ROKU: ELEGIR UN CAMINO.
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¿Os habéis leído los disclaimers de los capítulos anteriores? ¿Sí? Pues aquí también se aplican, que ya me estoy quedando sin ideas originales para hacer el chorra aquí arriba.
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A la altura del mediodía, Hikaru había recorrido una distancia bastante aceptable, y desde su posición ya no se podía ver Tokyo. Estaba en un pequeño bosquecillo que rodeaba el camino, las ramas de los árboles ocultando la poca luz solar que conseguía atravesar las nubes que aún quedaban de la tormenta de la noche anterior. De vez en cuando se cruzaba con algún que otro viajero, y había visto un par de carretas, una marchando en la misma dirección que ella y otra cruzándose. A pesar de estar preocupada, la muchacha había tenido ánimos suficientes como para contestar a todos aquellos que la hubieran saludado.
Pronto, se dijo la muchacha, el camino que seguía desembocaría en la ruta de Tokai, hacia Kyoto. No estaba muy segura de si aquel era el mejor camino, pero tampoco tenía muchas otras oportunidades. Tras llegar a Kyoto, tal vez pudiera seguir adelante y alcanzar Hiroshima; para entonces lo más probable fuera que sus perseguidores ya hubieran dejado en paz a sus amigos, y entonces podría ajustar cuentas sin miedo a meter a los demás de por medio.
Puso la mano sobre la bolsa que llevaba escondida dentro de su camisa, y suspiró. No tenía casi dinero, y probablemente tuviera que arreglárselas para cazar algo comestible. Tampoco es que le molestara aquello mucho, puesto que en los primeros días de los que tenía recuerdo, había vivido precisamente de lo poco que podía cazar y recolectar. Problemas desesperados requieren medidas desesperadas.
Iba a ser un camino largo y pesado, sobretodo teniendo en cuenta que no se encontraba en buena condición física, pero Hikaru estaba convencida de que era lo mejor que podía haber hecho por sus amigos.
Siguió avanzando bajo los árboles, con todas sus esperanzas puestas en el camino ante ella.
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Date Amemaru apartó la vista del informe que había estado leyendo y se frotó suavemente el puente de la nariz con dos de sus dedos. Odiaba el papeleo casi tanto como odiaba el que sus planes no salieran como el quería. Y en aquellos momentos salir de una cosa llevaría a la otra. Estaba esperando todavía noticias de Fuma Hagane y sus ninjas, y tampoco podía tener entera confianza en ninguno de ellos salvo en el propio Hagane. Suspiró y dejó el papel sobre la mesa, estirándose ligeramente. ¡Ah, Hagane! Si había acudido casi de inmediato al clan Hojo cuando había surgido aquel asunto era, precisamente, porque su amistad con el ninja había sido larga y productiva.
Pero ahora que Hagane tenía un problema demasiado serio entre manos, Amemaru se preguntaba si no habría sido más seguro haber confiado en sus propias fuerzas. Desechó rápidamente la idea. Sin Hagane, probablemente ahora la muchacha estaría en manos de sus adversarios en aquel asunto.
Alguien llamó a la puerta.
-Adelante- contestó Amemaru, irguiéndose en la silla-. ¡Ah, es usted!- añadió, al ver a la persona que había llamado-. Siento el desorden.
-¿Hay noticias de Fuma?- preguntó Rodríguez.
-No, me temo. Sigue con su pequeño problema. Pero tengo entendido que envió a uno de sus mejores subordinados a investigar.
-¿Quién?
-Creo que a Shogo Miho-san.
El español puso una cara extraña.
-¿Es de la entera confianza de Fuma?
-No la habría enviado si no hubiera confiado en ella, ¿no cree? Además, creo que hay algo más respecto a esa chica, pero eso es asunto particular de Fuma-san.
-¿Y ha encontrado algo entre los informes?
Amemaru se permitió un momento de furia y arrojó el papel que tenía en su mano sobre la mesa con algo de saña.
-Imposible. No queda constancia de Fuyuzuki en ningún lado. ¡Ni un solo informe! Si realmente tenían ese arma, estaban más que dispuestos a ocultarla por el resto de los siglos hasta el fin del mundo. Y probablemente se llevaron sus secretos a la tumba.
-Tal vez deberíamos acudir a sus amigos y preguntarles directamente- ofreció Rodríguez, impasible.
Una sonrisa ligeramente maquiavélica se dibujó en el rostro de Amemaru.
-¿Sabe qué? Estoy muy de acuerdo con usted.
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-¿¿¿Qué ha hecho QUÉ?
Katsu aguantó el chaparrón como mejor pudo.
-Dejó una nota- les dijo a los miembros del dojo Kamiya, tendiéndoles el papel doblado-. Intenté convencerla de que se quedara, pero resultó ser más cabezota de lo que creía.
Kaoru casi le arrancó la nota de las manos a Katsu. Sobre la superfície blanca se leía "Hikaru", escrito con la caligrafía algo dudosa pero perfectamente entendible de la kunoichi pelirroja. Desdobló el papel y comenzó a leer. No era gran cosa. Estaba dirigida precisamente a Katsu, y en ella Hikaru le pedía perdón por marcharse sin avisar, le daba las gracias por la ayuda y le anunciaba que pensaba irse de la ciudad, que no tenía un destino fijo y que, por favor, les pidiera perdón a todos por ella. La carta pasó de mano en mano y finalmente volvió a Katsu, quien la volvió a guardar.
-¿Por qué lo ha hecho?- preguntó Megumi-. ¡Esa chica no está en sus cabales!
-No, simplemente estaba asustada- aseguró Kenshin.
-¡Tenemos que salir en su busca!- exclamó Sano.
-A estas horas debe estar ya muy lejos de Tokyo- contestó Katsu, sacudiendo la cabeza-. Y hay decenas de caminos desde la ciudad. Sin saber en que dirección ha ido...
-Saito va a montar un escándalo después de esto- musitó Kaoru.
-No creo, pero no le va a gustar demasiado.
-¿Qué es lo que no me va a gustar?- preguntó una voz desde la entrada, y casi todo el mundo dio un respingo de sorpresa.
Saito entró sin esperar invitación y miró a todos los presentes. Sano parecía a punto de echar humo por las orejas, en contraste con su amigo de la infancia, quien estaba blanco como la leche. Himura tenía una de esas expresiones idiotescas suyas, "oro" incluido, y las dos mujeres tenían los puños cerrados en la tela de su kimono, los nudillos de la doctora pálidos de tanto apretar. Sin que mediara palabra, el policía volvió a hablar.
-Supongo que se ha ido de la ciudad.
Y un nuevo silencio cayó como una piedra sobre los demás presentes. Finalmente, Katsu recuperó la compostura lo suficiente como para preguntar:
-¿Cómo lo...?
-No ha sido muy difícil figurármelo.
-Entonces, ¿se puede saber a que has venido?- le espetó Sano, e hizo falta el esfuerzo conjunto de Kenshin y Katsu para mantenerle en el sitio.
-Tengo otro asunto que tratar con Battousai, ahou.
-Vamos, Sano, vamos- musitó Katsuhiro a su amigo, en la esperanza de que este no se le tirara al cuello al policía y acabara, indefectiblemente, en la clínica Genzai vendado como una momia-. Intentaré ver si alguien sabe en que dirección fue Hikaru-san, ¿de acuerdo? No es momento para meterse en peleas por nimiedades.
Sano lanzó un bufido despectivo y se quitó de encima la mano de Katsu, saliendo del dojo con un enfado visible. El joven periodista se encogió de hombros antes de perseguir a su amigo, en la vana esperanza de hacerle entrar en razón. Hubo una silenciosa pausa.
-Iré a ver a Yahiko- anunció Megumi, adentrándose en la casa.
Saito se volvió hacia Kaoru, y esta le miró con decisión y sin ceder un solo milímetro.
-¿No tiene nada que hacer?
-Lo que tengas que decirme, ella también lo puede escuchar.
Saito no dijo nada, simplemente sacó un cigarrillo y una cerilla, encendió el tabaco y dejó escapar una pequeña nube de humo antes de seguir hablando.
-Muy bien, como prefieras. He de suponer que Tsukioka-san os tiene al tanto de sus averiguaciones.
-En lo que puede ayudar, sí.
-¿Cómo te llevas con los ninjas?
-Oro?
-¿Qué quiere decir?
-Interrogamos a los tipos que vinieron a hacer una visita. La mayoría de ellos eran duros de roer, pero al parecer uno de ellos no era tan resistente a la presión. Hablaron algo del clan Iga. ¿Has oído algo de ellos?
-Nunca, pero le preguntas a la persona equivocada. Deberías dirigirte a Shinomori Aoshi, o en su defecto a Misao-dono u Okina-dono. Aoshi debería estar dispuesto a ayudarte si le mencionas a Hikaru-dono.
-¿En serio? De todas maneras, ya había pensado en eso- Saito se dio la vuelta, se dio un par de pasos hacia la salida y se detuvo un momento-. Por cierto, he hecho investigaciones sobre el ninja que me describisteis.
-¿Y?
-Sólo una cosa: es quien menos os debería preocupar.
Y con tan críptica frase, el policía se alejó.
Kenshin y Kaoru se miraron, desconcertados.
-¿Se puede saber que ha querido decir con eso?- interrogó la maestra de kendo.
El samurai pelirrojo no supo muy bien que contestar.
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Misao estaba refunfuñando por lo bajo mientras rebuscaba entre polvorientos rollos manuscritos. Varias horas antes había aparecido Cho, a quien no había esperado volver a ver, pidiéndole hablar con Aoshi. Ni que decir tenía que Misao no le iba a dejar pasar así como así y molestar a su Aoshi-sama, así que el espía tuvo que contentarse con decirle a la muchacha la información que estaba buscando.
-¡Ninjas! ¿Y quién en este día y era está interesado en los ninjas?- gruño Misao-. ¡Seguro que ahora estarán todos cuidando granjas y regentando albergues! A.. a... ¡¡¡AAAAHHH!- el último chillido fue acompañado por el estruendo de cerca de veinte rollos cayéndole a Misao en la cabeza. La pobre kunoichi se cubrió lo mejor que pudo con los brazos, hasta que la lluvia de manuscritos cesó.
-Misao-chan, daijobu desu ka?- preguntó Shirojo, asomándose a la puerta con rostro preocupado.
-Hai, daijobu da yo- dijo ella, quitándo los brazos de su cabeza y sonriendo tranquilizadora a Shiro. En ese mismo momento el último rollo de la estantería cayó y le dio de pleno en la coronilla- ¡Ay!
Misao se frotó con fuerza la parte dolorida de su cráneo y dirigió una mirada asesina al manuscrito. Sus ojos pasaron de enfadados a sorprendidos cuando observó el título escrito en el papel. La kunocihi lo cogió y lo abrió un poco para leer las primeras líneas, y dio un brinco de alegría. ¡El informe que andaba buscando! Misao iba a salir a la carrera cuando escuchó las toses de Shiro.
-Misao-chan...
-Hai?
-Más te vale que recojas ese follón, porque yo no pienso hacerlo.
Misao dejó la cabeza gacha.
-Hai...
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La noche había comenzado a caer, y Hikaru se detuvo en un pequeño claro en el bosque. Tenía muy poco dinero y quería reservar lo más posible para el resto del viaje, así que había decidido pasar la noche a la intemperie. Había pescado un par de peces en un arroyo cercano al punto en el que ahora se encontraba, y los estaba cocinando en un escaso fuego. La muchacha tosió un par de veces y se arrebujó en su chaqueta. A pesar de que no hacía una temperatura desapacible, estaba helada. Se frotó los brazos con fuerza antes de coger uno de los pescados clavados en una varilla de madera y darle un pequeño mordisco. No tenía hambre, pero comprendía la importancia de comer algo si quería seguir adelante.
Sonrió tristemente al recordar días similares, días que no parecían tan malos. Pero entonces no había nadie persiguiéndola, ni tenía más carga que la de un pasado olvidado. Se preguntó, no por primera vez, si todo habría sido diferente en caso de haberse acordado de su vida pasada.
Continuó con su frugal cena hasta que no quedaron más que unas raspas y un par de varillas de madera requemadas. Hikaru desató de su obi el pequeño tanto y lo miró de nuevo. Era liso, sin ni siquiera una guarda en la empuñadura, nada especial, salvo por la excelente hoja. Desenvainó el cuchillo, y observó como las llamas trazaban una enigmática danza sobre el reluciente metal. De pronto, sus ojos se abrieron como platos, y dio un salto hacia un lado. Una cadena surcó el aire en el lugar en el que antes había estado su cuello y se estrelló contra la hoguera, lanzando brasas en todas las direcciones. Hikaru alzó su brazo derecho para protegerse de las cenizas ardientes y se giró, agazapada, en la dirección de la que había venido la kusari.
Se escuchó una maldición ahogada, y varios ninjas se dejaron caer al suelo. Desde la rama, otro de ellos, muy familiar, estaba apoyado contra el tronco.
-Nos volvemos a ver, ne, Fuyuzuki?
-¿Qué demonios queréis?- preguntó ella en un gruñido, la mano derecha apretando fuertemente el mango de su tanto.
-Oh, vamos, a estas alturas deberías saberlo, ne?- dijo el ninja de voz extraña-. Te queremos a ti. ¿Vienes por las buenas, o tenemos que atacarte?
Hikaru mostró una sonrisa sardónica y lobuna que en nada tenía que envidiar a la de Saito.
-Si crees que te voy a ser de ayuda, sinceramente eres un necio. En cuanto a lo de dejarme capturar, tendríais que haber hecho la amenaza unos cuantos días antes, cuando aún teníais inocentes con los que negociar.
Aunque la máscara de tela ocultaba sus facciones, la joven kunoichi pudo observar que su interlocutor temblaba de rabia.
-¡Cogedla!- ordenó, y su voz pareció alzarse un par de octavas, ante lo que Hikaru frunció ligeramente el ceño-. Cuando acaben, podréis hacer lo que se os antoje con ella.
"Demasiado pronto haces promesas," pensó la muchacha, antes de situarse en una posición defensiva. El hecho de que la superaran en número la amilanaba un poco, pero, por el bien de la gente a la que conocía, tenía que vender cara su libertad y su integridad tanto física como psíquica.
Un hombre lanzó una andanada de dardos, y los instintos de Hikaru lanzaron a su consciente a la parte de atrás de su cerebro y actuaron. Los proyectiles fueron detenidos por una rápida danza de tajos, y solo dos fueron capaces de hacer blanco, rozando uno la mejilla de Hikaru y el otro el brazo derecho de la muchacha. El ninja lanzó un grito de triunfo, pero se quedó sumamente sorprendido cuando la muchacha, en lugar de derrumbarse en el suelo a causa del potente somnífero, saltaba hacia él con tremenda rabia y caía a plomo con una voltereta, cortando la tela de su traje y abriendo un tajo en su pecho. Hikaru cayó acuclillada y, con un rápido movimiento de su pierna, hizo un barrido que derribó al tipo y le golpeó en la nuez de Adán, quitándole la respiración durante varios instantes. Con un golpe del mango de su tanto en la sien, la muchacha se aseguró de que aquel no se levantaría en un buen rato.
Pero no tenía mucho tiempo para pensar. Dos ninjas más se le venían encima, armados con tonfas. Una vez más agazapada, Hikaru esperó hasta que estuvieron a la distancia adecuada, y dio un tremendo salto, aterrizando sobre la cara de uno de sus atacantes. El crujido que siguió al golpetazo fue enfermizo, y Hikaru esperó no haberse sobrepasado. Sin mucho más tiempo para sentir culpabilidad, ya que a fin de cuentas ellos querían hacerle daño, dio otra voltereta, esquivando un tonfa, y lanzó un tajo. Las armas, que por extraño que pareciera estaban hechas de madera, fueron cortadas por la mitad. La kunoichi aterrizó y lanzó una patada a la entrepierna del hombre. Este bloqueó el golpe, pero Hikaru alzó el tanto y golpeó con el mango en el cuello del tipo. Ya había tres en el suelo.
El cuarto no tuvo tanta suerte esquivando la maliciosa patada de la kunoichi, que le dio de lleno en la parte posiblemente más sensible de su cuerpo. La muchacha iba a rematar la faena cuando alguien se le echó encima con un grito de guerra salvaje, tan agudo que incluso le sorprendió que se tratara del líder de los atacantes. Hikaru se apartó de una voltereta y aterrizó limpiamente, poniéndose de inmediato a la defensiva. Una vez más, el extraño personaje estaba armado con una kusari-gama, aunque aquel artefacto no fuera el más apropiado en aquel entorno; debía ser muy bueno como para confiar en que sus habilidades superaran las dificultades del terreno.
Hikaru, por su parte, estaba en su salsa, y era una maestra en manejar su pequeño tanto, pero la desventaja táctica de un arma de corta distancia ante la kusari-gama, que se podía usar tanto a corta como a media distancia mantenía a la joven kunoichi en guardia. Sabía que su única opción era esperar una abertura.
El ninja lanzó la cadena de su arma en un ángulo realmente extraño, y Hikaru esquivó con relativa facilidad el ataque. Pero, por supuesto, la cosa no quedaba así. El ninja cambió la trayectoria de la cadena con un suave movimiento de muñeca, y el peso al final de la kusari golpeó con violencia el costado de Hikaru, que salió lanzada un par de metros, rodando y recibiendo una tanda de golpes contra las piedras que poblaban el pequeño claro. Se las arregló para acabar su viaje agazapada, y esperó.
Una vez más, la cadena voló, pero la joven kunoichi no esquivó el golpe... Al menos no del todo. El arma se enroscó en el brazo izquierdo de la joven, y un fuerte dolor hizo que pequeñas lucecitas de colores bailaran ante sus ojos cuando el peso de la cadena golpeó la extremidad. Haciendo caso omiso del daño, agarró la cadena con las dos manos y tiró con toda la fuerza de que fue capaz, arrancando el resto del arma de manos de su adversario. El ninja la miró sorprendido mientras la muchacha liberaba su brazo izquierdo, mirándole con fríos ojos azul verdosos. Y entonces, pareció que se desvanecía.
En realidad no se había desvanecido, y los ojos del ninja la localizaron casi en seguida, pero en aquellos instantes la muchacha se había movido tan rápido que había recorrido un tercio de la distancia que les separaba en unos pocos segundos. El ninja se colocó en una postura defensiva, y logró bloquear la mayor parte de los golpes de su adversaria y colocar unos cuantos contraataques propios. Sin embargo, y por sorprendente que pareciera, la rabia de la joven kunoichi hacía que esta aguantara el tipo. El jefe ninja lanzó un puñetazo que fue rápidamente esquivado, y dio un salto hacia atrás.
-Por ahora lo dejaremos aquí, Fuyuzuki, pero creéme si te digo que volveremos. No tendrás descanso en esta vida.
Y lanzó una bomba de humo. Cuando el aire se despejó, y Hikaru dejó de toser y de lanzar quedas maldiciones, de los ninjas no quedaba más rastro que la hierba pisoteada. La kunoichi se dejó caer al lado del mortecino fuego. Envainando su tanto, apretó suavemente su mejilla con la mano derecha, y sintió un fuerte dolor. De seguro, pensó ella, a la mañana siguiente luciría un moratón que daría a su cara un aspecto horrible. Y aquello no parecía lo peor del todo. Su brazo izquierdo dolía horrores y, aunque estaba convencida de que no se lo había roto, probablemente estaría en un tris de hacerlo. El narcótico hacía que se sintiera pesada, y aunque no la haría dormir si ella deseaba quedarse despierta, estaba muy claro que su sangre no se limpiaría hasta que hubiera descansado un par de horas.
¡Al infierno con los ninjas! Si la atacaban en su sueño, que así lo hicieran. Al menos podría reírse en su cara por su cobardía cuando se despertara.
Con pensamientos oscuros, Hikaru se quedó dormida.
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Hagane observó los preparativos de Amemaru.
-No estoy de acuerdo- dijo el ninja.
-Me da igual- le contestó el samurai.
-¿Por qué tenemos que meterlos a ellos? La muchacha se ha ido, y en estos momentos estoy seguro de que Miho la tendrá localizada. ¿Qué esperas sacar de todo esto?
-Ventajas.
-¿Cuáles?
Amemaru sacudió la cabeza, paciente.
-Amigo mío, recuerda que no solo estamos tratando con gaijin, sino también con el gobierno de nuestro propio país, que probablemente no esté muy contento de la situación. La policía ya está investigando el caso de los feriantes, ¿sabes?
-Eso no tuvo que ver con nosotros...
-¿No? Pero el asesino fue alguien de tu clan, al que otra persona de tu clan ordenó atacar...
Hagane lanzó un gruñido.
-No vayas por ahí.
Amemaru simplemente se encogió de hombros.
-Lo que quiero decir es que está muy bien que sepáis donde anda la muchacha, pero antes tenemos que asegurarnos de que tiene lo que queremos, y conocer todo lo posible de ella.
-¿Metiendo a esa gente? Date-san... ¡Estamos hablando del hittokiri Battousai!
-Lo sé, lo sé... ¿Quieres tranquilizarte? No pienso meterme en líos. Estoy seguro de que...
Unos pasos apresurados y una llamada desesperada en la puerta interrumpieron a Amemaru. Los dos hombres se miraron y finalmente el samurai habló.
-Adelante.
Una kunoichi desarrapada entró. El largo pelo negro, generalmente recogido en una cola de caballo, estaba en parte atado y en parte suelto alrededor de la cara de la muchacha. Mostraba lo que prometían ser unos moratones realmente serios, y cojeaba ligeramente. Los ojos de Hagane se abrieron desmesuradamente al ver el estado de la joven.
-¡Miho!- exclamó.
-¡Hagane-sama!- respondió la kunoichi, que apenas se mantenía en pie, haciendo caso omiso de la ceja arqueada de Amemaru-. La chica, Fuyuzuki... ¡la han atacado!
Los dos hombres dieron un soberano respingo.
-¿Qué ha pasado?- interrogó el ninja, tomando las riendas del asunto.
-Estaba vigilando a la chica cuando me atacaron cuatro de ellos, mientras que otros seis iban a por ella. Apenas pude ver nada, pero creo que Fuyuzuki derribó a tres, dejó a otro para cantar temas de biwa durante el resto de su vida y espantó al jefe, porque se fueron todos. ¡Pero Fuyuzuki huyó! Cuando acabé con mis atacantes, ella ya se había marchado.
Amemaru lanzó una queda maldición.
-¿Quiénes te atacaron?
-No lo sé, no pude ver insignias o rasgos distintivos, pero estoy segura de que he visto ese estilo de combate en otra parte, aunque no sé en dónde.
Hagane se quedó pensativo.
-¿Hacia dónde se dirigía Fuyuzuki?- preguntó de pronto Amemaru.
La kunoichi se volvió hacia él.
-Iba por la ruta Tokai, camino de Kyoto.
-No creo que se haya separado del camino por demasiado tiempo, aunque se habrá vuelto más cauta. Fuma-san, voy a intentar entrar en contacto con unos conocidos míos de Kyoto. Retrasaré mi encuentro con la gente del dojo hasta mañana, ¿de acuerdo? Mientras, intenta solucionar los problemas más serios. Hablaré con Rodríguez para que alguien se ocupe de Shogo-san.
Hagane asintió, y el samurai se alejó por el pasillo. Una vez se hubo asegurado de que no había nadie, el ninja cerró la puerta de la habitación y se volvió hacia su compañera, con el rostro preocupado.
-Miho... Siento haberte metido en esto.
Ella sacudió la cabeza en negativa.
-Iie... Sabía que era peligroso, y me llena de orgullo que me eligieras a mí de entre todos.
Hagane sonrió y tomó con delicadeza las manos de la kunoichi.
-No habría confiado en nadie más.
Miho sonrió.
-Eso me llena de más orgullo aún- dijo, y con un suave movimiento alzó su encallecida mano, dando un ligero tirón a una de las cintas que sujetaban la máscara de Hagane, dejando que cayera.
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La mañana dio paso a la tarde. Las nubes que se habían cernido sobre Tokyo durante los últimos días empezaron a alejarse en dirección suroeste, pero este hecho no parecía animar en nada a los miembros del dojo Kamiya.
Yahiko por fin había despertado, pero la noticia de la marcha precipitada de Hikaru no hizo nada por alegrarle o acelerar su recuperación. Megumi había ido aquel día a cambiarle las vendas al muchacho y a dedicarle un par de horas. Por su parte, Sano había estado yendo y viniendo, en general sumamente asqueado. Al parecer, averiguó Kenshin por medio de uno de los amigos del luchador callejero, Katsu y Sanosuke habían intentado encontrar pistas de Hikaru o de los dos grupos que la perseguían, con éxito más bien escaso.
Saito, molesto a su manera por la pérdida de Hikaru, no había vuelto a aparecer por el dojo, y con un poco de suerte no lo haría en unos cuantos días. Kenshin y Kaoru habían intentado volver a la rutina habitual, pero la espera se les hacía pesada, incluso cuando había pasado tan poco tiempo. En esos mismo momentos el samurai pelirrojo estaba, como era habitual en él, lavando la ropa. Era, para diversión de muchos, la envidia de todas las mujeres del vecindario, aunque todavía ninguna se había acercado a preguntarle sus secretos.
Claro que a ver quién era la valiente con la maestra del dojo bajo el mismo techo.
Kenshin se secó el sudor de la frente con un brazo empapado, lo cual no ayudó en la situación. Iba a volver a su colada cuando notó algo extraño. Alzó los ojos y miró...
Y vio un destello plateado, y acertó a saltar a un lado al tiempo que se escuchaba un fuerte trallazo. Del cubo de la colada no quedaron más que trozos de madera rotos y agua jabonosa por todos lados. Kenshin echó a correr, en la esperanza de alcanzar su cuarto, y por tanto su espada, antes de que hubiera más destrozos. Unos instantes después hubo un segundo trallazo que abrió un enorme agujero en la pared del dojo. Kaoru se iba a enfurecer por aquello, dijo una vocecita en la cabeza de Kenshin, pero el samurai la apartó, pensando en problemas más acuciantes. Rápidamente alcanzó su cuarto y cogió su espada, dejando la saya tirada en el suelo, y volvió por el mismo sitio por el que había venido.
El atacante, un joven occidental de cabellos negros con un ligero reflejo castaño, había comenzado a bajar del árbol en el que había estado subido cuando Kenshin reapareció. El samurai no aminoró la marcha y dio un portentoso salto. El occidental alzó su rifle con la esperanza de poder darle un tiro a semejante tipo, pero la sakabatou de Kenshin bajó con rapidez, partiendo el arma en dos mitades. El cazador miró su rifle con una expresión de sorpresa y horror, que se quedó grabada en su cara cuando Kenshin le golpeó en las costillas con la parte roma de su espada, tirándole al suelo, dolorido.
En aquel momento, Kenshin escuchó el sonido de lucha en la parte delantera de la casa y, temiéndose lo peor, echó a correr como si lo estuviera persiguiendo un oni. Al llegar a la entrada principal, se encontró con Kaoru combatiendo contra dos hombres, altos, de piel tostada por el sol y cabello oscuro, que blandían porras. La maestra de kendo no parecía tenerlo difícil, y así lo demostró cuando, colocándose de tal manera que uno de los individuos entorpecía al otro, golpeó con el boken en la cabeza al atacante más cercano. Este cayó redondo, derribando a su compañero, que acertó a quitarse de encima el peso que se le había venido a tiempo para esquivar a una muy peligrosa Kaoru. Cuando vio que ahora la proporción dos contra uno estaba a favor de los defensores, el joven europeo sacó una pistola, y disparó varias veces, y a lo loco.
Una de las balas rozó el hombro de Kaoru, que había buscado cobertura detrás de los muros de su hogar. Fue la única que tuvo algo de efecto, porque las demás fallaron su objetivo por mucho. Kenshin, particularmente molesto, corrió hacia el europeo y le golpeó con fuerza en el estomago. El joven se llevó las manos a la parte dolorida de su cuerpo, soltando el revolver ahora sin munición, y en una sorprendente muestra de buen juicio, salió a la carrera sin mirar atrás. Kenshin pensó por un momento en perseguirle, pero se decidió en contra de ello, y fue a ver como se encontraba Kaoru. Frunció el ceño al ver la herida en el hombro de la maestra de kendo.
-Daijobu- dijo Kaoru con una sonrisa-. Solo es un rasguño, aunque escuece una barbaridad.
Tranquilizado, Kenshin volvió a su habitual forma de ser.
-Es mejor que vayas a ver a Megumi-dono- dijo.
-¿Y qué hacemos con este tipo?
-Me encargaré de que él y su compañero de la parte de atrás le hagan una visita a Saito. Seguro que sacará cosas interesantes de este par en lo referente a Hikaru-dono.
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-Nuestros hombres han fallado.
Eran cuatro hombres los que se habían sentado alrededor de la mesa, sus rasgos apenas distinguibles en la penumbra.
-Enviamos a nuestro mejor tirador. ¿Cómo pudo no dar a un simple bárbaro oriental?
-Sobrepasa a mi entendimiento.
-Tengo entendido que los... "ninjas", como se hacen llamar, sienten un gran respeto por este hombre.
-Así es, se han negado a atacar de nuevo ese lugar.
Hubo una pausa.
-Bien, dejémosles por el momento, ya nos ocuparemos de ellos.
-¿Cómo? No pienso sacrificar más gente. Por no hablar de que estaremos en problemas si ponen a la policía tras nuestra pista.
-Oh, pero tengo una idea, aunque primero hemos de encontrar a la muchacha...
-¿Qué se te ha ocurrido?
-Una vez consigamos lo que queremos de la chica, tendremos que probar nuestra nueva adquisición. ¿Por qué no aquí mismo en Japón?
-No me parece buena idea. Ya hemos llamado demasiado la atención- el hablante se movió nervioso-. Además, primero tendrías que encontrar a la chica, y no hemos avanzado mucho en su captura últimamente.
-Tranquilo. Tarde o temprano la muchacha se cansará. Por mucho que corra el conejo, si no hay madriguera en la que pueda esconderse no puede escapar.
-¿Sabes donde encontrarla?
-Oh, sí... Y cuando llegue a Kyoto, estará perdida.
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NOTAS DE LA AUTORA: Siento el retraso. Ultimamente estoy agobiada, y no me siento muy inspirada. Aunque tengo que admitir que la parte del combate de Hikaru fue una de las mejores que he escrito en este fic. Me está costando un poco esta parte porque no tenía ninguna idea prefijada de esta etapa del fic, y por eso creo que no me ha quedado muy allá. Pero bueno, creo que a partir del siguiente capítulo la cosa irá mejorando porque ya tengo más idea de lo que pienso hacer, menos mal.
Tarde mucho tiempo en pensar en el nombre de Amemaru, y se me ocurrió este de pronto, pensando en un personaje del Onimusha y en otro de Samurai Spirits. Miho nació poco depués de la idea de Hagane, y la verdad es que me gusta mucho. Quiero mantener un poco más en las sombras al grupo del Hacha Sangrante, aunque ahora esté sacando a la luz a todo el grupo de Amemaru y Hagane. Hay muchas sorpresitas que aún tengo guardadas.
En el siguiente capítulo, Hikaru llega por fin a Kyoto, y encuentra nuevos amigos y un viejo conocido, muy a su pesar.
