Epílogo. El día de la coronación.

Los habitantes de Kakariko se afanaban, de un lado a otro, para que la ciudad estuviera engalanada y preparada para la cercana celebración. Zelda había ayudado casi todo el día, pero ahora se hallaba en una habitación de la "Torre de Melora", su hogar improvisado, sometida a la peor de las torturas que conocía.

Que le hicieran un vestido.

- Aún no lo entiendo. – protestó por tercera vez.

Nabooru y Maple, la sobrina de Mr. Ingo y la mejor costurera de Kakariko, cesaron su discusión sobre unos volantes.

- Sigues confundida, después de tanto viaje por el Mundo Oscuro. Te lo volveremos a explicar: gracias a tu deseo todas las aldeas y pueblos destruidos por Ganon han sido reparados, todos vuelven a tener sus hogares. ¿Ya está? – dijo Nabooru.

- No, eso ya lo sé. – Zelda se apartó de la ventana. Señaló la larga túnica que llevaba puesta. Le faltaban las mangas (aún no se habían decidido si hacerlas cortas, largas o al codo) – Nadie me quiere explicar por qué...

- Creo que no le van estos encajes... – Maple meditó un momento con la ristra de batista. Añadió algo sobre que a Zelda no le iría bien ningún tipo de adorno superfluo y decidió salir a buscar más agujas. Nabooru trató de contener la risa cuando Zelda, roja de rabia, empezó a luchar contra la tela.

- ¿Puedo pasar?

Radge Esparaván esperó a escuchar el gruñido de su hija, para atreverse a asomar la nariz. Portaba una bandeja con tres tazas de té recién hecho.

- Vaya, hija, estás muy guapa.

Zelda le miró con recelo, pero enseguida se le pasó el enfado. Ver a su padre con su humor de siempre le hacía inmensamente feliz. Había supuesto que, tras vivir tanto tiempo en el mundo Oscuro, tuviera alguna secuela o trauma. Excepto por una extraña afición a apostar cosas absurdas, Radge seguía siendo el mismo de siempre.

Hacía casi cinco días que no sabía nada de Link. El príncipe estaba recluido en el Monasterio de la Luz, concentrado en su futura coronación. Por tradición, y también porque Saharasala quería que estuviese relajado, debía pasar 7 días en completo aislamiento. Sólo Kafei le había visto, unos segundos y porque Link quería darle un recado urgente para Zelda.

- ¡Mira que pedirme que me vista de blanco en la coronación¡Pero si odio este color, y los vestidos¿Para qué demonios querrá verme como una payasa?

Su padre y Nabooru se miraron de reojo, los dos con una sonrisa en los labios.

- Quizá quiera pedirte en matrimonio. – sugirió Nabooru.

- ¿Qué! – Zelda se bajó del taburete, tan rápido que tropezó con el bajo y a punto estuvo de rasgar la tela. - ¿Pero qué?

- Um... Reina Zelda... Suena muy bien. – Radge se echó a reír a carcajadas. Su risa se cortó cuando su "adorable" hijita le lanzó una zapatilla.

- ¡Fuera todo el mundo! – roja de ira, Zelda empujó a Nabooru y a su propio padre fuera de la habitación. Estos se fueron, y sus carcajadas se perdieron en el pasillo. Cuando estuvo sola, Zelda se acercó al tocador. No era solo el hecho de vestir de blanco la enfadaba. Aunque sabía que Link estaba bien, y que no corría ningún peligro, no podía soportarestarsinverle. Tenía la amarga sensación de vacío, de no saber cual era su misión... "Me he pasado tanto tiempo protegiéndole, que no sé que voy a hacer a partir de ahora"

"Todo lo que os ha pasado ha creado un nexo entre los dos. ¿Qué harás cuando todo acabe?" La voz de Urbión arrolló los pensamientos de la joven. Con un gesto de dolor, Zelda se sentó en el taburete. Sobre el tocador, en una caja de madera lacada, había un documento enrollado. Zelda lo cogió y estiró los bordes para leer el encabezamiento. "Yo, Link V Barnerak, rey de Hyrule, concedo a Radge Esparaván"

"Volveremos a Labrynnia después de la coronación" dejó el documento en la caja otra vez y se miró en el espejo. Este le devolvió la imagen de una chica pelirroja con los ojos muy tristes.


Pocos habitantes del Kakariko actual habían asistido a la coronación del antiguo rey, el padre de Link, Lion II el Rey Rojo. Un hombre muy anciano contó que sirvió como camarero en aquella celebración. Entonces, solo asistió la flor y nata de la nobleza de todos los lugares del vasto mundo. El rey tenía 21 años, y, según se decía, era un joven muy apuesto. Hubo un gran baile tras la coronación, y fue allí donde conoció a Estrella, la futura reina.

- Pero esto va a ser muy diferente. – dijo Kafei a Zelda, sentado a su derecha en el primer banco.

- Nunca se había hecho en una villa. – Zelda retorció uno de sus mechones rizados, que le hacía cosquillas en la oreja. Se había quitado las trenzas, y en su lugar optó por llevar el cabello suelto sin ninguna atadura. Le llegaba a media espalda, y, debido a todas las emociones del mundo oscuro o que Zelda empezaba a rozar la pubertad, se había vuelto de un rojo más oscuro.

Leclas, a su izquierda, se rascaba el cuello. Poco o nada acostumbrado a vestir determinadas telas, el jubón de seda y algodón de color azul marino le sentaba bien, pero algunas costuras le rozaban y, como también estaba muy nervioso, se rascaba constantemente. Kafei estaba impresionante con una túnica corta de color malva y unos pantalones blancos, regalo de Maple. Laruto tocaba con el arpa una balada muy bonita, casi tanto como su vestido azul de extraños tejidos. Nabooru y su hermana llevaban los trajes de ceremonia de las gerudos: los bombachos blancos y los chalecos tradicionales, pero con exquisitos bordados en oro que rivalizaban con sus gemas. Link VIII, el único goron delgado que conocían, esperaba sentado más allá de Leclas. El adorno que llevaba encima era una corona hecha de mármol blanco muy puro con un trozo de rubí a modo de joya, el símbolo de su rango entre su pueblo.

El segundo banco estaban distintas personalidades de Kakariko, pero también el doctor Sapón, don Obdulio, y Radge Esparaván. El resto de los bancos los ocupaban todos los habitantes de Kakariko, los del castillo, que se habían salvado tras el ataque, las soldados gerudos, los zoras y los gorons. Zelda se giró un momento para sonreír a su padre. Le pilló haciendo muecas a los niños del bosque perdido, detrás de él.

Unos sones de campanas indicaron el inicio de la ceremonia. Era noche cerrada, pero las millares de teas iluminaban la plaza. Obdulio había creado algunos fuegos que brillaban de distintos colores, como un arco iris, que dotaba a la escena de cierta magia.
La gente dejó de murmurar al aparecer en la plaza la figura de Saharasala. Avanzaba apoyado en su bastón, con paso lento pero firme. El brazo, aún en cabestrillo, era la razón de su lentitud. Detrás de él, y portando cada uno una luz blanca, marchaban los otros cinco monjes del monasterio. Rodeaban a Centella, montada por un joven de cabellos rubios. Zelda tardó en reconocer a Link. El príncipe portaba con aire regio un pesado hábito de color rojo, que captaba la luz de las antorchas. No tenía muchos adornos: un fajín morado y muy ancho estaba atado a su cintura, dejando al descubierto su delgadez. Las mangas anchas le cubrían las manos, pero se notaba que estaba nervioso. De haber podido, se habría rascado como Leclas.

Al llegar al improvisado altar, Saharasala esperó a que Link se colocara frente a él y, con un crujido de sus ropas, el príncipe se arrodilló.

- Habitantes de Kakariko. Estamos aquí para coronar al futuro rey de Hyrule. – empezó a hablar el sacerdote.- En otros tiempos, esta ceremonia podía durar de dos a tres horas, pero, por expreso deseo de su majestad, vamos a ser breves.

Link tenía la cabeza agachada en espera. Los monjes trajeron una fina diadema de oro con una única joya en el centro. Grabado a su alrededor estaba la imagen del triforce dotado con alas, el símbolo de la familia real.

- Link V Barnerak, príncipe de Hyrule, hijo de Lion II el Rey Rojo y la reina Estrella. Yo, el sacerdote del templo de la luz, te corono como nuestro rey, con el deseo de que tu sabiduría y valor ayude y proteja a nuestro pueblo.

Posó la diadema sobre la frente de Link, donde se quedó encajada.

- ¿Juras que protegerás y cuidarás a cada ser de este reino?

- Sí, lo juro.

La voz de Link sonó firme y segura. Se puso en pie y se giró hacia la multitud. Los espectadores aplaudieron, y empezaron a vitorear. Link acalló a la multitud con un gesto de sus manos.

- Muchas gracias. – visiblemente emocionado, paseó su mirada entre los asistentes. Al llegar a Zelda, sonrió un poco. Tardó en reconocerla también, porque no se la imaginaba sin sus trenzas. – Soy muy joven para ser vuestro rey, eso es cierto. Pero espero no gobernar solo, sino con la ayuda de todos. Hemos pasado tiempos difíciles. Hay muchos que se han sacrificado para que este día podamos celebrar la liberación y el fin del mal. – su voz se quebró un momento. – A todos ellos, les doy las gracias. No puedo hacer mucho más, excepto mantener viva su memoria; pero sí puedo enmendar los errores del pasado y hacer justicia.

"Alcalde de Kakariko- llamó, y este, situado de pie cerca del altar, dio un paso al frente. – A partir de ahora, Kakariko no será una villa. Nombro a este lugar Ciudad Real de Kakariko, y espero poder trasladar mi residencia aquí, para estar más cerca de mi pueblo".

"A los valientes soldados que defendieron esta ciudad, les nombro mi Guardia Real. A su capitán Molsem, por tanto, será ascendido a capitán de la Guardia".

- Saharasala, sacerdote del templo de la luz... – Vaciló al girarse al monje. Detrás del príncipe se acercó uno de los monjes, con un cojín donde estaban depositados 6 reproducciones de los medallones.

- ¿Sí, alteza?

- Tu sabiduría nos guió hacia este día. No se me ocurre ninguna persona mejor para este puesto. – Link cogió uno de los medallones, y lo colocó al cuello de Saharasala. – Te nombro Consejero Real, para que puedas a ayudarme a ser justo.

El sacerdote acarició el medallón, orgulloso, pero con cierta reticencia. Link no le dio oportunidad de pensarlo y negarse a aceptarlo.

- Link VIII, príncipe de los gorons. – llamó, y este se puso en pie con tanta precipitación que casi cae a todos los ocupantes del balcón. – Con el deseo de que nuestros pueblos vuelvan a ser hermanos, te nombro Embajador de los Gorons. – colocó la reproducción del medallón del fuego alrededor del cuello del goron, que asintió e inclinó la cabeza con una reverencia.

- Cironiem. – Link se colocó frente al hermano de Laruto. – Te nombro Embajador de los Zoras. Quiero ayudaros para que vuestra noble raza vuelva a poblar nuestros océanos y ríos, como en el pasado.

- Pero yo... yo no soy quién...

- Laruto se adelantó a mis deseos, y me pidió que pensara en alguien mejor que ella para el puesto. He oído hablar de tu valor y arrojo en la batalla, y también de tu ingenioso plan; y es mi deber corresponder tu entrega. Muchas gracias, amigo.

Link llegó al lado de Nabooru.

- Nabooru, contigo fui muy duro una vez. Por favor, te pido que me perdones.

Sorprendida por ver a un rey hacerle una reverencia y pedirle perdón, Nabooru tartamudeó:

- No... no pasa nada... Te perdono.

- Te nombro Embajadora de las Gerudo. Nos habéis demostrado que vuestro pueblo tiene una mala fama injustificada. Que este gesto nos sirva para firmar la paz duradera.

Nabooru fue incapaz de decir nada. Se había puesto muy colorada. Llegó el turno a Kafei.

- Kafei Suterland, sabio de la sombra. En ti está vivo el espíritu combativo de Impa la Grande. Es por ello que te nombro Protector de los pueblos de Hyrule. – tras colocar el medallón, le dio un amistoso golpe en el hombro.

– Leclas.

El muchacho, que estaba con el ceño fruncido, no respondió. Zelda le dio un codazo, y al fin reaccionó.

- ¿Yo?

- Sí, tú. Ven. – Link sonrió e invitó a Leclas a acercarse. – Leclas, sabio del Bosque. Has dedicado muchos años a luchar contra una ley muy injusta. Para ello, has protegido a los más débiles: los niños. Deseo rectificar los errores del pasado, y por eso te nombro Protector de la Infancia. Tu misión será procurar un hogar a todos los niños huérfanos, y trabajar para evitar que no les ocurran hechos parecidos en el futuro. – Link se agachó un poco, pues Leclas había bajado la vista. Mientras le colocaba el medallón, le dijo. – Confío en ti, amigo.

Leclas dio un paso atrás, murmurando gracias. Regresó al banco. Tenía el rostro muy rojo y los ojos anegados de lágrimas, pero una gran sonrisa le bailaba en los labios. Zelda le tendió un pañuelo.

- Lo que hay que ver. – murmuró divertida por ver al duro Leclas derramar lágrimas.

- Zelda Esparaván. Link la miró y la muchacha avanzó despacio. Tanto, que su padre y Kafei tuvieron que empujarla hacia el altar.

El príncipe le sonrió. Zelda había cumplido la orden: llevaba un vestido blanco hasta las rodillas. Carecía de mangas, y sólo portaba un cinturón dorado como adorno. Link se acercó un poco a ella y le dijo, en voz muy baja:

- Arrodíllate.

- ¿Qué?

- Vamos, pon una rodilla en tierra.

"Ay¿a qué me pide matrimonio?" tragó saliva y se arrodilló frente a Link. Un criado se acercó al rey y le tendió una magnífica espada, de hoja muy brillante y mango de oro labrado. Link la cogió. Su rostro no se inmutó, pero en realidad apenas podía levantar la pesada hoja.

- Zelda Esparaván, por los servicios prestados a la familia real y al pueblo de Hyrule, por tus sacrificios y desvelos, por el dolor que has sufrido y la fortaleza que has demostrado, yo, Link V Barnerak, Rey de Hyrule te nombro Primer Caballero. – Link empleó la punta de la espada para rozar los hombros de Zelda. Luego, le dio con delicadeza un golpe en la espalda. – A partir de ahora te llamarás Lady Zelda Esparaván, Heroína de Hyrule.

Zelda se quedó muy quieta, cuando los criados le pusieron unas hombreras de metal y un peto dorado con el símbolo de la familia real. Link le pidió que se levantara, y entonces le tendió la espada con la que había hecho el rito.

- Pueblo de Hyrule, voy a dictaros la primera orden que os doy como rey. – Link elevó las manos. El público esperó a que empezara, temiendo por unos instantes que el rey creara un nuevo impuesto. – Os ordeno que os divirtáis todos esta noche. ¡Qué comience la fiesta!

Al instante, la música de la banda resonó en todo Kakariko, rivalizando con los aplausos y vítores. Llovieron pétalos de flores, y los fuegos artificiales salieron por encima de los tejados, iluminando el cielo nocturno y despejado de ese día de primavera.


-Al fin te encuentro.

Después de la coronación, Link había desaparecido. Zelda no se dio cuenta hasta que su padre, Kafei, Leclas y Nabooru dejaron de felicitarla y atacaron la comida. Saharasala le había sugerido la terraza de la Torre de Melora, y allí fue. Link estaba sentado en un banco. Se sostenía el mentón con su mano, casi femenina, apoyado en el balcón y mirando con ojos soñadores como se divertían los ciudadanos de Kakariko. No se sobresaltó al oír la voz de Zelda.

- Vengo a ver si el rey de Hyrule acepta un baile con su humilde Primer Caballero.

- Sí... pero antes quiero darte algo. – Link la invitó a sentarse a su lado en el banco.

- ¿Más? Oye, Link, me acabas de nombrar caballero, y gracias a ese papel que le has dado a mi padre, recuperaremos nuestras tierras... Yo no deseo nada más, en serio.

- Mucho me temo que, dentro de poco, no reconocerás tu cargo de caballero como un regalo. Esos presentes te los he dado porque te los mereces por justicia. –Link jugueteó con una cajita de terciopelo negro.

– Esto te lo quiero dar yo, como tu amigo.

Zelda aceptó la cajita, y la abrió. Dentro del estuche estaba la brújula, la que Link le dio para ayudarla a llegar al primer templo.

- Pero si... la rompí en el Mundo Oscuro.

- No es la misma. Esa brújula era de mi padre, y don Obdulio la arregló para que pueda conservarla. Esta es una reproducción especial para ti. – Link sentía placer al ver el rostro sorprendido de Zelda. La muchacha admiró la aguja imantada y la superficie de oro y plata con el dibujo de una rosa de los vientos. – Dale la vuelta.

Zelda obedeció. Por detrás, había unas letras grabadas.

- "A Zelda de Link". – Zelda le tendió la brújula. – Y unos garabatos.

- Es hyliano antiguo. – Link rozó la delicada escritura – "Para que siempre sepas regresar"

Zelda le cogió la mano y se quedaron así, mirándose.

- Te voy a echar tanto de menos. – logró decir Link.

- Pero... volveré. Vendré a verte. – Zelda se apartó un poco.

- Lo sé, pero de todas formas...

- Ya estoy acostumbrada a dejar a las personas. – Zelda se aguardó la brújula en el bolsillo del vestido. Se miró a los pies, calzados con unas sandalias doradas planas. – Aún pienso en él.

- Tardarás en olvidarle.

- Supongo, pero una vez alguien muy sabio me dijo que con paciencia y tiempo se cura el vacío. – Zelda miró a los asistentes a la fiesta. Leclas trataba de bailar al modo gerudo, pero se caía cada dos por tres. Al final, Nabooru le puso en pie y bailó ella sola, para mostrarle como se hacía. Leclas le cogió de las manos y los dos se pusieron a dar vueltas como peonzas.

- Leclas no lo sabe. Le dije que Urbión murió en el Mundo Oscuro.

- Algún día tendrás que contarle la verdad.

- Lo sé, pero por ahora... los dos necesitamos creer que fue así. – Zelda se puso en pie. Tras arreglarse el vestido, le tendió la mano a Link. - ¿Regresamos a la fiesta?

- De acuerdo.

Link y Zelda entraron en la habitación principal del Melora, pero entonces Zelda le comentó.

- Oye, alteza, con eso que llevas puesto no creo que puedas bailar.

Mirándose la larga caída de la túnica, Link se dio la vuelta.

- A eso había subido. En teoría debía llevar una armadura en la coronación. – Link trató de coger el lazo del fajín. Dio una vuelta sobre sí mismo, mientras decía. – pero la de mi padre aún me está grande. Esta es la túnica que llevó el día de su confirmación como príncipe, a los dieciocho años. – desesperado, Link volvió a darle la espalda. Señaló por encima de su hombro al lazo del fajín. - ¿Me ayudas? Con estas mangas no puedo desabrocharlo.

Zelda desanudó el fajín, mientras se reía para ella. Link se quitó la túnica, libre al fin. Debajo, vestía una casaca azul claro, como las que solía llevar. Con ella, volvía a ser el mismo Link que había conocido ese día en el bosque. "Ahora es más alto que yo, me saca casi media cabeza" pensó Zelda mientras salían al exterior.

- ¡Eh, chicos¡Don Obdulio quiere hacernos una luminografía! – les gritó Leclas.

Al lado del pozo, esperaban los seis sacerdotes.

- Vamos, colocaos en el centro... Alteza Link... No, usted no, majestad, me refiero a Link VIII... Colocaos detrás de Lady Nabooru. ¡Kafei! Deja de guiñarle el ojo a la señorita Maple y mira al foco. Bien, bien...- Don Obdulio movió la lente de la cámara luminográfica. – Preparados, sonreír a la de tres... Uno, dos.

Antes de que saltara el flash, Link y Zelda se miraron. Los dos se cogieron de la mano, y así salieron. Los dos de perfil, en el centro de la luminografía, sus dedos entrelazados y los ojos perdidos en los del otro.