ICHI: LÁGRIMAS EN LA LLUVIA.
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Rurouni Kenshin y todos sus personajes son propiedad de Nobuhiro Watsuki, así que esto se hace sin animo de lucro (y no tengo intención de sacar nada de esto, a parte de mejorar en mi estilo de escritura). Espero, sinceramente, que este fic me salga bien.
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-¡Bien, chicos! ¡Hemos acabado! ¡Tenéis dos horas de descanso antes de empezar con los ensayos!
Hikaru suspiró, contenta de haber acabado por el momento. No le preocupaban demasiado los ensayos que tuviera que realizar, aquella rutina le permitía mantener su forma física y sus habilidades de una forma pacífica. La calle en la que les habían permitido poner la feria estaba adornada con papeles de todos los colores, y la gente que pasaba por allí se volvía curiosa a observar los trabajos. Hikaru estaba más que convencida de que tendrían un gran éxito.
Por un momento se preguntó si vendría alguien que ella conociera, pero desechó con rapidez aquel pensamiento. Aunque la alegraría volver a encontrarse con sus amigos, en ciertos aspectos temía ese momento. Sobre todo, porque el alud de recuerdos que aquello traería podría ser fatal para ella.
Himadera se volvió hacia el horizonte.
-Me temo que va a caer una tormenta de las buenas esta tarde- comentó, observando los enormes nubarrones negros que se acercaban a gran velocidad-. Extraño, no es época de lluvias. Bueno, no pasa nada, como hoy no abrimos no tendremos ninguna pérdida- el hombre se giró hacia Hikaru, que le estaba observando con una mirada interrogativa-. ¿Por qué no te das una vuelta por la ciudad, Fuyuzuki-san? Pero recuerda, estate aquí dentro de dos horas, ¡y no te pierdas!
Hikaru sonrió.
-No te preocupes, Himadera-san, estaré aquí a tiempo.
La muchacha de cabellos rojizos se dio la vuelta y salió corriendo a investigar la ciudad, y ver si algo había cambiado en aquel tiempo.
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Yahiko llegó a todo correr, y no se tomó un respiro antes de empezar a vocear para llamar la atención de los restantes miembros del dojo.
-¡Eh, Kenshin! ¡Bruja! ¡Teneis que escuchar esto!
Un cubo salió volando desde la puerta y acertó a Yahiko de pleno en la cara. El muchacho cayó al suelo redondo, mientras un enorme chichón empezaba a formarse en su frente. Sanosuke, que había llegado escasos segundos después del grito, miró al chaval, impávido.
-¡CÓMO ME LLAMES BRUJA DE NUEVO TE ENTERAS!- berreó la voz de Kaoru desde el porche del dojo.
Sanosuke, acostumbrado a la escena, se encogió de hombros y le dio un golpecito a Yahiko con el pie.
-Vamos, enano, que tampoco te ha pegado tan duro.
En el instante en que iba a dar un segundo golpecito, el chaval se irguió y, tan rápido que el luchador casi no pudo ni verlo, le dio un mordisco en la pierna. Sanosuke, con semejante y doloroso peso en la extremidad, empezó a dar botecitos a la pata coja mientras intentaba quitarse al chaval de encima. Kaoru, desde el porche, observó la escena mientras un grueso gotón de sudor le recorría la cabeza.
-Esos dos nunca cambiarán...- musitó, mientras el luchador conseguía librarse del muchacho y lo mantenía colgado de la camisa de su ge, con Yahiko revolviéndose como loco para librarse de la presa o al menos darle una patada a Sano en algún punto especialmente sensible.
-¿Dónde está Kenshin?- preguntó el ex-miembro del Sekihoutai, haciendo caso omiso del muchacho.
-Ha salido a comprar tofu- contestó Kaoru-. ¿Qué es lo que querías decirnos, Yahiko?
El muchacho se calmó un poco al encontrar una forma de meter baza en la conversación.
-Esta mañana han llegado unos feriantes. Han pegado carteles por todas las calles de alrededor, ¡y tenéis que escuchar quién es la atracción principal!
Sanosuke pensó por un momento en hacer algún comentario al respecto, pero prefirió dejarlo pasar. Kaoru miró al muchacho con cara de póker.
-¿Quién? ¿Tú?
-¡¡¿POR QUÉ NO VAS A COMPROBARLO A VER SI TE COGEN A TI!- soltó Yahiko en un arrebato, pero enseguida se tranquilizó, en lo tranquilo que podría estar Yahiko-. ¡Es Hikaru-oneesan! ¡Hikaru-oneesan está con los feriantes!
La reacción no se hizo esperar. Sanosuke soltó al muchacho, que cayó al suelo de culo, y le miró con cara de incredulidad, mientras que los ojos de Kaoru se agrandaron ligeramente.
-¡Podrías tener más cuidado!- le espetó Yahiko a Sanosuke, pero este todavía estaba intentando digerir la noticia.
-¿Hikaru?- interrogó Kaoru, sorprendida-. ¿Está en un espectáculo?
-Sí, es la gran atracción de la feria. Hace un número de equilibrismo, y está anunciado en todos los carteles.
-¿Estás seguro de que es ella?- preguntó Sano.
-¡Con ese pelo rojo suyo, hasta tú serías capaz de reconocerla!
Sí, pensó Kaoru, hasta un idiota sería capaz de reconocer a Hikaru. Aunque llevara ropas distintas, debía de ser una de las pocas japonesas que conocía con una tonalidad de cabello tan roja como aquella. La noticia, sin embargo, la llenó de alegría. Hacía tiempo que no veía a la muchacha, y estaba segura de que ella querría volver a verlos. Además, ver a Hikaru en un número de equilibrismo debía de ser espectacular.
-Inauguran la feria mañana- explicó Yahiko-. ¡Eh! ¿Creéis que podríamos ir a verla? ¡Me muero de ganas de ver que tal le va!
-A mí me parece buena idea- dijo Kaoru-. Esperemos a Kenshin para decírselo. ¡Seguro que a él también le apetece volverla a ver!
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Kenshin hacía equilibrios entre la gente para evitar que los dos pedazos de tofu, flotando dentro de un pequeño recipiente lleno de agua, se cayeran y quedaran inútiles. Incluso para una calle tan concurrida como aquella, no era normal tal aglomeración de gente. No era que tuviera especial dificultad en abrirse paso entre la gente, pero tenía casi toda su atención puesta en el tofu, para asegurarse que no se cayera al suelo.
Pero, a pesar de todo lo ensimismado que iba, algo llamó su atención repentinamente.
Apenas fue nada, la visión de unos cabellos rojos y cortos y una chaqueta blanca pasando como un borrón, solo visible desde el rabillo del ojo antes de desaparecer entre la multitud. Kenshin, a pesar de ello, se volvió, intentando descubrir que era lo que le había sobresaltado. Pero ya era tarde: fuera quien fuera, se había perdido de vista. Se encogió de hombros y continuó su camino, prestando escasa atención a los carteles que anunciaban la llegada de unos feriantes.
Carteles en los que una muchacha con cabellos del color del fuego hacía virguerías sobre un fino alambre.
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Una sombra se deslizó, tiñendo el suelo de rojo sangre antes de desvanecerse en las sombras, en busca de la siguiente víctima.
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Hikaru estaba mucho más animada que al principio de aquella mañana, y eso se podía observar en su sonrisa de oreja a oreja. Llevaba en una pequeña bolsa de papel algunos objetos de costura. Ultimamente, Himadera-san se había empeñado en que ella necesitaba un traje más llamativo que el de ninja, algo mucho más estrecho, más ligero, y desde luego mucho más brillante. Había dicho que no había mayor problema en encontrar las telas necesarias para confeccionar un atuendo acorde con el trabajo, pero Hikaru se había mantenido en sus trece de llevar su ropa habitual en escena, argumentando que ya era lo suficientemente llamativo, y que los colores brillantes no le harían ningún bien. Sin embargo, tenía que admitir que en aquel trabajo era recomendable, de vez en cuando, tener hilo y agujas cerca, a fin de hacer unas reparaciones rápidas a cualquier prenda de ropa rasgada o dañada.
Le había costado bastante encontrar una tienda con las cosas necesarias, pero finalmente, un hombre que vendía dibujos a tinta, a quien conocía de su anterior estancia en Tokyo, le indicó amablemente el camino hacia el lugar.
Todo aquello, sin embargo, le había llevado más tiempo del que pensaba, y se había quedado con las ganas de ver algunas tiendas más, o incluso de visitar a alguien, aunque no tuviera aquella intención en un principio. Así que, en aquellos momentos, se estaba apresurando en dirección a la feria. Miró el cielo: iba a llegar cerca de media hora tarde. Aquello, probablemente, le valdría un buen rapapolvo por parte de Himadera-san, pero estaba segura de que no estaría tan enfadado al día siguiente, a la hora del espectáculo, cuando hiciera su número y la gente aplaudiera hasta que las palmas de sus manos les dolieran. Incluso ella tenía que admitir que su número era bastante impactante.
Siguió corriendo, esquivando a gente y deslizándose entre la multitud como un pez se desliza entre las algas. Cuanto antes llegara, se dijo, antes acabaría la regañina que la esperaba, y antes podría pasar al ensayo.
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-Hierva estas hojas y dele la infusión después de cada comida- dijo Megumi al hombre-. Creo que con esto tendrá suficiente, pero si necesita más, venga a la clínica.
La joven doctora se levantó, contestando al inmenso agradecimiento del hombre con una sonrisa tranquila y una inclinación. Una vez se hubo asegurado de que el hombre había comprendido todas las instrucciones, y que estaba claro que las seguiría al pie de la letra, Megumi se encaminó de vuelta a la clínica, agotada pero inmensamente satisfecha. Su mirada se posó por un momento en uno de los carteles de brillantes colores que habían repartido por la ciudad, y sonrió. La chica del cartel le era realmente familiar, y tenía la idea de que no estaría mal ver como le iban las cosas.
Lo cierto y verdad era que el desvío por la zona en la que se había levantado la feria no era grande, apenas unos pocos minutos más, y le apetecía bastante ver a la chica de cabellos rojizos. En comparación con Kaoru o con Misao-chan, Hikaru era un remanso de paz y tranquilidad, y también de algo de tristeza a pesar de que, al igual que las otras dos chicas, rezumaba alegría por los poros. Tenía ganas de saber como le había ido, y como era que se había unido a un grupo de feriantes.
Mientras caminaba en dirección a la calle en la que habían levantado las tiendas y barracas, Megumi no pudo evitar pensar en que, de no haber sido por esos carteles, no se habría acordado de la muchacha tan vívidamente. Al igual que muchos otros personajes, la pequeña parte que había jugado Hikaru en sus vidas había sido fugaz e ínfima. Había sido una aliada y una amiga, y una persona en apuros. Pero su paso había sido como pisadas ligeras sobre una alfombra justo delante de la puerta: en cuanto pasaban de largo, olvidabas que las habías escuchado siquiera.
Pero había vuelto, y parecía que había rehecho su vida, a pesar de las tragedias. Era una muchacha fuerte, pensó, y se preguntó si ella se podía comparar con ella.
Casi pudo escuchar la voz de la chica regañándola:
"¡Vaya, Megumi-san! ¡Cómo puedes dudarlo! ¡Ojalá yo fuera tan fuerte como tú!"
Megumi lanzó una ligera risita, y unas orejas de zorro salieron de su cabeza durante un solo instante, mientras pensaba en el buen conejillo de indias que podía haber atrapado, aunque solo fuera durante unos días.
Poco a poco, pudo observar las brillantes banderolas de colores que indicaban la situación de la feria, y avivó el paso.
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Algo no iba bien, se dijo Hikaru cuando vio a tanta gente reunida alrededor de la carpa principal. En los carteles que los más pequeños habían puesto por toda la ciudad, estaba bien claro que la feria comenzaría a la mañana siguiente. La muchacha de cabellos rojizos estaba realmente preocupada. ¿Podría haber pasado algo malo? ¿Pero qué podría ser? Todos los miembros del grupo estaban en un estado de salud envidiable, así que lo único que podía suceder es que uno de los niños hubiera caído enfermo, o bien que hubiera habido un accidente.
Sin embargo, algo en su interior le decía que aquello era mucho peor.
Corrió hacia la multitud y se abrió paso a empellones, con el corazón latiéndole con tanta fuerza en la caja torácica que parecía que su pecho estaba a punto de estallar. Apartó con dificultad a los últimos dos hombres que se interponían en su camino y miró.
No había cadáveres visibles, pero el aire olía a muerte y sangre. Parte del suelo de tierra junto a la entrada estaba teñido de un rojo oscuro enfermizo, y el estomago de Hikaru dio un vuelco. En la penumbra de la tienda, podía ver figuras uniformadas yendo de un lado para otro.
"Oh, Kami-sama... ¿La policía? ¿Qué demonios ha ocurrido?" pensó, y logró por fin salir al semicírculo vacío que había junto a la entrada.
-¡Niña, ¿qué haces!- interrogó una voz detrás de ella, pero eso no detuvo a Hikaru, que corrió hacia la entrada de la carpa, con el corazón en un puño y rezando fervientemente a cualquier dios que la estuviera escuchando para que sus temores no se hicieran realidad.
-¡Himadera-san!- chilló, y entró en la carpa.
Lo primero en lo que se fijó fue en unos ojos de color ámbar, los de uno de los policías que examinaban la escena del crimen. Pero aquello duró escasas dos centésimas de segundo, antes de que los iris verde-azulados de Hikaru se fijaran en el horror que había ocultado las penumbras.
Un acceso de nausea se abrió paso por la boca de su estómago, pero no había nada que Hikaru pudiera expulsar de su cuerpo. Como un cuchillo caliente atravesando mantequilla, las imágenes de los cuerpos caídos y mutilados se grabaron a fuego en su memoria, al tiempo que iba registrando a las personas que antes habían sido y que ahora no volverían a ver.
El más cercano a la entrada era, precisamente, Himadera-san. Probablemente el hombre, enfadado con la muchacha, había estado esperando a que apareciera para regañarla cuando el que hubiera hecho aquello había entrado en acción. Un poco más allá, apenas visible en forma, pero sí en tamaño, estaba el cuerpo de uno de los niños. Tuvo un nuevo acceso de nausea, seguido de una sensación como de una garra que atravesaba su pecho y se cerraba sobre su corazón. También habían matado a los niños.
En aquel mismo momento, su mente se desconectó. No fue consciente de como su cuerpo daba la vuelta y salía al exterior de la carpa, se arrodillaba en el suelo y comenzaba a dar arcadas, a pesar de que no había nada en absoluto en su estómago. Ni siquiera era consciente de las enormes lágrimas que rodaban por sus mejillas. Aunque su cuerpo se movió durante unos cuantos instantes como si estuviera consciente, no tardó en caer al suelo, carente de ordenes directas del cerebro.
-¡Que alguien llame a un médico!- exclamó una voz.
Pronto, una mujer joven, con el largo cabello negro liso y suelto apartaba a gente mientras se dirigía a todo correr hacia el centro del círculo de curiosos. Por otro lado, el policía de ojos ámbar había salido de la tienda con paso calmado, siguiendo a la chica, y miró con una expresión indescifrable el cuerpo caído, al tiempo que la mujer apartaba ya a empellones a la gente de la primera fila para abrirse camino.
-Hikaru...
Megumi se quedó por un momento paralizada al ver el cuerpo de la muchacha tirada en el suelo, y reprimiendo un grito mezcla de miedo, mezcla de preocupación, se arrodilló junto a la chica. Buscó de inmediato el pulso de Hikaru, y un sentimiento de alivio recorrió su espíritu cuando comprobó que la muchacha estaba viva y, dentro de lo que cabía, saludable. Le hizo un chequeo rápido en busca de heridas y contusiones, pero pronto averiguó que, en apariencia, la chica no había sufrido ningún daño.
Fue en aquel momento en el que la doctora se dio cuenta del hombre que estaba de pie justo al lado de ella.
-¡Tú...!
-¿Conoce a la niña, Takani?- interrogó el hombre, con toda la tranquilidad del mundo.
-Sí, la conozco. ¿Qué demonios ha ocurrido?
Saito observó por un momento a la concurrencia, que escuchaba el intercambio de palabras a la espera de sacar algo de información. Luego miró a la chica.
-No es de su interés. ¿Se encuentra en condiciones?
-Sufre un shock, pero a parte de eso se encuentra bien. Aunque- añadió rápidamente, figurándose lo que estaba pensando el hombre-, no voy a permitir que la interrogue. No hasta que esté completamente restablecida.
-Es un testigo, y la única superviviente.
-Es un ser humano que necesita atención médica. Y quiera o no, en este mundo hay ciertas prioridades.
Saito no pareció en ningún modo contrariado.
-Muy bien, esperaré, pero tendré que interrogarla tarde o temprano. Cuanto antes mejor.
Megumi lanzó un bufido, y se volvió hacia los hombres que observaban la escena, pero antes de que pudiera ladrar alguna orden para que le buscaran un carruaje o algo similar, Saito agarró a la muchacha de una manera un tanto ruda, y encaminó sus pasos hacia uno de los carros de la policía. La gente le abrió camino como si fuera la quilla de un barco entrando en el agua, y el policía no tuvo ningún problema en llevar a la muchacha al vehículo.
-Llévalas a donde te diga la mujer- ordenó, y dejó a Hikaru tendida dentro del carro.
El agente asintió, pero Saito ni siquiera se molestó en ver el gesto y volvió de nuevo a la escena del crimen. Megumi subió al vehículo y acomodó como mejor pudo a la inconsciente muchacha.
-A la clínica del doctor Genzai. ¿Sabe donde está?
-Sí, por supuesto. Llegaremos enseguida.
Con una orden, el hombre espoleó a los caballos, que salieron al galope en dirección a la clínica.
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-Menuda tormenta- musitó Yahiko.
-Era de esperar- comentó Kenshin-. Mañana hará sol, y será un buen comienzo para la feria.
Cuando había vuelto al dojo, Kaoru y Yahiko le habían dado las buenas noticias. Pensó entonces que era muy probable que la persona que se había cruzado con él hubiera sido precisamente Hikaru. Estaba realmente contento de ver que la muchacha había salido adelante a pesar de todos los malos momentos que había vivido en meses anteriores. No se había esperado que la chica acabara como miembro de un circo ambulante, pero supuso que era la mejor forma de salir adelante para una muchacha que no había aprendido otra cosa en su vida que las artes de los ninjas.
La tormenta había llegado hacía unos instantes, y estaba descargando toda su furia contra la ciudad. Aunque todavía los truenos se oían algo lejanos, estaba claro que en pocos momentos el centro de la tormenta llegaría justo encima de ellos, y pasaría tan rápido como había llegado.
Un fuerte estruendo se pudo escuchar en toda la casa, tan repentino que Yahiko dio un bote.
-¡Menudo trueno!- exclamó.
Pero la expresión de Kenshin se había tornado seria. Aquello no había sido un trueno.
Pronto, el estruendo se repitió, esta vez varias veces. Alguien estaba aporreando la puerta con toda la fuerza posible. Kenshin se levantó y se dirigió hacia la puerta, con Yahiko pisándole los talones. Sin embargo, Kaoru se les adelantó. Todos estaban preguntándose quién demonios podía estar afuera en medio de la tormenta. Su pregunta, sin embargo, tuvo una respuesta rápida y realmente inesperada, ya que la persona que estaba en la puerta, debajo de una sombrilla, era precisamente Megumi.
-¿Megumi? ¿Qué es lo que ocurre?- preguntó Kaoru, alarmada.
-He venido a avisaros en cuanto he podido- dijo la doctora-. Hikaru está en la clínica.
La noticia cayó como una bomba sobre los habitantes del dojo.
-¿Hikaru? ¿Cómo se encuentra?
-¿Le ha pasado algo? ¿Qué es lo que ha sucedido?
-¿Está herida?
Megumi soportó el aluvión de preguntas durante unos segundos antes de detenerles con un gesto.
-Hikaru se encuentra bien físicamente, no tiene ninguna herida, pero me temo que ha sufrido un shock. Ahora mismo la he dejado sola en la clínica, le he administrado un sedante, pero creo que sería recomendable que viera caras amigables cuando se despierte.
-¿Qué ha ocurrido?- preguntó Kenshin. Kaoru había salido a la carrera en busca de sombrillas para no empaparse en aquella tormenta.
-No lo sé realmente- contestó Megumi-. Pero no ha debido de ser agradable para que alguien como Hikaru se desmayara. Saito estaba allí, pero como es habitual no me dijo nada.
El antiguo miembro del Ishinshishi frunció el ceño ligeramente. Kaoru apareció con las tres sombrillas, y unos minutos después los cuatro estaban corriendo como alma que lleva el diablo en dirección a la clínica del doctor Genzai.
La casa no estaba lejos, y a la marcha que llevaban, a pesar de la lluvia torrencial, no tardaron demasiado en llegar a su destino. Kenshin, que fue el primero en llegar, se sorprendió de ver una figura bajo la lluvia, delante de la puerta. La cortina de agua hacía que fuera difícil distinguir de quien se trataba, pero cuando se acercó se sorprendió de encontrar a Hikaru, con la cabeza caída.
-Pero el sedante...- escuchó a Megumi detrás de él.
Se acercó a la muchacha con el paso calmado. No sabía en que estado anímico se encontraba la chica, y podía ser un problema si se asustaba.
-¿Hikaru-dono?- preguntó.
Hikaru alzó la cara. Dos finas líneas de lágrimas, apenas distinguibles entre las gotas de agua de la lluvia, surcaban sus mejillas. Sus ojos parecían idos.
-Himadera-san... Todos... Muertos... Y solo me salvé... Por llegar tarde...
Los hombros de Hikaru empezaron a temblar.
-Otra vez... Otra vez lo mismo...
La muchacha alzó la cabeza hacia el cielo. Y gritó con toda las fuerzas de sus pulmones.
-¡¡¡¡IIEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE!
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Para aquellos que me conozcan, sí, ya estoy empezando a martirizar a mis personajes favoritos, y eso que todavía no ha salido la pareja. Como ya he dicho, la protagonista de la historia es uno de los dos personajes del videojuego. Como es habitual en mí, sacaré a todos los personajes que me parezcan convenientes, aunque solo sea durante unos instantes y para hacerle la vida imposible a Hikaru.
