CAPÍTULO 20

Soltó otra bocanada de humo y lo vio dispersarse hasta que se hizo invisible.

Era un hecho que fumaba, pero, hasta ese momento, no lo había hecho en su casa. Mucho menos en su habitación, porque sabía que a Hanamichi no le gustaban sus besos con sabor a cigarro.

Pero estaba plenamente justificado: nunca en su vida se había sentido tan culpable como en ese momento. Sentía que había puesto en riesgo lo más valioso que tenía. Y que nadie más que él hubiera sido responsable si algo malo le hubiera sucedido a Hitomi.

Kaede Rukawa era un hombre maduro, previsor y calculador. Pero, por alguna razón, se sentía tremendamente estúpido al recordar que su deseo de conseguir un novio para Haruko había sido el motor que lo llevó a abrirle las puertas de su casa a Sato. En ese momento estaba seguro de que, si él no hubiera permitido que ese sujeto se acercara a Haruko, ella no habría dado un solo paso, puesto que no habría tenido el respaldo de ninguno de los hombres de la casa.

Y aquello le habría significado la seguridad absoluta de su hija.

Pero ahora ya todo estaba hecho.

Tal vez Hitomi tampoco lo perdonaría.

Hanamichi… Hanamichi era un caso aparte, puesto que desde el principio le había dicho que era mala idea.

Sin embargo, ya nada podía hacer por lo ocurrido.

Rukawa estaba seguro de que Hitomi no se recuperaría con rapidez, y de que tal vez Tomoya lo culparía por haber iniciado aquello. Y que Haruko se culparía también durante mucho tiempo. Y lo que más le dolía era que no sabía la reacción que Hanamichi iba a tener.

Aspiró el cigarro nuevamente, llevándose a los pulmones la última bocanada de humo.

Ese había sido el cigarro más amargo de su vida.

A penas terminó de exhalar, escuchó que alguien salía de la casa y se reunía con él en el jardín trasero.

—¿Cómo estás? —preguntó, al tiempo que pisaba la colilla y la tiraba lejos de ellos.

—Yo estoy bien —respondió el muchacho que se le había unido. Pero en su voz había un claro tono de reproche.

No era que Tomoya lo culpara a él exclusivamente, pero tenía claro que Kaede no había hecho nada por impedir el acercamiento de Sato a su novia.

—¿Cómo está Hitomi? —preguntó, volteando a mirar a su hijo.

—Ella está mejor —respondió Tomoya, devolviéndole la mirada—. Pero se pregunta por qué tú no has hablado con ella.

Rukawa siguió observándolo. Se percató de que, justo en ese momento, Tomoya parecía tener ese aire triste y frío que alguna vez el mismo Kaede portó. Y nunca lo vio tan parecido a él como en ese instante.

—No es sencillo para mí, hijo.

Ambos suspiraron imperceptiblemente.

—¿Por qué, papá?

—Yo mismo le abrí a Sato las puertas de esta casa. Fue mi necedad la que le otorgó la confianza de acercarse a tu madre. Y fue mi estupidez lo que le permitió atreverse a tocar a Hitomi.

Tomoya miró a su padre con cautela, y entonces comprendió que Kaede Rukawa se sentía el único responsable por todo el suceso.

En ese momento, el chico se sintió más maduro que su padre. Era su obligación transmitirle el pensamiento de Hitomi.

—Hitomi no te culpa, papá.

Rukawa lo miró sin entender lo que quería decir.

—¿A qué te refieres, Tomoya?

—Hitomi no te culpa. Ni a ti ni a mi mamá. No culpa a nadie, más que a Sato.

—¿Ella no me odia?

El muchacho negó con la cabeza.

—Te confiaré un secreto: ella era la única que se culpaba.

Rukawa abrió muy grandes los ojos: no entendía por qué su hija se culparía de dicha tragedia.

—Pensaba que ella había permitido que ese tipo se le acercara, y que ustedes la señalarían. Hanamichi-san habló con ella y fue como comprendió que no era responsable de que ese pervertido hubiera querido lastimarla.

Rukawa suspiró hondamente al enterarse de aquello. Después de haberle facilitado el acercamiento a Sato, no había tenido la delicadeza de hacer sentir amada a Hitomi.

—Aún se pregunta por qué tú no has ido a verla.

Rukawa miró a su hijo y comprendió por qué Hitomi lo quería tanto. Ambos se sonrieron.

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La televisión estaba prendida desde hacía un par de horas, pero ella no había puesto mucha atención a la programación.

Desde que se levantó, su única actividad había consistido en mirar el techo y tratar de hallar formas en el tirol.

Y no la desempeñaba muy bien…

Hitomi suspiró por enésima vez. Se preguntaba por qué sólo Hanamichi había ido a verla. Kaede no se había acercado desde que regresaran del viaje. Y eso le preocupaba, porque confirmaba sus sospechas de que su padre estaba decepcionado de ella.

—Ya nunca volverá a quererme… —suspiró.

En ese momento, el llamado en su puerta la hizo dar un respingo.

—Adelante.

La puerta se abrió y tras ella apareció, finalmente, la alta figura de Kaede Rukawa, con la cabeza baja y la mirada triste.

—Hola, hija… —susurró.

Hitomi, incontenible, rompió a llorar.

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Notas de la autora:

¡VACACIONES! ¡VACACIONES! ¡VACACIONES! ¡VACACIONES!

Entre comillas, por supuesto, porque yo debo seguir asistiendo al trabajo (que, por cierto, está en la escuela).

Primero, debo extender una disculpa gigantesca para aquellos que aún siguen ésta historia, y que se han tomado el tiempo para dejar un comentario que es de provecho.

Tenía pensado que éste fuera el último capítulo, pero, justo después de que Rukawa soltó la primera bocanada de humo, me quedé sin inspiración. A eso debe sumársele que hasta ayer terminaron mis clases, y que, dado que he vuelto a ser soltera (SIIIIIIIIII!), debía disfrutar un poquito de mi recién recuperada libertad.

Por todo lo anterior, he decidido extender un poquito más la historia (al menos un capítulo), para que ahí se desarrolle la pelea entre Hanamichi y Rukawa, inicie la relación entre Haruko y Youhei y Hitomi aparezca un poco más recuperada.

Ojalá me tengan paciencia y a mí me llegue la musa inspiradora que tanto necesito.

Sea como sea, y dure lo que dure el fic, espero contar con los lectores que hasta ahora he tenido, y con los reviews que nunca tengo tiempo de responder aquí, pero que igualmente son motores para continuar con esto.

Saludos a todos y a todas.