El
fantasma de Canterville
Basado en el cuento de Oscar Wilde, "El fantasma de Canterville".
Capítulo
seis.
La maña del señor Snape
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¡Imperdonable ese día, cuando me dejó mi hermana a la suerte! ¿Suerte, digo yo? ¡Traición! Claro, heredó a Fred y George, es lo que se gana tras años de estar siempre con ellos. Sí, claro, por supuesto. No recuerda cuando su hermano el pequeño le contaba cuentos, a la hora de dormir, o que le hacía de comer cuando mamá y papá estaban en la esquina con unos chales lastimeros pidiendo lismosna. Oh, santa vida que me tocó sufrir. Yo soy un poeta ¡no un sujeto que se deja entre la espada y la pared, joder!
O, en este caso, entre el paranoico y la ventana.
Tiemblo cuando rememorizo la escena. Ese Harry es un pobre chico con problemas. Alguien que debe de tener trastorno por la poca comida, o una mamá que bebía cuando estaba embarazada. Si bien, el señor Snape nos advirtió que asintiéramos con una sonrisa, contentando Sí a todo lo que dijera.
Pero ÉSE día, no pude. Estaba nervioso, miraba la ventana de vez en cuando, miraba esos profundos y maniacos ojos verdes... ventana, ojos verdes, pasto, iris verde, un apapachable piso duro y verde, una horrenda cicatriz fenomenal, producto de una cucharilla. Cuando la punta de la culeta de mi hermana se desvaneció por la puerta de la biblioteca, lancé un grito que debió de escucharse por todo Canterville, y puse de un puntapié a un diminuto y enclenque Harry que cayó en la silla y de ahí al piso. Quedó de quieto, ni siquiera respiraba, por un momento tuve que agacharme nervioso para comprobar que no fuera una gárgola.
Mal error. Ese día comprendí que sería el peor de toda mi vida. Empezó a gritar y se aferró como gato a mi casaca, mientras me sacudía bruscamente.
— ¡POR QUÉ NO CONFÍAS EN MI, ERES MI MEJOR AMIGO!
— ¡Y APUESTO QUE EL ÚNICO!
Corrí como pude y salí de la biblioteca. Juro solemnemente que mis intenciones no son volver ahí.
Lo malo, es que Harry también se había dado a la fuga, y me atrapó en el instante que llegaba a las escaleras.
— ¿Por qué no confías en mí, que te hice, acaso no hay pruebas suficientes de que los magos existen?
— ¡ALÉJATE!
— ¡RON, ESPERA!
Vi que de repente el techo se puso enfrente de mí, mi cuerpo flotó instantes, la cara de espanto de Harry por unos segundos que duraron minutos, luego, mi brazo retorcido cuando chocó con el escalón, mi pierna a la altura de mis ojos cuando reboté sobre el brazo que seguía sano apenas dos segundos, y mi gritó cuando vi que estaba por embarrarme al pie de la GRAN escalera. Luego, todo negro.
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— Señora Promfey, ¿estará bien mi Ronnie?
— Si no se mueve los próximos días, tal vez.
— ¡Oh, Ronnie, que desdichaza has hecho a esta madre que tienes!
— Sí. Se dio de la madre, ¿verdad?
— ¡FRED!
— Sea más discreto, joven Weasley.
— Una buena colgadera en mis cadenas oxidadas deberían de darle.
— No creo que sea necesario, señor Filch...
— ¿Puedo ver como cuelgan a Fred, papá?
— Eh... yo... claro, Ginny...
— ¡SILENCIO O TE COLGARÉ YO, ARTHUR!
— Mmmm... —dije, lastimosamente.
— ¡Está vivo!
— Potter, aléjese de él. No queremos que...
— ¡AAAAHHHHHH!
El doloroso amistoso abrazo de Harry me quitó alma.
— ¡Amigo!
— ¡Ayuda!
Forcejeo. Un viejo cocinero Snape cargando a Harry, que seguía como niño con zapatos nuevos.
— ¡Eso tardará una semana en sanarse, le dije que no se moviera!
Vi como la silueta de una mujer mayor me miraba con severidad, con un traje blanco de enfermera. Era la señora Promfey, me enteré más tarde, una señora que llamaron cuando encontraron a mi despojo de cuerpo en ángulos imponibles. La habían contratado para cuidarme durante una semana, donde ya debería de estar suficientemente reconfortado.
Claro. De escoger a ella a mi mamá, prefería a ella. Pero, de aver tenido el milagro de una machacadora de huesos con un erizo verde de improvisto, escojería a la machacadora que a la aterradora señora Promfey.
— ¡Sólo cinco minutos, está descansando!
— Pero... vine a traere, ya sabe, la comida a mi hijo.
— ¡Disculpe, señor, pero no puede comer nada, tiene que hidratarse con jugos!
— ¿Jugos?
— ¡No, quiero cof comida!
Vi con horror mi apestoso jugo de... no sé, ¿naranja, piña? Mientras ella muy gustosa de tragaba las chuletas de carne que Snape hizo esta vez. Hasta mis riñones me rugían! Oh, DIOS, EL HORROR!
Baño de esponja.
— ¿Segura que no quiere que el ayude, señora Promfey? —dijo la señora McGonagall cuando la benevolente enfermera le mandó a traer no sé cuantos trapos para... ya saben...— Podría ayudarle. Usualmente, cuando el hijo de los antiguos señores estaba enfermo, lo bañaba a mano.
— Pero es mi trabajo, querida.
— Oh, si me es un placer ayudar, Poppy.
El apodo que le inventó debió hacerla ceder, pues se inclinó y vi como las dos viejas (lujurientas, para mí) se me acercaban con unos trapos humedecidos en sus arrugosas manos. ¡ARRUGAS POR TODAS PARTES! ¡Ah! Miré con horror que de la nada aparecía ese retorcido de Hagrid con su gran perro, para preguntarle a la sirvienta si quería que dejara todas las hortalizas en un cabastro. Ella contestó que debía preguntárselo a Snape. Hagrid contestó que estaba ocupado pues de alguna manera, que no sé, mi madre le obligó a ayudarle a desquitar unas cortinas, hasta el cobertizo, y le daba miedo la casa por el fantasma. La vieja le dijo que sí, y luego las llevara en la alacena de la cosina. No, pero que ésta estaba muy, qué la chingada. Que qué tenía, el fantasma jamás se adentraba a los túneles subterráneos de la casa. Y bla bla bla se agarraron las tres comadres, y aprovechase el perro a subirsme encima, ensuciándome otra vez.
— ¿Quieren que les ayude? —preguntó con todas las intenciones del mundo el gigantón del jardinero.
— ¡NO! —rugí con una voz que ni yo me reconocí.
Una hora después, de un infierno en vida, terminaron mi higiene.
— Vaya, su pelo es un desastre... claro, no como el de Potter, que parece que usa pegamento en vez de shampoo toda la semana... mmm... deberíamos cortárselo, creo yo. Ese estilo de llevarlo a los hombros como Severus no le queda.
— ¡Ya tomaron mi cuerpo, dejen mi cabeza en paz! —lloré.
— No diga tonterías, señor Weasley. Es más, pediré permiso a la señora...
— Hola —dijo mi madre, que entraba con la cena esta vez, una riquísima sopa en caldo—. No pude evitar escuchar la conversación y... —me miró con unos ojos brillantes, que me hicieron palidecer—. Primera vez que veo a mi hijo tan calmadito para poder raparle esa melena. Dice que se quiere parecer a Bill, mi segundo hijo mayor. Tenía el cabello como cola de caballo. Aunque se fue hace unos dos años a Egipto como polisón en un barco... dijo que quería trabajar en una sucusales de bancos que había ahí, tras una palanca... aunque no entiendo por qué, aquí también tenía palanca en un banco local... en fin, yo sujeto los hombros, señoras ¡las tijeras!
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— Hay, joven Ron, le queda de maravilla es nuevo look que trae —dijo Hermione, que venía a traerle una bandeja con la cena a la enfermera, que avisó féliz, a mi dicha, que podría cenar con ellos para mañana pues yo ya debería estar en una total recuperación. Yo ya me sentía bien desde hacía días (2, en realidad) subsistiendo, raramente, de los jugos del señor Snape. No sé qué diantre le ponía ese hombre, pero me sentía con energía (mucha vitamina C, o A, o algo así, de las anormales hortalizas del gigante), pero la doña quería estar TOTALMENTE segura de que no me fuera a desvanecer en cuestión de segundos. Urg, como la odio...
— Hola, Ron, ¿te encuentras bien? —me preguntó Harry mientras se sentaba con timidez en una silla puesta a mi lado. Me senté y miré de reojo a mi hermana, a Herm y a la otra loca, quienes creyeron prudente retirarse, para dejarme sólo. Pero esta vez no estaba nervioso como lo fue en la biblioteca, tampoco asustado de un ataque repentino de él. Se veía, claramente arrepentido, decía sin palabras. Suspiré. No podía enojarme con él. En realidad, esa era la primera visita (larga) que me hacía desde que estaba en la cama de mi habitación. Bueh, mejor aclarar las cosas ahora, que estar sin mirarnos a la cara el resto de nuestras vidas.
— Sí, estoy bien, Harry, no te preocupes.
— ¿Seguro? Bueno, claro, las pócimas que te agrega el profesor Snape en los jugos es buena, él es uno de los mejores del mundo, ¿cómo no estarías recuperado TAN rápido después de semejante desmembramiento al caerte ése día?...
— Hay, Harry... sí, fueron las pociones del... Prof. Snape —le seguí el rollo, el cual le hizo embozar una gigantesca sonrisa, que nunca antes le había visto.
— ¡Sí, yo lo vi! ¡Hacía algo en un caldero, como miel, y luego licuaba las frutas con carne y luego le echaba gotas de un frasquito, y lo revolvía!
Oh, mierda ¡Me hacía pensar ese viejo que le echaba algo especial! No era mas que un placebo. Bueh, como sea, sabían delicioso.
— Harry, ¿sin resentimientos?
— ¿De qué?
— De... eso, lo de la biblioteca...
— Hay, Ron —rió— ¡Déjalo, nadie me cree, de todas formas!
Fruncí el ceño.
— ¿Qué?
— Que TODOS me creen un loco, lo sé perfectamente. Pero me descontrolo porque... ya sabes... como cuando alguien ve cosas que son ciertas, y nadie te cree... y te desesperan tanto que... bueno... —miró nervioso a otras partes de la habitación ¡Oh, no debía de decirle nada, los locos en ese estado son... peligrosos! Pero me agarró la mano y la levantó, desmintiendo su apariencia frágil y enclenque. Tenía tanta fuerza que fácilmente se compararía conmigo.
— Promete una cosa, por favor —continuó—. No le digas a Sirius lo que te voy a contar.
— ¿Al fantasma? No... claro que no...
La siguiente hora me contó su vida desde que tuvo memoria. Hace años, cuando tenía dos y recordaba fragmentos de su vida, como la calidez de su madre o la voz elocuente de su papá, vivía en una casa situada en un valle llamado Godric, que queda al norte de Inglaterra. Vivían ellos tres, felices, con una gran parcela detrás, donde había una silla mecedora. Remus Lupin y Peter Pettegrew eran amigos de toda la vida de su padre, mientras que la señora Granger, la mamá de Hermione, y la señora Figg, eran también de toda la vida de Lily.
Los padres de Harry fueron asesinados una noche por un hombre asesino, líder de un grupo tan terrorífico que en sus días de prosperidad hacían temblar toda Europa. He escuchados de ellos. Papá nos lo contó cuando era el principal rumor en todo su trabajo. Según él, eran los Mortifagos, aunque en realidad se hacían llamar Comedores de los Muertos (Death Eaters), pero no le corregí. Ese tal líder, un lord de Hangleton, terrorista. Para Harry, Lord Voldemort, brujo malvado de gigantescos poderes.
No encontrando lugar donde vivir, pues había sobrevivido de milagro, pues el lord había muerto en ese incidente (según reportes, quemado, pues la casa se incendió mientras ocurría el asesinato) el director de una escuela cara y famosa que quedaba de Escocia, pero que encontraba de vacaciones (casual profesor de cosas paranormales, creo que dijo Harry, o así interpreto a TODO lo que me digo en 10 segundos) de Lily y James, recogió al niño, que fue a dar a Severus, su... cocinero. Este tuvo embrollos, y el niño pasó de mal en peor, con el trantorno de la muerte de sus padres. Remus Lupin alegó que mejor encontrar un lugar adoptivo suficientemente capaz de criarlo que un soltero sin experiencia. Pero por causas desconocidas para mí, quedó hecho todo el embrollo.
Broncas del todo, no sé, como que porque se metió con el lord, el chef Snape perdió la licencia y fue acogido por un amigo, lord Lucius (je, me reí de la risa que fueran amantes, por una idea loca de Harry).
— Y... me siento mal, puedo, bueno, contarte un sinfín de cosas pero...
Yo esperé si decía algo más, al ver que dudaba.
— Puedes decírmelo, Harry —dije sinceramente.
El miró por la ventana, continuando con su relato. En alguna parte dijo, porque estaba tan enfrascado para darle un orden a tantas ideas nuevas, que no le contara nada de esto al fantasma, no quería que se sintiera mal, pues con él era el único con quien confiara cosas. Que fuera él quien advirtiera y no se sintiera remplazado.
— Pero hablando de Sirius, no lo he visto toda esta semana ¡qué raro! No es común de él que esté tan ausente... a lo mejor... tal vez...
— ¿Trama algo?
— Pues...
KAPAZ!
Todos los habitantes de la casa lanzaron tal grito que nosotros brincamos, y nos precipitamos hasta el vestíbulo, para llegar al comedor.
Era la escena más espantosa de mi vida.
Toda mi visión se tornó roja, bañado en sopa de tomate frío con verduras y queso, cayendo precipitadamente cuando Ginny, escapando de un tenedor volador, se arrojó sobre mí. Hermano, es una pesadilla, gritó, señalando el caos en el salón, el fantasma daba miedo, se reía cínicamente mirando con odio al señor Snape que se cubría con una tapa del plato principal, defendiéndose con un cucharón todo el ejército de comida re vivida, que se lanzaban como los animales salvajes que antes eran. Nunca vi esa expresión tan intensa entre ellos dos, odio bruto, antipatía y asco. El fantasma estaba especialmente irritante hoy, pero Snape, de alguna manera, lograba defenderse como si antes ya lo hubiera hecho. Se tiró aun lado, salvándose de la emboscada del jabalí con perejil y jengibre, en varias ocasiones se agachaba cuando los gemelos, defendiendo a su madre y a la señora McGonagall, quienes se abrazaban asustadas en una esquina. Mi padre tenía un espejo y le regresaba las flamas del postre, que se había tornado tan frío que quemaba. Lancé un grito cuando escuché que, lejos, Filch había alcanzado la puerta principal y huía despavorido seguido de una Promfey, que parecía más muerta que viva en esos momentos, refugiándose lejos de la batalla. Hagrid casi nos aplasta, cuando agarró las astas de la cabeza de ciervo disecada, con tal brutalidad que era como uno vivo.
— ¡Sirius, no!
Harry corrió cuando el fantasma desenvainó un espadín antiguo del emblema de Lord Lucius, mientras que Snape, sorprendido, tiraba el cucharón simple de metal, agarrando el primer cuchillo para tener una oportunidad al menos ínfima para defenderse. Pero Snape, por más diestro que fuera, no lo podría estocar pues era un fantasma, al contrario, el espadín era letal, como el pequeño juguete que danzaba sin dueño en el aire, preparándose para el ataque. Todo quedo paralizado unos instante, ya sea porque el fantasma quería tener toda la atención de la casa, o sus poderes se alteraron cuando casi se lleva la cabeza de golpe, desviando en el último instante el arma blanca.
Era una escena curiosa, Harry entre ellos dos, con los brazos extendidos como si intentara separarlos uno del otro. Sirius hizo un gesto con la mano.
— Hazle un lado, Harry.
— ¡No!
— ¡Potter!
— ¡Es Harry, estúpido!
— ¿Y crees que las palabras de un infeliz que se murió de hambre me cambiarán de parecer?
— ¡Toma!
— ¡NO!
Harry se puso más ferio entre ellos. Miró con tal intensidad al fantasma que este exigió otra vez que se apartase. Tal vez olvido que podría empujar y en cierto sentido levitar a una persona, pero no se atrevía hacerlo. Miró a Snape, que estaba más dispuesto a pelear si era la única opción.
Pero algo había, que Harry le detenía. Como una súplica muda. El fantasma desvió la mirada, crispado.
— Tienes suerte que quiera a este muchacho, pero a la siguiente, Snape, me las vas a pagar.
— Te esperaré pacientemente en el sótano, no te preocupes —dijo de forma sarcástica el hombre, haciendo que, por una fracción de segundos, el fantasma palideciese (si es posible, pues prácticamente se desvaneció visiblemente).
Lanzó un gritó que por poco estuvo por perforarnos los oídos. Todas las cosas cayeron al suelo, haciendo un ruido seco. Abrasé a mi hermana cuando las astas del ciervo se encajaron en el suelo, a centímetros de mi cabeza.
— Cielos... creo que pensaré orta vez antes de hacerle una broma a ese fantasma.
— Tienes razón, George... la siguiente tiene que ser grande.
— Oh, Santo Cielo. ¿Todos están bien? —preguntó preocupado mi papá, que se quitaba toda la charca de fresa con cremas de la cara. Se acercó a mi mamá para ayudarle a levantarse, como mis hermanos a la otra vieja, aunque Ginny, que me dio problemas pues temblaba aun más que yo (y eso es decir mucho) Hagrid, con todas sus buenas intenciones, casi nos mandó a volar con el "jalón". Todos en la sala miramos al señor Snape...
¿El Fantasma enojado con él? No, enojado no, ¡aborrecible! Como si fuera su enemigo... quedé un tanto ensimismado, como Harry le mandaba miradas de reojo, ligeramente asustado, pero firme. Mi papá preguntó una cosa, no entendí muy bien, pero intuyo que fue algo relacionado con la escena. Como respuesta, Snape se limpió la camisa con un gran manchón de aceite de pollo, y murmuró que no era esa la única vez que veía al Fantasma. Obvio que no, lleva años en la casa, pero McGonagall agregó que desde el comienzo, Harry y Snape dormían en unos cuartos literalmente bajo tierra, y que el Fantasma, razón sabrá qué, NUNCA, NUNCA bajaba allá, JAMÁS. Por eso las frecuentes vistas del Fantasma y de Snape eran relativamente pocas, pero había tal antipatía mutua, que esta escena fue como un leve rocío de tormenta.
Promfey, Filch y Fang se asomaron por la puerta.
— ¡Esto es demasiado! —chilló mi madre histérica cuando le tocó a todos recoger los restos de la... ¿cena, cochambre?— ¡Ya no aguanto a ese Black! ¡Mañana mismo voy a la ciudad y traigo a un exorcista, o a un cazafantasmas, aunque tenga que llevarlo a rastras!
— Si me permite, madame —dijo Snape, con una sutileza que me hizo levantar el ceño—, yo conozco personalmente a unas personas que están relacionadas con cosas... extrañas. Si me permite, puedo mandarles una carta y estarían aquí en cuestión de dos días.
— Claro, en polvos fluu.
— Harry, ¿qué te he dicho?
— Lo siento —su tono tenía todo menos resentimiento.
Tres días más tarde, a pie, con un sin fin de circo de trastes a mano, llegaron cuatro personas con capas y abrigos tipo de Londres a la puerta. Eran... extraños. Perdí el aliento cuando vi al mayor de todos, con un pelo tan largo que me recordó a mi hermoso pelo largo y fino mío que me cortaron. Otro, estaba tan pálido como si una horda de perros le hubiesen perseguido. El otro, más joven, sonreía enormemente, mirando TODO con curiosidad, y, el más aterrador, en realidad, tenía un ojo de cristal azul eléctrico, mal acomodado, por lo cual daba ejes en su centro.
— Soy el profesor Albus Dumbledore, mi querida señora.
— Hay, ¡si es un placer! Los estábamos esperando desde hacía horas.
— Sí, 48, en realidad.
— ¡Hola, Severus, tanto tiempo sin verte! —dijo el pálido semi rubio— ¡Harry, por dios, eres tú! —gritó, corriendo a abrazarlo.
— ¡Remus! —gimió mi amigo estrujándolo—. ¡Profesor, Cedric, estoy tan contento de que vuelva a verlos!
— Buenas, yo soy Arthur, mucho gusto... y estos son...
— ¡Los fantásticos Fred y George Weasley, para servirles!
— Sinónimos de trampas.
— Diversión.
— ¡Y de juegos!
— ¡Pero qué tiernos!
Mi madre miró con un signo de interrogación a Dumbledore. Parecía un viejo chiflado. Aunque eso, lo comprobamos más tarde. HORAS DESPUÉS. Snape y sus presentaciones y todo, mi madre, dijo impaciente, tras una larga conversación.
— ¿Pueden hacer algo con el fantasma?
— Mmmm... tendríamos que verlo.
— ¿Eso es un cuadro volador? —gruñó el aterrador "Ojoloco" Moody apuntando atrás de nosotros. En efecto, el cuadro se movía, y los ojos, chistosos, saltones, parpadeaban.
— Jaja, Sirius anda de curioso...
— Es una excusa de hombre.
— Severus, no lo hagas enojar.
— ¡Ya le he contado lo suficiente para que piense como yo!
— Eres un cretino —gruñó Ojoloco.
— Hay, parecen niños!
— Nadie te hablo, Lupin.
— ¡Hey! ¿Por qué no me meten? —lloriqueó Cedric.
— Excusa.
— Cretino.
— Niños.
— ¡Pero qué tiernos!
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