Unidos por sangre
Capítulo 1
Una mujer corría velozmente por las oscuras calles de Tokyo, siendo perseguida por unas personas, que le pisaban los talones. La mujer giró un callejón esperando que esta no estuviera cerrado pero...
-Mujer: Noooo –decía llorosa mientras se arrimaba a la pared, alejándose lo máximo posible de los hombres que ahora la tenían arrinconada.
-Hombre 1: ¡Sashiko! ¡No tienes escapatoria! ¡Dame al niño!
-Sashiko: ¡Noo! ¡No lo haré! ¡No es tuyo!
La mujer sin poder evitar que dos hombres se le acercaran, se puso en posición de defensa hacia el pequeño niño que llevaba en brazos. Los dos hombres la agarraron y el hambre que había hablado, le arrebató al bebé. La mujer defendiéndose con uñas y dientes recibió varios golpes antes de caer al suelo muy malherida sin poder evitar la huida de los hombres.
-Sashiko: ¡NOOOOOOOOOOOOOOOO! ¡No seas cobarde Setsuna! ¡Devuelvemeloooo!
Dieciocho años después en Tokio
-Chica: ¡Llegaré tarde! –decía una joven dirigiéndose a la cocina para tomar rápido su desayuno.
-Madre: Buenos días Sango- dijo la madre dándole un beso en la mejilla.
-Sango: Buenas mamá –contestó mientras en ese mismo entraba en la cocina un niño más pequeño que Sango.
-Kohaku: Buenos días a todos –decía restregándose los ojos -¿Qué es tanto ruido de buena mañana?
-Sango: No quiero llegar tarde el primer día, así que me voy –dijo levantándose de la mesa y dando un beso en la mejilla a su madre y otro a Kohaku y saliendo rápidamente de la casa.
-Madre: Hijaaa espera, te olvidas el almuerzo –dijo saliendo tras su hija, pero la chica ya había desaparecido.
-Anciana: Vaya vaya, veo que Sango está llena de energía de buena mañana –dijo sonriente la vecina de enfrente.
-Madre: Si, pero mejor así –dijo sonriente.
-Anciana: Y que, ¿ya se han acostumbrado al ambiente de ciudad?
-Madre: Si, yo lo que temía es la reacción de mis hijos pero parece que están bastante contentos. Pero no había más remedio, me han trasladado a la ciudad y venir a trabajar desde el pueblo sería muy difícil.
-Anciana: Ya… bueno, si necesita algo, no dude en decírmelo. Yo ya soy mayor pero podría hacer algo.
-Madre: Muchas gracias señora…
-Anciana: Kaede, mi nombre es Kaede, ¿y usted?
-Madre: Mi nombre es Sashiko.
Después de las presentaciones las mujeres se dieron la mano en modo de saludo y se sonrieron mientras empezaban una animada conversación. Luego, al rato, salió Kohaku.
-Kohaku: Mamá yo me voy ya o llegaré tarde. Adiós.
-Sashiko: Hijo, ¿llevas la comida?
-Kohaku: Si, chao y desapareció calle arriba.
Con Sango
Sango salía del aula de profesores. Seguía de cerca de un profesor que sería su tutor en lo poco que quedaba de curso.
-Tutor: Bueno, ya he corregido tu examen y veo que tienes un nivel muy alto, me alegro que el cambio de escuela a medio curso no afecte en tus estudios –de repente se paró ante una puerta, la abrió y entró.
Sango entró lentamente en la clase, muy nerviosa porque ahora todas las miradas se fijaban solo en ella. De fondo se oía la exclamación de gente diciendo ¡que guapa! . Llamando la atención de Sango, que miró rápidamente a la gente que tenía delante, deteniéndose de repente el la mirada azul y penetrante de un chico de la segunda fila, que no le quitaba la vista de encima. Sango se sonrojó y apartó la vista rápidamente, yendo hasta el tutor.
-Tutor: ¡Silencio chicos, esta es vuestra nueva compañera. Se llama Sango Oenishi, espero que la tratéis como se merece. A ver… Siéntate junto Aikido e Higurashi, en la segunda fila.
-Sango: Si –dijo la chica, dirigiéndose donde su tutor le había señalado.
-Higurashi: Mucho gusto mi nombre es Kagome Higurashi, espero que seamos amigas –dijo la chica con una sonrisa.
-Sango: Si.
-Tutor: Bueno, empecemos ya.
A la tarde, después de las clases
Sango salía de la puerta junto con Kagome, las dos hablando animadamente.
-Kagome: ¿Te gustaría venir a mi casa a hacer los deberes de hoy?
-Sango: ¡Ah! Me dejé un libro en el aula, ¿me esperas que voy por el, por favor?
-Kagome: Claro.
Sango se fue corriendo dejando a Kagome en la puerta. Se dirigió a su aula y cuando volvía con Kagome, se dio cuenta que esta estaba con dos personas más. Uno era Aikido, su compañero de clase y el otro no lo conocía.
-Sango: Ya estoy.
-Kagome: Bueno Sango estos son Inuyasha Koh–dijo señalando al chico de larga cabellera negra y ojos marrones – y Miroku Aikido.
-Inuyasha y Miroku: Hola.
-Sango: Mucho gusto –la joven los miró a los directo a los ojos, primero a Inuyasha y luego a Miroku, quedando su mirada en este cuando notó que él le sonreía sin quitarle la vista de encima ni un segundo.
-Kagome: Bueno chicos, nos tendrán que disculpar porque Sango y yo nos vamos a estudiar a mi casa –dijo la muchacha de cabellos azabache que vio que si no intervenía se les hacía de noche.
-Sango: Eh… si adiós, un gusto conocerles.
-Kagome: Adiós Inuyasha –dijo dándole un beso en la mejilla -Hasta mañana.
Y las dos chicas se fueron dejando a los dos chicos en la puerta, que al cabo decidieron irse para casa.
Con Kagome y Sango
Las dos caminaban charlando, dirigiéndose al templo Higurashi, donde vivía Kagome y su abuelo hacía de sacerdote.
-Kagome: Am… te aviso que tengo un hermano muy pesado pero muy mono y… a si, mi abuelo es muy exagerado y vigila que no te eche un rollo de los suyos, que cuando empieza no acaba… y mi mamá es una persona muy amable, te caerá bien… y… bueno mi padre… murió poco después de nacer Kohaku en una explosión, salvando a una niña en un incendio, era bombero… pero eso ahora da igual. Y tú, ¿tienes hermanos? –dijo la joven mirando a Sango.
-Sango: Si tengo, uno de ocho años, le quiero mucho, aunque también es un contestón. Y mi madre es muy amable, y nos quiere mucho.
-Kagome: Ay, si tu hermano tiene ocho años quiere decir que va a la clase de mi hermano. ¿Se llevarán bien? Por lo que dices tu hermano es calmadito, todo lo contrario del mío que es un petardo –dijo Kagome, provocando la risa de Sango.
-Sango: Tanto así, el mío tampoco es un ángel pero siempre hay momentos especiales entre hermanos.
-Kagome: Si, a, y oye, tu padre…
Sango no respondió, su mirada ahora triste se posaba en el suelo.
-Kagome: ¿No tienes padre? Lo siento no quise preguntar.
-Sango: No es eso, es que mi padre fue asesinado hace un año… y bueno, no me gusta recordarlo… ha pasado poco tiempo… Desde entonces mi madre nos ha sacado adelante sola por ello Kohaku y yo no dijimos nada cuando nos trasladamos a la ciudad, creemos que se lo debemos. Es diseñadora, bueno ayuda en el atelier de un diseñador.
-Kagome: Anda, pues lo debe estar pasando muy mal…
-Sango: Si, bueno, ahora lo que quiero es encontrar un trabajo para poder ayudarla –dijo Sango mirando sonriente a Kagome -. ¿Sabes alguno que pueda compaginar con los estudios?
-Kagome: Bueno, podrías trabajar en la cafetería Edo. El dueño es mi primo y te puedo recomendar.
-Sango: ¿De verdad? ¡Gracias Kagome!
Las dos muchachas siguieron hablando hasta que llegaron al templo, allí hubieron las presentaciones entre Sango, la señora Higurashi y el abuelo.
-Kagome: Bueno mamá, nosotras vamos a estudiar a la sala.
-Sra. Higurashi: Si, en un momento os traigo un té y unas pastas.
-Kagome: Gracias mamá. Vamos Sango.
Y las dos se fueron a la sala, donde comenzaron con sus deberes.
-Sra. Higurashi: Si, en unos momentos os traigo un té y unas pastas.
-Sango: Esto, señora Higurashi, ¿me dejaría usar su teléfono por favor?
-Sra. Higurashi: Claro que si, está en el pasillo.
-Sango: Gracias.
Kagome y Sango se dirigieron hacia el pasillo.
-Kagome: Bueno, cuando acabes de hablar vienes.
-Sango: Si, solo voy a decirle a mi madre sobre que me quedo hasta tarde para hacer los deberes contigo.
-Kagome: Haz, haz –dijo desapareciendo tras las puertas correderas del salón.
Pasada una hora
-Sota: ¡Mamá! ¡Ya estoy en casa! –decía un niño de ocho años desde la entrada del templo. La señora Higurashi fue a recibirlo.
-Sra. Higurashi: Hola hijo, vaya, ¿un amiguito nuevo?
-Sota: Si, recién llegó a la ciudad. ¿Y Kagome?
-Sra. Higurashi: En el salón, podéis ir pero, no las molestéis.
-Sota: ¿Las?
-Sra. Higurashi: Si también trajo una amiga.
-Sota: A vale, bueno vamos –dijo guiando a su amigo hasta el salón.
Sota abrió la puerta.
-Sota: Hola hermana.
-Kagome: ¡Sota! ¿Que no entrenabas hoy?
-Sota: Si bueno, el entrenador no vino y… Kohaku pasa…
-Kohaku: ¿Hermana? ¿Qué haces aquí?
-Sango: Hola, vine a hacer los deberes con Kagome. ¿Y tú?
-Kohaku: Vien a jugar con Sota.
-Sango: ¿Lo sabe mamá?
-Kohaku: Si, pasamos por casa antes de venir.
-Sota: Bueno, nosotros nos vamos, no queremos molestar –dijo Sota guiando a Kohaku hasta la siguiente sala para pasar la tarde juntos.
-Kagome: Bueno… al final si se hicieron amigos –dijo la chica por sacar algún tema ahora que se había desconcentrado.
-Sango: Si –dijo riendo por la cara de su amiga –por cierto, os parecéis mucho, digo Sota y tú.
-Kagome: ¿He que si? Si el fuera más mayor pareceríamos hermanos.
-Sango: Yo y mi hermano no nos parecemos tanto, es increíble que vosotros dos no seáis de la misma edad.
-Kagome: Ja ja ja, tanto así, yo creo que Kohaku y tú si se parecen. Y hablando de parecidos, a quien si te pareces es a Miroku.
-Sango: ¿Qué?
-Kagome: Bueno, antes en la entrada, los vi y… no se, parecían mellizos.
-Sango: ¿Eh? ¿Tanto así?
-Kagome: Que si mujer.
-Sango: Lo que tu digas.
Kagome solo rió ante el desvío de la mirada de su amiga.
-Kagome: ¿Te gusta Miroku?
-Sango: ¿Qu-¡Que? ¡Pero que dices! ¡A mi no me gusta nadie! –dijo alarmada Sango.
-Kagome: Ya –dijo apoyando su cara sobre su mano y mirando fijamente a su amiga -¿Entonces porque te alarmaste tanto? ¿Y que es ese sonrojo que apareció en tu cara?
-Sango: Kagome… -suplicó Sango.
-Kagome: Ya vale, ahora no hablamos pero… no te creas que el tema no volverá a salir.
Sango no le dio importancia al significado de las palabras dichas por Kagome pero agradeció que esta hubiera cambiado de tema y ahora retomaran sus faenas.
A las ocho de la noche
-Sango: Bueno, muchas gracias por todo.
-Sra. Higurashi: Volved cuando queráis.
-Sango: Si, gracias.
-Kagome: Adiós Sango hasta mañana.
-Sango: Adiós.
-Kohaku: Muchas gracias Sota, adiós.
-Sota: ¡Adiós! –dijo el joven repetidamente mientras los dos hermanos se alejaban.
-Kagome: Sota calla que no se va para siempre, lo verás mañana. No hace falta gritar tanto.
-Sota: Ay hermana, tan sosa como siempre.
-Kagome: Burro –dijo entrando en casa.
-Sota: Ay, hermanas –dijo suspirando.
-Kagome: Te he oído –se oyó una voz que venía de dentro de la casa.
-Sota: Yo no dije nada –dijo entrando en la casa, luego susurró –a veces tengo la sensación de que tiene genes de gato.
Continuará en el capítulo 2
