En la mansión de los Megrez Ingríd comía en silencio junto a su padre, la mesa era demasiado grande y ambos estaban a los extremos, Baldrick observaba a su hija con gesto adusto y ésta no dejaba de mirar el sitio vacío de su hermano.

-Debéis comer...- murmuró Baldrick.

Ingríd frunció el ceño y susurró:

-Alberich podría estar muerto, no se como podéis comer vos.

- Él no es ningún tonto y sabrá librarse de la muerte.- Baldrick tomó su copa de vino y se la llevó a los labios mientras su hija se ponía de pie y caminaba impaciente hacía uno de los amplios ventanales, sus negros cabellos lanzaban reflejos azules bajo los tenues rayos del sol, su padre caminó hacía ella y le puso una mano sobre el hombro. Amaba a su hija mucho mas que al hijo rebelde, ella y él eran tan semejantes en cambio Alberich le dolía por ser tan parecido a su recientemente fallecida esposa, ella también poseía esos cabellos de fuego y personalidad narcotizante.

- Lamento ser dura con vos, papá.- dijo quedamente ella.

Ambos callaron observando los árboles que se mecían suavemente, los sirvientes retiraron la mesa y de pronto las pesadas puertas se abrieron y entró una muchacha corriendo:

-Llegaron victoriosos! - anunció mientras se agachaba para recuperar el aliento y poder aspirar aire a su antojo.

Ingríd rió y abrazó a su padre con efusividad.

-Vamos a recibirles, él estará contento de veros.- sonrió radiante.

-Eóthain prepara el carruaje - exclamó Baldrick dirigiéndose al mayordomo.

En las calles había júbilo y también tristeza, a pesar de ser una batalla relativamente corta, muchos se enteraron de que aquel ser querido que partió lleno de ilusiones no volvería jamás y aquellos veían con envidia a los que abrazaban a sus padres o hermanos y festejaban el triunfo con carne asada y abundante hidromiel.

En el Valhalla tampoco había felicidad, la princesa Flare no dejaba de llorar encerrada en su habitación e Hilda esperaba impaciente la llegada de Siegfried y oraba en el templo mayor por que regresase sano y salvo junto a Hagen.

El carruaje se destacaba por las calles y los aldeanos se inclinaban con respeto ante Baldrick de Megrez, un hombre duro y forjado en la guerra cuya fortuna y temperamento alerta le habían ganado el respeto entre sus pares, pero también el odio por todos los rumores acerca de su linaje y manejos macabros, al verlos Cyd corrió a ellos y una amplía sonrisa apareció en el rostro de Ingríd la que bajándose del carruaje corrió a abrazarlo.

-Cyd, estáis vivo - la joven se apartó el cabello del rostro y miró feliz a su querido amigo.

-Fue una batalla breve pero intensa, los atacantes no eran unos neófitos - respondió Cyd admirado ante su belleza.

-¿Dónde está Alberich? He traído a mi padre para que lo reciba y llevarlo a casa.

Cyd miró esos profundos ojos azules e inclinándose ante Baldrick respondió:

- Sigue en Midgard, se quedó...junto a Siegfried...-

Una sombra de preocupación pasó por el rostro de Ingríd y desvió la mirada con leve amargura, estaban ambos allá...no pudo evitar recordar esa terrible noche y guardó silencio.

- Aún hay esperanzas de que Hagen esté vivo - añadió él.

Ella no respondió y alzando los ojos le dio las gracias y se subió al carruaje donde lloró a su antojo mientras su padre trataba de calmarla.

-Hija mía, él está vivo...si estás tan preocupada puedes ir a ver a tu antiguo tutor, vive en Midgard y estoy seguro que por sus influencias debe seguir allí. Ordenaré que nos lleven enseguida.

-No, padre...-sollozó Ingríd sacándose las manos del rostro - iré sola.

Los enfrentaría a ambos como debió haber hecho antes, la culpa no era solo de su hermano menor y Siegfried tendría que responder por su honra.

- Debes serenarte Alberich, acepta su muerte y regresemos a Asgard, mis hombres les han buscado por todas partes y no hay sobrevivientes, ya hemos abatido a todos: es el cuarto día y los víveres escasean, no perderé uno más por un simple cadáver - exclamó Siegfried mientras Alberich limpiaba su espada con aire ausente.

Éste se puso de pie y le respondió, con la resolución reflejada en sus ojos:

-Si quieres regresar a Asgard hazlo pero yo me quedaré, te agradezco que te quedases.

Siegfried suspiró y cruzó una pierna sentado en el taburete, el fuego iluminaba sus rasgos finos y cincelados, los cabellos le caían alrededor del rostro y sus ojos celestes no se apartaban de la figura inquieta de su amante que recorría la tienda a grandes pasos con viva impaciencia.

- Eres insufrible - murmuró y apoyó la mano en la barbilla.

Alberich no le respondió su palidez era mayor de la habitual y la chispa de sus ojos menguaba lentamente, por una parte tenía esperanzas pero por otra estas se agotaban al pasar los días. Se dejó caer en la alfombra con desaliento, estaba cansado y el alma le pesaba, Siegfried se puso de pie y tendiéndole una jarra con hidromiel se sentó a su lado.

-¿Tanto le querías?- preguntó.

Alberich asintió y las lágrimas aparecieron otra vez en sus ojos, su compañero no dijo nada y se limitó a observarle pensando en sus propios sentimientos y en todos los que había herido incluyendo a Alberich mismo.

- Nunca he dicho esto antes pero...quiero que me perdones lo de la taberna, desde que te vi me enamoré de ti pero cada vez que me acercaba huías de mí.

-¿Por eso fingiste amar a mi hermana? - susurró Alberich apartándose el cabello del rostro y limpiándose los ojos.

- Si, siempre he estado acostumbrado a que todo lo que deseo se cumpla.

- Yo también - sonrió.

Siegfried sonrió también y pasándole un brazo alrededor de los hombros lo acercó y murmuró:

-Empezamos mal y seguimos peor, Alberich comencemos de nuevo y démonos una oportunidad al llegar a Asgard creo que ambos la merecemos, Hagen esta muerto y no hay nada que podamos hacer, partiremos mañana al atardecer.

Alberich apoyó la cabeza en el pecho de éste, se sentía tan cansado y lentamente se quedó dormido.

Los niños chapoteaban alegres en el agua, los invasores se habían retirado y nuevamente podían retornar a sus casas y reconstruir sus vidas, el arroyuelo era límpido y los pájaros revoloteaban entre las hartas ramas de los abedules, toda sombra de la guerra parecía haberse extinguido de la noche a la mañana y correteaban persiguiendo unas mariposas, rojas como la sangre.

-La tengo, la tengo - gritaba la muchachita de largas trenzas sujetadas por dos enormes cintas azules.

- Bah..yo atraparé un colibrí - exclamó el chico con algo de desencanto y caminó entre la hierba mientras tiraba piedrecillas al agua esperando que saltara un pez, de pronto le pareció distinguir un bulto en la orilla y acercándose con sigilo lo movió con el pie y una exclamación de asombro salió de sus labios.

Su hermana asustada soltó la mariposa que se alejó volando hacía el este y corrió a verlo.

-¿Qué pasa? -.

Él no le respondió y se limitó a señalar el cuerpo inerte de Hagen sobre el agua, la chica se agachó mirándolo admirada.

-Es muy guapo...parece un príncipe.- musitó.

-No te le acerques, debe estar podrido.

Ella sin hacerle caso pasó uno de sus dedos por la piel tostada y para su sorpresa él despertó e incorporándose les miró con sus ojos azules.

-¿Donde estoy? - murmuró aturdido.

Ambos muchachos rieron y mientras lo ayudaban a incorporarse le fueron relatando todo.
Amanecía en Midgard e Ingríd contemplaba desolada los estragos de la guerra y por un instante pensó en regresar a Asgard pero tenía que ser fuerte y cumplir con ella misma. No necesitó muchas señas para llegar a la mansión de su antiguo tutor y aunque la fachada estaba deteriorada por dentro todo seguía intacto, las criadas la hicieron pasar y el anciano la estrechó con tanta alegría que sus ojos se llenaron de lágrimas.

-Señorita, está tan hermosa.

-Gracias Eruner vos seguís igual.

Ambos rieron y pasando a un salón el viejo le contó todo lo acontecido hasta ese entonces.

- Esta batalla es una intriga entre dos ejércitos de un mismo reino, el grupo llegó una semana antes que todo estallara y se decía que eran de worms.

Ingríd abrió los ojos sorprendida pero no dijo nada y el anciano siguió su relato.

- Dijeron que sólo estaban de paso y el sacerdote que custodia el templo del dios los dejó quedarse, se instalaron en las colinas y no tardaron mucho en realizar exigencias imposibles pidiendo comida y acosando a las mujeres, el consejo de ancianos decidió que debían irse y los mataron a todos por lo que le pedimos ayuda a la señorita Hilda pero...vos podréis confirmarme si es verdad que el joven capitán viene de ese país.

- Si...yo le conozco bien...pero ¿qué queréis decir? Que todo fue planeado, no puede ser - Ingríd se puso de pie y ante el asombro de su ex tutor se despidió de él pretextando asuntos urgentes. - tengo que hablar con él, me tendrá que escuchar...fue un placer volver a veros, Alberich también está aquí.

El anciano la abrazó y su cabellos ondeando bajo el viento fueron lo último que vio de ella.

Siegfried se despertó sobresaltado tenía la frente cubierta de sudor y llevándose las manos al rostro aspiró hondamente.

-Alberich...tenemos que empezar a prepararnos para regresar. -susurró y al no obtener respuesta miró a su lado encontrando la cama vacía. - por Odin ¿dónde te fuiste ahora?.- lanzó un juramento y dirigiéndose a la bañera se sumergió en ella mientras se aseaba con presteza.

Fuera de la tienda los hombres se calentaban las manos ateridos de frío mientras otros daban forraje a los caballos, era una mañana fría y por suerte la última que pasarían en ese condenado lugar.

- No queda hidromiel . - masculló uno con coraje.

- Ve a pedir por ahí - contestó otro.

- Vete al Hell no soy un mendigo - replicó el primero.

El resto de los hombres rieron y siguieron echando troncos al fuego.

Alberich tenía los cabellos húmedos y caminaba por las frías calles en ascensión, llevaba una chaqueta gruesa y el viento aullaba lúgubremente a medida que subía, delante de él se extendía el templo dedicado al dios del trueno y solo se alzaban unas cuantas casas cuyos ocupantes lo miraban extrañados por su color de cabellos.

Al llegar a la cima se apoyó en la balaustrada, desde allí se veía toda la ciudad que seguía siendo hermosa a pesar del desastre

-Hagen...- susurró.

El viento alborotó sus cabellos y abrió las puertas del templo que rechinaron produciéndole escalofrios, no había ni un alma allí, las velas estaban apagadas y solo la estatua de Thor se alzaba imponente en medio. El olor a incienso aún era fuerte.

Alberich se acercó a la estatua y la observó impresionado, quedaba medio día para que regresara a Asgard y no podía concebir regresar sin Hagen, recordó esa entrega apasionada en la pequeña cabaña y sus ojos llenos de vida.

-Jodido destino...- maldijo entre dientes.

Se dio media vuelta e iba a abrir la puerta cuando oyó una voz a sus espaldas.

- No debes maldecir en un templo, pero anda a comprender eso tú, pelirrojo.

Se volteó y sus ojos se abrieron, Hagen salió tras la estatua y se acercó a él sonriente, las lágrimas brotaron de ojos de Alberich que se quedó allí mientras su compañero lo abrazaba.

- Prometí que estaría aquí - musitó Hagen conmovido al ver lágrimas en ese rostro tan orgulloso.

-Te creíamos muerto...-respondió Alberich con difícultad.- Mizar regresó hace días a Asgard y allá todos lo creen.

Hagen sonrió y tras limpiarle las lágrimas lo besó apasionadamente y le dijo:

-Pues eso puede ser conveniente, ¿no te gustaría desaparecer conmigo por un tiempo?.

-Me encantaría pelirrubio - rió éste abrazándolo.

- Partiremos en dos horas - exclamó Siegfried ciñéndose la armadura.

Todos asintieron en silencio mientras levantaban las tiendas el capitán había estado todo el día con un ánimo tempestuoso y nadie osaba contradecirlo.

-Comeremos antes de irnos así que preparen todo .-

- Pero mi señor, no hay comida...las provisiones se agotaron - dijo muy bajo uno de los soldados, su líder lo miró y alzando una ceja replicó:

- Pues la consigues, estos miserables deben tratarnos como merecemos después de pasar días metidos en el barro defendiendo sus condenadas vidas.

El hombre se marchó apresuradamente para no aumentar la furia de Siegfried y se topó con un chico joven que se acercó al capitán y extasiado lo tironeó de la capa.

-Capitán tengo uno buena noticia! - chilló el chico entusiasmado.

Siegfried se volteó y lo miró fríamente, muchos rostros palidecieron y todos aguardaron.

-¿Qué demonios quieres? Habla ya.

- Hay un sobreviviente del grupo que envió a las colinas, lo acabo de ver cerca de la plaza mayor junto a Alberich-

Antes de que terminara un formidable empujón lo envió al piso y contempló atónito cómo Siegfried se subía a su caballo y galopaba hacia el centro de la Ciudad.

Los lugareños veían con admiración a los dos jóvenes caminar en la plaza, en especial las mujeres, parecían guerreros de Asgard pero su juventud y animación llamaban la atención de todos, uno era rubio de largos cabellos dorados pero su tez era tostada y sus ojos poseían un mirar admirable, el otro tenía la piel pálida como la porcelana y sus cabellos rojos lo llenaban de vida. Ambos reían y parecían ajenos a todo, Siegfried no tardó en verlos e iba a dirigirse hacía allá pero alguien lo detuvo.

-Aguardad...- exclamó una voz femenina.

Siegfried sujetó las riendas de su caballo y miró asombrado a Ingríd.

-¿Adonde iremos? - exclamó alegremente Alberich rozando la mano de Hagen con la suya.

Éste sonrió y acariciando su rostro murmuró pensativo mientras jugueteaba con una brizna de hierba.

-Cerca del bosque de hierro hay un poblado pequeño.

- Suena bien - Alberich miró a Hagen y acercándose a él lo besó furtivamente en los labios, éste lo abrazó y hundió la cabeza en su pecho.

- ¿No les avisarás a tu padre y a tu hermana? - susurró Hagen.

Alberich lo miró pensativo y poniéndose de pie respondió:

-Aquí en Midgard vive mi antiguo tutor, ¿qué te parece si vamos a visitarlo? Así comemos algo y le digo de nuestros planes, él y mi padre se llevan bien así que lo entenderá.

Su compañero asintió y ambos caminaron rumbo a la casa de Eruner.

-¿Qué haces tu aquí? - exclamó Siegfried.

Ella caminó hasta situarse delante de él y mirándolo exclamó:

-Lo se todo, los atacantes eran de tu ejército: no se como pude enamorarme de ti y culpé a mi hermano por ello, eres un desgraciado infame y agradezco que te haya abandonado por Hagen, es un buen chico no como tú.

-Cállate, nadie me habla así y menos tú ramera de alta clase, mejor búscate un lugareño y así estarán iguales.

Ingríd rió amargamente, en ese momento se acercó el grupo de hombres de Siegfried quienes le dijeron que nadie había querido darles alimentos.

-Qué se creen estos miserables, Ingold, Albraim saqueen todas las casas y mátenlos a todos no vale la pena la sangre que se ha derramado por estas sabandijas.-

Los hombres les observaron atónitos y como se resistían Siegfried repitió sus palabras y desenfundó la Balmung.

-¿No me oyeron? Es una orden! -.

Todos partieron y dando patadas a las puertas sacaron a mujeres y niños mientras golpeaban con violencia a los hombres fuesen estos jóvenes o ancianos. Ingríd observaba todo aterrada y poniéndose delante de él exclamó:

-Por los dioses, no hagas tal cosa...-.

Siegfried se dio la vuelta y la miro exasperado, sus cabellos ondeaban por su espalda y de sus puros ojos azules emanaba una callada súplica, nunca la amó y ahora no era la excepción. Era hermosa y era encantadora pero no tenía el magnetismo de su hermano ni su sugerente autodestrucción, mientras la miraba pensó en Alberich, en lo extrañamente sumiso que se había comportado en la víspera y en lo distintas que serian las cosas sin Hagen de por medio, se lo imaginó prodigándole besos y mirándolo como jamás lo miraría a él y toda la furia se concentró en su mano y pasó a la balmung.

Ingríd juntó las manos mirando aterrada a su alrededor, los hombres hacían todo lo que Siegfried decía y saqueaban delante de sus ojos pateando y golpeando sin importarles nada más, lo vio lívido de furía y observó como la espada se dirigió hacia ella y lanzando un grito comprendió que él iba a matarla, trató de esquivarla pero el golpe le dio en el costado y cayó de espaldas al suelo sintiendo como la sangre manaba abundantemente de su propio cuerpo.

- Mamá, iré a reunirme contigo...hermano perdóname - susurró antes de expirar.

Los que presenciaron la escena quedaron pasmados de horror entre ellos Eruner que al ver a su señorita muerta cayó de rodillas mientras gruesas lágrimas surcaban su ajado rostro.

- El señor no está - respondió amablemente una de las criadas y haciéndolos pasar agregó:- pero dejo órdenes por si vos veníais joven Alberich.

Ambos se miraron y pasaron al salón donde las mujeres les sirvieron hidromiel y abundancia de carnes para su total regocijo.

- Es extraño que supiera que estoy aquí - murmuró Alberich trinchando un trozo de carne.

-Fue tu tutor, debe ser muy inteligente - respondió Hagen bebiendo hidromiel.

Su amigo asintió y siguió comiendo mientras afuera se dejaba oír un impresionante griterío, las criadas chillaron y ambos se pusieron de pie.

-Tienes tu espada? - susurró Alberich llevando la mano a su espada.

-La perdí en el río.

Unos golpes imperiosos resonaron en la puerta Alberich abrió y antes de que pudiera atacar su tutor cayó a sus pies llorando amargamente.

-La señorita Ingríd está muerta.

Alberich soltó la espada mientras Hagen lo sujetó para impedir que cayese al suelo.