Capítulo 2: The Leaving
Tras una noche intranquila en la que la señora Kino no pasó por casa, la pensión Asakura comenzaba a amanecer. Anna, que apenas había dormido por las náuseas, pasó el tiempo leyendo todos los libros de la casa donde mencionaran algo sobre las épocas que la abuela de su prometido le había mandado buscar a Manta. En todos encontraba lo mismo: guerras por feudos, alianzas, promesas y muertes. Ni que decir tiene que a las mujeres se las ignoraba por completos, cosa que repateaba bastante a la itako. Interiormente daba gracias por no haber nacido en ese siglo; no habría durado ni dos días.
En otra habitación, el ainu tampoco había pegado ojo. Conocía a su hermana y sabía que algo raro iba a hacer, que tenía relación con lo de Yoh y Anna. Y para colmo, en medio de todo eso había aparecido Len. No podía haberse quedado en su China viviendo a lo señorito, tenía que ir para poner las cosas peor. El humor de Horohoro aquella mañana era espantoso.
Cuando se reunieron para el desayuno se sorprendieron al ver a Manta en el comedor. Tecleaba con rapidez y sus ojos se movían cambiando de párrafo. Se notaba que conocía a la sacerdotisa y su afán por los castigos cuando no se hacía lo que ella exigía. Saludó con un movimiento de cabeza a los que iban sentándose mientras masticaba un trozo de tostada que probablemente Tamao le sirvió al llegar.
-Anna, ¿de qué va lo de la abuela de Yoh? –Preguntó cuando esta entró en la sala- ¿Por qué me dijiste que buscara sobre tus antepasados? Es que, no sé si tendrá algo que ver con lo que querías pero… he encontrado algo extraño. Tiene que ver con la familia Fukuzawa, unos… -en ese momento fue cuando la rubia pareció prestarle verdadera atención.
-¿Fukuzawa dices? –sus ojos se agrandaron al asentir el chico.
-Resulta que de siempre los Fukuzawa y los Kyoyama se han odiado a muerte. Formaron parte de diferentes bandos en las guerras simplemente para luchar entre ellos; hicieron complots; asaltaron las casas del otro e incluso se llegaron a contratar asesinos para acabar con los jefes de las familias. Pero de repente, en el año 1587, cesaron las actividades por parte de los Fukuzawa. Al parecer no hubo tregua premeditada y los Kyoyama se sorprendieron de sobremanera, ninguno se lo esperaba. La causante de la paz fue la última sucesora de los Fukuzawa. Me parece extraño pues esta fue la más agresiva de todo su clan y porque… la acusaban de bruja. Poderes diabólicos. Contacto con espíritus. Los entendidos la tomaban por shaman.
-La última de la estirpe… shaman… pararon de repente… -murmuraba la rubia para sí misma- ¿Lo has oído, Yoh? –este asintió.
-Tenemos la persona y el año. Tal vez nos equivoquemos pero no hay otra opción –cogió con delicadeza la mano de su prometida intentando reconfortarla.
-Y sabes que nunca me ha gustado quedarme quiera –añadió esta. Horo percibió un brillo en los ojos de su hermana que no podía significar nada bueno-. En cuanto llegue tu abuela empezaremos con… -no pudo terminar la frase pues la nombrada apareció en ese instante por la puerta, llevando una bolsa de cuero al hombro.
-Ya me he enterado. He conseguido todo lo que os hará falta pero tendremos que hacer algo con las ropas. A parte necesitaremos ayuda para mantener la puerta desde aquí.
-Están usted y Tamao… y creo que sé a quién llamar. Tao, ¿podrías decirle a tu hermana que venga lo antes posible a Japón? Y que de paso intente encontrar algo de ropa de época…
-Está bien. Pero Anna… ¿a qué viene todo esto? –al fin el chino formuló la pregunta que todos se hacían. La itako sonrió.
-Vamos a ir al pasado a cometer un asesinato.
.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.
A medida que pasaba la semana mientras esperaban a la china, los chicos empezaron a preparar las cosas para el ritual. Tras explicarles lo que ocurría al resto, todos se dispusieron a ayudar. En el jardín formaron un círculo con unas velas (que eran de todo menos normales) las cuales tenían que permanecer encendidas 7 días y 7 noches. Tras cada jornada a cada vela se le rociaba con unas sustancias con aspecto de sal, de diferente color cada vez.
Kino les dijo también que podía calcular el año y el lugar, pero no el día ni la estación en la que llegarían, así que tenían que estar preparados para todo. Al llegar se harían pasar por nobles e intentarían conseguir información sobre los Fukuzawa, infiltrándose. Por supuesto no dijeron nada a Horo en aquellos días, aunque este se olía algo y más de una vez le encontraron espiando a Pilika o sonsacándole algo a Yoh.
La enfermedad de Anna empeoraba por días. A veces parecía a punto de echar el hígado por la boca, o desmayarse por falta de sangre en el cuerpo. Esto preocupaba enormemente a su prometido, que si no fuera porque no había maldición que le quitara su mala leche, la acompañaría hasta el baño. Aunque, a decir verdad, todos se preocupaban por la salud de la rubia pues hasta las peleas ente el chino y el ainu disminuyeron en gran medida para no molestar a la dueña de la casa. Fausto le hacía revisiones diarias y le encargaba a Tamao le preparaba infusiones que intentaban remitir los síntomas.
Al fin llegó el domingo en el que se suponía que llegaría Jun. Len fue a buscarla al aeropuerto, donde la encontró ligando con uno de los chavales que revisaban las maletas mientras que a su lado, como si de una estatua se tratara, el zombi sujetaba un arcón enorme de madera. Len se acercó y la cogió del brazo, apartándola del muchacho.
-¿Se puede saber qué haces? ¿Y qué llevas en esa caja? –preguntó mientras arrastraba a su hermana por el aeropuerto.
-¡Estaba hablando con Minoru! Iba a sacarle gratis los billetes de vuelta a China… No tienes ningún sentido del tacto. ¡¿Y si se piensa que eres mi novio o algo y no me da los billetes, con lo caros que son!
-Por eso no te preocupes, que ni en sueños tendría una novia como tú. ¿Quieres decirme qué es lo que llevas en la caja?
-Las cosas que me pidió Anna, los trajes de época –parecía que iba a callar pero una sonrisa apareció en sus labios-. Y ya sé que nunca serías mi novio… es más, no sé si cuando llegues a tener pareja, esta sea chica –Len paró de golpe y, completamente rojo y enfurecido se giró hacia Jun para gritarle algo-. Horo-Horo y su hermana están aquí, ¿no? –el otro pareció calmarse un poco, dando por hecho que lo que había dicho ella era sólo una broma.
-Sí, llevan allí un tiempo, ahora viven en la pensión -se dio cuenta del verdadero significado de sus palabras- …¡¡JUN TAO! –Bason tuvo que sujetar a su amo con fuerza para que no se lanzase con la cuchilla hacia su hermana, quien caminaba despreocupadamente riéndose por lo bajo, seguida por Lee Pai Long- Maldita… ¡qué se ha creído! Como si a mí me gustara… -se sonrojó más aún y se resignó a seguir a la peli-verde.
Cuando llegó a la casa, la joven saludó con efusión a todos, poniendo énfasis en el hecho de que su visita hubiera coincidido con la estancia de los ainus en Funbari, aunque el doble sentido de esa frase sólo lo entendieron Anna (que era su "infiltrada") y Len (que acababa de darse cuenta de cuán malvadas podían ser las mujeres).
Después de presentarse a la señora Kino y hacerle una pequeña demostración de sus poderes, para que le dejara participar en el ritual, subió a enseñarles la ropa a los viajeros. Casualmente a Pilika, a la que se le veía como torbellino humano a medio kilómetro, su hermano no la escuchó en toda la tarde y desconocía su paradero. A medida que pasaban las horas el tiempo se iba nublando, iba a haber tormenta, y a lo lejos se escuchaban los primeros truenos.
También Manta había subido a la habitación, junto con una enorme enciclopedia, para informarles de todo sobre el año 1586: familias importantes, estado político, cómo comportarse con cada grupo social e incluso a reducir el número de respiraciones si por un casual se encontraban con algún noble de mayor rango que ellos (Anna y Yoh pretendían ser dueños de un feudo al sur de Japón, donde la gente del resto del país desconocía las familias importantes).
Se acercaban a las 11, cuando la tormenta estaría justo sobre sus cabezas. Fuera de la casa, Tamao y Jun ayudaban al círculo con su poder espiritual, para que las velas no se apagaran. A medida que pasaban los minutos, unas casi imperceptibles líneas de luz hacían que las velas se uniesen entre sí, de llama en llama, como si de una telaraña se tratase.
Dentro, Ryu acababa de preparar algo de comida para que se llevaran. Según él "era poco sana la comida medieval, de ahí tantas enfermedades". Fausto había incluido unas cuantas pastillas y remedios por si Anna empeoraba. Las cosas de ambos las guardaron en la bolsa de cuero que la señora Kino trajo hacía una semana, al empezar los preparativos.
Mientras tanto, Horohoro se paseaba con inquietud por la habitación, esperando a que apareciese su hermana, y murmurando palabras inteligibles por lo bajo. Len se dedicaba a seguirle con la mirada, rozando el borde de la histeria al no estarse quieto el ainu.
-¡¿Quieres parar de una vez, Hoto-Hoto! ¡¡Si tan preocupado estas encierra atada a tu hermana en el desván, o yo que sé! Pero deja de moverte –el otro le contestó con una simple mirada fulminante e, ignorando al chino, volvió a dar vueltas por la habitación. Lo que a Len también le molestaba era que, como cada vez que iba a Tokio, los ainus estaban allí. Acababa de darse cuenta de que todo había sido idea de su hermana pero, ¿qué iba a conseguir con eso? Todo eso le exasperaba y el estar en la misma habitación que el peliazul, aún más.
Al fin escucharon la puerta corrediza que llevaba del pasillo al jardín y todos salieron a ver el espectáculo. Junto al círculo, aparte de la pelirrosada y la taoista, se encontraban Yoh, vestido con ropas que bien podría haber llevado su abuelo cuando era chico por lo viejas que eran, y Anna, que recogía el pelo con una cinta (teniéndolo suelto este le llegaba por debajo de los hombros) y vestía un kimono de tonos verdes apagados. Manta y la abuela les volvían a repetir todo lo que les habían dicho en la habitación; nada podía fallarles.
-Esto es lo que necesitáis para volver, Anna –Kino le entregó una botellita con un líquido de color difícilmente descifrable. Era violeta con destellos plateados, pero según se movía el recipiente podía parecer amarillo o rosado-. Deberás hacer un círculo con él y prenderle fuego; traerá una tormenta como la que tenemos encima solo que mucho más rápido. Debéis estar todos dentro para cuando caiga el rallo.
-¿Todos? ¿A qué se refiere con todos? –Preguntó rápidamente Horo- Sólo son dos… -ignorándole, Anna cogió la botella y la guardó en la bolsa que acababa de pasarle el shaman de la espada de madera.
-Lo que a nosotros nos parecerán tan sólo horas, para vosotros serán días. Mantendremos el portal abierto hasta que volváis, nada tiene por qué salir mal. ¿Qué demonios está haciendo la chiquilla? –haciendo alarde de su buen oído, al grupo le llegó un agudo grito desde la casa.
-¡¡No soy una chiquilla, señora Kino! Ahora mismo salgo, esta maldita faja es insoportable –caminando con rapidez, Pilika apareció por el lateral de la casa. Estaba irreconocible, llevaba un kimono azul marino y el pelo arreglado en una trenza de tal manera que aumentaba varios años la edad real de la chica. Tenía una apariencia mucho más madura, quitando el hecho de que estaba amenazando a muerte a la cuerda que sujetaba el kimono-. ¡Maldita cosa! ¿Acaso no existían en esos tiempos los botones?
Los temores de Horohoro se materializaron en ese instante. Su hermana iba a ir… ¿¡En qué demonios estaba pensando? Acababa de entrar en estado de shock, apenas se enteró de que el resto del mundo seguía moviéndose a su alrededor.
Un gran estruendo seguido de un fuerte destello anunció el comienzo del espectáculo; una tormenta eléctrica se acercaba. Es mas, solo se encontraba sobre la pensión, y dirigiéndose peligrosamente al círculo de las velas. Acompañando a las aplanadas nubes propias de las tormentas de rayos, un fuerte viendo azotaba los árboles cercanos y daba leves empujones a los jóvenes. La única que permanecía impasible era la anciana, que daba los últimos consejos y avisos.
-No hay tiempo para formalidades; entren los tres en el círculo. Ya saben lo que tienen que hacer, averigüen dónde vive esa shaman y mátenla. El método lo dejo a decisión vuestra, y Anna, espero que aún recuerdes aquel curso de plantas venenosas que te di. Podría ser efectivo. Recordad: cualquier pequeño cambio en el pasado puede transformar tremendamente el futuro. Sed precavidos, rápidos y discretos. Y… mucha suerte.
Les indicó que debían entrar ya en el círculo. Las nubes cada vez tenían peor aspecto. Pilika dirigió una última mirada a su hermano, el cual aún no se había movido. La peliazul percibió la tensión por parte de los presentes, especialmente de la rubia que se encontraba a su lado. Tomó su mano, la contraria a la que estaba sujetando Yoh, y se acercaron los tres a la red de luces. Cuando estuvieron a apenas unos centímetros, las luces cambiaron de forma dejando un hueco lo bastante grande como para que entraran.
Cuando Yoh, el último en entrar siguiendo el "las damas primero", estuvo completamente dentro, los hilos de luces volvieron a compactarse y aumentando de grosor. Una maya brillante les rodeaba. Cuando la mayor nube de la tormenta estuvo sobre el círculo, acumulando energía y desequilibrio eléctrico para lanzar un rayo, Jun, Tamao y Kino se dispusieron formando un triángulo fuera del círculo. Cada una estaba concentrada en su poder espiritual, no llegaron a darse cuenta de lo que sucedió a continuación.
El ainu salió de su estado catatónico para analizar en una milésima de segundo toda la información. Su hermana, su pequeña e inocente hermana Pilika, iba a ir a la era feudal para matar a una mujer que ha maldito a la familia de Anna… ¿¡Se había vuelto loca o qué? Tenía que impedirlo como fuera, no iba a dejarla sola en un lugar donde quien no asesinaba, era asesinado. Sin pensarlo dos veces se abalanzó hacia donde estaban.
Como un acto reflejo, el shaman de china también salió corriendo hacia allí, este con intenciones muy distintas. No pensaba sacar a la ainu de allí, sino más bien impedir que el hermano mayor de esta entrara en la puerta del tiempo. Podría caerle un rayo, pasarle algo por tocar la red o incluso ser transportado también al pasado. ¿Qué haría allí, desarmado, posiblemente con conocimientos nulos sobre historia y aquella época, y con ropas del siglo XXI? Podría pasarle cualquier cosa, y no era un lujo que se iba a permitir Len.
Para el resto, pareció como si ambos hubieran empezado a correr a la vez. A pocos centímetros de una de las velas que formaban el círculo, los dos chocaron y Tao intentó sujetar al otro. Tropezaron y al mismo tiempo cayeron hacia la red. Todos esperaron ver alguna reacción extraña, o que salieran despedidos como si las luces fueran un escudo, pero estas simplemente volvieron a dejar un hueco por el que entraron los shamanes.
Dieron a chocar con Yoh, el cual, intentando sujetarles en vano, soltó sin querer la mano de su prometida. Según les había dicho la abuela, si no permanecían en contactos había un 99 de probabilidades de que acabasen en diferente lugar. Anna intentó volver a agarrarle, pero fue demasiado tarde. Antes de tan siquiera entender lo que había pasado, el rayo que la nube madre de la tormenta eléctrica había estado albergando, cayó sobre la capa de las velas. Todos los jardines de Funbari se vieron inundados por un destello que hizo que todos cerrasen los ojos.
Al cabo de unos segundos, la luz remitió. Cuando pudieron acostumbrar sus ojos y fijaron la vista al interior del círculo… no había nada. Tan solo las velas, ahora unidas entre si por un finísimo hilo de luz, y las encargadas de crear la puerta. Fuera de esto, Ryu, Manta, Eliza y Fausto. Y nadie más.
-Tamao… ¿Qué fue lo que dijo tu tablilla esta mañana, cuando consultaste sobre el viaje? –dijo la señora Kino muy calmada.
-S-si no recuerdo mal… fue un número lo que me dijo. …E-el número 5 –murmuró, con su timidez característica.
-Enhorabuena, por una vez tus predicciones acertaron. El chino, los ainu, mi nieto y su prometida… cinco en total. No podemos predecir el pasado, pero espero que estén bien. Se me olvidó comentarles el pequeño detalle de que un espíritu no puede viajar al pasado –comentó como algo casual, al fijarse en que Bason, Amidamaru y Koloro estaban allí con gran desconcierto.
-Esto es lo máximo que podemos hacer; aguantemos la puerta hasta que vuelvan –sentenció seriamente la china. Todos sabían eso: no podían hacer nada. Tan sólo… esperar.
.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.
Lentamente recuperaba el conocimiento, a medida que se percataba del gran peso que tenía sobre su estómago. Aún no quiso abrir los ojos, antes quería razonar lo que había pasado. ¿Por qué demonios había echo semejante idiotez? Su maldito subconsciente le había traicionado… otra vez. Últimamente su mente se estaba tomando demasiadas libertades con los actos del shaman. El recuerdo de aquella última "idiotez involuntaria" estaba muy presente en su memoria.
"Llegué muy tarde a Japón, debían pasar de las 11, todo por culpa de un retraso en el avión. Ya me había ocupado de llamar a Anna, comunicándole mi retraso, y a ella no le importó. Media hora más tarde, el taxi me dejó en la pensión. Todas las luces estaban apagadas, por lo que supuse que dormían, y entré procurando no despertar a la itako de su muy ligero sueño. Las maletas llegarían al día siguiente, una ventaja que me permitía disminuir la probabilidad de ruido accidental. Cuando subía las escaleras casi me caigo dos veces con tal de no emitir el más mínimo sonido.
Hacía unos meses que no iba a la pensión, las últimas veces simplemente paraba en la ciudad de camino a alguna reunión (a las cuales mi padre me obligaba a asistir) para saludar a mi amiga rubia. Algo irónico eso de nuestra amistad, ¿no? Los dos insociables témpanos de hielo, desahogando sus problemas entre sí. Definitivamente irónico.
A lo que iba, el tiempo sin pasar por la pensión sumado a la penumbra nocturna (recuerdo como si fuera ayer, no había una sola estrella en el cielo y estábamos a dos días de Luna Nueva) hizo fallar mi sentido de la orientación. Entré en la que pensaba que era mi habitación habitual, para encontrarme con la persona que llevaba días intentando apartar de mi cabeza: el baka pelo-pincho del ainu. Horohoro.
Al parecer, lo que era una temperatura suave en Tokio a él lo asfixiaba (una de las repercusiones de vivir en el punto más frío del país) y, entre el lío de sábanas que había en sus piernas, se podía apreciar que sólo llevaba unos pantalones cortos, realmente cortos, que dejaban bien poco a la imaginación. También me di cuenta de que ahora dormía sin cinta, por lo que sus mechones se revolvían y varios de ellos caían sobre su cara. Simplemente irresistible.
No supe cuando, y todavía lo ignoro, pero cuando me di cuenta me encontraba arrodillado a su lado admirando la plácida expresión de su cara. Entreabrió sus labios, murmurando en sueños algo ilegible para cualquier persona que no habitara en su cabeza. Creo que sonó a dialecto ainu. Se giró un poco hacia donde yo estaba, aún sumido en su sueño, y parte de su flequillo hizo que no pudiera seguir viendo aquel rostro que llevaba en mi mente tanto tiempo.
Con delicadeza tomé un par de aquellos mechones y, aprovechando para rozar "por casualidad" su pálida piel. El simple roce hizo que me estremeciera. ¿Cuánto podría aguantar? Cuando pude volver a ver al completo su cara, sus labios estaban curvados en una casi imperceptible sonrisa. ¿Sería porque le toqué? Me dije a mi mismo que dejara de soñar, él no es lo mismo que yo. Pero no pude reprimirme por más tiempo y mi pregunta de "cuánto tiempo aguantaré" se vio contestada: nada.
Antes de reparar en lo que hacía, hice que entre nuestros labios apenas hubiera unas moléculas de aire. ¿Qué me impidió seguir? La sorpresa de que una mano se había posado en mi cuello, supongo que incitándome a la unión, y me quedé como una piedra. ¿Desde cuando él…? ¿Estaba despierto? ¿Sabía que era yo? ¿Por qué iba a querer que nos besáramos?
Tras eso, sólo sé que me separé bruscamente y me fui a la primera habitación libre que encontré. La mañana siguiente, una semana y un día antes de esta nueva jugada involuntaria de mi mente, él actuó como siempre. Yo diría que incluso se sorprendió de sobremanera al verme en la casa en ese momento. Pero no mencionó lo más mínimo ni hizo ninguna otra cosa fuera de lo normal. Por suerte, estaba dormido cuando entré en su habitación."
Aquella narración sobre los hechos de la noche de su llegada estaba grabada en él a fuego. Estar tan cerca de aquellos suaves labios no era algo que pasara todos los días. Respiró hondo para alejar esos pensamientos, en vano, de su cabeza. Aquel aire era extraño, parecía… puro. Toda la pureza que le faltaba al mundo actual, se hallaba en aquel lugar. Notaba mucha humedad, y sentía a la vegetación rodearles. También notaba varias presencias espirituales, pero ninguna ofensiva. Por unos segundos se sintió en paz.
Hasta que se dio cuenta de el tercer acto involuntario de su cerebro. Estaba abrazando al cuerpo que se encontraba sobre él, que desde el primer momento supo quien era. Para cuando abrió los ojos, El ainu ya se encontraba a un par de metros de distancia. La primera reacción que el chino tuvo fue alejar el objeto al que tanto aprecio mostraba su subconsciente.
-¡Eh, ten más cuidado! ¡Eso duele! –escuchó venir del chico al que acababa de lanzar. ¿Estaba despierto? ¿Desde hacía cuanto? Si lo había estado… ¿cómo es que no le apartó cuando le abrazó por la cintura?- Al menos podrías pedir disculpas, ¿no? –dijo molesto, sobándose el lugar donde se había golpeado al caer.
-Sí Hoto-hoto, todas las disculpas que quieras –dijo con ese tono sarcástico por el que se definía a su voz-. La próxima vez procura no caer encima de mí y no tendré que echarte.
-¡Fuiste tú el que…! –paró para fijarse por primera vez en donde estaban, y Len hizo lo propio. A su alrededor, multitud de espíritus vagando en sus asuntos y sus respectivas tumbas de piedra. Alrededor, un oscuro y denso bosque con hojas otoñales. A lo lejos, se podía oír el murmullo de un río no demasiado grande- … ¿dónde… estamos?
.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.
Pilika se levantó refunfuñando y sacudiéndose su kimono, para fijarse en que Anna ya debía llevar un buen rato despierta; estaba sentada en una roca observando a la inmensidad. El lugar donde estas habían aparecido era bastante más afortunado, había una gran carretera por donde probablemente no tardaría en pasar alguien. Junto a ellas, un río.
-Al soltarnos nos hemos separado y cada uno hemos caído en un lugar diferente –comenzó Anna sin que la peliazul dijese nada-. Pero no creo que demasiado lejos, unos cuantos kilómetros a la redonda es el límite del portal. Me encuentro mucho mejor, al parecer hemos llegado antes de que maldijeran a los Kyoyama y no me afecta. Pero no sé si podré aguantar mucho –elevó su mirada al cielo que atardecía.
-Los encontraremos, Yoh es muy inteligente y mi hermano y Len formarán tanto jaleo que se sabrá donde están aunque hubiésemos caído en Corea –dijo con optimismo la ainu. La itako dejó ver una pequeña sonrisa, mientras asentía con la cabeza.
-Sí, en eso tienes razón –su expresión se tensó y prestó atención a los sonidos del ambiente- Alguien se acerca. Creo que no es agresivo. Probemos a ver si nos puede llevar a alguna ciudad cercana.
Efectivamente, un carruaje y media docena de hombres a caballo, armados, pasaron junto a ellas. El que parecía ser el comandante del escuadrón, como buen caballero, paró junto a Anna (que se acababa de acercar al borde de la carretera ya de pie) e hizo parar a su caballo junto a ellas.
-¿Se les ofrece algo, bellas damas? –Dijo con un tosco pero cuidado acento del oeste- ¿Qué les trae a este peligroso camino en un lugar de guerras? –Sacando toda su alma interpretativa, la sacerdotisa contestó con el diálogo que llevaba un rato preparando.
-Venimos desde las tierras de Hyûga –comenzó recordando el nombre que tomaba la isla de Shikkoku en la era feudal- para ver a unos familiares míos. Éramos 15, tan solo nosotras mujeres, e íbamos a las tierras de mis parientes –aún no era recomendable decir el apellido, podían ser del bando contrario- que me iban a unir con su sucesor en matrimonio. Pero por el camino, unos asaltantes mataron a los que me escoltaban, y mi sirvienta y yo pudimos escapar. Les estaría eternamente agradecida si pudieran acercarnos a la ciudad donde se dirijan, para así tomar posada y comunicarme con mi prometido –dijo siempre con la cabeza ligeramente agachada, en muestra de respeto.
-Sería yo el agradecido de llevarlas, pues se nota que pertenecen a la nobleza y perdería mi honor abandonando a dos mujeres en mitad de la nada. Discúlpenme por no tener nada más –dijo mientras inclinaba la cabeza en una reverencia- pero sólo llevamos el carro del armamento. Espero que no les importe ir allí, no me gustaría que dos señoras viajasen como fajín de uno de mis guerreros. Nos dirigimos hacia Kôtsuke –"lo que sería Utsunomiya", pensó Anna-, si les place podemos llevarlas hasta allí. Si me dice su nombre, mi señora…
-Sugisata, Hiroe –improvisó la itako-. La que me acompaña es mi doncella, Miyoko –adelantó, impidiendo que la propia Pilika se presentase. Después de otra reverencia, el general les ayudó a subir al carro, que tenía un toldo que lo aislaba del exterior. Cuando tuvieron privacidad, Pilika habló.
-¿Por qué no me dejaste hablar y te inventaste mi nombre? –inquirió, entre intrigada y molesta.
-Deberías atender en clase de historia. En esta época era muy fuerte el racismo contra los ainus, ¿sabías? Tu nombre es completamente ainu y tu acento, más todavía. ¿Acaso quieres que nos acusen de algo y nos maten? –Pilika tragó en seco. Por suerte su amiga era previsora. Desde luego, ella tampoco habría podido vivir en un lugar donde despreciasen a su tribu.
.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.
Una densa niebla le impedía la vista. Tras eso, un fuerte dolor de cabeza hizo que no pudiera levantarse. Todo era confuso… recordaba que se había separado del resto y que Anna susurró su nombre cuando lo hizo. De pronto sintió una gran presencia junto a él y se dio cuenta de que estaba sobre el regazo de alguien. Una mujer. Mirando mejor, más bien parecía una muchacha.
-Joven, ¿te encuentras bien? –murmuró con una dulce voz la chica. Le estaba acariciando el pelo, al parecer llevaba un tiempo en esa posición.
-Sí, ya… muchas gracias –ignoró aquella presencia, aflorando el alma agradecida de alguien a quien habían ayudado-. Me llamo Yoh. Muchas gracias por haberme ayudado. ¿…dónde estamos?
-Estás a salvo, Yoh –volvió a murmurar, sonriendo-. Me llamo Omitsu. Mi abuelo Genji estará encantado de acogerte hasta que te recuperes.
Notas de la autora
Actualicé, después de muuuucho tiempo. Espero que les haya gustado el capítulo, como también espero sus reviews. Tomen esto como mi regalito de Navidad. Especialmente dedicado a mis neechans, y a todos los que me leen n.n ¡Les espero!
