Capítulo 4: "La ayuda de un extraño"
Kaede sacó la horquilla de entre los sedosos cabellos de la muchacha y estos cayeron como una cascada negra por su espalda hasta casi tocar el piso, la anciana entonces los acarició levemente, sonriendo con nostalgia.
-Eres muy bella mi niña... pero... si no dejas de arreglarte como una novicia no encontrarás nunca un esposo.
Kagome se miró fijamente en el espejo, estaba sentada en un taburete frente a un pequeño tocador mientras la anciana se empeñaba, como cada noche, de cepillarle el cabello.
-No estoy en planes de casamiento.- Respondió resulta. Pero no puedo evitar sentirse algo halagada ante el comentario de su niñera.
-Pero toda mujer debe casarse...
Kagome la miró con detenimiento a través del espejo y la anciana luego de unos instantes concentró su vista en los ojos expresivos de la muchacha. Kagome volteó entonces y habló con seriedad.
-¿Cómo se sabe... cuando una persona... esta enamorada?
La pregunta fue sorpresiva, viniendo de los labios de la muchacha. Kaede frunció el entrecejo y luego esbozó una pequeña sonrisa. Conocía tanto a la muchacha que un acontecimiento como tal era de suma importancia y esperaba desde hacía algún tiempo que Kagome se enamorara como todas las chicas de su edad, pues ya estaba en edad de contraer nupcias.
-¿Estas enamorada mi niña?
Kagome movió la cabeza negativamente, confundida. Antes creía que sí lo estaba pero ahora todo era tan confuso, ella sentía y presentía que el amor era algo más, que debía sentir algo más que deslumbramiento por alguien... las novelas decían otras cosas más... sentimientos extraños ahora... ¿exageraban acaso?
-Yo no sé... – Respondió con algo de angustia- ¿te has enamorado Kaede?... ¿Qué se siente?... ¿es así como lo describen las novelas?
La anciana quitó la sonrisa de sus labios y sus ojos se nublaron.
-Pues... las novelas son sólo eso... novelas... no deberías leer tanto esas cosas, una jovencita como tú debería ocupar su tiempo en prepararse para ser una buena ama de casa.
Kagome se encogió de hombros mientras se levantaba del asiento y caminaba hasta su acogedora cama vestida con su camisa de lino blanco y mangas anchas.
-Esas cosas ya me las enseñaron en el internado... y las novelas me entretienen... además no me creas tan vanal, he decidido dar clases a los niños de la hacienda de Sesshoumaru.
Kaede abrió los ojos inmensamente.
-¿Clases? Qué cosas se te ocurren! Tu madre se disgustará mucho!
Kagome se arropó entre las sábanas de seda color marfil y sonrió con gracia.
-No importa, si le digo que es la voluntad de Dios entonces me dejará.
Las últimas palabras fueron ahogadas con el enorme rugido del viento y pronto un estruendoso trueno se dejó sonar, retumbando en toda la habitación. Segundos más tarde la lluvia comenzó a caer fuertemente. Kaede caminó con prisa hasta las ventanas asegurándose que estaban bien cerradas.
-No puede ser! Esto es mal augurio... - Murmuró, sin poder evitar persignarse rápidamente.
-¿Mal augurio?- Preguntó la muchacha intrigada. La mujer volteó y la miró casi asustada.
-El demonio ha llegado a estas tierras... desde aquella tormenta de la otra noche... todos lo dicen... - Murmuró. Kagome la miró sin comprender, de pronto Kaede pareció recobrar el sentido y trató de sonreír.- perdóname niña... hablé lo que estaba pensando. – Caminó hasta la muchacha que la miraba confundida y depositó un beso en la frente.
-¿Porqué dices esas cosas, Kaede?... ¿Qué demonio?
-No es nada niña... no es nada...
Inuyasha observó desde lejos la hacienda montado sobre su negro caballo, al que había llamado "Youkai" y que había comprado hacía unos días. La lluvia caía inclemente sobre su cabeza y sobre el animal, que se movía inquieto y que el joven se empeñaba en mantener firme las riendas. Su hacienda, porque lo era, su padre antes de morir se la había dado exclusivamente a él, no a Sesshoumaru. Un rayo cayó sobre un árbol cercano lo que hizo al animal levantar ambas patas delanteras, asustado. Inuyasha lo contuvo forzosamente, bastante endemoniado le resultaba el equino, pero eso le gustaba, "Youkai" era un potro salvaje, salvaje igual que él...
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A la luz del día estaba casi igual a como la había dejado unos años atrás. Lo que se extrañaba ahora era ver tanta gente trabajando en ella. Caminó entonces la senda de tierra hasta alejarse lo suficiente y llegar hasta el límite de la hacienda. Una extensa cerca de madera y púas marcaba la separación de los dos más grandes terrenos de la isla, y la persona que vivía contigua a su hermanastro era quien podría ayudarlo ahora, las noticias de Myoga habían llegado justo en el momento indicado. Siguió su camino hasta llegar a la puerta principal, en donde se encontró con un joven hombre con sombrero, quien se acercó a él algo extrañado, era casi de su misma edad, los ojos azules brillaban altaneros y rudos y lo miró luego, cuando lo tuvo enfrente, con desconfianza. Junto con su traje de hacendado llevaba un pequeño látigo en su mano derecha.
-¿Quién eres forastero?- Preguntó con la voz fuerte que hizo a Inuyasha mirarlo con la misma altanería que la suya, pero pronto se dio cuenta que para sus propósitos, era necesario abandonar por unos instantes su carácter irritable.
-¿Es usted Kouga Koizumi?
El aludido lo miró con una pequeña sonrisa.
-¿Y con quien hablo yo?
-Mi nombre es Inuyasha... y necesito el puesto de capataz, en su hacienda.
Kouga lo miró con una pequeña sonrisa burlona.
-Eres bastante altanero para pedir trabajo.
Inuyasha se encogió de hombros y no respondió. El otro lo miró de arriba abajo, jamás había visto al extraño, y eso que llevaba 5 años viviendo en aquella isla.
-No eres nativo de aquí¿verdad?- Preguntó curioso.
-No... es por eso que necesito el empleo. -Respondió cortante
-¿Tienes alguna clase de experiencia como capataz?- Preguntó, levantado una ceja.
-Como capataz no... pero si he estado a cargo de mucha gente. -Manifestó el joven, decidido. Kouga pareció pensarlo unos segundos. No lo hubiera aceptado si no fuera porque la gente con la que trabajaba le resultaba demasiado caprichosa y conflictiva. Y si no tenía trabajadores no había negocio.
-Esta bien... quedas a prueba... te daré un caballo y recorremos la hacienda- Indicó sin más.
Ambos jóvenes cabalgaron a galope lento uno al lado del otro, Kouga mostrándole sus tierras y las plantaciones de algodón que tenía. Sus tierras eran ricas y extensas, también contaba con algunos animales los cuales vendía a muy buen precio, al parecer, Kouga era todo un negociante. Mientras más galopaban el joven hacendado se fue convenciendo que finalmente éste si podría ser el capataz competente que tanto buscaba y a quien sus trabajadores finalmente harían caso. Se detuvieron en la cerca de madera y púas, la que marcaba el límite de sus tierras con las de Sesshoumaru.
-Hasta aquí mando yo- Dijo Kouga sonriendo con satisfacción. Inuyasha miró en silencio las otras tierras, verdes y fértiles a la vista. Arrugó el entrecejo al ver una figura delgada sentada, lo suficientemente lejos sólo para divisar que correspondía una silueta femenina, rodeada de niños pequeños.
-Desde aquí no se ve, pero aquella muchacha es realmente hermosa...
-¿Es la dueña de la hacienda? – Preguntó el joven capitán, intrigado por conocer a la futura esposa de su hermanastro.
-No lo sé... tal vez... - La verdad es que a Kouga le importaba bien poco la vida sentimental de su vecino, pero sí sus negocios, y al ser ambos las dos personas más ricas de la isla, Sesshoumaru se convertía en una clase de "rival"-... según supe por mis empleados aquella señorita pertenece a una de las más nobles familias de la isla... y esta enseñando a los niños esclavos.
-¿Enseñar?... ¿Una niña rica les da instrucción?- Preguntó Inuyasha realmente sorprendido.
-No sé para qué se toma tanta molestia, aquellos niños en el futuro serán igual que sus padres, recolectores de viñedos... - Murmuró el joven hacendado con desprecio.
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Shippo entró corriendo a la morada lo que hizo a Inuyasha, que se encontraba recostado en la cama descansando del duro día, arrugar el ceño y comenzar a regañarlo.
-Shippo, cuantas veces te he dicho...
-Una señorita te busca Inuyasha.- Respondió el niño. El capitán se incorporó rápidamente de la cama y miró al pequeño, contrariado.
-¿Qué dices?
-Dice que necesita hablar contigo.- Shippo hizo una pequeña mueca, sentía un poco de desconfianza de la mujer que le habló con algo de frialdad. Inuyasha tragó saliva y luego de unos segundos en que pareció pensar algo salió de su casa y se encontró con el rostro de la mujer que a menudo ahora le visitaba.
-Kikyo.- Murmuró. Shippo los miró a ambos, curioso. ¿Quién sería la señorita y porqué conocía a Inuyasha?. El joven capitán luego bajó la vista hasta el niño y le habló con voz firme.
-Ve donde Miroku... tengo que hablar a solas con ella.
El niño dirigió una mirada a la mujer justo para ver que ella hacía una mueca satisfactoria y casi burlona en sus labios. El pequeño apretó los labios y antes de marcharse sacó su propia lengua y se la dirigió a ella, Inuyasha gritó su nombre y el niño salió corriendo de su lado.
-Es un niño insolente y sin modales- Murmuró Kikyo molesta, mientras se abanicaba la cara. Inuyasha sonrió a medias.
-Sólo es un niño... y aunque no tenga modales es más leal que un adulto- Sus ojos brillaron con malicia y la mujer que miraba el horizonte, volteó la cara haciéndose la disgustada.
-Creí que habías entendido mis explicaciones- Respondió dolida. Inuyasha suspiró y movió la cabeza un poco exasperado.
-¿Qué haces por aquí?
Kikyo cerró el abanico con un solo movimiento y lo guardó en su pequeño bolso que colgaba de su muñeca izquierda. Inuyasha levantó ambas cejas esperando una respuesta, ella pareció exasperada, irritada aún, pero al mirar los ojos dorados del joven sintió que el corazón latía más aprisa y la piel se erizaba. ¡Qué sensaciones le causaba verlo así, tan altivo y orgulloso, vestido de mala manera, con la piel bronceada tan expuesta a través de su camisa blanca semi abierta y sus pantalones de marinero ajustados. Ella tragó saliva sintiendo que la sangre corría demasiado aprisa por sus venas. ¡Cómo había cambiado tanto Inuyasha!
-Creí que me habías perdonado.- Murmuró concentrando sus ojos en el muchacho.- te conté lo que sucedió aquella vez...
-¿Que tu madre supo lo nuestro y te prohibió vernos?... ¿y luego me mentiste diciendo que no podías estar con alguien como yo? – La voz del joven se alzó hasta casi la desesperación. Su rostro de contrajo y luego miró nuevamente los ojos de Kikyo.
-Lo hice... para que no sufrieras... ¿cuándo lo entenderás?- Suplicó acercándose hasta él y aferrando ambas manos a los musculosos antebrazos de Inuyasha, se levantó de puntillas acercándose lo suficiente hasta rozar sus labios con los suyos. Inuyasha se quedó quieto, estaba tan acostumbrado ahora a ser seducido por las mujeres, incluso por las de la nobleza, como Kikyo...
-¿En dónde quedó tu recato?- Sonrió él con ironía. Ella esbozó una leve sonrisa, centrando su mirada que sabía que él adoraba en antaño, sobre la suya, que brillaba con deseos libidinosos.
-Contigo no tengo recato.- Murmuró.
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Inuyasha cabalgaba por la colina nuevamente ahora sabiendo que la jornada había finalizado y los trabajadores se encontraban tomando una merecida siesta. Ésta era la oportunidad que él aprovecharía para conocer los movimientos que se realizaban en los terrenos contiguos. Detuvo al caballo que le había sido entregado por Kouga, uno totalmente manso en nada parecido a "Youkai", frente a la cerca limítrofe de ambos terrenos. No había movimiento. Comenzó a cabalgar por todo lo extenso, eran bastantes kilómetros, tenía que averiguar bien cómo funcionaban las cosas en ese lugar...
Kagome corrió a la barraca oscura y algo mal oliente, adentrándose en la penumbra de esta y buscando un rostro conocido desde hacía algunas semanas. Lo encontró tendido en un camastro completamente sudado y delirando. Ella pasó su mano desnuda por la frente del pequeño y luego suspiró tristemente.
-¿Qué le sucede?- Preguntó una chica a su lado, algo mayor que ella.
-Tiene fiebre- Murmuró alarmada Kagome. Se inclinó hasta el pequeño chico y le dio un beso en la mejilla.- tranquilo, vas a estar bien- Murmuró. Luego se levantó y caminó hasta salir del oscuro lugar, seguida de la otra joven.
-¿Qué sucede?... ¿qué es lo que tiene?- Preguntó la chica a Kagome. Ella trató de parecer tranquila y le tomó ambas manos.
-Yo no sé, Sango, pero quédate tranquila, buscaré a un médico para que lo vea.
Sango la miró con los ojos humedecidos y tragó saliva con dolor. Kagome sentía sin embargo que algo no estaba bien. Se alejó con paso presuroso, desde lejos, el capataz de Sesshoumaru la observaba, ese era parte de su trabajo ahora y la verdad no le agradaba, bastante tenía con vigilar a los numeroso esclavos para preocuparse por mantener la honra de una señorita con alma de samaritana.
-Debe tener la peste- Masculló con rabia, sintiendo que las lágrimas se agolpaban en sus ojos. Apresuró el paso, debía encontrar rápido a un médico o la vida del pequeño corría en peligro. ¿Cómo encontrar a alguien que la ayudase ahora?. El capataz de pronto ya no estaba ahora visible... ¿qué hacer?. Se sintió mareada, la desesperación estaba jugando en su contra, corrió para salir de los terrenos por una de las cercas del costado, para llegar más pronto al camino y así tener más posibilidades de encontrar a alguien que la ayudase, se agachó para cruzar la cerca y su vestido quedó atrapado en los alambres de ganchos que mantenían así a raya a los ladrones. Cayó a la tierra sintiendo que las lagrimas ya estaban en sus mejillas, debía salvar la vida del pobre Kohaku, ella lo sabía, había visto a algunas de sus compañeras morir en el internado de aquella peste maldita, la peste negra.
Inuyasha cabalgaba con su vista centrada en las tierras de su hermanastro... a él no lo había visto desde su llegada y la verdad no tenía noticias de la mujer llamada Kagura lo que hacía que se desesperase un tanto, sin embargo... Kikyo lo estaba entreteniendo más de lo que hubiera deseado... y eso le agradaba un poco. De pronto vio un bulto que salía a duras penas por el camino, su vestido quedaba semi enredado en las púas del cerco y de pronto ella cayó de bruces en la arena polvorienta del camino. Detuvo al caballo arrugando el entrecejo y bajó de él, con pasos seguros caminó hasta ella, la mujer, que tomaba por los hombros y obligaba a erguirse, pensando que tal vez era una esclava queriendo escapar. Al levantar el rostro ella miró sus ojos dorados y ahogó un grito de espanto. Inuyasha abrió igual sus inmensos ojos y enseguida la soltó retrocediendo un paso. Vio el rostro sucio y las lagrimas en sus mejillas¿la niña rica?
-¿Usted?- Preguntó sorprendido. Luego sonrió burlón.- ¿y ahora como quiere matarse?
Kagome se levantó a duras penas sola y lo miró con rabia.
-Es un cretino!- Sacudió algo su ropa e intentó caminar pero al darse cuenta la distancia que la separaba del pueblo se detuvo y luego de unos instantes lo miró con fijeza.
-¿Puede ayudar en algo?
Inuyasha subió a su caballo sin hacerle caso.
-No, no puedo. - Respondió haciendo voltear al equino, Kagome corrió a él posándose frente al animal, impidiéndole seguir adelante.
-Escuche... no sé que hace por aquí y no sé porque aparece cuando menos me lo espero- Habló con atropello. Inuyasha intentó esquivarla pero Kagome extendió ambos brazos para impedir que el caballo se alejara- escuche, por piedad!
-¡Qué diablos quiere!- Respondió él enojado. Kagome enmudeció de pronto. ¿Pero qué estaba haciendo? No, no había que lidiar con el orgullo o el miedo ahora, el pequeño estaba en peligro y necesitaba ayuda.
-Escuche por favor... hay un niño en las barracas... esta muy grave y temo lo peor... necesito si puede ir a buscar un médico ¿puede hacerlo, es urgente... su vida esta en peligro, por favor...
Inuyasha la miró sorprendido.
-¿Un niño?- Musitó.
-He visto con anterioridad los síntomas... creo que es la peste... por favor, usted tiene un caballo, no demorará en traer un médico, se lo suplico... por piedad...
Él tragó saliva, jamás nadie le había hablando así, jamás había visto a alguien de la nobleza preocuparse por un esclavo de la forma en que ella lo estaba haciendo. Asintió al fin cuando los ojos de ellas se cerraban del llanto.
-Iré- Murmuró. Volteó no sin antes mirar el rostro de la muchacha, intrigado y luego, golpeando las costillas del animal lo hizo galopar a toda prisa, dejando una estela de polvo que hizo a Kagome, en instantes, perderlo de vista.
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-Es bueno que se haya dado cuenta a tiempo señorita... esta enfermedad avanza muy rápido.- El anciano se levantó del lado del pequeño enfermo y miró con una leve sonrisa a Kagome.
-¿Va a estar bien?- Preguntó ella tímidamente. Myoga guardó sus cosas en el maletín negro.
-Se recuperará... pero me temo... que esto sea el principio de una epidemia...
Kagome entreabrió los labios y lo miró con pánico.
-¿Habrá una epidemia?
-No lo aseguro... pero es probable... puede llamarme cuando lo necesite.- Dijo, haciendo un gesto cortés con la cabeza y alejándose del lugar. Kagome miró a Sango y le sonrió levemente, satisfecha. Escuchó de pronto los cuchicheos de algunos, algo que de pronto le pareció familiar... extrañamente familiar...
-Esto es culpa del demonio... es su ira contra todos...
Al salir de las barracas la tarde ya llegaba a su fin y en el momento que estuvo al aire libre vio al extraño hombre que parecía esperarla a la vera del camino. Ella lo miró confundida y se acercó a él, con la cerca de púas impidiéndole el paso.
-Si necesita del medico me avisa, sé donde vive.- Respondió Inuyasha mirando hacia su alrededor, no se sentía muy a gusto mirar a aquella joven a la cara.
-Gracias... sin su ayuda... – Kagome enmudeció y lo miró por primera vez mientras los rayos del atardecer se reflejaban en su cuerpo de jinete. Los ojos que la esquivaban, la cabellera larga y negra, su actitud tan segura de sí misma.
-Bueno... mejor me voy, ahí viene el capataz de esta tierra y si nos ve juntos podemos estar en problemas.
Kagome lo miró confundida.
-¿En problemas?... ¿Porqué?
Inuyasha al fin posó su mirada sobre la suya y sonrió con ironía.
-Soy un extraño, estamos solos en este lugar alejado de las haciendas, usted esta sucia y su vestido esta rasgado...
Kagome arrugó la frente y movió la cabeza sin entender.
-¿Y eso que tiene?
Inuyasha la miró esbozando una amplia sonrisa burlona, que no pudo evitar el comentario.
-No creo que sea demasiado inocente para no darse cuenta de lo que pueden pensar.- Respondió, no sin antes clavar su mirada dorada sobre los confundidos ojos de Kagome, él sonrió aún más al ver rostro perturbado de la jovencita y luego se alejó a toda prisa junto a su caballo, pero en verdad estaba confundido... ¿realmente era demasiado inocente para no imaginar que si los veían a ambos juntos la honra de la niña rica estaba en peligro?
Continuará...
N/A: Bueno, muchas gracias por los reviews, en verdad son alentadores para mi... este fic me tiene de cabeza, en verdad estoy muy empeñada a escribirlo ¿se nota? jejeje, sólo espero que lo disfruten tanto como yo lo estoy creando. Nos vemos.
Lady Sakura Lee
