CAPÍTULO 13

El hombre bostezó por enésima vez, contemplando el techo blanco de la habitación que sería suya durante los próximos dos meses. Ese era el tiempo que pasaría en Kanagawa. Había vuelto porque la firma de abogados a la que pertenecía había decidido que era muy bueno, pero que no había descansado en cuatro años, y que ya era justo que tomara unas vacaciones. Así que tenía dos largos meses para descansar. Lo primero que pensó fue en hospedarse en un hotel y visitar a Hanamichi la semana siguiente, pero en las fechas en que arreglaba el viaje recordó el cambio de domicilio de su amigo. Así que decidió sorprender a la familia.

Hanamichi, por supuesto, no pudo permitir que su mejor amigo desde la preparatoria tuviera que quedarse en un hotel, habiendo habitaciones de sobra en aquella enorme casa. Y así, sin siquiera consultarlo con el resto de los habitantes, le ofreció vivienda gratuita a Youhei.

El acto no molestó a nadie, pero sí logró inquietar a Haruko.

—¿Cómo nunca me enteré? —se preguntó Youhei en voz alta sin dejar de mirar el techo.

Se recriminó: ¿cómo nunca lo supo? Si por algo Hanamichi y Haruko habían terminado tan drásticamente.

Su historia era algo extraña. Primero, se enamoró de la chica que su mejor amigo pretendía. No se atrevió a decirlo, pero no por cobardía, sino por respeto. Luego, cuando terminaron, en lugar de buscar una oportunidad con ella, se propuso ayudar a su amigo a recuperarse, y estuvo con él en todo momento olvidándose de su propia felicidad. Cuando quiso buscar a Haruko, ella había abandonado la universidad y Hanamichi iniciaba una relación con Rukawa, en Estados Unidos.

Youhei hizo un recuento mental de su vida: antes de concluir la preparatoria, inició una relación con Saori Midorikawa, una vecina que decía estar enamorada de él desde la secundaria. Duraron algunos años, pero Mito la mandó al demonio en cuanto Haruko dejó a Hanamichi. Luego, tras graduarse de la carrera de Leyes, se trasladó a Osaka y se unió a un importante despacho jurídico. Desde ese entonces sólo se había comunicado con Hanamichi por correo electrónico, cartas y esporádicas llamadas telefónicas.

Y ahora se encontraba ahí, despierto, a unos cuantos metros de la habitación de Haruko Akagi… Sí: la chica que le había robado el sueño desde que la conociera, y a quien no se le había acercado por respeto a su mejor amigo… Salvo en una ocasión…

Como fuera, en ese momento él, Youhei Mito, estaba muy cerca de Haruko, respirando el mismo aire que ella, compartiendo la misma casa, y conviviendo con las mismas personas…

Tantos pensamientos le ahuyentaron el sueño.

Sintió deseos de beber agua, pero un ruido en su estómago le indicó que, ya que bajaría a la cocina, podía aprovechar para prepararse un bocadillo. Así que salió de la habitación con mucho sigilo. Bajó la escalera tratando de adaptar sus ojos a la oscuridad, y logró llegar a la cocina sin tropezar con nada. Pero, al entrar, le sorprendió encontrar a otra persona antes que él.

—Buenas noches, Tomoya… —saludó un poco apenado. De todos los habitantes de esa enorme casa, Tomoya era quien menos tenía que ver con él.

—Oh, Mito-san…

—Yo… Sólo vine a tomar agua…

—Adelante —dijo Tomoya, haciéndose a un lado y dejándole el camino libre al invitado.

Pasaron unos minutos en silencio. Youhei bebió su agua sin decir nada, y Tomoya mordía una galleta sin mucha convicción.

De pronto, el hombre mayor volteó a mirar al muchacho. Si no mal recordaba, Hanamichi le había dicho que apenas había cumplido los diecisiete. Era un buen chico, y quería a Hitomi como nadie.

Y Youhei no pudo evitar mirarlo con detenimiento. Contempló sus facciones, y sintió calosfríos cuando creyó estar viendo a Rukawa de nuevo cuando lo conocieron en Shohoku. Pero Tomoya no era completamente idéntico a Rukawa… Sus ojos eran más oscuros… Sí: era eso… Eso, y la mirada cálida y cómplice de Haruko… A excepción de aquello, parecía un clon de Kaede.

Tomoya se sintió un poco inquieto ante la insistente mirada de aquél hombre que apenas había conocido.

—Disculpe, Mito-san…

Youhei tardó un par de segundos en reaccionar.

—¿Sí, Tomoya?

—No sé por qué me mira tanto…

Youhei sintió la necesidad de decirle que contemplaba en él los ojos de Haruko, pero no deseaba ganárselo como enemigo al primer instante.

—Sólo notaba el asombroso parecido que tienes con Rukawa.

El muchacho asintió, aunque no lo creyó del todo. Y decidió que era hora de volver a dormir.

—Me retiro, Mito-san. Buenas noches.

Youhei iba a detenerlo.

—Tomoya-kun, espera —el muchacho se detuvo en la entrada de la cocina, y volteó a mirar al hombre—. Llámame Youhei —sonrió.

—Hasta mañana… Youhei-san… —y le devolvió la sonrisa.

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A pesar de tener casi cuarenta años, Kaede Rukawa aún gustaba de poseer una buena condición física. Por eso no le costaba levantarse a las cinco de la mañana, salir a trotar algunos kilómetros, volver a casa y darse una ducha para acurrucarse entre las sábanas junto a Hanamichi hasta las ocho de la mañana.

En esa ocasión, como de costumbre, se preparó en silencio para que nadie en la casa despertara.

Pero, al bajar la escalera y pasar por el comedor, casi le da un infarto al descubrir a Haruko entre la oscuridad y despierta.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó a la mujer, rogando porque ella no hubiera visto la cara de risa que él de seguro había puesto.

—Yo… No podía dormir —le respondió ella, acercándosele un poco—. Creo que estoy un poco nerviosa.

Rukawa se preguntó por qué podría estar nerviosa. Y lo primero que le llegó a la cabeza fue la presencia del amigo de Hanamichi. En preparatoria, cuando aún tenía celos de ella por estar con el pelirrojo, le gustaba pensar que entre Youhei y Haruko había algo a escondidas del pobre Hanamichi. Pero lo ignoró.

—No hagas caso —le recomendó—. Seguro es por la cena con Sato.

Luego de eso, se despidió y se dirigió a su rutina de cada mañana, no sin antes recomendarle a Haruko que se fuera a dormir un poco más.

Pero Haruko no pudo hacerlo, porque con todo el alboroto de la llegada de Youhei, incluso había olvidado que habría una cena con ese tal Takeshi Sato, el proveedor. Y ella debía estar presente.

—Si no conociera a Rukawa, pensaría que quiere presentarnos con otras intenciones —y rió mentalmente. Imaginar a Rukawa de casamentero era como esperar que Hanamichi fuera tímido y reservado.

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—Residencia Sakuragi-Rukawa. Haruko Akagi al habla —respondió la mujer. Y en su oído sintió muy cerca la seductora voz de un hombre que le pidió hablar con Rukawa—. Un momento.

Ligeramente ruborizada, la mujer le acercó el teléfono a Kaede.

—Es ese tal Takeshi Sato, Kaede.

El aludido sonrió y no dudó en posponer unos minutos el arreglo del inventario que realizaba en la computadora.

—¿Sato? Me alegra escucharte —Kaede miró de reojo a Haruko—. Hanamichi y yo estábamos pensando que nos interesa mucho esa promoción de la que nos hablaste el mes pasado… ¿Qué tal si hablamos?... Podemos cenar esta semana… Claro, el viernes estará bien.

Después de una muy breve despedida, Kaede devolvió el aparato telefónico a su lugar.

—El viernes cenaremos —anunció a Haruko.

—¿Vendrá aquí?

—Sí. Y necesito que estés aquí.

—Claro, Kaede. Le avisaré a Hanamichi.

—No. Yo me encargaré. Además debe decirle a Youhei que entretenga a los chicos.

Haruko asintió. Aunque no comprendía la actitud de Rukawa, puesto que nunca le había gustado que los socios o compañeros de trabajo entraran en su casa. Y menos hacer que sus hijos se fueran para recibir a alguno de los proveedores. Pero Kaede debía tener un motivo poderoso, y ella no lo rebatiría.

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—¿Puedes creer que me dejó esperando tanto tiempo fuera del cine? —exclamó Hitomi— Luego argumentó que yo había tenido la culpa, y llegamos tarde a la película.

Youhei soltó una carcajada divertida. Imaginar a Tomoya ofreciéndole repetidas disculpas a Hitomi se le hizo de lo más divertido.

—Ya te lo expliqué, Hitomi-chan: me quedé dormido antes de la cita porque estaba muy nervioso y no pude dormir la noche anterior.

Y Youhei volvió a reír.

—Antes di que llegué.

Y el hombre de cabello negro no pudo comprender cómo decidió alejarse de Hitomi por un estúpido despacho jurídico.

La chica, desde que sus padres la adoptaron, fue su adoración. Tan elocuente, vivaz y despierta… ¿Cómo no quererla de inmediato?

Los tres recorrían el parque, puesto que los habían sacado de casa por unas cuatro horas, tiempo que, aproximadamente, tardarían en arreglar el trato de las promociones para las tiendas del deporte en el centro de Kanagawa.

En un tramo Youhei se quedó atrás con la intención de contemplar a Hitomi y Tomoya caminar juntos… Le dio mucha nostalgia, puesto que él trataba con igual respeto a su novia Saori en preparatoria, e igual le hubiera gustado cuidar de Haruko si la oportunidad se le hubiera presentado.

Pero el tiempo no podía retroceder.

—¡Tío Youhei! —el grito de Hitomi lo sacó de sus pensamientos.

—Ya voy —y se encaminó a donde estaban—. Oigan, ¿qué tal si les invito unos helados?

Los dos chicos aceptaron felices. Y se dirigieron a la nevería que divisaron más cercana.

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La cena se había desarrollado tranquila.

Hanamichi servía el café en el juego de porcelana que la madre de Rukawa les había obsequiado.

Pero algo no le gustaba.

Takeshi Sato nunca le había inspirado confianza.

Él no estaba seguro de si era esa sonrisa que le parecía falsa, o la mirada de comadreja astuta, o el hecho de que se había divorciado tres veces ya antes de cumplir cuarenta y dos.

Pero para nada le hubiera parecido, jamás, un prospecto para estar cerca de su hija.

Kaede siempre decía que era un hombre responsable y trabajador, pero a él no le agradaba. Y no estaba seguro de esa idea de presentarlo con Haruko para que se entendieran y algún día intentaran tener una relación.

Algo dentro de él le decía que ese hombre no debía entrar en su casa…

Pero Rukawa era el ser más obstinado del mundo. Y nadie lo haría rendirse en esa empresa.

—Hanamichi, déjame ayudarte —Haruko lo interrumpió, entrando a la cocina—. Kaede piensa que has tardado mucho sirviendo el café.

La mujer le sonrió, y Hanamichi se sintió extrañamente culpable.

—Yo lo llevaré —se ofreció ella, cargando la charola con tazas y una jarra humeante de café—. ¿Vienes?

El pelirrojo negó con la cabeza.

—En un momento, Haruko.

—No tardes.

Y algo en su cabeza siguió gritándole que permitirle a ese hombre acercarse a su familia era el peor error que podía cometer…

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Notas de la autora:

Un capítulo relativamente corto, sin mucha emoción, pero que me está abriendo camino para la idea enferma y depresiva que tengo en mi cabecita… Jajajajaja…

Bueno, como ya sabemos todos el fic está dedicado a Sabrina, con la esperanza de que continúe Familia y que Revivir el pasado le agrade.

Y probablemente, será lo último que actualice en varios días… ¡PORQUE VUELVO A LA ESCUELA A LAS SIETE TREINTA DE ESTA MAÑANA! Y faltan quince minutos para la una… Así que debo tratar de dormir. Aunque no creo lograrlo, porque estoy nerviosa y emocionada: MI PRIMERA CLASE ES MAQUINARIA AGRÍCOLA 1, y es la materia que más he esperado desde que entré a la Universidad.

Nos vemos.

Saludos, besos y abrazos, Xoco.