Lo Que Una Vez Fui
Un Fanfic de Ranma 1/2 escrito por Alan Harnum
Traducción de Miguel García
Todos los personajes de Ranma son propiedad de Rumiko Takahashi,
publicado en primera instancia en Japón por Shogakukan y traído a
Norteamérica por Viz Communications.
~ o ~
El avión se detiene con un último retumbo; las imágenes veloces de
fuera de mi ventanilla desaceleran hasta formar un panorama coherente.
Desabrocho el cinturón del asiento y estiro la mano hasta el piso,
enfrente de mí; levanto y me pongo en las piernas el bolso que empaqué
en mi apartamento de Nueva York, una hora antes de apresurarme a tomar
el vuelo. Aliso lo mejor que puedo las arrugas que se me han formado
en los pantalones durante las muchas horas de vuelo. Son caros y de
corte perfecto y, por dentro, llevan la etiqueta de uno de los mejores
y más costosos sastres del mundo. Mi chaqueta y camisa llevan la
misma etiqueta, y mis zapatos brillan con tanto lustre que puedo verme
la cara en ellos desde aquí. El maltratado bolso negro que cargo, en
vez de un maletín, es lo único que quizá impediría a algún observador
creer que soy algún hombre de negocios joven y exitoso. Cierto, soy
joven y, según cualquier definición, exitoso, en particular según la del
oficio que elegí. Mi oficio es la magia; no rituales y hechizos arcaicos
como los de mi pueblo de antaño, sino la magia del escenario. No es
dable decir que mi arte requiera menos destreza o dedicación. No soy
un animador de fiestas de cumpleaños, que saque conejos de los
sombreros y palomas de las mangas. Realizo cosas mediante trucos,
artificio e ilusión, que parecen verdaderamente imposibles. Me han
llamado el más grande artista del escapismo desde Houdini, y me
produce no poco orgullo el poder decir que no es exageración.
Soy altamente solicitado para funciones de caridad celebradas por los
ricos y famosos. Actúo ante concurrencias rebosantes en teatros del
mundo entero. Mis agentes están ahora negociando incluso un posible
contrato para una película, aunque no tengo idea de qué tipo. La lista
de invitados a mi fiesta de cumpleaños número veintisiete, hace unos
meses, incluía algunos de los nombres más notorios de Broadway y
Holywood. Sí: según cualquier definición, salvo la mía, soy exitoso.
En mis propios ojos, no podría nunca serlo. Disfruto lo que hago, y
disfruto también el estilo de vida que me permite llevar, pero nada de
lo que pueda lograr superará mi gran fracaso, que he pasado una década
tratando de convencerme que no tuvo importancia. Tengo por dentro una
parte vacía que nunca podrá llenarse; la marca que ella, con toda su
crueldad y belleza, dejó en mí.
—Señores pasajeros, tengan la bondad de descender del avión en forma
ordenada —dice en inglés la voz del capitán.
Es repetido nuevamente, esta vez en japonés, por una delicada voz
femenina. Mi compañera de asiento se levanta, igual que yo. Es una
joven simpática y atractiva, que vuelve a su casa a visitar a sus padres
por unas semanas. Es soltera, según me ha indicado numerosas veces
durante el vuelo. Flirteé con ella, de la misma manera en que lo hago
cada vez que me siento junto a una mujer atractiva que me reconoce en
un viaje largo. Cuando llegamos a la terminal, se da vuelta y me entrega
un papel con dos números anotados.
—El primero es el número de la casa de mis padres, mientras estoy aquí
—dice, sonriéndome coqueta pero nerviosamente—. El segundo es mi
número de Nueva York. Fue fantástico conocerte.
—El placer fue mío —digo con galanura.
Da media vuelta y se va, con su pelo largo flotando detrás de ella. Me
doy cuenta, no sin mucha sorpresa, de que no puedo recordar cómo se
llama o a qué me dijo que se dedica. Cuando estoy seguro de que ya no
puede verme, pliego con cuidado el papel y lo tiro a un basurero.
Bastante pronto, estoy fuera esperando una limusina, en una fila larga
de gente. No traía ningún equipaje en el avión; tengo mudas de ropa
más informal y mis artículos de aseo en el bolso. No espero quedarme
mucho tiempo; tengo en cinco días un espectáculo en Los Angeles, como
parte de un beneficio para las víctimas del terremoto de San Francisco.
La ciudad había demostrado ser resistente a otro "de los grandes",
superando incluso las predicciones más optimistas, pero, aún así, decenas
de miles han quedado sin techo, o heridos, o muertos. Siempre hay un
precio que pagar, incluso por aquello sobre lo que uno no tiene control.
Por fin, llego al final de la fila, entrando al asiento trasero de un
brillante auto negro.
—¿No trae equipaje? —pregunta el chofer.
—No. Solo vengo por un día, más o menos —digo, recostándome contra
el asiento. En este momento no tengo ganas de que me reconozcan; no
tengo ganas de nada más que estar en mi apartamento allá en Nueva York.
Por mucho que haya aquí amigos queridos y apreciados, cada viaje es el
despertar de demasiados recuerdos.
—¿Adónde? —pregunta el chofer. Veo sus ojos lanzarme una mirada por
el espejo. Si me ha reconocido, no dice nada, por lo cual me siento
agradecido.
—Nerima —digo con voz cansada.
—¿Qué parte de Nerima? —pregunta el chofer.
Le doy la dirección, y pronto nos alejamos en silencio, dejando el
aeropuerto en la distancia. Atravesamos Tokio, por entre edificios de
vidrio y metal que parecen empinarse más alto cada vez que vengo.
Paulatinamente, los edificios caen en altura, y me encuentro fuera del
dojo Tendo. No ha cambiado desde mi última visita, cuando hice una
función aquí hace un año. No ha cambiado desde la primera vez que lo vi.
Bajo de la limosina, pagando al conductor y dándole una propina
moderadamente generosa. Me da las gracias y se va en el vehículo,
mientras camino hasta la puerta principal y toco el timbre, con mi bolso
sujeto holgadamente en una mano.
Atiende Kasumi, con su cara todavía tan bella y calma como lo era hace
diez años.
—¡Mousse! ¡Hola! —dice, radiante, con una sonrisa llena de calor y
bienvenida.
Oír mi nombre pronunciado de ese modo me trae recuerdos, como
siempre. En Estados Unidos, todos ponen enorme cuidado de pronunciar
mi nombre correctamente, por temor de que pueda ofenderme.
—Kasumi-san —digo—. Qué maravilla verte.
—¡Entra, entra! No esperábamos verte tan pronto —dice Kasumi—. Eres
tan ocupado siendo famoso y todo eso.
—Nunca tan ocupado para no ver a los viejos amigos —digo, entrando.
Kasumi me abre sus brazos y nos estrechamos durante un momento. Huele
a flor y a especias, tan distinta de las mujeres perfumadas que me besan
ligeramente en la mejilla para darme la bienvenida a sus fiestas o reuniones.
—Adentro están todos los demás —dice ella cuando nos separamos.
—¿Todos los demás? —pregunto.
—Solo la familia ahora —dice Kasumi—. Ryoga y Akari deberían llegar
hoy también. Ukyo llega más tarde, a la noche.
El pensar en mis viejos amigos me trae una sonrisa a la cara mientras
sigo a Kasumi a la sala de estar. Pero pensar en ellos trae también
recuerdos de ella, y la sonrisa se me desvanece.
Están todos reunidos en torno a Akane, por supuesto. Ella es el centro
de atención; ella y la pequeña Atsuko. Sostiene a la bebé en su regazo,
sentada en el sofá, con Ranma a su lado. El padre de Ranma se inclina
hacia la bebé haciendo arrumacos y ofreciéndole el dedo. La bebé estira
una mano, soñolienta, y la cara ancha de él se abre en una sonrisa
cuando la mano pequeña toca su gran dedo. Genma vuelve a sentarse
junto a su esposa. Soun Tendo está sentado entre su viejo amigo y el
esposo de Kasumi. Los dos hijos de Kasumi y Tofu, un niño y una niña
de cuatro y ocho años, respectivamente, están sentados en el piso a
los pies de él. Nabiki está sentada en una silla, con su elegante traje
de negocios haciéndola resaltar entre los demás, tal como estoy seguro
me hace resaltar el mío.
—¿Quién era, Kasumi? —dice Ranma, volviéndose y levantando la vista.
Sonríe cuando me ve y brinca por sobre el respaldo del sofá.
—¡Mousse! Hombre, qué bueno verte —dice, dándome un apretón de
manos y palmoteándome el hombro. No está muy distinto de sus días
cuando más joven: la misma trenza, la misma camisa roja, el mismo
Ranma.
Desde sus asientos, los demás miembros de la familia dan sus saludos.
—¿Cómo iba a faltar a este acontecimiento? —digo.
El nacimiento de un hijo es siempre motivo de celebración, pero lo es
más para Ranma y Akane. Ninguno habla del asunto, lo sé, pero he
deducido, de conversaciones con otros miembros de su familia, que han
tenido muchas dificultades en sus intentos por tener hijos. Ranma,
según entiendo, se culpaba, creyendo que su cambio de sexos inducido
por Jusenkyou tenía algo que ver, aunque todos nos curamos hace
mucho tiempo. Pero al fin lo habían conseguido, y yo estaba aquí para
compartir su dicha.
—¡Tío Mousse! —dicen los hijos de Tofu y Kasumi, saltando del piso y
viniendo a tirarme las piernas de los pantalones—. ¡Haznos una magia,
tío Mousse!
—Toshio, Ninami —dice Kasumi suavemente pero en tono reprobatorio—.
Mousse-san tuvo un largo viaje en avión y no es amable exigir cosas.
Los niños ponen cara de corregidos y se alejan de mí. Yo sonrío y bajo
la mano para desordenarle el pelo a Toshio.
—No es problema. De todos modos, desde que me levanté en la mañana
que tengo algo atorado en la manga y todavía no me lo puedo sacar.
¿Veamos qué es?
Toshio asiente con la cabeza, con su cara joven y regordeta abriéndose
en una sonrisa. Junto a él su hermana, que puedo ver será tan bella
como su madre, sonríe también.
Dejo el bolso en el piso y hurgo en mi manga, hasta sacar una colorida
bufanda de seda. Detrás de esta hay otra, estando ambas atadas. Y
tras ellas, otra, y otra. Es un truco simple, algo que puedo hacer hasta
dormido, pero nunca deja de divertir a los niños. A esa edad casi todo
es mágico, y sobre todo aquello que es verdadera magia. Ríen, y en el
extremo de la bufanda hay un ramo de flores relucientes.
—Corre a llévarselas a tu tía Akane —le digo a Ninami, dándoselas.
Ella asiente e inhala profundamente su aroma, antes de tomarlas y
presentarlas orgullosamente a Akane, que está sentada. Kasumi alza en
brazos a Toshio y camina con Ranma y conmigo hasta el lado de Akane.
Ella sostiene las flores en una mano, acunando a la bebé con el otro
brazo.
—Están bellísimas, Mousse —dice ella—. Gracias.
Me inclino y le doy un beso en la mejilla.
—Cierto. Las nuevas mamás sí se ven radiantes —le digo.
—Ranma, ¿podrías ir a buscarme algo en que ponerlas? —dice Akane.
—Claro, Akane —dice él, y va hacia la cocina.
Akane pone las flores en la mesa junto al sofá y da unas palmaditas
al asiento junto a ella. Me siento, mirándola a ella y a la bebé, que es
hermosa a la manera en que son todos los infantes: apacible e inocente.
—Tu tío Mousse ha venido a verte —dice Akane. La bebé abre los ojos y
me mira, antes de bostezar y cerrarlos de nuevo—. ¿Quieres cargarla?
—Me encantaría —digo.
Akane me pasa a la bebé con suavidad y sostengo su cuerpo medio
dormido en mis brazos. Es tan pequeña y tan perfecta.
Hay veces, en las épocas negras de mi vida, en que me he preguntado
qué habría sucedido de haber elegido yo un camino distinto en la boda.
¿Valió la pena lo que hice, eso que causó la pérdida de mis últimas
esperanzas de una vida con ella? Mirando a la niña en mis brazos, algo
me dice que así fue. Si el sacrificio de mi única esperanza de felicidad
fue el bien de tantos otros, que así sea.
—Es preciosa esta niña —digo.
—Salió a la mamá —dice Ranma, apareciendo con un jarrón lleno de
agua. Coloca las flores en el jarrón y el jarrón sobre la mesa, mientras
yo me levanto del asiento en el sofá, devolviéndole la bebé a su madre.
Ranma toma mi lugar junto a Akane, y yo miro a mi alrededor en
busca de otro asiento. El único está junto a Nabiki, y lo ocupo.
—Hola, Mousse —dice ella—. ¿Y cómo va la vida del rico y famoso mago?
—Rica y famosa —digo—. ¿Qué tal la vida de la rica, si no tan famosa,
mujer de negocios?
—Rica, al menos —dice Nabiki.
Como sus hermanas, su belleza sólo ha madurado desde que era una
adolescente. Cada vez que vengo aquí, todavía no entiendo si Nabiki
de verdad se me está insinuando, o no hace más que jugar el mismo
juego que yo juego a veces. He pensado en averiguarlo una o dos
veces, pero cada vez que lo considero, así como cuando lo considero
con cualquier otra mujer, el recuerdo de ella está allí, y aleja todo
pensamiento de mi mente. Incluso ahora, después de tantos años,
después de lo que ha pasado, no logro hallar la fuerza para traicionarla.
No la he visto en más de diez años; no sé qué aspecto tiene ahora, si
está casada, ni siquiera si está viva. Pero ella se quedó en mí como
una marca en mi carne, y nadie es amo de su propio corazón. Tal vez
fue lo mejor; si pudiéramos señalar y escoger a quién le entregamos el
corazón de la misma forma en que elegimos una prenda de ropa, el mundo
sería quizá un lugar mucho más sombrío. Incluso ahora, me doy cuenta
de que mientras miro a Nabiki Tendo, no la estoy mirando como la mujer
que es, sino cómo se compara con Shampoo. Los rostros de ambas son
hermosos, pero en la década de ausencia, el de Shampoo se ha vuelto
creo que aún más hermoso de como me parecía antes, y en ese entonces
ella brillaba para mí como el sol, cegándome a toda belleza salvo la suya.
Recuerdo su pelo, oscuro y espléndido, y fluyendo eterno como un río
en el que gustoso me ahogaría. El cabello de Nabiki es inmaculado y
brillante, enmarcando maravillosamente su cara, pero, a mis ojos, no se
compara con Shampoo.
Me doy cuenta de que llevo un rato mirándola; ella muestra una sonrisa
tenue y mueve la cabeza, sin decir nada. Si está divertida o halagada,
no lo sé. Quizá un poco de ambas cosas.
—¿Y cuánto te vas a quedar, Mousse? —pregunta Ranma. Tiene a su
hija sobre las piernas, con el brazo libre pasado por los hombros de su
esposa. Ella descansa contenta la cabeza en el hombro de él.
—No mucho —digo—. Tengo en unos días en Los Angeles el beneficio
por el terremoto de San Francisco. Creo que esta noche y la noche
siguiente. Tal vez debería buscar algún hotel...
—Ah, cómo se te ocurre. Te puedes quedar en el cuarto de invitados
—dice Ranma—. Ryoga y Akari y su hijo se van a quedar con nosotros
también.
—Bueno —digo con una sonrisa—. En todo caso, quisiera cambiarme
este traje.
—Ven —dice Ranma, pasándole la bebé a Akane y brincando del sofá—.
Te muestro donde puedes tirar tus cosas.
Me conduce escaleras arriba. El cuarto tras la puerta de madera es
simple, con una cama y mesa de noche junto a ella, un tocador, una silla.
Aún así, me da una sensación de comodidad mayor que el hotel más
fastuoso en que haya estado.
—Era el dormitorio de Nabiki —dice Ranma—. Se llevó casi todo cuando
se fue, pero es la misma cama, el mismo tocador, la misma silla.
—¿O sea que voy a dormir en la misma cama que Nabiki? —digo
distraídamente, deseando de inmediato no haberlo hecho.
Ranma muestra una sonrisa y me da una palmada en la espalda.
—Oye, ni que no hubieras podido desde hace mucho —dice—. Tú le
gustas, Mousse. Creo que eres de los pocos que le agradan. Todos
se dan cuenta.
Sonrío, avergonzado. No hay engaño ni crueldad en su rostro sincero.
Es un buen hombre, verdaderamente uno de los mejores y más amables
seres humanos que conozco, aun cuando puede ser indiscreto. Intento
reírme, pero me sale más como suspiro.
—¿Todavía pensando en ella, eh? —dice Ranma. Para alguien que en
ocasiones demuestra la sensibilidad de una piedra, Ranma puede ser
notablemente enfático a veces—. Tú sabrás, socio. Ven cuando te hayas
cambiado.
Me palmotea la espalda y se aleja por el pasillo. Avanzo hasta la cama
y me siento encima, buscando en mi bolso algo que ponerme. Cinco
minutos después, con el traje colgado escrupulosamente en la puerta de
la habitación, regreso por el pasillo en pantalones de mezclilla y una
camisa holgada, sintiéndome mucho más cómodo que antes. Alguien
abajo toca el timbre; cuando estoy de vuelta en la sala, Kasumi está
haciendo entrar a Ryoga y Akari con su hijo de cinco años. Ranma se
levanta del sofá una vez más para saludar a su amigo, y Masami se le
arroja a las piernas con un rugido.
—Caramba, aunque no conociera a este chiquillo sabría que es hijo
tuyo, Ryoga —dice Ranma.
Masami se detiene al verme; soy el único que no le resulta conocido.
Ryoga y Akari viven lejos en el campo, y no siempre están aquí cuando
vengo de visita. La última vez que los vi fue hace cuatro años, cuando
Masami tenía poco más de un año.
—¿Y tú quién eres? —me pregunta este, desconfiado.
Su madre se sonroja ante su brusquedad, pero yo sonrío. Sin duda, hijo
de su padre.
—Ese es tu tío Mousse —dice Ryoga, viniendo a palmotear la cabeza de
su hijo—. Tal vez no te acuerdes de él.
Ranma y yo estamos bastante parecidos a como éramos de adolescentes.
Ryoga también, solo que mucho más grande. Es un hombre inmenso, quizá
media cabeza más alto que yo, y una vez y media mi peso. Su esposa es
modosa y menuda, en contraste con él. Así y todo, los dos son muy
semejantes en su timidez, en su profunda y completa lealtad.
—Hola, Masami —digo, acuclillándome hasta su nivel.
—¿Practicas artes marciales como el tío Ranma? —me pregunta.
—Un poco —digo—. No soy tan bueno como él, ni como tu papá.
—¿Qué haces? —dice, limpiándose la nariz con la manga.
—Hago magia —digo.
—¿En serio? —dice, la desconfianza de su cara siendo reemplazada
instantáneamente por interés.
—Ajá —digo. Ryoga y Akari ven que su hijo está bien conmigo, y
siguen avanzando para ver a Akane y a la bebé.
—¿Me puedes mostrar una? —pregunta, con los ojos grandes.
Yo asiento con la cabeza, ya habiéndome escondido las pelotas de
malabarismo en las mangas. Saco tres y las arrojo al aire con una
mano. Parecen flotar y bailar ingrávidas, cambiando de colores desde
el rojo original, azul y verde, hasta amarillo, blanco, negro y muchos
otros colores. Más pelotas son añadidas a la mezcla, y pronto estoy
haciendo malabares con seis en una mano, frente a los ojos fijos
de él. Luego, con pequeños reventones, desaparecen en reducidas
nubes de humo de color reluciente. Cierro las manos en torno a
estas, las junto todas dentro, y cuando las vuelvo a abrir, están las
tres pelotas originales, completas e intactas.
—Guau... —dice Masami—. Qué bonito.
—¡Masami-chan! Ven a conocer a la bebé de tu tía Akane —llama la
voz de Ryoga.
—Voy, papi —dice el niño, corriendo en dirección a su padre.
El hombre grande lo alza en sus brazos y le acaricia el pelo hacia
atrás, sonriéndole a su hijo con una ternura que contradice su
apariencia intimidante. La pequeña Atsuko es la imagen de la calma,
inusitada en un bebé de solo pocos días.
Bostezo involuntariamente al volver a ocupar mi asiento junto a
Nabiki. Ella me mira.
—¿Cansado? —pregunta.
Yo indico que sí con la cabeza.
—Vuelo largo —digo—, y el cambio horario me afectó como no te
imaginas.
—¿Por qué no duermes una siesta arriba, unas horas? —dice Ranma—.
Cuando llegue Ukyo te despertamos. Ella con Kasumi y Akari van a
hacer la cena.
—Suena de maravilla —digo—. Perdón por irme a dormir tan pronto
luego de llegar, pero...
—Mousse, es fantástico que vinieras. Ve y descansa —dice Akane.
Yo asiento con la cabeza y me pongo en pie, bostezando de nuevo,
antes de despedirme de todos y subir despacio por las escaleras, con las
piernas pesadas.
Acostado completamente vestido sobre la cama, puedo oír las voces
flotando desde la sala. Las paredes y pisos aquí parecen ser
inusitadamente delgados y conducir bien el sonido de toda la casa;
tal vez Nabiki les hizo algo hace mucho tiempo.
—¿Lo viste con los niños? —dice Akane—. Sería una maravilla de papá.
—Me sorprende que aún no haya sentado cabeza —dice Nabiki—. Lo
tiene todo. Buena facha, simpatía, plata...
—Parece que le echaste el ojo, Nabiki —dice Ranma. Hay risas por eso.
Sé que no pretenden ser crueles; lo que dicen serían halagos para mí,
de estar yo ahí.
—Pobre —dice Ranma—. Tantos años y todavía suspirando por Shampoo.
—¿Cuándo se va a olvidar de ella? —dice Akane, y ahora oigo rabia en
su tono. Sé que no está dirigida a mí, al menos—. ¡Lo trataba como si
no existiera! ¿Cómo puede tenerla en el corazón todavía, después de
lo que pasó?
—Tenemos que aceptarlo tal cual es —dice Ryoga—. Es... muy difícil
superar el impulso del corazón, aun sabiendo lo equivocado que esté.
—Él es nuestro querido amigo —dice Kasumi—. Le debemos más de lo
que podríamos pagar por lo que hizo.
Me dejo llevar entonces; los murmullos de cada una de sus voces se
desvanecen poco a poco en una opacidad que se tiende sobre mí.
Cuando despierto, alguien me está sacudiendo con suavidad. Pelo
largo, negro, con dos rayas rosadas.
—Mousse-san —dice Akari con voz suave—. Ukyo llegó.
Asiento, y por instinto busco a tientas los anteojos sobre el velador.
Entonces recuerdo que ya no los necesito; no los he necesitado desde
hace ocho años, desde que el dinero que gané con mi primer gran
espectáculo me permitió pagar la avanzada cirugía láser que me libró
de esas cosas detestables para siempre.
—Gracias, Akari-san —digo, bajando las piernas de la cama y
poniéndome en pie.
Ella camina por delante de mí en el pasillo, la leve cojera de su pierna
izquierda como recordatorio permanente que lleva de aquel día. Lleva
su recordatorio en el cuerpo, mientras que yo llevo el mío en el alma.
Ukyo está en el pasillo, siendo cálidamente saludada por toda la casa.
En su abrazo con Soun, me ve bajando las escaleras detrás de Akari,
y su sonrisa hermosa, radiante, se vuelve aún más luminosa.
—Mousse, ven acá y dame un abrazo —dice, mandona.
Obedezco gustoso. Como todas ellas, no ha hecho sino volverse más
bella con el paso de los años. ¿Ha ocurrido lo mismo con Shampoo, me
pregunto. ¿Lo sabré alguna vez?
Ukyo me toma por los hombros a un brazo de distancia, estudiándome
atentamente. Como yo, mucho de su tiempo lo pasa viajando,
supervisando las franquicias de su cadena de restaurantes, que ha
empezado a florecer por todo el mundo. Cuando abrió la de Nueva York
hace tres años, yo estuve allí para celebrar su primera incursión en
los Estados Unidos, lo que aseguró muchas más cámaras de televisión
y reporteros que los que habría atraído la inauguración de una pequeña
cadena de comida rápida. La publicidad fue buena; el restaurante va
viento en popa y yo lo visito ocasionalmente. El okonomiyaki no es tan
bueno como el que prepara Ukyo, pero se le acerca bastante. La última
vez que la vi fue en mi cumpleaños número veintiséis, cuando ella estuvo
por casualidad en la ciudad inspeccionando el negocio. Pasé con ella la
mayor parte del tiempo en la fiesta, alimentando mucha especulación
por parte de la prensa de que yo, considerado uno de los hombres más
codiciados de la farándula, podía al fin estar sentando cabeza con cierta
hermosa empresaria gastronómica; se equivocaban, por supuesto,
como ha sido con todas sus especulaciones acerca de las mujeres con
que se me ha visto. Ella está siempre allí, detrás de los ojos de todas,
mofándose de mí, y esas mujeres que yo podría tener, nunca pueden,
en mi mente, estar a la altura de aquella mujer a cuya altura yo de
seguro no llego.
—Konatsu manda excusas —dice Ukyo, volviéndose hacia Ranma—. Está
viendo el arranque de la franquicia en Montreal, y le han dado muchos
problemas con la ley de idiomas.
Aunque Ukyo nunca pudo querer a Konatsu en la forma que él deseaba,
tal como Ranma nunca pudo amarla en la forma que ella quería, los dos
continuaron como socios en el negocio que construyeron juntos a partir
del primer local de Ukyo. Me pregunto si en su corazón ella siente la
misma tristeza que yo, y la misma maldición de amar a alguien que uno
nunca podrá tener. En la superficie, Ukyo es alegre y feliz, tal como era
cuando adolescente. Pero yo también lo soy en la superficie, aunque no
del mismo modo. Pero en este momento, estoy contento, de estar con
mis más antiguos amigos, reunidos una vez más para compartir la
alegría de dos personas que fueron el centro de las vidas disparatadas
que llevamos hace una década. Ranma, Ryoga y yo. Un instructor de
dojo, un criador de cerdos luchadores de sumo y un mago. ¿Nos vimos
en esto hace diez años? Lo dudo, pero nadie se ve a sí mismo como
será verdaderamente en el futuro. Pero cual fuese el futuro que viera
para mí, ella estaba siempre a mi lado, y cualquiera sea el futuro que
me haya construido parece insuficiente sin ella.
—Ay, Akane, es preciosa —dice Ukyo, acunando a la bebé en los
brazos—. Hola, Atsuko.
Ukyo le pasa la bebé a Ranma y se vuelve hacia Akari y Kasumi.
—¿Quieren empezar con la cena, chicas? —dice.
Ellas contestan una afirmativa, y las tres parten a la cocina, mientras
los demás vamos de regreso a la sala, y volvemos a tomar nuestros
asientos para charlar y recordar días pasados. Se habla de los
noviazgos, de los duelos, de las odiseas que emprendíamos por
accidente o designio del destino. Pero no se habla de la boda. Siempre,
en mi presencia, evitan escrupulosamente hablar de la boda. Los tres
niños más grandes juegan juntos sin hacer ruido, mientras la bebé es
pasada de brazos en brazos y cargada suavemente por todos mientras
hablamos. Cuando me toca a mí, Atsuko abre los ojos y me mira,
regalándome una sonrisa desdentada. Cómo una niña tan calmada
vino de la unión de su madre y su padre, creo que nunca lo sabré.
—Muy bien, todos, nos faltan manos que ayuden a llevar la cena afuera
—dice Ukyo desde la cocina.
Ranma, Ryoga y yo nos ponemos de pie y entramos, ayudando a sacar
los cuencos de comida hasta la mesa del patio, donde cenaremos esta
noche. La comida huele mejor que cualquier cosa que haya probado en
un restaurante desde la última vez que comí con los Tendo. Todos nos
estamos instalando en la mesa aglomerada, cuando Kasumi se pone de
pronto una mano en la mejilla.
—¡Ah! Dejé el vino en la cocina —dice.
—Permíteme —digo, levantándome del asiento para volver adentro, a
la cocina.
Cuando estoy a punto de entrar, oigo llamar a la puerta. No tengo
idea de quién puede ser; estamos todos. Extrañado, voy hasta esta y
la abro.
—¿Sí? ¿En qué puedo...? —empiezo, pero las palabras mueren en
mi garganta ante la vista de la mujer que está en el umbral, una mujer
a quien en el corazón he anhelado volver a ver, pero jamás esperado en
la mente volver a encontrar.
Shampoo está de pie allí, sujetando en las manos un envoltorio
pequeño delante de ella, como a modo de escudo. No está como la
había imaginado; la realidad es aún más hermosa que nada que pudiera
imaginar. Siento impulsos conocidos elevárseme por dentro, los
impulsos que tuve que combatir hace tanto tiempo para hacer lo que
hice. Deseo tanto arrojarme a sus pies y rogar que me perdone por lo
que hice, aun cuando me han dicho tantos y tantas veces que fue ella
quien tuvo la culpa. Porque ¿cómo podría ella obrar mal?
Los recuerdos, recuerdos enterrados hace mucho, de un día esplendoroso
de verano, vuelven a mí. Por fin hemos regresado, Ranma, Ryoga y yo,
de nuestro viaje a China. Estamos completos de nuevo, hombres ya sin
la maldición de cuerpos más allá de nuestro control. Conmigo, traigo
la promesa de un mañana nuevo para Shampoo y para mí, el regalo que
sé me traerá su amor. Es una cosa tan pequeña, y aun así tan preciosa;
un frasco diminuto de agua de la Nyannichuan, el veneno en la existencia
de Ranma, pero la salvación de Shampoo de ese otro cuerpo causado
por el hechizo. Ranma lleva el agua de la Nannichuan para su padre, y
nos ha hablado a Ryoga y a mí de que ahora puede casarse con Akane
como un hombre completo. Nos hemos hecho unidos, los tres, en nuestro
viaje.
Esa noche, vuelvo al Nekohanten y me pongo ante Shampoo.
—Tengo algo para ti —digo.
—¿Que regalo tonto traes a Shampoo ahora? —dice ella con voz aburrida.
Yo destapo el agua sin una palabra y se la echo. Ella escupe airadamente
y me da una cachetada, antes de levantar con estupor la mano todavía
humana frente a su cara.
—Mousse... —dice—. Aiya.
—Todo está bien, querida mía —digo—. Ahora podemos casarnos como
un hombre entero y una mujer entera.
—Yo no caso contigo, Mousse —dice Shampoo—. Ahora que Shampoo ya
no gato, Ranma no tiene más miedo. Shampoo casa con Ranma ahora.
—Shampoo... —digo, con el dolor atravesándome el alma como una aguja.
—Gracias, Mousse —dice Shampoo.
Se apresura en entrar a la cocina para contarle a Cologne, para
compartir su alegría con su bisabuela. Yo me alejo del restaurante en
silencio, hacia las calles, llorando lágrimas amargas, sin importarme
mi debilidad. Todo había sido por nada; yo no había enfrentado ese
peligroso viaje a través de China hasta Jusenkyou por mí, sino por
ella y nuestra felicidad. Y ahora me ha arrojado a la cara todo lo
que he hecho.
Akane me encontró tirado en el antejardín de la casa Tendo a la mañana
siguiente, encogido en el suelo. Todavía no sé cómo llegué hasta allí,
o por qué. Me despertó sacudiéndome, con preocupación en los ojos,
preguntándome qué pasaba. Balbuceé algo y me puse en pie, tratando
de olvidar lo agarrotado de mi cuerpo, y volví al Nekohanten. Allí
trabajé como si no hubiera pasado nada, sin tomar en cuanta cada
vez que Shampoo partía en otro intento por seducir a Ranma. Nada
me importaba entonces.
Luego vino la invitación, solo para mí, entregada por Ranma al ir yo
camino del mercado. Su boda era en dos días. Desprovisto de
emociones, me preparé y me escabullí temprano esa mañana, antes
de que Cologne y Shampoo despertaran. Pasando junto al restaurante
de Ukyo, la vi por la ventana, llorando con la cabeza apoyada en los
brazos, en una de las mesas. Entré, al encontrar la puerta abierta, y
me senté junto a ella, y consolé lo mejor que pude a una muchacha
a quien conocía poco. Caminamos juntos hasta la casa Saotome
cuando llegó la hora. La boda se celebraría allí. Había poca gente que
yo conociera, aparte de los Tendo, Ukyo, Ryoga y Akari. Celebraron
la boda en el dojo, no teniendo otro lugar donde hacerlo. Ranma en
su esmoquin y Akane, radiante en su vestido, estaban de pie ante el
sacerdote haciendo sus votos cuando la pared del dojo estalló.
Eran Cologne y Shampoo, y los hermanos Kuno, junto con Happosai.
Puedo imaginar cómo reclutó Cologne a Kuno; lo más probable es
que le haya prometido entregarle a Akane y a su "diosa de la trenza"
una vez que Ranma estuviera en China con ella y Shampoo. Kodachi
me parecía demasiado complicada para saber, pero quizá la
desesperación la llevó a hacerlo. Cologne, descubrí después, había
reclutado a Happosai permitiéndole unos minutos a solas con
Shampoo, que había accedido a dejarlo hacer cuanto él quisiera,
dentro los límites. Que Shampoo se sometiera a su tacto por Ranma,
pero no al mío por mi amor, lo encuentro casi inconcebible, pero
creo que es cierto.
La boda fue un caos; invitados huyendo por doquier, Cologne y
Happosai arrojando descargas de ki y explosivos como desquiciados.
Ranma, encolerizado, combatía a Cologne mientras Ryoga se
encargaba de Happosai. Genma y Soun, furiosos ante otra boda
interrumpida, se pusieron a aporrear a Tatewaki Kuno repetidamente
por el salón. Kodachi se abalanzó contra Akane, pero fue interceptada
por Ukyo. En la confusión, creo que todos se olvidaron de Shampoo.
Ranma había saltado a luchar contra Cologne, dejando el lado de
Akane. Aturdido, yo miro el entorno. Shampoo está ante la caída Akane,
con un bonbori sujeto en cada mano, levantándolos por sobre la cabeza,
y el odio por lo que ve ante ella le retuerce la cara en una fealdad que
nunca antes he visto allí. Puedo ver que no hay nadie que pueda
detenerla, pero no puedo entrar en acción. Es como si observara no
como participante, sino como espectador.
Akari está de pronto junto a ellas, sujetando el brazo de Shampoo
sin ningún tipo de destreza o fuerza, pero con una fiera decisión y
valentía. Shampoo le destroza la rodilla con una patada, y el grito de
Akari parece un cuchillo que me corta el corazón.
Los gritos de Akari causan que Ryoga mire desde donde está luchando
contra Happosai en una situación bastante pareja. Una descarga del
viejo lo envía rodando al suelo. Shampoo, distraída por Akari, que yace
casi lisiada en el suelo junto a Akane, levanta su bonbori para el golpe
que acabará la vida de su rival.
—¡NO! —dice Akari por entre el dolor y las lágrimas, haciendo un
esfuerzo y poniéndose encima de la semiconsciente Akane—. ¡Me
tendrás que matar a mí primero!
—Muy bien —dice Shampoo—. Muere también, tonta del cerdo.
Y entonces me estoy moviendo, mi parálisis rota, moviéndome más
rápido de lo que nunca me he movido en mi vida. Puedo ver a Ranma
luchando desesperadamente contra Cologne, tratando de abrirse
camino hasta Akane. Happosai se ha distraído con las invitadas a la
boda, mientras en las cercanías Soun y Genma se turnan para vapulear
a Kuno de ida y vuelta entre ellos. Ukyo está envolviendo a Kodachi
con una de sus propias cintas. Nadie más que yo puede detener esto;
debo hacer lo que me es más atroz en el mundo. Debo levantar la
mano contra mi único amor, para que dos vidas puedan salvarse. En
este momento, puedo ver en lo que ella se ha convertido, lo que su
obsesión por Ranma la ha llevado a ser, y yo aborrezco y desprecio lo
que eso es, pero no puedo aborrecerla y despreciarla a ella; no, eso
jamás podría.
Me lanzo contra Shampoo desde el costado, derribándola y haciéndola
rodar por el suelo y alejarse de Akane y Akari. Rodamos juntos en el
piso, sus armas golpeando contra mí mientras grita de furia. Me
levanto, esquivando apenas un golpe que rompe en astillas de madera
una mesa cercana.
—¡MALDITO SEAS MOUSSE! —me grita en chino—. ¡MALDITO SEAS A
MIL INFIERNOS! ¡NINGÚN HOMBRE ES MÁS REPUGNANTE A MIS OJOS
QUE TÚ!
Yo no respondo, pero siento las lágrimas comenzar a resbalar por mi
cara al oír sus palabras. Adopto una postura de pelea, extrayendo de
las mangas el arma menos letal que tengo, una vara larga calzada con
hierro en las puntas.
Ella me ataca, pero es como si se moviera en cámara lenta. Veo toda
la torpeza de su técnica, cómo ha dejado a la furia y al odio consumir
y destruir su destreza, y destruir por ahora a la mujer que amo.
La vara sube una vez, para golpearle seca y fuertemente las muñecas
cuando ella lanza su ataque. Grita de dolor y suelta el bonbori, pero
se recupera rápidamente y abanica con el otro en un golpe que tiene la
total intención de destrozarme la cabeza y dejarme muerto en el suelo.
Lo esquivo y hace pedazos el piso del dojo, destruyendo la madera
pulida y lacada. Doy con la vara contra una mano de Shampoo y ella
suelta el otro bonbori. Una patada mía envía este rodando por el piso,
lejos del alcance de ella. Devuelvo la vara a mi manga y adopto una
postura de combate sin armas.
—Shampoo —digo en voz queda—. No tiene por qué terminar así.
Ella salta hacia mí, con las manos dobladas como garras, ya no una
guerrera, sino una simple muchacha consumida por el odio y los celos.
Un golpe de puño a la quijada la envía tambaleando inconsciente al
suelo. No quiero más que caer de rodillas y llorar por lo que he hecho,
pero no puedo hacer eso. ¿Y si Cologne ha conseguido vencer a
Ranma en el tiempo que yo he ocupado con Shampoo? Ella no vacilará
en matar a Akane en un instante.
Miro hacia atrás; no necesito preocuparme. Ranma, con su aura de
combate llameando en torno a él como una corona de luz, termina
estrellando a Cologne contra la pared del dojo con una ráfaga de
patadas más rápidas de lo que el ojo puede captar. Toma el bastón de
la vieja y se lo rompe en la cabeza de un solo movimiento. Cologne
queda inmóvil; Ranma se apresura hasta el lado de Akane.
—¡AKANE! —grita—. ¿ESTÁS BIEN?
—Sí, Ranma —dice ella—. Estoy bien. Pero Akari está malherida.
—Shampoo... —gruñe Ranma, irguiéndose. Se para mirándola allí
donde ella yace caída a mis pies, y da la impresión que va a romper
todo código de honor y matar a un enemigo inconsciente. Me pongo
delante de él.
—Por favor, Ranma —digo, sabiendo que puede vencerme antes de
que pueda ni pestañear—. No fue su intención...
—¡CÓMO LA PUEDES DEFENDER! —me grita Ranma en la cara—.
DESPUÉS DE LO QUE HIZO, ¿CÓMO ES POSIBLE QUE LA DEFIENDAS?
—La amo —digo en voz baja.
—¿CÓMO PODRÍA AMARLA ALGUIEN? ¡ESTUVO A PUNTO DE MATAR A
DOS PERSONAS! —brama. Parece estar a segundos de golpearme.
—Cologne le llenó la mente con esas ideas... Esta no es la Shampoo
que conozco —digo.
—¡LA SHAMPOO QUE TÚ CONOCES NO EXISTE! —grita Ranma—.
¡CARAJO, MOUSSE, ELLA NO MERECE AMOR!
Oigo un sollozo detrás mío. Shampoo está despierta ahora, y sé que
oyó cada palabra que Ranma ha dicho.
—Ranma... —dice ella, con el llanto ahogándole el habla—. Lamento
tanto...
—Sal de mi vista —dice Ranma, asco y desprecio en la voz—. No te
quiero volver a ver jamás.
Cologne aparece, y presiona un punto en el cuello de él, haciéndole
quedar inconsciente y exangüe, desplomándose hacia adelante. Lo
sujeto, y su cuerpo impide que ella me haga lo mismo a mí. Me alejo
con dificultad, levantándolo por los brazos.
—Entrégamelo, Mousse —dice Cologne—. Es el esposo de Shampoo.
—Es esposo de quien él escoja —digo, sabiendo que lo más probable
es que pronto estaré muerto—. Toma a Shampoo y vete, Cologne.
Vuelve a China.
—Hombre débil e insensato —dice Cologne, su voz rezumando desdén—.
¿Crees poder ordenar a una matriarca de las Amazonas cambiar de
sitio como un mueble?
—Fuera de aquí, Cologne —dice una voz detrás de nosotros. Happosai
está de pie allí—. Me engañaste. No hablaste de matar a nadie. No voy
a participar en esto.
—Entonces no lo hagas —dice Cologne—. Ve a robar calzones, viejo
imbécil.
—¿Dónde está la Cologne que conocí? —dice Happosai.
—Se fue hace mucho, y para mejor —dice Cologne.
—Váyanse de mi casa —dice Soun Tendo, con la voz temblorosa de
miedo, pero llena también de decisión. Genma está a su lado, con la
mandíbula apretada y los ojos entornados. Ryoga se levanta
tambaleante, sobándose la cabeza. Ukyo, con su espátula presta.
—No puedes pelear contra todos nosotros, Cologne-chan —dice
Happosai—. Vete, Cologne. Vete y no vuelvas. No vamos a aceptar
más dolor causado por ti.
—No me digas así —sibila Cologne.
Shampoo se pone débilmente en pie.
—Bisabuela —dice—. Estamos vencidas. Vámonos.
—¿Vas a dejar a tu esposo? —cuchichea Cologne, rabiosa—. ¿Acaso
no te he enseñado nada?
—Él no es esposo de Shampoo —dice Shampoo. Se vuelve a mirarme—.
Mousse... tú venciste a Shampoo... Tú...
—Vete, Shampoo —digo—. Sal de aquí.
Cologne camina de regreso al boquete por donde entró. Shampoo sigue
fatigosamente a su bisabuela, con los hombros hundidos de derrota.
Cologne se vuelve a mirarme, y me señala con un dedo.
—Mousse de la tribu Amazona —dice—. Ya no eres un amazón. Ya no
eres bienvenido en nuestra aldea. Ya no tienes pueblo, ni familia. Tus
padres ya no tienen un hijo; tus hermanos ya no tienen un hermano.
Miro a Cologne, pero no digo nada. Ella se da media vuelta y se
marcha, Shampoo con ella. Esa fue la última vez que volvería a ver a
ninguna de ellas hasta este día, cuando Shampoo llegó a la puerta de
la casa de aquellos que se convirtieron en mi familia.
Ahora que vuelvo a mirarla, veo que no está del todo como había
imaginado. No había pensado que tendría esa cicatriz en la frente,
que no puede ser escondida ni siquiera por su pelo, que todavía es
de ese inigualable color lustroso, con todos los azules del mar y del
cielo en él. No esperaba que tuviera estos ojos perseguidos.
—Mousse —dice Shampoo en chino—. Te... Te ves tan apuesto.
Quiero decir lo bella que está, gritárselo al mundo, llorar de alegría
por su llegada. Entonces recuerdo a la gente detrás de mí, a mis más
queridos amigos en el mundo. Dos de esos amigos casi perdieron la
vida, y otros dos casi perdieron a sus amadas, y todos casi perdimos
a la niña que es, lo veo ahora, la razón por la que todo lo que hice
valió la pena. La pequeña Atsuko es la hija que nunca tendré, pero,
en cierto modo, fui responsable de su existencia en este mundo.
—Creo que mejor te vas —digo en cambio—. Vuelve con tu tribu y
con Cologne.
—No... No puedo —dice, todavía hablando en chino. ¿Cuánto ha pasado
desde la última vez que oyó o habló japonés? Yo lo hablo a menudo,
junto con varios idiomas que domino moderadamente—. Mi bisabuela
murió. Yo ya no soy miembro de la tribu amazona.
—Yo no he sido miembro desde hace diez años —digo.
Me doy cuenta de que he ensayado estas conversaciones, para cuando
por fin volviera a encontrarla, mil veces en la cabeza, pero que en
ninguna de ellas yo le hablaba así. Viéndola ante mí ahora, perdida y
quebrantada como yo lo estuve, me doy cuenta de que no es una diosa;
es un ser humano como yo, con todos los defectos y bellezas que eso
conlleva. Me doy cuenta de que Ranma tenía razón; la Shampoo que
yo conozco, o que creí conocer, ya no existe. Quizá nunca existió,
salvo en mi propio corazón.
—Hubo un golpe de gobierno —dice—. La antigua guardia del consejo
y sus partidarios fueron destruidos. A los que aceptaron cambiar de
bando se les perdonó la vida; como heredera del cargo de mi bisabuela,
se me dio la elección de irme o ser ejecutada.
—¿Hace cuánto fue eso? —pregunto.
—Dos años —dice Shampoo—. Supe de la hija de Ranma y Akane. Con
los años he tenido tiempo para pensar, y...
—Mousse, ¿quién es? —dice Kasumi—. Hace rato que estás afuera.
Me vuelvo para ver a Kasumi, que parece paralizada detrás de mí,
con la cara fija en una expresión neutra y hermética.
—Perdón, Kasumi. Vuelvo en unos minutos —digo. Salgo de la casa
y cierro la puerta por fuera.
—Quería decirles —dice Shampoo— que lo lamentaba. Que lo que hice
no fueron las acciones de una guerrera honorable. Pero no podía reunir
el valor, hasta ahora. Me... Todo está aquí.
Me pone el envoltorio en los brazos.
—Por favor dale eso a Ranma y Akane. Yo... Yo no puedo mirarlos a la
cara. Les he hecho tanto daño, a todos ustedes. Y te hecho daño a ti
más que a nadie. Yo solamente iba a dejarlo en la puerta, pero
entonces te vi por la ventana, y...
—Shampoo... —digo—. Es... sólo vine aquí hasta pasado mañana.
Puedo darte dinero para un hotel y...
—Mousse, Mousse. Querido Mousse —dice ella con los ojos vidriosos—.
¿Cuánto llevas creyendo que todo fue porque no eras digno de mí? La
verdad es que yo nunca fui digna de ti. ¿Cuánto llevas sin amor,
aferrándote a la imagen de una mujer que creaste con todo lo que
es bueno en mí, dejando fuera tanto que es malo?
—Shampoo, yo te amo. Siempre te he am...
—Tú no me amas a mí, Mousse. Amas a quien crees que soy —dice ella
tristemente—. Ojalá fuera la mujer que amas, Mousse. Pero no lo soy,
y ya no lo puedo ser nunca. He hecho demasiado mal.
—Nunca es tarde para perdonar —digo—. Yo te perdono, Shampoo.
Ranma y los demás te perdonarán. Fue Cologne la que te llevó por un
mal camino...
—Mousse, ¿cuándo vas a dejar de culpar a otros por lo que es culpa
mía? Te culpas a ti mismo y a Ranma de que yo no te quisiera. Culpas
a mi bisabuela por aquello en lo que me convertí. Pero yo me dejé
convertir en eso; ella no me obligó —dice Shampoo.
—Pero yo te perdono —digo—. Tú puedes cambiar.
Shampoo niega con la cabeza:
—Pero yo no puedo perdonarme. Hasta el día en que pueda, tengo que
irme. Tal vez un día nos volvamos a encontrar.
—Lo esperaré —prometo—. Lo esperaré cuanto sea necesario.
—Mousse, quiero que me prometas algo —dice Shampoo.
—Lo que sea, lo que sea —digo. El corazón se me llena de alegría;
puedo complacerla. Puedo hacer algo por ella.
—Prométeme que no vas a evitar ninguna oportunidad de ser feliz
por causa de esa sombra mía que guardas dentro —dice—. No te
niegues una oportunidad de amar.
—Yo no tengo amor más que para ti —digo.
—¿Porque soy la única que lo merece, o porque no dejas que la haya?
—dice Shampoo.
Sé la respuesta; llevo años sabiéndola. Pero oírla de ella me permite
de algún modo más libertad de la que he sentido en diez largos años.
Soy libre ahora, me doy cuenta. Ya no llevo por dentro la sombra de
ella, porque la verdadera ella ante mí ha conjurado su presencia para
siempre.
—Ahora tengo que irme, Mousse —dice Shampoo.
—¿Adónde? —digo—. ¿Cómo te ganas la vida?
—En este mundo siempre hay lugar para los que saben pelear —dice—.
Las armas eran distintas de las que conocía, pero he aprendido rápido.
Trato de pensar alguna respuesta. Podría ofrecerle dinero, decir que
podría mantenerla, pero sé que lo rechazaría.
—Adiós, Mousse —dice.
Estira los brazos y me envuelve con ellos la cintura, descansando
contra mí mientras yo le echo los brazos al cuello y la abrazo fuerte.
¿Qué dolores ha sufrido en estos diez años? ¿Qué pesares, qué
tragedias? Tal vez un día lo sepa.
Por último, me suelta.
—Acuérdate de tu promesa. Encuentra toda la felicidad que te mereces
en este mundo.
Y entonces se va, corriendo calle abajo, pelo largo ondeando detrás de
ella. Se va de mi vida una vez más, pero esta vez me quedo con algo
de alegría que reemplace el dolor que sentí hace diez años, cuando
salió de mi vida. Dentro de la casa están aquellos a quienes llamo
familia en todo sentido de la palabra salvo uno. Mis hermanos, mis
hermanas, sus hijos. Todos los que me han dado su amistad y amor
a través de los años. Dentro del envoltorio está la disculpa de
Shampoo; no sé qué es. Siento como si un peso enorme se hubiera
levantado de mí.
Giro la perilla de la puerta y entro, y me dirijo al comedor, donde mi
familia me espera.
FIN
~ o ~
Ni, por ventura,
De no instruírseme, sufriré más
El que mi ánimo afable decaiga:
Pues estás conmigo, aquí, en la margen
De este río bello; tú, mi más querida Amiga.
Mi querida, querida Amiga, oigo en tu voz
El idioma de mi alma que fue, y leo
Mis pasados goces en la luz punzante
De tus ojos feroces. ¡Oh, un momento más,
Déjame ver en ti lo que una vez fui,
Mi querida, querida Hermana! Y hago este ruego,
Sabiendo que Natura jamás traicionó
Al corazón que la amó; es su privilegio,
En los años de esta nuestra vida, llevar
De dicha en dicha: que cuánto puede instruir
A la mente interior, cuánto asombrar
Con silencio y primor, y cuánto nutrir
Con ideas sublimes, que ni la maledicencia,
Ni juicios de arrebato, ni desdén de egoístas,
Ni los saludos yermos de agrado, ni todo
El roce triste del día tras día,
Reinarán jamás sobre nosotros, o turbarán
Nuestra alegre fe de que todo cuanto nos rodea
Está lleno de bendiciones.
William Wordsworth, Versos compuestos unas millas más allá de la
Abadía Tintern.
