cortó al Wizzrobe por la mitad como si fuera un trozo de mantequilla. El pajarraco cayó al suelo, y se desintegró en piezas.
Link estaba arrodillado al lado de Urbión. Tocaba la canción de la curación una y otra vez, pero lo único que lograba era prolongar la agonía de Urbión.
El sheikan mantenía un ojo entreabierto, que brillaba con inteligencia.
- No está ocurriendo, no está ocurriendo... – Zelda movía negativamente la cabeza una y otra vez. Intentaba tocar la mano de Urbión, pero la traspasaba.
- Yo... no sé que más hacer. – admitió Link. – Ojalá supiera. – y ahogó un sollozo.
- No importa, amigo. – susurró Urbión. – Déjame ir, era mi hora¿recuerdas?
- Yo no voy a dejarte ir. – Zelda trató de acariciar el rostro translúcido. – No renunciaré a nadie más.
- Fue un placer conocerte, Zelda. Pase lo que pase, recuérdalo. – Urbión entrecerró los ojos. Estaba a punto de caer en un oscuro mundo. Aún así, tuvo las fuerzas suficientes para mirar por última vez los ojos verdes de Zelda. – En el bosque, recuerda, recuerda lo felices que éramos en el bosque... Pase lo que pase... El tiempo... no se puede luchar contra los designios del tiempo. – respiró hondo y susurró. – Ya nos veremos.
Y lo poco que había quedado de su cuerpo se desvaneció en el aire. Zelda ni se movió. Tocó la superficie donde había yacido Urbión.
- Tuviste una visión, ya lo sabíais. ¿Verdad? – preguntó con voz grave.
Link, incapaz de enfrentarse a ella, solo pudo asentir con la cabeza.
- Traté de que... Yo…- tartamudeó. – Ya te lo dije, solo atraigo desgracias. Puedes odiarme, estás en tu derecho.
Zelda le miró, con los ojos acuosos.
- Por lo menos, pudisteis tenerme en cuenta. Quizá hubiera podido decirle que yo... yo le...
- Él ya lo sabía. – Sintió el corazón encogido y duro como una piedra en su pecho, al ver que Zelda se daba la vuelta y sus hombros temblaban. – Podemos quedarnos aquí un rato más... –se llevó la flauta a los labios. Los dedos se movieron solos, siendo ellos quienes decidieron tocar la Canción del Tiempo.
N.A: Sobre las preguntas de las actualizaciones, a menos que me caiga un rayo o me atropelle un coche, intentaré actualizar los viernes. En caso de que el viernes no haya podido (por irme de viaje o por estar trabajando) lo haré el lunes siguiente.
Muchas gracias por los comentarios. A la historia le queda poco (unos tres o cuatro capítulos, creo). Hasta pronto, y buen fin de semana!
