Hilda se paseaba por su estancias privadas en el Valhalla y miraba temerosa hacía lo alto, era una Sacerdotisa que era el rango más alto de Asgard, pero no era un modelo de virtud y lo sabía en lo más íntimo de su ser. Estaba alegre, demasiado alegre y era la única que lo estaba ya que todo el pueblo, desde el más humilde al más rico lamentaban la pérdida de Ingrid de Megrez; Todos menos ella porque esa muchacha de su misma edad y que alguna vez fue su amiga era su rival, Siegfried la servía a ella y al mismo tiempo se comprometía con la adorada hija de Baldrick.
Tenía motivos para odiarla pero no eran mas que por su amor perdido. Ingrid era admirable y muy diferente a su hermano, ella tenía corazón y una bondad a toda prueba era un hecho que adoraba a su hermano y también que amaba al guerrero extranjero.
"No puedo reprocharle nada todas lo aman ¿por qué tendría de haber sido distinto contigo Ingrid?" – pensaba Hilda mientras afirmaba la palma de su mano en la ventana y veía caer la nieve, como plumillas.
Recordó el funeral, todos estaban abatidos y algunos sollozaban en silencio: Flare se apoyaba en el hombro de un distraído Hagen y ella mantenía la vista baja luchando para no mirar a Siegfried, desterrando los alocados pensamientos que el amor ponía en su cabeza, ahora él sería suyo ya no había ningún obstáculo y ninguna rival. Lo sentía por Alberich, el muchacho estaba destrozado y jamás lo había visto así pero todo pasaba y el tiempo curaba todo.
Apoyó la frente en el cristal disfrutando del frío y sonriendo como una tonta, una ráfaga de viento la hizo estremecer y mirando sorprendida hacia la puerta vio a Flare.
-Flare…-murmuró acercándose sorprendida por la terrible expresión de su hermanita.
No hubo respuesta, los ojos verdes estaban abiertos de par en par y su faz pálida era casi transparente. Hilda se mordió el labio y sacudiéndola con suavidad repitió:
-Flare ¿Por qué estás así? ¿Que pasa, ¡Dime algo, por Odin!-.
Su hermana la miró como perdida y articulando las palabras con dificultad musitó:
-Se fue…se fue.
-¿Quién se fue? ¿Adónde? Flare…- suplicó Hilda.
Un segundo se alargó interminable, Hilda la miraba conteniendo la respiración y temiendo la respuesta.
-Hagen…huyó…Hagen – la muchacha repitió el nombre de su amado y cayendo sobre la alfombra rompió a llorar convulsivamente.
Hilda
soltó una exclamación y se arrodilló junto a
ella acariciando sus cabellos, no podía consolarla, no sabía
que le había pasado al gentil Hagen y, hasta pensaba que su
hermana exageraba.
-Pero Flare –
exclamó con dulzura – Si se ha ido regresará, vos
sabéis como es Hagen y tal vez quiere ver sus tierras…no es
para que os pongáis así.
Su hermana levantó la cabeza y redoblando en sollozos añadió con desesperación:
-Pero si se fue ¡Huyó con Alberich, hermana! Con Alberich -.
-¿QUÉ…?-.
Impactada la sacerdotisa se llevó la mano a los labios, otra vez él….otra vez conspirando para quitarles la felicidad ¿acaso las odiaba, se inclinó hacia su hermana y acariciando su hombro susurró con la vista ida: - Lo pagará Flare, Alberich pagará.
La nieve caía sin descanso y el cielo se encapotaba, Siegfried aquietaba a su corcel acariciándole las crines y su cerebro repasaba con furia todos los hechos que se habían sucedido sin tregua, estaba enloquecido y obsesionado con ese cardo arrogante de rojos cabellos y ya había llegado tan lejos por él, no se sentía un traidor: el amor y el combate justificaban todo, los dioses mataban a su antojo y el era uno de ellos, Ingrid se interponía entre él y su hermano y la había sacado de la jugada…Asgard era el tablero de ajedrez y Alberich el rey que debía ganar, miraba con fría cólera hacia el interior de la mansión Megrez sabía que a Baldrick su hijo no le interesaba en lo más mínimo y no tenía justificación para seguirlo.
- Ésta vez ganaste Merak, pero sólo por ésta vez – susurró y espoleando el caballo lo dirigió hasta las caballerizas de la mansión.
Los criados le temían y se aparataron respetuosamente, Siegfried pensaba que parecían unos viejos cuervos vestidos completamente de negro, subió las escaleras y se dirigió directamente a la biblioteca.
Al entrar se quedó mudo por un instante al ver el desastre de tan bello lugar, el patriarca de los Megrez estaba en su escritorio y sostenía una botella de hidromiel, otras estaban regadas por el suelo y muchos libros hechos pedazos.
"Debió amarla mucho para destruir sus libros, eso es lo único que Alberich y él tienen en común" – pensó mientras recogía un tomo de Plutarco y sonriendo lo sostuvo por la tapa y poniéndola en la mesa exclamó:
- La paciencia tiene mas poder que la fuerza
Baldrick lo miró y quitándose el cabello negro del rostro respondió con voz carente de tono:
-Muchas cosas son las que el tiempo cura, no las que la razón concierta.
Siegfried sonrió y se sentó junto a él, sin importarle que estuviera ante el que casi fue su suegro y cuya hija y futura esposa murió a causa de su propia espada.
-Vuestro hijo se ha ido…- murmuró tomando una botella de hidromiel.
El patriarca esbozó una sonrisa amarga y haciendo un ademán con la mano replicó:
-No me interesa, mi única hija murió en una tierra extraña.
Una intensa luz apareció en los ojos del rubio guerrero, era tanto el odio por Alberich y tan intenso el amor por Ingrid que estaba por creer los rumores del pueblo que decían que el gran señor satisfacía con su hija el deseo por su esposa muerta. Siegfried apoyó ambos codos en la mesa y mirándolo le dijo:
-Vos sois un gran hombre y aunque vuestra hija ya no esté para desposarla…-hizo una pausa y escrutó el rostro del hombre que tenía delante: - Siento admiración hacia vos y por respeto debo velar por vuestra honra.
Baldrick alzó una ceja y lo miró extrañado.
-Mi honra está intacta…-.
Siegfried negó con la cabeza.
-No mientras vuestro hijo siga su camino junto a un simple sirviente como lo es Merak, Alberich se fue con él – El extranjero sonrió, Baldrick había soltado la botella que tenía en las manos y le prestaba toda la atención. – Así es, no le bastó con no proteger a su hermana y ahora huye con un simplón limpiador de caballerizas.
La respuesta del Padre no pudo ser mas contundente,Baldrick lanzó lejos la botella de hidromiel que se hizo trizas en uno de los estantes esparciendo su contenido sobre los libros tirados allí.
-Quiere matarme y sabe que mi honra es lo más preciado que me queda ¿En qué momento le permití vivir? – maldecía y gruñía.
Siegfried lo miraba pensando en su próximo movimiento, el Padre de Alberich no había mencionado nada acerca de por qué su hijo huía con Merak
-En Grecia se acostumbra que los hombres se relacionen con sus pares, consideran a las mujeres muy indignas…aquí no está permitido y vuestro hijo os desafía, Dejadme ir en su búsqueda y dejadme ser su maestro os juro que conseguirá una armadura sagrada – Siegfried continuaba hablando y sus palabras apaciguaban a Baldrick.- Él nació para ser un divino de Odin.
Su interlocutor se arregló los cabellos y tratando de ordenar su escritorio lo miró unos segundos.
-Sois inteligente y podríais rivalizar con él, acepto vuestra propuesta: yo ganaría en prestigio y él ya podría salir de mi vida y hacer algo útil.
Alpha se puso de pie y le tendió la mano: tenía la excusa perfecta pero aún le faltaba la mitad de la jugada.
-Sois juicioso Baldrick y no os arrepentiréis de esta decisión, debo ir al Valhalla a informarle a la sacerdotisa de mi partida.
Éste asintió y mientras bajaba las escalinatas una luz de triunfo brillaba en las pupilas de Siegfried.
"Estoy cerca de ti pelirrojo aunque tú no tengas ni idea" – pensó cubriéndose con la capa al salir del exterior.
Hagen llevaba al paso su brioso corcel y la capucha le caía casi en el rostro a causa del aguanieve que no había cesado desde que habían salido de Asgard, un poco más atrás Alberich le seguía y apenas podía distinguir sus ojos por llevar el cabello pegado a la cara pero en su actitud general desprendía agotamiento y sobretodo una gran tristeza.
"Alberich debes superarlo o tanto dolor acabará destruyéndote y a mí contigo…"- Hagen refrenó su caballo y aguardó a su compañero-" No te conozco mucho pero todas las emociones a tu lado son tan intensas que temo al estar solo".
Un impulso que no comprendía lo había llevado a ofrecerle la opción de huir, conocía el prestigio siniestro de Megrez y sabía tan bien como todos del chismorreo que dejaba ese pelirrojo atractivo por donde pasaba; pero nada lo había preparado para esa belleza física y esa embriagadora compañía que bien podía estar riendo entre lágrimas, corriendo por el bosque, leyendo un libro o seduciendo muchachas en las tabernas…Era incansable y su accionar lo desconcertaba y atraía como a una mariposa a la luz del fuego, Alberich era la vida al lado de la Princesa Flare a la cual quería pero ese sentimiento era pequeño en comparación por lo que sentía por el joven pelirrojo.
Miraba sus ojos verdes tan claros como las hojas nuevas y esos cabellos como sangre cuando se estremeció al notar que esos ojos lo veían a él.
-A…Alberich – susurró – me asustaste.
Su compañero lo miró extrañado y acercando su corcel musitó:
-Lo lamento, estoy agotado y me dormía.- sonrió con tristeza.
-Estamos por llegar al poblado resiste un poco más – le pidió Hagen.
Alberich asintió y quitándose la capucha sacudió sus cabellos con energía y levantó el rostro para que la nieve le cayese en él. Hagen sonrió y lo imitó mientras miraba el camino con una leve preocupación, no habían hallado caminantes ni tampoco animales feroces lo que significaba que los aldeanos vigilaban bien sus caminos y por ende se preguntaba si los dejarían residir allí.
"Su rostro está muy pálida, temo que enferme…debemos llegar cuanto antes" – pensó el rubio y tomando la mano de su compañero lo sacó de ese estado de mutismo.
-Alberich, debemos seguir, lo ideal es llegar allá antes que caiga la noche.
-Entiendo, démonos prisa entonces…aunque, aún no oscurece y estamos cerca – Se acercó a Hagen y acercándose por encima del corcel lo besó suavemente en los labios. – Gracias por estar aquí conmigo.
Hagen se ruborizó y tocándole la espalda siguieron la marcha sin muchas complicaciones excepto su dolor por la situación del que amaba tanto, veía muy decaído a Alberich y estaba lejos de ser el muchacho chispeante que conoció, y aunque entendía su situación, le preocupaba que el pelirrojo tuviese cargo de conciencia por la última despedida con su hermana.
Alberich condujo el caballo con fuerza e iba a adelantarse cuando de entre el túnel de árboles que les rodeaba saltó hacia él un enorme lobo gris, Hagen le gritó y espoleando su corcel se precipito a ayudarlo mientras trataba de desenfundar la daga que llevaba colgada al cinto.
-¡Alberich, cuidado! – gritó desesperado mientras veía como en cámara lenta al caballo del pelirrojo caer al suelo con una horrible herida en el costado y a su compañero caer con él.
El lobo se le tiró encima y apenas notó que su corcel agonizaba y justo cuando las gruesas garras del animal iban a destrozarle el cuello y oía los gritos de Hagen sintiéndolo casi a su lado, el lobo desapareció de su vista y se esparció en el aire en miles de brillantes trozos de amatista que quedaron esparcidos en el camino.
-¿Qué sucedió? – siseó el rubio muchacho inclinándose hacia él, con el rostro aún contraído.
-No lo sé…no lo sé…- respondió Alberich sujetándose al brazo de su amante.
Hagen se inclinó y tomando algunos fragmentos retiró la mano al notar que cortaban.
-Es amatista Alberich -.
Su compañero miraba preocupado a su caballo y luego que el animal exhalara su último suspiro se decidió a hablar.
-Si, es una especie de don que va de generación en generación…es la marca de que seré un guerrero de Odin.- miró a su amigo con una extraña expresión en su rostro y alzando la palma de la mano descubrió un corte en forma de cruz, Hagen alzó una ceja y mirándose la propia vio que tenía el mismo corte provocado por los fragmentos.
Ninguno de los dos habló y simplemente unieron sus manos mientras Hagen cortaba con su daga las alforjas del animal muerto.
- Tendrás que ir en la grupa – susurró sonriendo.
- No hay problema – sonrió Alberich.
Ambos subieron entonces al alazán de Merak y siguieron su camino sintiéndose transfigurados y percibiendo que desde ese instante estarían ligados para siempre.
Una furiosa tormenta caía sobre Asgard, los altos torreones del Valhalla y la estatua de Odín se iluminaban a causa de los relámpagos y el trueno hacía retumbar cada una de las piedras que conformaban el Palacio.
Tras dejar su caballo en las caballerizas Siegfried corrió a guarecerse de la lluvia y a medida que caminaba por loa adustos pasillos iba notando un aire casi sepulcral en el lugar, las valquirias lo saludaban bajando la cabeza y acercándose a una le pidió que le trajera alimentos y se dirigió a su habitación en el ala este del palacio, y contigua a las de Hilda y su hermana.
Siegfried estaba abriendo la puerta cuando Hilda salió de su cuarto llevando una pequeña lámpara en su mano, al volverse se extrañó de la expresión abatida de la joven princesa.
-Hilda…¿sucede algo?-.
Sin recibir invitación y adentrándose bruscamente en el cuarto del extranjero Hilda respondió:
-Si, mi hermana está destrozada…Hagen se fue, se fugó con Megrez ¿lo sabias tú?-. Exclamó levantando la voz.
Alpha se quitó la capa y la dejó a un lado y desvistiéndose sin pudor alguno delante de la joven replicó conteniendo su ira:
-Sí, los vi irse y estuve hablando con Baldrick de Megrez quién me dio su consentimiento para que su hijo sea mi pupilo.
Los ojos de la sacerdotisa relampaguearon y dejando la lámpara en una silla se acercó a su amante, mientras le quitaba la camisa, lo miró a los ojos y con seriedad musitó:
-Que sea lo que quiera pero prométeme que una vez que os canséis de él lo mataréis, no quiero que ese muchacho de alma horrible llegue a llevar una armadura sagrada – Al ver la incredulidad y reticencia en los ojos de su amante agregó:- Sé que lo amas y estoy dispuesta a aceptarlo pero por Flare os ordeno que os venguéis y para Hagen no habrá mayor dolor que perderlo o saberse engañado.
Alpha rápidamente la asió de ambas manos sujetándola con fuerza y tirándola a la cama sin piedad alguna se situó sobre ella mirándola como un lobo a una futura presa. Hilda resopló sorprendida mientras lo observaba con los cabellos revueltos y el pecho ascendiendo y bajando a causa de la impresión, y el deseo.
-Así que eso queréis y,¿estáis dispuesta a ser mi ramera? Jamás lo imaginé de vos, a él lo deseo más que a nadie y cumpliré vuestra promesa siempre que vos me ordenéis oficialmente como Capitán de los guerreros divinos con ceremonias y bajo la espada de odín.
Antes de que esos labios se abatieran sobre los suyos Hilda respondió:
-La capitanía es vuestra y yo también. – y asiéndolo de la nuca lo besó entregándose en cuerpo y alma a ese hombre de cabellos rubios y ojos fríos.
Siegfried la disfrutaba saciándose con la pasión de esa mujer y el odio que sentía por Alberich, el chico con que él soñaba todas las noches imaginándolo sometido a sus designios y deseos, humillándolo y socavando ese orgullo y esa inteligencia que brillaban bajo unas pupilas intensamente verdes. Con su mano derecha recorría los muslos firmes de la sacerdotisa que jadeaba bajo sus embates y acariciaba totalmente entregada a él su pecho.
En la otra Habitación la princesa Flare se dormía con lágrimas en los ojos y soñando cuando ella y Hagen eran felices.
