Capítulo 2: "Un amargo pasado"

Ella corrió como si estuviera escapando del mismísimo demonio. Estaba más que asustada, estaba completamente aterrada. Había visto claramente la espada que colgaba en el cinto de aquel extraño hombre, debería haber recordado los consejos de la anciana Kaede, nunca alejarse del pueblo porque su honra podía estar en peligro. Poco a poco su loca carrera fue amainando a medida que se hacía forzoso respirar. Qué susto se había llevado. Posó ambas manos sobre su pecho notando lo exaltado que este estaba, aún a través de sus gruesos ropajes. Lo que había sucedido había sido realmente temerario, por un momento el acabar con su vida era la única solución que encontraba para sus problemas, y hubiese concretado aquel acto, si aquel individuo no la hubiese sorprendido... ¿quién sería? Jamás lo había visto, en realidad ahora lo único que recordaba eran aquellos ojos dorados que se clavaron en los suyos... ¿dorados!

La casona estaba completamente en silencio y ella caminó con la punta de los pies intentando no hacer ruido. Subió y luego cruzó el pasillo largo y algo oscuro en el que estaban las principales habitaciones de la casa hasta llegar al último, su alcoba, que tenía una agradable vista al jardín. Cuando cerró la puerta suspiró apoyando la espalda en la dura madera, cerrando los ojos por unos segundos, hasta que escuchó la voz de alguien que la hizo dar un brinco. Miró a la mujer anciana que abría las cortinas de su alcoba dejando ver el hermoso paisaje azul del cielo y el mar.

-No preguntaré de donde vienes porque sé que no me dirás.- Dijo la mujer, luego volteándose y clavando la mirada endurecida en la chica. Ella tragó saliva con algo de temor y luego corrió la capucha de su manta, dejando al descubierto su cabeza y los negros cabellos.

-Tienes razón- Respondió ella con tristeza, caminando con lentitud hasta el centro mientras aflojaba el nudo de la manta y dejando que esta cayera al piso. La anciana la miró luego con algo de tristeza y caminó hasta ella tomándole las manos.

-Pero mi querida niña, mira como estas... toda mojada y helada... ¿porqué te comportas así?... ¿Porqué no me dices de una vez que tanto te apena? Lo veo en tus ojos, ya no ríes ni sales con tus amigas... - La mujer le hablaba de manera angustiante, cuantas veces le había hecho las mismas preguntas y ella siempre respondía lo mismo. Tenía una mínima esperanza a que esta vez pudiese confesarle la verdad. Estaba consumiéndose en vida ¿porqué?

-Estoy bien- Respondió la muchacha dejando a la pobre anciana completamente desilusionada. – No tienes que preocuparte tanto, Kaede.

-Lo hago mi querida Kagome, porque soy como una madre para ti, te he cuidado desde tu nacimiento...

-Lo sé, lo sé y te lo agradezco... tú también eres como mi madre, como mi segunda madre...

La anciana la miró unos segundos con completa angustia pero intentó esbozar una sonrisa.

-Deberíamos habernos quedado allá en París... no haber venido hasta acá...

Kagome se sentó al borde de la cama mientras llevaba una mano a sus negros cabellos sacando de ellos su horquilla de mariposa. La miró entre sus dedos y sonrió tristemente.

-Ya no hables más... estoy cansada...

La anciana Kaede la miró apretando los labios, luego tomó la manta que estaba en el suelo y salió de la habitación sin decir más nada.

La chica se levantó nuevamente de la cama y observó el paisaje azul que le mostraba el alba. Kaede confundía su pena. El recuerdo de una larga travesía hacía años, una terrible tormenta, el abordaje de otro barco con una extraña bandera, la muerte de su padre a manos de un hombre despiadado de cabello algo rizado y oscuro, ella ahogándose en la mar, todo se cruzó nuevamente en su memoria trayendo a sus ojos las lágrimas que últimamente abundaban en demasía. Apretó bajo el puño la tela de encaje de las cortinas y la cerró con violencia. Odiaba aquel maldito mar...

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Miroku dio dos golpes a la habitación de cubierta y esta se abrió, dejando ver al muchacho ahora cambiado de ropajes, que tenía en su mano izquierda la funda de su espada y en la otra un raído paño.

-Se marcharán en el bote, dicen que irán al puerto de Saint Andrew para que un barco los lleve hasta Japón.

Inuyasha dio un suspiro entrando a la habitación, el otro le siguió.

-Lamento que tengan que pasar por esto... ¿les diste el dinero?- Preguntó, sentándose sobre el pequeño camarote que hacía de cama, y comenzando a sacar brillo la funda negra de su espada.

-Es más de lo que esperaban, se han quedado satisfechos... - Murmuró el otro, clavando su mirada azul sobre la otra, Inuyasha sólo sonrió levemente.

-Bueno, hemos recolectado numerosos botines gracias a los españoles, es justo que el dinero sea dividido.- Respondió sin más. El segundo a bordo sonrió con cariño, era un pirata y lo había visto luchar en innumerables ocasiones con demasiada fuerza y hombría, sabía que le temían algunos, pero la verdad es que aquel joven tenía un corazón bondadoso y justo. Jamás lo había visto acabar con la vida de alguna persona a menos que fuera defendiendo la propia, o la de sus amigos. También en innumerables ocasiones lo vio desembarcabar en pequeños pueblos semi abandonados, donando gran parte de lo robado, a los empobrecidos aldeanos... todos en el barco le admiraban y lo seguían sin dudar... se hubiesen quedado a su lado si no fuera porque Inuyasha casi los obligó a volver... pero él no lo dejaría ahora...

-Inuyasha...

El joven alzó la vista y en ese momento la puerta se abrió, entrando a la carrera un niño de no más de 8 años, el cabello rojizo y los ojos color esmeralda que se plantó ante él mirándolo con dolor. El capitán dejó de mover el paño y levantó una ceja desaprobadora.

-Shippo ¿cuándo vas a aprender a llamar antes de entrar a...

-Yo no me iré Inuyasha! Déjame estar contigo, prometo que no te causaré molestias.

Ambos jóvenes lo miraron desconcertados unos momentos, Miroku sólo tragó saliva, sabía lo que Inuyasha representaba para aquel niño. Desde hacía dos años estaba bajo su cuidado, una vez que lo encontró en uno de los poblados de Japón cuando lloraba la muerte de sus padres. Era un huérfano y con el paso del tiempo, el niño había hecho del joven capitán su padre... al menos así lo pensaba él...

-No te quedarás y es definitivo! – Bramó el joven levantándose del catre, mirándolo fieramente. Miroku carraspeó sin saber que hacer, le hubiera gustado interceder por el chico pero Inuyasha era demasiado terco. Shippo lo miró aterrado con los ojos empapados en lagrimas, de pronto cayó al suelo, de rodillas, y se echó a llorar, tapándose con una mano el rostro. Miroku miró a Inuyasha, si no se le partía el corazón con la escena, entonces creería que realmente Inuyasha no tenía uno. – Ya cállate!- Murmuró enojado, caminando hasta una de las repisas en donde abundaban los objetos del típico marinero, cartas de los mares, instrumentos de navegación y otras cosas relacionadas, intentado no mirarlo para no ceder, pero el niño sollozaba con desesperación, un llanto que de pronto se le hizo lastimero y que le recordó el día en que lo encontró llorando sobre los cadáveres de sus padres.

-Por favor... no tengo a nadie... prometo... - Sus ojos verdes se alzaron como un ruego hasta la figura que se encontraban de espaldas a él, intentando torpemente buscar algo entre los innumerables objetos-... prometo que no te causaré molestias... ni siquiera tendrás que preocuparte por mi... sólo déjame estar contigo... dormiré en un rinconcito... y no comeré mucho.

El joven capitán volteó exasperado, con el rostro rojo y sus ojos dorados que fulguraban, miró al niño para darle un sermón, un sermón que tenía pensado desde hacía un rato pues sabía que algo así sucedería, pero al escuchar aquellas ultimas palabras y ver completado el cuadro con el rostro lastimero del chico, su corazón finalmente se ablandó y contuvo la ira. Sólo un gruñido pudieron escuchar antes que abandonara el camarote dando un portazo. Miroku sonrió y se arrodilló a su lado, tocándole un hombro.

-Vaya, lo convenciste.

Shippo se secó las lágrimas pasándose la manga de su camisa por los ojos y luego de unos cuantos suspiros, miró al otro joven y sonrió.

La casa era pequeña y modesta, pero no podía pedir más, no quería por ahora llamar la atención. Su barco permaneció en el puerto, claro que la bandera negra de pirata había sido quitada para que así la nave fuera confundida entre los demás barcos, nadie jamás sospecharía de él tampoco, se haría pasar por un simple navegante que pasaría un tiempo en la isla para descansar del largo viaje. Miroku y Shippo se quedaron a bordo a cargo del "Viento Cortante", el extraño nombre de la goleta. Inuyasha dejó su espada sobre una polvorienta mesa y alzó la vista cuando vio que una figura semi encorvada entraba a lo que ahora era su nueva casa.

-Anciano Myoga... - Murmuró. El hombre se sacó el sombrero descubriendo los blancos y escasos cabellos y sonrió.

-¿Porque no vienes a vivir a mi casa?... este lugar no es digno de...

Inuyasha le dio una mirada de hielo y el hombre se cayó de súbito.

-He vivido más de 12 años en peores condiciones... y este lugar me parece igual de digno.- Respondió con brusquedad. Myoga asintió con su cabeza y luego miró el horizonte, desde la pequeña ventana.

-Lo sé... y lo siento... tiene una hermosa vista de la bahía...

-¿Usted vino a algo verdad?- Preguntó cambiando algo el semblante, no quería ser brusco con él, pero le era inevitable, solía perder demasiado la compostura. El anciano volteó lentamente mientras posaba sus sabios ojos en los suyos.

-Sólo quería que estuvieras bien... - Murmuró. Sus ojos cenicientos cubiertos con algo de tinieblas, tal vez producto de alguna enfermedad ocular, revelaban demasiados sentimientos. Pena, tristeza, congoja y tal vez... tal vez... ¿remordimiento? Inuyasha se sentó en una de las pocas sillas que rodeaban la mesa de madera ubicada en un rincón.

-No es necesario que se preocupe, anciano Myoga... ni que se reproche por el pasado... vea, estoy bien y eso es lo importante.

-Pero pude haber hecho algo... pude haberte alojado en mi casa... eras tan solo un niño...

-Era mejor partir, Sesshoumaru le hubiera hecho la vida imposible a usted también, a cualquiera que me hubiese amparado... pero basta de malos recuerdos- Inuyasha esbozó una sonrisa que mostraba en parte sus blanquísimos dientes. El anciano sabía que el chico intentaba hacerlo sentir mejor, pero el remordimiento siempre estaría con el, moriría con el. - ¿le gusta mi nueva morada? A pesar de su sencillez la encuentro agradable, además esta lo bastante alejado de la gente de la nobleza, al menos de la gente que pudiese conocerme... y no me quedaré mucho tiempo aquí, pienso conseguirme un empleo...

Myoga caminó a paso lento hasta una silla cerca de la suya y se sentó pesadamente.

-La gente cree que estas muerto... y muchos ya no te recuerdan... a pesar de todo lo que sucedió.

Inuyasha movió la cabeza asintiendo y sonriendo cada vez más, estaba alegre y complacido finalmente.

-Pues así es mejor.- Respondió con resolución.

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Inuyasha se recostó en el camastro de la que ahora era su cama, con ambas manos sujetando su cabeza y mirando hacia el techo de la vivienda. Sabía que esto sólo era momentáneo, tenía que algún día enfrentarse a él, a Sesshoumaru, pero ¿qué sacaría? No tenía la prueba que necesitaba para acreditar ser hijo legítimo de Inu no Taisho. Siempre lo mismo, considerado un bastardo. Suspiró con tristeza al recordar la forma cruel en que había sido expulsado del que había sido su hogar, una hermosa hacienda, la más rica de la isla, sin nadie que pudiese ayudarle. Incluso la joven que tenía como novia le retiró su ayuda, una vez que supo que no tenía la herencia de la que él tanto se jactaba.

-Mentirosa... dijiste que... me amabas... - ¿Cómo había sido tan tonto al caer en las redes de aquel falso amor? Caer ante su bello rostro, ante sus palabras, ante su mirada extraña pero hermosa ¿cómo! Se sentó y apretó los puños con fuerza despiadada, cuanto odio de pronto sentía acumularse en su cuerpo. ¿Estaría ella aún viviendo en la isla?... ¿estaría casada con algún hacendado?... ¿Tendría hijos ya?. Tragó saliva con algo de dificultad y de pronto recordó las noches de domingo, ambos reunidos en la plazoleta del pueblo, junto al Goshinboku, jurándose amor eterno...

-Júrame que te casarás conmigo, algún día- Clamó con apasionado tono, enlazando sus manos torpes de la inexperiencia del primer amor, en las pálidas de la chica que no esquivó. Ella alzó sus ojos castaños y lo miró brindándole una sonrisa que por instantes lo hacía olvidar de todos sus problemas.

-Lo juro por mi vida.- Respondió con voz aterciopelada, sin lugar a dudas aquella chica, hermosa como nadie, sabía como tenerlo a sus pies.

La oscuridad de la noche ayudó a depositar un beso tímido en los labios rojos de ellas. Un roce leve, lo suficiente para que la muchacha no se sintiera ofendida, debía tener cuidado con las reglas y el protocolo, ella se había arriesgado a escabullirse sólo para encontrarse con él, ahora Inuyasha también debía ser cuidadoso.

Inuyasha se levantó de la cama intentando olvidar aquellos malos recuerdos. Debía comprar alimentos y algunas mantas para la cama. Sonrió al abrir un pequeño cofre escondido bajo la cama, tan pequeño como un joyero, del cual extrajo unas cuantas monedas de oro. – Suficiente- Masculló. El dinero de lo que quedaba de su botín estaba en al barco, bien resguardado por Miroku y Shippo, que ahora se asomaban a la puerta.

-Inuyasha!- Gritó el pequeño corriendo a su lado y abrazándose a su cintura. Inuyasha enmudeció y luego lo apartó de sí.

-¿Qué hacen por aquí?. ¿Ha sucedido algo?- Preguntó asustado, mirando los ojos azules cristalinos de Miroku.

-No es nada amigo... sólo queremos dar un paseo por el pueblo...

Inuyasha arrugó el entrecejo y los miró con seriedad.

-Si van a andar por el pueblo, tengan mucho cuidado al abrir la boca- Sentenció, fijando su mirada brillantemente dorada sobre las caras de sus amigos.

-No tienes de qué preocuparte... somos tus amigos, jamás te traicionaríamos... incluso el pequeño Shippo sabe que no debe abrir la boca de más...

-No lo haré Inuyasha, confía en mi.- Confirmó el niño mirándolo con resolución. Inuyasha los miró sin decir nada más. Ellos eran sus amigos y hasta el momento, no le habían fallado.

Miroku y el niño miraban el espectáculo callejero con interés. Tanto tiempo en el mar hacía que cosas tan pequeñas como un hombre haciendo bailar a un mono resultara realmente fascinante y divertido. Sobre todo para Shippo, que a pesar de convivir entre rudos marineros día y noche durante dos años no perdía su alma de infante y reía a carcajadas ante cada pirueta del animal. Miroku en cambio aprovechaba de tanto en tanto en posar su mirada seductora en cuanta bella jovencita le mirase. Inuyasha no estaba muy lejos de ellos, suspiró agachando la cabeza, sus cabellos negros caían a sus costados y él, sin la espada en su cintura, sentía que estaba casi vulnerable. No le agradaba estar en el pueblo, se sentía hasta desprotegido. Se apartó del tumulto hasta afirmar su ancha espalda en un árbol. De pronto, como si hubiese sido una clase de "presentimiento", alzó sus ojos contra su voluntad y ella lo miró. La mujer abrió los ojos inmensamente y él no pudo evitar entreabrir sus labios. Tragó saliva sintiendo que el corazón se aceleraba completamente, casi hasta doler. Unos eternos segundos en que la mujer se había detenido y lo miraba absorta, como si hubiese visto un fantasma. Inuyasha finalmente reaccionó y aprovechó el tumulto para perderse de vista rápidamente, dejando a sus amigos solos.

Derramó un buen tanto de ron sobre la copa que bebió precipitadamente, sintiendo que otra vez la rabia se apoderaba de su cuerpo. No podía ser cierto, pero era ella, ella, la misma chica que le había arrebatado su amor cuando era un enamorado adolescente. ¿Acaso la amaba aún?

-No! Ella no merece más que mi desprecio- Gruñó lleno de rabia. De pronto sintió una presencia tras su espalda. Se giró con lentitud hasta quedar complemente frente a ella, el mismo rostro pálido como la luz de la luna, sus labios rojos cuidadosamente delineados, su vestimenta ricamente ornamentada y su mirada castaña, los ojos que amó con devoción ¿acaso era amor aquella vez?. Era casi un niño ¿podía ser?

-Inuyasha... lo sabía... eres tú... - Murmuró con las lágrimas pronto a caer. Corrió hasta él, abrazándose con fuerza al cuerpo masculino. El joven se quedó estático. ¿Seguía siendo la misma chiquilla algo tímida y cohibida que apenas respondía a sus besos para no tener que dar que hablar ante el pueblo?- te extrañe tanto... tanto... - Sintió que las lágrimas de ellas mojaban su delgada camisa, un nudo en la garganta se apoderó de él, sin que lo hubiese meditado, sus manos se alzaron poco a poco hasta encerrarla en un abrazo. Ella tembló bajo él, escondiendo más la cabeza en su pecho. De pronto ya no estaba tan seguro de odiarla, de pronto ya no estaba seguro si sus sentimientos habían sido olvidados.

-Kikyo... - Murmuró con nostalgia, estrechándola más contra su pecho.

Continuará...


N/A: Buuu, créanme, me era inevitable no incluirla, pero es necesario para la historia... nada más... Gracias por sus reviews y nos vemos.

Lady.