SHI: UN ENORME JUEGO DEL RATÓN Y EL GATO.

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Rurouni Kenshin y sus personajes no son míos, sino de Nobuhiro Watsuki, yo no gano ni una perra con esto, de hecho pierdo dinero (no mucho ahora que tengo ADSL ) y tiempo (pero bien perdido, vive Diox). Y puedo aseguraros que no hay nada mejor para alimentar el ego que escribir un fanfic medianamente interesante de RK y colgarlo en para que te dejen reviews.

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Saito arqueó una ceja al observar la escena en la cabaña. Las había visto peores, desde luego, especialmente durante la época del Bakumatsu no Douran. Pero no concordaba exactamente con la idea que tenía de la época actual.

Había un hombre, vestido con ropas negras. La camisa de estilo japonés colgaba del cinturón, o lo habría hecho de haber estado en una posición erguida. Estaba acurrucado, y según el hombre que lo había encontrado, su posición original no variaba mucho de aquella, exceptuando quizás el hecho de que, en vez de estar de lado, había estado apoyado en su cabeza y sus rodillas. Sus manos se agarraban con fuerza a un tanto, con el que alguien, probablemente él en opinión de Saito, le había hecho una profunda herida en forma de L en el vientre.

Había visto en muchas ocasiones el ritual de seppuku, pero nunca desde que el Bakumatsu se había saldado con la victoria de los que habían formado el gobierno Meiji.

Y recordaba otro pequeño detalle al respecto.

-Averiguad quién es- le ordenó a uno de sus hombres-. Y también si hubo alguien extraño merodeando por aquí.

Recordaba que, en un ritual de seppuku, alguien detrás del futuro muerto sostenía una katana para cortarle la cabeza en caso de que gritara.

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-Tu hombre nos ha fallado- dijo un hombre de rasgos y marcado acento occidentales.

-Le castigaría por su impertinencia, si no se hubiera encargado él mismo de su mancha- comentó su interlocutor, un hombre de edad media vestido con ropas oscuras.

-¡Eso no me importa!- respondió el occidental-. ¡No quiero honor, quiero resultados!

El japonés hizo una mueca, que ocultó con rapidez.

-La chica está ahora en un dojo. Hemos estado investigando sobre la gente allí. No va a ser fácil.

-¿Quieres que te dé más dinero?

-En absoluto, señor. Tengo unos cuantos voluntarios para el próximo ataque.

-¿Voluntarios?

-Una presa muy interesante para nosotros, señor, amigo de la niña. Supongo que sigue interesado en que acabemos con todos los testigos, ¿no es así? No debería preocuparos, solo es un pedazo de la historia de Japón.

-No me preocupa en absoluto. Pero quiero que me traigan a la chica.

-Así se hará.

Y con ello, el japonés se desvaneció entre las sombras. Lejos de relajarse, el hombre se puso aún más tenso, a sabiendas de que, si podía esconderse con tanta facilidad, bien podría estar espiándole en aquel momento.

-Maldita muchacha escurridiza- musitó el occidental. ¡La única que quedaba que podía conocer el secreto, y constantemente se les escapaba de las manos! Ahora estaba avisada, y sería más difícil de capturar. O tal vez no. Conociendo a aquellos locos de ojos rasgados, probablemente la chica decidiera hacer gala de aquel sentido retorcido del honor y, por consiguiente, la pudieran capturar con facilidad.

Se sentía a disgusto en aquel país de bárbaros, pero el premio bien merecía la pena. y alguien tenía que dirigir las operaciones de la Hermandad en aquel rincón del mundo. Una vez hubieran acabado allí, se largaría, y allí se quedaran aquellos tipos. Sus intereses estaban en un mundo que entendía mejor, el occidental.

-Finalmente, nuestra hora ha llegado. O llegará- musitó-, si de una maldita vez esos tipos se comportan de manera eficaz- y refunfuñó algunas cosas más por lo bajo.

No escuchó la risa de su subordinado entre las sombras.

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Habían pasado tres días.

Tres largos días.

Hikaru estaba segura de que sus amigos no habían estado inactivos en ningún momento. Había descubierto que Kenshin casi había olvidado de decir "oro" de vez en cuando. Sano iba y venía con un ritmo bastante extraño, y Hikaru pensó que Katsuhiro, el amigo de la infancia de Sanosuke, podía estar sacando información sobre lo que había sucedido.

Quería olvidar aquello, olvidarlo por completo, seguir adelante, pero cada vez que cerraba los ojos veía la escena en la carpa, y su corazón se encogía de dolor. Y de culpa. Nunca había pensado que, después de acabar con aquellos que habían destruido su aldea, alguien querría hacer daño a sus seres queridos, o que quisiera hacérselo a ella. ¿Qué había hecho mal? ¿O quizá simplemente era la maldición de que, si se mantenía cerca, algo haría daño a los que apreciaba, como familia o amigos? Ella era la causante de todo aquello. ¿No era acaso su nombre el que figuraba en la tablilla? Por ella, Himadera-san y los demás...

Se pellizcó el brazo y se obligó a no seguir por esa línea de pensamiento. No quería pensar en ello, y era como pedir dejar de pensar por completo. Le había pedido a Kaoru hacer algo, lo que fuera para ayudar en la casa, pero lo había hecho solo por concentrarse en una tarea y no tener su mente vagando. Sin embargo, la maestra del dojo, todavía preocupada por su estado de salud, cosa que a la muchacha por otro lado le parecía lógica, le había dado las tareas menos pesadas, y a pesar de todo ello diciéndole que no era realmente necesario.

Le alegraba tener tan buenos amigos, pero no dejaba de temer que, tarde o temprano, apareciera alguien tras ella que acabara causándoles daño. No, ella no quería eso. Se volvió a pellizcar, esta vez con tanta fuerza que contuvo una exclamación ahogada. El dolor apagó los pensamientos conscientes, y Hikaru agradeció aquel respiro.

Se levantó, y posó sus ojos sobre el tanto. Era su arma, la que le había acompañado desde que tenía memoria, lo cual no era decir mucho. No recordaba por qué era tan importante para ella. ¿Quién se lo habría dado? ¿Su padre, su maestro? ¿O lo había conseguido ella de algún modo? De cualquiera de las formas, aquel cuchillo era lo único que realmente le quedaba de su pasado olvidado... Sacudió la cabeza y salió de la habitación. El tanto había seguido encima de la caja con las fichas de mah-yong, no lo había tocado desde que el policía, Saito, lo hubiera dejado allí.

Eso le llevaba a pensar en el policía. No parecía que ninguno de sus amigos le tuvieran en alta estima. Kaoru parecía enfurecerse cada vez que se lo mencionaban, Yahiko se ponía hecho una fiera y Sano... Bueno, la rastra de creativos insultos que Sano escupía cada vez que se mencionaba el nombre de aquel hombre de rostro lobuno hacía que a Hikaru le pitaran los oídos. Solo Kenshin parecía intentar restarle importancia al asunto, aunque la muchacha creía ver que el semurai pelirrojo era el que más conocía y más sabía del tipo, y que no le gustaba en lo más mínimo.

Las piernas la llevaron al porche del dojo, justo frente a la entrada principal de la casa. Oculta por un biombo, observó que Kaoru, vestida con sus ropas de kendo, estaba hablando con alguien a quien no distinguía. Iba ya a alejarse cuando captó unas cuantas de las palabras de la conversación.

-Lo siento mucho, pero no tengo ni idea de dónde puede estar esa chica- decía Kaoru.

Hikaru se dio la vuelta y se asomó por encima del biombo, solo un poco, para intentar ver quienes eran los que estaban hablando con su amiga. En el fondo, sabía perfectamente a quién se estaban refiriendo, y la muchacha quería verles las caras, en la esperanza de ver a aquellos a los que se tenía que enfrentar.

Vio solo sus cabezas. Uno era un joven japonés, con el cabello negro cortado por encima de los hombros y un rostro tranquilo y sonriente. Era él el que estaba hablando con Kaoru. Su rostro era de rasgos suaves, y permanecía tranquilo, aunque empezaba a notarse en sus movimientos cierta desesperación. El otro era un hombre occidental, de más o menos la misma estatura que el japonés. Llevaba un traje europeo oscuro y un sombrero a juego. Tenía el pelo de color castaño oscuro corto y cuidados bigote y perilla, en los cuales empezaban a apreciarse algunas canas. Se mantenía un poco retrasado, con el aire relamido que parecían tener todos los occidentales.

-Lo comprendo. Si la ve, por favor, avísenos- contestó el japonés, entregándole algo a Kaoru-. Esta es nuestra dirección.

Una inclinación de despedida, y ambos hombres se fueron. Kaoru se volvió echando chispas he hizo un papel (lo que el joven extraño le había dado) cachitos pequeños.

-¡Si creéis que os voy a dar a Hikaru-san así por las buenas estáis arreglados, malnacidos!

-Kaoru-san, ¿quiénes eran esos?- preguntó Hikaru, saliendo de detrás del biombo. La maestra de kendo la miró con sorpresa, y luego intentó sonreir tranquilizadoramente, aunque no consiguiera gran cosa.

-No te preocupes- le contestó-. Unos tipos de una asociación que querían hablar contigo.

-¿Te dijeron para qué?

Kaoru sacudió la cabeza.

-Fueran quienes fueran, no me fio de ellos. Pero no te preocupes, Hikaru-san. Ninguno de nosotros permitirá que nadie te haga daño.

-Eso no es precisamente lo que me preocupa- musitó la muchacha en voz baja, pero si Kaoru la oyó, no dijo nada.

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-Estaba allí- anunció el occidental.

-Lo sé.

-¿La viste?

-Sentí su ki.

El occidental arqueó una ceja. Tenía que admitir que aquellas afirmaciones le tenían sumamente desconcertado, y aunque le parecían sumamente fascinantes, había preferido no preguntar.

-¿Estás seguro de que era ella?

-Sí... Sé quienes viven ahí- contestó el joven japonés-. Noté su ki, solo al final de la conversación. Era un ki muy raro... Ni muy poderoso, pero tampoco débil... Y en ciertos aspectos, le faltaba algo- se encogió de hombros-. No creo que ningún ki se parezca a ese, ni tampoco creo que la gente del dojo Kamiya tuviera un ki así... Más bien al contrario.

-Si tú lo dices, te creeré. Todavía no me entiendo con tus tecnicismos. Ahora, ¿qué vas a hacer al respecto?

-Enviaré a Fuma-san esta noche a investigar. Pero le daré orden de que no se arriesgue demasiado, aunque dudo que la siga.

-¿Y eso?

-¡Ah! ¿No le he hablado todavía de cierta persona que vive en el dojo Kamiya? Estoy seguro de que le gustará saber de él. Ustedes los europeos son tan morbosos...

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Aquella noche había luna nueva, y las nubes cubrían las estrellas. Todo estaba en silencio.

Hikaru no se podía dormir. Tampoco le importaba demasiado en ese aspecto, pues el no dormir evitaría en parte las pesadillas. Pero la sensación horrible de espera la estaba matando. No sabía lo que esperaba realmente, pero era eso lo que estaba haciendo, esperar, la horrible agonía de ver pasar las horas muertas una tras otra, sin saber que hacer, y sin poder moverse porque alguien tenía que venir o algo tenía que pasar.

Hikaru siempre había tenido un poco de miedo de sí misma. Bueno, al menos desde que tenía memoria, lo cual la llevaba a poco más de un año atrás. Veía cosas que otros no veían, sentía cosas que nadie era capaz de sentir... Y luego estaban los sueños, claro. Pero aquello no era tan habitual, y ya hacía meses desde el último. Este había sido una visión de una de las batallas de Kenshin, una lucha contra un hombre llamado Udo Jine. Kenshin se lo había explicado cuando ella le había contado el sueño. Aún así, era lo suficientemente aterrador como para que Hikaru se sintiera temerosa.

¿Sería acaso eso lo que buscaban de ella? ¿O sería otra cosa?

No se había sentido tan atemorizada y confusa desde hacía un año, cuando todo aquello había empezado. Por aquel entonces, no tenía ni idea de quién era, más allá de su nombre, y la ayuda de Kaoru y Yahiko había sido muy importante en todo aquello... Pero ahora tenía más miedo, no solo porque no sabía a lo que se enfrentaba, sino también porque sus amigos estaban en peligro por su culpa.

Se levantó, apartando de un manotazo la manta de su futón, y abrió la puerta del cuarto que Kaoru le había asignado, en la parte trasera de la vivienda, muy cerca del dojo en sí. Por un momento se detuvo y miró el tanto que, todavía, estaba encima de la caja de mah-yong. Apenas podía distinguirlo en aquella oscuridad. Finalmente, tras unos momentos de pausa, Hikaru volvió atrás, cogió su arma, se la colgó del obi, justo en la espalda, y salió de la habitación, encaminándose hacia el dojo. No estaba segura de por qué lo estaba haciendo, pero había aprendido a confiar en sus instintos, tal vez mucho tiempo atrás, y tenía una tendencia horrible a seguirlos.

También tenía una tendencia horrible a meterse en líos, al parecer.

Había alguien en el dojo. Hikaru se puso en guardia, con la mano derecha cerrada sobre la empuñadura del cuchillo, y abrió la puerta con un movimiento rápido, seguro y silencioso, y sus ojos de color azul verdosos se encontraron con unos iris lilas conocidos, pero estrechados en apenas unas pequeñas rendijas. Tras unos segundos, Kenshin se tranquilizo y le hizo un gesto de asentimiento a Hikaru, y luego volvió a su posición original, sentado de piernas cruzadas, con la sakabatou enfundada apoyada en el suelo y en el hombro. La kunoichi, que en todo el intercambio había acallado la imperiosa necesidad de salir corriendo chillando aterrada, dejó escapar un suspiro de alivio y entró en la enorme sala de suelos de madera, cerrando la puerta tras de sí, y se acercó a Kenshin.

-Kenshin-san... ¿No deberías estar en la cama?- preguntó ella.

Unos enormes ojos violetas la miraron, sonrientes. Hikaru se preguntó el efecto que realmente tendrían en él las personas que conocía.

-Tú también deberías, Hikaru-dono- contestó el kenjutsuka-. No podía dormirme, y aquí estoy.

-Yo tampoco podía dormir- admitió la kunoichi, y se puso de rodillas frente a él-. Yo... Quería agradeceros todo lo que estáis haciendo por mí. Sé que me estáis ocultando cosas respecto a los tipos que atacaron a Himadera-san y los demás...

-Hikaru-dono...

-No, escucha. Sé que lo hacéis por mi propio bien. Yo misma me doy cuenta de lo mal que estoy. No me importa. Sé que Himadera-san no habría querido que buscara venganza, sino que siguiera con mi vida- la muchacha se mordió el labio inferior-. No quiero molestaros ni causaros problemas, y en cuanto ese Saito deje de ir tras de mí, me marcharé.

-No hace falta que seas tan drástica, eres bienvenida al dojo Kamiya.

-No es eso, Kenshin-san...- iba a continuar, pero un extraño sonido proveniente del techo la interrumpió y les hizo levantar la vista a ambos.

-Siento decirlo- comentó la muchacha-, pero esto me lo veía venir.

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Eran seis y estaban todos en la parte más alta del tejado, en perfecto equilibrio, preparados para atacar el dojo. A Hagane le fascinó el hecho de que, siendo seis, no le hubieran descubierto todavía. Aunque probablemente, aquellos tipos no habían pensado en la posibilidad de que hubiera una persona extra en aquel asunto.

Sabía, al igual que su compañero kenjutsuka, que en aquel dojo se había instalado cierto reputado asesino de la época del Bakumatsu no Douran, y que los líderes de su clan habían establecido ciertas reglas tácitas al respecto, reglas que eran más para preservar el bienestar de los ninjas de su clan interesados en atacar al espadachín que para que este no sufriera ningún daño. Aunque a Hagane no le hubiera importado un enfrentamiento un poco más formal, comprendía las reglas dictadas por su clan, y también las ordenes dictadas por su jefe en aquellos momentos: espía, vigila y, ante todo, no te metas en líos. Hagane podía ser de todo menos temerario.

Pero acababa de encontrarse con una sorpresa que se había introducido en sus planes y los había cambiado de inmediato. Con una sonrisa, Hagane sacó de su cinturón una pequeña remesa de kunai. No solía admitirlo, pero le encantaban los ataques por sorpresa... Sobre todo cuando era él quien los efectuaba.

No gritó. No hizo ningún ruido. No hubo más señal del ataque que el sonido de los kunai cortando el aire, arrojados en dirección al primero de los atacantes del dojo. Y aún así, el tipo y sus compañeros se desparramaron todos por el tejado, evitando casi todos las pequeñas dagas. Solo uno de ellos, quizá el más lento, fue herido por uno de los cuchillos. Suficiente para Hagane, que decidió hacer de aquel tipo su primera víctima. Tenía que ser muy rápido, o los habitantes del dojo les localizarían, y lo último que quería era que Himura Kenshin se metiera en aquel embolado justo cuando él estaba en medio.

Lanzó un tajo con su ninjato al tiempo que desenfundaba, y el ninja retrocedió, resbalando en una teja y cayendo sobre el tejado. Había empezado a rodar hacia abajo, y Hagane se había encarado al siguiente, cuando el ninja caído consiguió sacar un tanto de los kamis sabían donde y lo clavó en el techo, salvándose por los pelos de una caída fatal. Su compañero, que parecía haber reconocido a su adversario, estaba haciendo uso de una kama para detener sus ataques, y ambos ninjas estaban enzarzados en un combate terrible. Otros tres de los atacantes empezaron a moverse para rodear a Hagane, pero una voz extrañamente aguda les detuvo.

-¡Basta! ¡No tenemos tiempo! ¡A por la chica, y ya nos ocuparemos de ese!

Y los cuatro, junto al primero que había sido derribado, saltaron al suelo, aterrizando suavemente y sin más problemas, y se dispusieron a entrar en la casa cuando la puerta del dojo se abrió de par en par y dos pelirrojos, uno armado con una katana y otra con un tanto, salieron al patio y al combate.

-¡Shimatta!- maldijo Hagane por lo bajo, al ver al hombre de cabellos rojizos, pero ya era tarde para lamentarse.

Himura había entrado en el juego por su propio pie, ya vería si salía de esa. Aunque, tal y como estaban las cosas, Hagane tenía más miedo por sí mismo que por cualquier otro.

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Kenshin, seguido por Hikaru, había echado a correr en cuanto había oído los sonidos de lucha y había abierto la puerta del dojo, justo para hacer frente a cinco ninjas que no parecían muy satisfechos. Los cinco se dividieron, tres de ellos atacando a Kenshin y otros dos en persecución de Hikaru. Aunque el samurai intentaba hacer todo lo posible por acabar con sus adversarios pronto para ayudar a la muchacha, los ninja esquivaban sus estocadas y ataques, aunque ellos tampoco hacían gran cosa. Sin embargo, Kenshin sabía que estaba en desventaja numérica. Tarde o temprano tendría problemas, y era difícil estar centrado cuando su amiga estaba también en apuros.

Hikaru había esquivado la cadena de una kusari-gama dando un salto y un par de volteretas hacia atrás, adentrándose en el mal iluminado dojo. De nuevo, la ninja estaba dejando que sus instintos la guiaran, combatiendo como una tigresa, rápida y ágil. También ella estaba teniendo serios problemas, puesto que los atacantes solo parecía interesados en inmovilizarla, usando una kusari-gama uno y una kusari el otro. No estaría del todo mal de no ser porque aquello impedía a la muchacha, con su pequeño tanto, acercarse a sus adversarios y quitárselos de encima.

Y en ese momento llegaron los refuerzos.

Kaoru y Yahiko estaban dormidos, pero no hacía falta demasiado ruido para despertarlos, y el escándalo que Kenshin y Hikaru estaban organizando era suficiente como para levantar a todo Tokyo y parte de Yokohama. De inmediato, maestra y alumno, ambos armados con boken, se arrojaron sobre dos de los atacantes que estaban intentando reducir a Kenshin. El muchacho había optado por el de más a la izquierda que, por casualidades de la vida, era el ninja que Hagane había herido previamente. Kaoru eligió al que estaba más a la derecha, y las tornas quedaron más o menos igualadas.

Yahiko había pillado realmente desprevenido a su adversario, cosa que parecía estar a la orden del día últimamente, y el golpe en el costado había sido realmente doloroso para el ninja, que se había vuelto hacia su nuevo enemigo y se había quedado completamente sorprendido al encontrarse cara a cara con un niño. Por su parte, el muchacho estaba calculando cómo golpear a su enemigo sin llevarse ninguna molesta herida. A fin de cuentas, su arma era de madera, y la de su adversario era de acero y tenía un filo bastante peligroso. Usó la ventaja que le ofrecía el que el ninja no acabara de convencerse de que un crío de algo más de diez años estuviera dispuesto a enfrentarse a él, y dirigió un golpe al costado del individuo. Este esquivó y rodó para alejarse del muchacho, preparado, ahora sí, para plantar cara. Pero Yahiko no estaba dispuesto a dejarle escapar, y aprovechó la ligera desventaja del individuo (y el hecho de que estaba agachado), para atacar con fuerza.

-Inukido!- exclamó, lanzándose hacia delante y golpeando de izquierda a derecha con su boken. El ataque, que en general estaba destinado a dar en las costillas o, en el caso de gente más baja, como Yahiko, en la cintura, hizo contacto con el hombro del ninja. Se oyó un crujido como de un hueso al dislocarse, y el tipo cayó al suelo, gimiendo de dolor. Seguro ya de que no tendría que preocuparse más por aquel hombre, el muchacho escaneó los combates en la esperanza de poder ayudar a alguien.

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Dentro del dojo, mientras, Hikaru estaba empezando a hartarse de esquivar tanta cadena, y decidió que ya era hora de pasar al contraataque. De dos brincos se colocó en un punto específico del dojo, y esperó. Poco después, el ninja armado con la kusari la arrojó, Y Hikaru saltó hacia arriba y adelante en una grácil voltereta, esquivando la cadena. Esta quedó enroscada en un pilar de madera, y por mucho que el ninja tirara, el arma no se liberaba.

La kunoichi aterrizó sobre la cadena en una posición que recordaba a los equilibristas y luego recorrió toda la longitud de la kusari a una velocidad de vértigo. A cosa de medio metro de su adversario, dio un nuevo salto y cayó a plomo sobre él, golpeando con sus piernas en el cuello y pecho, mientras la afiladísima y muy dura cuchilla de su tanto reventaba uno de los eslabones de la cadena, partiéndola. Con una voltereta, Hikaru cayó agazapada, y se giró justo para ver la segunda cadena dirigiéndose hacia ella, a la altura del cuello.

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Kenshin, ahora que se había librado de dos de sus molestias, se centró en vencer a su adversario principal. Este, en vista de que ahora estaba en igualdad numérica y desventaja táctica, decidió hacer un movimiento desesperado, pero en general efectivo: atacar y huir. No sabía, por supuesto, que Kenshin parecía un especialista en detener a gente que usaba esa técnica. El ninja lanzó un tajo de arriba abajo, saltando hacia delante, en la esperanza de que el samurai, se apartara hacia un lado y él pudiera salir disparado por el otro. Kenshin, por el contrario, detuvo la estocada con una parada simple y dio un paso e hizo un giro, y atacó con su sakabatou en un movimiento circular que dio de lleno en la espalda de su enemigo, quien salió rodando un par de metros y se quedó tendido en el suelo.

Al mismo tiempo, Kaoru se estaba enfrentando al que era, quizá, el más rápido de los ninjas, quien daba saltos de un lado a otro, esquivando ataques. Kaoru no era tan experta como Kenshin a la hora de parar y esquivar y hacer fintas, pero se las estaba arreglando bien para no recibir ningún golpe de los tonfas de su adversario. El hombre saltó sobre ella, decidido a golpear sus hombros, pero la maestra kendoka alzó su boken, y el sonido de metal contra madera se pudo escuchar. Hubo entonces una pelea entre el ninja, que quería bajar los tonfas, y Kaoru, que no estaba muy dispuesta a dejarse golpear. Finalmente, la joven encontró una salida: se dejó caer, resbalando por entre las piernas del hombre, y quedando de rodillas justo a su espalda. El ninja había perdido ligeramente el equilibrio.

En condiciones normales, aquello no habría supuesto una gran diferencia, puesto que el ninja recuperó casi de inmediato el equilibrio. Pero en el corto espacio de tiempo que necesitó para hacerlo, Kaoru atacó con el boken las piernas de su adversario. El ninja cayó, gimiendo y llevándose ambas manos a la pierna lastimada, y Kaoru supuso que le habría roto el hueso. Bueno, se dijo la maestra, podría haber sido peor.

En aquel instante se escuchó un grito de dolor. Kenshin y Kaoru se miraron y echaron a correr en dirección al dojo.

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No había posibilidad de esquivar la cadena.

En realidad sí que la había, pero Hikaru necesitaba estar en plena forma física y psíquica para realizar semejante esquiva, y no estaba en esas condiciones. La cadena se enroscaría en su cuello y, como medida preventiva, comenzó a subir su brazo izquierdo para impedir ahogarse.

Sin embargo, Yahiko, que había entrado en el dojo al escuchar los ruidos de la pelea dentro, había observado la situación de Hikaru y, como era muy habitual en él, hizo lo que estaba en su mano para ayudar. En aquel caso era lanzarse al ataque contra el ninja de la kusari-gama. Este, el líder del pequeño grupo, escuchó al muchacho acercarse. La cadena de la kusari-gama varió ligeramente de dirección, lo suficiente como para que Hikaru, siempre atenta, pudiera saltar y rodar, y esquivar el arma justo a tiempo. Pero había un precio por la salvación de la kunoichi.

El ninja había cambiado la dirección de la cadena al esquivar la embestida de Yahiko, y había elevado la hoz, bajándola rápidamente y golpeando salvajemente al muchacho, abriendo un profundo tajo en la espalda de este. Yahiko gritó al sentir el dolor de la cuchilla cortando carne, y cayó al suelo con un fuerte topetazo, y se quedó tendido boca abajo. Satisfecho, el ninja se giró en dirección a su víctima elegida, haciendo girar la cadena por encima de su cabeza, a fin de lanzar un ataque alto.

Se encontró con una rabiosa kunoichi corriendo casi pegada al suelo, y con una mirada terrorífica brillando en sus iris del color del océano.

-Karyo no Kata!- aulló Hikaru, al tiempo que saltaba, con la cuchilla de su tanto hacia arriba. El cuchillo cortó limpiamente el mango de madera de la hoz de la kusari-gama, y marcó un profundo tajo en el antebrazo de su adversario.

El ataque que el ninja efectuó se descontroló, y la cadena salió despedida y se chocó contra la pared, dejando una profunda muesca en la madera. El ninja se llevó la mano al antebrazo sangrante, y su mirada de profundo odio y resentimiento se clavó en el rostro de Hikaru.

-No me olvidaré de esto- murmuró la voz aguda del líder, y con su brazo sano arrojó una pequeña bomba de humo. Hikaru retrocedió tosiendo y sacudiendo el aire delante de ella para despejar la visión y salir de aquel lugar. Estaba claro que el ninja, fuera quien fuese, ya se habría marchado. Fue entonces cuando la kunoichi vio a Yahiko, tendido como muerto en el suelo del dojo.

Kenshin y Kaoru entraron en ese mismo momento, y observaron la escena con los ojos abiertos de la impresión. La maestra de kendo fue la primera en reaccionar, corriendo hacia Yahiko, llamando al muchacho por su nombre. Kenshin fue tras ella, y los dos se arrodillaron junto al joven estudiante.

-Todavía respira- musitó Kaoru.

-Iré a buscar a Megumi-dono- le comunicó Kenshin, pero al levantarse, el espadachín se encontró con la cara de Hikaru, y todo en lo que había estado pensando se desvaneció ante aquel rostro.

La kunoichi les miraba con ojos desmesurados, aterrada como nunca antes la habían visto. Respiraba muy rápido, hiperventilando, y agarraba con tal fuerza el mango de su tanto ensangrentado que los nudillos se le habían puesto blancos, tan lívidos como su cara. Cuando Kenshin se fijó en ella, la muchacha empezó a sacudir la cabeza.

-No... No... Yo no quería... Está pasando de nuevo...- las frases parecían del todo incoherentes-. No puedo... yo...

Y con un agudo grito de terror, y lágrimas rodando por sus mejillas, Hikaru salió a escape, haciendo caso omiso de las voces de Kaoru y Kenshin que la llamaban desde atrás. Corrió hacia la parte delantera de la vivienda como alma que lleva el diablo, todavía sujetando su tanto como si le fuera la vida en ello, saltó sobre sus sandalias y, sin ni siquiera pensar en atárselas, salió a escape, esperando que, poniendo distancia entre ella y sus amigos, evitaría por fin que estos salieran dañados.

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Kenshin había salido en persecución de Hikaru cuando un ninja, completamente destrozado, cayó del techo del dojo. El samurai, que no estaba especialmente contento con las interrupciones, se subió al tejado de dos botes y se enfrentó a un hombre vestido de forma similar a los anteriores. A diferencia de ellos, sin embargo, llevaba una máscara de metal en la forma del hocico de un tigre cubriéndole el rostro. Unos ojos negros, abiertos desmesuradamente, le miraron.

-KUSO!- soltó el ninja, y arrojó una bomba de humo sobre el tejado. Cuando el humo se hubo dispersado, con bastante rapidez por otra parte gracias a la brisa nocturna, el ninja había desaparecido.

El samurai de rojos cabellos no le persiguió. No tenía interés en enfrentarse con el hombre que, por otra parte, parecía haberles ayudado más que otra cosa, fueran cuales fueran sus intenciones. Miró hacia la calle. A aquellas alturas, Hikaru debía de haberse ocultado ya en las callejuelas de Tokyo, y sería imposible encontrarla, a pesar de su particular ki. Además, Yahiko estaba herido, y en la lista de prioridades de Kenshin estaba encontrar a Megumi y pedir su ayuda.

El samurai se juró, sin embargo, que encontraría a Hikaru en cuanto pudiera.

-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------NOTAS DE LA AUTORA: ¡¡¡¡Síiiiiiii! Me encanta escribir escenas de acción, soy una enamorada de los combates a espada. Me gusta mucho el modo en que combate Hikaru, porque es realmente espectacular. En el juego daba un montón de saltos y tajos raros, y me encantaba. Tal vez por eso mismo me fascinen más los ninja que los samurai, son mucho más divertidos de ver.

Ya por fin tengo a Hikaru donde quería. Todavía me faltan por meter un par de personajes en la historia, y si no los tengo ya rondando por aquí es porque tengo unos planes especialmente enrevesados. Sí, voy a meter a la pareja. No sería yo si no lo hiciera.

Por cierto, ya habiendo empezado la escena de los combates, me fui al Expocomic y, entre muchas cositas raras encontré... ¡la banda sonora del videojuego! ¡Sí, sí, como lo leéis! La estuve escuchando mientras esperaba a que mi madre soltara la máquina y mientras escribía esto, y creo que es cojonuda. Muy en la línea de RK, pero con unas pistas realmente fascinantes. La de la montaña con el templo en la cima no tiene precio, y la número ocho, la del combate normal, es realmente buena.

Sparky: ¡Hombre, tú por aquí! No te esperaba tan pronto, la verdad (aunque sabía que tarde o temprano aparecerías, me has echado review en los fanfics de todas la series que conoces... U) Gracias por los halagos, aunque dudo que mi estilo sea "impecable". Espero que ahora que te he enseñado a Hikaru-chan te caiga todavía mejor. En cuanto a su oscuro pasado, recuerda que es oscuro hasta para mí, teniendo en cuenta que no sé ni papa de japo, así que, en caso de que decida hacer algo respecto a ese pasado, tendré que inventármelo descaradamente. Tal vez Hagane-san o su compañero sepan algo, pero serán datos que solo se referirán a lo relacionado con el fanfic. Aunque sacaré lo poco que he podido observar del juego de alguna manera u otra.

En el próximo capítulo, esto empieza a parecerse a "El Fugitivo" xDDDDD