CAPÍTULO 12

—¡LO SIENTO, LO SIENTO, LO SIENTO, LO SIENTO, LO SIENTO! —se disculpaba la mujer. Lo hacía sin cesar. No había sido su intención.

—¡No, Haruko! No te preocupes. Nosotros no debimos —le respondió el pelirrojo completamente ruborizado.

Rukawa sólo observaba.

Esa era la tercera vez, en los seis meses que llevaban de vivir juntos, que Haruko entraba a la cocina sin querer mientras Kaede y Hanamichi se "demostraban su amor" sobre el lavaplatos.

Cuando eso sucedía, Haruko se apenaba tanto que se encerraba en su habitación o inventaba alguna salida.

Y no se le volvía a ver en el resto del día.

—Es la tercera vez —dijo Rukawa después de que Haruko se marchara. Esta vez, la excusa fue una visita a su hermano y su cuñada, que vivían en la misma casa que ella antes de que Rukawa les pidiera vivir todos en la misma residencia.

—Fue nuestra culpa —respondió el pelirrojo caminando por la sala de estar. Kaede lo miraba—. Nosotros prometimos reservarnos y sólo hacerlo en el dormitorio.

Kaede reconoció que era la verdad.

Cuando consiguieron la enorme casa con habitaciones de sobra, la única regla entre ellos había sido que las escenas no aptas para los niños, como Haruko las había llamado, deberían ser permitidas sólo dentro de los dormitorios correspondientes.

—Haruko ha cumplido su parte del trato —reconoció Hanamichi.

—Porque no ha conocido a nadie con quien romper las reglas —murmuró Kaede. Rió imperceptiblemente.

Si bien había aprendido a tolerar a Haruko, y hasta la consideraba como una hermana menor, no era santa de su devoción. Era como su hermana molesta.

—Como sea —continuó Hanamichi—. O aprendemos a controlarnos o conseguimos un novio para Haruko.

Hanamichi se detuvo ante su propio comentario. Kaede tomaba muy en serio todo lo que él decía.

—¿Qué te parece Hideoki? —preguntó Kaede con gesto pensativo— Es un hombre serio. No está casado. Yo pienso que sería bueno.

—¡No era en serio eso de conseguirle novio, Kaede! —exclamó el pelirrojo— Nosotros debemos aprender a controlarnos... Además Hideoki tiene veintisiete años.

—¿Y eso qué?

—Es como diez años menor. Y aún le gustan los videojuegos.

—¿Y qué tal Nobunaga?

—Está casado.

—¿Mitsui sigue en Japón?

—Está saliendo con Kogure.

—Miyagi se casó con Ayako, ¿cierto?

—Sí.

—¿El capitán Akagi estará saliendo con alguien?

—¡Akagi es su hermano!

Hanamichi se había desesperado. Al parecer, Rukawa haría lo posible por buscarle un novio a Haruko.

—¡No vamos a buscarle novio a Haruko! —gritó el pelirrojo, y un grito interrumpió su rabieta.

—¡Ya llegamos!

Era Hitomi. Ella y Tomoya regresaban de la escuela.

—Hablaremos más tarde —murmuró el pelirrojo mirando a su pareja.

oooooooooo

El domingo era algo así como el día familiar.

Todos despertaban después de las ocho de la mañana.

Era el único día que Hitomi y Tomoya preparaban el desayuno para sus padres. Después, salían a caminar al parque o al centro comercial y comían fuera.

Por la tarde, Tomoya invitaba a Hitomi a algún sitio. Haruko ordenaba la casa. Y Hanamichi y Kaede hacían las compras de la semana.

Desde un par de meses atrás, habían adoptado la costumbre de jugar básquetbol en una cancha cercana a la casa. El equipo ganador siempre era el de Rukawa.

Y justo ese domingo tenían planeado hacer lo mismo que siempre.

Haruko fue la primera en despertar. Abrió su ventana y miró la hermosa mañana que lucía. Hacía mucho calor. Era el mes de mayo.

Como una ráfaga, recordó que el cumpleaños de Hitomi sería dos semanas después. Pensó que, si Hanamichi y Kaede se habían esforzado tanto en una fiesta divertida para el cumpleaños de Tomoya, cuatro meses atrás, ella quería hacer algo lindo por Hitomi. Así que bajó a la cocina metida en sus pensamientos.

Se sirvió una taza de café y esperó a que los demás despertaran. Y Hitomi fue la segunda.

—Buenos días, Haruko-san —sonrió la muchacha. Aún vestía la ropa de dormir. Ni Haruko ni Kaede ni Hanamichi lo sabían, pero ella se cambiaba hasta que Tomoya despertaba y la veía. Una noche, él le había confesado que le encantaba verla con ropa de dormir, y desde ese día Hitomi le daba gusto.

—Hola, Hitomi-chan. ¿Dormiste bien?

—De maravilla.

Hitomi hurgó entre la alacena y los gabinetes dándose una idea de lo que esa mañana prepararían ella y su novio.

—Hitomi-chan... Estaba pensando en que tu cumpleaños está cerca.

—Sí, Haruko-san —sonrió la aludida, como sintiéndose orgullosa—. Cumpliré diecisiete.

—¿Te gustaría que hiciéramos algo especial?

—Mmmm... Papá me ha preguntado lo mismo. No sé qué me gustaría y le prometí que lo pensaría.

—¡BUENOS DÍAS! —escucharon a Tomoya. A veces era más escandaloso que Hanamichi— Qué hermosa visión encontrarme con las dos mujeres que más quiero en el mundo —sonrió el muchacho besando a su madre en la mejilla. Hubiera querido hacer lo mismo con Hitomi, pero sabía que sería motivo de desconfianza.

Los dos jóvenes empezaron a preparar el desayuno.

Haruko se disculpó y subió a cambiarse de ropa.

Hitomi y Tomoya estuvieron solos menos de diez minutos porque Hanamichi y Kaede bajaron listos para desayunar muy rápido. No lo admitirían, pero ninguno de los dos quería dejar que Hitomi y Tomoya estuvieran a solas mucho tiempo. Ambos desconfiaban de las hormonas de dos chicos muy responsables. No querían arriesgarlos a un futuro como el de Haruko. Ella misma estaba de acuerdo con ellos, y ayudaba eficientemente en la tarea de mantenerlos vigilados.

Una vez terminado el desayuno, Hitomi y Tomoya se excusaron y se dirigieron a cambiarse. Era el día familiar e irían al parque todos juntos.

—¿Recuerdan a Sato Takeshi? —preguntó Kaede encendiendo la televisión. Quiso parecer casual y sintonizó el canal de las caricaturas matutinas. Lo cierto era que toda la noche había estado buscando entre sus conocidos a uno apto para conquistar a Haruko. Y Takeshi Sato le había parecido ideal. Después de todo, tenía cuarenta años, estaba divorciado y era uno de los abastecedores de sus tiendas deportivas.

—¿Sato? —murmuró Haruko.

—¿Sato? —Hanamichi hizo eco. Sabía las intenciones de Kaede y no le gustaron.

—Esta semana me llamó. Dijo algo de una promoción de la fábrica, y que quería hablar con nosotros acerca de ampliar las cantidades distribuidas en nuestras sucursales.

Hanamichi iba a desmentirlo, pero él mismo escuchó la llamada entera. Lo de la promoción era cierto, y lo de las intenciones de Sato también.

—Pienso que podríamos invitarlo a cenar. Así Hitomi y Tomoya también empezarán a involucrarse en estas cosas, ¿no?

Hanamichi no contestó.

—Y creo que tú también deberías estar al tanto de estas cosas, Haruko.

La aludida se sorprendió. Hanamichi en alguna ocasión le había ofrecido un empleo alto en la administración de la cadena. Pero ella había declinado la oferta.

Haruko lo pensó. Se sentía mal de que no la dejaran trabajar. Hanamichi le había ofrecido empleos sólo porque no quería que se aburriera, nunca para colaborar con el gasto familiar. Si empezaba a involucrarse en los asuntos de las tiendas, al menos podría ayudar cuando Hanamichi o Kaede no pudieran hacerlo.

—Sería una buena idea, Kaede —dijo ella.

En ese momento Hitomi bajó, seguida de Tomoya.

—¿Vamos al parque? —preguntó Hanamichi. Se estaba desesperando con la idea de Kaede.

—Subiré por mi bolso —dijo Haruko.

El pelirrojo iba a reclamar, pero la presencia de Hitomi y Tomoya lo detuvo.

En ese momento, el timbre de la puerta sonó.

—¡Yo abro! —se ofreció Hitomi, y Tomoya la siguió.

Escuchó que sus padres murmuraban algo pero no les dio importancia. Se acercó a la puerta y sintió a Tomoya tras ella. Cuando abrió, se topó con un hombre un poco más alto que Haruko, de ojos oscuros y cabello negro, peinado hacia atrás.

—¡TÍO YOUHEI! —gritó abrazándolo.

Tomoya no lo reconoció, pero el grito de Hitomi llamó la atención de Hanamichi y Kaede, que se dirigieron a la entrada de inmediato.

—¿Qué sucede, Hitomi? —preguntó Kaede, mirando a su hija abrazando a ese hombre con cariño, y el hombre le correspondía el abrazo.

Volteó a ver a Hanamichi, pero lo notó con los ojos bien abiertos. Entonces comprendió que el pelirrojo le explicaría lo que sucedía.

—¿Cómo estás, pequeña? —dijo el hombre mirando a Hitomi con una sonrisa casi fraternal— Creo que no es necesario preguntarlo: la última vez que te vi apenas alcanzabas la mesa del comedor, y ahora estás casi tan alta como yo. Y estás preciosa también.

La chica sonrió y volvió a abrazar al hombre.

Cuando se hubo separado nuevamente, se dirigió a sus padres:

—¡Papá, papá! ¿Ya vieron? ¡Es el tío Youhei!

Entonces Kaede reconoció al hombre: era Youhei Mito, el mejor amigo de Hanamichi. La última vez que lo habían visto fue cuando Hitomi tenía ocho años.

Kaede no era un ser sociable. Y nunca le simpatizaron los amigos de su pelirrojo. Pero Youhei... Youhei no era un bocafloja como los demás. Youhei era el amigo confiable que siempre estaba ahí, tendiendo una mano. Incluso fue Youhei quien apoyó a Hanamichi cuando ellos empezaron su relación.

Y qué decir de lo que tenía con Hitomi...

Youhei no se había casado ni tenía novia. Tuvo sólo una en la preparatoria, pero terminó con ella en cuanto Haruko mandó al diablo al pelirrojo.

Cuando Hitomi cumplió ocho años, Youhei se marchó a vivir a Osaka, con una oferta de trabajo muy prometedora.

Y desde entonces no lo habían vuelto a ver.

—¡YOUHEI! —Hanamichi corrió a abrazar a su amigo. Lo levantó del suelo sin querer.

—¡A mí también me alegra verte, Hana!

Ambos reían y se abrazaban emocionados.

—Hola —Rukawa extendió la mano.

—Hola, Rukawa —respondió Youhei, respondiendo al gesto.

Kaede le estaba profundamente agradecido. Siempre supo que, si Youhei no lo hubiera apoyado, Hanamichi no habría tenido el valor de amarlo como lo amaba.

—Ya estoy lista —anunció Haruko, descendiendo por las escaleras con su bolso en las manos.

Al levantar la vista se encontró con Youhei Mito, su antiguo compañero... Y sintió una punzada en el pecho.

—Hola, Haruko-chan —dijo el hombre. Le sonrió como sólo él lo hacía.

—Hola, Youhei...

Haruko no supo qué hacer. Sus piernas respondieron poco a poco y se acercó al grupo. Iba a decir algo, pero la voz de Hitomi la interrumpió.

—Él es mi tío Youhei, Tomoya.

—Mi nombre es Akagi Tomoya, mucho gusto.

Mito escuchó con atención y el apellido lo hizo imaginar cosas.

—¿Akagi? —repitió incrédulo— ¿Eres hijo el capitán Gorila?

—¿De quién? —el muchacho se sorprendió.

—Es mi hijo, Youhei —interrumpió Haruko.

Mito sintió una punzada en el pecho.

—¿Hijo de Haruko? —se dirigió al pelirrojo. Sólo Hanamichi le explicaría con paciencia y lujo de detalles.

—Es una larga historia, amigo. ¿Quieres pasar?

El recién llegado tomó su equipaje y se introdujo a la residencia. Tenía mucho qué hacer en el tiempo que estuviera en Kanagawa.

CONTINUARÁ...