PASADO III

La nieve caía en remolinos sobre Asgard y un carruaje se balanceaba peligrosamente en cada curva, sus ocupantes venían enfundados en gruesos abrigos de pieles y entre ellos un pequeño niño de rubios cabellos miraba asustado a su alrededor y de vez en cuando se aferraba al brazo de su madre.

- Hagen todo estará bien, pronto llegaremos a casa. - susurró ella acomodando su gorro de piel.

El niño sonrió y sacando la mano del carruaje dejó que los copos de nieve le cayesen en la mano, rió y se estremeció por ello y su madre hizo eco de su risa, ya se divisaba el castillo rodeado de árboles. Su padre se acercó a ellos y los observó con felicidad.

El cochero espoleaba los caballos, temía a las tormentas y esperaba llegar pronto o su mujer le reprendería, éstos humeaban y corrían más rápido, de pronto uno de ellos piafó estentórea mente y yéndose hacía un lado resbaló a causa de la nieve volcando el carro y echando por tierra a sus ocupantes. Hagen se levantó de entre la hierba: una enorme sombra tapaba la luz de la luna, un oso gris estaba en medio del camino irguiéndose sobre uno de los animales agonizantes, el cochero le disparó con su rifle fallando el tiro y el oso le desgarró la columna de un manotazo mientras se acercaba al carruaje.

- Mamá - gritó Hagen aterrorizado.

Ésta levantó la cabeza y trató de salir de entre los hierros retorcidos, sangraba profusamente y arrastrándose con dificultad llegó jadeante hasta el lado de su hijo.

-¿Dónde está papá? Tengo miedo...ese animal se acerca - chilló abrazándose a ella.

Ella lo cubrió con sus brazos mientras el animal devoraba los caballos y poniéndose de pie lo tomó en sus brazos mientras sollozaba.

-Vamonos a casa, él nos seguirá -.

Hagen repitió las preguntas pero su madre lo sujetó con firmeza y guiándolo por entre el bosque ambos corrieron en dirección a la mansión, resbalándose y temiendo a los lobos.

- Él nos seguirá...lo sé- repetía ella cada vez que el formulaba alguna pregunta.

La nieve caía con mayor fuerza impidiendo la correcta visión, ambos se cobijaron bajo un enorme árbol esperando que las ramas impidiesen que la nieve cayera en su totalidad sobre ellos. Ambos temblaban y la mujer se desangraba en silencio y quitándose el gorro de pieles y el abrigo envolvió en ellos a su hijo y metiéndolo por un hueco del tronco se aseguró de que ni el oso ni los lobos le tocaran.

- Allí estarás a salvo, mi amado Hagen...-sollozó acariciando el rostro del niño dormido.

Ala mañana siguiente lo encontraron en estado de hipotermia y no habían rastros de la mujer o de alguno de los ocupantes del carruaje.

-¿Mi Padre no está aquí? - susurró Alberich levantando la cabeza.

Hagen abrió los ojos y la habitación se apareció ante él, se veía profundamente conmovido y miró al muchacho de cabellos rojos como si lo viese por primera vez.

-¿Qué fue lo que te sucedió...Alberich?.- preguntó con lentitud sentándose en una silla.

Éste se removió inquieto y sin levantar la vista negó con la cabeza.

-Nunca has tenido una borrachera y como habrías de tenerla si habitas junto a ese par de santas en el palacio,Hagen...vete no sea que te anden buscando y déjame solo.

Hagen le mostró la camisa desgarrada y agregó: -No soy tan inteligente como tú, pero eso no es común ¿ te atacaron?.

Los ojos verdes se abrieron y Alberich empezó a temblar inconteniblemente recordando los besos dados a Siegfried y el dolor sumado a una extraña sensación y cerrándolos con fuerza se puso de pie disponiéndose a marcharse.

- Siegfried no quería que subiera hasta acá y él salía de este lugar cuando la silla que lanzaste casi me da en la cabeza.

Su compañero palideció y no respondió, Hagen se puso de pie y tocándole el hombro añadió: - Todos dicen que eres un verdadero huracán Alberich y hasta el palacio llegan rumores de tu comportamiento,pero hoy te ves destrozado y si no sacas eso quedarás marcado de por vida...se que ni me conoces ni yo a ti y solo te aconsejaré que no te calles.

Alberich asió el pomo de la puerta, aún temblaba y tenía los nudillos blancos, su enorme orgullo le impedía hablar y no se rebajaría diciéndole algo así a un desconocido. De pronto sintió una mano sobre la suya y la garganta se le cerro en una náusea.

- Si no quieres hablar eres libre de no hacerlo, pero no te puedes marchar en ese estado.

Una lágrima resbaló de su mejilla y no hizo nada por soltarse, se estaba viniendo abajo y comprendía que jamás podría decirles ni a su Padre y menos a su hermana lo que acababa de pasarle...el orgulloso vástago de Baldrick de Megrez vapuleado como una ramera cualquiera por alguien que estaba a punto de desposar a su hermana.

El rubio muchacho entendió y guardó silencio mientras ese orgulloso desconocido narraba cómo el futuro líder de los guerreros de elite y pretendiente de la princesa Hilda había abusado de él en connivencia con el posadero.

Ingríd soltó sus espléndidos cabellos y caminó mansamente hasta su cama sin despegar los ojos de su amante que la esperaba recostado en ella.

- Tu hermano se está tardando y la tormenta no tardará en caer...- susurró Siegfried viendo sin emoción a la mujer que tenía al lado.

- Alberich sabe cuidarse solo - rió ella acariciando su pecho y mirándolo con languidez.

Él miró ese cuerpo pálido y deseable e inclinándose hacía ella la besó apasionadamente avasallándola y sacándose de la mente esos ojos verdes que lo miraban con desafío aún a pesar de haber poseído su cuerpo una y otra vez llevado por sus mas bajos instintos y una lejana promesa.

Ingríd cerró los ojos entregándose sin remordimientos a él, su hermano no estaba y su padre dormía encerrado en su biblioteca personal, Siegfried besaba su cuello y estrechaba su cintura cuando de pronto un ladrido lejano los sobresaltó a ambos.

- Hablabas de él y ya llega, "Hodnir" lo reconocería en dónde fuese. - ella se puso su camisón blanco y tomando una lámpara de gas iba a ir a recibirle pero su amante se lo impidió y arrebatándosela con fingida dulzura susurró:

- Quédate aquí, yo iré a recibirle.-

-Pero...-.

-En una semana serás mi esposa y si él es tan inteligente sabrá que hace mucho que no duermes sola-.

Hagen sonrió apoyado en su caballo, las provisiones estaban mojadas pero eso no le preocupaba, Alberich se apeo y lo miró con gratitud; parecía haber recuperado su antigua apostura e indicándole las enormes puertas exclamó:

- No te quedes allí afuera y entra, mañana podrás regresar a Valhalla.

- La señorita Flare se preocupará y debo entregar las provisiones - protestó Hagen algo cohibido ante la oportunidad de conocer esa mansión de la cual todos hablaban.

Alberich insistió y tras dejar los caballos en el establo ambos ingresaron y la sangre de ambos se heló al encontrarse cara a cara con Siegfried.