Corazón Salvaje

Autor: Lady Sakura Lee

Nota: He tomado algunos elementos que me parecen interesantes de una antigua telenovela, pero nada más, afortunadamente (para este caso), tengo una memoria pésima así que no la recuerdo mucho. Por lo tanto, en este fic, cualquier cosa puede pasar...

Capítulo 1: "Regreso"

Las olas se alzaban varios metros sobre la superficie en una noche que parecía sacada de la más horrible pesadilla. Negra como la misma oscuridad reinante, las aguas chocaban con fuerza contra los maderos de la goleta que intentaba abrirse paso a través de aquellas escalofriantes turbulencias. El viento no dejaba nada de pie en cubierta, así que todos los marineros, agazapados en los almacenes, se encomendaron a Kami por lo que suponían era su inevitable muerte. Excepto él, su capitán, que se encontraba erguido apenas resistiendo el agitado vaivén, con sus manos puestas con extremada firmeza en el timón, intentando salvar la nave. Sus ojos dorados se centraron con preocupación en el frente, apenas vislumbrando lo que sucedía. Unos cuantos metros más, una manta blanca de espuma lo hizo arrugar el ceño tragando de inmediato saliva. Allá estaba el roquerío y las olas chocaban con brutalidad contra ellas, produciendo una extraña espuma blanca que contrastaba enormemente con la oscuridad de las aguas del mar.

-Maldición!- Masculló con rabia sin siquiera percatarse que la lluvia lo tenía completamente empapado, la cabellera larga y negra estilaba agua a chorros por el piso de madera. Sus dedos giraron hacia babor el timón, intentando esquivar aquellas rocas que serían su perdición, pero la fuerza de las aguas en aquella endemoniada tormenta era más fuerte y los llevaba directo a la muerte. Apretó la mandíbula mientras veía como se acercaban, pero él no se daría por vencido, jamás!. Sus manos movieron nuevamente con fuerza la rueda del timón, mientras sentía que los músculos de su espalda crujían por el esfuerzo hecho. Nada.

-Te ayudaré amigo!- Le gritó un joven entre los aullidos del viento, que posó ambas manos en el timón, al lado de las del joven capitán. Ambos hicieron girar nuevamente la rueda, y como si fuera un milagro, la nave finalmente cambió el curso, hacia babor, alejándose poco a poco de los roquerios.

-Tierra maldita.

Miroku exhaló todo el aire contenido, aliviado de saberse a salvo. Miró al otro joven que aún tenía las manos en el timón, con la vista dorada fija en la isla, cerca ahora.

-Pero... tú quisiste venir hasta acá Inuyasha- Repicó, mirándolo confundido.-... Nunca me has contado porque maldices tanto esta tierra- Agregó el joven. Vio como su garganta se agitaba al tragar saliva, pero su amigo, aquel joven capitán al mando de la goleta, no respondió. Miroku suspiró derrotado, no le contaría, lo sabía, Inuyasha era demasiado reservado en algunas cosas, enigmático, un completo misterio.-... y tampoco sé porqué nos quedaremos aquí... - Acotó finalmente, intentando que con aquellas palabras el otro se confesase, pero esperó en vano, Inuyasha no lo hizo. La tormenta poco a poco fue amainando, aunque no dejó de llover con violencia.

Lanzaron cuatro anclas, una por cada ángulo de la nave, para que la fuerza de las aguas no la arrastrasen nuevamente hasta el roquerío. Se sabía que en aquel lugar se formaba un inmenso remolino de agua y era por esto que casi la mayoría de las naves, que intentaban recalar en su orilla terminaban atrapadas y finalmente destrozadas por las rocas. Los marineros miraron con algo de confusión las luces de la isla que eran visibles desde la goleta. Miroku enfocó sus ojos azules sin importarle la lluvia que caía inclemente sobre su cabeza, observando el paraje, apenas visible en la oscuridad de la noche, que tenía enfrente. ¿Porqué habían tenido que navegar hasta tan lejos? Estas eran otras aguas, otras culturas, otras tierras... ¿porqué Inuyasha los había alejado tanto de casa?.

Inuyasha aferró ambas manos, grandes y duras, a la baranda del barco, mirando impasible y sin importarle el vaivén inestable de la goleta que se mecía aun con brusquedad producto del fuerte viento. Sus ojos algo sombríos se posaban directo hacia tierra, aquella tierra que no veía desde hacía tiempo, años, esperando cobrar lo que era suyo y que había sido arrebatado injustamente por un hombre de su misma sangre y que se negaba a mirarlo como su igual. Ahora ya no era un niño y tenía la fortaleza, así como la voluntad, para enfrentarse a él y cuanto se le cruzase en su camino.

-¿Bajarás ahora?- Le preguntó el segundo al mando del barco, el joven que de alguna manera tenía un lazo estrecho de amistad con él. Miroku le había puesto una mano en el hombro al formular la pregunta y el otro ni siquiera lo miró, sus ojos seguían observando casi de manera hipnotizada el frente. El joven sacudió la cabeza, negándose a verlo consumir en la venganza ¿acaso era tan grande el rencor y el odio de ese chico? Volteó sobre sus talones, sabía que Inuyasha haría su voluntad y que nadie lo podría detener. Absolutamente nadie. Caminó dando un pequeño suspiro, temía algo por su vida, era su amigo, al fin y al cabo y llevaban años juntos en aquel barco. Muchas aventuras había tenido, momentos placenteros y tristes también y la conclusión que sacaba otra vez era la misma que venía viendo hacía tiempo... Inuyasha buscaba el peligro, quizás la muerte... pero a ultima hora siempre lograba salir con vida, había más voluntad en él de vivir que cualquier cosa... y por lo que concluía... algo tenía que ver aquella isla.

Un golpe como si algo hubiera caído al mar lo hizo volver a la realidad, asomándose preocupado hacia las barandas sin ver al capitán ¿acaso se había caído?. Sonrió apenas cuando lo vio en un pequeño bote, remando, con rumbo directo a la playa. Miroku movió la cabeza, aquel chico era totalmente impredecible ¿qué sería lo que haría?... ¿Porqué no esperar hasta el amanecer para recalar en la isla?

Inuyasha remaba con destreza abriéndose curso a través de las aguas. Nada parecía importarle, ni la tormenta, ni la peligrosidad del mar, ni el aullido del viento. Había esperado tanto. Aquel maldito las pagaría todas juntas ahora.

-Malnacido... - Gruñó entre dientes. Al fin el pequeño bote tocó con el fondo arenoso de la playa y él bajó, arrastrándolo hasta la orilla para que las corrientes marinas no se lo llevasen. Con las botas negras caminó sobre la arena varios minutos hasta llegar a las primeras casas, pobres moradas de los pescadores. ¿Aquella gente lo recordaría aún? Bueno, no era la hora de visitas, todos parecían ya estar consumidos en un reparador sueño. El joven finalmente llegó a la calle principal. No, la ciudad no era la misma que él recordaba ¿tantos años habían pasado?... ¿Viviría aún aquel anciano amigo de su padre?... ¿lo recordaría?... detuvo la marcha y miró a su alrededor, recordando cual de todas aquellas viviendas era donde vivía el anciano Myoga. De pronto los perros ladraron ante su presencia, era un extraño ahora y lo sabía. Volvió a reanudar la marcha... poco era el recuerdo del lugar en donde vivía aquella persona, pero caminando un par de pasos más se detuvo en seco al ver un enorme árbol. Sí, aquel árbol estaba igual, inmenso, de tronco envejecido y algo descascarado, sus ramas se alzaban hacia la inmensidad de la noche agitándose por el viento. Era el árbol principal de la pequeña plazoleta.

-Goshinboku... - Murmuró con un dejo de tristeza. Luego sacudió la cabeza reprochándose a si mismo pues este no era el momento para recordar situaciones pasadas, estaba aquí por otro asunto. Ahora si, ahora tenía un excelente punto de referencia. La casa del anciano Myoga estaba ubicada justo enfrente de aquel centenario árbol. Y allí estaba, una pequeña morada de dos pisos, jardín algo descuidado así como la misma fachada de la casa. A través de las ventanas se vislumbraba un pequeño haz de luz. Bien, así no despertaría a nadie. Abrió el cerco de madera y cruzó el jardín, llamando con algo de rudeza a la puerta para ser atendido de inmediato. La puerta de madera finalmente se abrió con un crujido lastimero, y vio un rostro envejecido por los años, vestido con lo que parecía haber sido antes un traje costoso, ahora desgastado, en su mano derecha portaba un pequeño candelabro de cobre envejecido, y sus ojos oscuros y sabios le miraron a través de las espesas cejas blanquecinas.

-¿Caballero?- Preguntó, levantando una ceja, algo confundido al ver aquel extraño parado enfrente de él, completamente empapado, con una camisa blanca algo delgada, pantalones oscuros y estrechos de marinero, botas, y junto a la cintura una funda negra colgaba, nada más, la cabellera negra completamente chorreante de agua y cuando sus ojos escudriñaron los suyos abrió levemente la boca de asombro, escapándose un pequeño grito ahogado, de emoción y tristeza.

-¿Anciano Myoga?- Preguntó Inuyasha con la voz algo elevada, levantando ambas cejas, pero sin evitar que su semblante luciera algo endurecido. El anciano lo miró aún boquiabierto sin poder pronunciar palabra.- soy... Inuyasha... - Acotó con suavidad y nostalgia ahora. El hombrecito sintió que los ojos se llenaban de lagrimas y apenas podía murmurar, sin poder creer, que quien estaba frente a él, era quien decía ser.

-Inu... Inu... - Sollozó, acercándose al muchacho para abrazarlo. El joven abandonó sólo en ese instante el semblante altivo y duro y sonrió levemente, recibiendo del pobre hombre una caricia algo paterna. Myoga, la única persona confiable en aquel maldito pueblo.

El hombre le entregó un trozo de tela blanca que Inuyasha recibió para secar sus largos cabellos. Sentados ambos uno frente al otro cerca de la chimenea, con una taza de café humeante sobre la mesa, Inuyasha terminó por secar su rostro para luego erguirse y mirar con sus ojos endurecidos nuevamente al anciano, que se llevaba una pequeña pipa a los labios.

-Perdón por molestarlo a estas horas.- Dijo el joven mirándolo con seriedad y apretando ambos puños de sus manos, que reposaban sobre sus rodillas. El anciano aspiró un poco más la pipa y luego la alejó de sus labios, brindando una sincera sonrisa al muchacho.

-Nada de eso, no me has molestado en lo más mínimo... al contrario... ha sido muy grato volverte a ver muchacho.

-Sí... ha sido mucho tiempo... desde aquella vez- Murmuró Inuyasha bajando la vista, luego la levantó y sus ojos dorados parecía echar llamas.-... y no hubiera vuelto... si no fuera por los rumores que han llegado hasta mi...

El anciano suspiró derrotado y bajó la mirada, entristecido.

-Sesshoumaru ha pasado todos los bienes a su nombre, es cierto... siempre creí que volverías a reclamar lo que era tuyo pero... él ha apelado a que tú estabas muerto... y también... va a casarse...

Inuyasha levantó una ceja impasible, sin creer que aquel cretino hermano suyo pudiera encontrar una mujer con quien compartir la vida pero... había tantas mujeres interesadas en el dinero ahora...

-Conque es eso¿verdad? Arrebatarme lo que es mío por derecho sólo para tener una vida holgada junto a la esposa.- Dijo con una sonrisa irónica en sus labios. Se levantó de su silla y comenzó a caminar hasta cerca del fuego.

-Siempre se negó a reconocerte como su hermano... medio hermano- Recalcó el anciano, pero Inuyasha no lo miró- pero nunca tocó nada de tus bienes... hasta ahora...

Inuyasha apretó los puños con fuerza cerrando los ojos y maldiciendo por milésima vez a su medio hermano.

-No dejaré que me quite lo que por derecho es mío, mi padre dijo que jamás debía dejarme abatir, ni por Sesshoumaru ni por nadie.- Bramó con reproche, volteándose y clavando sus ojos en el anciano. El hombre bajó la vista y no respondió. Inuyasha lo observó en silencio, sintió algo de remordimiento, al fin y al cabo, aquel anciano fue el único que lo amparó aquella dolorosa vez, no podía descargar su ira ahora de esa manera.

-¿Qué harás hijo?- Preguntó al fin el anciano, levantándose pesadamente de su silla.

-Desearía matarlo... - Murmuró entre dientes-... ha sido una tras otra... nunca dejará de humillarme...

-Tú eres un muchacho de buen corazón, no pienses de esa manera.

-Feh!... ¿No recuerda que soy un demonio? Eso decían todos!- Volteó cruzándose de brazos, luego de unos segundos volteó nuevamente ya mas tranquilo.- aquella amiga de mi madre... ella es la única que puede ayudarme¿no ha tenido noticias suyas?

-He buscado todos estos años a Kagura... pero nada... se la tragó la tierra.- Respondió con dolor el hombre. El silencio se hizo en la habitación, lo único audible era el soplido del viento allá afuera y los leños quemándose poco a poco en la chimenea. - ¿qué harás?- Preguntó al joven, que estaba ahora en la ventana mirando como si de pronto estuviera ausente, observando sólo la lejanía, el horizonte del negro mar. Inuyasha se volteó con una sonrisa maquiavélica y los ojos iluminados.

-No dejaré que me quite los recuerdos de mis padres... me quedaré... y le haré la vida imposible a ese cretino. Ahora seré yo quien actúe así.

El viento estaba más calmo y sólo una incesante lluvia se cernía sobre la isla. Inuyasha caminó a paso lento meditando su decisión. Tendría que quedarse, enviar al resto de los marinos a que regresasen a su hogar y él buscaría una casa donde vivir, mientras arreglaba este asunto con su medio hermano. Y no sabía cuanto tiempo demorarían las cosas... si tan sólo pudiera encontrar a aquella mujer llamada Kagura... la única que podría ayudarlo a recuperar la herencia de su padre. Bajó a la playa y alzó la vista al mar. El barco estaba bien escondido en una pequeña ensenada, así nadie sabría de ellos. Caminó por la orilla para llegar hasta el bote pero de pronto, aún con los cielos oscuros de la noche, en aquellos roqueríos, el del remolino de agua, se alzaba una figura negra y delgada que caminaba torpemente por el lugar. El joven arrugó el ceño ¿cómo podía vagar una persona por ahí si era extremadamente peligroso?. Vio como se detuvo en lo alto de la roca y las olas más abajo chocaban con fuerza contra las filudas piedras. Intrigado, caminó aprisa hasta el lugar, luego subió por el costado, de espalda a la figura. Unos cuanto metros vio que era una persona de contextura delgada y baja, tapada con una manta negra y gruesa y una capucha cubría su cabeza. La escuchó murmurar, con un tono que rayaba en lo febril, angustiado, pero suave a la vez.

-Así ya no sufriré... por él...

¿Una mujer?. Se paró en seco al escucharla murmurar, viendo que las olas de pronto se alzaban contra las rocas hasta casi rozarla. Ella se quedó quieta unos segundos, mirando el abismo, la escuchó de pronto sollozar ¿intentaba acaso matarse? Ella pareció de pronto sospechar de su presencia, porque en un segundo se giró y lo miró aterrada. A través de la penumbra de la noche vio los ojos oscuros de la chica demasiado iluminados que le miraron con pavor. Se llevó una mano enguantada a la boca para ahogar su grito e hizo un ademán para moverse, pero de pronto una ola chocó con tanta violencia que rozó sus ropajes y eso la asustó, resbalando por la roca. El joven no dudó en abalanzarse rápidamente hasta ella, alcanzando a tomarle la mano, evitando que así cayese al mar. Medio cuerpo estaba colgando en el desfiladero y ella sollozó.

-Tranquila... – Murmuró el muchacho, y con un fuerte ademán jaló hasta subirla, el fuerte movimiento la hizo apegarse con algo de brusquedad hasta él, la capucha resbaló de su cabeza y ella escondió la cara entre su pecho respirando agitadamente, recuperándose del mortal susto. El aroma a violetas llegó rápidamente hasta sus narices. Inuyasha bajó la vista viendo solamente los negros cabellos recogidos con una sola horquilla en forma de mariposa, de color rojo y perlas blancas, seguro que era una niña rica con algún arrebato. Cómo detestaba a aquella gente que decía sufrir por tonterías sin pensar en el verdadero sufrimiento de los pobres y los esclavos. - ¿Esta bien?- Preguntó con la voz grave y algo ruda. Ella pareció estremecerse al escucharlo y pronto se soltó de él, corriendo entre las rocas hasta bajar a la playa y seguir una loca carrera, como si el mismo demonio la estuviera siguiendo. Inuyasha la miró impasible hasta que la perdió de vista. Se encogió de hombros haciendo una mueca.- podría haber dado las gracias... - Murmuró con sarcasmo. Luego volteó mirando el mar. Que más daba. Desde ahora en adelante, otros asuntos ocuparían su mente... sus ojos buscaron la goleta a un extremo de la pequeña bahía, lejos de la vista de los demás, y a la luz de los primeros rayos del alba que despuntaban en el horizonte, con la lluvia finalmente llegando a su fin, vio la bandera negra que se alzaba en el más alto de los tres mástiles de la nave, sonriendo casi maquiavélicamente. Nadie le ganaría ahora a un pirata...

Continuará...