CAPÍTULO 16

A Haruko le agradaba caminar por las tardes. Sobre todo durante el verano, que le parecía una estación preciosa. Generalmente salía sola, o en compañía de Tomoya. Pero con nadie más, puesto que creía que ese era un acto que sólo debía compartir con su hijo. Y junio era un precioso mes para disfrutar del panorama del hermoso barrio en el que vivía.

Y, en compañía de su hijo, esa tarde recorría el parque más cercano a la casa. Le gustaba porque era ahí, en una cancha rodeada por jardineras, donde jugaban básquetbol cada domingo.

—¿Te sientes bien, mamá? —escuchó que Tomoya le preguntaba.

—Claro, hijo. ¿Por qué lo preguntas?

—Desde hace varios días que te ves muy distraída.

Haruko lo meditó un par de segundos: Tomoya tenía toda la razón. Pero eso se debía a la reciente actitud de Takeshi Sato. El hombre le había dejado muy claras sus intenciones de entrar en la familia. Y Haruko se sintió tan bien cuando se lo dijo, que no dudó en aceptarlo: formalmente, era la novia de Takeshi Sato.

Inexplicablemente, el hecho le provocaba una extraña alegría. Y es que llevaba ya casi diecisiete años sin entablar una relación con algún hombre.

Cierto era que en la universidad, siendo novia de Hanamichi, era asediada por un par de chicos más. Y sabía que era una mujer atractiva, a pesar de sus casi cuarenta años. Pero, siendo madre soltera, aislándose del resto de las personas para dedicarse en cuerpo y alma a la crianza y al cuidado de su único hijo, lo último en sus prioridades era enamorarse o que se enamoraran de ella.

Y ahora… Takeshi Sato era un hombre atractivo, divorciado, sin hijos y con un excelente empleo. Además parecía serio. Y no parecía sentir de modo alguno el que ella no fuera libre del todo. Eso lo convertía en un excelente partido. No porque Tomoya aún necesitara un ejemplo paterno, porque ese se lo había dado Takenori. Sino porque ella veía a su hijo y a Hitomi enamorados, y sabía que tarde o temprano se marcharían, dejándolos a ella, a Hanamichi y a Rukawa envejeciendo solos. Hanamichi y Kaede ya se tenían uno al otro, pero ella… Ella estaría sola, porque no tenía a nadie más que a Tomoya. Y lo que menos le gustaba en el mundo era sentirse sola.

—¡Mamá! —nuevamente, era la voz de Tomoya. Ella lo miró— Otra vez te fuiste —le reclamó.

—Perdóname, hijo.

Continuaron caminando. Llegaron a una banca ubicada bajo un enorme manzano. Haruko tomó asiento y Tomoya la imitó.

—¿Qué opinas sobre Takeshi, Tomoya?

La pregunta tomó por sorpresa al muchacho, puesto que la sola mención del nombre le producía repulsión.

—¿Sato? No me agrada.

Haruko no esperaba esa respuesta, y menos al ver la mirada molesta en los ojos de su hijo.

—¿Por qué?

—Me molesta, mamá. No me da confianza.

El muchacho miró a su madre y notó algo de tristeza en su rostro.

—No me digas que… —intentó articular.

—Él y yo nos hemos comprometido, hijo.

Tomoya sintió que se le encogía el corazón: ¿su madre relacionada formalmente con ese hombre? Se sintió molesto, pero contrariado al mismo tiempo. Él no tenía pruebas de nada. Y supuso que las sospechas de su novia y las suyas propias no eran suficientes para interponerse en la felicidad de su madre.

El muchacho asintió y no dijo nada más. No quería herir a su mamá.

—¿Podemos irnos, mamá? Por favor.

Haruko asintió y se levantó. Se apoyó en el brazo de Tomoya y ambos continuaron su paseo, hasta que llegó la hora de volver a casa.

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El campeonato interescolar había iniciado dos semanas atrás. Shohoku era el equipo favorito para la mayoría de los fanáticos, y más cuando supieron que el nuevo capitán era Tomoya Rukawa, el sucesor del ex-jugador de la NBA. Aproximadamente la mitad de todos los asistentes a los partidos eran chicas de hasta veinte años, que suspiraban por el atractivo muchacho. Y Hitomi en más de una ocasión fue receptora de miradas envidiosas al ser la más cercana al chico.

Lo mejor era que, desde hacía un par de meses, en Shohoku el equipo de básquetbol femenil había tomado gran auge entre las concurrencias (y en gran parte tuvo que ver el hecho de que fue Tomoya quien lo promocionó). Por tanto, ese sábado, justo después del partido entre los equipos masculinos de Shohoku y Ryonan, los equipos de chicas de las mismas escuelas se enfrentarían.

Y Hitomi era titular de Shohoku.

A pesar de ser requerida en los vestidores con el resto de su equipo, Hitomi permaneció casi todo el tiempo que el partido de los chicos duró, animando a Tomoya desde la banca. Y dichos ánimos parecieron surtir efecto, porque el muchacho jugó como no lo había hecho desde hacía semanas.

Como resultado, el marcador quedó 76-64, favor Shohoku. Y a nadie le sorprendió, puesto que toda la concurrencia esperaba siempre las victorias de Tomoya.

—Lo hiciste muy bien —sonrió Hitomi en cuanto Tomoya se le aproximó, en la banca, sólo un par de minutos antes de que ella jugara.

—Gracias —el muchacho correspondió la sonrisa—. Tú lo harás mejor, Hitomi-chan.

Ella iba a responderle, pero el timbre en el altavoz les anunció que era hora de iniciar el encuentro.

—¡Buena suerte! —gritó Tomoya mientras su novia entraba a la duela.

Como respuesta, la chica le guiñó un ojo.

El partido inició. Obviamente, la acción y energía no eran las mismas que en un partido entre hombres, pero para ser mujeres las chicas estaban cargadas de entusiasmo y disposición. Hitomi, si no se lo había heredado, al menos le había aprendido a Rukawa varios trucos que dejaban impresionados a los adversarios y resultaban de gran utilidad para sus compañeras.

La contienda se llevaba a cabo favorablemente para las chicas de Shohoku. Hitomi lucía su juego con destreza y estrategia notoria. Pero el no haberse preparado antes del juego con el calentamiento adecuado empezaba a hacer estragos en su actividad: su ritmo disminuía por el ligero dolor de las articulaciones, su ritmo cardíaco aumentaba un poco y de pronto sintió un jalón dentro de los músculos de la pierna izquierda.

—¡Ah…! —exclamó casi en un susurro. Pero ella Hitomi Sakuragi Rukawa, la hija de dos grandiosos jugadores. Y no podía dejar que la vieran caer.

La chica permaneció de pie un par de minutos más, pero el dolor interno se intensificó. De pronto, se desplomó en el piso.

—¡Hitomi! —gritó Tomoya, ignorando que el árbitro aún no había marcado un tiempo fuera y adentrándose en la zona de juego.

—¡Hitomi! —siguió Sayaka, su amiga.

—¿Estás bien? —se acercó el árbitro tras sonar el silbato y marcar tiempo fuera.

—Sí —respondió la chica intentando ponerse en pie, pero el dolor no se lo permitió.

—Será mejor que salgas, Sakuragi —dijo el entrenador del equipo—. Ayúdenla.

Hitomi iba a objetar, pero prefirió no hacerlo.

Entre Tomoya y Sayaka la ayudaron a abandonar la duela.

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—¿Qué fue lo que te sucedió? —preguntó la enfermera.

Hitomi miraba al suelo de la enfermería. Parecía sentirse avergonzada por haberse lesionado.

—Sentí un tirón y luego una contracción.

La enfermera palpó la parte donde la chica había indicado.

—Es sólo una contractura —diagnosticó.

—¿Y eso es malo?

—Siente aquí —indicó la mujer, señalando una parte. Hitomi obedeció y se topó con una evidente "bola" bajo su piel—. Es un músculo enmarañado. Tal vez no te preparaste antes de jugar.

—No hice calentamiento —confesó.

—Bueno. No te preocupes.

La enfermera se alejó un poco de la chica. Volvió con una pomada, un aplicador y una venda.

—Te voy a aplicar una pomada para disminuir el dolor, te pondremos una venda y una inyección para desinflamar el músculo —prosiguió a inyectar—. Necesitas estar en reposo un par de semanas. Podrás empezar a caminar en cinco o seis días. Y, por favor, nada de tratar de correr o jugar.

—De acuerdo.

—Dejaré pasar a tus amigos.

La mujer salió de la habitación dejando sola a Hitomi. Un par de minutos después, en orden, entraron las compañeras de equipo de la chica y Tomoya.

—¿Cómo estás, Hitomi-chan? —preguntó Sayaka.

—¿Qué te pasó? —continuó Sakura.

—¿Es grave? —prosiguió Yuriko.

—¿Cómo te sientes? —terminó Sayuri.

—Estoy bien, chicas —sonrió Hitomi—. Es una contractura. Sólo debo cuidarme dos semanas, y volveré a estar como antes.

Las muchachas sonrieron con alivio.

—¿Qué lo ocasionó? —preguntó de nuevo Sayuri.

—La enfermera dijo que estas lesiones ocurren porque los músculos no se preparan debidamente. Y yo no hice calentamiento antes del juego. Pero díganme: ¿cómo quedó el marcador?

—Gracias a tus jugadas en le primer tiempo ganamos —sonrió victoriosa Sakura.

—Quedamos 55 – 40 —reafirmó Sayaka.

—Me alegra, chicas —dijo ella con sinceridad. Su sonrisa tenía el extraño poder de tranquilizar a su amigas.

Hablaron varios minutos más. Pero sólo ellas. Tomoya estuvo extrañamente en silencio y apartado del grupo. Y Hitomi lo notó.

—Entonces te dejaremos descansar, Hitomi-chan —concluyó Yuriko.

—¿Qué tal si vamos a verte a casa el fin de semana? —propuso Sakura.

—Estaremos pendientes de la mejor jugadora del equipo —determinó Sayaka.

—De acuerdo —aceptó Hitomi, y se alegró de tener tan buenas amigas.

—¿Vienes, Tomoya-kun? —preguntó Sayuri, antes de abandonar la habitación.

El muchacho iba a contestar, pero la voz de Sakura se le adelantó:

—¡Qué preguntas, Sayuri-chan! Él y Hitomi tienen muchas cosas de qué hablar.

Las tres chicas rieron y dejaron solos a los novios.

—¿Por qué estás tan callado, Tomoya? —preguntó Hitomi una vez que se quedaron a solas.

—Fue mi culpa, Hitomi.

—¿Tu culpa?

—Tu lesión. No calentaste por verme jugar.

A la chica le pareció tiernísima la actitud del muchacho.

—No fue tu culpa, Tomoya. ¿Puedes acercarte a mí?

El chico atendió a la petición. Hitomi lo hizo sentarse sobre el borde de la cama, y lo abrazó con ternura, provocando que él correspondiera al abrazo de la misma manera.

—Nada malo que me sucediera podría ser culpa tuya. Además, ya ni siquiera me duele.

Ella sonrió y esa sonrisa fue suficiente para aliviar la preocupación del muchacho.

Tomoya se acurrucó entre los brazos de Hitomi, apoyándose sobre el pecho femenino. Juntos, así, se sintieron tan bien, tan a gusto, que ambos olvidaron la lesión y la causa de ésta, las preocupaciones y las dudas con respecto al hombre que salía con Haruko…

CONTINUARÁ…

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Notas de la autora:

Como hace mucho no actualizaba este fic, decidí dedicarle un poquito de tiempo antes de acostarme.

Y, además, quería distraer mi frustración, porque a mí también me retiraron del béisbol dos semanas, precisamente, por una contractura en el muslo izquierdo.

Sí me dejan batear, fildear, cachear y lanzar, pero ya no puedo hacer jugadas en equipo, salvo en la posición de jardinera y de primera base, y eso porque no hay gran esfuerzo en esa pierna (aunque en el béisbol la pierna izquierda es el apoyo en todas las acciones).

Por eso Hitomi se lesionó. Por eso, y porque esto causará que pase tiempo sola en su casa, y tal vez Takeshi Sato se ofrecerá a acompañarla, y Kaede y Haruko, estúpidos y confiados, aceptarán…

Pobrecita Hitomi…

Gracias por sus reviews (a todos y a todas).

Saludos, besos y abrazos.