Capítulo 37. Los deseos del Triforce.

Cuando no quedó ni una pared, y todos los cíclopes y centauros habían huido hacia la densidad protectora de los bosques, Link se atrevió a ponerse en pie. Ayudó a Zelda. La muchacha tenía muchas heridas, pero en esos momentos Link no se veía con capaz de ejecutar un hechizo más sin desmayarse.

El triforce del poder volvía a brillar frente a ellos. En algún lugar de sus aturdidas mentes, resonaba la Canción del Tiempo. Link alargó la mano derecha, y el triforce de la sabiduría le abandonó para unirse a su otra parte. Zelda le imitó , y el triforce del valor completó la figura dorada y resplandeciente.

Los triángulos se iluminaron y tintinearon, como si fueran cascabeles. Parecían contentos de volver a verse, aunque fuera por poco tiempo.

- Enhorabuena, héroes.

Quién así había hablado era el mismísimo Triforce. A estas alturas, ni Link ni Zelda les asombró demasiado.

- Pedid vuestro deseo: escoged con valor, sabiduría y poder aquel deseo justo y noble.

Zelda soltó una carcajada. De encontrarse bien del todo, habría sonado más firme.

- Vas a pedirlo¿verdad? – Link aún tenía que ayudarla a mantenerse en pie.

- Si no lo hago, dentro de 200 o 300 años alguien volverá a pasar por todo esto. – logró decir la muchacha.

- Pero si lo haces, los dioses ya no estarán en Hyrule, y cuando otro mal se levante, no contaremos con su ayuda. – Link la miró a los ojos. – Te prometo que dedicaré mi vida a buscar otras formas para que Ganon no vuelva nunca. Zelda medio sonrió.

- Entonces, alteza, tengo otro deseo en mente.

Link le devolvió la sonrisa.

- Hace ya tiempo que yo decidí el mío. ¿Preparada?

No quería alarmar a Link, pero estaba empezando a ver borroso. El príncipe alargó la mano derecha hacia el Triforce, Zelda alargó la izquierda. Tocaron la superficie dorada al mismo tiempo.

Nunca fueron capaces de describir que habían visto u oído tras tocar el Triforce. Sus cuerpos se vieron arrastrados hacia una luz agradable y confortable. El resplandor dorado se intensificó, escucharon su voz dulce y lejana proclamar "Vuestro deseos se os han concedido, marchad en paz..." y nada más.


"No, más sueños proféticos no..." Link se removió, en busca de calor. "¿Dónde estoy? Esto es agua, pero sabe rara... a sal... ¿el mar? Juraría que eso que flota ahí es una pluma, una pluma parda"

Abrió los ojos, aturdido y confuso. Tenía la misma sensación del sueño, de moverse de un lado a otro, como mecido en una cuna. Pero en realidad estaba tendido en un amplio colchón, en medio de una habitación con paredes grises que le resultaba vagamente familiar.
"Esto es... mi habitación en el templo de la Luz"

Se incorporó un poco, o al menos eso intentó. Tenía algo sobre el pecho. Al mirarlo, se llevó una sorpresa. Zelda dormía, plácidamente, con sus brazos alrededor del tronco del príncipe.

Incapaz de despertarla, Link volvió a tenderse. No vio vendajes ni heridas en su amiga, así que no debía estar grave. El mismo se encontraba bien, relajado, sin ningún dolor. Pero empezaba a sentir hambre. "¿Qué habrá pasado¿Cómo fue la batalla en la llanura, pudieron vencer, llegamos a tiempo...¿Ha sido Kaepora quién nos trajo aquí?" Tanto Zelda como él vestían los hábitos de los novicios: una camisa amplia de color gris y unos pantalones a juego largos y cómodos. Sus ropas estaban colgadas del único adorno de la habitación, un gancho de la pared.

- Um... – Zelda se removió y entreabrió los ojos. Poco a poco, la muchacha se incorporó, apoyándose en un codo, y miró a Link somnolienta. – Te suenan las tripas, alteza.

Fueron sus primeras palabras, y se debían a que aún no sabía ni donde estaban. Link se echó a reír.

- Buenos días. Me alegro de verte.

Zelda se levantó. Estaba adormilada, pero se encontraba descansada. Le bastó ponerse en pie para despertarse del todo.

- Link¿tú crees...?

- No lo sé, supongo que sí.

- Pero todo está tan... silencioso. – Zelda se encaminó hacia la puerta con amplias zancadas. Link la siguió. Los dos iban descalzos y la fina tela de sus túnicas no les protegían del frío de la mañana primaveral. El monasterio estaba exactamente igual a unos meses atrás, y eso hacía desconfiar al príncipe. ¿Habían retrocedido en el tiempo¿Por qué iba a hacer algo así el Triforce? Zelda intuyó lo que le pasaba por la cabeza, y le dijo que luego ya le daría una explicación.

Amanecía despacio en el solitario claustro del templo. No se veía ni un alma, y el silencio era estremecedor. Link recordó que, a esas horas, los monjes ya estaban enfrascados en sus tareas, pero no escuchaba ni el sonido de pasos, ni canciones, ni rezos.

- Hemos llegado tarde. – dijo Zelda.

El sol iluminaba la mitad del claustro. La otra mitad estaba aún rodeada por las sombras. En esa mitad, Link reconoció el banco donde solía sentarse a pensar.

- Zelda... hay alguien ahí sentado.

En efecto, un hombre de espaldas a ellos contemplaba la salida del sol. No podían ver gran cosa de él. Tenía el cabello castaño claro, surcado de canas y vestía con ropajes oscuros. Unas largas orejas puntiagudas le delataron como hylian.

- ¿Quién es? – Zelda se llevó la mano al hombro derecho, de forma inconsciente, pues no llevaba ningún arma. Link también recordó, demasiado tarde, que ya no tenía ni el arco ni los tres poderes mágicos.

El hombre parecía demasiado absorto en la contemplación del lento amanecer para darse cuenta de la presencia de los muchachos. Vieron como expulsaba humo de forma lenta, un humo blanco y gris que se elevaba hacia el futuro cielo azul.
Zelda dio un paso al frente, incrédula. Link se quedó muy quieto. Había visto la expresión de alegría en el rostro de la chica, y no quiso decir nada.

- Papá... – al principio solo lo murmuró, pero luego gritó: - ¡Papá!

El hombre se giró. El rostro era moreno, y en él unos ojos verdes curiosos destacaban como dos joyas. Soltó la pipa que fumaba y el libro al césped. Zelda había corrido hacia él, pero se detuvo en seco a unos escasos metros.

Padre e hija se miraron. Hacía dos años que se habían separado. Los cambios en los dos eran evidentes. Zelda miró a su padre, y se asustó al ver la cantidad de canas que cruzaban su cabello, y las arrugas en el ceño y en el borde de los ojos. Radge Esparaván trataba de encajar la imagen de su pequeña hija con la mujercita que tenía en frente.

- Zel, hija... – abrió los brazos y Zelda se apretó contra él. Entonces le reconoció del todo. Reconoció el olor a tierra removida, a pétalos de flores y al mar de Lynn.

- Has despertado. Saharasala decía que necesitabas descansar. – Radge contenía a duras penas las lágrimas. – No me he apartado de tu lado en varios días, temí que...

Dejó de hablar, porque Zelda no le miraba. Se tapaba el rostro con las manos, y el cuerpo temblaba, debido al hipo feroz que le había entrado.

- ¿Qué tú... que tú temiste...? – trataba de decir. Respiró hondo, apartó las manos y por unos breves instantes pareció enfadada. - ¿Qué tú temiste ¿qué¿No volver a verme¡Yo pensé que te había perdido, para siempre¡Me dijeron que!

- Ya. – Radge le limpió las lágrimas, entre risas y lágrimas propias. Zelda no había cambiado tanto. - Pero una persona de gran corazón pidió un buen deseo.

Radge miró por encima de su hija al muchacho que esperaba de pie sobre el césped del claustro. Tenía las mejillas coloradas.

- Muchas gracias, alteza. – Radge le estrechó la mano a Link.

- ¿Ese fue tu deseo al Triforce? – preguntó Zelda.

- Sí. Pedí que buscara otra forma de mantener el sello, para liberar a tu padre.

Link se puso aún más colorado cuando Zelda le abrazó y le dio un beso en los labios, muy rápido. De la emoción, Link no fue capaz de hablar por unos minutos. Zelda volvía a abrazar a su padre, y le pedía que le contara qué había sucedido en Hyrule.

- Habéis dormido casi una semana. Saharasala os recogió en alta mar, donde aparecisteis. Os trajo aquí y os dejamos descansar. – Radge se rió al decir. - ¡Nos costó un ojo de la cara cambiaros las ropas¡Estabais los dos como pegados! Cuando tratamos de separaros, os volvisteis a abrazar dormidos, como si fuerais siameses.

Zelda también se estaba poniendo colorada. Link, para desviar el tema, hizo una pregunta.

- Señor Esparaván, si usted está aquí, es porque el Triforce encontró otra forma de sellar el portal... ¿cómo?

El padre de Zelda se puso muy serio.

- Otra persona se ofreció voluntaria. – y le miró a los ojos con tal intensidad que Link comprendió enseguida.

El sol iluminó todo el claustro. Link asintió, y se dio la vuelta para que Radge no le viera llorar. Se topó de frente con una figura casi transparente. Zelda gritó de la sorpresa y por unos segundos pensó en acudir a ayudar a Link. La mano de su padre la retuvo con firmeza.

La reina Estrella flotaba en un extraño vapor amarillento. Al contrario de la última vez que la vieron, en Kakariko, su rostro era amable y sereno. Alargó las manos y las posó en los frágiles hombros de su único hijo.

- Estoy muy orgullosa de ti. – dijo el fantasma.

- Madre, tú eres el sello.

- Así es. Al morir, pedí esta gracia a los dioses, el poder ayudar al pueblo de Hyrule y reparar el mal que hice en vida.

- Pero eras inocente, te obligaron.

- Frod Nonag me controlaba, es cierto. – la reina acarició los mechones rubios de Link con ternura. – Pero no habría sucedido de haber sido tan fuerte como tú, hijo mío. Si hubiera aceptado la muerte de tu padre y hubiera mirado al futuro con esperanza, todo este sufrimiento no habría existido. Proteger a Hyrule los próximos 300 años será la mejor forma para expiar mi debilidad.

Link miró los ojos bicolores de su madre y sonrió:

- Seré un buen rey, por ti. Y buscaré la forma para que esto jamás vuelva a suceder.

La reina le dio un beso en la frente.

- Estoy segura que así lo harás. – acarició las mejillas de Link. – Serás un gran rey, hijo, cuídate. Adiós.

Por unos instantes, Link creyó ser capaz de retener a su madre en este mundo, pero el fantasma se disolvió con la luz del día, dejando tras de sí una brisa cálida y un olor a violetas.

- Adiós, mamá.

Detrás de él, Zelda y Radge esperaban a que Link se repusiera. Cuando el príncipe se dio la vuelta, el padre de Zelda le revolvió el cabello rubio.

- Ánimo, alteza. – le dio una palmada cariñosa en la mejilla. – Apuesto diez flores bombas a que tenéis un hambre feroz.

Zelda se echó a reir.

- Has pasado demasiado tiempo en Villa Outcaster.

Se dirigieron a las cocinas del templo, y entonces Link preguntó.

- Oye, Zel... ¿cuál fue tu deseo?


Y hoy, sin que sirva de precedente, subiré dos capítulos: este (que es último propiamente dicho) y el epílogo.

Durante las vacaciones de navidad subiré una aventura que transcurre entre los capítulos del templo de la sombra y el templo de espíritu.