Capítulo 3: "La tristeza de Kagome"
El galopar ininterrumpido la hizo voltear de pronto y sus ojos castaños miraron con sorpresa al hombre de gallardo porte, la cabellera clara así como su tez y sus ojos de color ámbar, montado en un caballo pura sangre, junto al camino. Se ocultó rápidamente tras un árbol y cuando la figura pasó frente a ella, la joven suspiró con remordimiento e infinita tristeza. Unos instantes más tarde volvía a aparecer en la rivera del camino de tierra, retomando su caminata. Qué tonta era, pero no podía evitarlo.
-Kagome! Kagome!
La chica volteó y vio a dos jóvenes que se acercaron cada una con una sombrilla sostenidas en sus manos enguantadas para protegerse del sol. Sus trajes eran vaporosos y ostentosos, cuando se posaron frente a ella, la diferencia en sus ropajes era notoria. Kagome vestía un vestido azul muy oscuro cerrado hasta el cuello, ni un adorno, ni una joya en su cuerpo, lo único era la mantilla blanca que llevaba sobre su cabeza y que la hacía lucir como alguien mayor.
-Ayumi, Eri... - Saludó Kagome con la voz suave. Las chicas le sonrieron, la vitalidad de su edad se desbordaba a cada momento en la forma atropellada en que hablaban, las risas que acompañaban sus comentarios, sus gestos, todo, nadie creería que todas tenían la misma edad, escasos 18 años.
-Vas a estar en la fiesta de compromiso¿verdad?... en la hacienda del joven Sesshoumaru.
-Tienes que ir, claro que sí- Eri le tomó las manos y la miró con resolución- Basta de estar así! Tenemos que divertirnos!
-Claro que sí... esta es la oportunidad perfecta para encontrar marido... Sesshoumaru presentará a su prometida, eso nos dará la oportunidad de encontrar hombres guapos y ricos– Ayumi la miró directo a los ojos y luego murmuró-... no querrás quedarte solterona...
-No sé si iré... - Respondió Kagome bajando la vista y dejando a las dos amigas completamente confundidas, ni uno de sus esfuerzos parecía traerla nuevamente a la normalidad, ambas lo sabían, habían notado su dramático cambio hacía unos cuantos meses atrás, pero era una incógnita la causa de ello.
-Kagome... pero... ¿porqué?
Kagome reanudó la marcha dándoles la espalda. Ambas chicas recogieron una esquina de sus largos vestidos y se apresuraron a seguirla.
-¿Dónde vas con tanta prisa?
-Voy a.. a ayudar a unas personas.- Respondió con resignación. Las chicas se detuvieron en seco arrugando el ceño y luego se miraron intrigadas.
-¿Ayudar?- Repitieron ambas al unísono. Kagome apretó los labios mientras las dejaba a ambas plantadas a mitad del camino.
Las puertas de la hacienda se encontraban abiertas de par en par, ella se detuvo a contemplar la enorme casona de arquitectura Europea que se vislumbraba al fondo, sobre una pequeña colina. Para llegar a ella debía cruzar vastas plantaciones de viñedos a punto de ser cosechados. Kagome reanudó la marcha mientras el sol se cernía sobre su cabeza. Un hombre cabalgaba ráudamente dejando una estela de polvo a su paso y se acercaba hasta ella. Kagome detuvo sus pasos hasta que el anciano montado en el caballo se detuvo frente a ella y la miró con el ceño fruncido.
-Pero señorita Kagome¿qué es lo que hace a estas horas por aquí?.- Preguntó con su voz grave pero intentando parecer conciliatorio. No podía comportarse con dureza con alguien que pronto formaría parte de la familia de su amo.
La muchacha lo miró con un leve rubor en las mejillas.
-Supe que hace unos días llegaron muchos esclavos...
Jaken, el fiel sirviente del amo de la casa, bajó del animal y se plantó frente a ella con algo de curiosidad y severidad a la vez.
-Es cierto ¿y eso... que tiene que ver con usted?
Kagome se sobó ambas manos de los nervios y bajó la vista muy avergonzada.
-He venido a... ayudar - Musitó.
-¡Ayudar?...- Jaken se rascó la cabeza denotando confusión- mejor será que hable con el amo- Respondió de pronto. Kagome alzó la vista despavorida y negó rápidamente.
-No, no, no quiero hablar con él!
Jaken pareció no escucharle porque nuevamente montó a su caballo y le tendió la mano. Kagome lo miró unos instantes sin saber que hacer y luego volvió a negar con la cabeza. Sintiéndose débil le habló.
-No gracias... iré caminando...
Cuanto dolor le causaba estar frente a él, las cosas ciertamente no habían salido como las había soñado, al contrario. ¿Cómo soportar tanto dolor cuando se había hecho tanta ilusión? La sala principal bellamente decorada que le daba el aspecto de ensueño que muchas veces idealizó, a su lado. Los pasos firmes y sonoros de pronto se hicieron más audibles, acercándose, y ella sintió que el corazón comenzaba a latir desesperadamente. Se sintió enferma, con deseos de huir, pero las piernas le temblaban y se quedó estática cuando la voz varonil se dejó escuchar, tras su espalda.
-Cómo estas, Kagome.
Ni siquiera podía voltear a mirarle, tragó saliva sintiendo la garganta reseca y entonces él volvió a reanudar su marcha tan solo para plantarse delante de ella. Los ojos dorados se posaron en su cara, que estaba roja. Ella tenía la vista baja, intentó hablar, responderle al saludo, pero lo único que podía era murmurar, le costaba respirar, el corazón saltaba como loco y se sintió completamente mareada, y casi sin darse cuenta, cayó sin sentido al piso.
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A través de sus espesas pestañas fue descubriendo sus facciones, primero como algo borroso, luego más detallada. El color de su piel clara y su rostro varonil, los labios impasibles y mudos ahora, sus ojos dorados que la escudriñaban con un dejo de preocupación. Kagome se levantó de pronto, incómoda y asustada pero él posó una mano en su hombro, deteniéndola.
-Tranquila, será mejor que reposes.
-¿Qué ha sucedido?- Preguntó llevándose una mano a la cabeza, su súbita incorporación le había causado una punzada en la sien.
-Creo que estas enferma... ya me lo decía tu madre... - Respondió incorporándose y dejando ver su altísima estatura.
-No... sólo fue... – lo miró con detenimiento sólo una fracción de segundo -... no fue nada- Murmuró, volviéndose a incorporar, evitando la mirada inquisidora del joven hombre. Cómo hubiera querido huir de su presencia, pero afortunadamente él no conocía sus sentimientos, al menos nunca alcanzó a descubrirlo.
-¿Que haces a estas horas sola? Es peligroso andar por ahí, eres una señorita... - Parecía un hermano mayor reprendiéndola por una travesura. A pesar de la palidez de su rostro, sus mejillas se volvieron a ruborizar. Ella bajó los pies de la cama y apenas lo miró.
-Bueno yo... yo... vine porque... supe que tenías esclavos nuevos...
Sesshoumaru levantó una ceja impasible.
-Sí, ha llegado un buen numero... para la cosecha de viñedos.- Respondió.- además... traje servidumbre para la casa, por el matrimonio.- Esbozó una leve sonrisa, estaba orgulloso de ser rico y tener que apoyar a su futura esposa con toda clase de comodidades. Kagome rehusó mirarlo esta vez y se fijó en un candelabro de la habitación para no verle la cara de felicidad, caminando ahora muy despacio por la habitación.
-Bueno yo sólo... sólo quiero ayudar...
-¿Ayudar?- Preguntó el joven clavando su mirada, completamente confundido.
-Ayudar... - Aseveró- en el colegio las monjas me enseñaron... - las palabras de la chica de pronto se tornaron precipitadas y torpes, ella afirmó ambas manos a la repisa de una chimenea, intentado y clamando al cielo para no desfallecer nuevamente.-... que esas pobres almas necesitan de instrucción, como todos.
-¿Quieres enseñarles?... ¿para qué? No les servirá de nada en la labor que les encomendaré.- Respondió con prisa. Kagome se esforzó en mantener su postura. La manta ahora estaba sobre sus hombros y él pudo mirarla con detención. No era que ella fuese desagradable a la vista, bastante bonita resultaba aún envuelta en ropajes tan señoriales y sin adornos, contrario a lo que la moda dictaba en el siglo XIX. Sus cabellos recogidos completamente dejaba al descubierto su cuello, casi lo único visible, aparte de su cara. Pero era una chiquilla aún... y además... al corazón no se manda...
-Eso no importa... – Respondió ella con resolución. Por un momento su presencia no le intimidaba ni le cohibía, si era por lo justo, ella siempre resultaba ser demasiado apasionada con sus ideales. Demasiado, para su desgracia.
-No, no quiero que les llenes las cabezas con esas ideas liberales que vienen de Francia.- Respondió algo enojado. Kagome tragó saliva al notar la dureza de sus palabras.
-La condición de igualdad entre los hombres es innegable. - Respondió altiva, ahora sí sus ojos brillaron y se armaron de valor para posarlos sobre los suyos. Bueno, no era que no había escuchado aquellas cosas, era que a Sesshoumaru no le convenía privarse de esclavos. Esta era la manera más económica de tenerlos sin pagarles con más que lo que él consideraba indispensable, y éstos eran comida y un techo donde dormir, nada más.
-Mira, esto no es Francia así que no vengas con esas ideas tan liberales ¿qué diría tu madre si te escuchara hablar así?
Kagome enmudeció. Su madre era una mujer cariñosa y amable, pero muy apegada a las tradiciones, y ellas también servidumbre, pero para Kagome la gente que servía en su casa era parte de su familia, como Kaede... y recibían paga.
-Bueno, no quiero disgustarme contigo... esta bien... puedes darle instrucción a los más jóvenes y a los niños, nada más... - Sesshoumaru caminó hasta ella cambiando el semblante y adoptando uno más conciliador.- pero no le metas ideas en la cabeza... puedes venir cuando quieras... pero cuidado con andar sola... Jaken, mi capataz te guiará y te acompañará a donde vayas... para que no corras peligro. ¿Esta bien así?
La muchacha lo miró asintiendo levemente pero sin ser capaz de pronunciar una palabra, cuando hablaba así, tan bondadoso y gentil sentía que desfallecía, otras en cambio, como hacía unos instante, se preguntaba si realmente estaba enamorada de él...
Tenía aún el recuerdo vivo en la memoria, ella acababa de salir del colegio y esperaba, parada sola en las puertas del edificio, el carruaje de su madre, con la pequeña maleta a sus pies, su vestido negro aún por el luto y su sombrero que cubría casi toda la cara. De pronto un coche abierto, tirado por dos caballos se detuvo frente a ella. Kagome alzó la vista, estaba algo fastidiada por haber tenido que esperar tanto esta vez, pero cuando vio que él bajaba junto a su madre, el reproche hacia ella desapareció para dar paso a un inusitado fulgor en sus mejillas.
-Kagome, querida, lamento la tardanza.- Su madre la abrazó fuertemente y ella sólo podía mirar al desconocido, que estaba tras la mujer, mirando a su alrededor disimuladamente. El hombre luego posó sus ojos dorados sobre los suyos y sólo en ese instante la chica bajó la vista, terriblemente avergonzada. La señora Higurashi se irguió tomándola por los hombros y mirándola con ternura le habló.
-Él es un amigo de la familia, Kagome... Sesshoumaru.
Sesshoumaru entonces se acercó a ella y extendió su mano para saludarla, se inclinó como todo un caballero, ella jamás había sentido lo que en ese momento sintió. Tal vez porque era la primera vez que su madre le presentaba a un extraño... y un extraño que resultaba atractivo, demasiado.
-Mucho gusto señorita Higurashi... no, Kagome... – A la sonrisa de él sintió unas extrañas cosquillas en el estómago, sus ojos no podían apartarse de aquellos ojos dorados del hombre. Él era todo un caballero, fino y elegante, tal y como lo describían las novelas rosa que sus amigas tenían en el internado y que en el último año solía leerlas con ahínco. Así que sólo asintió con su cabeza sin poder pronunciar palabra, escuchó unas pequeñas risas, sus ojos al fin se apartaron del hombre y vio a sus amigas un poco más lejos, que la miraban y sonreían divertidas. Ahí Kagome se dio cuenta que había sido completamente deslumbrada por tan elegante joven.
Ahora que había acabado el colegio, pudo darse cuenta que Sesshoumaru pasaba bastante tiempo en su casa y eso extrañamente le complacía.
-¿Te esta cortejando?- Preguntó Ayumi, en el jardín de su casa. Kagome se detuvo en seco y enrojeció, turbada.
-¿Qué dices? Nooo, es un amigo de la familia.- Se apresuró a decir. Sintió como el corazón saltaba en su pecho.
-Pues los comentarios del pueblo dicen otra cosa, Kagome... - Interrumpió Eri.- Dicen que anda buscando esposa...
-Parece que eres tú la afortunada- Sonrió la otra, Ayumi, guiñándole un ojo, ante la estupefacción de la chica.
-¿Yo?
Se tendió en la cama sonriendo complacida. ¿Sería acaso cierto?... ¿sería acaso ella la afortunada?... él era como el príncipe de las novelas de sus amigas, el hombre que la había deslumbrado con su trato caballeroso y con las charlas culturales que compartían. ¿Sería acaso cierto lo que decían sus amigas?
-Se va a casar... pero con ella... lo lamento, creo que me equivoqué- Dijo Ayumi con seriedad, un tiempo después. Kagome apretó los labios sin decir nada ¿qué decir? Ya lo sabía... no había sido ella la "afortunada", todo el tiempo que él visitó su casa creyó que era por ella, porque estaba enamorado de ella, y no era así, no lo era... cuanto había llorado al saberlo, qué desilusion se había llevado, aunque dentro de su inmensa pena agradecía no haber revelado lo que de pronto creyó sentir... que estaba enamorada de él...
El dolor fue grande, la desilusión más, la soledad y también la vergüenza, él había preferido a otra... y ella, por un instante, sólo por instante aquella noche no encontró nada mejor que querer morir por el rechazo... querer morir... y ahora que lo miraba con detenimiento se preguntaba... si en realidad y a pesar de todo... ¿estaba realmente enamorada de él?...¿lo estaba?... porque... ¿qué era el amor?
Caminaba por la polvorienta avenida con rumbo ahora a su casa, apenas sus pies habían salido de la hacienda y vio que el atardecer moría junto al mar. Apresuró algo el paso, no fuera que la noche la encontrara a mitad de camino y su madre la reprendiera por lo que aseguraba era "una mala costumbre" de la muchacha dar caminatas sin compañía. Los galopes la hicieron levantar la cabeza sin muchos ánimos, una figura se acercaba rápidamente, unos metros antes vio que el jinete disminuía la velocidad del caballo y entonces ella tuvo el inexplicable sentimiento de concentrar sus ojos en la persona. Poco a poco, hasta notar un singular color en los ojos de lo que al parecer, era un hombre. Sintió el corazón latir aprisa, tuvo una extraña sensación, el hombre se fue acercando, con lentitud, también la miró con detenimiento, la cabellera del joven danzaba salvajemente al viento, vestía ropas de pobre y sus ojos dorados se clavaron en su mirada castaña, Kagome enrojeció y cuando él pasó a su lado ella sintió pavor ¿era él¡No podía ser!. Su respiración se hizo forzosa, pero suspiró aliviada al menos porque él parecía no haberla reconocido. Inuyasha miró los ojos castaños demasiados expresivos para su gusto, le llamó la atención la mujer, tenía una sensación rara, turbadora casi. Pasó a su lado y luego, obligó al caballo a voltear, observándola de espaldas arrugó el entrecejo confundido. ¿Porqué le parecía familiar? Estatura pequeña, contextura delgada, ropas de nobleza, cabello negro sujetado por una rica horquilla de mariposa... mariposa!. Sonrió maquiavélicamente al recordar dónde había visto aquel objeto y pegando a las costillas de su corcel instándolo a correr a su lado, Kagome que se creía a salvo se detuvo en seco cuando escuchó el galope fuerte a su lado. Tragó saliva con dolor y entonces volteó, sólo para mirar por primera vez al extraño de piel bronceada, atlético cuerpo y ojos dorados que le miraron con una sonrisa burlona y que finalmente habló.
-Podría haber dado las gracias, señorita.
Kagome lo miró turbada y sus mejillas enrojecieron enormemente. Él se sorprendió. Hacía mucho que no veía a una mujer enrojecer.
-¿Porqué señor?
Inuyasha intentaba contener la intranquilidad del caballo y aún así parecía estar demasiado seguro y poderoso desde donde estaba.
-Ahh¿ya lo olvidó?
-No... no sé de qué habla.- Murmuró asustada volteando e intentando caminar más aprisa, alejándose de él. El joven capitán sonrió aún más pero no la siguió.
-Tenga cuidado cuando vaya a los acantilados... - Gritó burlón-... la próxima vez puede que no este ahí para salvarla.
La muchacha detuvo sus pasos en seco y él, sabiéndose satisfecho, rió levemente haciendo que su inquieto caballo finalmente volteara y siguiera la loca carrera que llevaban.
Continuará...
