Capítulo 36. Ganondorf
Zelda temblaba tanto que soltó el Escudo Espejo. El sonido del metal al chocar con la piedra retumbó en la inmensidad del templo.
- No, no lo entiendo, no.
Link, igual de asombrado que ella, también miraba a Urbión con los ojos abiertos como platos.
-No hay mucho que contar. – Urbión se bajó despacio del altar. La túnica crujió, y la tela se deslizó suave detrás del sheikan.
- "Una de las que escapamos..." – murmuró Link. – Ganon sólo tiene miedo... de sí mismo.
- Así es. Hace ya mucho tiempo, Ganon ideó el plan para regresar a Hyrule. Se dividió en dos partes: tu maestro Frod, y ese fantoche al que acabáis de derrotar. A mi me dejó a un lado... Yo soy la parte que Ganon deseaba olvidar, su juventud entre las gerudos, odiado y temido. Frod Nonag era su parte erudita, aquella que estudió durante décadas sobre el Triforce. Cuando conjuró el hechizo de división, aproveché y me escapé lejos de él. Llegué a Hyrule con la forma de Urbión. Mi otra parte ya me había tomado ventaja y había puesto precio a mi cabeza. Mi plan no estaba saliendo como esperaba... Pues al dividirme no tuve en cuenta que me quedaría sin poderes: era este Ganon quien tenía el triforce del poder. Las únicas habilidades que he podido conservar fueron la capacidad para moverme entre el Mundo Oscuro y Hyrule, transportándome deprisa; y saber quienes serían los otros dos portadores. Más tarde o más temprano, surgirían el triforce de la sabiduría y el valor, y también sabía que habría una búsqueda de los siete medallones y los sacerdotes... Me limité a esperar en el bosque, atento a vuestra llegada. – Urbión se rió un poco. – Los dioses estuvieron de mi parte: conocí a Leclas, y supe reconocer en él al sabio del bosque. Estando a su lado, a la fuerza conocería a los otros dos portadores. En el momento en el que los dos os conocisteis por fin, e iniciasteis vuestro viaje, inicié yo también el mío. No podía enfrentarme a Ganon sin mis poderes. Los únicos que podían vencerle erais vosotros. Hice lo que pude en Hyrule para ayudaros, aunque ya estaba Saharasala. La única vez que tuve que intervenir fue en el desierto, pues sin una aliada entre las gerudos Zelda no habría llegado al templo del espíritu. Sin embargo, era aquí, en el Mundo Oscuro, donde necesitaríais a un buen guía. Y por eso me presenté en la fortaleza del lago Negro.
- ¿Y tu muerte? – logró preguntar Zelda, a pesar del temblor de los labios.
- Fingió... – contestó Link por él. – Porque, de habernos acompañado más tiempo, Ganon habría sentido su presencia, y le hubiera eliminado.
- Eres más perspicaz de lo que pensé, alteza. – Urbión sonrió. – Te felicito, Link. Siempre sospechaste de mí, aunque... – miró a Zelda de reojo, - yo contaba con la mejor de las abogadas.
La muchacha negó con la cabeza.
- Tú no eres Urbión. Esto es un truco de Ganon, para confundirnos.
Urbión sonrió de forma triste, y se apartó como si Zelda le hubiera herido.
- De veras, recé para que todo esto se retrasara, para que los portadores aparecieran dentro de 50 o 100 años... Pero en mi interior sabía que ya había llegado la hora. Cuando te conocí ese día en Kakariko, supe que eras especial. Presentía el latido del valor en tu pecho. Muchas noches, estuve tentado de arrebatártelo, pero no pude.
Los ojos escarlata de Urbión que tanto habían fascinado a la chica, brillaron sinceros. Zelda correspondió a la mirada, y Urbión asintió.
-No os preocupéis. – habló él con su voz dulce. – No deseo haceros daño, amigos. – alzó la mano derecha para mostrar el triforce del poder. – Podemos evitar la lucha.
Link tanteó el carcaj. Le quedaban tres flechas de luz y dos normales. Había gastado demasiadas con el anterior Ganon.
- ¿Cómo? – Zelda, al contrario, tenía la espada baja y una actitud nada defensiva.
- Unamos nuestras respectivas partes del triforce. Pidamos los tres juntos un deseo a la par. – la capa de Urbión crujió, y los reflejos de las antorchas hicieron brillar los bordados exquisitos de color sangre. – Imaginad un mundo donde no habrían más niños abandonados, un Hyrule sin guerras, sin hambre, sin... tiranos ni sacrificios inútiles. – y clavó su mirada en Link.
Alargó una mano en dirección a Zelda y la otra hacía el príncipe.
Link retrocedió. Zelda, por el contrario, permaneció quieta, aunque su cuerpo se inclinó hacia delante. Urbión seguía sonriendo, seguro de si mismo.
- ¿Qué pedirías tú? – Link se apoyó en la pierna derecha, mientras que la izquierda se quedó atrás. En esa postura, le resultaría más fácil disparar.
- Un mundo más justo, alteza.
- Claro, un mundo más justo... del que tú serías el amo absoluto. – Link controló bien los nervios. Miraba a Zelda, que parecía paralizada por sus sentimientos. - ¿No era eso lo que buscabas, Ganon¿No fue por tu deseo de poseer Hyrule por lo que robaste el triforce y acabaste aquí encerrado?
- Esos fueron errores del pasado. He aprendido. – los ojos de Urbión parecieron arder por el odio. – Link, piensa en lo que podrías conseguir...Serás el rey de un reino próspero, poderoso y temible... Nadie volverá a decirte que eres débil, no dependerás de guardas y escoltas, serás...libre.
- A mi no me engañas con trucos. Yo no deseo nada de lo que dices, Urbión. Si me conocieras de verdad, sabrías que mi deseo es libertad... pero no para mí, sino para mi pueblo. – miró a Zelda buscando su apoyo. - ¡Yo no acepto tu trato¡Moriré antes que dejar que Hyrule sea arrasado por tu maldad!
- De acuerdo, entonces esa es tu elección. – Urbión se dirigió a la muchacha. – Ya has oído, Zelda, no quiere cooperar.
Link alzó el arco, con la flecha de luz preparada, pero Urbión fue astuto. Se movió rápido y se colocó tras Zelda, usándola como escudo. Le cogió los hombros y le habló de tal forma:
- Es un necio. Dame el Triforce del Valor, le quitaremos el de la sabiduría y entonces... Seremos poderosos, imparables. Lucharemos contra el sufrimiento y la crueldad. – sonrió al susurrar. – Y, si ya no existe el triforce, Radge podrá regresar. Yo me ocuparé de ello.
Al escuchar el nombre de su padre, Zelda reaccionó.
- ¡No, Zelda¡Es mentira! –gritó Link. Bajó la fecha y trató de acercarse, pero Urbión recitó un verso, y una pared de fuego rodeó al príncipe.
- Tu padre regresará, te lo prometo. – Urbión rodeó los hombros de la muchacha y la abrazó. - ¿En quién vas a confiar, en mí o en ese desconocido?
-¡Zelda! – Link se acercó demasiado al muro, y una de las mangas de su túnica empezó a arder. La apagó, mientras gritaba. - ¡Él te conoce mejor que nadie, es su talento¡Sólo quiere el triforce!
Zelda retrocedió. Por unos instantes había creído a Urbión. Le conocía muy bien, o al menos eso creyó siempre. Sin embargo, el chico que tenía frente a ella ya no era el muchacho despreocupado, alegre y atento. Reconoció en sus ojos el brillo malicioso del Ganon al que acababan de derrotar.
- ¡Link! – Zelda recogió el Escudo Espejo. El príncipe había invocado el amor de Nayru, y de ese modo atravesó las llamas. La muchacha se colocó a su lado: - Lucharé contigo, hasta el final. ¡Urbión, o quién demonios seas, no dejaré que toques el triforce!
- Vosotros lo habéis querido. – Urbión abrió los brazos, con un gesto seco, y dos sables surgieron de sus muñecas. El acero tenía un tinte azulado y gris, lo que hizo desconfiar a Zelda. – Os he dado una oportunidad, y este es el camino que habéis elegido.
"Urbión¿cómo puede ser?" Zelda se cubrió con el escudo.
- Zelda... Me quedan pocas flechas. – le advirtió Link a su lado.
- Entonces no falles. – Zelda alzó la espada maestra. – Bueno, no fallaremos.
Zelda atacó a Urbión. Su cuerpo cansado no tuvo la fuerza necesaria. Urbión paró el golpe con un simple movimiento y, luego, dando un giro, devolvió el mandoble. Se quedó a escasos centímetros del cuello de Zelda. La muchacha golpeó el filo a tiempo y desvió el golpe. Dio una voltereta hacia atrás y logró esquivarle. Link, por su parte, disparó la primera flecha de luz. Dio en el centro del cuello de Urbión, pero no sucedió lo mismo que con los otros Ganondorf.. No hubo destellos, ni lazos de luz, ni siquiera detuvo el contraataque del maligno.
- ¿Pero, qué...? – apuntó con otra flecha de luz al pecho, y acertó otra vez. - Ah... Se me olvidaba deciros que os he observado y espiado con atención. – Urbión guardó uno de sus sables con un gesto muy rápido, e igualmente rápido abofeteó a Zelda. La muchacha se derrumbó en el suelo sin resuello. – Conozco vuestra estrategia.
La espada maestra salió volando y cayó a los pies del altar.
Las luces de la sala temblaron y Zelda no supo donde estaba el suelo y el techo. Sacudió la cabeza para quitarse las estrellas que parpadeaban en sus ojos, y recuperó la visión, en un mal momento.
Urbión atacaba a Link. Alzaba las dos espadas que retrocedían ante el aura del Amor de Nayru. Cada sacudida movía a Link y le arrinconaba contra la pared. El círculo rosado se volvía cada vez más pequeño, hasta que la concentración de Link falló. Urbión clavó el arma en el cuerpo del príncipe, hasta la empuñadura.
Zelda quiso gritar pero no le salió la voz. Desde donde estaba, vio que Urbión se reía. Retiró el metal del cuerpo de Link, y el dolor que sintió el príncipe en ese momento no se parecía en nada a algo que había experimentado antes. Su cuerpo cayó en el frío suelo de piedra.
Alguien le llamaba, una y otra vez. Levantó un poco la cabeza, y se encontró con el rostro pecoso de Zelda.
- Todos tenemos un punto débil. – Urbión se había apartado un poco, para dejar a Zelda despedirse de Link. – Me has obligado a llegar a este extremo. No quería hacerlo, pero si para vencerte debo atacar a tu punto débil... – señaló al cuerpo cada vez más inerte del príncipe.
- No... – Zelda estaba llorando. Trató de contener la herida con sus propias manos. Sus dedos rozaron la flauta, pero ella no sabía tocar. – Link, vamos... toca la Canción de Curación.
- Zel... – Link le cogió el brazo, dejando una mancha de sangre en la piel de la muchacha. – Ve...te...ve...te.
- ¿Qué? – Zelda tardó solo un segundo en darse cuenta. Dio un salto hacia atrás, y así evitó que Urbión la cortara a la mitad. El sheikan llegó a rozarle un poco la pierna.
- Urbión... yo soy tu enemigo. No seas cobarde¡y lucha! – Un halo verde rodeó la espada Maestra, que voló hasta llegar a la mano derecha de Zelda.
El último hechizo de Link.
Link trató de levantarse pero ni sus piernas ni la cabeza le respondían. Zelda había escapado de la estocada mortal, y escuchaba sus gritos y aullidos al otro lado de una neblina oscura. La lucha continuaba sin él.
Esa neblina era la sombra, que venía hacia él. "Vi pasar mi vida ante mis ojos" dicen los que han estado a punto de morir. Link no vio toda su vida, pero sí los recuerdos de los últimos meses. Zelda, vestida de Skull kid, Saharasala, Kafei, Leclas, la biblioteca del monasterio, los niños del bosque perdido, Melkor... Laruto, con los ojos entornados repitiendo: oscuridad, y sombra... "¿Por qué no pude preveer esto¿Por qué no pude saber que acabaría así?" pensó.
- Porque en la vida hay cosas impredecibles.
Quién así había hablado era una mujer de pie a su lado. La sala del templo había desaparecido. No escuchaba los ruidos del feroz combate, sólo un lejano eco que le ataba a la realidad. Estaba flotando en un lugar cálido, donde sonaba la Canción del Tiempo.
- ¿Quién eres? – logró preguntar a la dama.
La mujer tenía un largo cabello rubio, que ondeaba como movido por una ligera y suave brisa. Los ojos verdes eran casi transparentes, y la piel de un blanco translúcido. Vestía una hermosa túnica rosada, y reconoció en el bordado de sus falda, el símbolo de la familia real.
- Ya sabes quién soy. – la mujer le cogió de las manos y le ayudó a ponerse en pie. – Link, aún no ha llegado tu hora. Debes ser fuerte, y regresar.
-Yo no soy fuerte. – Link deseó quedarse para siempre en ese lugar, con esa hermosa mujer. Si Urbión iba a destruir Hyrule, mejor no verlo.
- Has llegado hasta aquí. – la mujer posó las manos en su pecho y una aureola dorada cubrió al príncipe. – El triforce de la Sabiduría y el poder de los sacerdotes te darán las fuerzas necesarias. Busca su punto débil.
Un grito de dolor, el de Zelda, le hizo abrir los ojos de golpe. Estaba tendido en el suelo, con el arco dorado bien aferrado con una mano. Se incorporó un poco, débil y confuso, pero ya no sangraba.
Urbión había acorralado a Zelda contra una columna. La muchacha había logrado deshacerse de uno de los sables, pero el otro le rozaba la yugular.
- Dame el triforce del valor, Zelda. No deseo matarte.
- ¡Jamás!
Link no vaciló. Disparó la última flecha de luz, y esta desvió el brazo de Urbión. Zelda aprovechó para atacarle. Dio un giro completo e hirió un poco más a su enemigo. Urbión retrocedió. "He gastado ni última flecha... y no sé cual es su punto débil" Link tuvo que apoyarse a la pared para poder incorporarse del todo. Urbión se recuperó enseguida del golpe. Zelda no quiso perder el tiempo, y ya volvía a atacarle, pero las múltiples heridas empezaban a debilitarla. No podría aguantar por más tiempo. "Sólo me queda... la flauta" pensó Link. La cogió, con pocas esperanzas. Sus dedos rozaron las familiares teclas y entonces el triforce de la sabiduría tembló en su mano. "Dioses, ayudadme" rogó. Se llevó la flauta a los labios.
Los primeros compases de la Canción del Tiempo resonaron en la fría estancia. Los ecos rebotaron en las paredes, y regresaron de nuevo a la flauta, para luego volver a salir disparados. A cada nota, el techo temblaba, y las columnas desaparecían una a una. El techo del templo se esfumó, y por encima de sus cabezas había regresado el cielo azul de Hyrule. El aire se llenó de un olor picante, el olor de la sal. Los pies de Link se mojaron cuando una ola los rozó. Zelda y Urbión estaban tan enfrascados peleando que no notaron apenas el cambio del ambiente. Link alzó la cabeza para mirarles antes de que la Canción del Tiempo acabase y regresaran al Mundo Oscuro. Sobre la túnica de Urbión, brillaba un punto azul minúsculo, en el centro de su espalda. Al regresar al Mundo Oscuro, ese punto desapareció, pero Link recordó muy bien el lugar exacto.
"No puedo dispararle ahora, no tengo flechas de luz..." Tocó la última flecha normal. "Si le disparo, pasará como antes. Esta prevenido. Debo buscar otra forma"
Zelda saltó por el aire, dando giros con la espada maestra brillando más que nunca. Urbión también daba muestras de estar un poco débil, y por eso la espada logró darle. El escudo espejo de Zelda había recogido la luz del sol de Hyrule, y se quedó el tiempo suficiente en la superficie, iluminando el interior de la pirámide.
Link susurró algo para él, y luego disparó la flecha, que convirtió en fuego con el poder de Din. Golpeó a Ganon en su brazo y este se giró, furioso.
-¿Qué pretendes, mosquito?
"¡Zelda, quieta"
Zelda escuchó la voz de Link en su mente. Por acto reflejo buscó la piedra telepatía, pero la había perdido en el barranco. ¿Cómo era posible, entonces, que Link le hubiera transmitido sus pensamientos?
"Dirige el escudo espejo hacia el centro de su espalda" fue la única orden que emitió Link. Zelda aguantó el impulso de acudir en ayuda del príncipe. No deseaba verle morir otra vez. Urbión se acercaba, su rostro transfigurado por el odio que sentía.
- No eres más que un crío. Supongo que te has curado con algún hechizo, pero no podrás ejecutarlo eternamente. – Urbión se colocó frente a él. Detrás, pudo ver a Zelda vacilando con el escudo bien apoyado en el brazo.
- ¡Sacerdotes, unid vuestras fuerzas! – Link alzó las manos. Seis rayos de colores le rodearon, formando un compacto haz de luz del tamaño de una flecha. La encajó en el arco y apuntó con ella.
Solo tenía esa oportunidad: el poder de los sacerdotes estaba igual de débil que el suyo.
- Fallarás, como siempre. ¡Vamos, apunta aquí, a mi corazón! – Urbión se burló. Se quedó helado al ver que los ojos de Link parecían divertidos. El príncipe apuntó con la flecha hacia la izquierda de Urbión, y el poder de los sabios ni le rozó. - ¡Has fallad..!
No terminó la frase. Los rayos de colores le rodaron atándole y haciéndole caer. La flecha de los sacerdotes había rebotado en la superficie del Escudo Espejo y se había clavado en el minúsculo punto débil de Urbión, el centro exacto de su columna vertebral.
- ¡Zelda, ahora... Tienes que encerrarle!
Zelda se acercó al que, en un tiempo ya lejano, fue su amigo. Urbión sufría por el estrecho lazo de luz que le mantenía quieto. Miró a Zelda, los ojos escarlata empañados por la pena y el dolor.
- No, Zelda, no me mates... – suplicó con voz dulce.
"El verano, tu y yo sentados en la columna caída, frente al pequeño estanque... El sol se ponía, y te atreviste a abrazarme cuando te conté cómo había perdido a mi madre. En ese momento, en ese momento, descubrí porqué me latía el corazón de esa forma cada vez que me mirabas, en ese momento supe que te quería"
- No puedo... – las lágrimas empañaban la visión. – No puedo, Link...
- Sólo tu puedes sellar el mal. Yo confío en ti. – La voz de Link fue una brisa fresca, que limpió sus lágrimas.
La espada maestra brilló por última vez: un rayo azul y plateado que cegó a la muchacha. Urbión se estaba liberando de sus ataduras, y logró ponerse en pie. Sonrió divertido, cuando fue capaz de levantar el brazo y dirigir su arma contra el pecho de Zelda. Pero no le dio. La muchacha rodó hacia la izquierda y, de un salto, clavó la Espada Maestra en la frente de Urbión, quebrando la joya roja.
- Recuerda... el bosque... lo felices que fuimos... yo solo quería... un país...verde. – susurró Urbión.
El cuerpo del anterior sheikan fue cubriéndose gradualmente por una materia gris y sólida, hasta que llegó a la base de la espada maestra. Lo que quedó de Urbión fue una estatua grotesca, capturada en medio de un rictus de dolor y odio. No quedaba nada de su amigo. Entre lágrimas, Zelda se apartó para contemplar la escultura que había creado. Los párpados cayeron, y se inclinó a un lado. Se hubiera golpeado contra el suelo, sino llega a ser por Link. La cogió por los hombros, pero él tampoco se encontraba bien. Acabaron sentados en el suelo. A su alrededor, las paredes de la pirámide temblaban, y caían grandes cascotes del techo. Fuera, los habitantes del mundo oscuro vieron una humareda proveniente de las montañas. Todos se asomaron, espantados. Y supieron que su antiguo señor, Ganondorf el Temible, había vuelto a ser encerrado.
Oso vio todo esto, sentado en la plaza de Villa Outcaster. Los vecinos que estaban a su alrededor señalaban con el dedo, y gritaban aterrorizados ante los cambios. Oso era el único que sonreía.
- Suerte, Link, Zelda.
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Uf... Este es un capítulo largo (creo que el más largo de toda la historia)
Jejeje... La cuestión de los fallos en la numeración de capítulos... Me pasa muy a menudo, y entre que no me doy cuenta, y que después resulta trabajoso cambiarlo... lo dejo así. Para tranquilidad de la gente, están todos los capítulos (que yo sepa; una ya tiene una edad...)
Este capítulo me costó un montón escribirlo, entre otras razones, porque no quería acabar la historia. Tenía claro algunas cosas: Link tenía que demostrar que había cambiado (el arco del héroe), y Zelda tiene que enfrentarse a la realidad de que su amigo (su enamorado) no es la persona que esperaba. También hago un guiño a la Zelda de los videojuegos, aunque no me quedó tan divertido como el encuentro entre Zelda Esparaván y el Héroe del Tiempo en el desierto.
(Ah, he actualizado hoy porque me voy de puente y no vuelvo hasta el lunes)
