Capítulo 1: The Countdown
A medida que Manta se acercaba a la pensión era capaz de oír con mayor claridad el estruendo procedente de la casa a la que se dirigía tras sus clases de la tarde, como hacía a diario. También diarios eran los ruidos y discusiones de aquella casa pues, a pesar de que hubieran pasado 2 años desde el famoso Torneo de Shamanes, la inmadurez de los habitantes era la misma. Cuando llegó a la entrada y de dispuso a llamar dio gracias a sus reflejos, que le hicieron esquivar la gran masa de hielo que acababa de derribar la puerta.
-Parece que Len vino de visita –murmuró sonriendo pero con una gran gota en la cabeza. Instantáneamente se llevó las manos a los oídos, esperando así amortiguar el grito que cierta rubia iba a lanzar. Pero ese grito no llegó- ¿Anna habrá salido? -Entonces por la puerta derribada apareció Yoh, probablemente para revisar los daños, y se percató de la presencia del chico.
-¡Hola Manta! Pasa, pasa, Len llegó hace un rato… -aclaró, aunque la explicación era obviada por las furiosas maldiciones que se escuchaban Horohoro.
Hacía cosa de un año, los ainu aparecieron en Funbari con la excusa de que se habían peleado con sus padres y que les venía bien un cambio. Todos supusieron que sería temporal pero, a medida que pasaban las semanas, llegaban más paquetes de pertenencias desde Hokkaido. Y en ese tiempo ninguno de los hermanos mencionó nada sobre su vuelta a casa, pero ni siquiera la itako les dijo nada, o al menos no delante de otros miembros de la casa. Ahora junto con los dueños de la casa, Tamao, Ryu, Fausto y Eliza (los cuales tomaban en parte el papel de "adultos" pues el shaman de la espada de madera no podía tomarse como tal) formaban una especie de extraña y peligrosa familia tras esas cuatro paredes.
Yoh guió a Manta hacia la salita con toda la tranquilidad del mundo y su imborrable sonrisa a pesar de que el pasillo fuera un completo campo de guerra: jarrones rotos, muebles patas arriba y polvo; una bola de humo que no era otra cosa que el chino y el ainu paleándose y Pilika con los brazos en jarras intentando echarle el sermón a su hermano.
-¿Acaso no esta Anna? ¿Fue de compras o algo? –inquirió Manta, sorprendido por la escena y que los causantes continuaran con vida
-Está en su habitación, no se encontraba muy bien hoy. Cuando llegue Fausto de la clínica le pediré que le eche un vistazo –al entrar en la sala de estar encontraron a Ryu posando con diferentes caras (cada cual más ridícula) a un espejo de mano. Ni habían llegado a sentarse cuando unos pasos se escucharon por las escaleras. Como si hubieran parado el tiempo, todos se quedaron en su sitio sin moverse, aunque estuvieran en las más extrañas posturas. Si no se movían, tal vez pasaran desapercibidos para la itako.
La chica bajaba lentamente con los ojos entrecerrados, una mano en las sienes y la otra en la barandilla. En el último escalón vaciló un poco pero consiguió mantener el equilibrio y no caerse. Para gran sorpresa de todos ignoró el desastre de la entrada, donde se encontraban Pilika con la palabra en la boca, Horo con el puño levantado y Len sujetándole de la camisa. Directamente fue a la sala donde estaba el resto, diciendo con voz ronca algo de un té hacia Ryu y tumbándose en el suelo frente al televisor (apagado, hay que añadir). Cuando el shaman de la espada de madera se levantó para preparar el té que le habían pedido, Yoh se acercó a su prometida con gesto de preocupación.
-Annita, ¿te encuentras bien? No deberías haber bajado, te dije que en un rato vendría Fausto… -ella asintió levemente con la cabeza, con el menor gesto de convicción de que se encontraba bien- De acuerdo, Señorita Cabezota, si te apetece marearte o echar la comida, es tu problema. Pero procura no dejarme sin prometida, ¿de acuerdo? –su relación había mejorado en ese tiempo, pero no tanto como para que Anna permitiese que le llamase cabezota a la cara. Por eso Yoh se preocupó más, al no recibir ningún golpe o comentario por parte de la rubia. Decidió llamar por teléfono a Fausto otra vez para decirle que era urgente. Nunca había visto a la sacerdotisa tan mal.
Al salir al pasillo les pidió a los chicos que limpiaran todo y que procuraran no hacer más ruido del necesario, los cuales le obedecieron pues en el fondo estaban preocupados por la actitud de la itako. Pilika sobre todo había entablado una amistad algo extraña con la chica. Aunque fueran completamente diferentes, el verse diariamente había hecho que hubiera confianza y, a pesar de que los comentarios demasiado sinceros y la voz chillona de la ainu molestaran tremendamente a Anna, había acabado aceptándola. Len, por su parte, tenía una personalidad parecida a la de la rubia. En más de una ocasión mantenían conversaciones con la mirada, como si se leyeran el pensamiento. Además de que Anna era la única que conocía el por qué Jun mandaba tantos "recados" a Len que implicaban el pasar días o semanas en la pensión. Esa razón por la que le mandaban incluso la desconocía el joven chino. Y en cuanto a Horohoro… él vivía en un mundo diferente. Casi nunca hablaba con la chica y, según él, mejor no intentarlo no fuera a ser que la pillara de mal humor.
Cuando se encargó de que recogieran todo los otros dos, la peliazul entró en la salita y se sentó junto a Anna, poniéndole la mano en la frente.
-Vuelves a tener fiebre. ¿Te tomaste lo que te preparó Tamao antes? –le preguntó, recordando el cuenco que la cocinera oficial de la casa le había subido antes, asegurando que era un remedio infalible para la fiebre.
-¿Esa cosa de color verde? Estaba asqueroso y no me hecho efecto. Le diré a esa niña que queme la receta… no vaya a ser que un día nos intoxique -Pilika rió ante el comentario. Tal vez el tener a los ainus en su casa había empujado a Anna a incluir chistes con sarcasmo en sus frases secas habituales.
-Es la primera vez que baja en todo el día –le dijo Horohoro a Manta mientras se sentaba a su lado-. Desde anoche se encuentra mal, apenas baja de los 40º de fiebre. Puede que se pusiera enferma al ver la cara de Len, sería comprensible… -mencionó, con un tono voz algo más alto de lo normas y haciendo énfasis en el nombre del chino que en esos momentos entraba también en la sala. Este solo le dirigió una mirada con bastante mala idea, haciéndole ver que si no estuviera la enferma allí abajo, vería lo que es bueno.
Al poco tiempo volvió Yoh seguido de Ryu que llevaba el té que acababa de hacer. Ayudó a incorporarse a Anna, que apenas tenía fuerzas, y puso en sus manos el cuenco con el líquido. Nada más acercárselo a los labios, empezó a toser con fuerza. Pilika, la que la tenía más cerca, le golpeó un par de veces en la espalda por si se había atragantado, cosa que era imposible pues no había dado ni un sorbo. Cuando a Anna se le pasó un poco volvió a alejar el vaso, dándose cuenta de que unas pequeñas gotas de color rojo se difuminaban en el té.
-Yoh… ayúdame a levantar… -si no hubiera estado preocupado por los actos de la chica, el del norte habría aprovechado esa magnífica oportunidad para meterse con ella- ¡Rápido!
No se hizo de rogar y levantó a su prometida por la cintura, haciendo que se sujetara de su hombro para andar. Pero no aguantaron mucho así pues otra tos, mucho más profunda, hizo que la rubia tuviera que separarse unos pasos. Cuando volvió a abrir los ojos, separó la mano de su boca para ver como algo rojo, fluido pero con poca facilidad, se escurría de entre sus dedos. Sangre. Sangre que caía de su mano y un pequeño resto por el lado de su boca. Acababa de vomitar sangre.
Todos reaccionaron con rapidez: Yoh la volvió a sujetar, Ryu le limpió la sangre de la cara con su propia camisa y Pilika llamaba a gritos a Tamao. Len cogió su móvil y buscó en la agenda el teléfono de Fausto. Tenía que llegar YA. Manta y Horo abrieron el paso a Yoh, que llevaba a una semiinconsciente Anna en brazos hacia su habitación. A los escasos diez minutos, el doctor llegó y, junto con Eliza y Tamao, intentaban descubrir qué le pasaba a la sacerdotisa.
Abajo, en la sala de nuevo, todo estaba en silencio pues nadie sabía qué decir. Yoh no lucía su famosa sonrisa, sino que su expresión indicaba preocupación, confusión y miedo. Ryu había preparado té para que se tranquilizaran pero, exceptuando a Horo el cual no despreciaba nada tragable, nadie lo probó. Al cabo de un rato, sin que nadie de la habitación superior bajase, el chino rompió el silencio.
-Desde la hora del almuerzo más o menos siento una presencia. Sé que no tiene nada que ver con esto pero tal vez sepas quién es, Yoh
-Creo que es un enviado de mi abuelo… Casi no son perceptibles. Debería llamar a Izumo por si ellos… -como si fuera para corroborar las palabras del castaño, en ese momento la tímida pelirrosada entró, nerviosa y con la mirada baja
-J-joven Yoh… La señorita Anna dijo… consiguió decir que avisara a la señora Kino –murmuró entrecortadamente. El shaman se levantó para llamar a su abuela. ¿Qué debía estar pasando?
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La mañana llegó y los únicos despiertos eran Tamao y Horohoro (a pesar de ser un dormilón de campeonato). Yoh había pasado la noche en la habitación de Anna, eso sí, con las intenciones más castas y puras posibles: sólo iba a cuidarla. Ryu de vez en cuando pasó por su cuarto a ver si todo andaba bien.
Allá por el cuarto plato de desayuno del ainu, el timbre empezó a sonar. Primero una vez. Luego con insistencia. Al final el chico no lo soportó y, murmurando algo sobre que dónde estaba Tamao cuando llamaban a la puerta. Al abrir se encontró a una anciana de aspecto severo y con gafas oscuras.
-¿Bfien ebf… -decidió tragar la tostada que había llevado para el camino de la mesa a la puerta y así poder articular bien- ¿Quién es usted? –pero la señora no se molestó en contestarle, simplemente le dio un bastonazo en las rodillas para que se apartara y, como si la casa fuera suya, con total naturalidad se dirigió escaleras arriba. En ese momento apareció Tamao del baño.
-¡Señora Kino! No sabía que iba a llegar tan pronto… -entonces se acordó de que, como comprobó por la mañana temprano, Yoh se había dormido junto al futón de la rubia- ¡Señora Kino! C-creo… que la señorita Anna sigue dormida… ¿Por qué no se toma un té mientras espera? –la mujer se giró y percibió el nerviosismo en los ojos de la muchacha.
-Está bien. Una taza no me vendrá mal –y se fue a sentar a la mesa del comedor.
-Joven Horo, ayúdeme con las tazas –dijo con fingida cortesía y tirando del chaleco del peliazul, que se disponía a retomar su desayuno, hacia la cocina-. Le recomiendo que no esté nunca solo en la misma habitación que la señora Kino –murmuró en voz baja. Al ver que el chico no entendía le explicó- ¡Esa mujer es la abuela de Yoh!
-¿La abuela de Yoh? –Preguntó extrañado- ¿Y qué hace ella aquí?
-Eso es lo que me sorprende… Lo normal es que hubiera mandado a alguien, o a un espíritu… Pero si ha venido ella misma es que lo que está pasando es muy gordo –susurró con aire cómplice.
Después de un par de tazas de té, Tamao se escabulló de la habitación para intentar avisar a Yoh de que su abuela estaba allí, cosa que no hizo falta pues en esos momentos ya estaba saliendo del dormitorio de Anna.
-¿Qué pasa, Tamao? ¿A qué viene esa cara?
-¡Su abuela está aquí, joven Yoh! –el shaman casi se atraganta con su propia saliva y las mismas dudas que a la pelirrosada aparecieron en su mente. Su abuela no habría ido en una situación normal… ¿qué era lo que le estaba pasando a la itako?
Bajó a saludar a su abuela, intentando sonreír como siempre pero con un brillo de preocupación en sus ojos. Esta, al ver que su nieto ya había bajado, subió a la habitación de la itako, con un pequeño bol con líquido transparente. La encontró despierta y se incorporó para hacerle una reverencia nada más verla.
-Señora Kino… ¿Qué hace aquí? –seguía manteniendo la cabeza inclinada pero la mujer, poniendo su bastón en el hombro de la rubia y ejerciendo presión, hizo que volviera a tumbarse.
-Déjate de formalidades, muchacha. Necesito algo de tu sangre, es urgente –Anna señaló a un cubo donde había echado las grandes cantidades de sangre vomitadas esa noche- No, tiene que ser limpia. Dame la mano.
Sacó una pequeña aguja que clavó en el dedo de la pálida chica. Si a esta le molestó, dolió o cualquier otra cosa, no mostró gesto alguno. Kino hizo que pusiera el dedo sobre el cuenco, sin que llegase a tocar el interior. Al caer la gota, como si de colorante se tratara el líquido, antes transparente, se tornó a un morado oscuro. Ni rastro d la gota de sangre.
En esta ocasión fue la anciana la que parecía a punto de darle algo. Soltó sin cuidado la mano y dejó el cuenco en el suelo. A pesar de que por las gafas de sol no lo viera, Anna sabía que su maestra había cerrado los ojos.
-¿Qué es lo que ocurre? ¿Sabe qué es lo que me pasa? –a pesar de su gesto firme pero su voz denotaba el temor de la rubia.
-…Siempre he sido sincera contigo y no voy a cambiar eso ahora. Te han envenenado –los ojos de la rubia se abrieron desmesuradamente.
-Pero en esta casa… los que cocinan son Tamao y Ryu, nunca han tenido razón para…
-No ese tipo de envenenamiento. Podría haber sido amarillo, verde incluso, pero esto… es imposible –más que con su aprendiza parecía hablar consigo misma
-¡¿Quiere decirme qué me está pasando! –todos sabían de su poca paciencia pero, si además se trataba de su salud, esta bajaba al mínimo
-Está bien, te lo diré. Estás en tu derecho de saberlo. Ese veneno… no es uno normal. Se necesitan grandes conocimientos del tema para poder fabricarlo y no hace falta estar presente para envenenar a la víctima. Digamos que es una especie de magia negra –la itako iba a decir algo pero su maestra le indicó que no había acabado-. Y lo más importante… desde el siglo XVI, nuestro Sengoku, no se utiliza. ¿Te suenan los nombres Nobunaga, Hideyosi e Ieyasu? Con sus guerras se perdieron muchos conocimientos así como todo tipo de shamanes. Desde entonces nadie ha usado este tipo de veneno. Es más, no pudo pasar a nadie porque la última descendiente del clan de Genji Fukuzawa, un shaman que usaba magia negra, murió en las guerras civiles.
-¿Está insinuando… que los que me han envenenado son personas de hace más de 400 años? –se permitió el reír con sarcasmo- Disculpe que la contradiga, señora Kino, pero… -la mujer volvió a cortarte sacando de entre sus ropas una foto, que dejó en el suelo junto a Anna- …no… no serán…
La foto mostraba una cocina que bien podría haber sido americana, con los electrodomésticos más caros posibles y todo automatizado. Había dos personas, un hombre sentado en la silla con la cabeza en la mesa como si se hubiera dormido, mirando hacia el lado contrario de donde se tomaba la foto. El hombre tenía el pelo castaño y vestía con ropa cara. La otra persona de la habitación era una mujer que estaba echada en el suelo, desplomada. Era completamente rubia y recogía su pelo en un moño. Por las ropas de esta parecía ser abogada o algo así. Mujer trabajadora.
Anna sintió que le faltaba el aire. No por haber reconocido quienes eran sino por el charco de sangre que había alrededor de cada uno. Los señores Kyoyama habían muerto.
-Ya te dejé claro en su día que siempre supe donde estaban tus padres. Anoche me enteré de que habían muerto, justo antes de la llamada de mi nieto. Pensé que tú también podrías haber muerto y me temo que si no hubiera sido por tu poder espiritual… -no llegó a completar la frase pues esta se sobreentendía- ¿Sigues sin creer que han envenenado a tu familia? –Anna se sentó en condiciones y examinó la foto, ya tomándose en serio la situación.
-No la han envenenado, la han maldito. Si fuera lo primero, habría muerto la primera generación y no habrían existido más Kyoyamas. Según creo mi padre era hijo único… ¿Sabes si mi madre estaba embarazada? –la pregunta pareció sorprender a su maestra, que acabó asintiendo.
-Embarazada de gemelos. Apenas tenían un mes, cuando se considera vivo el embrión. ¿A qué venía la pregunta?
-La maldición sólo afecta a los que tienen un número superior a dos descendientes. ¿Cómo podemos impedir esto? –la otra mantuvo una pose pensativa unos momentos y después habló.
-Ya que en estos tiempos no se utiliza no podemos crear un remedio… Hay que eliminar el problema de raíz.
-¿Está sugiriendo que matemos a quien me ha envenenado? Pero hay siglos hasta las guerras civiles, es imposible saber en qué año fue. Aparte de, obviamente, que no podemos viajar al pasado –ahora fue Kino la que sonrió levemente- …¿o podemos?
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Ya era la hora del almuerzo y ninguna de las sacerdotisas había salido de la habitación. Después de echarlo a suertes, fue a Manta a quien le tocó subir a decirles que la comida estaba lista. Para alivio del chico no hizo falta llamarles pues en el momento en el que el subía estaban abriendo la puerta. Bajaron, con gran dificultad por parte de Anna, y se sentaron juntas en la mesa.
Nadia habló mientras comían. Las miradas solían viajar de sus platos a las itakos, y otra vez a la comida. Cuando Tamao recogió los platos fue Anna quien rompió el silencio, dirigiéndose a Manta.
-Cabezón, ¿podrías encontrar de algún modo información sobre la familia Kyoyama? Desde el inicio hasta el 1500, 1600 más o menos –ignorando el principio de la frase, meditó un poco la respuesta.
-No sé cuanto encontraré pero están los registros, archivos nacionales e Internet… Me llevaría un poco de tiempo aunque supongo que algo habrá…
-Para mañana –contestó simplemente
-¿¡Qué? ¿Estás loca? ¿Tienes idea de lo que me costaría conseguir los archivos, y encima leerlos todos?
-Mi presentimiento me dice que sólo debemos centrarnos en los que abarca del período Nanbokucho al Sengoku –dijo la abuela de Yoh, hablando por primera vez ante los presentes- Anna, iré a ver si encuentro lo que necesitaremos por alguna tienda. Mientras… supongo que deberías contárselo a mi nieto –dijo como si él no se encontrase en la sala-. Sabes que no permitiré que lo hagas sola –y dicho esto se marchó.
-¿Qué es lo que tienes que contarme, Annita? –inquirió el shaman. Ella le indicó que le siguiera y fueron hacia la terraza. Manta supo que era algo importante y sacó su ordenador portátil de la cartera para empezar a buscar. Pilika se levantó decidida y también salió de la habitación.
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En la terraza, Anna le contó a su prometido lo que había averiguado Kino por la sangre. También que si no mataban al que les estuviera envenenando antes de que maldijera a su familia, ella moriría como sus padres. No tuvo tiempo de pedírselo pues fue el chico quien se ofreció como voluntario para acompañarla. Estando así de enferma no llegaría muy lejos por su cuenta. Según la anciana itako, sólo personas con gran coraje y enorme poder espiritual eran capaces de llevar a cabo el ritual para "viajar por el tiempo", además de que este era tremendamente complicado y no todos lo conocían.
Cuando pensaban volver a la habitación, de una de las puertas que daban a la terraza donde estaban apareció la chica peliazul con un gesto de profunda determinación y un brillo de valentía en los ojos. Sólo dijo una palabra: Iré
-¡Pilika, estás loca! Ya nos vamos a jugar el pellejo Yoh y yo, no necesitamos que…
-Eso es lo que pensáis ahora, pero me necesitáis. En la antigüedad nadie viajaba por parejas, además de que no pienso dejaros solos y hagáis algo de lo que os arrepintáis. Eres mi amiga, Anna, y voy a acompañarte –sentenció la muchacha. La rubia miró a Yoh buscando apoyo para negarle a la ainu, pero se limitó a sonreír.
-…la verdad es que lo que le falte en poder espiritual, lo recupera con creces en el coraje –Pilika dio un salto algo infantil en gesto de victoria y Anna suspiró con resignación.
-Pero hacedme un favor, ¿vale? –la pareja la miró extrañada. Esta simplemente juntó las manos en gesto de súplica y agachó la cabeza- No se lo digáis a mi hermano hasta el último momento –al igual que sabían que la ainu no se habría rendido, también sabían que si Horohoro se enteraba de lo que planeaba hacer su hermana, los habría descuartizado. La sacerdotisa tuvo un mal presentimiento: el viaje no iba a salir como pensaban.
Notas de la autora
Hola! Espero que les haya gustado el primer capítulo de este fic. Es el primero que hago en serio de Shaman King así que no sean muy malos conmigo. Para este fic me inspiré en los libros "El círculo de fuego", "Rescate en el tiempo" y "Leyendas de los Otori". En cuanto a la parte "histórica" de este fic espero que no tenga muchos fallos en cuanto a edades, guerras, etc. Soy una novata a la que le ha dado por ir al Sengoku n.nU
Espero sus reviews, con ellos podré rectificar mis fallos e ir mejorando como escritora, aparte de que hacen mucha ilusión e incitan a seguir escribiendo (Intercambio Equivalente: más reviews, más fic XD)
Jya ne!
