«««««««««««««««««««««««««««»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»
Otoño y Primavera
de Angus MacSpon
traducción de Miguel García
Basado en "Ranma 1/2", creado por Rumiko Takahashi.
«««««««««««««««««««««««««««»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»»
- 1 -
Concluido el entierro, Ranma permaneció de pie largo rato en el
cementerio, solo. Podía sentir que los demás querían quedarse con él,
darle consuelo, pero por ahora la idea de tener compañía era inaguantable.
Pasó algún rato antes de que el último de ellos se fuera, lanzando
miradas de inquietud al hombre que seguía de pie junto a la tumba. Pero,
al fin, cayó el silencio.
Hacía algo de calor. El cielo estaba nublado, pero él podía percibir que no
había peligro de lluvia; a través de los años había desarrollado un sentido
del clima muy fino. Miró hacia arriba largo rato, con los ojos secos, antes
de bajar por fin la mirada hacia la tumba.
«Perdóname —dijo sin sonido—. No puedo llorar. No todavía. ¿Cómo podría?
Tú no te has ido. Sigues conmigo.»
Se dejó caer sin esfuerzo a una posición de piernas cruzadas, sin quitar
los ojos de la tumba.
«Nada de mal para un anciano, ¿cierto? Todavía estoy en forma. No como
oyaji, antes del final.»
El día era muy apacible. El césped del cementerio había sido cortado
hacía poco, y el aroma del pasto segado pendía aún en el aire. Inspiró
hondo, sonriendo.
«Les haces falta a los niños, Akane. Y creo que se preocupan por mí.
Te lloraron, pusieron tu tablilla en el butsudan, y ahora quieren seguir
con sus vidas. Y eso es bueno. Lo necesitan. Pero creen que yo también
debería seguir mi vida. No entienden... No logran entender que mi vida
eras tú.»
En la distancia, se oía un cantar de pájaros. Escuchó durante algunos
minutos, sonriendo todavía.
«¿Cómo van a entender por qué no lloro? Para ellos, tú te has ido, y se
entristecen. Pero yo... Yo te veo en todas partes. Siento tu presencia.
Oigo tu voz en el viento. Te oigo susurrarme en la noche, y a veces
hasta puedo sentirte acostada a mi lado. Así que ¿cómo voy a afligirme?
¿Cómo voy a llorar?»
«Sesenta y seis años juntos. Es muy poco. Vas a estar conmigo siempre.»
Estuvo sentado un largo rato, hablándole a ella. Su voz no contenía
tristeza, no contenía dolor. Su sonrisa nunca desapareció. Pero en un
determinado momento se percató de que tenía la cara mojada de lágrimas.
La tarde se consumió y la luz empezó por fin a apagarse. Ranma siguió
sentado junto a la tumba. No sentía prisa por moverse. ¿Adónde tenía
que ir que fuera más importante que estar con su mujer?
Tarde o temprano, se dio cuenta, alguien vendría y lo haría marcharse.
Los niños, quizá alguien más. No iban a dejar a un viejo sentado en el
cementerio toda la noche. Y no es que, pensó severamente, tener
ochenta y cinco años fuera ser tan viejo.
Pero todos esas nociones eran lejanas. Del trasfondo. Triviales. Estaba
junto a su mujer, y eso ahogaba todo lo demás.
«Akane... ¿Por qué tuviste que irte primero? Se supone que las mujeres
viven más que los hombres...»
No se dio cuenta de cuán firmemente había aislado al resto del mundo,
hasta que la mano sobre su hombro lo sorprendió, poniéndolo alerta.
Nadie debía haber sido capaz de acercársele tanto. Había bajado la
guardia. Sintió una irritación distante.
Levantó la mirada. Para su sorpresa no era Seiji o Hisao, ni ninguno
de los nietos. Era... ¿quién? Alguien que no reconocía, con la cara
invisible en la oscuridad creciente.
—Vamos, Ranma-san —dijo la persona con voz suave—. Aunque no te
des cuenta, estar aquí te hace mal.
Una mujer, y una que al parecer lo conocía. ¿Quién?
—Aquí es donde tengo que estar —dijo él suavemente.
—No. Tú no eres de personalidad suicida, Ranma-san. Pero ahora estás
tratando de morir, aunque no lo sepas. Te hace falta alejarte.
—Yo no estoy... —Ranma se interrumpió. Lo pensó unos minutos. La
mujer esperó pacientemente—. ¿Eso estoy haciendo? —dijo por último.
—Sospecho que sí —dijo la mujer, asintiendo con la cabeza.
Por un momento, la luz le iluminó la cara. Era bastante joven;
veintitantos, cuando mucho. No era... quien él había comenzado a
pensar.
Ranma pensó un momento más. Por último, asintió.
—Muy bien —dijo. Luego, tras una vacilación breve—: ¿Quién eres?
La mujer contuvo la respiración un momento.
—Ya son... un par de años desde que nos vimos por última vez —dijo,
en una voz no muy calmada—. Puede que no te acuerdes. Dime... dime
Pandora.
—¿Pa...? —Ranma luchó con la pronunciación un momento—. Curioso
nombre —dijo por último—. ¿Una leyenda griega, cierto? ¿Por qué no
me dices tu nombre verdadero, y listo?
Su risa le pareció nerviosa a Ranma.
—A su tiempo —dijo ella—. Ahora vámonos. Está haciendo frío.
Ranma se puso de pie, ignorando la mano ofrecida. Los músculos se le
habían agarrotado en las horas que estuvo sentado, pero que se lo
llevara el diablo antes de mostrarle alguna debilidad a una desconocida.
Aun si ella parecía conocerle.
—Tengo el volador fuera del portón —dijo la mujer. Si estaba molesta
por el rechazo de él, no daba seña de ello.
Caminaron despacio hacia el portón del cementerio. Luego de un rato
breve, Ranma dijo:
—No estuviste en el entierro.
—No. He estado viviendo en el extranjero... No supe que Akane-san
había muerto hasta hace poco. Vine apenas pude.
Ranma le lanzó una mirada. —Da la impresión de que supieras que yo
iba a estar... —Se interrumpió de pronto, avergonzado.
La mujer se rió suavemente:
—No exactamente. Pero sabía que... —Ahora era su turno de
avergonzarse—. Sabía cuánto la querías. No me cabía duda de que ibas
a estar haciendo alguna idiotez.
Ella lo estaba observando de reojo, vio él, como si esperara una reacción
a eso último. En otro tiempo, hubiera obtenido una. Pero medio siglo de
matrimonio con Akane le había enseñado a pensar antes de abrir la boca.
—Puede que tengas razón —dijo, calmado. Llegaron al portón—. ¿Cuál
es el tuyo? —añadió, indicando los voladores allí estacionados.
—El azul oscuro.
Era un modelo más bien antiguo, pero en excelentes condiciones. La
mujer puso la palma en la cerradura, y la puerta del conductor se abrió
con un siseo. Se subió. Ranma la miró, por la ventanilla, apagar los
sistemas de seguridad del vehículo. El brillo de los instrumentos le
iluminaba la cara. Se le hacía conocida, en cierto modo.
La puerta del pasajero se abrió y Ranma subió. Pandora ya tenía el motor
andando. Para su espanto, vio que ella pretendía conducir el volador por
sí misma.
—¿El piloto automático no funciona? —preguntó él.
—Nunca me han gustado esas cosas. —Miró de reojo a Ranma, divertida—.
No te preocupes. Hasta ahora no me he estrellado nunca.
Mientras hablaba, el volador comenzó a moverse. Suavemente, notó él,
aliviado. Se elevaron a ciento cincuenta metros y se dirigieron al
sudeste.
—Momento —dijo él de súbito—. Por aquí no se llega a mi casa. ¿Adónde
me llevas?
—Tranquilo —sugirió ella—. Te llevo a casa. A mi casa. Por una o dos
noches, nada más. Te hace falta un tiempo lejos de tu familia, donde
no te recuerden constantemente a... ella. Algún lugar distinto, donde
puedas descansar, y empezar a ver las cosas con un poco de
perspectiva.
—¿Y vale de algo mi opinión en todo esto? —inquirió él, entre divertido
e indignado.
Ella sonrió sin alegría:
—Por supuesto. Si de verdad quieres volver a tu dojo, te llevo ahora
mismo. Pero piénsalo un poco. ¿De verdad quieres estar allá ahora?
Él comenzó a responder pero ella lo interrumpió, añadiendo:
—Ya sé que no tienes ninguna razón en especial para confiar en mí.
Pero... confía en mí de todos modos. No te vas a arrepentir.
—Me voy contigo —dijo él de inmediato.
Ella lo miró sin hablar, y por un momento él creyó verle un brillo de
lágrimas en los ojos. Pero podía haber sido obra de su imaginación.
El volador siguió atravesando la noche.
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
Ranma despertó con un sobresalto mientras el volador descendía hasta
una plataforma de aterrizaje. El zumbido bajo y continuo del sistema
de refrigeración del vehículo, manteniendo el motor a temperatura
operacional, lo había hecho dormir. Contrajo el ceño, molesto.
—¿Dónde estamos? —preguntó.
—No matemos el suspenso —dijo Pandora, mostrando una sonrisa
apretada—. Como a tres horas de viaje desde el cementerio, eso es
todo lo que voy a decir.
—¿Tres "horas"?
Eso podría ponerlos en cualquier parte entre Darwin y el Polo Norte.
Echó una ojeada por la ventana. Ya, bueno, no era el Polo, entonces.
—Debería llamar a los niños, por lo menos. Avisarles que estoy bien.
—Ya está hecho.
El volador tocó el suelo con apenas una vibración.
—Hablé con ellos hace una hora. Estaban... un poco extrañados, pero
me las arreglé para explicar las cosas.
—Hmm. —Ranma habría dado bastante por oír esa explicación.
—Pasa. ¿Quieres tomar algo? Voy a alistar el cuarto de invitados...
La mujer bajó del volador y enfiló a la casa cercana. Ranma descendió
y se apresuró detrás de ella. Luces-guía los seguían en su camino.
El resto fue brumoso. Ella le dio algo de beber —caliente y
condimentado; no reconoció el sabor pero le gustó— y lo envió a
acostarse poco después. Cuando se apagaron las luces él creyó oírle
decir "duerme bien", pero los ojos se le cerraron antes de saberlo con
certeza.
- 2 -
Despertó una vez más a la luz brillante del sol matinal. El aire era cálido
y había un aroma impreciso a flores. Se incorporó despacio y miró su
entorno.
El dormitorio era grande y aireado. Una pared parecía ser casi toda
ventanas; algunas estaban abiertas, dejando entrar una brisa fría y
refrescante. Afuera, podía ver un césped, inmaculadamente cortado,
y camas de flores. No pudo reconocer las flores.
Se quitó de encima la sábana delgada que lo cubría y se puso en pie,
notando con algún alivio que su anfitriona no lo había desvestido. Luego
recorrió la habitación, examinando todo cuidadosamente en busca de
indicios en cuanto a dónde estaba. Para su frustración, no pudo
encontrar nada. Los cuadros de la pared (uno de ellos original, pensaba
él) no tenían firma, y no mostraban nada que sugiriera ninguna localidad
en particular; los muebles le parecían perfectamente normales. Aunque,
se admitió, él no era ningún experto en arte o mueblería.
Por un momento se detuvo a examinarse en un espejo. ¿Ochenta y cinco
años? Toda una vida de actividad y constante entrenamiento lo había
dejado pareciendo más como de cincuenta y cinco. No obstante, la mayor
parte de su pelo ya no estaba, salvo por unos cuantos mechones plateados
en las sienes. Pero tenía el cuerpo aún esbelto y duro. Y aún podía
derrotar a oponentes de la mitad de su edad.
Suspiró, estirándose, y encauzó los pensamientos de vuelta a su
situación. Había sido una locura, venir aquí con una desconocida. Lo
había sabido en el momento mismo de acceder a venir. Pero también
había reconocido la verdad en las palabras de Pandora: sentado allí junto
a la tumba de Akane, en realidad no había esperado más que reunirse
con su esposa. Cualquier tipo de acción debía ser mejor que el suicidio.
Todavía no podía enfrentar el volver con los niños; venir con Pandora
había parecido la única alternativa.
Además, si ella pretendía hacerle daño lo estaba ocultando muy bien.
Casi sin pensarlo, se dejó caer al piso y comenzó sus acostumbrados
ejercicios matinales de calentamiento. Pero la mente se le quedó en
Pandora. Había tenido más de una razón para venir con ella. Tenía que
admitirlo: estaba intrigado. Ella era un misterio, y —se dio cuenta de
pronto— él estaba ansioso por resolverlo.
Y ella había tenido razón en cuanto a una cosa más. Sentarse allí en
el cementerio había sido un tipo de suicidio. Pero volver con los hijos
hubiera sido otro: el comienzo de un declive largo y lento hacia el dolor,
el abatimiento y, por último, el abismo. «Te hace falta alejarte», había
dicho ella. Y había tenido razón. Aquí, en un entorno no conocido, con un
nuevo desafío que enfrentar, sentía el espíritu más liviano de lo que había
estado en mucho tiempo.
Se puso en pie y comenzó una serie de kata. En poco tiempo estaba
sudando libremente; había descuidado los ejercicios en las semanas
recientes. Había tenido otras cosas en la cabeza.
De movimientos estilizados, perfectamente ejecutados, cambió a un estilo
más libre, con menos restricciones. Girando, saltando, golpeando con
las cuatro extremidades al mismo tiempo, cada uno de sus movimientos
era una expresión de ochenta años de entrenamiento y experiencia. Era
un artista, un bailarín, el viento dotado de forma. Este era el Musabetsu
Kakutou Ryuu; y en todo el mundo nadie lo hacía mejor. Había muchos
hombres y mujeres jóvenes que eran más rápidos. Pero ninguno podía
acercársele en destreza.
Pero en la cima de su orgullo, de su regocijo, volvió una idea sombría;
trastabilló. Intentó alejar el pensamiento, volver a alcanzar el pináculo,
pero el pensamiento aquel no se iba.
«¿Le estoy siendo desleal a Akane?»
Siguió moviéndose, luchando contra su oponente fantasma, pero ya tenía
la concentración rota.
«Ella se fue. Ahora me doy cuenta. ¿No debería llorarla?»
Su buen ánimo de momentos antes, su orgullo y su expectación, le
molestaban. Le había llevado mucho tiempo el admitir por fin que amaba a
Akane. Pero en las décadas que habían estado casados, ese amor había
crecido y florecido. Ella había sido el centro de su mundo. Su vida. Y
apenas la habían enterrado el día anterior.
«¿Por que no estoy afligido? ¿Tan desleal soy?»
Entonces vino un pensamiento nuevo: «He estado afligido desde que ella
se enfermó. Desde hace ya meses.»
Se quedó totalmente inmóvil, con los brazos paralizados en el acto de
golpear el aire.
«¿Es eso? ¿Estoy contento de que ya todo terminó?»
La idea era pasmosa. Horrenda. O tal vez... liberadora.
«Tal vez es tiempo de vivir de nuevo. Tal vez ya está bueno de sufrir.»
Y con eso, pareció que las compuertas al fin se abrían. Se sentó en la
cama y lloró por su mujer.
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
Cierto rato después sintió una mano suave en el hombro.
—¿Te sientes mejor? —le preguntó Pandora. ¿Lo había visto llorar?
Descubrió que no le importaba.
Suspiró. —Sí, mejor. Gracias.
Le agradecía por más que sólo la preocupación. De algún modo ella
pareció saberlo.
—No es problema, Ranma-san. ¿Quieres desayunar?
—Gracias.
La siguió afuera, observándola pensativo. En la luz de la mañana le
parecía aún más conocida que en la noche anterior. Vestía una blusa
simple de estilo occidental y falda; llevaba los pies descalzos. Su pelo
rubio estaba arreglado en un moño a la altura de la cerviz. Tenía un
elegante adorno como de malla plateada en cada sien, unidos por una
banda simple que le cruzaba la frente. Curiosamente, también llevaba
guantes.
Él no conocía a nadie que vistiera de ese modo. Pero... había algo en
su forma de moverse, algo en su manera de hablar...
Había un deleitoso aroma a comida proveniente de la cocina. Se sentó
y miró de uno a otro lado de la estancia. Algo le llamó la atención. Lo
pensó un momento; luego preguntó en una voz deliberadamente natural:
—¿Cuánto dormí?
—Como diez horas —dijo Pandora, ocupada con la comida—. No te quise
despertar. Parecía hacerte falta.
—Ah.
Ranma se puso de pie y caminó hacia la ventana. La casa se erigía en un
valle entre montañas; la ventana miraba hacia una ladera amplia y tersa,
viva con céspedes, jardines y árboles. Un estero, claro y burbujeante,
corría por el terreno. Él hubiera apostado a que el agua era pura, y que
había peces en ella. Todo en cientos de metros a la redonda estaba
hermosa y cuidadosamente mantenido. Debió haber costado una fortuna.
Lejos más abajo, podía apenas distinguir la cerca. Bastante empeño se
había puesto para mantenerla indiscernible, bien camuflada por el paisaje
interior, pero Ranma sabía lo que buscaba. Habría fuertes sistemas de
seguridad en la línea de la cerca: infrarrojos y otros mecanismos de
detección, y dispositivos de guía para las defensas de la casa. Fuera de
la cerca, sabía él, habría una campiña salvaje y agreste. Su anfitriona
había construido una casa bellísima, pero también se había tomado
grandes molestias para aislarla del resto del mundo. Se preguntó de qué
se estaría escondiendo.
—Hacía mucho que no venía a China —dijo él—. Bellísimo.
—¿Verdad que sí? —dijo ella, levantando la cabeza y sonriendo—. El
jardín lo diseñó...
Se detuvo de repente, luego se rió.
—Ya, está bien —continuó—. ¿Cómo supiste? ¿Qué lo delató?
Él le mostró una sonrisa ladina.
—El reloj —dijo, señalándolo—. Salimos de Japón ayer al anochecer.
Volamos tres horas, y dormí otras diez. No fuimos muy lejos hacia el
norte o hacia el sur, por el ángulo del sol. Así que la diferencia horaria
significa China.
—Carajo —dijo ella devolviendo la sonrisa—. Y yo que hasta empecé
volando en la dirección equivocada para engañarte. Te has puesto
mucho más avispado con los años.
Él pestañeó. Habían empezado volando hacia el sudeste, y él lo había
olvidado. Uy.
—Si nos conocimos hace solo un par de años, ¿cómo sabes tanto de
cómo era yo antes? —inquirió.
Ella titubeó.
—Me... —empezó, y luego se detuvo, mordiéndose el labio.
Ranma chasqueó los dedos:
—Ya sé a quién me recuerdas —se dio cuenta de pronto—. Dime, ¿eres
pariente de...? —Era su turno de titubear—. ¿De una mujer de nombre
Kuonji Ukyo? —terminó al fin.
Pandora suspiró:
—Sí. Ella... no quería que supieras...
—Ucchan —dijo Ranma, moviendo la cabeza y sonriendo con la
reminiscencia—. Está viva, entonces. Hace tanto que no sé nada de
ella... ¿Está aquí? Me gustaría volver a verla.
—No —dijo Pandora con firmeza—. No va a venir. No... no quería
encontrarse contigo de nuevo.
Ranma suspiró.
—Qué lástima —dijo con voz tenue—. Todavía la echo de menos.
Pandora pareció sentir su cambio de ánimo. —Te quería.
—Lo sé —Él volvió a suspirar—. Demoré años en entender bien. No fue
una decisión justa... Creo que Ukyo me quería mucho más que Akane. Y
fui yo quien tuvo que tomar la decisión... —Movió la cabeza—. No fue
para nada justo, pero ¿de qué otro modo si no?
"Akane... —Su nombre aún traía dolor, pero ahora era más acallado, más
melancólico—. Nos fuimos allegando. Puede que no me haya querido
tanto en un comienzo, pero nos fuimos uniendo. No creo que ella haya
tenido ningún arrepentimiento. Fue un buen matrimonio. Muy bueno.
Tenía lágrimas en los ojos otra vez.
—Me alegro —musitó Pandora.
—Y Ukyo... sufrió muchísimo cuando elegí a Akane —continuó Ranma—.
Creo que siempre supo cómo iba a terminar todo. Al final, se volvió
bastante desesperada. Pero ella... ella nunca perdió la esperanza.
—No.
—Después, en la boda. Ella estuvo ahí, y nos sonrió, y nos deseó
felicidad... y yo le podía ver el dolor en los ojos, y sabía que el alma se
le estaba rompiendo. Y me cerré a todo. Fingí no darme cuenta. Era mi
boda, y no quería saber.
—Nunca te culpó. —Ahora los ojos de Pandora estaban húmedos.
—¡Eso no es excusa! —restalló Ranma—. ¡Mi mejor amiga estaba
sufriendo, y me necesitaba, y yo no la ayudé!
Pero luego de pocos momentos su cólera menguó, y se sosegó:
—No podía ayudarla. Lo que ella necesitaba... yo no podía dárselo.
"Cuando volvimos de la luna de miel, ella se había ido. Nadie sabía
adónde. Había cerrado el restaurante, se había llevado unas cuantas
pertenencias, y desapareció, así de simple. Dejó... Dejó todas sus
espátulas. Creo que eso es lo que más me dolió. Era como si estuviese
diciendo que renunciaba. A todo.
"Nunca más la vi. Temí que se hubiera suicidado. Busqué... incluso
conseguimos que Nabiki pagara un detective privado... pero nunca
encontramos nada. Se había ido, y punto.
Levantó los ojos hacia Pandora.
—Y ahora, estás tú. Su... ¿nieta?
Pandora se agitó un tanto. —Ranma...
—¿Puedes por lo menos darle un recado de mi parte? Dile que me
perdone. Que nunca le quise causar dolor. Dile... que espero que sea
feliz.
Pandora sonrió dulcemente. Tenía los ojos vidriosos.
—Ella sabe, Ranma. Siempre supo.
—Dile de todos modos. —Su tono era suplicante—. Necesito... saber que
ella lo oyó. Que sabe que yo sé que está bien —Dudó—. Ella está bien,
¿cierto?
—Eh, sí... ella está... —Pandora se interrumpió. Tenía la cara totalmente
pálida, como esforzándose por contener algo.
—Discúlpame, por favor —dijo, luego se levantó y salió rápidamente.
—¿Pandora-san? —llamó Ranma. Se rascó el pelo de la sien. Algo andaba
mal aquí. Algo no tenía sentido. Después de un momento de indecisión,
salió tras ella.
La encontró en una sala de estar no lejos de allí. Estaba de pie mirando
por una ventana, con la espalda hacia Ranma. Los hombros se le
levantaban como si estuviera llorando, pero no hacía ningún sonido.
—¿Qué pasa? —preguntó él en voz queda—. ¿Puedo ayudar?
—No —dijo ella sin volverse—. No creo que sea posible.
—¿Cuál es el problema? —preguntó él otra vez.
—Esto... fue un error —dijo ella. Los hombros se le sacudieron de
nuevo—. Nunca debí traerte acá. Debí saber que era una estupidez
intentarlo. Pero me... esperaba que...
Ranma le puso una mano en el brazo. —¿Qué? Por favor. Dime.
Ella alzó la vista y lo miró. Su expresión era desdicha pura.
—Creí que... que iba a ser capaz de verte otra vez. Sin involucrarme.
Cerró los ojos un momento; y en ese instante, de algún modo, él supo.
Era una locura, era imposible, pero cada instinto le decía que era verdad.
—Tú... —empezó.
Ella se sacudió de encima la mano de él, levantó los brazos y empezó a
desatarse el moño de la cerviz.
—Debí saber que no —dijo.
El pelo le cayó libre. Se quitó las mallas plateadas de las sienes, y las tiró
a un lado.
—Lo siento, Ra... Ranma. Pero esto tiene que terminar. Tienes que irte.
Yo no... no puedo con esto.
—Ucchan —dijo él.
—¡No! ¡No me digas así! —gritó ella—. ¿Que no te das cuenta? ¡No puedo
volver a pasar por eso!
Se dio media vuelta para escapar nuevamente, pero él la tomó de los
brazos y la sujetó.
—Ucchan —dijo de nuevo, conmocionado.
—Ay, Ranma —musitó ella—. ¿Por qué después de sesenta años todavía
me duele?
Y se hundió en el abrazo de él y empezó a llorar.
Él buscó a tientas algo inocuo que decir, algo para alivianar el momento.
—No te viene mucho ese color de pelo —dijo.
Y ella se rió por entre las lágrimas, y él supo que todo iba a estar bien.
- 3 -
Más tarde, sentados tomando té y hablando de nada en particular,
Ranma se encontró mirando a Ukyo nuevamente. Con el pelo suelto
parecía aún más joven. Parecía la adolescente que había sido cuando
él la había visto por última vez. Sesenta y seis años atrás.
Era imposible. Ninguna cirugía estética era tan buena.
—¿Puedes decirme ahora? —dijo él por último.
Ella bajó la mirada, estudiando durante algún rato la taza de té en sus
manos enguantadas.
—No me podía quedar —dijo al fin—. Cuando pensé en lo felices que se
veían los dos en la boda... o la idea de volver a verte cuando tú y...
ella... volvieran de la luna de miel... dolía demasiado. No pude aguantarlo,
así de simple. Así que me fui a mi casa, donde mi padre.
—¿Dónde? El detective que contratamos...
—En Kochi. Él tendía a mudarse mucho, pero siempre me enviaba sus
direcciones nuevas.
—Shikoku —dijo Ranma entre dientes.
—Sí. No estaba muy contento con tenerme de vuelta, pero... —Se
encogió de hombros—. En fin. Terminé el colegio, fui a la universidad.
Estudié botánica, al principio...
—¿Botánica?
—Botánica —dijo ella con voz firme—. Pero me encontré derivando hacia
la parte microbiológica, y después de titularme seguí para sacar un
doctorado en genética.
Él no hizo más que mirarla de hito en hito, boquiabierto, incapaz de
pensar en algo que decir.
Ella mostró una sonrisa breve ante la expresión de él, luego pareció
triste.
—Para mí ya se habían acabado los restaurantes, Ranma. Demasiados...
recuerdos.
Ranma asintió con la cabeza, sintiéndose triste también. La idea de Ukyo
renunciando a su okonomiyaki parecía trágica.
—En fin —siguió ella—. Terminé trabajando para una de las grandes
empresas de biotecnología. Me hice un nombre propio, participé en
unas cuantas patentes buenas, gané lo suficiente para jubilarme a los
cincuenta. —Se encogió de hombros—. Y heme aquí.
—No —dijo Ranma con firmeza—. No puedes parar ahí. ¿Y...? —La señaló
con la mano—. ¿...Esto? ¿Cómo eres tan joven todavía? ¿Es alguna
técnica genética nueva que inventaste?
—No. La ingeniería genética en humanos es ilegal en todos los países del
planeta. Deberías saber eso. Si alguien lo está haciendo, yo no lo sé. Los
denunciaría si supiera.
—Entonces... ¿cómo?
Ukyo tomó un sorbo de té y arrugó la cara.
—Se me enfrío el té —dijo. Luego, mirando nuevamente a Ranma—:
¿Cómo soy joven todavía? Si se trata de eso...
Sin advertencia, le arrojó la taza a Ranma, mojándolo con té.
—... Yo te podría preguntar lo mismo —terminó, mirando con gesto de
satisfacción a la jovencita pelirroja frente a ella, al otro lado de la mesa.
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
—Eso es distinto —dijo Ranma-chan con tono de indignación. Se
restregaba en vano la ropa con una servilleta.
Ukyo asintió pensativamente. —Dime —dijo—, ¿cómo está Ryoga hoy
por hoy? ¿Todavía vivo y coleando?
Ranma-chan asintió con la cabeza, confundida.
—¿Todavía se convierte en un cerdito negro?
—Yo... no sabía que supieras eso.
Ukyo sonrió. —¿Sabes cuánto viven los cerdos?
—¿Qué? No. ¿De qué estás habl...?
—Unos veinticinco años, eso viven. Pero Ryoga todavía es un cerdito.
Tú sigues siendo una jovencita. ¡Ya habrás razonado esto tú mismo hace
años! Sus otros cuerpos no cambian. No envejecen. Tú caíste en la poza
de la niña ahogada, y en una niña es en lo que te conviertes. No en una
anciana.
—¿Pero qué tiene que ver eso con...? Ah. Estuviste en Jusenkyo.
Ukyo asintió, con una sonrisa a medias:
—Hace como treinta años. Quería examinar las pozas, ver si podía
encontrar alguna explicación científica de cómo funcionaba la maldición.
En realidad no esperaba que me fuera bien, pero... —Se encogió de
hombros—. La jubilación era aburrida. Hice todas mis pruebas en la
nyannichuan, porque pensé que de ese modo estaba a salvo. Resultó
que me equivoqué.
Ranma-chan se rió. —Así que eres una mujer... que se convierte en niña.
—Correcto —resopló Ukyo—. No había forma de curarla, además. No hubo
caso tampoco con zambullirse en la nyannichuan...
—No hay cura de todos modos —dijo Ranma-chan en voz queda.
—¿Ah?
—Volví hasta acá. Como cinco años después de que me casé, cuando
abrieron los viajes a China. Descubrí... —Se interrumpió por un instante,
recordando la amargura de aquel momento— que no hay cura para las
maldiciones de Jusenkyo. Ninguna de las pozas funciona si ya se tiene
una maldición.
—Ah. —Ukyo la miró un momento, con ojos compasivos—. Lo siento.
Ranma-chan se encogió de hombros. —Lo superé. Con el tiempo.
—Suspiró, y luego frunció el ceño—. Pero tú... hubiera esperado que te
convirtieras en un niña que se pareciera... a mí.
—Le pregunté al Guía de Jusenkyo. Él no cree que funcione así...
—¿"Él"? Yo creía que Plum era la guía ahora.
—No interrumpas. El nieto de Plum es el guía ahora. Plum murió hace
varios años, y su hija no quiso recibir el empleo. En vez de eso, se lo
pasó a su hijo.
—Ah. Perdón.
—Como iba diciendo, las maldiciones no parecen funcionar de esa
manera. El guía dice que el efecto es más una adaptación a una forma
que una clonación. Así que, por ejemplo, tu cuerpo femenino es la forma
en que te verías si hubieras nacido niña. El otro cuerpo de Ryoga es el
análogo de cerdito más próximo posible a su propia forma. Y yo... me
convertí en mí misma.
—Pero... —Ranma-chan arrugó el entrecejo—. Parece que hablaras de
inmortalidad o algo así. ¿Qué le pasó a toda la gente que ha tenido la
maldición en el pasado?
—No, no es inmortalidad. —Ukyo sonrió—. Pero es buena tu observación.
Tu cuerpo original continúa envejeciendo, aun si tu otro cuerpo, tu cuerpo
hechizado, no lo hace. Por ejemplo, tú tienes... ochenta y cinco, ¿cierto?
Si pasaras los siguientes diez años en tu cuerpo hechizado, y luego
cambiaras de nuevo, cambiarías de vuelta a un cuerpo de noventa y cinco
años.
—Ah.
—Y la maldición parece actuar como un imán de agua... Como no me cabe
duda ya habrás notado. Tarde o temprano, no puedes evitar volver a
transformarte. —La expresión le cambió de pronto—. Lamentablemente.
Ranma-chan se rió un poco. —Ya entiendo porqué prefieres permanecer
así.
—¿Entiendes? ¿Entiendes? —Ukyo parecía enojada por alguna razón—.
No, no entiendes. Tú no sabes...
Se interrumpió de pronto. Luego de un minuto, continuó en un tono
totalmente distinto:
—No. No importa. —Levantó la mirada y sonrió a Ranma-chan. Parecía
un tanto forzada—. Perdón, Ran-ch... Ranma.
Ranma-chan le estudió la cara, con extrañeza. Todavía había algo que
Ukyo no le estaba diciendo. Algo que preocupaba a Ukyo. Algo que quizá
hasta la asustaba. ¿Qué?
—Pero bueno —dijo Ranma, cambiando deliberadamente el tema—.
¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí? ¿Desde que te jubilaste? ¿Y por qué
China, a todo esto? ¿Solo para estar cerca de Jusenkyo?
—Como quince años —contestó Ukyo, obviamente aliviada—. Encontré
este lugar la primera vez que vine a Jusenkyo, hace poco más de treinta
años. Quedé enamorada al instante de aquí. Después, volví a China
para... otro proyecto. Al final me di cuenta de que podría estar años
aquí, así que construí la casa.
—Gastaste bien tu dinero —dijo Ranma-chan, mirando a su alrededor—.
Es preciosa esta casa. Eeh, ¿cuál era el otro proyecto por el que
volviste?
Ukyo se rió despacio:
—Dinero bien gastado... no tienes idea cuánto. Pero no importa. ¿Mi
proyecto actual? Es... es un cuento largo. Te lo cuento después, lo
prometo. —Titubeó—. Es más, esperaba que pudieras echarme una mano.
Ranma-chan alzó las cejas.
—Si puedo, entonces por supuesto —dijo. Un momento después, lo
lamentó. «¡Baka! ¿En qué te dejaste meter ahora?»—. Eeeh... ¿Qué tipo
de mano tenías en mente?
Con una carcajada, Ukyo se levantó de la mesa.
—No te preocupes. Nada muy... arduo. Pero por ahora... bueno, yo creo
que deberías cambiarte de ropa, por lo menos. Ese té te va a manchar
la ropa... Y ¿quieres agua caliente, o...?
Ranma-chan se levantó también.
—Sí, sería bueno algo de agua caliente.
Ukyo le dio una mirada inquisitiva:
—Me sorprende que no pases más tiempo en tu cuerpo de mujer. La
juventud tiene sus ventajas.
Ranma-chan negó con la cabeza.
—Imagino que para ti es diferente —dijo—. A mí nunca me gustó este
cuerpo. Y... bueno, ser joven está muy bien. Pero yo me he ganado mis
años. No me avergüenzo de ellos. Y no quiero empezar a pensar en mi
maldición como en una muleta en que apoyarme.
—Ay, Ranma... ¿casi setenta años, y todavía no la aceptas? —suspiró
Ukyo—. Ven. El baño queda por aquí.
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
Se bañó, deleitándose en el calor largo y lento del agua. Cuando terminó,
encontró ropa limpia dispuesta para él junto a la puerta. Sacudió la
cabeza, divertido. ¿Con cuánto esmero se había preparado Ukyo para
su visita?
Brevemente, se le ocurrió que ella aún pudiera abrigar alguna esperanza
de "ganárselo". Movió la cabeza nuevamente. ¡Linda pareja harían! ¿Un
octogenario con una jovencita? O —si ella cambiaba a su forma natural—,
¿con otra anciana de ochenta y cinco años? No, la idea era ridícula.
(Como siempre, se negó a contemplar siquiera la idea de intimidad en su
cuerpo femenina. Algunas cosas eran impensables).
Salió del baño riéndose de su propia tontería. Él confiaba en Ukyo. Eso
era todo lo que había.
Rondó un poco por la casa, mirándolo todo y buscando a Ukyo. La
encontró por fin en un pequeño despacho, trabajando en un terminal de
computadora, con el ceño fruncido. Para su sorpresa, vio que se había
cambiado el color del pelo por su castaño oscuro de antes, de siempre.
Mientras él miraba, ella suspiró y apagó el terminal.
—¿Problemas? —preguntó Ranma.
Ukyo dio un respingo:
—¡Ah! No te oí, Ran-chan... digo, Ranma... —Se sonrojó de un color
carmesí.
Ranma se rió. —Creo que puedo aguantar el "Ran-chan".
—No fue mi intención... —Ella hizo un alto, pareciendo nerviosa. Luego de
unos segundos continuó—: Supongo que... no quería empezar a pensar
en ti... de ese modo... de nuevo.
Ranma le tomó una mano.
—Ukyo —dijo—. No; Ucchan. Nos conocemos desde hace ochenta años.
Tú eres mi más antigua amiga. Me puedes decir como tú quieras.
Luego de un momento, sonriendo, añadió:
—Además..., como que echaba de menos el "Ran-chan".
—No te pongas sentimental —rebatió ella con un bufido. Pero él podía
ver que estaba contenta.
Se sonrieron, sin que ninguno hablara. El silencio pareció crecer. Luego,
carraspeando, ella dijo:
—Bueno, y... ¿ya exploraste la casa? ¿Qué te parece?
—Impresionante —dijo Ranma, indeciblemente aliviado—. Bellísima. ¡Pero
tan grande! ¿Qué haces con todo esto? —Titubeó un instante, luego lo
soltó—: ¿Nadie más vive aquí? ¿No tienes... marido? ¿Familia?
Ella apartó la mirada:
—No. Es que me gusta tener mucho espacio. Los mecas de la casa la
mantienen limpia, así que ¿por qué no...? —Se interrumpió. Cayó otro
silencio, incómodo esta vez. Por último, contestó la verdadera
pregunta—. Nunca me casé. No tengo hijos.
—Ucchan —musitó Ranma—. Por favor... no me digas que tú... que yo...
—¿Que "me arruinaste la vida"? —dijo ella en tono de broma. Seguía sin
mirarlo—. No. No es eso. Yo... elegí como pasar mi vida. No me arrepiento
de nada.
¿No se arrepentía de nada? ¿Después de tener que admitir que los
primeros dieciséis años de su vida habían sido un desperdicio? ¿Después
de volverle la espalda a todo lo que había construido hasta entonces? Él
se preguntó si ella creía en lo que estaba diciendo.
—Ucchan... ¿Por qué no volviste nunca? ¿O por qué al menos no nos
avisaste que estabas bien?
Ella lo miró, al fin. —Durante mucho tiempo no quise. Lo único que quería
era... olvidarme de todos ustedes. Pero luego... —Pareció como
culpable—. Después de terminar la universidad, yo... sí volví.
—¡¿Qué?! —Ranma estaba aturdido—. ¡Pero eso es absurdo! Yo nunca...
—Ranma —Él se quedó en silencio—. Volví. Uno o dos días, nada más.
No sabía bien cómo... bueno, cómo hacerlo. Así que hablé con tu madre.
—¿Mi...? —Ranma se interrumpió de pronto—. Siempre me pregunté cómo
estaba tan segura de que estabas bien —masculló.
—Le pedí que no te dijera que estuve allá. Yo... todavía no quería verte.
No cara a cara. Pero Nodoka sí llamó a Akane. Nos... conseguimos ser
educadas. Es más, creo que ella se sintió aliviada. Pero quedaba
bastante claro que no me quería cerca. Nodoka me dijo que tú y Akane
estaban... teniendo problemas.
En voz baja, Ukyo añadió:
—Parecía que lo único que iba a lograr era causarles problemas otra vez.
Así que me fui.
—Ucchan...
—Nunca pensé que ni siquiera te dirían que me habían visto. Pero
supongo que era razonable, para ellas.
Ranma tenía la voz amarga: —Nunca dijeron ni una palabra.
—Llamé por teléfono, un par de años después. Para saludar, nada más.
Contestó Akane. Hablamos un rato... Parecía bastante contenta. Un hijo,
otro en camino. Pero me dijo que no te había dicho nada de mi visita. Y...
—Ukyo suspiró—. ¿Para qué cambiar eso? Le dije cómo contactarme, si
alguna vez pasaba algo serio, y ella prometió que lo haría. Eso fue todo,
la verdad.
—Eso debe haber sido justo antes de que naciera Hisao —dijo Ranma,
distante. No estaba seguro de cómo se sentía. ¿Traicionado? Pero podía
entender por qué Akane lo había hecho. Después de su tormentoso
noviazgo, le había llevado años sentirse realmente segura en su
matrimonio. «Ay, Akane...»
—Y lo intenté una vez más —dijo Ukyo—. Como... ¿quince años después?
¿Veinte? Era una visita relámpago, nada más, pero pasé por el dojo.
Suerte la mía, ni tú ni Akane estaban... Un torneo, creo. Pero conocí
a tus hijos.
—¿Los conociste? —dijo Ranma, pasmado.
Ella sonrió:
—Me dieron té. Hablamos un ratito, y luego tuve que irme. Les sugerí que
no le dijeran a Akane que yo había estado allí. Me imagino que también
te incluyeron a ti en eso. Pero fue por eso que no tuve ningún problema
para convencerlos de que estabas bien, cuando llamé anoche. Me
conocían.
—Je. Voy a tener que hablar con esos niños cuando vuelva.
Ukyo levantó una ceja, pero no respondió.
—¿Qué? —demandó él.
—No, nada... Es que pensaba en lo chistoso que suena cuando les dices
"niños". Los dos tienen más de sesenta años, Ran-chan. Tienen nietos.
Él puso cara de ofendido.
—Cuesta dejar algunas costumbres —murmuró.
Ella se limitó a reír.
- 4 -
Pasó el tiempo. «Una o dos noches, nada más», había dicho Ukyo; pero
esas noches se volvieron una semana, luego dos, y luego más. Para el
comienzo del tercer mes, Ranma descubrió que se había acostumbrado
bastante a la vida en casa de Ukyo.
Y cómo no. La casa misma era grande y cómoda; él contaba allí con todo
el espacio que pudiera querer. Y el paisaje exterior era prodigioso. Las
montañas eran altas y escarpadas, de una belleza fastuosa, que llenaba
el horizonte en casi todas direcciones. Pero el valle donde descansaba la
casa era ancho y profundo; el terreno cubría cientos de hectáreas, todas
prolijamente atendidas por los mecas discretos y omnipresentes. Ranma
pasaba los días deambulando por los jardines, distendiéndose y admirando
el esplendor del paisaje. Poco después, empero, le resultó monótono, e
hizo que Ukyo le enseñara los sistemas de seguridad de la cerca, para
poder aventurarse fuera de esta, hacia las montañas y la espesura
abrupta que rodeaba la propiedad. Allá fuera era tan salvaje como él
había esperado, con una belleza propia; pero al volver, se halló
nuevamente apreciando la serenidad y calidad artística de los jardines
del lugar, como viéndolos por primera vez. Lo cual, se dio cuenta, había
quizá sido el propósito.
El tiempo fuera de la cerca, excursionando por senderos montañosos,
escalando rocas, o simplemente recorriendo las colinas en soledad
apacible, le dio la muy necesitada oportunidad de reconciliarse con la
pérdida de Akane. Todavía la añoraba más de lo que podía decir; pero
estaba empezando gradualmente a ver que podía hacer una vida ahora
que ella ya no estaba; que su pérdida no significaba el fin de todo.
Era un tiempo de purificación; un tiempo para poner a descansar la
memoria de ella. Él le hablaba mientras caminaba, contándole lo que veía,
lo que estaba haciendo, hacia dónde iba. Le abrió el alma a su esposa,
allí en el monte vacío. Y si, a veces, lloraba, no había nadie que lo viera.
Al mismo tiempo que comenzaba a reconciliarse con su pérdida, empezó
a notar lo extraña que Ukyo se estaba comportando.
Rara vez lo acompañaba fuera de la casa. En un principio, él no le había
otorgado mayor importancia al asunto. Pero cuando ella empezó a
inventar excusas, una y otra vez —y luego las excusas a hacerse cada
vez más endebles— él empezó a sospechar. Había algo que ella aún le
escondía, y estaba de algún modo conectado con esto.
Mientras más lo pensaba, más se desconcertaba. Ukyo parecía ser un
cúmulo de misterios. Estaba su aversión a salir. Su ropa era extraña
también; insistía en usar todo el tiempo guantes hasta la altura del codo,
hasta en los días más calurosos. Y, notó él cuando entró un día al
lavadero, el resto de su ropa también era peculiar: tenía una textura
curiosa, casi plástica, aunque parecía lo bastante normal.
¿Y el proyecto misterioso en que ella le había insinuado estar trabajando?
Le había dicho que quería su ayuda para aquello; pero desde entonces,
cada vez que él tocaba el tema, se ponía evasiva y cambiaba el tema.
Le daba la impresión de que ella lamentaba habérselo mencionado siquiera.
Y luego estaba la forma en que cocinaba. La Ukyo que él había conocido
cuando joven había sido una cocinera superlativa. Su okonomiyaki no
tenía rival, claro estaba; pero también había sido más que competente
en otros platos. Y ahora parecía tensa, casi angustiada, cada vez que
estaba en la cocina. Tomaba exageradísimos cuidados para preparar
hasta la más simple vianda. Y cuando un día él se ofreció a prepararle
una comida —él había sido, por defensa propia, el cocinero principal en
su familia—, ella había parecido absurdamente aliviada.
Y por último, estaba su maldición. No podía culparla por querer
permanecer en su cuerpo joven. Pero parecía irse a los extremos. Ranma
se dio cuenta un día de que nunca la había visto en su cuerpo más viejo.
Incluso después de bañarse, ella salía del baño como una adolescente.
¿Acaso terminaba cada vez con un cubetazo de agua fría? Pero ¿por
qué?
Ponía todo junto y... ¿qué? Nada parecía encajar. Desechó una teoría
tras otra; no pudo encontrar ninguna que lo explicara todo.
Al final, y como era típico, resolvió el misterio por total accidente.
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
Varios días después, Ranma estaba lavando los platos después del
almuerzo, y reflexionando lo insólito de la situación. «Heme aquí, viviendo
en la casa de una cocinera... ¡y yo cocino casi todas las veces!» De
acuerdo, Ukyo ya no era cocinera. Pero así y todo ella era mejor de lo
que él jamás sería.
Una semana antes, viendo a Ukyo ocupada trabajando en su terminal
de computadora, él se había ofrecido a preparar el almuerzo. Ella había
estado sorprendida al enterarse de que él supiera cocinar. (Pero, por
supuesto, él había tenido poca elección, aunque a Akane le llevó mucho
tiempo perdonarlo; y Nodoka y Kasumi habían sido buenas maestras.) Y
una vez que ella supo que él podía hacerlo, empezó a pedírselo cada vez
más seguido.
Era gracioso, en cierto modo. Ya octogenario, parecía estarse
convirtiendo en amo de llaves de una jovencita. Pero al fin, la mayor
parte de su vida había sido por demás excéntrica. ¿Por qué iba a esperar
que las cosas cambiaran ahora?
Mientras restregaba un manchón de salsa endurecida, Ukyo entró.
Pareció sorprendida.
—Ran-chan... ¿se puede saber qué haces?
Él levantó el plato que estaba lavando:
—Lavo los platos.
—Pero ¿por qué los lavas así? ¿Tiene algo malo la lavadora de vajilla?
Él se rió. —No. La uso casi siempre. Pero.. a veces me gusta lavar a la
antigua. Me da tiempo de pensar.
Ukyo le dio una mirada que sugería que estaba seriamente trastornado.
Pero la vio interesada a pesar de todo.
—¿En qué? —preguntó Ukyo.
—Pues..., en cualquier cosa. Es fácil ponerse filosófico delante de un
fregadero lleno de platos sucios. Tú te debes acordar, de cuando tenías
el restaurante.
—Más que nada, recuerdo que deseaba tener una lavadora de vajilla, para
no tener que estar nunca más delante de un fregadero lleno de platos
sucios.
—Bueno, eso es cierto —admitió él con ironía—. Pero las labores
manuales simples tienen sus méritos. Beneficios espirituales, si se quiere.
Por eso siempre limpiamos el dojo a mano, en vez de hacer que lo haga
un meca.
—En realidad, creí que ponías a tus alumnos a hacerlo.
Él estalló en carcajadas:
—¡Touché! Ya, bueno, me dieron ganas de hacer algo con las manos, eso
es todo. ¿Satisfecha?
Ella fingió considerarlo. —Lo que no entiendo es por qué tenías que hacer
el empeño de demostrar que estabas haciendo algo noble y heroico,
cuando nada más tenías ganas de mojarte las manos.
—Mira, para tu información... —empezó él.
—Ah, no te preocupes. Ya sé por qué. —Le sonrió con ternura—. Porque
eres hombre. Y nadie en su sano juicio esperaría que un hombre hiciera
algo sensato.
—¡¿Qué?! —dijo él, haciéndose el ultrajado.
Pero para su molestia, no se le ocurrió ninguna respuesta buena. Así que
se conformó con tirar de la escobilla de platos del fregadero, y rociar a
Ukyo con agua jabonosa tibia.
La reacción de ella fue sorprendente. Soltó un chillido y se hizo a un
lado, resbalando en una mancha de grasa del suelo y casi cayéndose.
Divertido, él le tiró otro chorrito.
—No, para... —jadeó ella, esquivando nuevamente. Esta vez intentó
saltar por encima del chorro. Unas gotas le alcanzaron su falda, pero
el resto no le llegó. Riéndose, Ranma levantó la escobilla para rociarla
una tercera vez...
—¡NO! —gritó ella—. ¡ME VAS A MATAR!
Ranma se paralizó. Ukyo huyó de la cocina. Cayó un silencio largo.
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
Dejó el resto de los platos y salió a buscarla. Ella no intentaba
esconderse. La encontró en su despacho. El terminal estaba encendido,
pero ella no le prestaba ninguna atención. Estaba... ¿Qué hacía?
¿Restregarse la falda? ¿Tratando de quitarle el agua?
Él carraspeó. —Ukyo...
Ella lo miró sin sorpresa:
—Perdón, Ran-chan. Me... debí habértelo explicado. Hace tiempo. Pero
es difícil...
—Sería más fácil si confiaras un poco más en mí —dijo él con voz
categórica.
—Sí, ya lo sé. Es que...
—Déjame adivinar. Tienes miedo de volver a tu yo más viejo.
No había comprendido eso hasta que ella le había gritado. Pero era la
única respuesta que tenía sentido. Explicaba mucho. Su desmesurado
cuidado de evitar el agua caliente al cocinar. Los guantes, y la textura
singular de su ropa —toda a prueba de agua, estaba seguro—. Hasta su
extraño momento de rabia cuando hablaban de la maldición de ella.
Ukyo pareció sorprendida:
—¿Cómo...? No, no importa. Es más que eso, Ran-chan. Me...
Se detuvo, incapaz de hablar durante un momento. Por último, dijo:
—Me temo que mi otra yo está muerta.
- 5 -
Ranma no sabía cómo reaccionar. No tenía la menor idea. Se quedó allí,
mirándola, y no se le cruzó la más peregrina palabra por la cabeza.
—Fue hace ocho años —dijo Ukyo en voz queda—. ¿O nueve? Enero,
febrero, marzo... no, ocho, estoy segura... —Se interrumpió, y suspiró—.
Me estoy yendo por las ramas. Perdón.
Bajó el paño que había estado usando para restregarse la falda, se quitó
el pelo de los ojos, y volvió a empezar.
—Hace ocho años, tuve un infarto. Uno grande. Había tenido un par de
episodios menores antes, y conocía los síntomas. También sabía que...
Bueno, has visto lo remota que es esta casa. No tenía ninguna
oportunidad de sobrevivir lo suficiente como para que una ambulancia
llegara hasta acá.
"Y entonces...
Se levantó, y empezó a pasearse incansablemente por la habitación.
Él comprendió instintivamente. Ella estaba reviviendo el momento. La
conmoción repentina de saberse sentenciado. El miedo. Y...
—Ahí me quedé, sintiendo el dolor ponerse cada vez peor. Supe que en
un par de minutos más todo iba a terminar. Y de pronto pensé, cuando
era joven no tenía problemas cardíacos. Ojalá fuera joven. Y me di cuenta
de que podía serlo.
Estaba de pie con la espalda hacia Ranma, las manos estrechadas detrás
de la espalda, la postura tensa, rígida. Atrapada en el recuerdo de ese
día.
—Llegar a la cocina fue una de las cosas más difíciles que he hecho en
mi vida. Pensé que no iba a llegar. Pero alcancé. Y cuando llené un vaso
con agua, y me lo eché en la cabeza...
"La transformación fue increíblemente dolorosa. Peor que cualquier
cosa que haya sentido nunca. No supe más. Pensé que me moría...
"Y después desperté. Viva. Joven. Y me sentía bien.
Sé quedó en silencio.
—Y no has vuelto a transformarte desde entonces —dijo Ranma.
—No me he atrevido. Creo, me temo, que moriría instantáneamente.
—Pero... —Ranma frunció el ceño—. ¿No estás segura?
—No. Hablé con el Guía de Jusenkyo. Nunca ha sabido de un caso como
este. Es... no hay modo de saber, en realidad. Aparte de intentarlo. Y
no me atrevo a arriesgarme.
—Perdóname —dijo él suavemente—. No tenía... No lo sabía.
—¿Cómo ibas a saberlo? —Ella sonrió, con un dejo de tristeza—. Por
suerte, es mucho más fácil evitar el agua caliente que la fría. Pero así
y todo... Ocho años, Ran-chan. Creo que es algo así como un récord.
Y hubo veces en que faltó muy poco.
—Como hoy.
Ella bufó. —Como hoy. Esa fue una manera de transformarse que yo
no había previsto. El resto... No me creerías cuántas fuentes de agua
caliente he tenido que prever y evitar. Me doy baños fríos, por supuesto.
Mi ropa es toda a prueba de agua, y uso guantes casi siempre. Trato de
no salir cuando hay sol...
—¿Eh? Me había dado cuenta, pero... ¿por qué?
Ukyo se rió. —Es muy fácil resbalar y caerse, allá fuera. Y si resulta que
caigo en un charco, y el agua se ha entibiado al sol justo lo suficiente...
Bueno, tal vez ahí estoy exagerando. Pero no corro ningún riesgo. Esta
casa... fue diseñada para resistir un tifón, un terremoto o un alud.
"Costosa" no es la palabra. Y no podrías creerme el sistema de cañerías.
Los constructores creyeron que estaba loca.
Ranma esbozó una sonrisa:
—Me lo imagino. Pero... —Se puso serio—. ¿De verdad crees...? Digo,
¿cuánto tiempo crees que puedes seguir con esto?
De pronto Ukyo pareció totalmente cansada.
—Sí, ya lo sé —dijo—. No hago más que prolongar lo inevitable. Tarde o
temprano me voy a descuidar y... se acabó. —Se encogió de hombros—.
Pero, en realidad, no tengo nada que perder, ¿cierto? "Estoy viviendo
tiempo extra. Cada día que sobrevivo es una victoria". Así me digo
siempre. —Forzó una sonrisa—. Mi plan es posponerlo durante tanto
tiempo que no habrá manera de saber si morí de un infarto o de vieja.
Ranma no habló por unos momentos. Luego dijo:
—Ojalá lo logres.
—Ocho años, Ranchan. Casi nueve.
Él puso le puso una mano en el hombro. Ella la cubrió con la suya. Se
quedaron así un rato, y el silencio pareció agolparse en torno a los dos.
Al final, Ranma no pudo aguantarlo más. Se dio media vuelta y salió del
despacho, casi corriendo. No quería que ella le viera las lágrimas.
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
Esa noche, en un estado de ánimo extraño, él preparó okonomiyaki para
los dos. Las cejas de Ukyo se alzaron al verlo, pero no hizo ningún
comentario al principio. Comió despacio, con expresión ilegible. Cuando
por fin terminó, contrajo el ceño un momento, manoseando la servilleta,
antes de admitir por último:
—No está mal. Nada de mal.
Ranma dejó salir una exhalación que no sabía estaba conteniendo.
Ella entrecerró un ojo, y sonrió. —¿Es alguna especie de indirecta?
—¡No! —dijo él, demasiado rápido. Luego, algo reticente—: Sí.
—Hmm. —Ukyo se levantó y pasó por la cocina, donde diestramente
raspó las sobras de los platos, metiéndolos luego en la lavadora de
vajilla—. Ya, está bien —dijo por fin—. Lo admito. Lo he llevado
demasiado lejos. He dejado que la maldición gobierne mi vida, al punto
que ya casi no tengo vida.
—Tienes una buena excusa —señaló Ranma—. Mejor que la que nunca
tuve yo.
—Pues... sí. Pero igual. Me las arreglé durante ocho años. ¡No debería
estarte obligando a cocinar siempre! Perdón, Ran-chan.
—Aceptado —dijo él quedamente.
—En cuanto al... al okonomiyaki... —Se quedó callada rato—. Hace
mucho que no lo hago. Tres o cuatro años, creo. Ya casi no pienso en
eso. Ya no soy esa —Lo miró—. No me pidas que vuelva a esa vida,
Ranma. No lo haré. Ya se acabó.
—No tienes por qué justificarte conmigo —le dijo Ranma.
—¿Y con quién si no? —Pero ella sonreía—. Mañana, yo te voy a hacer
a ti un okonomiyaki. Y veremos si he perdido la maña, ¿sí?
—Ehm...
—Tienes todo un día para preparar el paladar. Mejor será que vayas
empezando.
Él le estudió la cara, de manera un tanto nerviosa, tratando de ver si
estaba o no bromeando. No podía precisarlo. Pero ella seguía sonriendo.
¿Eso debía ser buena señal, no?
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
En la noche, Ranma se despertó con el fuerte sonido de un timbre. Se
incorporó, sacudiendo débilmente la cabeza. Era un repique regular, que
se repetía cada pocos segundos. No podía distinguir de dónde venía.
Oyó pies correr. Un tanto alarmado, corrió a la puerta y miró hacia
afuera, justo a tiempo para ver a Ukyo desaparecer por el recodo del
pasillo. La siguió. El sonar continuo del timbre estaba por todas partes,
llenando toda la casa.
Pocos segundos después, cesó de repente. En el silencio repentino que
siguió, pudo oír claramente a Ukyo echando improperios. Su voz venía
del despacho.
Miró por la puerta, y la vio sentada frente a su terminal, tecleando con
lo que parecía ser fuerza innecesaria. Sus bufidos se interrumpieron
cuando alzó la vista y lo vio a él.
—Ah, Ran-chan... Perdón —dijo.
Añadió algo más, pero él fue distraído momentáneamente por la visión del
breve camisón que ella traía puesto. Para cuando pudo arrancar los ojos
y prestar atención de nuevo, Ukyo lo miraba expectante, esperando una
respuesta.
—¿Cómo? —dijo él, algo idiotizado.
Ella hizo un mohín de exasperación.
—Vuelve a acostarte, Ranchan. Perdona. Fue una alarma que puse
hace... hace mucho tiempo, para avisarme cuando terminara una
búsqueda de la computadora. Me había olvidado de ella, eso es todo.
—Ah. —Le hubiera gustado preguntar más, pero ella le dirigió una mirada
severa, y él se alejó obedientemente y volvió a la cama.
Pero le costó dormirse de nuevo. Una idea inquietante no dejaba de
volverle: ¿Hace cuánto había puesto esa alarma? Ella no había querido
decírselo por alguna razón. Y... ¿Qué podía haber estado buscando?
El grueso de las búsquedas de computadora concluían en uno o dos
segundos. Unos pocos minutos, cuando eran en el exterior. ¿Qué clase
de búsqueda podía llevar tanto tiempo como para que ella hasta
olvidara haber puesto una alarma tan dramática?
¿En qué estaba trabajando?
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
Su preocupación aumentó al día siguiente. Se levantó a la hora
acostumbrada para preparar el desayuno, pero Ukyo nunca apareció a
comer. Después de esperar algún rato, salió en su búsqueda. Llevó una
bandeja con comida. Sabía donde estaría ella.
Como había esperado —como había temido— ella seguía en el despacho.
Se había puesto un vestido, pero aparte de eso no parecía haberse
movido desde la noche anterior. Tenía sombras oscuras bajo los ojos.
—¿Ucchan? —dijo él con suavidad.
Ella no pareció notarlo. Había abandonado el teclado, y estaba ahora
trabajando con guantes de realidad virtual, con movimientos rápidos y
seguros. La pantalla del terminal era un laberinto de colores cambiantes;
él no pudo entender ni un ápice de eso en que ella estaba trabajando.
—Ucchan —dijo de nuevo.
Esta vez ella lo oyó. Se sobresaltó, y maldijo cuando el repentino
sacudón hizo que la imagen del terminal girara enloquecida. Se quitó
los guantes y lo miró.
—¿Ran-chan? —Vio la bandeja que traía—. ¿Ya es de mañana?
—Bien de mañana —le dijo él—. Tienes que comer.
—Ah —dijo ella ausentemente—. Sí...
Pero los ojos ya se le estaban yendo de vuelta al terminal.
Con un suspiro, él depositó la bandeja en el escritorio y dejó a Ukyo en
paz. Mientras salía la oyó volver a ponerse los guantes. Ya se había
olvidado de que él estuvo allí.
Volvió a verla más tarde, después de su práctica matinal, y retiró la
bandeja con el contenido intacto. En las horas que siguieron, trató de
estar constantemente a distancia audible del cuarto de trabajo. Temía
que algún tipo de explosión se acercaba.
Tenía razón. Más o menos una hora después del almuerzo (que ella
nuevamente no tocó) la sintió llorar. Entró corriendo, ya bastante
asustado. Ella tenía la mirada clavada en algo de su terminal, con
lágrimas corriéndole por las mejillas. Él alcanzó a entrever un atisbo
confuso y borroso de una especie de cuadrícula; entonces ella apagó
la pantalla y se volvió hacia él, vociferando, casi histérica, y lo hizo
marcharse.
Cuando se asomó cautelosamente al cuarto media hora después, la vio
tirada en mesa de trabajo, dormida profundamente. Dejó salir un suspiro
de alivio.
Más tarde ese día, él preparó la cena, pensando que ella no estaría de
humor para cumplir su promesa de hacer okonomiyaki. Estaba a punto
de llevarle una bandeja hasta el taller cuando ella entró a la cocina.
Se había bañado y vestido, y parecía más descansada. Tenía rastros de
tensión en los ojos, pero parecía decidida a actuar normalmente, y él no
hizo ningún comentario.
Luego de que hubieron comido, ella dejó los palillos y dijo quedamente:
—Tenemos que hablar.
Él asintió con la cabeza. —¿Se trata de...? —empezó.
Ella levantó una mano y lo detuvo:
—Sí. Perdón. Después de tanto tiempo, ya casi había perdido esperanza
de encontrar... —Se interrumpió súbitamente—. No. Déjame empezar por
otro lado.
Pensó por unos momentos.
—Hay un... proyecto —dijo al fin cuidadosamente—. Hay algo en lo
que llevo trabajando, bueno, más o menos los últimos veinte años, a
intervalos. Anoche, otra pieza encajó en su lugar. Me... Me parece que
debes ver lo que encontré.
Ranma se agitó:
—¿Es de lo que me hablaste, uno o dos días después de que llegué aquí?
—preguntó. Ella asintió en silencio—. Entonces sí, desde luego. Aunque
no sé nada de genética...
—No te preocupes —dijo ella—. No es esa clase de proyecto. En realidad,
es algo de índole privada. Sin ninguna relación con mi trabajo profesional.
Es...
Suspiró:
—Bueno, para qué andar con rodeos. La verdad es que llevo los últimos
veinte años tratando de encontrar a Shampoo.
- 6 -
—¿Qué? —dijo Ranma, después de una pausa larga.
Ukyo esbozó una sonrisa apretada. —¿Eso es todo lo que vas a decir?
No sé por qué me esperaba una reacción más fuerte.
—¿Encontrar a Shampoo? Ucchan, ¡eso es totalmente absurdo!
Joketsuzoku no queda muy lejos de Jusenkyo. Está en los mapas. ¿Qué
tanto te podría costar...?
—Ran-chan.
Él se quedó obedientemente en silencio y Ukyo dijo:
—Ya fui a la aldea. Allá nadie sabe dónde está ella, o qué le pasó.
—Pero... —Ranma hizo una pausa, con el ceño arrugado—. Bueno,
algo deben saber. ¿Hace cuánto se fue? ¿Adónde iba cuando se fue?
Ella movió la cabeza:
—Esa es la parte misteriosa. Mira, déjame contártelo como lo fui
descubriendo. Eso es tal vez lo más fácil.
Ranma suspiró. —Muy bien. Adelante.
—Empezó hace veinte años. Te conté que había estado tratando de
analizar las pozas de Jusenkyo. No estaba teniendo mucha suerte, y
estaba por rendirme. Pero se me ocurrió que podría ser útil estudiar a
alguien que ya tuviera la maldición, analizar exactamente cómo sucedían
los cambios físicos. Intenté estudiarme yo misma, y no llegué a ninguna
parte. Pero entonces me acordé de Shampoo. Se me ocurrió que podía
convencerla de que me ayudara.
—Difícil —dijo Ranma luego de un bufido.
Ukyo se encogió de hombros. —Valía la pena intentar. Además, bueno,
pensé que sería agradable volver a ver una cara conocida. Así que volé
a la aldea, y pregunté por ella. Y... Ranma, jamás habían oído hablar
de ella.
—¿Ah? ¡Pero eso es ridículo! Si yo mismo la conocí allá...
—Sí, ya lo sé. La cosa no tenía ni pies ni cabeza. Así que empecé a
preguntar. ¿Te conté que había aprendido chino? Hablé con casi todos
los aldeanos. Al final, encontré unas cuantas personas que se acordaban
de ella. Ran-chan, era la gente más vieja de la aldea. Nadie más había
oído para nada ese nombre.
—Ah. —Ranma pensó un momento—. Ella con Cologne se volvieron para
allá unos meses después de que Akane y yo nos casamos. Tal vez se haya
vuelto a ir de la aldea no mucho después.
—Lo mismo pensé, al principio. Así que pregunté cuándo había vuelto a
irse, y me miraron como si estuviera loca. Pero al final, reuní toda la
historia. Al parecer, Shampoo estaba peleando en alguna especie de
torneo anual, cuando apareció una extranjera, que se robó el premio del
torneo y la venció en combate singular.
—¿Qué? Momento, eso me suena a...
—Esa eras tú, sí. Shampoo le dio a extranjera, a ti, el beso de la muerte.
Cuando tú escapaste de la aldea, ella te siguió. Y... eso es todo lo que
saben. Nunca más volvió.
Ranma titubeó.
—No es así —dijo luego de un momento—. Ella sí volvió a la aldea,
después de que renunció a matarme. Después de eso, llegó otra vez a
Japón, con Cologne.
Ukyo asintió. —Eso es lo otro interesante —dijo—. Mira, ninguno de los
aldeanos ha oído hablar jamás de Cologne.
—¿Que no han...? ¿Cómo? ¡No se pueden haber olvidado de ella!
—¿De una matriarca de trescientos años? ¿Difícil, no? Pero a menos
que todos allí me hayan estado mintiendo, eso es lo que debe haber
sucedido. O... hay una posibilidad más turbia.
La voz de Ranma era agria: —Tú llevas veinte años pensando esto.
Explícamelo.
—Shampoo dejó la aldea y fue a Japón a matarte. Tú la convenciste de
que no lo hiciera, y ella se volvió a su casa. Unas semanas después ella
reaparece en Japón. Dijo que había estado en su casa, pero los aldeanos
dicen que no fue así. Llegó acompañada por Cologne, de quien dijo era
su bisabuela. Pero los de la aldea dicen que esa persona no existía.
"Así que la pregunta es: ¿Quién era Cologne? ¿Y adónde fue Shampoo
cuando volvió a China, si no regresó a su aldea?
—Puede que Cologne no haya vivido en la misma aldea y punto —sugirió
Ranma.
—Me las arreglé para comprobar eso. Las amazonas guardan actas
detalladas. Pude armar un árbol genealógico. Y ninguna de las bisabuelas
de Shampoo, ninguno de sus ancestros en absoluto, se llamaba algo
parecido a "Cologne".
—Entonces... ¿habrá sido un nombre falso?
—Bueno, tal vez. Eso fue lo siguiente que se me ocurrió. Así que empecé
a revisar registros de entradas y salidas, control de pasaportes, ese tipo
de cosas. Encontré a Shampoo con bastante facilidad; llegando a Japón,
yéndose y llegando de nuevo. Cuando llegó la segunda vez, venía sola.
Ni señas de Cologne.
—¿A lo mejor viajaron por separado? —dijo Ranma, algo débilmente—.
O... ¡Momento! Shampoo fue enviada por correo a Japón la segunda vez.
En su forma de gato. Me acuerdo de cuando llegó la caja.
Ukyo negó con la cabeza:
—¿Enviar por correo un gato vivo de China a Japón? Difícil. El gato podría
no haber sobrevivido; por cierto que no habría estado muy sano al llegar.
No, Ran-chan, esa caja fue enviada desde dentro de Tokio. Puede que ni
haya pasado por el sistema postal; puede haber sido entregada por mano.
Ranma lo pensó. Bien mirado, él nunca había visto la caja misma. Se
preguntó qué timbres habría tenido. Si es que tenía alguno.
—¿Pero por qué tomarse tanta molestia? —se preguntó en voz alta.
—Alguien trataba de engañarte. Y si eligieron un método tan raro para
hacerlo, la verdad que no querían que vieras ha de haber sido más
extraña todavía, ¿no?
Ukyo se levantó. —Ven —dijo—. Quiero que veas algo.
Lo condujo hasta su despacho. Allí, tecleó brevemente en el terminal de
computadora.
—Mira aquí —dijo.
La imagen era de las antiguas, en dos dimensiones. La calidad era mala,
y la foto estaba algo descolorida, pero la joven que mostraba era
inequívocamente Shampoo. Parecía cansada, pero tenía al mismo tiempo
una mirada de orgullo obstinado, y tanta decisión en las facciones que,
por un momento, a Ranma le escocieron los ojos.
—Ahí está Shampoo cuando llegó a Japón la primera vez —dijo Ukyo—.
Cazándote. Llegó sin ningún equipaje, curiosamente. Tal vez viajó de
polizón en algún lado. ¿De dónde habrá sacado las armas cuando te
atacaba? ¿Bonbori, cierto?
—Sí. Siempre fue muy ingeniosa —dijo Ranma con voz suave.
Raro, cómo el tiempo puede empañar la memoria. Después de su boda, él
se había alegrado de verla marcharse. Ahora, le sorprendía descubrir que
deseaba volver a verla. Nunca había querido a Shampoo como amante.
Pero deseó poder haberla tenido como amiga.
—Bien. Ahora, esta es cuando volvió a China. —No era una foto esta
vez, sino un video breve—. Parece que habían mejorado los sistemas de
seguridad —comentó Ukyo.
Ranma asintió, estudiando la cara de Shampoo. Parecía triste.
Ukyo continuó:
—No tengo idea de por qué alguien decidió archivar todos estos videos,
pero resultó útil. Porque... —Tocó nuevamente el teclado—. Mira este.
Era otro video de Shampoo.
—¿Esta es la segunda vez que llegó a Japón? —preguntó Ranma.
Ukyo asintió con la cabeza.
—No entiendo —dijo él—. Se parece bastante al otro.
—Excepto que va sola, cuando Cologne debería estar con ella. Pero hay
otra cosa. Mira otra vez.
Ukyo repitió el video, luego miró a Ranma, levantando una ceja. Él indicó
una negativa con la cabeza, y ella lo puso una tercera vez, esta vez a
media velocidad.
—Sigo sin ver nada —confesó Ranma—. La imagen no es tan buena como
las otras, pero después de sesenta años...
—¿Sí? —dijo Ukyo—. ¿Qué pasa con la imagen?
Había algo extraño en la voz de ella: nerviosismo, o agitación, o
ansiedad. Él le dio una mirada de sospecha antes de responder:
—Bueno, está borrosa —dijo—. Digo, ¡mira! Ahí mismo, allí donde
Shampoo...
Se interrumpió de pronto.
—¿Sí? —instó Ukyo luego de unos segundos.
—Ponlo de nuevo —dijo él.
Le vino una repentina sensación de frío en el estómago. Una sensación
de hormigueo por la espalda. Ukyo había tenido razón. El video tenía
algo malo. Algo... repelente.
—Ponlo de nuevo —repitió, y por alguna razón la voz le temblaba.
El video fue reproducido, despacio. Esta vez pudo verlo claramente. La
anomalía. La distorsión. Era apenas visible al principio: un ligero borrón
en la imagen. Nada inusitado. Era de esperarse, incluso, en un video
almacenado por años en cinta antes de ser transferido a digital. Pero
el manchón impreciso no desaparecía, no vacilaba, ni cambiaba en
manera alguna. Al contrario: se movía, a paso constante y deliberado.
Siguiendo a Shampoo de manera exacta. Como si hubiera algo que la
cámara no alcanzaba a captar. Asido justo al centro de la espalda de
ella.
—Montándola —murmuró él.
Reconoció ahora la sensación en la boca del estómago. Era espanto.
—¿Qué es eso? —preguntó—. ¿Es Cologne? ¿Usando algún poder mágico
para hacerse invisible?
—Ojalá —dijo Ukyo en voz baja.
—Eso. —Pero él sabía que ella no lo creía así. Él tampoco. ¿De qué le
servirían esos poderes a una Amazona?
El corto estaba siendo reproducido en un ciclo ahora, una y otra vez.
Al empezar de nuevo, Ranma notó algo más. Algo que lo atemorizó aún
más, si eso era posible. Al principio pensó que Shampoo iba simplemente
balanceando los brazos con naturalidad al caminar. Pero ahora veía que
un brazo iba mantenido un tanto alejado del cuerpo. Los dedos estaban
curvados suavemente, estrechando el aire vacío.
«¿Qué creías que estabas sujetando?», pensó él. «¿La mano de tu
bisabuela? ¿Qué tan buena era la ilusión? ¿La veías? ¿Oías su voz?
¿Sentías su contacto?» Pero no había ninguna Cologne. Aquello que en
verdad había estado con Shampoo estaba en otra parte. Aferrado a su
espalda.
«¿Lo supiste, Shampoo? ¿Supiste alguna vez que estaba allí? ¿Te
despertaste, a veces, en plena noche y te diste cuenta de en qué te
habías convertido? ¿En montura, para un pasajero invisible? ¿Trataste
de combatirlo?»
—Vi el video por primera vez hace veinte años —dijo Ukyo con voz
tenue—. Desde entonces, he estado buscando a Shampoo. Porque creo
que... dondequiera que esté... Si todavía está viva... necesita ayuda.
Desesperadamente.
—¿"Si todavía está viva"? ¿Tan mal crees que esté?
—Puede ser peor —dijo ella.
Mientras él la miraba, sacudido nuevamente, ella tecleó rápidamente.
—Esto es lo que la computadora encontró anoche —le dijo—. Llevó
veinte años buscar, refinar los parámetros, escribir rutinas especiales de
detección. Lo que estaba buscando era muy sutil. Pero aquí está por fin.
—La pantalla se encendió—. Esta es Shampoo, volviendo a China por
segunda vez. Unas semanas después de tu boda.
Reprodujo un corto. Varias personas pasaron por la pantalla. Ranma
no reconoció a ninguna.
—Sea lo que sea esa... cosa, su técnica ha mejorado —comentó Ukyo
secamente—. Ahora no hay borrón. O tal vez le fue más fácil evitar la
detección por... otras razones. Pero mira aquí, contra la rejilla del aire
acondicionado. Es una malla pareja y regular, conveniente para descubrir
cualquier distorsión. Mira... ¡Ahora!
Ranma creyó ver una vibración muy leve. Nada más.
—Es tan sutil que, incluso si lo notaras, no le darías ninguna importancia
—dijo Ukyo—. Por eso llevó tanto tiempo encontrarla. Pero si hago que
la computadora rastree esa fluctuación, y delinee el contorno...
La escena se reprodujo nuevamente. Esta vez, vieron una silueta
fantasmal moverse por la imagen, irregular, confusa. Pero al pasar por
la rejilla, se volvió de pronto precisa y bien definida. Era muy claro, y
perfectamente reconocible, el perfil de Shampoo.
—¿Por qué ahora es invisible ella también? —preguntó Ranma.
—No sé. Tal vez la cosa era más fuerte, por alguna razón. Tal vez se
había estado... alimentando de ella, de alguna manera —Ukyo parecía
asqueada con la idea. Ranma mismo sentía náuseas—. O tal vez le
había estado haciendo alguna otra cosa, mientras ella vivía en Tokio.
Alterándola de alguna manera. Poco a poco. Haciéndola más... parecida
a la cosa.
De pronto Ranma entendió por qué ella había estado tan alterada hacía
un rato.
Apartó la mirada de la pantalla. Tenía la expresión era ceñuda, la voz
firme, al decir:
—Hay que salvarla.
- 7 -
—Lo difícil será encontrarla —dijo Ukyo.
—Quizá —dijo Ranma con tristeza—. Todavía estamos suponiendo que
está viva. ¿Lo está? ¿Tienes alguna idea de eso?
—No —respondió ella en voz tenue—. Pero no importa. Después de lo
que encontré, ¿cómo me voy a cruzar de brazos? Sea como sea, tengo
que saberlo. —Los ojos le ardían cuando dijo—: ¿Crees que podría dormir
en las noches sabiendo que la he abandonado a merced de... eso?
¿Podrías tú?
Ranma la quedó viendo con la boca abierta. Luego, despacio, negó con
la cabeza.
—No —dijo ella, con la rabia momentánea desvaneciéndosele—. Además...
incluso si ella está muerta, puede que eso no lo esté. Puede que
podamos matarlo.
La sonrisa de Ranma era virulenta.
—Ese plan ya me va sonando bien —dijo.
—No estés tan ansioso —le advirtió ella—. Piensa en lo que esta... cosa
puede hacer. Le controló la mente a Shampoo, haciéndola pensar que
tenía una bisabuela que en realidad nunca existió. Nos controló la mente
a todos, haciéndonos ver lo que quería que viéramos. Que sintiéramos
lo que quería que sintiéramos. Ahora bien, tal vez haya algún modo de
combatir algo así. Pero yo no sé cómo.
—Ah, no te preocupes de eso. Ya encontraré el modo. Siempre lo hago.
—Típico —murmuró ella.
Él sonrió apretadamente en respuesta. Luego, serio de nuevo:
—Pero y, ¿qué diablos es esa cosa? ¿Alguna clase de demonio?
—Vaya una a saber —contestó Ukyo, levantando las cejas—. Dile así si
te hace sentir mejor. Sea lo que sea, mi suposición es que Shampoo se lo
topó, en alguna parte en su camino de regreso a Joketsuzoku. La cosa...
tomó control de ella, de alguna manera. Ella nunca llegó a la aldea. En
vez de eso, la hizo devolverse a Japón.
—Esa es otra cosa que no entiendo —se quejó Ranma—. ¿Por qué la hizo
volver a Tokio? ¿Por qué trataba de hacerla casarse conmigo?
—¿Esperas que tenga todas las respuestas? —Ukyo suspiró—. Puede que
nunca lo sepamos. O tal vez puedas preguntárselo, cuando lo encontremos.
—Pareces tener teorías para todo lo demás.
Ella resopló. —He tenido tiempo para pensarlo. Bueno... Creo que tal vez
la cosa trataba de ayudar a Shampoo a obtener lo que ella deseaba. A
cambio de... lo que sea que obtuvo de ella, quizá.
Ranma soltó una risa amarga. —Le hubiera ido mejor emparejándola con
Mousse. Por lo menos él... ¡Oye! ¿Y qué pasó con Mousse? ¿También era
obra de nuestra imaginación?
—No —dijo Ukyo con tono triste—. Era bien real. Cuando visité Joketsuzoku
hace veinte años, allá lo encontré. No me reconoció. Ni siquiera reconoció
el nombre de Shampoo. Todo el tiempo que pasó en Japón se había...
borrado, simplemente.
Luego de un momento añadió:
—Murió hace como quince años.
Ranma asintió con la cabeza, pero no respondió de inmediato. Por último
dijo:
—Siempre esperé que se hubiera casado con Shampoo. Digo... Parecía
que a ella le gustaba, aunque no quisiera admitirlo. Pero esto... Hacerlo
olvidar todo de ella, todo lo que vivió... Parece un desperdicio tan
grande.
—Me preguntó si sabía qué le había ocurrido a él durante los años en
que estuvo perdido —dijo Ukyo, asintiendo—. No supe qué decirle. Me
pareció... Al final le dije que no sabía. Me pareció lo más bondadoso.
Pero... la falta de recuerdos le había producido angustia durante mucho
tiempo... No sé si hice lo correcto...
—Yo... —Ranma vaciló—. Tampoco sé muy bien qué habría dicho yo
—admitió con renuencia—. Ucchan, ojalá me hubieras llamado para esto
hace veinte años, cuando recién descubriste lo que había pasado.
Ukyo se ruborizó, pareciendo avergonzada.
—Lo consideré, muchas veces —dijo—. Pero, hasta que encontré ese
nuevo video esta tarde, pensaba... Esperaba todavía... que todo fuera
confusión mía. Pero así y todo...
—Ran-chan —siguió—, todavía no tenemos idea de dónde encontrar a la
cosa —Suspiró—. Al principio esperaba que, si vino de China, pudiera
haber regresado a China. Por eso me instalé aquí. Pero la verdad es que,
después de sesenta años, la cosa esa podría estar en cualquier parte.
Cualquiera. América. África. La Atlántida. Hasta en alguna de las colonias
Lagrange. Sin alguna idea de dónde buscar, ¿de qué hubiera servido
llamarte?
—Bueno, tienes un buen punto de partida, al menos —dijo él.
Ella pestañeó. —¿Sí?
—Pero cla... ¡Tienes que haberlo visto! Mira, tú y yo conocemos un
lugar que Shampoo visitó en su regreso a Joketsuzoku. Y ella debe haber
ido allí antes de encontrarse con el... demonio, o lo que sea. Sería difícil
que...
—Ran-chan, ¿de qué estás hablando? —dijo Ukyo con ternura.
—¡Jusenkyo! Ella cayó en la poza de la gata ahogada, ¿te acuerdas? Y
eso debe casi por fuerza haber sido antes de encontrarse al demonio.
Pero, acuérdate, Jusenkyo queda...
—Como a un día a pie de Joketsuzoku —terminó Ukyo.
Se sentó inmóvil durante varios segundos, con la cara muy pálida. Luego,
para alarma de él, prorrumpió en llanto.
Después de eso, él no recordó haberse movido. En determinado
momento, estaba sentado en el piso, al lado opuesto de la mesa, frente
a ella. Al siguiente, se encontró abrazándola, mientras ella sollozaba en
su hombro.
—Shh... Shh... —susurró él, como quien calma a una niña—. Todo está
bien...
—¡No, no está bien! —gimió ella en su hombro—. ¿Y si Shampoo está
muerta? ¿Y si murió hace diecinueve años? Sería culpa mía... Porque creí
tener todas las respuestas... Porque fui muy condenadamente orgullosa
como para llamar y pedir ayuda cuando la necesitaba...
Ranma no respondió de inmediato. Sospechaba que era cierto, al menos
en parte.
—¿Y si murió hace veintiún años? —preguntó él por último—. ¿O treinta?
¿O cincuenta? Sin ti, nadie sabría siquiera que ella desapareció.
—¿Y si sigue viva? —insistió Ukyo—. Entonces ha estado... esclavizada
por esa cosa durante veinte años más de lo necesario...
No había caso. Ella no podía aceptar consuelo todavía; necesitaba
demasiado culparse. Lamentablemente, pensó él, tenía razón. El orgullo la
había hecho alejarse al casarse él con Akane; ese mismo orgullo le había
impedido llamarlo al necesitar ayuda. Y quizá Shampoo había pagado —o
pagaba aún— el precio.
No era consuelo lo que ella quería de él, se dio cuenta. Era castigo.
Le imprimió dureza a su voz.
—Es posible —dijo con aspereza—. Y a este paso, van a ser otros veinte
años antes de que hagas algo.
Ella lo quedó viendo atónita. Sus lágrimas quedaron olvidadas. Odiándose,
él se preguntó cuán reales habían sido.
—Digo, ¿eso es todo lo que puedes hacer? —demandó él—. ¿Pasarte
años jugando con tu computadora, buscando pistas como si esto fuera
un juego? ¿Y después sentarte a llorar por lo mala que has sido cuando
descubres que te equivocaste?
—¿Qué...? ¿De qué estas...? —tartamudeó ella.
—La Ukyo que yo conocí no estaría escondida en su mansión, con miedo
de salir a arreglar las cosas —espetó él.
Contra su voluntad, se estaba empezando a sentir genuinamente enojado.
Amiga o no, ella se merecía esto.
—Pero en todo caso —siguió—, la Ukyo que conocí no hubiera huido,
dejando a su mejor amigo sin saber si estaba viva o muerta.
—Carajo, eso no es justo...
—¿No es justo? ¿Y qué tiene que ver lo "justo" aquí? ¿Fue justo lo que
me hiciste a mí? ¿Dejarme en la incertidumbre durante años? ¡Con una
sola llamada por teléfono hubiera bastado!
Parecía haberse desviado un tanto de lo que quería decir, pero por algún
motivo eso ya no importaba.
—¡Traté de avisarte...! —exclamó Ukyo.
—¡Qué avisarme ni que nada! —rugió él—. Una charlita con Mamá y todo
arreglado, ¿no? ¡Y cuando te enteraste de que yo seguía sin saber, te
rendiste y punto! ¡Muchas gracias, amiga!
Se detuvo un instante, luego sibiló:
—Estabas aliviada de no tener que volver a verme.
—¡Sí, lo estaba! —estalló ella—. ¡Tenía mejores cosas que hacer que
desperdiciar mi vida soñando con un baka al que lo único que le
importaba era pelear y que nunca tenía idea de nada! ¡Alejarme de ti fue
lo mejor que he hecho! ¡Sin ti me construí una vida, y una muy buena!
—Tan buena, que te inspiraste a pasar veinte años buscando a alguien
que ni siquiera te caía bien —se burló él.
—¡Vete al carajo, Saotome! ¡Al menos la estaba buscando! ¿Dónde
estabas tú? ¿Desde cuándo eres tan inocente, culpándome por no
llamarte, cuando te quedaste tan tranquilo sesenta años y nunca te
acordaste siquiera de Shampoo?
—Al menos yo estoy listo para hacer algo —gruñó él—. Yo no soy el que
se quiere sentar a llorar por todo.
Ella lo quedó mirando varios segundos, con la cara lívida de rabia. Por
último dijo, en una voz extrañamente calmada:
—Vete a la mierda.
Luego dio media vuelta y salió a grandes zancadas.
Él la vio irse, y lentamente dejó que la ira lo abandonara. ¿Qué acababa
de hacer?
Su intención había sido provocarla, hacerla olvidar la autocompasión.
Pero había ido más lejos de lo que él había planeado. Mucho más lejos. La
había atacado con una amargura vieja que él no había sabido que sentía.
¿De verdad la culpaba tanto por haberse ido? ¿Por haber sido capaz de
construir una vida sin él? ¿Por lograr más de lo que él jamás había
logrado? «¿Tan egoísta soy?», se preguntó. Era un pensamiento poco
halagador.
Y entonces, al final, ella había devuelto el golpe. Sacudió la cabeza. Las
palabras de ella habían golpeado duro. Nunca lo había visto de ese modo
antes, pero era cierto. Él sí le había fallado a Shampoo. Le había vuelto la
espalda. Se había alegrado de que se fuera. Y había tratado de olvidarse
de ella por completo.
Cierto, ella había sido una molestia. Su persecución tozuda, su
determinación inquebrantable de ganárselo a cualquier costo, le habían
causado penas y dolor en más ocasiones de las que podía recordar. Y
además se convertía en gata.
«Pero esa no es toda la historia, ¿cierto?», pensó ceñudamente. «Había
otras ocasiones, también». Ocasiones en que Shampoo no lo había
estado persiguiendo. Ocasiones en que había visto un lado de ella
completamente distinto: una muchacha cariñosa, bien intencionada,
amistosa, devastadoramente bella, y con una inteligencia de engañosa
agudeza.
«Era mi amiga», pensó. «Tanto tiempo, y nunca lo vi.» Ella había estado
a su lado, había peleado por él... hasta se había aliado con él contra
Cologne. «Era mi amiga... Pero ¿qué clase de amigo fui yo con ella?» No
uno muy bueno, debía admitir. La había usado, más a menudo de lo que
le gustaba pensar. Pero ¿ser su amigo? Rara vez.
Descubría ahora que hasta debía admirar la forma en que ella lo
perseguía. Debió haber sido extraordinariamente difícil para ella: seguirlo
por toda China, sobreviviendo sola de algún modo, e incluso hasta Japón,
donde, pese a conocer apenas el idioma, pese a los prejuicios raciales
que debió haber encontrado, lo había rastreado nuevamente de alguna
manera y (tenía que admitirlo) lo había acorralado. ¿Podría haber hecho él
lo mismo? Lo dudaba.
Pero después que ella se había rendido y regresado a China... ¿Había
siquiera vuelto a acordarse de ella? No a menudo. Y sólo en términos de
cuánto se alegraba de que se hubiese ido.
No era una imagen bonita de él.
Agrió el gesto. «Voy a tener que hablar con Ukyo. Hacer las paces de
alguna manera. Mañana, cuando haya podido calmarse.»
Tal vez fue el destino. Tal vez fue simple coincidencia. Pero ese fue el
momento en que oyó el zumbido del motor arrancando afuera.
«Cielo santo. Creo que la hice enojar más de lo que pensé.»
Corrió a la puerta, pero sabía al empezar que era demasiado tarde. Llegó
afuera justo a tiempo para ver las luces de navegación del volador de
Ukyo elevarse en el aire, dar una vuelta, y luego salir hacia el Este.
En menos de un minuto se había perdido, un punto más entre las
estrellas.
Observó algún rato, esperando que ella cambiara de idea, que volviera a
la casa. Pero sabía que no lo haría. Ukyo podía ser muy decidida,
también.
«Voy a tener que seguirla.» Pero solamente con esa idea advirtió la
verdadera magnitud de la situación. Estaba solo en una casa en medio
de la nada. No había otros vehículos. Podía llamar para pedir ayuda...
Pero ¿adónde les diría que vinieran? Apenas tenía una idea aproximada
de en qué parte de China se encontraba.
«Ay, Ryoga... Nunca antes supe qué se sentía...»
Estaba perdido.
- 8 -
Ranma pensó en ella largo rato, desechando alternativa tras alternativa.
Podía simplemente emprender la travesía a pie; estaba seguro de poder
encontrar una ciudad tarde o temprano, y en la casa había abundante
comida que podía llevar consigo.
Pero sabía que no había ciudades en las cercanías. De haberlas, habría
visto sus luces en la noche, reflejadas en las nubes. Por ende, una
caminata en busca de una ciudad podía llevar largo tiempo. Y estaba
comenzando a temer que tiempo era algo que no tenía.
Al final, lo consultó con la almohada, y durante la noche vino a él una
posible solución. Al otro día, llamó a su casa.
—Hola, Seiji ... Sí, soy yo ... Estoy bien ... No, en serio, estoy bien...
No sé cuándo voy a volver, hay un problema con eso ... ¡Eso es lo que
trato de explicar, si te dejas de interrumpir! ... Tengo entendido que
sabes dónde estoy ... Sí, me dijo que te había llamado. Vamos a tener
que hablar de eso cuando llegue a la casa, nunca me dijiste a mí que
conocías a Ukyo ... ¡Pero claro que hubiera querido saberlo! ... Mira,
después podemos hablar de eso; esto es más importante ... Escucha,
¿qué tan seguido hablabas con ella? ... Ajá, me lo imaginé ... Bueno, me
dijo que una sola vez, pero me pareció que conocía demasiado mis cosas ...
No, no ese tipo de cosas, no seas idiota ... Y dime, ¿te dio alguna vez
su dirección? ... Bueno, una referencia de navegación, entonces ...
Pregúntale a Hisao, ¿quieres? ... No, no es problema esperar ... ¿Hola? ...
Vaya que tardaste... ¿Se la dio? ¡Excelente! ... Bromeas, ¿tan cerca?
... Bien, mira, esto es urgente, necesito que vueles hasta acá ... ¡Sí,
ahora! ... ¿Qué clase de reparaciones? ... Bueno, ¿no puedes pedir
prestado un volador? ... Mira, ya te dije, esto es urgentísimo ... Puede
que de vida o muerte ... No, no estoy exagerando, carajo ... Mira, si no
encuentro a Ukyo pronto, algo horrible le podría pasar ... ¡Vente para acá
y punto! ¡Rápido!
Tenía la respiración agitada al apagar el video. Por alguna razón, Seiji
siempre lo hacía salirse de las casillas. Tal vez en eso era parecido a su
madre. Sacudiendo la cabeza y suspirando, Ranma fue a preparase
desayuno.
Ukyo había dicho que su casa quedaba a tres horas de vuelo desde Tokio.
Pasaron más bien seis horas antes de que sintiera el débil zumbido de un
volador aproximándose. Pasó aquel tiempo tratando de ejercitar; pero
estaba demasiado inquieto e irritable como para hacer un trabajo
satisfactorio. En cambio, terminó sentado con las piernas cruzadas,
tomando té y preocupándose por Ukyo.
«La verdad es que, después de sesenta años, la cosa esa podría estar
en cualquier parte», había dicho ella. Pero Ranma no lo creía así. No
podría haber dicho por qué. Era simplemente una sensación visceral,
una intuición que él había aprendido a no ignorar.
El demonio estaba allí, donde Shampoo se lo había encontrado hacía
tantos años. Esperando. Y Ukyo se dirigía directamente a sus manos.
Lo peor de todo, iba con una mente nublada por la ira. Tal vez pudiera
ella resistir lo que fuera con que la cosa la asaltara. Tal vez. Pero él lo
dudaba.
«¿Es un demonio? Dile así si te hace sentir mejor —había dicho ella—.
Bueno, ya he luchado contra demonios antes. Pero, ¿y si no lo es?
¿Y si...?»
Rehuyó aquella idea. Pero seguía volviendo, y al final tuvo que
enfrentarla:
«¿Y si estoy demasiado viejo?».
Fue un alivio oír al volador acercarse por fin. Saltó afuera para verlo
aterrizar, con la intención de gritarle a Seiji —o Hisao— por tardarse
tanto. Cuando se acercó más vio para su diversión que era un volador
de la policía. Seiji tal vez lo había tomado "prestado" del cuartel.
Esperó que no se fuera a meter en muchos problemas.
Cuando avanzó hasta el vehículo, le sorprendió ver que estaba vacío.
¿Todo el camino en piloto automático? ¿Qué planeaban ahora esos niños
idiotas? Intentó con la puerta, pero la encontró con llave. Humeando de
rabia, recitó su código de acceso personal, y la puerta se abrió con un
chasquido.
Dentro, encontró una nota pegada a los controles:
Lo siento, no pude hacerme tiempo libre en el trabajo. Ojalá todo se
arregle con Ukyo-sama. Seiji.
Suspiró. Había olvidado completamente qué día era. No, por supuesto
que Seiji no pudo evadirse. Pero...
«Ojalá todo se arregle con Ukyo-sama.»
¿Qué creía este niño que hacía él con Ukyo? ¿Tener un amorío? Con
una sensación de fatalidad, advirtió lo probable de que eso fuese
exactamente lo que Seiji creía. Cuando llegara a Tokio tomaría a ese
chiquillo y...
(Pero ¿se equivoca, acaso?)
El pensamiento era tan inesperado —tan ajeno— que por un momento
pareció como si alguien más hubiera estado allí, hablándole. Se quedó
completamente inmóvil, con la boca abierta.
«¿Qué?»
(En serio. Ella siempre te gustó. ¿Seguro que no es exactamente en
un amorío en lo que esto se está convirtiendo?)
Reconoció ahora a la otra voz. Era la suya propia. La voz que oía
cuando él era una ella.
«¡Cállate! ¡Cállate! ¡Es imposible! ¡Akane es la única que yo amo!
¡Akane!»
(Pero Akane ya no está. Ukyo sí. Ella estaba aquí mismo. Y bastante
bonita, además...)
«¡Déjate de ridiculeces! ¡Ella es una jovencita! ¡La idea es absurda!»
(No es una jovencita. Tiene la misma edad que tú. Puede que tú te
hayas olvidado, pero ¿crees que ella lo ha olvidado?)
«¡Sí!... No.» Ranma se estremeció. «Pero ella... no puede seguir
enamorada de mí. Después de tantos años. No debe estarlo.»
(¿Ah, sí? Pero se sintió bastante bien tenerla en tus brazos anoche. Y
a ella no pareció molestarle en lo más mínimo.)
«¡No se trataba de eso! ¡Estaba llorando! La consolaba, nada más.»
(Sí, cómo no. Admítelo. Te sientes solo. Akane se fue, y no puedes
soportar estar solo de nuevo. Estás buscando a alguien que llene el
vacío.)
«¡Oye, yo no salí a buscar a nadie! ¡Ella vino hasta mí!»
(Ah, sí, ella te arrancó de tu autocompasión. Encontró también una
manera de hacerlo mejor que la que tú usaste anoche con ella, ¿cierto?
Pero después de eso... te sentiste tal como en tu casa aquí. No perdiste
mucho tiempo en el luto, ¿verdad?)
«Eso no es verdad.» Estaba calmado ahora. «Guardé luto por mi mujer.»
(Ahh... Las caminatas largas y panorámicas, los monólogos emotivos... Sí,
muy conmovedor. Pero al final de cada uno, te venías corriendo derecho
de vuelta a Ukyo. Eres peor que P-chan metiéndose en la cama de Akane.)
«No es lo mismo, para nada.» Pero la idea era inquietante. «¿Tan infiel
soy con Akane, entonces?»
(¿Quién habla de infidelidad? Tú amabas a Akane. Sigues amando a
Akane. Eso nunca ha estado en duda. Pero si crees que no querías a
Ukyo también, te engañas. No tanto, tal vez. De manera distinta, claro.
Pero era amor.)
«Yo...»
(¿Tanta vergüenza te da admitir que necesitas a alguien en tu vida?
¿Que no quieres estar solo?)
«No. Pero incluso si aceptara que... ella pudiera... interesarme, no está
bien que... vaya y me meta de un salto a la cama con Ukyo cuando
Akane recién se ha ido. Sería una indecencia.»
(Con toda seguridad Tatewaki estaría citando a Hamlet en este momento.
Pero ¿qué tiene que ver el amor con lo que está bien o mal? "El amor es
ciego". No estoy sugiriendo que vayas y te metas de un salto a la cama
con ella. Tienes razón; es demasiado pronto para eso. Pero ¿no es tiempo
de que admitas que ella te interesa?)
«¡No! Me...»
Se paralizó. Si no podía ser sincero consigo mismo, ¿entonces con quién?
«Tal vez.»
(Bueno, por algo se empieza. Al menos sabes que tú le importas a ella.)
Ranma suspiró. «No después de lo de anoche, quizá. Fui un poco duro
con ella.»
(Tienes una capacidad sorprendente para minimizar las cosas. La tomaste
en tus brazos, trataste de consolarla después de que hizo algo horrible...
y de repente la atacas sin advertencia. ¿De verdad esperabas que le
gustara?)
«¿Qué? Pero eso no es... Yo solamente trataba de...»
(Eso lo sabes tú. Pero ¿lo sabe ella?)
—Ay, no —murmuró él en voz alta.
Y así, creyéndose culpable de lo que fuera le hubiese sucedido a
Shampoo, y pensando que Ranma la había rechazado una vez más, Ukyo
había huido. Escapado de nuevo, de un dolor que no podía volver a
enfrentar... Pero esta vez estaba también escapando hacia. Hacia el
enfrentamiento con un demonio, pensaba ella sin duda alguna. Pero,
¿cuál demonio la estaba esperando? ¿El de Shampoo, o el de ella misma?
—Y yo aquí parado, ¡perdiendo el tiempo hablando solo!
Se lanzó al interior del volador. Unos pocos segundos después, iba alto
por el aire, siguiendo el rastro de Ukyo.
- 9 -
La pantalla de navegación del volador le mostró con exactitud en dónde
se encontraba. La casa de Ukyo estaba en Qinghai, por supuesto, en
los Bayankalashanmai. Ya lo había imaginado; pero eso cubría mucho
territorio. Había supuesto que se encontraba en la parte Sur de la
cordillera, en algún lugar cercano a Yushu. Pero al parecer se encontraba
considerablemente más hacia el Norte y hacia el Este de lo que había
pensado.
Pero poco importaba. «Como a veinte minutos de vuelo de Jusenkyo»,
pensó. «Eso es lo importante.»
El computador de navegación del volador no tenía una referencia para
Jusenkyo. A Ranma no le sorprendió. Tuvo que conectarse a la computadora
de la casa de Ukyo y transferir la referencia. En una consideración de
último minuto, lo hizo copiar también una referencia para Joketsuzoku.
«Separadas como por treinta kilómetros. Mucho terreno que rastrear.
Si tengo suerte, Ukyo no habrá encontrado nada todavía...»
Sabía que ella habría encontrado algo. Era una trampa. No sabía cómo,
pero era una trampa.
Consideró aterrizar en Jusenkyo y preguntar al Guía si había visto a
Ukyo, pero rechazó la idea. Había una sola ruta fácil de Jusenkyo a
Joketsuzoku; él debía ser capaz de avistar el volador de ella con un
solo barrido.
Además, no quería regresar a Jusenkyo. Allí no había cura para su
maldición. Lo sabía por experiencia.
Tecleó el nuevo curso en el piloto automático, estableciendo un barrido
a baja velocidad a lo largo de la ruta. El volador se ladeó, virando a la
nueva dirección; y por un breve segundo pudo ver el suelo, cien metros
más abajo. Allí, como puntos, se distinguían unas pozas de agua. Apretó
los labios y miró hacia otro lado.
Llevó treinta minutos llegar hasta Jusenkyo. Pasó ese tiempo pegado a
la ventanilla, buscando una forma metálica conocida. No vio nada.
Permaneció pensando, con el ceño fruncido, durante algunos minutos.
«¿Cómo no la vi? ¿Podrá haberse ido a otra parte?» Si lo había hecho,
él no tenía ninguna oportunidad de encontrarla.
«Momento... Este es un volador policial...»
Tecleó en el panel de la computadora, esperando que Seiji hubiera tenido
que tomar "prestado" el volador apresuradamente. En efecto, las
funciones restringidas no habían sido bloqueadas. Soltó un suspiro de
alivio, y comenzó a hacer preguntas a la computadora.
Debió hacer enlace a través de la computadora de la casa de Ukyo
nuevamente de modo de tener suficiente alcance de transmisión para
consultar el centro de registro de vehículos de Xining, pero al final se las
rebuscó para obtener el código de transpondedor del volador de ella. Lo
ingresó al sistema de Detección y Rastreo para control de tráfico del
volador policial. Luego de un breve instante, apareció un mapa de rastreo
en la pantalla. La dirección y distancia del volador de Ukyo se mostraban
claramente.
«¿Qué? ¡Le pasé justo por encima! ¿Cómo no lo vi?»
Se dirigió de regreso a Jusenkyo, observando el mapa de rastreo mientras
volaba. Aminoró la velocidad al acercarse al lugar indicado, mirando
cuidadosamente por la ventana.
Nada.
Luego de un par de minutos revisó la pantalla. De nuevo había pasado
de largo por sobre el vehículo de Ukyo.
«¿Qué, es invisible acaso?»
Entonces se le ocurrió. Invisible. El demonio había hecho invisible a
Shampoo anteriormente. ¿Podía hacerle lo mismo a Ukyo? ¿A un volador
entero?
Se regresó nuevamente y ordenó a su volador aterrizar junto al de Ukyo. «Lo que debí haber hecho desde el principio», pensó
amargamente. Dos minutos después tocaba tierra. En un lugar nada de
extraordinario en apariencia, un sendero áspero. Sin ningún otro vehículo
a la vista.
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
Salió, mirando con cautela de uno a otro lado. Solo era de media tarde,
pero el sol se había desplazado tras las montañas; el sendero estaba
en sombras y soplaba un viento frío.
Inspiró hondo.
—¡Ucchan! —gritó.
Silencio.
De nuevo:
—¡Ucchan!
Pero el viento fue la única respuesta.
Impaciente, regresó al volador. Aquí no había nada. El sistema de rastreo
debía de tener alguna avería. No era sorpresa; Seiji seguramente había
sacado el volador del taller de reparaciones del cuartel. Encendió el motor
una vez más y empezó a teclear un curso de vuelta a la casa de Ukyo...
«Seiji no me mandaría un volador averiado.»
Ese pensamiento lo importunó durante un momento; pero luego sacudió la
cabeza y lo descartó. Seiji tal vez había tenido prisa y no se dio cuenta
de lo que hacía. Llevó la mano hacia el piloto automático para encenderlo
y...
«Él no haría eso. Es cuidadoso. Siempre.»
Se mostró indeciso, frunciendo el ceño. ¿Qué le pasaba? ¿Se estaría
volviendo senil? ¿Oía voces? Debía hacerse examinar lo oídos. Quizá ver
a un siquiatra. Incluso hacerse meter al manicomio. Estiró la mano para
programar un curso al hospital más cercano...
«¡No, carajo! ¡No estoy loco! ¡Y este volador no tiene nada malo!»
La mano se le paralizó a mitad de movimiento. Se la quedó mirando,
fascinado, aterrado. Era como si él se hubiera separado en dos: una
parte, la parte racional, podía ver que aquí no había nada, e intentaba
marcharse; pero alguna otra fuerza, una parte desquiciada y maliciosa de
él, trataba de hacerle quedarse, hacerle perder el tiempo cuando Ukyo
podía estar en problemas, y si solo pudiera mover el brazo sería capaz
de salir de aquí y silenciar para siempre esa voz enloquecedora...
Y en medio de todo, una parte calmada y objetiva de su persona
observaba, y se preguntaba cuál de las dos ganaría. Y en ese momento,
una de las dos fuerzas pareció ceder, porque la mano se le recogió de
súbito. Pero entonces, mientras observaba, petrificado aún, la mano
comenzó a movérsele nuevamente, hacia arriba, hacia la cara, y dos de
los dedos estaban apuntados hacia él, separados justo la distancia
adecuada, y venían hacia los ojos, y
«no»
se acercaban, y podía sentirlos ahora, una presión leve sobre los
párpados, y algo dentro de él se resistía pero no tenía la fuerza
suficiente, y
«¡No!»
podía sentir la presión creciendo ahora, los dedos clavando más adentro,
y empezaba a doler pero el dolor era bueno, sí, el dolor era excelente y
en un momento todo sería de maravilla y nunca más tendría que volver a
preocuparse por nada
«¡NOOOOOOO!»
Y echó de golpe la cabeza hacia atrás, gritando, con los ojos ardiendo,
y, por entre una bruma de lágrimas, lo vio. Lo vio. El volador, el volador
de Ukyo, estacionado justo al lado del suyo. Y, a pocos metros de allí,
la entrada de la caverna.
Una voz habló en su cabeza.
ENTRA
Bajó del volador policial, frotándose los ojos, lagrimeando incontrolablemente
por el dolor. Quería ir al volador de Ukyo y mirar dentro, pero las piernas
parecían no querer obedecerle. Se encontró caminando, sin voluntad propia,
hacia la cueva. Y hacia adentro. Y vio por fin a su enemigo.
- 10 -
—Cuánto tiempo sin vernos, yerno —dijo Cologne.
Tenía el mismo aspecto de cuando Ranma la viera por última vez: una figura
diminuta y marchita de túnica verde, con un largo bastón de madera en una
mano. Casi reconfortante en su familiaridad. Salvo por...
Había algo más allí, inmediatamente bajo la superficie. Algo que, hacía
sesenta y seis años, se había escondido bajo una máscara de humanidad,
pero que ahora ya no necesitaba esconderse. Algo no humano, mirándolo
intensamente desde esos ojos arcaicos. Algo hambriento.
—No me vengas con eso —espetó Ranma—. ¡Ya sé lo que eres!
—¿En serio? —dijo ella, impasible. Pero tenía un destello en los ojos, una
chispa de mofa. Gozo.
—¿Y qué te trae por aquí? —inquirió ella—. ¿Vienes a pelear conmigo?
Pero si soy lo que piensas que soy, entonces qué te hace pensar que
tienes posibilidad de ganar? Por otro lado, si simplemente soy lo que
parezco, entonces ¿por qué estás aquí?
—¿Segura de que no puedo ganar? —gruñó él—. Ya te he vencido antes.
—¿Vencerme? —Soltó una risa aguda. Sonaba como una sierra eléctrica—.
Bueno, tal vez. Pero aquí no hay gatos que desencadenen tu neko-ken.
¿Cómo pretendes hacerlo nuevamente?
—Sea como sea —contestó él—. ¿Qué le has hecho a Ukyo?
—Ah, tu queridita, la cocinera. Está aquí, claro. Curioso que parezca tan
joven... Pero olvidemos eso. —Sonrió.
Hacía mucho tiempo, Ranma había pensado que la sonrisa de la vieja era
la cosa más horrible que él había visto. No era más bonita ahora.
Y pensó para sí: «¡No sabe! ¡No sabe por qué Ukyo es tan joven!»
Y, un momento después: «¿Tenía tantos dientes antes?»
—Ah, yerno, ¡qué regalo me enviaste! —continuó Cologne—. Fue hasta
más fácil que Shampoo... ¡Y su sabor es tan dulce!
«¿Sabor?» Ranma la miró horrorizado.
—No... No la habrás...
Nuevamente tuvo que oír esa risa punzante.
—Ven —le invitó ella por fin—. Velo por ti mismo.
Las piernas comenzaron a movérsele contra su voluntad. Intentó
combatir la fuerza que lo obligaba, pero no pudo encontrar nada contra
qué oponerse. Las piernas simplemente se le movían, y no había nada
que él pudiera hacer. Marchó más hacia lo profundo de la caverna.
Cologne avanzaba a brincos junto a él en su siempre presente báculo.
—¿Para qué te molestas con esta farsa? —demandó él—. ¿Por qué no me
muestras lo que eres en verdad?
—No te preocupes —dijo ella. Se relamió los labios—. Me verás muy
pronto... —Pero la mirada hambrienta se debilitó un poco—. Por ahora,
tengo poca elección. Este cuerpo fue una creación de Shampoo, y estoy
atada a él. ¡No es que me moleste! A fin de cuentas, es un cuerpo
bastante formidable... Como quizá habrás notado antes.
Él hervía de rabia, ansiaba golpearla ahora, mientras hablaba. Pero la
fuerza que lo sujetaba no lo dejaba desviarse de su ruta. Se preguntó
por un momento cuánto habían avanzado. Cuán profunda podía ser la
caverna. Si era acaso una caverna natural. ¿O había sido formada, hacía
siglos, por algo... menos natural que el agua?
—¿Creación de Shampoo? —instó. «¡Anímala a seguir hablando!»
Ella lo miró de soslayo:
—Paciencia, yerno. Ya lo explicaré todo. Como verás, hablar me sirve
más a mí que a ti...
—¿Shampoo? —siguió la vieja—. Ah, sí. ¡Ella sí que fue un trofeo! La
primera en siglos en irradiar con la fuerza suficiente como para
despertarme. Vino a tropezones por el camino, llorando, casi fuera de
sí; de verdad podía olerlo en ella... ¡Ahh! —siseó, un suspiro de placer
intenso, sibilante, horrendo, perturbador, completamente inhumano.
La laringe de Ranma subió y bajó. Intentó tragar; sentía la garganta
seca, aunque tenía la frente mojada de sudor.
—¿Oler qué? —pudo decir al fin.
—Desesperación —dijo ella. Por un instante su cara fue una máscara de
voracidad: ávida, hambrienta. Regocijándose. Ranma tuvo que mirar
hacia otro lado.
—¡Y debo agradecerte a ti por eso también, yerno! —braveó ella.
Él la miró conmocionado. —¿A mí...?
—¡A ti! —se burló la vieja—. La rechazaste. Le diste a elegir entre
matarte o casarse contigo... y luego imposibilitaste las dos opciones. La
convertiste en una perjura. Le hiciste imposible recuperar alguna vez su
posición en la tribu... Y después la dejaste sin ningún lugar adonde ir más
que a su casa. A su casa, donde su fracaso la condenaba a toda una vida
siendo lo más bajo de lo bajo. Una sirvienta para las demás amazonas.
Una verdadera esclava.
"Y para colmo, se extravió en el camino y terminó cayendo en una de las
pozas de Jusenkyo. ¡Ah, ella rezumaba desesperación, yerno! Y yo tenía
tanta hambre...
Ranma cerró los ojos. «¿Eso hice? ¿Fue culpa mía?» ¡Pero él no sabía!
¡Era culpa de Shampoo! Si no hubiera querido matarlo o casarse con él...
Si no lo hubiera seguido... «Si no me hubiera dado el beso de la muerte,
para empezar...»
Pero no, estaba evadiendo el problema. Shampoo simplemente había
estado siguiendo la ley amazona. Era tal vez una ley ridícula, pero eso
era casi irrelevante. «"Ignorancia de la ley no es excusa"». De no haberla
derrotado en combate, nada de esto habría sucedido.
¿Y por qué había peleado con ella, para empezar? Para salvar el pellejo,
por culpa de un error idiota que él y su padre habían cometido. Comerse
el primer premio de ese concurso, ni más ni menos. Había sido una
equivocación inocente. Él podía haber aceptado el castigo, o simplemente
haber huido.
Pero eso no era todo, ¿verdad?
No. Tenía que admitirlo. Había peleado con Shampoo porque había visto
que ella era hábil, y quería demostrar que él era mejor.
Arrogancia y orgullo. Esa era la raíz de todo.
«Es verdad. Yo tengo toda la culpa.»
Desesperación.
Y las sombras de la caverna parecieron ahondarse, girar y sacudirse
en torno a él, y Cologne se le acercó más...
«¡No!»
Levantó la cabeza.
—¡No, carajo! —dijo, bramando—. ¡No! ¡Yo no lo hice todo! ¡Shampoo
también tuvo la culpa! Pudimos haber encontrado otro modo, si ella
hubiera estado dispuesta a ser un poco flexible. ¡Pero no quiso! ¡Ella
tenía que tenerlo todo! Puedo compartir parte de la responsabilidad,
pero ¡yo no soy el culpable!
Miró a Cologne a los ojos.
Ella extendió una sonrisa apretada, y dijo:
—Vamos. Queda largo camino por recorrer.
Siguieron adentrándose en la cueva.
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
—Cometí una equivocación cuando me uní con Shampoo —dijo Cologne—.
Tal vez mi ansia era demasiado grande. Ya había pasado mucho tiempo,
después de todo. Fue un descuido. Me excedí un poco en lo íntimamente
que nos uní.
"¿Te puedes imaginar lo que es estar completamente sujeto a la voluntad
de otro? —Miró a Ranma—. Bueno, tal vez puedas. Shampoo recobró la
esperanza, y eso me debilitó. Me vi obligada a satisfacer sus sueños. Y...
—Se encogió de hombros—. Su sueño eras tú. Así que volvió a Japón, y
yo fui con ella.
—Sí, me di cuenta —murmuró él.
Ella no prestó atención. —Ya sabes lo que pasó. Fabriqué un recuerdo
para ella, una bisabuela: encarnación de su idea de la amazona suprema.
¡La de ilusiones que tuve que tejer! Escondiéndome de ella, como del
resto de ustedes. Nunca sospechó que yo estaba allí. —Contrajo el ceño
un momento—. Creo que ese viejo imbécil de Happosai lo sabía. Le di
recuerdos falsos, pero nunca tuve la seguridad de que se los creyera. Él
tenía una sola cosa en la cabeza, pero su voluntad era muy fuerte. Pero
yo no le interesaba. Sabía que yo no iba a interferir con sus... costumbres...
así que simplemente no me tomó en cuenta.
"¡Ah, pero Shampoo! ¡Esa niña sí que era persistente! En realidad muy
notable. Luego de esa vez en la playa pude ver que nunca te ibas a
casar con ella. Pero ella no se rendía.
Ranma pestañeó. ¿Cologne había querido renunciar pero Shampoo no
estaba de acuerdo? Eso sí que era un intercambio.
Ella debió haber sentido su sorpresa:
—No creas que digo que no podría haberte vencido —advirtió—. ¿Pero
casarte con Shampoo? Eso, podía ver que no lo harías nunca. Al final,
claro, ella fracasó. Tomé de nuevo el control, y regresamos a mi hogar.
Aquí.
Ella siseó nuevamente.
—Y aquí he comido bien, Ranma. Muy bien en verdad. Y ahora, justo
cuando Shampoo está empezando al fin a consumirse, ¡me mandas
otro regalo!
Él comprendió de inmediato.
—No Ukyo —dijo con voz rasposa—. No te llevarás a Ukyo.
Ella sonrió abiertamente. Había sin duda alguna más dientes en esa boca
de los que había tenido antes...
—Ya la tengo —dijo, burlona—. ¡Lleva ochenta años queriéndote,
muchacho! Y tú una y otra vez la has rechazado. La mayor parte de ese
tiempo, ella ha intentado fingir que te odiaba, o ha tratado de olvidarte.
¿Y qué haces cuando ella cree que por fin podría tener una oportunidad?
¡Lo vuelves a hacer! ¡Y la envías directo a mí, rebosante de desesperación!
¡Yerno, no podrías serme más útil ni aunque te pagara!
—¡No! —gritó él—. ¡Eso no fue lo que pasó!
—¿Ah, no? —La vieja soltó su risa penetrante—. Jamás tendrás
oportunidad de decírselo. Ahora es mía. Y para endulzarlo todo, tengo
un beneficio extra... Te tengo a ti.
"No te hubiera tocado, yerno. Te habría dejado ir. Pero me obligaste.
Rechazaste mis ilusiones, insististe en encararte conmigo. Y ahora,
bueno... ¿por qué le voy a mirar los dientes a un caballo regalado?
"¡Y qué caballo, yerno! Tú eres muchísimo más fuerte que ella. O que
Shampoo, por lo demás. Nunca en tu vida has sido derrotado. Has
perdido batallas, claro, pero siempre has ganado la guerra. Tu espíritu
nunca se ha quebrantado. ¡Ah, será tan bueno cuando por fin te
despedaces! No vas a durar ni la mitad de tiempo que Ukyo, por
supuesto... Pero mientras lo haces... Ukyo será una comida, ¡pero tú
serás un banquete!
Él la quedó mirando un momento. Y luego se rió.
—¿Yo? Buena suerte, bruja. Yo no estoy desesperado. No hay nada que
comer aquí.
—No todavía —dijo ella—. Pero toma en cuenta algo...
"No tienes posibilidad de derrotarme. Eso ya debes de saberlo. No me
podías igualar en velocidad cuando eras joven, y por cierto que no puedes
ahora. Y no puedes irte. Así que... ¿cuánto irás a tardar, me pregunto?
En empezar a debilitarte. En empezar a degastarte con la sed y la
inanición. ¿Cuánto irás tardar?
"Y si eso no basta..., siempre está tu queridita, ¿no? ¿Qué harás, me
pregunto, cuando veas lo que le hago, ante tus propios ojos... sin que
seas capaz de hacer nada más que mirar?
"¿Cuánto irás a tardar en desesperarte por fin, Ranma?
Él miró la sonrisa ancha —esos ojos sin fondo, llenos de avidez, malicia
y anticipación— y se estremeció. Contra su voluntad, las piernas
continuaron moviéndosele. Siguieron penetrando hacia el interior de la
montaña.
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
Había perdido la noción de cuánto llevaba caminando, de cuánto habían
recorrido. La temperatura había caído; se descubrió temblando. Había
una nube de condensación cada vez que exhalaba. (Pero no para
Cologne, no pudo evitar notarlo.)
El aire todavía parecía limpio y respirable. Pero había un olor extraño
viniendo de algún lado.
—... más fácil de lo que crees hacerse una identidad —estaba diciendo
Cologne.
Parecía haber caído en un ánimo jactancioso. Tal vez su propósito era
grabar en él cuán imposible era resistírsele. De ser así, tenía que admitir
que estaba haciendo efecto.
—Toma, por ejemplo, a Herb y sus amigos... ¿Te acuerdas? Claro que te
acuerdas. Ellos nunca oyeron hablar de mí; nunca tuvieron la intención ni
de acercarse a Nerima cuando visitaron Japón. Pero vi una oportunidad
de hacerte hembra permanentemente, y cortar el afecto de Shampoo por
ti, así que los intercepté y... los influencié un poco. Hubo otros cuantos
casos similares, pero creo que ya captas la idea.
Ranma apretó los dientes.
—O estaba el episodio del espejo Nanban... Pero sin duda te darás cuenta
que no todo lo que viste era real.
Un pie delante del otro. Paso. Paso. No respondas. Todo lo que pudieras
decir no hará sino empeorarlo.
Aquel olor era más cercano ahora. ¿Qué era? Algo conocido... Arrugó la
nariz. Era olor a putrefacción.
—¿Y todavía crees que puedes vencerme? Podría hacerte creer que el
túnel se ha derrumbado sobre ti. Y te quedarías aquí, ileso, y morirías de
hambre, creyéndote atrapado por escombros.
Ranma no estaba tan seguro de eso. Había roto anteriormente su dominio
mental, en la boca de la caverna, cuando ella había tratado de alejarlo.
Tal vez ella percibió su pensamiento de algún modo. Le lanzó una mirada
de total conocimiento y dijo:
—Ahh, tengo tanta ansia por saborearte...
Y mientras la vieja hablaba, llegaron al final del túnel.
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
La caverna se abría hacia una cámara baja y circular, de decenas de
metros de ancho. La luz era débil, pero clara; la misma luz que había
llenado el túnel: pálida, incolora, y sin una fuente distinguible. Las
paredes eran irregulares, ásperas; el techo, igualmente tosco pero
mayormente plano. El suelo era de roca desnuda.
Ukyo estaba allí, tendida de espaldas en el suelo, cerca del fondo de la
caverna. Ranma corrió hasta ella, notando solo cuando llegaba a su lado
que tenía las piernas libres de nuevo. El cuerpo de Ukyo estaba tenso,
rígido, aunque su piel parecía tibia. No parecía estar respirando. Sus ojos
miraban inmóviles hacia arriba. Por un momento no pudo determinar si
ella lo veía; pero luego vio sus pupilas reaccionar al cambio de luz al
inclinarse sobre ella. Ranma dejó escapar una exhalación que no sabía
estaba conteniendo. Estaba viva.
Los primeros albores de un plan empezaron a formarse en el fondo de
su mente.
—¡Suéltala! —exigió, volviéndose a mirar a Cologne.
Su única respuesta fue una sonrisa torva.
Algo más le llamó la atención. Cerca de Ukyo, al fondo mismo de la cueva,
había un socavón en la pared. Y había algo más dentro...
Se acercó para ver mejor, luego retrocedió. Tenía forma humanoide, la
cosa tirada allí, encogida en postura fetal. Pero había poco de humano
en esta. Tenía las extremidades torcidas, cosas huesudas, atrofiadas y
deformes; las manos (si es que eran manos), garras secas. La piel, allí
donde podía verla por entre las capas casi sólidas de mugre que la
cubrían, era pálida, casi traslúcida. Tenía la cabeza horrorosamente
malformada. Se alegró de no poder verle cara.
Apestaba. Toda la caverna hedía a aquella fetidez: a años, décadas,
siglos de descomposición. Ranma intentó respirar por la boca, pero no
ayudaba; la pestilencia era tan densa que podía saborearla, como una
capa espesa y viscosa que le cubría la lengua, indescriptiblemente
infecta. Casi le vinieron arcadas.
Y entonces la cosa echada en el socavón se movió. Despacio, levantó
la cabeza, y se volvió hacia él. Mostró la cara. Habló.
—Airen —dijo.
La mandíbula de Ranma quedó colgando. Quería enardecerse, gritar,
llorar. Estaba demasiado sobrecogido, demasiado horrorizado para
moverse siquiera.
Por fin había encontrado a Shampoo.
- 11 -
Ranma retrocedió despacio ante la mirada de esos ojos. Vio la luz
del reconocimiento apagarse en ellos; vio la momentánea mirada
de esperanza en el rostro marchito de Shampoo disolverse en una
incomprensión vacía.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó en voz queda.
—Ya lo sabes, yerno —respondió Cologne.
Lo sabía. Sesenta y seis años, Shampoo había estado tirada allí, con el
cuerpo consumiéndosele, con su angustia y desesperación alimentando
al monstruo que le controlaba la mente. Sesenta y seis años.
Era extraño, como se sentía. Estaba más allá de la ira, más allá de la
furia. Mucho más allá del odio.
Se había vuelto hielo.
—¿Algo más que debamos decirnos? —dijo. Tenía la voz calmada, casi
amable.
—Creo que no —dijo Cologne.
Él asintió. El corazón le martilleaba.
Ah. Una cosa más.
—Si no te molesta —dijo, azorado— una cosa que he aprendido con
los años es a nunca pelear con la vejiga llena...
Ella bufó, pero asintió su consentimiento. Él hizo lo suyo contra una
pared de la caverna. Solo tardó unos momentos.
—Muy bien, pues —dijo él cuando terminó—. ¿Empezamos?
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
Al principio, él había pensado que pelear con ella sería una pérdida de
tiempo. ¿De qué servía golpear a una ilusión? ¿Quién intentaba vencer
a un fantasma? Como Cologne había dicho, la lucha era inútil.
Ahora, no estaba tan seguro. La criatura propiamente tal —el centro
de la maldad— no estaba allí enfrentándole, él estaba seguro de eso.
Posiblemente estaba con Shampoo, montada en su columna. Sabía que
nunca tendría la oportunidad de comprobarlo.
Pero la misma Cologne tenía que ser más que una ilusión. Él la había visto
lejos de Shampoo muchas veces en el pasado como para tener alguna
duda al respecto. No podía creer que el demonio (por decirle así) fuera
capaz de controlar las mentes a esa distancia. Si podía, entonces no
había salvación.
¿Qué era ella, entonces? ¿Alguna especie de engendro anexo? ¿O una
proyección del ki del propio demonio? Sospechaba que era lo último.
Una figura formada solo cuando la necesitaba; eso explicaría por qué
no había estado presente en los videos que Ukyo había encontrado.
Y si Cologne estaba formada con el ki del demonio, entonces tal vez
el acto de golpearla podía afectar al demonio en sí.
Tal vez.
Era lo único en que podía centrar las esperanzas.
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
Y así, al fin, fueron al grano.
Era una lástima que estuvieran peleando bajo tierra. Eso descartaba
muchos de los mejores trucos de Ranma; una explosión allí podía hacer
que el techo les cayera encima. Pero aún había alternativas...
El cuerpo de Cologne empezó a brillar. A arder. A expandirse. Elevó su
aura de combate, y era inmensa. Aterradora. En unos momentos, se alzó
por sobre él, y seguía creciendo. Su cabeza atravesó el techo de la
caverna como si este no hubiese estado allí; pero él descubrió que de
todos modos podía verla aún, como si la roca hubiera sido transparente.
Y luego se detuvo: una figura gigantesca, de decenas de metros de alto,
mirándolo con desprecio. Brillaba de un color rojo carmesí. Estaba envuelta
en una red de llamas rojas, que brillanan mortecinas a su alrededor,
proyectando fantásticas luces danzantes por la caverna.
RÍNDETE
Él sintió la presión de la voluntad de ella golpear contra su mente. La
exigencia de rendirse. Una fuerza fría y despiadada, que lo empequeñecía,
como un tsunami presto a romper.
TE VAS A RENDIR
Cerró los ojos, sin tomarla en cuenta. «Me toca...»
Buscó en su interior, sintió la fuerza allí. La reserva de decisión, de
voluntad, de yo. De ki. Permitió que se expandiera, que lo llenara hasta
el punto de estallar. Y luego más allá, forzándolo a salir, poniéndolo en
acción, despertándolo, evocándolo...
Se agrandó. Poco a poco, vacilante, su cuerpo se fue llenando, dilatando.
Ardía de un rojo cobrizo trémulo, casi invisible. Luego, la expansión se
hizo más lenta, vaciló... y se detuvo. No era más que unos centímetros
más alto que su estatura normal.
¿ESO ES LO MEJOR QUE PUEDES HACER?
Sintió la burla. El desdén.
Y sonrió. «No necesito más...»
Y entonces dirigió su voluntad hacia afuera nuevamente. Concentrándola
en un filo agudo, aumentando la presión. Vertiendo toda la fuerza en su
aura. Incrementando las energías.
La luz cambió en la caverna. Las sombras retrocedieron. El aura de
Ranma se hizo más brillante. Refulgía de un llameante color anaranjado.
Presionó de nuevo, ahora empezando a fatigarse. Aguzando el enfoque.
Expandiendo su voluntad. Más intensa.
La caverna estaba bañada de luz. Ranma era de un amarillo tórrido.
Ardía como una estrella.
Más intensa.
Verde. Azul.
Más intensa. Distantemente, tuvo consciencia de Cologne, que tenía
los ojos apretados, casi cerrados, una mano levantada contra la luz
cegadora. No tenía una expresión de desdén ahora.
Más intensa.
Ardía de color violeta.
Estaba ahora extrayendo la energía de los alrededores, canalizándola,
dirigiéndola toda hacia Cologne. No sería bueno someter a Ukyo y a
Shampoo a esto.
Más intensa.
Por unos momentos más, la luz continuó, casi demasiado pálida para
verse. Luego pareció desvanecerse. En torno a Cologne, las sombras
parecieron agolparse.
Ranma ardía en ultravioleta.
Más intensa. Y más intensa. Y más intensa.
La energía se acrecentaba. La frecuencia se alzó vehemente. Él
temblaba, pugnando ahora para controlarla. Más intensa.
Y entonces: la prueba final. Encauzó su voluntad como nunca antes.
Concentrándola hasta una punta de alfiler. Conduciendo las energías
hasta un punto infinitesimal. Alineándolas. Apuntando. Y soltando.
Liberándola por completo, en un solo estallido. Un único pulso, de un
haz de radiación coherente.
Un láser de rayos X.
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
El rayo era totalmente invisible. Pero su visión interior lo vio arder como
la lanza de Dios. Voló e impactó su objetivo. Y, demasiado tarde, vio lo
que Cologne había estado haciendo.
Ella ya no brillaba. Se veía como un negativo fotográfico. Su aura era
un manto de noche. De penumbra turbia y umbrosa en los bordes, se
apagaba hasta ser una masa de negrura en el centro, tan profunda e
intensa que la oscuridad parecía viva. Como un agujero en el espacio.
Un agujero negro.
El rayo la golpeó y desapareció. Silenciado. Absorbido. Tragado.
La oscuridad llenó la caverna. Había un penetrante olor a ozono. El
aura de Ranma se había ido, íntegramente agotada en la producción
de aquel rayo. No podía ver. Apenas podía tenerse en pie. Esperó el
golpe que lo acabaría todo.
Nunca llegó. Despacio, poco a poco, la luz volvió a la caverna. Era más
difusa que antes, pero había la suficiente para ver a Cologne, a poca
distancia de allí. Estaba apoyada en el báculo; parecía aturdida. «Un
golpe acabaría con todo», pensó él; pero en este momento no estaba
seguro de poder caminar, mucho menos lanzar un golpe.
—Yerno —empezó Cologne, y luego se interrumpió para toser. Al final,
continuó—. Nunca dejas de sorprenderme. No tengo ni la menor idea de
con qué me acabas de pegar. —Entornó los ojos—. Eso no te lo enseñó
Happosai.
Ranma resopló, y enseguida lo lamentó. La nariz le sangraba.
—Happosai tenía más de doscientos años —barbotó—. Usaba casi todo
su ki solo para mantener su cuerpo funcionando. Todavía tenía unas
técnicas buenas, pero casi todo lo que le quedaba eran artimañas, como
esos happo-daikarin.
—De todos modos, todavía era capaz de producir un aura de combate
asombrosa —murmuró Cologne—. Su fuerza ha de haber sido increíble
cuando joven... Lástima que no me lo haya encontrado entonces.
—Concuerdo —dijo Ranma con suavidad. Añadió—: Ni él podía durar para
siempre. Se agotó por fin hace cuarenta años.
Cologne asintió. —Así que inventaste tu truco más bonito tú solo. Muy
impresionante, yerno. Otro de esos me causaría serios problemas. Pero...
—Sonrió con malicia—. No puedes hacerlo de nuevo, ¿verdad?
Ranma suspiró. Ella estaba perfectamente en lo cierto. No podía reunir
suficiente aura ni para encender un fósforo.
Así que sería a la antigua, después de todo.
Ranma atacó primero. Saltó: no directamente hacia Cologne, sino en un
ángulo desplazado hacia un lado de ella, con las manos disparándose a
azotar, los pies moviéndose hacia la cabeza de la vieja.
Ella se movió, casi demasiado rápido para que él lo percibiera. Un salto
repentino, un giro en el aire, fustigando con el bastón... Y se quedó
inmóvil una vez más, y él iba rodando por el suelo. Se puso en pie de
inmediato, sobándose un brazo. El dolor era increíble. Con un solo golpe
lo había lastimado más que nadie en años.
—Bastante sólido para una ilusión —comentó ella.
Él no se molestó en contestar. Saltó nuevamente, entrando por abajo
esta vez. De nuevo ella se hizo un borrón de movimiento: un brazo subió
como relámpago y le azotó la cara, una pierna alcanzándolo en el
vientre, y un giro leve, lanzándolo lejos, fuera de control. Chocó con
el suelo, rodó y estuvo nuevamente de pie en un instante, arrojándose
ya en un nuevo asalto.
Ella esquivó sin problemas, llevando el bastón a varearle las costillas.
Esta vez él había esperado aquel ataque y lo desvió, usando el mismo
movimiento para lanzarle una patada a la cabeza. De algún modo, ella
se las arregló para estar en otra parte. El impulso de la patada lo hizo
trastabillar, y un instante después vio el bastón viniéndole como un
borrón a la cara.
Era el movimiento que él estaba esperando. Efectuó un golpe rápido de
corte con la mano. Hubo un sonido de fractura, luego un crujido, y los
dos tercios superiores del báculo cayeron al suelo rodando y luego se
detuvieron.
Ranma se irguió de pie y observó a Cologne cautelosamente. Parecía
sorprendida, miraba el cabo de madera en su mano. Después de un
momento lo soltó.
Luego se rió.
Hubo un destello. La extraña luz sin dirección de la caverna pareció
pulsar un momento. Y luego Cologne tenía en la mano un báculo nuevo.
Y se reía de él.
—Eso es trampa —acusó él.
—"Artes marciales estilo todo vale". ¿De eso te jactas, no? —dijo ella
con una risa estridente.
—Eso no es lo que... —comenzó a discutir él, luego lo pensó mejor.
Muy bien. Sin reglas. Todo puede pasar. «Y lo más probable es que
pase», pensó amargamente.
Entonces recordó a Ukyo y a Shampoo. Esto no era una competencia más.
Aquí se lo jugaba todo.
Se situó frente a Cologne e hizo una reverencia. En silencio.
—Todo esto es tremendamente innecesario —le dijo Cologne—. Acéptalo:
es una pelea que no puedes ganar. Ríndete ahora y ahórrate mucho dolor,
Ranma.
—Yo nunca me rindo. Nunca.
Se volvieron torbellinos de movimiento, cuerpos volando y arqueándose,
golpeando, bloqueando, contragolpeando. Pies y manos parecían
intercambiables. Todos los años de entrenamiento, la destreza, la fuerza,
el fluir intuitivo y automático del cuerpo en movimiento, acudieron a
raudales. Ranma nunca había peleado mejor. Nunca.
E iba perdiendo irremediablemente.
Golpe con el pie. Bloqueo; contragolpe. Agacharse, saltar. Rodilla en la
cara. Esquivar, giro, patada. Más rápido de lo que el ojo puede seguir,
cada movimiento hecho puramente por instinto. Codazo, devolución,
torcer, golpear. Esquivar, esquivar, esquivar.
Cuando joven hubiera podido tener la velocidad para mantener el ritmo
de ella. Pero ya no. Era mucho más diestro de lo que había sido entonces,
y por lo general eso le daba la ventaja. Pero Cologne tenía la destreza y
la velocidad, y lo estaba matando.
El bastón estaba por todos lados. No podía eludirlo. Recibía decenas de
impactos, sin conectar casi ninguno por su parte. Cada uno de los golpes
de ella eran ligeros, precisos. Doloroso, contusivo, pero no lo bastante
como para romper hueso. Ranma tenía la piel mojada de sangre y sudor,
pero aún no tenía heridas serias. Ella estaba jugando con él. Abatiéndolo
poco a poco.
Intentó un truco viejo —el kachuu tenshin amaguriken— y no resultó.
Ya no le era asequible. Estaba demasiado cansado, demasiado agotado,
y demasiado viejo para que alcanzara a ser efectivo. No era suficientemente
ágil. Estaba cayendo.
«Yo nunca me rindo. Nunca.»
El bastón le azotó la cabeza, fuerte. Se tambaleó; el mundo se apagó por
un momento. Cuando volvió en sí estaba tendido en el suelo, Cologne de
pie junto a él, mirándolo, con el bastón alzado.
No tenía placer en los ojos, ningún brillo victorioso; solo una determinación
despiadada e inexorable. Otra clase de aura de combate, pensó él, mareado.
Ella lo golpeó de nuevo en el vientre. Él se encogió sobre este, gimiendo,
con náuseas. Otra contusión a las costillas. Al cuello. Él se retorció y
contorsionó, pero el bastón estaba en todas partes. En la espalda. En las
costillas de nuevo. Y moviéndose hacia su cara...
Lo capturó, no supo cómo. Forcejearon por un momento; luego él torció,
tiró del báculo, y Cologne voló por la caverna, luego giró en el aire y
aterrizó de pie, vuelta hacia él, lista para pelear; pero para entonces
él estaba en pie nuevamente, con las manos prestas.
Con las manos... no prestas. Temblando.
—No puedes ganar —cuchicheó ella. Suavemente, pero las palabras
parecieron llenar la caverna—. No puedes ganar.
No. No podía.
Pues bien. La apuesta última, desesperada.
Juzgó con cuidado los ángulos. Cambió de postura, buscando su
equilibrio... y acometió. En el último momento sus pies dejaron el suelo
y voló hacia Cologne, manos y pies relampagueando, rugiendo un kiai.
El contraataque de ella fue instantáneo, devastador. Él no intentó
bloquearlo en absoluto. Se movió con este, obteniendo impulso de él
—el dolor, en este punto, era incidental— y salió impelido por el aire,
girando. En una trayectoria precisamente calculada. Hasta aterrizar
exactamente donde había querido.
En el pequeño charco de orina que había dejado anteriormente contra
la pared de la caverna. Orina que había tenido tiempo de enfriarse.
La orina es un 98 por ciento de agua.
Y Ranma-chan rodó y se puso en pie de un salto: sucia, maloliente,
golpeada y sangrando. Pero joven de nuevo. Y rápida.
Y *ese* era un cuento totalmente distinto.
- 12 -
Cologne estaba inmóvil. Pasmada aún. Ranma-chan descubrió los
dientes en una sonrisa ancha y alevosa.
—Sorpresa.
La boca de Cologne funcionó. Después de un momento, salieron las
palabras.
—Yerno —dijo—. ¿Que...? ¿Cómo...?
Ranma-chan saltó hacia ella. Esta vez, el kachuu tenshin amaguriken
salió sin esfuerzo. Atacó, y sintió el ataque llegar a su objetivo, una
y otra y otra vez. Cuando Cologne por fin se liberó, tenía la cara
ensangrentada.
—Jusenkyo —musitó.
—Correcto, bruja —se mofó Ranma-chan—. ¿No lo sabías, verdad? ¡Todo
este tiempo, justo al lado tuyo, y no lo sabías!
—¿No envejeces? —La voz de Cologne adquiría seguridad ahora—. Y la
cocinera, por eso es tan joven también. No me di cuenta...
Giró de súbito, con la cara oscurecida de rabia, apuntando con un dedo
huesudo a Ranma-chan.
—¡Eso no cambia nada! —vociferó—. ¡Aun así no tienes esperanza de
ganar!
—Siempre tengo esperanza —dijo Ranma-chan—. Siempre.
Y luego estaba gritando ella también, y su voz llenaba la caverna.
—¿Me oyes, Ucchan? ¿Me oyes, Shampoo? ¡Hay esperanza! ¡Ella no tiene
por qué ganar! ¡No si no la dejan! ¡Pueden pelear contra ella!
Mientras los ecos se desvanecían, acometió una vez más. Cologne vino
a su encuentro. Y los túneles resonaron con el ruido del combate.
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
Saltando y pateando, manos y pies meros borrones. El aire cantaba con
el sonido de sus movimientos. El bastón de Cologne era un remolino, un
mortífero arsenal giratorio. Ranma-chan había pensado que la vieja
bruja se movía rápido antes. Ahora veía cuánto había estado guardando.
Pero estuvo a la altura del desafío. Sin saber cómo, apenas, lo estuvo.
Cada gota de velocidad que tenía iba para confrontar el asalto, pero lo
confrontó. Los puñetazos eran desviados, los codazos devueltos, los
barridos esquivados. Nunca en su vida había sentido tal exaltación.
Nunca en su vida había sentido tal miedo.
Era tiempo de actuar, no de pensar, pero el pensamiento no se iba. «¿Por
qué Cologne está peleando de manera normal? Dijo que podía detenerme
con solo pensarlo. ¿Por qué no lo ha hecho?»
La distracción momentánea tuvo su precio. Un súbito movimiento del
bastón, que bloqueó apenas un milisegundo demasiado tarde, la tiró al
suelo. Su atención regresó a donde pertenecía. Rodó sin dificultad,
desviando con un puño el ataque que siguió al primero, saltando hacia
atrás a través de la caverna para ganar un segundo para recuperarse,
y continuó con el ataque.
Otra idea suelta, justo bajo el nivel consciente de su mente: «Los ojos
de Ukyo, ¿que no habían estado abiertos antes?»
Siguieron peleando.
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
El combate era parejo.
Hicieron una pausa breve. El pecho de Ranma-chan se agitaba de
arriba abajo. Si Cologne estaba sin aliento (si es que respiraba), no lo
demostraba.
—Te estás cansando —observó Cologne.
—Me estoy... preparando para otro round —contestó Ranma-chan.
Cologne asintió despacio. —Tu destreza es bastante extraordinaria —dijo
luego de pocos segundos—. No lo hubiera creído... Pero claro, al final no
cambia nada. Me temo que esto ha seguido por mucho más tiempo del
que esperaba. Voy a tener que ponerle fin. Ahora.
—¡Sueña! —se mofó Ranma.
—Gracioso que dijeras eso...
Cologne desapareció.
—¡Oye! ¡Así no se vale! —Ranma-chan avanzó corriendo, batiendo los
brazos, intentando palpar a Cologne. No encontró nada.
—¿Y qué tiene que ver lo que "vale" en todo esto?
La voz de Cologne era un eco distante, un susurro fantasmal. Parecía
venir de todos lados alrededor de Ranma-chan. Luego ya no estaba.
Ranma-chan se quedó inmóvil, escuchando atentamente. La caverna
estaba en silencio.
¿En silencio? ¿No debía acaso poder oír la respiración de Ukyo y de
Shampoo? Miró presurosamente a su alrededor. Las dos no estaban,
tampoco. Estaba sola en una cámara vacía, en lo profundo de la tierra.
—¡Carajo!
Más juegos mentales. «Pero ya vencí tus trucos antes, vieja. Lo puedo
hacer de nuevo. Todavía estás aquí, en algún lado, y te voy a encontrar.
«Sea como sea.»
Pero el incómodo pensamiento seguía volviendo. «Juegos mentales.»
Como esa treta infame en la boca del túnel. Pero aquí, podía esperar que
fuera mucho peor. Mucho peor.
Cerró los ojos, tratando de recapturar esa visión interna que había usado
con tan poco esfuerzo antes para ver su ki-láser. Pero no había nada.
Ni rastro de las otras dos mujeres. Estaba sola.
La luz en la cueva se estaba oscureciendo, apagando. Lentamente.
«Juegos mentales.» ¿Cuánto de lo que veía era real, al final? Al no poder
confiar en sus ojos —al no poder ni estar segura de confiar en su
memoria— ¿qué quedaba?
¿Habían estado Ukyo y Shampoo aquí en algún momento siquiera? ¿O no
era sino una ilusión, un recuerdo falso, o algo completamente distinto?
¿Y la misma Cologne? La había visto, había hablado con ella, peleado con
ella... Pero tenía la certeza de que ella no era real, o no totalmente real
en todo caso. «Pero sangró al golpearla. ¿Qué significa eso?»
¿Y la caverna en dónde estaba, además? ¿Cómo era en realidad? ¿Existía
siquiera? ¿O acaso estaba en algún lugar absolutamente distinto?
¿Y si... todavía estaba en el asiento del volador? ¿Posiblemente con los
ojos descuajados, pero sin siquiera notarlo?
¿O quizá seguía aún en la casa de Ukyo? ¡Las posibilidades eran infinitas!
El demonio podía haber tomado el control la noche anterior... Tal vez por
eso Ukyo había escapado; el demonio la había estado controlando, y no
era en absoluto culpa de Ranma-chan...
¿O tal vez antes? ¿Y si todo el cuento de la posesión de Shampoo era un
invento? ¿Nada más que un plan para hacerle venir? ¿Era real la misma
Ukyo?
O tal vez Ranma-chan seguía en el cementerio, allá en Tokio.
O tal vez...
Tal vez...
Tal vez Akane seguía viva...
Ranma-chan empezó a llorar. En silencio, desesperanzadamente. Estaba
sola en la oscuridad, y no había nada en que creer. Nadie a quien
recurrir.
Nada.
Desesperación...
Y en torno a ella, las sombras se movieron y acumularon; pero tenía los
ojos llenos de lágrimas y no vio nada...
«Siempre tengo esperanza. Siempre.»
Esas palabras desafiantes. ¿Cuándo había dicho eso? Hacía toda una
vida, tal vez. Pero el recuerdo era tenue y débil, y la oscuridad alrededor
de ella —y la obscuridad en su interior— eran demasiado fuertes.
«Yo amaba a Akane. Pero se fue. Creí amar a Ukyo también, pero huyó
de mí. Estoy solo.»
Desesperación...
Y las sombras crecieron, y la noche más negra lo cubrió todo.
—¡No quiero quedar así! ¡No quiero que termine así!
Era un gemido de la más pura desolación. Un llanto de soledad, de dolor,
de traición; el llanto de un bebé arrancado del vientre. Un llanto de
Desesperación...
«Yo nunca me rindo. Nunca.»
¿Pero y cuando no quedaba nada por qué pelear?
¿Nada?
Un recuerdo distante. Desdibujado, casi inexistente, pero:
(Imposiblemente, es Ukyo quien está ante él. Tiene un color de pelo
distinto, y está imposiblemente joven; pero no cabe la menor duda. "Ay,
Ranma —murmura ella—. ¿Por qué después de sesenta años todavía me
duele?" Y, llorando, se hundió en el abrazo de él...)
Y:
(Es la cara de Shampoo, arrasada por una decrepitud indescriptible, pero
completamente, horrorosamente inconfundible. Y a través de las décadas
de sufrimiento marcadas allí, ella lo reconoce, y la esperanza momentánea
en sus ojos le transforma su cara. "Airen", murmura...)
Ellas le amaban. Dependían de su persona. Era algo por lo que valía la
pena luchar.
("Ahora bien, tal vez haya algún modo de combatir algo así. Pero yo no
sé cómo." Pero él se limita a sonreír y dice, "Ah, no te preocupes de eso.
Ya voy a encontrar la manera. Siempre lo hago.")
¿Eso era verdad, no? Siempre lo hacía. De algún modo.
«Yo nunca me rindo. Siempre tengo esperanza.»
¿Pero qué estaba haciendo ahora? ¿Llorar por miedo a la oscuridad?
Abrió los ojos.
Cologne estaba allí, con las manos en torno al cuello de Ranma-chan.
Tenía la boca abierta, llena de dientes puntiagudos, y en sus ojos ardía
un hambre oscura y salvaje. Babeaba. La máscara de humanidad ya no
estaba; la bestia estaba al descubierto.
Ranma-chan actuó sin pensar.
—¡MOUKO TAKABISHA!
La cámara resonó con la fuerza de la ráfaga. Cologne voló hacia atrás,
brazos y piernas sacudiéndose como alas de murciélago. Golpeó la pared
de la caverna con un crujido e incluso rebotó, cayendo con estrépito al
suelo y rodando una y otra vez.
Ranma-chan dio un paso único y tentativo hacia ella...
Luego Cologne estaba levantada y gritando en dirección a Ranma como
un torbellino. Su ataque no se parecía a nada que Ranma-chan hubiera
enfrentado antes: feroz, bestial, pero había inteligencia allí también, y
una vasta destreza, y oh, qué velocidad...
Y Ranma-chan se dio cuenta de que por primera vez estaba enfrentando
la potencia máxima de Cologne. ¿Había pensado que la bruja era rápida
antes? Como comparar a un perro con un guepardo.
Puso sus mejor empeño en la defensa, y no era suficiente. Estaba
recibiendo daño nuevamente... Pero al menos este ataque no podía
durar; no era posible que una energía, una velocidad y un salvajismo así
se mantuvieran...
Pero se mantenían; seguía, seguía y seguía viniendo; y, una vez más,
Ranma-chan se dio cuenta de que estaba perdiendo la pelea...
Entonces hubo un segundo impacto, y Cologne se crispó, y gruñó, y miró
hacia abajo para ver los objetos que la habían golpeado. El puñado de
miniespátulas, clavadas en el pecho.
Ranma-chan se dio vuelta. Ukyo estaba en pie. Tenía la cara lívida y
demacrada, pero los ojos despejados. La bandolera que le cruzaba el
pecho estaba cargada de espátulas, y tenía más en las manos, en
posición para arrojarlas.
—Te sentí pelear —dijo.
«Siempre tengo esperanza. Siempre.» Ukyo había oído. Ranma había
venido por ella. Había peleado por ella. Y ella había recobrado la
esperanza.
—Creí que habías dejado las espátulas —dijo Ranma-chan, algo alelada.
—Ah, bueno... Por los viejos tiempos. Mira, ¿no deberíamos...?
—Exacto.
Como uno, se volvieron hacia Cologne. Y Ranma-chan sonrió y dijo:
—¿Bailamos?
- 13 -
Esta vez era distinto. Esta vez, al menos, no había duda acerca de quién
iba ganando. Cologne peleaba ceñuda y silenciosamente, pero contra
enemigos múltiples estaba en seria desventaja. Ukyo era una artista
marcial eximia; muy por debajo del nivel de las otras dos, pero, aun así,
era una presencia que Cologne no podía darse el lujo de ignorar. Y
Ranma-chan no le daba ninguna oportunidad a Cologne de atacar a Ukyo
y eliminar el problema.
«Vamos ganando —pensó Ranma-chan—. No lo puedo creer. ¡De verdad
vamos ganando!»
Aún así, apretaba los dientes y esperaba el golpe que sabía debía venir.
¿Por qué esperaba tanto Cologne? ¿Cuándo iba a intentar sus insidias
mentales de nuevo? Ranma-chan no estaba segura de poder vencer un
tercero de esos ataques.
Pero el asalto mental no llegaba. No llegaba. Peleaban y peleaban, y no
llegaba. En forma continua, conducían a Cologne por delante de ellos. Ella
era demasiado astuta, demasiado experimentada, lejos demasiado hábil
para dejarse arrinconar; pero la empujaban hacia atrás continuamente.
Y Ranma-chan seguía esperando un nuevo embate mental.
Entonces cayó en la cuenta. Cologne no podía. Tenía límites después de
todo. Y mientras toda su atención estaba en la pelea cuerpo a cuerpo,
no podía hacer el esfuerzo de atacar también mentalmente.
—¡Ucchan! —gritó—. ¡No pares, pase lo que pase! ¡Podemos ganar
mientras la tengamos demasiado ocupada para usar sus ilusiones!
Oyó a Cologne mascullar algo vil. Y rió mientras seguía peleando.
Iba ganando. Iban ganando. Era inevitable. «"Ya encontraré la manera.
Siempre lo hago". Con ayuda de mis amigos...»
En otras circunstancias hubiera dicho que Cologne peleaba magníficamente.
Aun ahora, aun aquí, tenía que admitir que la vieja era superlativa. Pero
contra dos, y uno de esos dos casi tan diestro como ella, simplemente
estaba superada. Seguía peleando —¡y cómo peleaba!— pero recibía daño
continuo. Ella infligía bastante también —Ranma-chan tenía una variedad
de cortes y moretones nuevos, y uno de los brazos de Ukyo estaba
ensangrentado— pero la balanza ya no estaba a favor de la vieja, y esta
vez la inclinación era definitiva.
Así, la empujaban inexorablemente, y ella continuaba retrocediendo,
eludiendo de algún modo cada esfuerzo que hacían para atraparla, pero
siempre teniendo que retroceder. Dieron vueltas y vueltas a la caverna,
persiguiéndola...
Los ojos de Ranma-chan se agrandaron. ¿Vueltas y vueltas?
No estaban empujándola hacia atrás; ¡ella los estaba guiando!
Pero... ¿el Hiryuu Shouten Ha? ¿En una cueva? ¿Bajo tierra? ¡Era un
suicidio! O... ¿sería esa su intención? ¿Procurar llevarse consigo a Ukyo
y Ranma-chan?
No, algo no andaba. La ruta que describía no era en espiral. Era...
Ranma-chan arrugó el ceño. Los llevaba hacia...
—¡Cuidado! —le gritó a Ukyo—. ¡Es una trampa...!
Demasiado tarde. Demasiado tarde, así de simple. Cologne les había
llevado la delantera todo el tiempo. Aun cuando se batía en retirada, la
vieja siempre tenía un plan de emergencia...
Así, fue con una sensación de fatalidad que vio a Cologne agacharse
por debajo de una andanada de espátulas de Ukyo, dar una voltereta
hacia la izquierda y aterrizar directamente junto al pequeño socavón en
la pared donde aún se encontraba Shampoo. Metió la mano por detrás
del cuerpo de Shampoo, sacó algo y se lo arrojó a Ranma-chan...
Y Ranma-chan lo bloqueó automáticamente; pero al tocarlo se rompió,
bañándola con un líquido cristalino...
Y
¨¨de pronto
¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨Ranma-chan
¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨se
¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨sintió
¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨mareada y¨¨¨¨¨¨mareado y
¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨ya no pudo¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨ya no pudo
¨¨¨¨¨seguir en pie y¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨seguir en pie y
¨cayó al suelo.¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨cayó al suelo.
Era una sensación extrañísima.¨¨¨¨¨¨¨¨Era una sensación extrañísima.
Parecía estar viéndolo todo dos¨¨¨¨¨¨¨¨¨Parecía estar viéndolo todo dos
veces, y desde ángulos ligeramente¨¨¨¨¨veces, y desde ángulos ligeramente
distintos. Eso la hizo sentir¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨distintos. Eso lo hizo sentir
náuseas por unos momentos, y¨¨¨¨¨¨¨¨¨náuseas por unos momentos, y
sacudió la cabeza para aclarársela.¨¨¨¨¨¨sacudió la cabeza para aclarársela.
El efecto fue horrible: toda la¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨El efecto fue horrible: toda la
caverna se inclinó y basculó en¨¨¨¨¨¨¨¨¨caverna se inclinó y basculó en
torno a ella, como en una montaña¨¨¨¨¨¨torno a él, como en una montaña
rusa desbocada, y se echó hacia un¨¨¨¨¨rusa desbocada, y se echó hacia un
costado, vomitando; pero, al mismo¨¨¨¨¨costado... Y allí, imposiblemente,
tiempo, de algún modo, se veía a¨¨¨¨¨¨¨vio a su mitad femenina, que
a sí misma desde otro ángulo,¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨vomitaba. Pero, de algún modo,
como si detrás de ella hubiera un¨¨¨¨¨¨¨podía sentir el vómito salir de su
espejo, un espejo perfecto, diáfano¨¨¨¨¨propia boca, y casi vomitó él
cual aire.¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨también.
Gimiendo, intentó levantarse,¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨Gimiendo, intentó levantarse,
pero las extremidades no parecían¨¨¨¨¨¨pero las extremidades no parecían
responderle, y se encontró tirada¨¨¨¨¨¨¨responderle, y se encontró tirado
en el suelo, agitándolas sin¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨en el suelo, agitándolas sin
control. Un codo resbaló en el¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨control. Sintió un codo misterio-
charco de vómito¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨samente tibio por un momento.
Cerró los ojos. Eso pareció ayudar¨¨¨¨¨¨Cerró los ojos. Eso pareció ayudar
un tanto. Pero antes de poder¨¨¨¨¨¨¨¨¨un tanto. Pero antes de poder
intentar moverse de nuevo, oyó la¨¨¨¨¨¨intentar moverse de nuevo, oyó la
voz de Cologne. La vieja se oía¨¨¨¨¨¨¨¨voz de Cologne. La vieja se oía
muy satisfecha de sí misma.¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨muy satisfecha de sí misma.
Cologne: Salió mejor de lo que esperaba. Creo que esta farsa por fin se
terminó.
Ukyo: ¿Qué le hiciste, bruja? Hay... Ahora hay dos...
Cologne: Algo que preparé hace mucho, cuando Shampoo y yo regresamos
aquí. La verdad es que mi intención era usarlo contra Ryoga, si alguna vez
venía a dar por aquí... sus Shishi Houkoudan podrían haber sido peligrosos
para mí. Pero es igual de eficaz contra Ranma.
Ukyo: ¿Qué le hiciste?... ¿Qué les hiciste?
Cologne: Es una destilación muy especial de las aguas de Jusendo, la
fuente de Jusenkyo. En pocas palabras, divide un cuerpo hechizado. En
el caso de él, la parte masculina y femenina ahora están separadas.
Ukyo: Lo... ¿Lo curaste?
Cologne: No seas tonta, niña. ¡Mira por ti misma! Ranma ahora tiene dos
cuerpos... pero una sola mente. No puede funcionar así. No es capaz de
controlar dos cuerpos al mismo tiempo. Ningún ser humano podría. Sería
un milagro que lograra siquiera ponerse en pie. Por cierto que no puede
pelear.
¿Era eso? Sonaba horriblemente¨¨¨¨¨¨¿Era eso? Sonaba horriblemente
posible. Ranma-chan intent󨨨¨¨¨¨¨¨¨posible. Ranma-kun intentó
sentarse, pero fracasó de nuevo.¨¨¨¨¨¨sentarse, pero fracasó de nuevo.
Emitió un quejido. Costaba pensar¨¨¨¨¨Emitió un quejido. Costaba pensar
correctamente. Todo era doble,¨¨¨¨¨¨¨correctamente. Todo era doble,
en una manera extraña. Los¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨en una manera extraña. Los
sonidos venían desde más de una¨¨¨¨¨sonidos venían desde más de una
dirección. Hasta sus pensamientos¨¨¨¨¨dirección. Hasta sus pensamientos
parecían de algún modo tener eco.¨¨¨¨¨parecían de algún modo tener eco.
Sintió una mano fría tocarle la¨¨¨¨¨¨¨¨¨Sintió una mano fría tocarle la
frente, y pestañeó. No había nadie¨¨¨¨¨frente, y pestañeó. Ukyo estaba
nadie allí. Pero, como antes, se¨¨¨¨¨¨¨¨arrodillada junto a él, mirándolo
encontró viendo desde otro ángulo¨¨¨¨¨con los ojos vidriosos. "Ay,
al mismo tiempo: la cara de Ukyo,¨¨¨¨¨¨Ran-chan", musitó, un hilo voz.
mirándolo con preocupación.¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨Era raro, en realidad: el primer
Susurrándole inaudiblemente.¨¨¨¨¨¨¨¨¨sonido que oía que no era doble.
Cologne: Y ahora, creo que es momento de ponerle término a la molestia.
Siento decir que voy a tener que matarlo después de todo. Parece tener
la capacidad de rechazar mi control mental, ahora que sabe de este.
Ukyo: Él no es el único que puede, vieja...
Cologne: Ah, cállate. Ya sabes que no es así. Tú te liberaste solamente
porque estaba ocupada con él y con Shampoo también. Una vez que él
ya no esté, te vas a hacer añicos de nuevo, como siempre. Y yo tendré
una nueva montura... y una perpetuamente joven, además. Dos, incluso,
si rocío a Shampoo también...
Oyó la estridencia de la risa de¨¨¨¨¨¨¨¨Oyó la estridencia de la risa de
Cologne, y apretó los dientes.¨¨¨¨¨¨¨¨¨Cologne, y apretó los dientes.
A través de su visión compartida,¨¨¨¨¨¨¨Y luego, sobre él, mirándolo,
vio los ojos de Ukyo agrandarse de¨¨¨¨¨vio los ojos de Ukyo agrandarse de
repente. Y luego endurecerse de¨¨¨¨¨¨¨repente. Y luego endurecerse de
decisión.¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨decisión.
La voz de Ukyo era un suspiro,¨¨¨¨¨¨¨¨¨La voz de Ukyo era un suspiro,
apenas audible. "Ran-chan,¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨apenas audible. "Ran-chan,
perdóname", murmuró. "Es la¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨perdóname", murmuró. "Es la
única manera".¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨única manera".
Y entonces Ranma-chan oyó a¨¨¨¨¨¨¨¨¨Y entonces Ranma-kun oyó a
Cologne dar un grito de sorpresa,¨¨¨¨¨¨Cologne dar un grito de sorpresa,
y cerró los ojos, y oyó a Ukyo¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨y cerró los ojos, y oyó a Ukyo
inclinarse de pronto, y sinti󨨨¨¨¨¨¨¨¨¨inclinarse de pronto, y sintió
el súbito impacto. El dolor¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨el súbito impacto
llameó un instante, luego se
detuvo, dejando tras de sí una
sensación extrañamente vacía;
y luego la cueva pareció
revolverse y difuminarse en
torno a ella, y por un instante
nada tuvo sentido...
Y entonces Ranma rodó y se puso en pie, suavemente y con facilidad,
flectó brazos y piernas tentativamente, y escrutó la caverna. Cologne
miraba de hito en hito hacia un lado, con los ojos abiertos de par en par,
la boca abierta, hacia donde Ukyo estaba arrodillada junto a
«No mires»
un cuerpo, acunando en sus brazos la cabeza de este, llorando en
silencio. Ukyo tenía las manos ensangrentadas. Ranma respiró hondo.
Un solo cuerpo otra vez, y podía preocuparse después por su lado
masculino; tenía un único momento para actuar...
Lanzó un bramido y saltó, fustigando con toda la velocidad que pudo
lograr. Fue apenas suficiente. Cologne comenzó a recobrarse, a esquivar,
incluso mientras el golpe conectaba; pero lo eludió un milisegundo
demasiado tarde. Voló por los aires, dando vueltas sobre sí misma como
una hélice, y chocó contra la pared de la caverna con un crujido
espantoso. Mientras ella se sacudía y abría los ojos, Ranma aterrizó a su
lado, la agarró del pelo, le echó la cabeza hacia atrás, y le puso una de
las filosas miniespátulas de Ukyo contra la tráquea.
—Se acabó —dijo Ranma en voz queda.
Los ojos de Cologne llamearon, y por un instante Ranma sintió la fuerza
de su voluntad, la fuerza de esa mente no humana golpear contra ella.
Pero ahora conocía esa fuerza, sabía qué esperar. Resistirla no requirió
esfuerzo.
—Se acabó —volvió a decir.
—Nunca se acaba —dijo Cologne.
Ranma oyó a Ukyo gritar de pasmo, y arriesgó una rápida mirada por
sobre el hombro.
Akane estaba allí.
- 14 -
Akane. Ranma no hizo sino quedar mirándola por varios segundos, con los
ojos abiertos de par en par, incapaz de respirar, incapaz de asimilar lo
que estaba viendo. Se sintió débil, y había en lo profundo de su pecho
un dolor que había creído por fin terminado. Esto era imposible. Akane
no podía estar aquí. No podía. No
«Akane.»
podía. Y la veía tan joven. Joven, e inocente. La veía como cuando la
había visto por primera vez. Como el día en que Ranma por fin le había
dicho que la amaba. Como en el día de su boda. Ranma pensó que el
corazón iba a partírsele.
Pero no podía ser; ella estaba muerta, Ranma la había visto morir. Los
recuerdos eran demasiado vívidos. Había estado a su lado, durante toda
su enfermedad final. Le había asido la mano y le había sonreído, le había
acariciado la frente y la había confortado cuando el dolor era demasiado
intenso, y no había dejado ver nunca ni una seña de su propio dolor.
Y después la había besado en los labios, mientras la última luz se le
apagaba en los ojos, allí en la cama del hospital; y había llorado
estrechando su mano que se enfriaba. Ay, Akane. «Ay, Akane.»
La espátula resbaló de la mano de Ranma, olvidada. Las lágrimas le
corrían por las mejillas. No lo notó. La boca se le movió sin producir
sonido por un momento.
Demasiado. Mucho, demasiado. Esto, esto no podía negarlo.
—No —musitó—. Ay.
Ay.
«Akane.» Era solo una ilusión más, sabía en alguna parte de su interior;
otra mentira y nada más. Lo sabía, pero no tenía importancia. Nada
importaba salvo que Akane estaba de vuelta, Akane, su esposa, aquella
a quien había amado con todo el corazón y con toda el alma, la madre
de sus hijos, compañera de toda una vida, amiga y amante «Cielo santo,
Akane», y ¿qué podía importar además que ella estaba de vuelta?
Se puso de pie. Tenía las piernas débiles, se negaban a sostener su
peso, pero de alguna manera fue hasta el lado de Akane. Por detrás
de ella, Ukyo decía algo, a gritos, pero las palabras eran distantes,
insustanciales. Ranma tocó la mejilla de su esposa, le acarició la cara.
Luego la tomó en sus brazos, la abrazó con fuerza y lloró como un niño.
El cuerpo de Akane estaba rígido en sus brazos. Sin vida.
Pues bien.
Ranma se volvió hacia Cologne. Había aquí por último, al final, una terrible
especie de paz. Una inevitabilidad. Cuando habló, tenía la voz calma y
firme.
—Bueno. ¿Qué quieres?
Cologne sonrió:
—Poca cosa. Una nadería. Un levísimo toque en tu espalda. No sentirás
nada.
«Akane.»
Pues bien. De esto, al final, Ranma no se podía sustraer. No podía
rehusarse.
Ranma soltó un suspiro profundo y tembloroso. De modo que esto era
la derrota. Después de tanto tiempo, y tantas cosas, había venido con
sorprendente facilidad. Abrió la boca para decir las palabras, la rendición
irrevocable. Para dar su alma por aquello que no podía soportar perder
de nuevo.
—¡Ranma, no! —volvía a gritar Ukyo.
¿Qué quería la muy tonta? ¿Que no veía que Cologne había ganado? Una
victoria baladí. Akane regresaba, y todo lo demás no importaba.
—¡Ranma, no es de verdad! ¡Es otra ilusión más!
Ranma miró a Ukyo, e intentó sonreír. Le salió horriblemente mal, se dio
cuenta. Como un rictus.
—Ya lo sé —dijo—. Pero no puedo, Ucchan. No puedo más. No puedo
perderla de nuevo. No puedo. Perdóname.
—¡Ranma, ella no está aquí! ¡Está muerta! ¡Si haces esto, será una
mentira! ¡Una mentira, y vas a vivir el resto de tu vida como esclavo de
esa bruja maldita! ¡Ella no puede devolverte a Akane! ¡Esta no es Akane!
—Pero mírala —musitó Ranma. Mientras hablaba, Akane se movió; volvió
la cabeza y le sonrió a Ranma, y extendió la mano. Era perfecta. Era
Akane. Ranma recordó. Cómo recordó.
—¡Bruja del demonio! —vociferó Ukyo—. ¡Ranma, es una imitación!
¡Cologne te está leyendo la memoria y dándole vida! ¡No es de verdad!
—Ya lo sé —murmuró Ranma. No podía quitar los ojos de Akane. De una
Akane viva, que respiraba. Sonriéndole en gesto de bienvenida. Como le
había sonreído en el día de su boda—. Lo sé. No es de verdad. Pero me...
—Ella es de verdad —dijo Cologne con voz apacible—. Tan de verdad
como quieras que sea. Tócala, Ranma. Toca su pelo. Toma su mano.
Siente como le late el corazón. Puede ser tuya de nuevo.
—Ranma —Ukyo suplicaba ahora—. No puedes. Apenas te tenga, se va
a llevar a Akane. Vas a renunciar a todo por nada.
—No —dijo Ranma—. Sí puedo... Shampoo pudo controlarla, hacer que le
diera lo que deseaba. Yo también puedo. Yo puedo...
—¡Te está engañando! ¡No, te está ayudando a engañarte tú solo! ¿No
puedes ni pensar bien ahora, y quieres controlar a un demonio? ¡Ranma,
no puedes! ¡Lo estás sacrificando todo por nada!
—Ucchan... —La voz de Ranma era muy suave—. Recuerda cuando me
casé con Akane. Cómo te sentiste. Si Cologne hubiera venido hasta ti
entonces, y te hubiera ofrecido tenerme, ¿habrías podido decir que no?
¿Incluso sabiendo que era una ilusión? ¿Habrías podido?
—Yo... —Ukyo tenía los ojos abiertos de par en par. Pareció de pronto
muy vulnerable—. Ran-chan, no... Yo no... —No pudo terminar.
—Puedo volver a estar con ella, Ucchan. Perdóname.
—No me dejes de nuevo —musitó Ukyo.
Ranma sostuvo la cara de ella con las dos manos y la besó suavemente
en los labios. Luego la soltó y se volvió hacia Cologne.
—Estoy listo —dijo. Le dio una última mirada a Akane...
Y oyó a Cologne gritar con furia repentina...
Y Akane volvió la cabeza y dijo claramente:
—Nunca en mi vida había oído tantas idioteces juntas.
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
Por un instante, hubo un silencio cabal. Nadie se movía. Nadie podía
hablar; nadie podía respirar siquiera. Era un punto de quiebre, un hito,
un momento tan cargado y tan imposible, que era eterno.
Ranma cayó de espaldas, aturdido.
—¿Qué...? —empezó.
En algún lado detrás de ella, Cologne rugió:
—¡Shampoo! ¡Maldita seas!
Ukyo dijo algo incoherente.
Akane no le prestó atención a ninguno de ellos. Como si no pudiera verlos
en absoluto. Avanzó a pasos largos hacia Cologne, hurgó con un ademán
muy conocido, y sacó de la nada su mazo gigante y solfeó con él. Hubo
un sonido de impacto pesado y carnoso, y una vez más Cologne voló por
el aire. Aterrizó fuertemente en el suelo, rodó dos veces, y quedó inmóvil.
Hubo completo silencio por un momento. Luego Akane desapareció.
Un momento después, Cologne también desapareció.
Despacio, la luz en la caverna empezó a apagarse.
Ranma se puso de pie, mirando en total incomprensión el lugar donde
Akane había estado, y luego el lugar donde Cologne había desaparecido,
y luego de nuevo el otro lugar. Las ideas se le ajetreaban, como si una
gran carga hubiera desaparecido de su mente. Todo esto no tenía ningún
sentido.
Luego Ukyo saltó, como electrizada.
—¡Eso! —exclamó—. ¡Vamos! —Saltó hacia el hueco del fondo de la
caverna circular, donde estaba tirada Shampoo.
Ella siempre había sido mejor entendedora que Ranma. Evidentemente,
ya había comprendido todo. Ranma sacudió la cabeza y la siguió.
Los ojos de Shampoo estaban abiertos de nuevo. Tenía la cara —lo que
era visible bajo las décadas de mugre que la cubrían— pálida y mojada
de sudor, como producto de un esfuerzo gigantesco; su respiración
era rápida y superficial. Parecía estarse muriendo, pensó Ranma
dolorosamente.
Pero mientras se arrodillaban junto a ella, levantó la vista y dijo, con un
débil hilo de voz:
—¿Qué hace tonta de la espátula con Ranma? —Y Ranma casi se rió.
—Voltéala —dijo Ukyo sin tono.
Ranma obedeció, tratando de no asquearse. El cabello de Shampoo era
una masa ingente, enmarañada, confusa, casi sólida, y tan espesa de
sebo y suciedad, que hacía que la cabeza y hombros se le vieran
retorcidos, deformes. Había insectos viviendo en él: piojos y cosas
peores. Ranma tuvo que meter la mano por debajo, levantarlo, tocarlo,
para voltear a Shampoo. Lo hizo rápidamente, sin quejarse.
—Rápido, levántale el vestido.
—¿Qué?
De pronto Ranma comprendió lo que Ukyo estaba haciendo. Tanteó
torpemente la ropa de Shampoo por un momento, luego bufó y
simplemente rasgó el vestido. La tela vetusta e inmunda se rompió
fácilmente, dejando desnuda la espalda de Shampoo. Y vieron por fin
al verdadero enemigo.
Era pequeño, gris, rugoso y vivo, como del tamaño del puño de Ranma.
Se anidaba en la base de la columna de Shampoo, teniendo para todo el
mundo el aspecto de una verruga gigantesca y deforme. «No, no de
verruga», pensó Ranma. «De tumor. De un cáncer.»
Ukyo lo quedó viendo un momento, con clara repulsión en la cara. Luego
estiró la mano, lo asió con cuidado, y lo quitó de la espalda de Shampoo.
Shampoo suspiró, un sonido delgado y agudo. El cuerpo se le convulsionó
una vez, luego quedó laxa. En ese mismo momento, Ukyo dio un grito de
pavor y asco cuando la cosa en su mano cobró vida. La criatura se agitó,
retorció, y se liberó de su captora, y empezó a treparle por el brazo, con
pasmosa rapidez. Ranma fustigó sin pensar y lo derribó justo cuando
llegaba al hombro de Ukyo. La cosa cayó al suelo, retorciéndose y
ondulando, y pareció orientarse, aprontándose para saltar...
Ukyo la pisoteó. Se reventó, con el sonido de una fruta demasiado
madura al romperse...
Y de pronto estuvieron en otra parte.
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
Era un vacío, inabarcable, gris y amorfo. Eterno. Infinito. Con ellos tres allí,
parecía bastante lleno.
«¿Qué diablos...?»
((¿Dónde estamos?))
°°Es otro truco. Siempre tiene más trucos.°°
«¿Shampoo?»
°°¿Ranma?... Mi amor. Has venido por mí. Te oí.°°
«¿Y tu acento?»
°°Así hablo siempre. ¿Cuándo aprendiste chino?°°
((Espera un poco. Creo que esto no es ningún truco.))
°°Tonta de la espátula. ¿Qué más podría ser? Ella, la cosa, siempre
tiene trucos. Yo lo sé.°°
((¿Podemos dejar los insultos para después? Esta "Tonta de la espátula"
acaba de matar al enemigo por ti, por si no lo sabes.))
°°No está muerta. A veces me hace creer que lo está. Para jugar
conmigo un rato. Pero siempre es una artimaña. Siempre vuelve. Siempre,
siempre, siempre.°°
«Momento. Si no es un truco, ¿dónde estamos?»
((Esa cosa era telepática, acuérdate. Creo que, cuando murió, algo se
liberó. Algún tipo de explosión mental, u onda expansiva, tal vez. Eso
unió nuestras mentes. Tal vez no dure mucho.))
«¿Entonces por eso Shampoo habla en japonés perfecto? ¿Le estoy
oyendo los pensamientos?»
((Sirve como hipótesis de trabajo...))
°°Yo no estoy hablando en japonés. Ustedes están hablando en chino. Y
sigo pensando que esto es una artimaña.°°
((Shampoo...))
°°Pero aun si lo es... Me alegra que estés aquí, Ranma. Incluso tú,
Ukyo.°°
«Cuidado, usaste su nombre.»
°°Uy...°°
«¿Y qué lugar es este, en todo caso?»
((¿Qué soy, experta en telepatía? ¡No sé! Alguna especie de plano mental,
o algo así. Tú sabes tanto como yo.))
°°A mitad de camino entre la vida y la muerte...°°
((No nos pongamos melodramáticos. Oye, ese fue un buen truco el que
hiciste, Shampoo. Tomar así el control de la ilusión de Akane.))
°°¿Verdad que sí? Espera un momento, yo no quería decir eso. ¡Maldita
telepatía! Quería sonar modesta.°°
«¿Qué? ¿Eso fue lo que pasó?»
°°¡Ranma, qué tonto eres!°°
((Por supuesto que eso fue lo que pasó. La esperanza vence a la
desesperación. Yo no fui la única que pudo rechazar su "influencia".
Pero Shampoo no estaba exactamente en condición de pelear...))
°°Apenas me puedo mover últimamente. Aunque tampoco tengo
oportunidad de hacerlo muy seguido.°°
«*Dolor* Si, ya recuerdo. Cologne dijo que se había unido demasiado
íntimamente a ti. Así que tú fuiste capaz de anularla a ella.»
°°No por mucho tiempo. Pero justo lo suficiente.°°
((Lo suficiente para noquear a Cologne con un golpe que aturdió a la
criatura también. Ya no pudo seguir con las ilusiones.))
«Sí. Buen trabajo. Supongo.»
((Ay, pobre Ranma. Se te hirió el orgullo. Shampoo y Ukyo tuvieron que
ganar el combate por ti, ¿es eso?))
°°No seas tonto, Ranma. No podríamos haber hecho nada sin ti.°°
((En realidad, fue un trabajo de equipo.))
«Bueno...»
((Esperen. Parece que ya empieza a desvanecerse de nuevo...))
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
Las otras dos voces parecieron alejarse. El vacío comenzaba a romperse;
el trasfondo sombrío e inacabable brilló con luz turbia y trémula. Ranma
creyó oír voces fantasmales, sonidos extraños, fragmentados. El entorno
gris fue atravesado por imágenes confusas y escena borrosas. La mayoría
eran demasiado rápidas, demasiado inconexas para tener sentido. Pero
unas cuantas duraron lo suficiente para reconocerlas. Vio:
...Ranma-chan perseguía a su padre, gritando de rabia, y ni siquiera notó
cuando derribó a Ryoga hacia las pozas más abajo...
...En la cueva, el huevo gigante se rompió y surgió Saffron, totalmente
adulto, con alas resplandecientes...
...Ranma huía del yatai, okonomiyaki en mano, y Ukyo persiguiendo...
...Akane volvía a gritar y aferraba la mano de Ranma al venirle otra
contracción...
...Azusa Shiratori soltaba las piernas de Ranma, y él y Akane salían
girando en el aire por sobre de la cancha de patinaje...
...Ranma estaba de pie junto a una poza en Jusenkyo, y miraba a Ukyo
meter con sumo cuidado algo en el agua...
...Herb daba un grito de triunfo mientras la grieta se cerraba sobre la
última oportunidad de Ranma de volver a ser hombre...
Las escenas siguieron una tras otra, sin un orden manifiesto. Comenzaban
a hacerse más lentas ahora, abarcando cada vez más tiempo. Ya casi
terminaba, se dio cuenta Ranma; pronto estaría de vuelta en la caverna.
Luego vino otra escena, e internamente sofocó un grito de asombro al
ver...
... El viejo estaba de pie junto al volador, mirando la nota en su mano.
Ranma podía fácilmente oír los pensamientos de "él": (¿Qué se cree ese
chiquillo que hago con Ukyo? ¿Tener un amorío? Ah, rayos, apuesto que sí...)
No pudo resistirse a "hablarle". «Pero, ¿se equivoca, acaso?» Y, de algún
modo, por el sobresalto de él, supo que le había oído. «En serio», añadió.
«Ella siempre te gustó. ¿Seguro de que no es exactamente en un amorío
en lo que esto se está convirtiendo?»
La escena se reprodujo exactamente como la recordaba de... ¿Había sido
hacía apenas unas horas? Dándose consejo. Mientras se desarrollaba la
escena, trató de contener el aborrecimiento por lo que estaba diciendo.
Tenía que ser dicho, para cerrar el círculo que llevara a la derrota de
Cologne. Pero ya no creía en sus propias palabras.
Terminó por fin, y la escena se apagó y volvió a ser el vacío. «Qué
arrogancia —pensó con desagrado—. Aconsejándome yo mismo para
perseguir a Ukyo... ¡Pero apenas unas horas después, la vuelvo a traicionar
con solo ver una simple ilusión de Akane!»
—Ranma no baka... —La voz de Akane era cariñosa.
No había nada visible. Sólo el entorno gris del vacío, apagándose ahora
lentamente hacia una negrura. Pero la presencia de ella era inconfundible.
«Ah, genial. Shampoo tenía razón. Esta es otra artimaña de Cologne».
—Ukyo te va a perdonar —dijo Akane—. Lo sabes perfectamente.
«¿Akane?»
—Ella entiende. Tal vez mejor de lo que mereces. El único que te culpa
por lo que has hecho eres tú.
«¿Quién eres?»
—¡Baka! —Ranma casi creyó poder ver a Akane sonriendo.
«Akane, estás muerta. No puedes estar aquí.»
—¿Dónde crees que es "aquí"? A medio camino entre la vida y la muerte,
lo llamó Shampoo. Eso se acerca bastante. Pero sí, estoy muerta. Y tú
no lo estás. Y Ranma, no me molesta.
«No entiendo...»
—¿Cuándo entendiste? —Ella sonaba divertida—. Ranma, estoy diciendo
que está bien. Nada es para siempre. Vamos a estar juntos de nuevo, al
final. Mientras tanto, todavía tienes una vida por vivir. Y... —Suspiró—.
Se lo debo a Ukyo.
«También yo. Tal vez más de lo que puedo...» Ranma dudó. «A ver,
momento. ¿Me estás diciendo...?»
—Baka. —Ranma sintió su sonrisa nuevamente—. Ahora es momento de
que te vayas.
La presión de los labios de Akane sobre los suyos. El calor de su amor,
como una bendición.
Luego el vacío se fue, y se encontró en la total oscuridad.
- 15 -
—¿Hola? —llamó Ranma. Hacía mucho frío, y había un olor desagradable
en el aire. La oscuridad era absoluta.
—¿Ranma?
Era la voz de Ukyo, no lejos de allí. Ranma se dio cuenta de dónde
estaba ahora. De vuelta en la caverna. Pero la luz que la había llenado
antes ya no estaba.
—Ranma —dijo otra voz, débil. Después de un momento, se dio cuenta de
que era Shampoo.
Carraspeó nerviosamente. —Ucchan, ¿supongo que no habrás traído una
linterna?
Hubo una pausa larga. Luego Ukyo, haciendo gala de un notable control,
dijo:
—Tengo una en el volador, creo. No alcancé a tomarla cuando aterricé.
—Genial. Bueno, quédate donde estás. Sigue hablando. Voy hacia ti.
Ranma empezó a tantear su camino por la oscuridad. Tratando de
ignorar el conocimiento de cuán profundo bajo tierra se encontraba. O de
cuánto tiempo llevaría salir. Sin luz alguna. En algún lugar de su interior
había una hebra de pánico tratando de soltarse, pero sospechaba que
este era mal momento para eso.
«Bien. Échalo a la broma. No te des oportunidad de pensar en eso...»
Gateó por la negrura, sobre roca desnuda y angulosa, sembrada aquí y
allá con guijarros pequeños y afilados. Pereció llevar una eternidad. El
sonido de su respiración le sonaba fuerte en los oídos. Luego, su mano
dio contra algo, y contuvo un grito. Por un momento el pánico amenazó
con tomar el control.
La cosa con la que había dado devolvió el contacto. Sintió una mano
sobre el brazo.
—Ahí estás —dijo Ukyo.
Dejo escapar una exhalación larga y temblorosa, tomó a Ukyo y la aferró
como si la vida le fuera en eso. Era increíble lo reconfortante que otra
mano podía ser, estando solo en la oscuridad.
Habían estado separados apenas un par de metros.
—Bien —dijo Ranma cuando confió en que tendría la voz firme una vez
más—. Ahora Shampoo.
—Estoy toda desorientada —dijo Ukyo—. Shampoo, ¿dónde estás?
¿Puedes hablar?
—Tonta... de la espátula. —La voz era apenas audible.
—Mierda —masculló Ukyo—. Ran-chan, esa cosa en su espalda puede
haber sido todo lo que la mantenía con vida. Hay que darse prisa...
—Bien.
De la mano, gatearon. Llevó solo unos segundos. Entonces la mano de
Ranma tocó algo que era pegajoso, apelmazado y tieso al mismo tiempo
—después se dio cuenta de que era el pelo de Shampoo— y oyó un
sonido exiguo, algo entre un boqueo y un gañido.
—¿Cómo lo hacemos? —oyó preguntar a Ukyo.
Ranma pensó un momento.
—Mejor será que la cargue yo solo —dijo por último—. Tengo más fuerza
que tú. No conviene intentar cargarla entre los dos, no así, en esta
oscuridad. Si se hace demasiado pesada, igual podemos cambiarnos
durante un rato.
—Bueno. Shampoo, ¿puedes moverte? Ranma te va a cargar.
No hubo respuesta. Ranma sintió la mano de Ukyo apretarse más sobre la
suya. Respiró hondo.
—Mantén tu mano en mi hombro —dijo—. No nos vayamos a separar de
nuevo.
Tanteó por un momento, midiendo los límites del socavón y dónde estaba
el cuerpo de Shampoo. Luego, con gran cuidado, alzó a Shampoo. El cuerpo
era impresionantemente liviano. Levantarlo casi no requirió esfuerzo.
—Bien —dijo después de un momento—. Todavía respira, al menos.
Ahora... El túnel debería estar más o menos detrás de nosotros...
—Lo sé —dijo Ukyo—. Pero mejor sigamos la pared. Yo te guío.
Empezaron a moverse por caverna. El progreso fue lento al principio;
llevó unos minutos encontrar un ritmo, una forma de caminar de modo
de no estar chocando entre ellos. Luego, justo cuando Ranma estaba
empezando a adquirir el ritmo, oyó a Ukyo inspirar súbitamente y lanzar
un grito; y sintió de pronto un jalón; Ukyo se había caído, tirándole
hacia adelante, haciéndole perder el equilibrio y estaba cayendo...
Y todo el terror secreto, el miedo a la oscuridad que había estado
conteniendo, el espanto y el horror a esta silenciosa tumba negra,
salieron en tropel y gritó en la caída...
Chocó con el suelo y trató de rodar, protegiendo a Shampoo lo mejor
que pudo. Se detuvo contra un objeto invisible, blando y suave. Cuando
se creyó capaz de hablar de nuevo sin gritar dijo:
—¿Ucchan, eres tú?
—No. —Ucchan sonaba muy cerca.
—Pero...
Pasó la mano sobre lo que fuera aquello contra lo que había aterrizado.
Se parecía mucho a...
—Ah. Soy yo —concluyó—. Mi... otro cuerpo.
—¿En serio? Entonces...
Ranma sintió otra mano palmotearle la cara. La asió una vez más con
un suspiro de alivio.
—Bien —dijo Ukyo al poco rato. Ranma podía ahora oír la respiración de
ella. Sonaba tan asustada como Ranma—. Hay que seguir. ¿Aún tienes
a Shampoo?
—Eh... Sí, pero...
—¿Te ayudo? Hay que darse prisa...
—Ucchan. Espera —Ranma apenas podía hablar producto del súbito
horror—. Algo anda mal. Mi otro cuerpo. No está... No respira...
No hubo respuesta por unos segundos. Luego Ukyo dijo:
—Ranma, ahora no hay tiempo. Podemos hablar después...
—¡Pero está muerto!
—¡Ya lo sé! ¡Ran-chan, era la única manera! ¡Dos cuerpos, una sola
mente, dijo ella! ¡Lo único que podía hacer era eliminar a uno de los
cuerpos!
—Pero yo, yo creí que solo lo habías noqueado... Que me habías
noqueado.
—¡No me podía arriesgar! —Ranma la oyó respirar hondo—. Mira, podemos
hablar de esto después —dijo Ukyo después de unos momentos—. En
este momento hay que moverse rápido. Shampoo necesita ayuda.
—Pero...
Ranma se interrumpió, impotente. Esto se sentía como una traición.
Quería gritar, encolerizarse, pregonar al mundo su dolor y su horror. «¡Ese
soy yo tirado allí! ¡Soy yo al que mataste! ¡Asesina! ¡Me mataste! ¡Y
ahora me quieres dejar aquí!»
Luego, le vino otro pensamiento. «¿No es eso mismo lo que yo le hice a
ella? ¿Dos veces ya? ¿Matarle los sueños y abandonarla?»
—Bueno. Después —dijo en voz queda.
Sintió como respuesta un apretón en la mano. Para su sorpresa, fue
grato. Reconfortante. No como el apretón de una asesina, sino como
el gesto tranquilizador de una amiga. Luego de un momento, todavía en
un estado de confusión, todavía con desconcierto por la repentina
conmoción, pero ya sin furia, devolvió el apretón.
Pasó a Shampoo a los brazos Ukyo, luego la siguió. Trepar sobre su
propio cadáver —tener que sentir esa piel fría— fue una sensación
sobrecogedora, y una que atormentaría sus sueños en los años por
venir. Pero en esa oscuridad, no quiso correr el riego de separarse
de Ukyo nuevamente. Lo resistió, de alguna manera, y se sentó,
estremeciéndose, durante unos momentos cuando terminó con ello.
Luego, juntas, continuaron, tropezando por la negrura.
—Creo que ya estamos en el túnel. La pared ya no se curva —dijo Ukyo
unos minutos después.
Ranma asintió con la cabeza, olvidando que Ukyo no podía verla.
—¿Había algún pasaje lateral? —preguntó inciertamente—. No recuerdo
haber visto uno...
—Si los había, no los tomemos en cuenta —respondió Ukyo con firmeza.
—De acuerdo.
Siguieron caminando. Era más fácil ahora; las paredes del túnel eran casi
lisas, y podían moverse ahora casi en línea recta. Apresuraron el paso,
pero Ranma sabía que aún se movían con dolorosa lentitud. La piel de
Shampoo se sentía fría, casi aterida. No podía decir si respiraba o no.
Tuvo una idea repentina y se detuvo.
—¿Qué pasa? —dijo Ukyo al instante.
—Carga a Shampoo un momento.
Ranma le pasó el cuerpo laxo, y rápidamente se quitó la camisa. Estaba
ajada e inmunda después de la batalla, pero aún así era mejor que nada.
—Ten. Envuélvela con esto —indicó.
—¿Qué es eso? Ah, ya entiendo. Buena idea.
Ukyo se quitó a su vez la blusa y envolvió también a Shampoo con ella.
Ranma volvió cargar a Shampoo y continuaron viaje.
—Ojalá tuviéramos agua —dijo Ranma al poco rato.
—Sí, también tengo sed.
—No... Bueno, sí, tengo sed, pero estaba pensando que podíamos
transformar a Shampoo. Sería más fácil de cargar.
—¿Perdón? ¿Quieres cargar un gato?
Ranma se estremeció:
—¡No! Pero podrías llevarla tú. Y creo que... podría tolerar un gato
inconsciente, de todos modos.
—Ja. Claro, de haber tenido agua hubiéramos podido transformarla allá
en la cueva y haber provocado tu neko-ken. Habría facilitado las cosas.
—Entonces tendrías que preocuparte hacerme volver en mí.
Ukyo vaciló. —Bueno, tal vez fue lo mejor, bien mirado...
Ranma resopló, luego rió. Una risa pequeña, al principio, pero creció. Y
creció...
Extraña sensación, reírse así en la oscuridad. Incongruente, en cierto
modo, lo que hacía a las tinieblas parecer mucho más opresivas. Pero al
fin y al cabo no era más que oscuridad; y la oscuridad ya no importaba
porque, con esa risa, la sombra que había tenido el alma se disolvió por
fin, y la amargura pareció alzar el vuelo e irse.
Eso no era su persona, esa carne fría tirada allá en el suelo de la
caverna. Estaba aquí, ahora. Con vida y riéndose. Y no sentía soledad.
Ese había sido su mayor miedo, cuando Akane había muerto: la idea de
enfrentar sin nadie los años que le quedaban. Pero ahora...
Había pasado por una odisea, y esta aún no terminaba del todo.
Habría problemas que resolver, asuntos que enfrentar. Siempre los habría.
Pero tenía una amiga —tal vez más que una amiga— que le ayudaría. Eso
lo hacía todo posible.
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
Luego de unas dos horas, llegaron a la boca de la caverna. Era de noche,
y el sendero estaba casi tan oscuro como lo había estado el túnel, pero
podían ver el parpadeo regular de las luces de estacionamiento de los
voladores.
Ranma puso la palma en la cerradura del volador policial. Este la
reconoció y se abrió sin demora. Las luces interiores se encendieron,
cegándolas a las dos por unos segundos. Luego Ranma pudo encargarse
de depositar con cuidado a Shampoo en el asiento trasero.
—¿Ucchan, sabes algo de primeros auxilios? —empezó a decir—. Debe
haber alguna especie de botiquín aquí... Ah.
Ukyo ya estaba ocupada con el botiquín. Ranma observó durante unos
momentos, luego captó la indirecta en las miradas irritadas de Ukyo, y
dejó de estorbar.
Después de unos momentos oyó a Ukyo murmurar algo.
—¿Qué? —dijo.
—Dije, "como un toro". Está viva, aunque apenas. Ran-chan, hay que
llevarla a un hospital lo más rápido posible.
—Estoy en eso —dijo Ranma, trabajando en la computadora de navegación.
Lanzhou tenía un hospital mejor, pero Xining quedaba más cerca. Decidió
que la velocidad era más importante, y optó por la última—. Avísame
cuándo puedo despegar.
—¡Vámonos!
Ranma accionó al punto los controles. Casi al instante, el zumbido
habitual de los motores llenó el aire, y el volador se elevó, giró y se
impelió hacia la noche. Ranma había especificado un viaje de tiempo
mínimo en la computadora, y se las había ingeniado también para anular
las restricciones de velocidad. Hasta que entraron en el espacio aéreo
de control de tráfico de Xining, volaron endemoniados.
Diecinueve minutos y medio después del despegue, se posaban en el
suelo del hospital. Ranma llamó por adelantado pidiendo un equipo de
emergencia, y los estaban esperando. Se llevaron a Shampoo en una
camilla. Ranma soltó un suspiro de alivio. Al fin, todo había terminado.
No podía haberse equivocado más. Porque empezaron las preguntas.
Ranma no hablaba nada de chino, así que, por un rato, Ukyo debió
soportar la carga del interrogatorio. Pero la policía de Xining no tardó
mucho en encontrar un agente que hablara japonés, y luego las dos
fueron sometidas a intenso escrutinio. Sobre todo hasta que lograron
conseguir camisas prestadas con que reemplazar las que habían usado
para envolver a Shampoo.
¿Qué hacían dos mujeres semidesnudas en un volador policial? ¿Y
japonés, además? Las dos habían estado obviamente peleando. ¿Con
quién? ¿Y dónde? Las bitácoras del volador mostraban que habían estado
cerca de Jusenkyo. ¿Acaso no sabían que era un área restringida, y de
riesgos naturales? ¿Dónde estaban sus permisos? ¿Quién era la mujer
que habían traído al hospital? ¿Qué le había ocurrido? ¿Dónde la habían
encontrado? Y las preguntas siguieron y siguieron...
Al final, en alguna hora después del amanecer, les permitieron irse,
aunque se les ordenó estrictamente permanecer en Xining. El volador
policial fue confiscado, con posteriores investigaciones pendientes. Un
teniente joven las condujo a un hotel cercano.
El hotel parecía desvencijado y no muy limpio, pero las dos estaban
demasiado cansadas como para que les importara. Estaban también
demasiado cansadas como para captar el doble sentido cuando el
empleado de recepción les preguntó si venían juntas, y por tanto
terminaron en una misma habitación con una cama matrimonial grande.
Ranma se paró en seco cuando entraron al cuarto, con los ojos un tanto
desorbitados. Ukyo se limitó a encoger los hombros, desplomarse sobre
la cama y empezar a roncar. Momentos después, Ranma se le sumó.
- 16 -
Ranma despertó bien entrada la tarde siguiente. Bostezó, se rascó
distraídamente el brazo, y se dio cuenta de que Akane estaba acurrucada
junto a ella. Sonrió con cara somnolienta y echó un brazo por sobre el
hombro de su mujer, acercándosela un poco más. Fue entonces cuando
notó que estaba como mujer. Extraño; nunca se acostaba como mujer
si podía evitarlo. Abrió los ojos, con cierto gesto de contrariedad.
Entonces se dio cuenta de que la mujer a quien abrazaba no era Akane.
«Uy.»
Los sucesos del día anterior le volvieron de golpe. Moviéndose despacio
y con cuidado, consiguió extraerse del abrazo de Ukyo sin despertarla.
Sacudió la cabeza despacio, mirando a Ukyo. Tenían que hablar de esto.
De muchas cosas. Pero, mientras, había necesidades más urgentes que
atender.
Encontró el baño y lo usó. Y la ducha estaba allí mismo, y ella seguía
inmunda del día anterior...
Unos minutos después, lanzó un grito.
La puerta se abrió de golpe y Ukyo entró corriendo al baño, con los ojos
a medio abrir, evidentemente aún medio dormida, pero lista para la
acción. Siempre y cuando la acción también estuviera medio dormida.
—¿Qué? ¿Dónde? —exclamó, pestañeando y mirando frenética a lado
y lado.
Ranma estaba de pie en la ducha, señalándose con el dedo.
—¡No me transformo! —tartamudeó—. ¡El agua está caliente pero no
vuelvo a transformarme!
Ukyo la quedó viendo un momento, luego se relajó.
—Ah, eso —dijo.
Ranma entornó los ojos:
—Momento. Parece que te esperabas esto —acusó.
Todavía pestañeando, Ukyo bostezó y dijo: —Mira, dame diez minutos.
No puedo pensar bien todavía.
Cerró la puerta del baño, bostezando de nuevo. Ranma miró la puerta
un momento. Luego se miró una vez más. Luego terminó de ducharse,
se envolvió en una bata del hotel, y salió, mirando con cara de enojo
cuando Ukyo entró a toda velocidad detrás de ella, y oyó el baño siendo
usado nuevamente.
—Bien —dijo una Ukyo recién bañada, unos minutos después, bebiendo
sorbos de un tazón de café—. Así que el agua caliente ya no te vuelve a
cambiar. ¿Intentaste con agua fría?
—¿Agua fría? Pero...
—Dame en el gusto.
Mirándola con cara de cabreo otra vez, Ranma volvió al baño. Se oyó
el sonido de agua corriendo por un momento y ella regresó, pasándose
una toalla por el pelo. Mujer todavía.
—Bueno, habla —exigió.
Ukyo exhibió una sonrisa ladina:
—Felicidades, Ranma. Eres la primera persona que conozco en curarse
de una maldición de Jusenkyo.
—Pero, ¿cómo?
—Cologne lo hizo. Te dividió, ¿te acuerdas? Te separó en tu mitad
masculina y femenina. Por lo visto la división fue total. Terminaste con
dos cuerpos sanos. Uno... ya no está, y quedaste con un solo cuerpo,
saludable y sin maldición. Eres normal de nuevo.
—¡Pero quedé como mujer!
—Podría ser peor —dijo Ukyo, encogiéndose de hombros—. También
quedaste joven de nuevo. Eso debe valer de algo.
—Bueno... —Pero Ranma no se sosegaba—. Ucchan, es... Esto no está
bien. Digo, ya sé que debería estar agradecido, pero esto es... Digo, es
que... ¡Carajo, yo soy hombre! ¡Hombre!
—Ya no —Pero Ukyo sonreía—. Cálmate, Ran-chan. Hay una salida. Dije
que tu cuerpo ya no estaba hechizado, ¿te acuerdas? Entonces puedes
volver a Jusenkyo y tener una maldición nueva. Ahora la Nannichuan sí
tendrá efecto.
—¿Puedo...? —Ranma lo pensó un momento—. Voy a ser una chica... que
se convierte en hombre. ¡Oye, eso podría resultar!
—Hay otras ventajas. Como creo haber demostrado, el agua caliente es
mucho más fácil de evitar que la fría. Tu nueva maldición no te molestará
tanto como la de antes. Es posible que no te transformes casi nunca si
dejas los baños y las duchas calientes.
—Ni siquiera tengo que preocuparme por eso, si encuentro el Chisuiton
—dijo Ranma, como ausente.
Aún estaba pensando en las implicancias. ¡Hombre de nuevo! ¡Y nunca
tener que preocuparse por el agua fría!
—¿El qué? —dijo Ukyo.
—El Chisuiton. ¿Te acuerdas, la reliquia de la Dinastía Musk?
Ukyo negó con la cabeza.
—Momento —siguió Ranma—. ¿Tu no estuviste metida en eso, cierto?
Pero debo de habértelo contado antes...
—Tal vez, pero fue hace mucho. ¿Por qué, qué es?
—Es un artilugio mágico que lo deja a uno trabado en el cuerpo al que
te transformas con agua fría. Y hay otro que vuelve a destrabar la
transformación. Un tipo llamado Herb llegó a Tokio una vez, buscando...
—A ver, espera —Ukyo pareció atónita de pronto, con los ojos muy
abiertos—. ¿Me estás diciendo que hay una manera de trabarme así, y
no volver a preocuparme por cambiar a mi cuerpo "viejo" de nuevo?
—Pues... Sí.
—¡AAAJÚUUAAAAA!"
Ranma miró, estupefacto, a Ukyo bailar por la habitación, en medio de
chillidos y aullidos. Cantaba, zapateaba, tiraba puñetazos al aire...
Entonces recordó lo que esto significaba para Ukyo. Redención. Durante
ocho años Ukyo había vivido en perpetuo temor del agua caliente. Ahora,
de pronto, inesperadamente, se le daba una salida. No era extraño que
estuviera contenta.
—¡Baños calientes! —cantaba Ukyo—. ¡No más baños fríos!
«Aunque pensándolo bien...»
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
Más tarde, cuando las cosas se calmaron un poco, se sentaron a
picotear de una cena mal cocinada del Servicio a la Habitación. Las dos
seguían en bata, ya que sus ropas (y las camisas prestadas) estaban en
la lavandería del hotel.
—La policía quiere vernos de nuevo mañana en la mañana —dijo Ranma.
—¿Pudieron comprobar lo que declaramos?
—No sé. —Ranma hurgaba en su comida, buscando algo que pareciera
comestible—. Trajeron tu volador, y estaba estacionado fuera de una
cueva que nadie había visto antes. No dijeron nada más.
—Supongo que era un cuento bien difícil de tragar.
—Sí. Bueno, ya veremos qué hacemos. ¿Qué dijeron del hospital cuando
llamaste?
—Sigue en condición crítica —respondió Ukyo, encogiéndose de
hombros—. Dicen que va a vivir, pero aún así... Está consumida y no
queda casi nada, tiene los músculos atrofiados. Puede que nunca vuelva
a poder enderezar los brazos y las piernas, después de tanto tiempo
encogida. Tienen casi la certeza de que no volverá a caminar.
Ranma se estremeció. —Tal vez esté mejor como gata —murmuró.
Ukyo la miró durante un momento:
—Has progresado. Ya no tartamudeas cuando dices "gato".
Ranma se encogió de hombros.
—Bueno... —continuó Ukyo— Puede que sí. Podemos preguntárselo. Me
imagino que si mi cuerpo viejo tenía problemas cardíacos y este no,
entonces puede que su cuerpo de gato siga siendo sano. Pero ser gata
por el resto de su vida tampoco es una muy buena alternativa.
—A veces no hay ninguna buena alternativa —dijo Ranma tristemente.
Durante un momento pensó en un cadáver, tirado en el suelo, en lo
profundo de una caverna subterránea.
—Tal vez la habría si yo no hubiera esperado tanto tiempo —dijo Ukyo
en voz queda. Ranma empezó a responder pero ella lo interrumpió—. ¡No,
es cierto! Tenías razón, antenoche. Esperé veinte años porque tenía miedo.
Miedo de lo que podía encontrar, miedo de enfrentar a Cologne. Pero
también tenía miedo de... —Respiró hondo—. De ti.
—Ucchan...
—¡Sí! ¡De eso tenía miedo! Del "Ucchan". Tenía miedo de oírte decirme
así y que todo empezara de nuevo... Y que todo terminara del mismo
modo, y que me quedara sola otra vez. Y, Ranma, no creí poder soportarlo
de nuevo.
—Pero sí regresaste —dijo Ranma en voz baja.
—Pues... Seiji dejó un mensaje diciendo que Akane había muerto. Él
estaba preocupado por ti. Y yo estaba bastante segura de que ibas a
estar haciendo algún gesto grandilocuente e idiota. Estaba preocupada
de que te mataras, o quién sabe qué...
—Y tú esperabas que, con Akane ausente, podrías volver a tener una
oportunidad.
—¡No! —Ukyo pareció furiosa. Luego la cara se le derrumbó—. Sí. Bueno...
Tal vez. ¡No sé! No estaba pensando en eso, ¡lo juro! Pero supongo que...
en el fondo, podría haber esperado eso.
Agachó la cabeza, mirando su plato vacío.
—Perdóname —añadió después de un momento—. Estuvo mal de mi
parte. Y... lamento no haberte dicho nunca que yo estaba bien. Pude
haberlo hecho... Habría facilitado las cosas, al final. Es que tenía miedo
de terminar más sola de lo que ya estaba.
—Ucchan —dijo Ranma.
Ella no alzó la mirada. Ranma estiró una mano, asió la barbilla de Ukyo y
se la levantó para mirarla a los ojos. Ukyo lloraba en silencio. Ranma tenía
también los ojos húmedos.
—Ucchan —repitió—. No tienes por qué pedir perdón. Mira, tenías miedo,
y cometiste errores. A todos les pasa. Sé que a mí me ha pasado, bien
seguido. ¡Mira lo locas que se pusieron las cosas, cuando éramos jóvenes,
todo porque yo tenía miedo de comprometerme!
No era buen tema para traer a colación ahora, se dio cuenta. Se apresuró
a seguir:
—Lo que cuenta es que, cuando importó, estuviste dispuesta a admitir
que te habías equivocado, y a hacer algo para arreglarlo. Sin eso, Shampoo
seguiría en ese hueco.
—Pero...
—Te lo digo en serio. Causaste un lío enorme, eso está claro. Pero ya se
terminó, Ucchan, se terminó. Hiciste lo mejor que podías por remediarlo...
Y ahora ya es tiempo de continuar.
Ranma mostró una expresión ceñuda:
—Soy yo el que debería pedir perdón. Te... Te dije unas cosas horribles,
antenoche. Estaba molesto por Shampoo, y terminé desquitándome de
todo contigo. Estuvo mal. Es que... Bueno, perdóname, ¿sí?
Ukyo la miró por unos segundos. Luego los labios se le estiraron en una
sonrisa.
—¿Nunca te fue fácil disculparte, cierto?
—¿Qué? —dijo Ranma con tono de indignación. Luego se relajó—. No
sabes cuánto...
Ukyo estiró el brazo y le tocó suavemente una mano.
—Te perdono me perdonas tú a mí —sugirió, un poco en broma.
Ranma no sonrió. Miró las manos de las dos y dijo en voz queda:
—Creo que nos perdonamos hace rato.
Cayó un silencio grato. Ranma se descubrió pensando en lo que vendría.
¿Se había dado cuenta Ukyo de las implicancias de usar el Chisuiton?
¿Trabarlos a los dos en cuerpos jóvenes, que no envejecían? Era una
perspectiva bastante atemorizante. La inmortalidad era para los jóvenes;
con ochenta y cinco años, Ranma estaba comenzando a dimensionar
cuánto dolor podía haber en un tiempo de vida infinito.
Y estaba Akane. Ver su imagen en la caverna había sido una agonía;
hablarle en el vacío había brindado una especie de paz. Pero también
había vuelto a plantear el problema de qué —de haber algo— podía haber
entre Ranma y Ukyo. Ranma seguía amando a Akane, y la idea de una
relación (por decirle así) con Ukyo todavía se sentía como una traición.
Pero...
«"Estoy diciendo que está bien"», había dicho Akane. «"Nada es para
siempre. Vamos a estar juntos de nuevo, al final. Mientras tanto, todavía
tienes una vida por vivir..."»
Era permiso.
Akane había comprendido.
Y tal vez una vida sin envejecer también podía llenarse de felicidad.
Ranma bajó la cabeza y dejó correr las lágrimas: lágrimas de pesar, de
amor, de gratitud. Ukyo, viéndolas, pero no comprendiéndolas, se levantó
y se le acercó; y Ranma se aferró a ella y lloró. Por lo que había sido, y
por lo que sería. Era un comienzo.
.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.
La ropa volvió a aparecer al fin, y salieron en busca de comida mejor.
Mientras atravesaban el vestíbulo, Ranma estiró el brazo y detuvo a
Ukyo. Ukyo levantó las cejas en gesto inquisitivo.
—Dijiste que tenías miedo de estar sola de nuevo —dijo Ranma.
Ukyo asintió con la cabeza, seria. Ranma continuó:
—A decir verdad, a mí tampoco me agrada mucho la idea. —Respiró
hondo—. Lo que te quiero decir es que... no tienes por qué estar sola.
No si no quieres.
Ukyo no habló; no hizo sino mirar a Ranma, con los ojos vidriosos.
—Yo no voy a dejarte, no de nuevo —dijo Ranma suavemente—. Si tú
tampoco me dejas a mí.
Despacio, casi indecisa, Ukyo asió la mano de Ranma. Ranma no intentó
soltarla.
Salieron del vestíbulo, de la mano. Por ahora, eso bastaba.
Fuera, las calles bullían. La gente iba y venía, absorta en sus actividades
nocturnas. Las calles y el aire estaban llenos de voladores. Era una
noche como cualquier otra. Una noche en que cualquier cosa podía pasar.
—Nunca me dijiste algo —dijo Ranma mientras paseaban, buscando un
restaurante—. Cuando llegaste a buscarme al cementerio. El nombre que
te pusiste. ¿Por qué "Pandora"?
Ukyo miró las manos de las dos, entrelazadas.
—Porque guardé esperanza —dijo.
Y sonrió, y Ranma se rió suavemente, y siguieron caminando. Juntas.
- o -
FIN
- o -
Notas del Autor
Bueno, ese es el final de mi segundo fanfic grande. Es unas tres veces
más largo de lo que había planeado originalmente; pero estoy muy
contento con el resultado. Creo que, en el trayecto, encontré un par
de cosas nuevas que decir acerca del universo de Ranma.
Puede ser peliagudo idear una manera convincente de dejar juntos a
Ranma con Ukyo. En el manga y el animé queda perfectamente claro que
Akane es la mujer que ama Ranma; Ukyo no estaría ni en competencia si
no fuera también una amiga de la infancia. (También queda bastante
claro que, de todas las prometidas de Ranma, Ukyo es posiblemente la
que más lo quiere a él. Lo quiere inmerecidamente, al menos, a diferencia
de Akane.
En el grueso de los fanfics, juntarlos se logra comúnmente ya sea por
medio de un cambio en las premisas de la historia (a saber, una historia
alternativa), o a través de algún factor nuevo que cree una brecha entre
Ranma y Akane. Pero yo quería intentarlo de otra manera...
La idea de la verdadera naturaleza de Cologne proviene de la tendencia
en muchos fanfics de pintar a Cologne como villana (cosa que ella no es
en el manga). Se me ocurrió que sería interesante llevar la idea hasta su
extremo lógico. ¿Y si Cologne fuese de verdad una criatura maligna? ¿O
algo peor?
Unas cuantas observaciones más:
1. En el animé, Cologne llegó a Japón en un... eh... vehículo, bastante
estrafalario, tirado por un jet de línea aérea y sostenido por pájaros
amaestrados. Yo he, convenientemente, dejado fuera ese hecho para los
propósitos de este relato.
2. Al comienzo del capítulo 8, cuando Ranma contempla partir a pie desde
la casa de Ukyo, confiado de encontrar algún pueblo, se engaña. La
provincia de Qinghai, en China, es muy montañosa y muy escasamente
poblada. Ranma quizá habría muerto de hambre. Se me ocurrió que les
hubiera gustado saberlo, nada más.
3. La idea de que los cuerpos embrujados podrían no envejecer viene de
la serie escrita por Richard Lawson: "Thy Inward Love: Magic".
4. El aura de combate del capítulo 11 fue inspirada por comentarios de
Mathew Campbell (mgcampb©clemson..edu). Nótese que Ranma descarta
usar bajo tierra cualquiera de sus ataques explosivos, y luego va y le
dispara una poderosa arma energética a Cologne. Eso es bastante típico
de Ranma. Lo más probable es que haya tenido suerte de que Cologne
haya absorbido el ataque.
Pero basta de mí. Los comentarios y críticas (educadas) son bienvenidos,
por supuesto. (Y también grandes sumas de dinero, pero sospecho que
no voy a tener mucha suerte con eso.)
Angus MacSpon
macspon©ihug..co..nz
