PASADO II

Flare sonreía mientras cortaba flores acompañada de su hermana mayor Hilda, amaba la primavera ya que así podía salir del palacio y caminar con Hagen al que adoraba en secreto. Le conocía desde niño y había ido transformándose lentamente en un hombre, la joven no ocultaba su dicha cada vez que sus ojos se encontraban y sentía envidia de todos los que posaban sus ojos en él.

- Flare ¿no sabes si Hagen tardará mucho? El cielo anuncia tormenta y seria peligroso que anduviera solo en el pueblo.

Hilda sonreía mientras sostenía en sus manos una docena de rosas rojas que irían a adornar su habitación, no había querido decirlo pero también estaba preocupada por Siegfried. Las valquirias les observaban en silencio, las princesas eran muy queridas por todos y la mayor sería una excelente sacerdotisa.

- Mira Hilda - danzó la rubia muchachita enseñándole una guirnalda de flores que adornaba su cuello.

- Se te ven muy bien, de seguro a Hagen le agradaran mucho.-

Flare hizo un gracioso mohín y llevándose las manos al rostro se ruborizó por completo por lo que su hermana rió.

- Te conozco y el es un muy buen muchacho, además cada vez que te observa sus ojos brillan...-.

-Oh, ¿cómo brillan los de Siegfried al mirarte a ti hermana? - observó Flare jugueteando con un diente de león.

Hilda se sonrojó y estuvo a punto de arrojar las rosas al suelo, el cielo empezó a nublarse y el viento mecía las delicadas briznas de hierba y los cabellos, la aspirante a sacerdotisa se agachó y acariciando una pequeña florerilla con la punta de sus dedos susurró:

- Ambas somos muy afortunadas de tenerlos junto a nosotras. - su hermana asintió y tomándola de la mano Hilda agregó: - vamos, pronto empezará a llover.

- Aquí están vuestros pedidos - el anciano sonrió enseñando los tres dientes que le quedaban - enviad mis saludos a las princesas, la señorita Hilda está cada día mas hermosa.

Hagen asintió mientras observaba el cielo con preocupación, llovería y no deseaba empaparse y menos con los víveres entre los que asomaba un libro.

- Se los daré, muchas gracias.

El anciano movió la cabeza y se marchó a atender a los otros clientes, el rubio muchacho salió de la tienda y a lo lejos se oían los primeros truenos.

- Eres tan fogoso y exquisito como me imaginé...- murmuró Siegfried abrochándose la camisa y mirando de reojo el relámpago que iluminó la habitación.

Alberich no le respondió, estaba acurrucado en medio de la cama con los cabellos desgreñados y miraba hacía la ventana manteniendo los labios apretados. Siegfried se acercó con lujuria y tomándolo con fuerza del rostro lo besó ardientemente en los boca forzándole a abrir los labios.

- Ahora nunca me olvidarás...así como yo no lo haré contigo, salúdame a tu hermana.- caminó hacía la puerta con elegancia y volteándose agregó antes de irse:- Nos veremos las caras de nuevo, pelirrojo.

La puerta se cerró de golpe, Alberich suspiró y cerrando los ojos con fuerza se incorporó en la cama, le dolía todo el cuerpo y fue vistiéndose maquinalmente, no podía asimilar que era lo que había sucedido y jamás podría decírselo a su hermana.

- Ese mal nacido...- susurró llevándose la mano a un hombro donde estaban marcado los dientes de su ahora enemigo.

Tenía la camisa desgarrada, se miró al espejo y aparte de su palidez nada en él denotaba lo que acababa de sucederle, lleno de furia tomó una silla y la arrojó por la ventana.

Hagen llevaba al paso su caballo mientras comía una hogaza de pan, la gente circulaba menos en las angostas calles y ansiaba llegar pronto para no preocupar a la señorita Flare, de pronto sonrió al ver a Siegfried salir de una de las tabernas, su traje y apostura eran inconfundibles.

- Señor Siegfried...- murmuró deteniendo su caballo.

Éste se giró y le sonrió con encanto.

- No me digas señor, me haces sentir mas viejo...¿Vas para el Valhalla?.-

Hagen murmuró unas disculpas y movió la cabeza en señal de afirmación, desde que ese muchacho había llegado era una especie de héroe para él y soñaba con ser igual de fuerte y bondadoso. Iba a responderle cuando de lo alto de la taberna salió disparada una silla que fue a romperse frente a sus ojos y los cristales cayeron alrededor de ambos causando el revuelo de las pocas personas que deambulaban por ahí.

- Pero qué...- masculló Hagen enfadado.

Siegfried rió y mirando hacia el lugar donde había estado la ventana exclamó:

- Es un volcán.

Hagen lo miró perplejo.

- No me hagas caso debe ser algún borracho que causa desorden-.

- ¿No deberíamos ir a ver? Alguien puede salir lastimado- Hagen se bajó del caballo pero su amigo se lo impidió.

- Vámonos, no es nuestro asunto.

Éste lo miró extrañado, era muy raro que Siegfried no quisiera ir a ayudar, lo miró pero ya caminaba hacia su brioso corcel ajeno a todo. El rubio miro los cristales rotos esparcidos a su alrededor y sin hacerle caso se apeo dejando las provisiones en las alforjas.

Alberich bajó los escalones como un sonámbulo, las meretrices y los borrachos enmudecían a su paso, en su desesperación se había echado encima toda el agua que había encontrado en los jarros de bronce y presentaba un aspecto deplorable.

El tabernero lo miró y se encontró con el odio reflejado en esos ojos verdes y, sin querer confrontarlo desvió la vista. El pelirrojo se le acercó y saltándole encima lo tomó por el cuello.

- Bastardo ¿con cuantas monedas de oro te compró? - susurró asiéndolo con firmeza ante el espanto de los demás.

Hagen entró y quedó anonadado ante el silencio del lugar y esquivando borrachos llegó hasta el mesón, conocía al muchacho de cabellos rojos, era un aspirante como él para ser un guerrero divino.

-¡Dime, maldita sea! - gritaba Alberich sin soltarle.

Nadie osaba interrumpir y un terrible presentimiento se apoderó de Hagen, conocía la reputación de buscapleitos del pelirrojo pero algo decían sus ojos y su aspecto. Se acercó con algo de temor y tocándole el hombro exclamó:

- Alberich...¿así te llamas verdad? Suéltale, sea lo que sea lo que haya hecho no ganarás nada si le matas.

- No te metas seas quien seas, no es tu condenado asunto. - replicó Alberich sin mirarle.

El hombre balbuceaba y se iba poniendo blanco ante la falta de aire, una de las mujeres susurro algo indignada y acercándose gritó:

-¡Déjalo el no es una mala persona! -.

Como única respuesta recibió un tremendo empujó que la lanzó literalmente al otro extremo del lugar. Hagen se acercó y sin decirle nada le asestó un golpe al muchacho en pleno rostro. Alberich se revolvió y le dio una patada en el estómago, el hombre cayó al suelo y mientras algunas mujeres lo levantaban, ambos jóvenes se trenzaron en una descomunal pelea.

- Detente - gritó Hagen cubriéndose - no se que te haya pasado pero solo quería que lo dejaras.

- No tenias porqué venir a inmiscuirte - señaló Alberich arrojándole una jarra de hidromiel por encima de la cabeza.

Hagen iba a replicarle pero la misma mujer a la que Megrez había empujado se acercó por atrás y rompiéndole una silla encima lo dejó inconciente en el piso.

La chica salió de la habitación llevando una jarra con agua y paños húmedos, Hagen aguardaba en el pasillo y al verla salir se le acercó preocupado. Ella sonrió y acariciándole el rostro susurró:

- Está dormido, fue bueno que lo hayas traído aquí en vez de llevarle a su mansión...Alberich siempre ha sido conflictivo y su padre es conocido por su severidad, lamento lo que pasó.

- Me gustaría, hablarle...no entiendo su reacción...- respondió Hagen ruborizándose, se sentía extraño cada vez que una chica le miraba o le tocaba ya que no estaba acostumbrado. La mujer señaló la puerta y se alejó rumbo a las escaleras.

Una breve vacilación se extendió por su cuerpo y cerrando los ojos entró, Alberich dormía pero su semblante no era sereno, Hagen observó la camisa desgarrada y tembló sin saber por qué. Allí estaba al lado de un desconocido, precisamente él, que no demostraba demasiado interés en algo que no fuera relativo a Flare.

Lentamente se acercó observando ese rostro y volvió a temblar, era la imagen de la desgracia, era su imagen...aspiró hondo recordando el día en que le anunciaron la muerte de sus padres a manos de un oso salvaje, se tragó todo el dolor e Hilda lo llevó a cuidar de su hermana para así distraerle de tan enorme pesar.

Alberich abrió los ojos y se incorporó, sudaba profusamente y sus ojos recorrieron con desesperación el lugar y sin decir palabra trató de levantarse pero una mueca de dolor apareció en su rostro y llevándose la mano a la cabeza volvió a recostarse.

-¿Por qué te quedaste? Podría matarte por venir donde no te llaman - miró a Hagen con los ojos entornados.

Repitió la pregunta pero no obtuvo respuesta, el otro parecía estar muy lejos de allí.