CAPÍTULO 19

—Te dije que te gustaría —dijo Kaede. Conducía el automóvil. Estaban a menos de media hora de casa, después del tan afamado fin de semana romántico—. Lo necesitábamos.

Hanamichi le sonrió.

En realidad debía reconocer que aquello había sido para no olvidarse, pero seguía con esa opresión en el pecho que le decía que, desde el principio, había sido una mala decisión.

Desvió la mirada al camino, y así se le pasó el resto del trayecto.

Permanecieron en silencio, hasta que Kaede divisó la calle en que vivían. Entonces se le ocurrió iniciar la conversación.

—En unos minutos entraremos y verás que tu preocupación era infundada.

—Eso espero —respondió el pelirrojo—. De verdad eso espero, Kaede.

El auto terminó de recorrer el poco camino que faltaba. Rukawa se estacionó frente a la cochera y Hanamichi empezó a desempacar.

En realidad, a ambos les pareció extraño que Haruko o Youhei no hubieran salido al escuchar el sonido del motor, o que Hitomi se asomara por la ventana sólo para sonreírles. Pero ninguno lo mencionó.

—¿Habrán salido? —preguntó Kaede. Hanamichi no contestó.

Ambos cargaron el equipaje y, tras asegurar el automóvil, se dirigieron al interior de la casa.

Hanamichi abrió la puerta y entró, seguido por Rukawa.

En la sala de estar no había nadie. Ambos supusieron que se encontraban en las habitaciones.

—¡HITOMI! —gritó el pelirrojo para llamar la atención.

Pero nadie le respondió.

En cambio, Youhei bajó. Detrás de él, muy afligida, iba Haruko.

—Qué bueno que están. Creímos que habían salido.

Hanamichi sonreía, y amplió un poco más su gesto cuando notó que Youhei rodeaba a Haruko con un abrazo.

—Ohh… —susurró Sakuragi— Comprendo… —guiñó un ojo a su amigo.

Rukawa observaba sin mucho interés. A él le daba igual quién fuera novio de Haruko, siempre y cuando ella tuviera uno.

—Me alegra que al fin se hayan decidido —comentó Hanamichi, iniciando el camino hacia la planta alta. Haruko y Youhei lo siguieron sin decir nada. Rukawa también caminó con ellos—. Al menos ese sujeto no volverá a estar cerca de nosotros.

Eso era lo que más le alegraba, pero nadie le respondió.

—Yo siempre le dije a Kaede que tú eras un mejor partido para Haruko —dijo, dirigiéndose a Youhei—. Pero él es muy necio, ya lo conocen.

Mientras escuchaban a Hanamichi, todos entraron a la habitación de la pareja. Kaede y Hanamichi deshicieron el equipaje, tomándose suficiente tiempo para colocar la ropa en su lugar. Youhei y Haruko permanecieron en silencio.

—¿Qué sucede? —preguntó Hanamichi, finalmente. No le gustaba mucho el semblante de ese par, pero era mejor saber que continuar con la duda.

—Hanamichi… —escuchó que Haruko habló. Volteó a mirarla, y ella se refugió en el pecho de Youhei, sin atreverse a sostener la mirada.

—¿Qué sucedió?

En ese momento se le ocurrió que no había visto a Tomoya. Y Kaede empezó a sospechar que algo malo había sucedido durante su ausencia.

—Hanamichi —Youhei habló.

—¿Dónde están Tomoya y Hitomi? —preguntó Kaede.

Hanamichi no esperó una respuesta y salió de su habitación para dirigirse a la de Hitomi.

No llamó antes de entrar. Abrió la puerta de golpe, y se detuvo a contemplar el interior: Tomoya se encontraba sentado en la cama, acariciando la cabeza de Hitomi, que se cubría con las sábanas por completo.

El pelirrojo empezó a acercarse con cautela, muy despacio.

—Hitomi… —llamó. Pero ella ni siquiera pareció escucharlo.

Tomoya volteó a mirarlo. Pero en sus ojos se había instalado una tristeza sin fin.

—¿Qué… qué le sucedió, Tomoya? —preguntó Hanamichi con un hilo de voz. Tenía miedo de que el muchacho le respondiera.

—¿Qué pasó, Tomoya? —preguntó Kaede, apareciendo en la escena.

—Yo sabía… —susurró Tomoya, bajando la mirada y con un tono de tristeza que para nada se parecía al habitual— Yo sabía que algo como esto iba a suceder… Y Hitomi era quien menos debía sufrir…

Haruko y Youhei entraron, juntos otra vez. Y ninguno se atrevió a hablar.

—Hitomi… —murmuró el pelirrojo, arrodillándose junto a la cama y acercándose mucho a la muchacha. Pero ella de inmediato se alejó con sigilo. Parecía no querer tener contacto con otra persona que no fuera Tomoya.

Todos contemplaron la escena con preocupación.

—Hitomi… —volvió a pronunciar Hanamichi— Soy yo, Hitomi. Soy Hanamichi. ¿Qué te pasó, Hitomi? Contéstame, por favor…

la chica, muy lentamente, pereció reconocer la voz de su padre.

—¿Papá? —preguntó sin reconocerlo del todo. Hanamichi tuvo la visión más triste de su vida cuando notó los ojos casi vacíos de su hija. Ella no lo miraba como siempre. Se le partió el corazón.

Kaede, por primera vez en su vida, sintió tanta angustia como nunca la había sentido. Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando escuchó la voz más triste que Hitomi pudo haber tenido jamás. En ese momento se sintió inexplicablemente culpable. Sospechó que todo eso había sido su responsabilidad. Y sabía que, si algo malo le había causado a Hitomi, sería incapaz de perdonarse nunca.

Cuando por fin Hitomi reconoció a Sakuragi, sin decir nada, se abalanzó a sus brazos, rodeándose de ellos, y rompió a llorar.

Lloró en silencio. No dijo lo que le había sucedido. A nadie se lo había dicho. Y no quería decírselo a nadie, pero sabía que tarde o temprano tendría que hablar.

Hitomi estaba conciente de que Tomoya había estado a su lado desde que aquello había sucedido. Incluso tenía recuerdos vagos de que había sido él quien le había quitado de encima a Sato. Pero no podía evitar sentirse mal con él. Ya no se sentía la misma. No podía evitar pensar que pudo haberse defendido mejor.

Así, sin decir nada, lloró hasta quedarse dormida entre los brazos de su padre.

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—No nos ha querido decir nada —aseguró Youhei.

Haruko preparaba café en la cocina, mientras Youhei, Hanamichi y Kaede estaban en el comedor, esperando una explicación.

—Está muy triste… —intervino Haruko, entrando en la pieza con el café listo.

—Quiero que me expliquen por qué me marché hace dos días dejando a mi hija con su hermosa sonrisa, y cuando regreso encuentro sus ojos vacíos —ordenó Hanamichi. No estaba de humor para réplicas o conclusiones infundadas: quería una explicación concreta.

Rukawa observaba la escena. Se sentía culpable por haber sido él quien insistiera tanto en el dichoso viaje romántico.

—Yo te diré lo que sabemos, Hanamichi —determinó Youhei, y empezó a contar lo que había ocurrido. O al menos lo que ellos sabían.

Tardó media hora en hablar.

Haruko nunca los miró a los ojos durante el relato.

Kaede no se atrevió a levantar la vista.

Y Hanamichi tenía los ojos inyectados de furia.

El pelirrojo se levantó de la mesa sin decir nada. Inició el camino hacia la planta alta de la casa.

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La habitación estaba en la penumbra total. Hacía un par de horas que el sol se había ocultado, y Hitomi aún no deseaba levantarse de la cama. Tampoco era su intención encender la luz.

—¿Hitomi? —escuchó la voz de un hombre fuera de su habitación. La chica se puso muy nerviosa, hasta que identificó que se trataba de Tomoya.

Sin embargo, no contestó.

—Voy a entrar, Hitomi —avisó el muchacho.

Abrió la puerta y se introdujo en la habitación. Hitomi seguía en su cama, cubierta con las sábanas, tal y como él la había dejado un par de horas atrás. Y eso hizo que le doliera el corazón.

—¿Cómo estás, Hitomi?

Ella lo miró entre la oscuridad de la recámara, y pareció no reconocerlo nuevamente. Lo observó varios segundos, hasta que, poco a poco, logró identificarlo.

—¿Tomoya?

Él sonrió y su corazón saltó de alegría al volver a oír su nombre en voz de la chica.

—Me alegra que me reconozcas —confesó él—. Todos temíamos que este shock durara más.

Pero Hitomi, a pesar de que estaba frente a él, daba la impresión de estar ausente.

—Mi papá y el tuyo ya volvieron de su viaje. Ambos estaban muy preocupados por ti, pero creo que el saber que me reconociste los tranquilizará mucho.

Tomoya iba a salir de la habitación, pero la voz de su novia lo hizo detenerse.

—No, por favor —pidió—. No me dejes sola, Tomoya. Por favor.

Al chico le sorprendió la petición, puesto que creía que Hitomi estaría mejor. Pero se acercó a la cama y se sentó junto a su novia. Intentó acariciar su cabello, pero ella se rehusó.

Hitomi bajó la mirada, avergonzada.

—¿Qué sucede, Hitomi?

Ella no le respondió. Pero sus ojos se llenaron de lágrimas. Tomoya la contempló, triste, cabizbaja, tan sola que parecía lejana a todas las personas.

—Perdóname, Tomoya —pidió ella, dejando brotar las primeras lágrimas—. Diles a mis padres que me perdonen. Y a mi tío Youhei. Pero, sobre todos, perdóname tú, Tomoya. Por favor.

—¿Qué debo perdonarte, Hitomi?

—Yo… quería defenderme, Tomoya. De verdad. Pero él era más fuerte que yo. Mucho más grande también.

Tomoya comprendió entonces.

—Yo no quería que estuviera cerca de mí. Y sus caricias me lastimaban —a esas alturas, Hitomi ya lloraba plenamente—. Yo quería que algo así pasara contigo, no con él —el muchacho se ruborizó ante la confesión—. Él entró porque no había nadie. Me dijo que había planeado todo. Que tu mamá y mi papá habían sido muy tontos al confiar en él y no creerle a mi papá Hanamichi o a mi tío Youhei. Y dijo que tú y yo éramos tontos al creer que íbamos a poder sacarlo de nuestras vidas. Te juro que yo no lo provoqué, Tomoya. Y no quería que mis padres se avergonzaran de mí, ni que tú dejaras de quererme…

La puerta había estado entreabierta desde que Tomoya entró, y los sollozos de Hitomi habían logrado atraer al pelirrojo, quien escuchaba en el umbral.

—Te juro que yo no quería, Tomoya —la muchacha se cubría el rostro con ambas manos—. Si tú no hubieras llegado, no sé qué habría sucedido…

Y rompió a llorar sin consuelo.

Tomoya la abrazó, intentando mitigar su dolor. Las lágrimas de ella eran lo que más podía lastimarlo, y en ese momento su corazón estaba dolorosamente encogido.

—No llores, Hitomi —una tercera voz hizo aparición. Ambos muchachos reconocieron al enorme pelirrojo que los contemplaba con ojos tristes.

—Papá…

La muchacha rápidamente bajó la mirada, avergonzada de todo lo que había sucedido durante la ausencia de su padre.

—Tú no tienes la culpa, Hitomi —comenzó Hanamichi, sentándose en el borde de la cama y tocando el rostro de la chica. Ella no se resiste—. Esto no lo ocasionaste tú, y nadie en esta casa sería capaz de culparte, hija.

Tomoya observó a Sakuragi. Hitomi, a pesar de no ser su hija biológica, se le parecía mucho en algunas ocasiones. Pero en ese momento, él había dejado de ser el escandaloso e impertinente, y ella se había convertido en la niña asustada que nunca le gustaba parecer.

—¿Hablas en serio, papá?

—Nunca he hablado más en serio. Te prometo que esto nunca volverá a ocurrirte. Yo me encargaré de eso, Hitomi. Y el verdadero culpable va a tener que vérselas conmigo.

Hitomi se refugió en el pecho de su padre y dejó brotar un nuevo llanto. Hanamichi le acariciaba el cabello y trataba de reconfortarla un poco.

Hitomi no se dio cuenta del contenido emocional de las palabras de Hanamichi. Pero Tomoya sospechó que una hecatombe estaba a punto de irrumpir la aparente calma de aquel hogar.

CONTINUARÁ…

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Notas de la autora:

Y después de mucho tiempo sin actualizar, aquí está otro capítulo de Revivir el pasado.

He de confesar que ha sido un enorme esfuerzo para mí llegar hasta este punto, sobre todo porque, generalmente, en cuanto llego a mi casa lo único que quiero hacer es dormir. Por eso, en repetidas ocasiones, me he ido a la cama con la intención de escribir, pero sin poder hacerlo porque el cansancio me vence.

Ahora vienen las aclaraciones.

Tenía planeado que éste fuera el último capítulo, pero la verdad es que lo consideré uno de los más largos, y preferí cortarlo a la mitad. Entonces, éste queda como el penúltimo y el próximo será el final.

Desde ya aviso que no tengo planeado hacer un epílogo. Y tampoco he considerado una continuación. La verdad es que el final no es de mi total agrado, porque hubiera querido algo más "feliz", pero creo que la justicia literaria es la que corresponde a cada quien. Y aquí van a rodar cabezas y cada quien tendrá lo que merece. Ojo: deben tomar en cuenta que los errores no son sólo estos, sino los que se presentaron desde el principio. Así que algunos y algunas ya se habrán dado cuenta de que habrá un culpable que pagará los platos rotos.

Y, como creo que ya les dije demasiado, me despido.

Espero sus comentarios y sugerencias. Aún están a tiempo de un final mejor.