Capítulo 29: "Más allá del Horizonte"

El hombre arrugó el ceño sintiendo que la angustia lo invadía, estaba solo, completamente solo en aquella oscuridad. De pronto, apareció ella, con su sonrisa de ángel y mirada cálida, en medio de lo que parecía un largo camino. Ambos se acercaron, él podía sentir que su corazón latía muy fuerte.

-Kagome... - Susurró. Estaba tan cerca de ella ahora, y de pronto, cuando estiró sus dedos para tocarla, la figura femenina desapareció, llevándose consigo la luz y la esperanza y sintiendo nuevamente que el temor y la angustia lo embargaba. Gritó su nombre una y mil veces, en aquella oscuridad desolada y fría y de pronto calló de rodillas a la tierra, sintiendo que apenas podía respirar, la esperanza se había esfumado y creyó en ese instante que moriría.- Kagome!- Gritó desesperado. Abrió los ojos y sintió lo agitado que estaba. Poco a poco de fue dando cuenta que sólo había sido una pesadilla, una horrible y muy real pesadilla. Se volvió a recostar en la cama perc ibiendo aún los sentimientos turbadores de aquel sueño, que lo embargaban aún en la realidad. Ladeó el rostro y sintió nostalgia de aquel pequeño cuerpo cálido y suave, anhelando de forma casi dolorosa la ausencia de ella. Sólo pudo cerrar los ojos y volvió a recuperar el sueño, sin saber que de forma silenciosa un manto negro de muerte invadía ya la cabaña, y sobre todo a él, que lo respiraba sin saber.

Kikyo miró de reojo a Kagome, que seguía a su madre a donde fuese intentado entablar una conversación, referente a su relación con Inuyasha, pero la señora Higurashi la evadía sin piedad, en su rostro duro y frío no había rastro de ceder. Jamás lo aceptaría, jamás. La muchacha se quedó a los pies de las escaleras y miró con dolor el lugar de donde su madre ya había desaparecido. ¿Pero hasta cuando estaría así?... ¿y qué sucedería si jamás cedería?. Volteó el rostro derrotado y vio que su hermana mayor la miraba, una pequeña sonrisa en sus labios mal disimulada la hizo enfurecer.

-¿De qué te ríes?- La enfrentó con seriedad. Kikyo se levantó exasperada y movió la cabeza, ofendida.

-De nada... vaya... que tonta eres.- Respondió sin más.

-No te burles... creí que me entendías...

-¿Quieres que te diga una cosa, Kagome?- Dijo en cambio la mujer posándose frente a ella y mirándola esta vez con seriedad absoluta.- Yo en tu lugar me olvidaría de él... mamá jamás lo aceptaría... ni siquiera lo volvería a ver... ¿sabes?

-Tú lo has dicho Kikyo... - Respondió la pequeña apretando los puños y mirándola con dureza- tú en mi lugar... sólo tu podrías hacer algo así... no yo...

La mujer la miró quietamente sin responder, la pequeña volteó enojada saliendo al rato de la casa, ella la vio cruzar el jardín anudándose el sombrero al cuello. No había que ser adivina para saber a donde iba, lo sabía perfectamente. De pronto su mente pareció analizar un detalle¿Qué tal si ella también enfermaba? Cabía también esa posibilidad... pero sólo se preocupó un par de segundos porque luego se encogió de hombros y se tendió en el sofá. Qué más daba, si enfermaba Kagome o no ya no era su problema.

La joven bajó a la playa y vio al hombre de pie, mirando hacia el mar, con las manos en los bolsillos de su pantalón, parecía completamente absorto en sus pensamientos. Ella se detuvo poco a poco para observarlo desde una corta distancia, la brisa del mar golpeaba suavemente los cabellos del hombre que parecían danzar caprichosamente al viento. Kagome volvió a retomar el paso hasta llegar a su lado, posó una mano sobre su hombro, en esos momentos ella miró también sus ojos dorados, que tenían un extraño reflejo de melancolía, el hombre al sentir el tacto despertó de su ensueño y la miró, esbozando de inmediato una amplia sonrisa y el reflejo se tornó normal. La envolvió en sus brazos y ella se puso en puntillas y le dio un leve besos en los labios.

-Oh, pequeña... estaba pensando precisamente en ti... – Murmuró abrazándola más fuerte de la cintura y rozando su cara contra sus cabellos para llenarse del aroma que extrañaba. Kagome tenía sus dos manos posadas sobre su pecho, sólo sonrió ante el halago y cerró los ojos.

-No quiero que pienses... que me doy por vencida... - Murmuró de pronto, comentario del cual el capitán le pareció extraño-... pero creo que esto... no funcionará...

Él la apartó levemente y la miró sin creer, de pronto recordó la pesadilla, la sensación de que Kagome se escapaba de su vida lo angustiaba demasiado. Kagome en cambio tenía el rostro demasiado sereno.

-¿Qué dices?- Musitó apenas el hombre.

-Me refiero a mamá... - Corrigió la joven, imaginando lo que él debió pensar, que ella se estaba dando por vencida con respecto a su matrimonio.-... ella no aceptará... no lo hará...

Inuyasha suspiró aliviado, cerró los ojos unos instantes y luego, cuando los abrió la volvió a abrazar más fuerte ocultando su rostro entre sus cabellos.

-No me asustes de esa forma pequeña... - Murmuró, Kagome arrugó el entrecejo, sólo ahora se percataba de lo extraño que estaba-... y bueno... no pierdas la esperanza...

-¿Sucede algo?- Preguntó ella y él se incorporó y la miró directamente.- luces... – Su mano se alzó al rostro para dar una caricia suave y lenta, lo miraba preocupada.

-¿Quieres nadar conmigo?- Preguntó él en cambio. La muchacha lo miró asombrada y él parecía recobrar en su rostro la felicidad con que lo conocía. El capitán se soltó al fin y comenzó a desabotonar su camisa-... vamos... hace calor...

Kagome lo miró sin entender, el hombre se sacó las botas y le dio una sonrisa. Ella se cruzó de brazos y no se movió.

-¿Estas bien?- Volvió a preguntar, el hombre la tomó por la cintura y la miró divertido.

-¿Te ayudo a quitarte el vestido?- Ronroneó como un felino. Ella lo miró turbada, cuando hablaba de esa forma le era inevitable no sentir escalofríos y que un leve rubor tiñera sus mejillas. Él pasó su mano por tras su espalda, sus movimientos resultaban suaves ahora, desabotonando con cuidado mientras ella intentaba develar a través de sus ojos, su sonrisa leve, algo en su rostro lo que le inquietaba. El vestido cayó a la arena y entonces en un ademan inesperado, la tomó en brazos solo con la enagua y se la llevó hasta las aguas.

-Ah¿Porqué siempre haces tu voluntad?- Regañó al fin, pasando sus brazos por su cuello para firmarse de él.

-Olvidémonos de todo por ahora... ¿te parece?- Preguntó él deteniéndose ya cuando el agua le llegaba hasta las caderas y dejando a Kagome a su lado. La tomó de la mano y se internó con la joven hasta cuando ya el agua le llegaba al pecho. La besó intensamente una y otra vez y ella entendió al fin lo que quería. Porque olvidarse de todos los problemas resultaba bastante beneficioso. Sólo entre sus brazos y recibiendo sus besos y caricias Kagome se dio cuenta que sólo intentaba evocar los momentos felices que tuvieron en la isla de Santa Esmeralda, allá, solos, sin más problemas ni nada que los molestase... Añoraba ella también aquellos momentos compartidos en ese lugar, y añoraba también estar en aquella casa, la casa de ambos...

-Te amo... – Murmuró la joven entre los labios que sabían ahora a sal, él la devoró con sus besos, inclinándola tanto que estaba punto de caer, sonrió cuando casi lo hizo, afirmándose fuerte en los antebrazos del hombre que la acercó a su pecho, sólo en ese instante él se percató que la enagua de ella estaba empapada y que traslucía toda su figura. El deseo nació otra vez, el juego había terminado, la necesitaba y no se cansaba de ello, jamás.

Una vez más entre las sabanas de su cama la hacía suya, besando cada rincón de la piel de la muchacha y ella sintiendo sensaciones nuevas y excitantes, sólo entre sus brazos y sabiendo que era amada podía olvidarse de todo. Acarició exhausta las cuentas amoratadas de su collar justo en el instante en que él le daba la vida y sin soltarlas se fue tendiendo poco a poco en la cama, llevándose al hombre a su lado. Inuyasha cerró los ojos y la besó en la frente, mientras ella se quedaba dormida sin soltar las cuentas de su mano.

Cuando despertó la habitación estaba levemente alumbrada con el reflejo naranja de los rayos del sol que anunciaban un nuevo ocaso. La joven ladeó el rostro y miró al hombre que aún permanecía a su lado, dormido. Soltó el collar y acarició sus cabellos una y otra vez. Sus manos se desviaron a la mandíbula del joven, tocando la piel bronceada y algo cálida. Subió para apartar los mechones aún húmedos de su frente, le extrañó la tibieza de su frente. Se incorporó extrañada y dejó la palma de su mano en ese lugar para preguntarse si acaso él tenía fiebre. Entonces se mordió el labio nerviosa y le dio pequeñas palmaditas en su cara para que despertara, él lo hizo con pereza, sus ojos dorados vidriosos le costaron centrarse en los suyos y cuando lo hizo sonrió y se incorporó a su lado.

-¿Ya te vas pequeña?... no me dejes aún... - Murmuró ronco y la abrazó desde la cintura. Kagome lo abrazó suavemente depositando un beso en su hombro.

-¿Estas enfermo?... tu frente esta muy cálida...

El se incorporó y llevó una mano comprobando lo que decía la muchacha mientras ella esperaba expectante. Luego la quitó y la miró con una leve sonrisa.

-No es nada... ya sabes que hace mucho calor... además tú no ayudas en nada... - Murmuró haciendo una mueca turbadora que hizo a la joven ruborizarse.

-No juegues... eso no es cierto...

Él la besó antes que ella pudiera completar la frase, Kagome recibió sus labios, cálidos y suaves nuevamente y luego se separaron.

-Esta bien... ya no diré nada más... - Murmuró ella levantándose de su lado y comenzándose a vestir.-... me voy antes que mamá se de cuenta... eso puede ser peor...

-¿No te darás por vencida verdad?- Preguntó él afirmando la cabeza en una mano, mirándola de medio lado.

-No lo haré... volveré a intentarlo... - Respondió con una sonrisa.

&&&&&&&

El pirata podía ver a través de la ventana que ya anochecía y el dolor en la cabeza era terrible. Cada vez que intentaba incorporarse las puntadas en la sien lo hacían maldecir, pero no era nada comparado con la fiebre que poco a poco había aumentado. Tenía tanta sed que podía beber un barril lleno de agua y aún así no se disipaba, el agua que tenía en la casa almacenada ya se había acabado y para ir en busca de mas debía levantarse e ir al río cercano, pero ponerse en pie era un verdadero desafio. Para su alivio su amigo Miroku y Shippo llegaron a la cabaña, como cada anochecer. La reacción de ambos al verlo en la cama sudando les sorprendió, el pequeño corrió a su lado.

-Inuyasha¿Estas bien?

El capitán que se encontraba ya dormitando abrió los ojos sólo cuando el niño lo llamó. Lo miró y ambos se fijaron en lo vidriosos que sus orbes se encontraban.

-¿Estas enfermo?- Preguntó el segundo al mando, mientras posaba su mano en la frente.- oh, pero sí que tienes fiebre...

-Debo haber pescado un resfriado... - Murmuró el capitán mientras se incorporaba- muero de ser... ¿podrían traerme agua del río? Aquí ya no tengo...

-Enseguida!- Gritó el pequeño tomando unos recipientes y saliendo del lugar corriendo. Ambos lo observaron y entonces Miroku volteó y sonrió.

-Ese niño te quiere mucho... aunque no lo creas...

-Ahh, si lo creo... - Murmuró recostándose de nuevo. Miroku se sentó a su lado y lo observó con cuidado.

-Nunca te había visto enfermo... debe ser un resfriado bastante grande... ¿ya lo sabe la señorita Higurashi?

Inuyasha ladeó el rostro e hizo una mueca, le costaba enfocarlos en algún lugar, más aun que todo se volvía oscuro, sin embargo al ver una pequeña canasta a un lado de la puerta lo hizo arrugar el ceño y se sentó en la cama nuevamente.

-No... no lo sabe... oye Miroku... ¿tú lo trajiste?- Preguntó apuntando hacia el objeto. El otro dirigió sus ojos azules hacia el lugar indicado y arrugó el ceño.

-¿Yo? No...

El hombre destapó las fundas y se levantó de la cama, al primer intento estuvo a punto de caer, Miroku se levantó y lo alcanzó a sujetar, Inuyasha recuperó la postura y caminó hacia la canasta.

-¿Lo habrá traído la señorita... tal vez?- Preguntó su amigo y entonces Inuyasha se puso en cuclillas y destapó el pedazo de tela que lo cubría. Una maldición salió de su garganta y el susto casi lo hizo caer, Miroku corrió a su lado también y miró asustado el contenido.

-Maldición!

Ambos vieron con repugnancia las ratas negras muertas y casi secas ya, en avanzado estado de descomposición. El olor penetró a sus narices provocando las arcadas de ambos hombres, que a pesar de la vida que habían llevado, jamás algo les había causado tanto asco como el espectáculo que acaban de ver.

-Pero... pero... ¿qué demonios significa esto?- Gruñó el capitán incorporándose mientras Miroku volvía a cubrirlo.

-No entiendo... ratas muertas... ¿pero cómo diablos llegaron aquí?... alguien debió traerlas en esta canasta...

Inuyasha se pasó la mano por el cabello nervioso, apenas ya podía pensar, sentía que la cabeza retumbaba, el dolor era insoportable. Shippo llegó en ese momento con los tiestos con agua los cuales fueron arrebatados por el capitán y los bebió con ahínco.

-Nadie puede ser tan insano de mente para traer esto... ¿con qué objetivo? -De pronto calló y abrió enormemente sus ojos pasando la mano por su boca y retirando los restos de agua que chorreaban por la barbilla.-... hay alguien que estuvo aquí... no es Kagome... ni ustedes...

Los dos lo miraron expectantes y entonces el capitán caminó a paso lento hasta un baúl y comenzó a vestirse.

-¿Pero quien?- Preguntó exasperado Miroku.

-Kikyo... - Respondió dándole una mirada temible. Shippo permanecía en completo silencio y entonces el capitán salió de la cabaña sintiendo la brisa fresca en su cara que ardía y montó el caballo apenas.- Voy al pueblo... mejor será que te deshagas de eso... por favor Miroku...

Lo vieron instar al caballo a galopar a todo lo que más podía, pronto lo perdieron de vista, Miroku desvió sus ojos hacia la canasta sin entender ¿porqué una señorita había dejado eso ahí?... ¿magia negra, quizás?

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Kagome ya estaba en su cama, no era demasiado tarde pero era lo mejor que tenía que hacer que estar vagando por la casa detrás de su madre que ni siquiera la miraba. De pronto pudo escuchar los galopes que se acercaban y se detenían ¿visitas?. No le importaba mucho, pero pegó un brinco cuando llamaron a la puerta fuertemente, los golpes duros sobre el madero retumbaron en toda la casa. Se incorporó arrugando el ceño y esperó. La voz grave del hombre la hizo levantarse de inmediato, lo había reconocido ¿era Inuyasha?. Mientras vestía la bata Sango entró de manera imprevista en la habitación y la miró con pavor.

-Inuyasha esta aquí!

-¿Pero... qué hace aquí?...- Murmuró contrariada la muchacha avanzando un paso para salir de la habitación pero la sirvienta la detuvo.

-Buscaba a su hermana... parece un demonio... esta muy enojado... da miedo...

Kagome la miró sin entender unos instantes y luego apretó los labios, sin decir nada bajó corriendo las escaleras seguida de Sango y vio la escena.

-Tú maldita bruja! Admítelo¿Quién más podría ser?- Gruñía con el rostro muy rojo y los ojos brillantes, la tenía fuertemente sujetada de un brazo, Kikyo parecía querer soltarse pero le era completamente inútil.

-Déjame maldito! Suéltame! Yo no he hecho nada!- Gritó ella mirándolo con rabia.

-¿Que esta sucediendo?- Preguntó Kagome acercándose a ellos, Inuyasha la miró con seriedad, sus ojos vidriosos llamaron la atención de la muchacha así como el sudor en la frente, sus mechones de cabello negro pegados a los costados de la cara.

-Dile que me suelte Kagome!- Gritó Kikyo a punto de llorar. La joven la miró y luego miró a Inuyasha sorprendida, él la soltó y entonces la señora Higurashi se apareció ante ellos. Ver al pirata en medio de la sala con sus dos hijas casi le dio en verdad un ataque pero sólo se detuvo y miró con el rostro agrio hacia el hombre y luego hacia Kagome.

-Pero... ¿qué hace este bastardo aquí?... ¿tú lo trajiste Kagome?

-No! Vine por mi cuenta!- Bramó él, desafiante. La mujer lo observó ofendida mientras abanicaba su cara sofocada por el agravio.- Tú dejaste un canasto con ratas en mi cabaña, admítelo... ¿qué pretendes?... ¿es acaso brujería?

-No se atreva a decir eso! – Gritó la mujer ofuscada acercándose hasta el grupo.

-De qué hablas Inuyasha... - Murmuró Kagome acercándose a él, a su lado, posó sus dedos en su antebrazo y lo miró sin entender... - ¿porqué dices eso?... ¿cómo que dejó algo en la cabaña? Ella no sabe...

-Oh Kagome! Sí, sabe donde estoy, te siguió... – Respondió mirando a los ojos de la mujer que estaba ahora al lado de su madre y que esbozaba una pequeña sonrisa.-... te siguió... y sé que ella fue la que dejó aquella canasta... quien sabe con qué perversas intenciones... - Volvió a gruñir. Kagome entreabrió los labios, dio una leve mirada su hermana y sintió una rabia enorme hacia ella.

-¿Me seguiste?- Preguntó la chica sin creer. Kikyo no respondió.

-Será mejor que se vaya de esta casa- Gruñó la señora Higurashi- Váyase y no vuelva nunca más!

-Ya escuchaste... - Masculló la mujer.- ándate...

El pirata sintió que la rabia se apoderaba de si, se acercó a grandes zancadas hacia ella, Kagome intentó detenerlo pero no alcanzó a hacerlo, el hombre volvió a sujetar del brazo de la mujer, la zamarreó, el peinado de ella se deshizo de inmediato, vio como ambos se miraban, había tanto odio en ellos que le daba escalofríos..

-Qué pretendes... dímelo¿fue Sesshoumaru?... fue él? Porque ni creas que le creí el discurso de hermano samaritano... dímelo! O te juro que...

-No! Inuyasha!- gritó Kagome intentando soltarlo de su hermana pero le era imposible. Kikyo lo miró con perversidad, vio sus ojos brillantes y febriles, el sudor de su cara, el aspecto de enfermo que tenía, esbozó una pequeña sonrisa.

-Bueno... sí¿Y qué?- Respondió al fin. Inuyasha la miró impactado, la soltó al fin. La mujer se refugió en los brazos de su madre y sólo Kagome pareció preocuparse por él, lo apartó de las mujeres y murmuraba sin entender.

-¿Qué sucede Inuyasha?... ¿qué esta pasando?

El capitán se afirmó de Kagome, la agitación apenas lo dejaba respirar, tenía sus ojos clavados en el suelo, finalmente los elevó hacia la muchacha que lo observaba asustada.

-Ella llevó ratas muertas a mi cabaña... no entiendo con qué propósito... pero... no es bueno... lo sé... lo presiento...

-¿Ratas?..- Murmuró Kagome...

-Ratas negras... de cloacas... - Murmuró Inuyasha y entonces Kagome lo miró sin entender, mientras el hombre aun parecía sofocado, ella pudo notar de pronto una herida negra que tenía en el cuello y que era reciente, ella abrió los ojos asustada, su corazón latió aprisa y dio una mirada a Kikyo que permanecía no muy lejos con su madre, mirándola con una sonrisa burlesca.

-No... - Musitó la muchacha a punto de llorar, volvió a mirar a Inuyasha y pasó su mano por la frente, que ardía demasiado ahora.- no... Dios... no puede ser...

-Qué... qué sucede... - Murmuró el pirata.

-Sango! Sango! Ven aquí!- Gritó la muchacha desesperada. La sirvienta se acercó presurosa a ella y la miró expectante.- trae un médico... un medico de confianza... ve donde el anciano Myoga... el que vive frente a la plazoleta... ve rápido!- gritó la muchacha y entonces Sango corrió de inmediato en busca del galeno. La joven lo instó a levantarse. - No puedes irte... quédate en mi alcoba... el médico llegará pronto...

-¿Kagome qué haces?- Preguntó la mujer cuando la escuchó.- No lo permitiré! Ya lo he dicho, lo quiero fuera de esta casa!

-No Kagome... me iré a casa... - Murmuró el joven intentando erguirse y sintió que la cabeza le pesaba como plomo. De pronto no supo si lo que estaba viendo frente a él era una visión o no, pero el semblante alto y varonil de su medio hermano se le apareció como si nada. Inuyasha gruñó y Kagome alzó la vista.

-Sesshoumaru... - Musitó Kagome, en cuanto lo dijo el capitán comprobó que en verdad era él, se soltó de los brazos de la muchacha y arremetió con todo contra el hombre. Cayeron al suelo pesadamente, Kikyo y su madre pegaron un grito asustadas, Inuyasha, aunque estaba enfermo, tuvo la fuerza para quedar encima del hombre y lo tomó de la solapa del traje mirándolo con resentimiento.

-Maldito desgraciado... nunca quisiste arreglar las cosas... aun sabiendo que no quería tu asquerosa hacienda!

-Déjalo Inuyasha!- Gritó Kagome pero no se atrevió a acercarse. Sesshoumaru parecía desafiarle con la mirada, vio que disponía de una ventaja, el hombre estaba enfermo y por ende sus movimientos y reacciones eran más lentas. Pegó un certero puñetazo en la nariz de su hermanastro menor e Inuyasha cayó a un lado. Sesshoumaru pudo deshacerse de su prisión y se levantó arreglándose el traje.

-¿Te enfermaste?... ¿tan pronto?- Murmuró en cambio, Kagome lo miró despavorida, ahora entendía todo y no podía creer lo que estaba pasando. Inuyasha lo maldijo y se levantó muy rápido del suelo y volvió a arremeter contra él, lo golpeó en la mandíbula y la nariz, el hombre finalmente cayó al suelo y escondió el rostro entre sus manos para no ser más golpeado. Kagome tuvo el coraje de tener al pirata.

-Basta Inuyasha! Déjalo... por favor... déjalo... no te ensucies las manos con él... por favor... - Suplicó, sabiendo que la rabia del joven capitán era tan grande que hasta podía matarlo, sin embargo accedió ante los ruegos de la muchacha y exhausto afirmó la espalda en la pared, la agitación era tremenda y apenas podía respirar. Kagome lo alcanzó a tomar antes que desfalleciera, sin poder evitar que un grito asustado se escapara de sus labios al ver que cerraba los ojos y caía sentado al piso.

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-Es la peste negra... le dije hace unos meses que... esto iba a ser una epidemia... - Sentenció el anciano dando una mirada severa a las lacerantes heridas que de pronto de habían formado en varias partes de su cuerpo, eran negras y exudaban algunas, las más grande, sangre y pus.-... se transmite a través de la saliva de las pulgas de las ratas de cloacas... - Agregó.

-Lo sé... – Murmuró Kagome con los ojos rojos y el semblante contraído. Pasó un paño húmedo por la frente del joven que ahora se encontraba tendido en su cama, deliraba y la fiebre estaba altísima.- he visto esta enfermedad... tantas veces...

-Es una bacteria llamada Yersinia Pestis... viene de Europa... en el siglo XIV... mató un tercio de la población... es mejor que lo sepa... - Dijo el anciano sin poder evitar también la tristeza que lo embargaba, ya que consideraba al muchacho como un ser muy querido.- ¿Desde cuando esta así?

-Desde esta mañana... - Murmuró Kagome impasible, pasó nuevamente el paño húmedo por su agitado pecho.

-Esta enfermedad es de corto avance... si él logra sobrevivir 48 horas... es probable...

-Lo sé... lo sé anciano Myoga... - Sollozó Kagome apartando una lagrima de sus mejillas. – Pero Inuyasha es muy fuerte... vivirá...

El anciano se levantó de la cama y lo miró, él ya nada podía hacer, la fiebre debía bajar y sólo podía esperar un milagro. Además... había ahora más gente que ver, sobre todo en la hacienda de Sesshoumaru, él lo había notado, la mayor cantidad de enfermos parecía provenir de ese lugar. Cada día, uno a uno iban cayendo. Jamás fue llamado por el hacendado, sino por los mismos amigos de los esclavos, que lo llevaban casi a escondidas hasta las barracas en donde ya varios habían muerto.

Kagome notó que su rosario de cuentas de cristal estaba por caer de un bolsillo del pantalón. Lo tomó entre sus manos y lo miró y sin decir nada lo puso alrededor del cuello del hombre, mientras caía de rodillas y comenzaba a recitar una fervorosa plegaria.

Sango tenía deseos de llorar, el hombre que estaba a su lado y al cual lo había encontrado de improviso en el pueblo, luego de buscar al anciano Myoga, permanecía también a su lado, luego de que ella le contara lo sucedido. Miroku observaba a Inuyasha y meditaba en que había sido buena idea enterrar aquella canasta en un lugar alejado.

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La noche se hizo demasiado larga y ella estuvo al pendiente en cada hálito de respiración que el joven capitán daba. Cuando se agitaba ella creía morir, estaba demasiado asustada, cuantas veces ya había visto morir a sus propias compañeras de aquella terrible enfermedad... y ahora el hombre que amaba. La luz de los primeros rayos del alba se colaron por las cortinas y dieron de lleno sobre su cara, apenas dormitaba y pestañeó asustada reprochándose por ceder ante el sueño, miró a Inuyasha, aun estaba agitado y aquellas heridas negruzcas le auguraban solo malos presagios. Sango entró a la habitación y trajo algo de sopa en una bandeja.

-Tome... debe alimentarse también...

-No Sango... no tengo hambre... mejor trae agua fresca... ¿ya se levantaron?

-No, señorita... - Respondió Sango titubeante-... ellas se fueron con el señor Sesshoumaru anoche... estamos solas...

Kagome apretó los puños de su mano, cobardes! Repetía su mente. Se escapaban y la dejaban sola¿pero qué mas podía esperar? Al fin y al cabo, jamás se sintió parte de la familia que había construido su madre y hermana. Jamás pudo adaptarse a ellas, tal vez porque fue demasiado tarde cuando llegó a su lado.

-Esta bien... mejor así... - Murmuró con resignación, dando otra mirada al hombre y acariciando una vez más sus suaves cabellos. – Sólo lo necesito a él... a nadie más...

El anciano Myoga llegó en ese instante y ambas jóvenes lo miraron.

-Perdón... el joven allá abajo me abrió...

-No se preocupe... - Murmuró Kagome y en el instante en que iba a ponerse de pie sintió que se mareaba, cayó al suelo y Sango pegó un grito. Inuyasha abrió los ojos y ladeó el rostro, aunque tenía fiebre y creía a veces que deliraba, escuchaba claramente la voz desesperada de Sango intentando despertar a Kagome. Él ladeó el rostro y la vio, más blanca que el papel, en el regazo de la sirvienta mientras el anciano Myoga estaba a su lado, parecía tomarle el pulso.

-Esta desmayada... debe ser el cansancio...

-Oh... Kagome... - Gimió él incorporándose apenas pero las fuerzas se le iban, cayó nuevamente en la cama y Sango lo detuvo.

-Esta bien... tranquilo señor... sólo se desmayó...

-No... tal vez la contagié... - Murmuró el hombre con angustia. La observó todo el momento mientras el anciano la revisaba, luego puso un frasco de algo cerca de la nariz y la joven comenzó a toser, despertando en ese momento.- Kagome... - La llamó él. Ella abrió los ojos tosiendo aún por el olor picante del líquido y miró al anciano.

-¿Qué?... ¿Qué sucedió?

-Se desmayó... - Respondió el anciano, alejándose de ella, mientras la veía levantarse y afirmarse en la cama.

-Debe ser cansancio... - Musitó ella y miró a Inuyasha, esbozó de inmediato una sonrisa y acarició su mandíbula- hola...

-¿Estas bien?- Preguntó apenas él, mirándola preocupado. Ella asintió, pero no pudo evitar sentir un malestar en el estómago y sintió verdadero miedo ¿Qué tal si ella también enfermaba?

-Sí... sí... ¿y tu¿Te encuentras mejor?

-Yo... claro... pequeña... - Sonrió.

El anciano se detuvo a contemplar a la joven, su aspecto medio ojeroso, la palidez de su piel, el desmayo sufrido, él conocía perfectamente esos síntomas... tal vez era demasiado pronto para que fuera confirmado... pero le quedaba claro... al menos ella no tenía la peste negra...

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Sesshoumaru podía ver como sus esclavos caían desmayados en las plantaciones. Ni siquiera tenía noticias de Jaken, al cual no veía desde la noche anterior. El olor a podredumbre llegaba muy claro hasta sus narices y sintió por primera vez temor. La casa parecía desolada, Kikyo y su madre estaban encerradas en sus habitaciones y los llantos lastimeros de algunas mujeres allá afuera llegaban a sus oídos exasperándolo por completo. De pronto se apartó de la ventana sintiendo que algo le ardía en la nuca, llevó su mano y arrugó el ceño cuando sus dedos tocaron la carne viva de la herida que se había formado silenciosamente. Retiró asustado la mano y miró sus dedos, viendo sangre en ellos. Arrugó más el ceño preguntándose qué estaba sucediendo.

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La noche volvió ser más larga, Kagome sentía que su pecho se oprimía, solo si él lograba pasarla podía recuperarse. Hacia varias horas que el capitán había perdido la conciencia, la fiebre demasiado alta lo había provocado. Ella se encontraba arrodillada, a su lado, tomó el rosario he hizo que él, entre sueños, se aferrara a él y ella posó sus manos sobre las suyas. Lo besó en los labios a pesar de reproche de Sango que permanecía de pie, a su espalda junto a Miroku y el niño que miraban entristecidos la escena. Ella oró fervorosamente y les pidió a los demás que hicieran lo mismo. Ni Miroku ni el niño sabía quien era Dios, pero sospechan que era el mismo "Kami" a quienes ellos acudían cuando estaban en situaciones de necesidad.

Otra vez los rayos avisaron el alba. Kagome lo miraba aún, sin dejar de pestañear casi, a su esposo que no movía un solo músculo. Sango y los demás ya permanecían dormidos en la alfombra cubiertos con algunas mantas. Los ojos del capitán se abrieron finalmente, el sudor había desaparecido de su frente y ella levantó la cara y lo miró expectante.

-Hola... - Dijo el hombre rompiendo el tenebroso silencio en que se había cernido la habitación, con una semi sonrisa tocó las manos de la muchacha que en ese momento sollozó y lo abrazó, llorando de felicidad porque todos sus ruegos habían sido escuchados.

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La goleta avanzaba rápidamente entre las olas provocando un suave vaivén en ella que obligaba a Sango a permanecer sentada todo el tiempo provocando las risas del niño y la atención excesiva del segundo a bordo. La joven Higurashi afirmó las manos en la baranda y miró la isla por última vez. Allá quedaba un lugar que muy pronto sería despoblado puesto que la enfermedad había arrasado con más de la mitad de las personas. Allá quedaba su madre, que sin mirarla ni dirigirle la palabra se había quedado en la hacienda de Sesshoumaru cuidando de Kikyo, que había contraído la peste y que, para su desgracia, la fiebre la había dejado casi vegetal. La suerte de Sesshoumaru había sido peor, él no había logrado sobrevivir ante la enfermedad, muriendo como la mayoría de sus esclavos, con fuertes dolores por las llagas formadas, tal vez era un castigo, jamás se había preocupado de ellos ni menos por su calidad de vida, la peste, como lo había dicho el anciano Myoga que por vocación se había quedado cuidando de los enfermos que quedaban, había aumentado en la hacienda precisamente por las barracas insalubres. Pero había hecho un gesto de piedad hacia su medio hermano desde su lecho de muerte, entregando un amarillento documento que él había arrebatado a una mujer llamada Kagura y quien había robado la declaración que el señor Inu no Taisho había escrito, firmando con su propio puño que Inuyasha era su hijo legitimo y que por ende, debía llevar su apellido.

La brisa goleó con suavidad sus cabellos y en el instante en que sentía tristeza por la suerte de aquellas personas sintió las manos del hombre deslizarse por su cintura, los labios del capitán se dejaron caer sobre su mejilla. Ella sonrió reprimiendo las lagrimas y ladeó el rostro hacia él.

-Tranquila...

-No... estoy bien... bien ahora... - Murmuró la joven cerrando los ojos y recibiendo otro beso esta vez en los labios.- ella no quiso escucharme... siempre se preocupó por Kikyo...

-Pero no la necesitas a ella... - Musitó el pirata dándole una palabra de aliento.- menos ahora... - Sonrió cuando sus manos acariciaron el estómago plano aun pero en donde una pequeña vida crecía día a día. Kagome sonrió y besó nuevamente los labios del capitán.

-¿Iremos a casa verdad?

-Claro... nuestra casa en Santa Esmeralda... - Y apuntó con su dedo hacia el infinito mar.-... allá estarás conmigo... más allá del horizonte...

FIN

N/A: Uff, estoy agotadísima, pero feliz. Agradezco a todas ustedes por leer mi fic y hacerlo su favorito, jeje, un saludo a mi amiga Keren, que me acompaña siempre con sus reflexiones... y en beso a todas, por enviarme un alentador review.. ha sido maratónico, como todos los fics, pero me quedo conforme. Espero que les haya gustado y bueno... snif snif, como siempre me dan pena las historias cuando las termino... nos estamos viendo... gracias por todo el apoyo.. y nos vemos, si Dios quiere...

Lady Sakura Lee

20/12/2005