Capítulo 34. El corazón de la pirámide.

Lo que parecía un estrecho e interminable laberinto, dio paso a un claro, rodeado de la salvaje vegetación del Mundo Oscuro. En el centro, se alzaba la pirámide, refugio de Ganondorf.

Link y Zelda contemplaron la estructura. Los dos pensaron lo mismo. Hasta ese momento, todo lo pasado les parecería fácil.

- ¿A qué lugar de Hyrule se parecerá este sitio? – preguntó Zelda.

- Las montañas Tormenta son, sin duda, las gemelas de las montañas de Fuego. El lago Negro y el lago Hylia están en el mismo lugar, más o menos... Pero este sitio... – Link trató de recordar todos los mapas que había estudiado, en épocas en las que era la única forma de viajar. – Creo que en Hyrule esto sería... – volvió a observar a su alrededor.- ¿El mar?

- Pues por ahí llegan las olas. – Zelda desenvainó la Espada Maestra. Alrededor de la pirámide había surgido un ejército de los fieles seguidores de Ganon.

- ¡Son demasiados!- Link imitó a su compañera y preparó una flecha. Le preocupaba la provisión de flechas: le quedaban unas 25 normales y 29 de luz. Estas últimas no debía tocarlas. Las necesitaría para el enfrentamiento con Ganondorf.

- ¡Tú apunta bien! – Zelda se colocó bien el escudo. – La entrada está subiendo esas escaleras. Ataca a lo que tengas más cerca, y no te separes de mí.

Los dos se miraron de reojo antes de iniciar la carrera. Zelda alzó y balanceó la espada de lado a lado esquivando sables y tridentes. A Link le bastó con lanzar flechas de hielo a los enemigos más alejados, y de fuego a aquellos que estaban demasiado cerca.

Durante el ataque, Link vio que estaba solo, en medio de dos cíclopes. Invocó al Viento de Farote, apareció al lado de uno de ellos, y le arrebató la bolsa con granadas. Lanzándolas con fuerza, podía ayudar a disipar el camino de enemigos. Mientras, Zelda se defendía igual de bien. El Escudo Espejo repelió los ataques mágicos, y sus giros hacían saltar a los monstruos por los aires.

Llegaron al mismo tiempo al umbral de la pirámide. Como si les hubieran hecho una señal, los monstruos se quedaron fuera. Ninguno osó entrar a rematar la faena.

- ¿Estás bien, tienes alguna herida? – Link guardó el arco y sus manos rozaron la flauta, presto a usarla.

- Estoy bien. – Zelda no tenía ni un rasguño. – Menudo ejército, si no puede contra dos niños.

Link abrió la boca para decir algo, pero en lugar de eso, se quedó muy quieto. Había percibido algo, en el interior de la pirámide. El frío que le recorrió la columna vertebral le hizo estremecerse de miedo. Zelda también lo había notado. A la par, los triforces del Valor y la Sabiduría brillaron en los dorsos de sus manos. También escucharon una campana.

Por si fuera poco, la pesada puerta de piedra de la pirámide se cerró de golpe, aprisionándoles en su interior. Les rodeó la oscuridad más absoluta. Lo único que brillaba allí era el filo de la Espada Maestra.

"Sacerdotes... Unid vuestras fuerzas". La voz de Saharasala, que solo Link pudo percibir, le infundió esperanzas.

- Zelda, los sacerdotes están con nosotros. – comentó.

- Me alegro por vosotros, entonces.

Una llamarada rojiza iluminó el pasillo. Una silueta se recortó en la luz: un hombre alto y ancho de espaldas, vestido con una larga túnica negra. El rostro, sin embargo, no era humano. Tenía un hocico achatado, dos colmillos que sobresalían de la boca y unos ojillos negros llenos de odio.
- Así lucharemos en igualdad de condiciones. – dijo el monstruo. Zelda se colocó entre él y Link.

- ¡Tú eres Ganondorf! – exclamó.

- Habéis venido a quitarme el Triforce del Poder, supongo. A volver a encerrarme en esta creación mía. – Tenía las manos a la espalda. Sacó una y mostró un tridente con las puntas negras y afiladas. – Como siempre, como ocurrió en el pasado, como ocurre ahora, y como ocurrirá en el futuro. Solo que si os venzo ahora, podré regresar a Hyrule y terminar lo que empecé.

- ¡No! – Link cogió la primera flecha de luz. El recuerdo de aquel sueño, la llanura devastada por el fuego, le dio fuerzas para sobreponerse al miedo. Apuntó con la flecha y disparó.

Con una risa entre divertida y maquiavélica, Ganondorf desapareció, y la oscuridad cubrió a Zelda y a Link. - ¿Dónde está? – Zelda alzó el escudo espejo.
Escucharon un susurro a su lado, y, gracias a los reflejos de Zelda, se libraron de la sacudida del tridente. Link invocó a Farote y de este modo, se transportaron al otro lado de la sala.

- ¡Cobarde! – Zelda movió la Espada Maestra en la oscuridad. - ¡Luchas entre las sombras, como una rata vulgar¡Muéstrate!

- Tus deseos son órdenes, pequeña.

Antes de saber de dónde provenía la luz, el tridente golpeó a Zelda de frente. La muchacha salió despedida lejos de Link. Este apuntó con las flechas de luz, en busca de Ganon, pero este había vuelto a desaparecer.
En medio de la oscuridad, vio el brillo de la Espada Maestra que se movía.

- Zelda¿estás bien?

- Sí, descuida. – Zelda se tocó el hombro, donde el tridente se había clavado. La sangre se escurría por el brazo izquierdo, mojando las correas del escudo. Le costaba sostenerlo.

"Tenemos que verle" Link entrecerró los ojos. A su alrededor algo crujió, y entonces, sin dudar, disparó una flecha de luz en ese lugar. En esta ocasión se clavó en Ganondorf. Le rodeó un haz de luces doradas que le aprisionaron. Zelda corrió hacia él, y atacó a la figura del cerdo. Solo pudo darle un par de mandobles, Ganon se liberó al fin de la luz y se volatizó.

- Si pudiéramos verle siempre. – murmuró la muchacha.

Link había visto algo en el fugaz momento en que acertó a Ganon.

- Claro. – cogió la flauta y se la llevó a los labios. Mientras, Zelda había vuelto a escuchar un crujido y en esta ocasión, frenó el tridente con el escudo espejo, y atacó con la espada. No paró, aprovechando que tenía a Ganon a tiro. Atacó una y otra vez, mediante giros y patadas... pero Ganon volvía a desaparecer.

Los sones de la Canción de la luz resonaron en la sala. Poco a poco, unos débiles resplandores surgieron y se transformaron en hogueras majestuosas. Link cesó de tocar, y tuvo que apoyarse en la pared. Había roto el hechizo de oscuridad de Ganon, y eso le había dejado casi sin fuerzas.

Zelda luchaba en el centro de la sala con Ganondorf. Este tenía heridas en el pecho, y el hombro de Zelda sangraba tanto que dejaba un reguero en el suelo. Link se quitó de encima el aturdimiento, y lanzó más flechas de luz. Por cada flecha que lanzaba, Ganon se quedaba paralizado, y Zelda aprovechaba esas ocasiones para derribarle.
El tiempo se detuvo en el instante en el que Zelda, al límite de sus fuerzas, buscó los últimos rescoldos. El Triforce del Valor relució en el dorso de su mano derecha, el filo de la Espada Maestra se volvió rojizo. Ganon luchaba contra el poder de las flechas. De repente, los ojillos del cerdo miraron a algún lugar por encima del hombro de Zelda.

- Tú... – dijo, antes de que el filo de la Espada Maestra golpeara su cuello. La cabeza de cerdo salió rodando por el suelo, antes de desaparecer en el aire, como el resto del cuerpo.

Zelda cayó de rodillas. Tenía más heridas que la del hombro, y la cabeza le daba vueltas. El dolor remitió enseguida, cuando Link acabó de tocar la Canción de la Curación.

- Ya está, lo hicimos. – Link la ayudó a ponerse en pie.

El lugar donde antes estuvo Ganondorf había un triángulo dorado flotando en el aire. Resplandecía, latiendo como sus gemelos, en las manos de Link y Zelda. Los muchachos trataron de tocarlo al mismo tiempo, pero el Triforce del Poder retrocedió.

Luego, como si fuera un pájaro travieso, cruzó el aire y voló lejos de ellos. Una mano morena lo atrapó, antes de que se escapara. El dueño de la mano sonrió, su rostro iluminado por el resplandor dorado del triforce.

Zelda y Link miraron a Urbión, de pie sobre el altar. Zelda sintió alegría, pero le duró poco. Algo había cambiado en el rostro afable de Urbión.

- Muchas gracias, amigos. Sin vosotros, jamás lo habría logrado. – Urbión soltó el triforce. Este no fue muy lejos, se alojó en el dorso de su mano. El cuerpo de Urbión fue cubierto por un manto de estrellas doradas. Al retirarse, Urbión era totalmente distinto. En el centro de su frente, entre sus ojos rojizos, brillaba una gema de igual coloro. Había crecido, hasta medir un metro noventa, y su cuerpo se había hecho más fuerte.

Al hablar, su voz no tenía ya rastro alguno de dulzura. Una larga capa oscura le cubría los hombros.

- Permitid que me presente: Soy Ganondorf, el único, el real...